Loe raamatut: «La otra economía que NO nos quieren contar», lehekülg 3

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III

El dinero es una criatura del Estado

En el capítulo anterior hemos explorado la interpretación que tiene la Teoría Monetaria Moderna sobre el origen del dinero. Básicamente este hito habría tenido lugar en el cuarto milenio antes de nuestra era en la antigua Sumeria y en Egipto, y se habría manifestado como un invento de las autoridades para contabilizar los recursos que recolectaban y distribuían desde los templos y palacios. En este capítulo veremos cómo esa versión primigenia del dinero, materializado en tablillas de arcilla cocida, acabó utilizándose de forma generalizada en el resto de las actividades económicas y pareciéndose así mucho más al dinero que hoy día conocemos.

Recordemos que las tablillas de arcilla que pagaban los templos y palacios de Sumeria a sus empleados otorgaban el derecho a cobrar una determinada cantidad de silas. Ya comentamos que podían cobrarse las silas en cebada o en otros productos entregando la tablilla, pero es que, además, podían ir al mercado de la ciudad y obtener, por ejemplo, uvas a cambio de las silas que les sobraban. Pero para eso el vendedor de uvas tenía que querer las silas representadas en la tablilla.

¿Y por qué iba a quererlas? Pues por dos motivos. Uno, porque, ya con la tablilla en su poder, podría ir al templo y cobrar él las silas, en cebada o en otro recurso que tuvieran allí, ya que entregar esa tablilla otorgaba ese derecho. Dos, porque el vendedor de uvas era un habitante más de la civilización sumeria y, por lo tanto, también tenía que contribuir al mantenimiento de los esfuerzos bélicos, el orden y la justicia que gestionaban las autoridades de los templos y palacios, y eso lo hacía pagando tributos con cualquier cosa de valor que tuviera. Una de esas cosas de valor era precisamente la tablilla de arcilla, porque, como hemos mencionado, otorgaba el derecho a cobrar cebada u otro recurso del templo. El vendedor de uvas, en vez de entregar a las autoridades uvas u otra cosa, pagaba su tributo extinguiendo su derecho a cobrar sus silas. De esta forma las autoridades salían ganando, porque se ahorraban pagar la cantidad de cebada y otros productos a la que se habían comprometido. Al fin y al cabo, tiene el mismo efecto ganar diez silas que no perder diez silas.

Ahora los gobernantes no sólo aceptaban como pago de tributo los recursos reales (sales, ganado, madera, pieles, etc.) que siempre habían entregado los habitantes, sino que también aceptaban las silas que esos mismos gobernantes creaban y materializaban en tablillas de arcilla. Así que estas tablillas pasaron a tener valor para todo el mundo, porque todos las podían utilizar para pa­gar los impuestos que exigían las autoridades y asimismo para comprar otros productos, puesto que sus vendedores también tenían que pagar impuestos en los templos y palacios.

Así fue como se pasó de un dinero que sólo servía para contabilizar las operaciones que tenían lugar en los templos y palacios a un dinero de uso generalizado que se utilizaba en el resto de ámbitos de la civilización, desde intercambios mercantiles hasta pagos puntuales de todo tipo. La tablilla de arcilla se convirtió en un objeto monetario, función que dos milenios más tarde pasarían a desempeñar las monedas de metales preciosos.

Ahora se debería entender mejor por qué el dinero es visto como crédito o como deuda. El dinero es una deuda del Estado y un crédito para los ciudadanos. Quien trabaje para el Estado es recompensado con crédito que luego podrá gastar tanto en el Estado como en el resto de la sociedad, porque este impone por la fuerza la utilización de su dinero. Así, toda la sociedad se vuelve deudora de la persona que disponga dinero. El economista escocés Henry Dunning Macleod expresó esta idea en el siglo xix con estas palabras: «el dinero es simplemente el derecho a exigir un bien o un servicio a otra persona»[1]. Por su parte, el sociólogo Georg Simmel resumió esta idea aún más a prin­cipios del siglo xx: «el dinero es sólo un reclamo sobre la so­cie­dad»[2].

Quizá ayude imaginar ese dinero-crédito como si fuesen los créditos que se utilizan en las máquinas de azar o en las máquinas de videojuegos: una cantidad que necesitas tener antes de poder jugar, sólo que en el caso del dinero sirve para todo lo demás. Esto quizá puede verse de una forma muy ilustrativa en la película de Andrew Niccol In Time, donde el dinero se mide en tiempo de vida. Quien aporte valor a la sociedad es remunerado con minutos y horas, lo que no sólo le sirve para vivir más, sino también para comprar bienes y servicios, porque es el dinero que se ha impuesto por la fuerza en toda la sociedad.

