Loe raamatut: «Un imperio eterno: Un viaje a las sombras»

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Daniel Correa Escribano

UN IMPERIO ETERNO

Un viaje a las sombras


© Daniel Correa Escribano

© Un Imperio eterno. Un viaje a las sombras

Enero 2021

ISBN: 978-84-685-5490-7

Editado por Bubok Publishing S.L.

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C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

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Diseño de cubierta: CaryCar Servicios Editoriales

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Índice

  C1

  C2 Diario Aquella misma noche Diario

  C3 Diario Diario

  C4 Finales de abril

  C5 Lejos de allí, a finales de abril

  C6 En algún lugar del Mediterráneo, finales de abril

  C7

  C8

  C9

  C10

  C11

  C12

  C13

  C14

  C15

  C16 En el Palacio Imperial

  C17 Diario Perdidos en un descampado En la villa En el descampado

  C18

  C19

  C20

  C21 En los prados

  C22

  C23

  C24 Primero de junio

  C25

  C26 Un día de boda

  C27

  C28 En tierra A bordo

  C29

  C30

  C31 Diario Diario

  C32

  C33

  C34 Diario

  C35

  C36 Diario

  C37 En el suburban

  C38 Diario

  C39 En el despacho de Anne

  C40 Diario

  C41 En la oscuridad de la noche

  C42

  C43

  C44

  C45

  C46

  C47

  C48

  C49

  C50

  C51

  C52

  C53

  C54

  C55

  C56

  C57

C1

—Bien, supongo que tendrá muchas preguntas que hacerme. Lleva tiempo buscándome y por fin me tiene aquí, en la misma habitación.

—¿Cómo puedo llamarle? Durante mi investigación he podido comprobar que le han dado un sinfín de nombres.

—Lucius, puede llamarme Lucius si lo desea, este es mi verdadero nombre.

—Tiene un extraño acento. ¿De dónde es?

—Soy romano.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—¿Aquí… en Madrid, se refiere?

—Sí.

—Dentro de dos días se cumplirán diez años, ya echo de menos mi hogar, pero ser cazador es una obligación para los romanos, y un honor.

—¿Por qué ahora?, ¿por qué se ha decidido a ponerse en contacto conmigo? Sabe que llevo detrás de usted muchos años. He pagado un precio muy alto. Mi matrimonio, mi carrera, soy el hazmerreír de mis compañeros.

—Precisamente ese es el motivo por el que le he elegido, para contar mi historia, la historia de mi pueblo, del pueblo romano. Su tenacidad es admirable, no es nada fácil seguirme los pasos y usted siempre se las ha ingeniado para estar cerca, a tan solo minutos de mí. Debo felicitarle y por ello hemos decidido que es usted quien debe abrirnos al mundo.

—¿Ha dicho que es un cazador?

—Sí, todos los romanos somos cazadores. Durante diez años una generación es enviada a un rincón del mundo, a cazar.

— ¿Cazar? ¿Y qué cazan?

—Monstruos, señor Ruiz, seres antiguos, seres oscuros, que se esconden en las entrañas de la tierra, en el fondo de un espeso bosque o aquí entre nosotros. Llevamos siglos cazándolos, cientos de generaciones.

—Así que monstruos, ¿así es como ve a los cientos de personas que ha asesinado durante tantos años?

—No son personas, señor Ruiz, o al menos no del tipo de personas al que usted se refiere. Algunos les sirven con una maldad que ha conseguido corromperles hasta las entrañas, aunque la mayoría son simples disfraces que les ocultan de vuestras miradas, de su verdadero ser.

La brisa primaveral entraba por la ventana de aquella habitación tenuemente iluminada, Óscar sentía cómo el sudor resbalaba por su cuello y cómo al contacto del aire se convertía en escalofríos que le estremecían hasta lo más profundo de su ser. Se sentía en una situación extrema en aquella habitación de aquel hotelucho de la Gran Vía en compañía de quien decían era el asesino más mortífero de todos los tiempos.

Llevaba más de ocho años detrás de él siguiéndole los talones, pero jamás se imaginó en una posición semejante, estar a solas con él. Se debatía entre estar asustado o emocionado, no sabía qué sentir, no se lo imaginaba así; apenas tendría treinta años, eso significa que, si era cierto que era un asesino, había empezado a matar con veinte años. No podía creerlo, su cara transmitía tranquilidad y su voz aterciopelada hacía sentirle relajado, protegido, no era como creería que se sentiría delante de un asesino en serie.

Tenía la certeza de que aquel hombre, de una forma u otra, sería diferente a los demás, pero jamás imaginó que sería romano. ¿A qué se refería con querer contar su historia, la historia de su pueblo, de Roma?

—De modo que no son personas. Son monstruos disfrazados, o tal vez monstruos capaces de cambiar de forma.

—No se burle, señor Ruiz. Hay seres mucho más antiguos que vosotros ahí fuera, les servís de alimento. Viven ocultos al mundo igual que nosotros.

—Pero vosotros, si se refiere a los romanos, no viven ocultos al mundo, todos conocemos su existencia. Es cierto que son muy reservados y que no dejan que nadie se acerque a su isla y mucho menos pisarla.

Aquel hombre se acercó a la ventana y la cerró, empezaba a hacer frío y su compañía no paraba de dar respingones en la silla.

—El misterio no reside en nuestra existencia, señor Ruiz sino en lo que hacemos y en por qué lo hacemos. Usted es inteligente y tiene curiosidad, algo básico para su profesión. ¿Nunca ha reparado en cuánta gente desaparece al cabo de un año en todo el mundo? Se esfuman sin dejar ni rastro. Seguro que alguna vez se habrá preguntado dónde ha ido a parar tanta gente.

—De modo que nos protegen.

—No exactamente, procuramos manteneros a salvo. Investigamos todas las desapariciones y acabamos con el ser que las haya causado.

—Y ¿qué quiere de mí exactamente? Si no me equivoco, se va en dos días a su querida Roma.

—No es lo que yo quiera, señor Ruiz, es lo que me han ordenado.

—¿Y qué debe hacer?

—Debo llevarle a Roma conmigo, como mi invitado. Sí, señor Ruiz, va usted a pisar Roma, como ha acertado a decir antes muy pocos no romanos han pisado suelo imperial, es afortunado. Allí descubrirá que no todo lo que ha aprendido en los libros es necesariamente real.

Sin más, aquel hombre, aquel cazador romano, se levantó y salió de la habitación, no sin antes avisarle de que tuviera todo listo, en un par de días le recogería para emprender el viaje, el viaje de su vida, un viaje hacia lo desconocido hacia tierras que no habían sido documentadas desde hacía cientos de decenas de siglos.

Repasó en su mente lo que sabía de Roma: el viejo imperio se había reducido a tres grandes islas del Mediterráneo entre España e Italia, y la antigua capital de su antaño gran imperio, Roma, era una ciudad estado, donde recibían a las autoridades mundiales. Aunque lo intentó no consiguió recordar el nombre de las tres islas.

Cuando el imperio se deshizo a causa de los sucesivos ataques de las tribus bárbaras del norte, sus últimas legiones se refugiaron en las islas y defendieron la capital del imperio de las hordas enemigas. Después de años de asedio y una gran cantidad de sangre derramada, lo que quedaba de Roma consiguió resistir y debilitar tanto a su enemigo que no tuvo más remedio que firmar una paz que a decir verdad no fue duradera. A causa de aquello evolucionaron de una forma desmedida y desde entonces vivieron a espaldas del mundo, desconectados y autosuficientes, celosos de su historia y su forma de vida. Hasta ahora.

C2

Pasaron dos días y no podía olvidar aquellos ojos azules, penetrantes, clavándose en sus pupilas. Eran las cuatro de la mañana y su décimo cigarrillo en una hora, no se consideraba fumador, solo, como suelen decir aquellos que se niegan admitir que lo son, se decía que era fumador social, y esta espera le estaba atacando los nervios.

No podía expresar cómo se sentía: en su interior se gestaba una batalla entre si fue real o solo un sueño. Apenas recordaba cómo llegó a su casa, tan solo sabía que paró en todos los bares que encontró de camino para hacer frente a lo que había sucedido en aquella habitación. Había estado con unos de los asesinos en serie más sanguinarios que hayan existido y había salido ileso, no solo eso, había salido con una invitación. Estaba aterrorizado, pero por extraño que pareciera, durante esos dos días algo estaba creciendo dentro de él, una necesidad de saber, de conocer la verdadera historia.

Apagó el que se juró sería su último cigarrillo, al menos hasta el siguiente, y se decidió a escribir una carta a quien sin ninguna duda dentro de poco sería su exmujer. Ella no soportó sus continuos fracasos, ni su obsesión por este caso, pero por fin había dado con algo. Aún no sabía dónde le llevaría ni cómo saldría de todo aquello, pero tenía que compartirlo con ella, darle una razón para que siguiera creyendo en él y pedirle perdón.

Seguía lloviendo, no había parado de llover durante toda la noche, aquel día sería frío. Hizo la maleta sin saber qué metía en ella ni siquiera sabía si vendría, aún creía que todo aquello no era más que una broma de ese cabrón de Armando, disfruta haciendo leña del árbol caído y su situación profesional no podía caer más; él fue buena causa de aquello, destrozando y tergiversando todo su trabajo.

—Buenos días, señor Ruiz, ¿tiene todo listo?

El corazón casi se le sale del pecho cuando entró en el salón y descubrió su figura sentada en el sofá, con aquella sonrisa blanca y su traje de seda azul. No supo qué decir; se quedó completamente paralizado. No podía dejar de pensar en cuántas de sus víctimas se vieron así, sorprendidas por aquel hombre. ¿Cómo habría entrado? Tenía todo cerrado, o al menos eso creía.

—Veo que tiene una Nikon D5200, muy buena cámara, muy ligera; aunque yo prefiero la Canon EOS 6D.

—Es a todo lo que llegaba mi presupuesto —titubeó Óscar—. ¿Cómo ha entrado?

—Por la puerta, por dónde si no. Podrá llevar cámara de fotos, pero nada de vídeo, ¿de acuerdo? —Óscar asintió con la cabeza y con la boca abierta—. Bien, ¿tiene su equipaje listo? No hace falta que eche mucha ropa, solo lo esencial. Allí le proporcionaremos todo lo que necesite, es mejor viajar ligero, además en Roma se sentirá más integrado si viste como nosotros. Como ya le dije, se hospedará en mi casa. Está en isla de Equus, es la que está más al norte.

—Equus significa caballo en latín, ¿verdad?

—Sí, señor Ruiz, nuestra isla venera al caballo y nos dedicamos básicamente a la cría del mismo, todo romano tiene un caballo de la isla de Equus.

—Si voy a ser su invitado creo que deberíamos empezar a tutearnos, ¿no cree? Llámeme Óscar, por favor.

—De acuerdo, Óscar. Pues si tienes todo listo, lo mejor será que nos vayamos ya. Tenemos un largo viaje hasta Barcelona. Eso no será más que el inicio de su aventura. Sígueme, por favor.

Diario

Y sin más salimos por la puerta camino de aquella supuesta aventura con aquel hombre misterioso. Mi corazón no podía dejar de palpitar cada vez con más fuerza, tenía que tranquilizarme y relajarme, afrontar aquel viaje que empezaría en la estación de Atocha y quién sabe cuánto duraría.

Cada vez que paso por aquellas puertas y entro en los jardines de la estación vienen a mí aquellas tardes de domingo, jugando con mi hermano y desesperando a mi padre. Hace tiempo que no les llamo, no les veo desde Navidad y de eso hace ya cuatro meses. Quería haberles llamado antes de salir, pero no he tenido valor. Me engaño a mí mismo diciéndome que no lo he hecho para no preocuparles, pero no es así; desde la muerte de mamá todo ha cambiado: ella era el vínculo que nos unía y sin ella no sabemos estar juntos, sin un árbitro que ponga fin a nuestras eternas discusiones. Quizás tengan razón y no sepa tomar las decisiones adecuadas, no hay más que mirarme, a punto de coger un tren a Barcelona y luego quién sabe adónde, con quien sé que es un asesino en serie y que no muestra ningún tipo de arrepentimiento, es más, catalogó a sus víctimas de monstruos, quizás sea verdad que estoy perdiendo la cabeza, que este caso me ha sobrepasado, pero la sola idea de poder pisar Roma embriaga a cualquiera, descubrir sus secretos, sus ciudades, su cultura…

Aquella misma noche

—Óscar, venga, date prisa, es por aquí.

—¿Qué debemos buscar, el andén 9 3/4?

—Muy gracioso; venga, date prisa, que llegamos tarde.

Tuvieron que salir a la carrera hasta el andén 5, donde les esperaba el AVE que les llevaría a Barcelona. No es tan mágico como se había imaginado. Se sentaron en sus asientos de turista; cerró los ojos, respiró profundamente, se preparó para la que sin ninguna duda sería la aventura de su vida. O al menos eso esperaba.

Sin darse cuenta se quedó completamente dormido en su asiento; fue como si hubiera perdido toda la presión que acarreaba los últimos días y se hubiera rendido al placer de un sueño reparador.

El aviso de llegada le despertó; aún era de día, aunque bien entrada la tarde; debían de ser sobre las siete y media, con las prisas se dejó el reloj en casa y una de las muchas condiciones que le puso Lucius fue no llevar móvil.

Lucius parecía pensativo, no se atrevió a preguntarle, aún no estaba seguro de si debía confiar en él, pero no le queda más remedio si quería ir a Roma.

—¿Cuál es el plan, Lucius?

—Ahora debemos esperar. Solo hay una forma de ir a Roma y es en uno de nuestros barcos.

—¿Hasta cuándo debemos esperar?

—Mañana llegará el Esturión al puerto de Pineda del Mar. Alquilaremos un coche y pasaremos la noche allí. Mañana por la mañana embarcaremos rumbo a Equus. Allí podremos descansar y hablar tranquilamente. Explicarte el porqué de este viaje y lo que esperamos de ti.

—¿No puedes adelantarme nada?

—No es seguro, Óscar, es mejor que esperemos a cuando lleguemos a mi hogar. Solo puedo decirte que queremos que escribas un libro. Bien, antes de nada, ten.

—¿Qué es esto?

—Es tu nuevo DNI, es por precaución, no queremos que nos sigan los pasos. A partir de ahora tu nombre es Mario Sanz, y somos hermanos. Yo alquilaré el coche; tú, solo asiente.

Cuando llegaron al mostrador de Rent a car se sorprendió de la capacidad de invención de Lucius. Seguro que no era el primer papel que interpreta, ni su primer DNI falso. En ese momento comprendió por qué era tan difícil de ver un romano lejos de Roma. Se esconden tras identidades falsas para poder pasar desapercibidos. Pero, ¿por qué? Lucius, a pesar de ser unos de los hombres más buscados en Europa, había conseguido que la policía no conociera su verdadera identidad ni su aspecto físico, no tenían ni una foto suya. Aquella era una de las muchas preguntas que se apuntó mentalmente aquella noche.

Diario

Hemos llegado a Pineda del Mar a las nueve de la noche. Hemos dejado el coche y nos hemos instalado en un hostal cerca del puerto. No está siendo un viaje a todo lujo. Según Lucius así es mejor, es más fácil esconderse entre la gente que en una suite de hotel. Me ha repetido varias veces que debemos pasar desapercibidos.

Tumbado en la cama por fin tengo un momento de tranquilidad, aunque no dejo de darle vueltas: por qué tanto misterio, por qué yo también tuve que usar un DNI falso. Después de un rato recordé algo a lo que no le había dado importancia: el revisor que me picó el billete me llamó Mario; yo lo dejé correr, pero ¿por qué no me dijo entonces Lucius lo del carnet falso?, ¿creería que me echaría atrás al ver tanto misterio? No lo sé. Otra pregunta más a mi bloc mental. Ahora será mejor que me asee un poco antes de bajar a cenar.

C3
Diario

Esta mañana el olor a mar se coló por la ventana, siempre me ha parecido la mejor forma de despertarse. Es temprano, apenas hace media hora que ha amanecido. Sigo escribiendo en este cuaderno; he decidido escribir un diario de viaje donde apuntar unas notas de los sucesos que me acompañen durante este viaje y donde volcar también todas las preguntas pendientes por hacer: apenas me queda espacio en la memoria.

Anoche, en la cena, Lucius no quiso adelantarme nada sobre qué tipo de libro quería que escribiera; me dijo que era otra persona quien debía hablarme de ello, que él no estaba autorizado; a esta gente le encanta el misterio, espero que una vez en Roma dejen este rollo porque es frustrante que te den migajas de información y tener que conformarte solo con eso.

Son las ocho, será mejor que baje a desayunar: he quedado con Lucius en el comedor, y para ellos la puntualidad es asunto de estado.

En el comedor el aroma a café recién hecho lo envolvía todo. Era un hostal pequeño decorado como no podía ser de otra forma con motivos de pesca, con paredes blancas que adquirían diversos colores con la luz de la mañana. En una esquina al fondo estaba Lucius disfrutando de una taza de café. Óscar se acercó vacilante, no quería molestar, aún no sabía qué humor se gastaba por las mañanas y prefirió ser cauto.

—Buenos días.

—Buenos días Óscar. Siéntate, por favor; te recomiendo el café, está excelente; y la mermelada de melocotón la hacen ellos mismos, deliciosa.

Óscar se sentó frente a él. No podía dejar de pensar lo cómodo que se sentía con aquel hombre, como si ya fuera un amigo fiel, alguien en quien confiara completamente, y acaso no era así, desde hacía dos días se dejaba llevar completamente. Él pensaba que eran sus ganas de aventura las que le hacían superar el miedo, pero, ¿y si no fuera así, y sin darse cuenta estuviera naciendo una amistad? Eso es algo que solo el tiempo diría.

—¿Se sabe algo del Esturión?

—Llegó con el alba, está fondeado a una milla del puerto, aún tenemos tiempo; están descargando la mercancía de las bodegas.

Aunque Roma vivía aislada del resto del mundo, comerciaba con algunos países del Mediterráneo, entre ellos España. Según le explicó Lucius, en Roma no dan valor al dinero y realizan un tipo de trueque de varios productos. Cambian cacao y café por su artesanía, muy apreciada en todo el mundo que, como siempre cuando algo procede de un lugar exótico y misterioso, adquiere de inmediato un éxito de deseo en la gente.

Subió a su habitación para recoger las pocas pertenencias que le estaba permitido llevar, un par de mudas, su documentación y su cámara de fotos, lo metió todo en su bolsa y se dispuso a salir de su habitación cuando sorprendió a Lucius en el pasillo, discutiendo con otro hombre mayor que él.

—¿Todo bien? —preguntó sin mucha convicción.

—¿Es él, este es el periodista?

—Sí, este es —contestó Lucius con una sonrisa en la boca—. Ven, Óscar, quiero presentarte a Manius, es el capitán del Esturión.

—Encantado de conocerte, Manius. —Óscar adelantó su mano en forma de saludo. Vio lo que le pareció un titubeo en aquel robusto hombre, pero con un rápido movimiento que le sorprendió, Manius le cogió el antebrazo a modo de saludo.

—Bueno, es deseo del emperador y del Senado tu presencia en Roma, supongo que alguien habrá visto algo en ti.

Sin mediar más palabras, Manius se fue, solo se despidió de Lucius con un leve movimiento de cabeza.

—¿Por qué discutíais?

—Manius no entiende el porqué de tu presencia en Roma. Además, serás el primer no romano en embarcar en el Esturión. Muchos cambios seguidos para un viejo lobo de mar.

—Entiendo. ¿Qué ha querido decir con que el emperador y el Senado habrán visto algo en mí? ¿Habéis estado espiándome?

—Llevas ocho años detrás de mí. ¿Te sorprende que también hayamos seguido tus pasos?

—No, supongo que no; pero, ¿a qué se refería con que han visto algo en mí?

—Como ya te dije, seguiste con tu investigación a pesar de los fracasos profesionales, los sacrificios personales, las mofas de tus compañeros… y eso es algo que valoramos. Supongo que habrán visto en ti el tesón, la energía de quien nunca se rinde a pesar de las circunstancias, alguien abierto a conocer nuestra cultura y darla a conocer al resto del mundo.

—¿Por qué ahora? Me consta que muchos escritores y periodistas han intentado ponerse en contacto con vosotros. No me digas que soy el elegido y que estabais esperando a que naciera. —Se le escapó a Óscar una leve sonrisa que contagió en seguida a Lucius.

—Son cosas de las que no debemos hablar aquí, Óscar. Hay algo que está despertando, algo que por ahora podemos mantener en secreto, pero que pronto se nos escapará de las manos y no podremos controlar, y deberemos combatirlo abiertamente, a la vista de todos. Antes que eso ocurra queremos poner a todos sobre aviso. Nadie te creerá, pero no podrán decir que no dijimos nada. Ahora, date prisa, Manius no espera.