La clave de esta visión radica en que el dinero no se aceptaría de forma generalizada por el valor que tenía el material del que estaba hecho (como se desprende de la visión dinero-mercancía), sino por la utilidad que tenía este al pagar los impuestos que exigían las autoridades –el Estado–. Pagar impuestos tenía valor en sí mismo, porque no hacerlo te enfrentaba a penas de multa, de prisión o incluso de esclavitud. Si la gente quería vivir en paz, no le quedaba más remedio que pagar esos impuestos, que al principio eran en especie pero que luego fueron nominados en unidades de cuenta abstractas como las silas o los deben. Así que, para disponer de esas unidades de cuenta, la gente tenía que trabajar para las autoridades o producir algo que luego pudiese venderse por dicho dinero. En otras palabras: la gente aceptaba usar el dinero creado por las autoridades porque lo necesitaba para pagar los impuestos nominados en dicho dinero y porque también les resultaba útil para adquirir otros bienes y servicios (¡a personas que también tenían que pagar esos impuestos!).

Esta visión tributaria del dinero se la debemos a la escuela historicista alemana, pero especialmente al economista alemán Georg Friedich Knapp, quien en 1905 explicó cómo prácticamente todas las formas de dinero de la historia habían sido creadas por un Estado o una autoridad gracias a su monopolio de la violencia y a su capacidad de imponer tributos, contraviniendo así la visión evolutiva del dinero de Carl Menger (que recordemos que considera que el dinero fue un resultado natural de las fuerzas de mercado) y dando origen al término chartalismo. Para Knapp, el dinero no es una criatura del mercado, sino una criatura del Estado[3].

Esta concepción chartalista del dinero ha sido perfilada y perfeccionada por economistas como Abba Lerner[4], Charles Good­hart[5] y Randall Wray[6], dando lugar a lo que algunos han denominado neochartalismo, que sería la visión que tiene la TMM sobre el dinero del Estado. Acorde a esta visión, para que este dinero aparezca y sea aceptado, el Estado tiene que llevar a cabo tres pasos:

1) Primero, tiene que crear o elegir una unidad de cuenta abstracta (como las silas, los deben, las libras, los euros o los segundos de tiempo como en la película In Time…) para medir pagos y transacciones.

2) Segundo, tiene que elegir los objetos monetarios que representan cantidades de esas unidades de cuenta (tablillas de arcilla, monedas, billetes, saldos en cuentas bancarias…).

3) Tercero, tiene que imponer obligaciones tributarias a la población en esa unidad de cuenta, que podrán ser satisfechas entregando dichos objetos monetarios.

A partir de ahí, la gente tendría que ponerse manos a la obra para obtener dichos objetos monetarios, pagar con ellos los impuestos y evitar así sanciones legales. Esto conllevaría asimismo que la gente se intercambiase productos y realizase pagos entre sí con esos objetos monetarios, ya que siempre tendrían utilidad porque continuamente tendrían que pagar impuestos con ellos. Por otro lado, el resultado de esta operativa sería que la gente produciría más bienes y servicios, llegando muchos de ellos a las manos de las autoridades correspondientes.

De hecho, ha habido experiencias en la historia donde esto se ha visto de una forma muy cristalina. Por ejemplo, el famoso antropólogo Karl Polanyi explicó cómo los Estados europeos que colonizaron África en el siglo xix exigían a las tribus sometidas pagar impuestos en su moneda para obligar a su población a trabajar[7]. Evidentemente, lo que buscaban estos Estados no era recibir unas monedas que ellos mismos creaban, sino, como hemos dicho, poner a trabajar a esa población; si no lo hacía, esta no podría pagar esos impuestos y además se enfrentaría a duros castigos. Otros autores como James White[8] o Peer Vries[9] señalan que algo parecido ocurrió en los primeros años de la Unión Soviética y de la China de Mao, donde los impuestos habrían sido utilizados para obligar a los campesinos a abandonar el campo y trabajar en la industria pesada de las ciudades[10].

En cualquier caso, lo que interesa destacar es que, según esta visión chartalista, los impuestos no se crearon para recaudar dinero, sino para recolectar bienes y servicios. Al fin y al cabo… ¿qué sentido tendría que las autoridades exigieran el pago de unas tablillas de arcilla que ellas mismas creaban? Su objetivo no era acumular tablillas de arcilla, sino obligar a la gente a producir bienes y servicios en su favor. Por lo tanto, los impuestos no eran un mecanismo de financiación, sino un mecanismo de transferencia de recursos reales desde los ciudadanos hacia las autoridades.

Pero no se trata sólo de un hecho histórico: ocurre lo mismo en los Estados modernos, como veremos con más detalle en próximos capítulos. Baste de momento tener en cuenta que los sistemas tributarios actuales permiten que el sector público absorba recursos reales del sector privado (mano de obra, materiales, suministro energético, etc.), para luego redistribuirlos de vuelta al mismo sector, pero de una manera más equitativa en forma de infraestructuras, educación, sanidad, investigación, desarrollo y cualquier otra prestación que se haya habilitado. El papel de los impuestos en las modernas economías de mercado sigue siendo el mismo que en tiempos ancestrales: transferir recursos reales hacia el Estado, para que este los vuelva a redistribuir. Antiguamente era en aras de la concentración de poder, de la colonización y del esclavismo, pero en tiempos recientes suele ser en aras de la equidad y de la justicia.

En definitiva, la TMM se apoya en los postulados chartalistas para señalar que el dinero fue una creación del Estado para facilitar y multiplicar la transferencia de recursos reales de los ciudadanos a las autoridades. Es la utilización del monopolio de la violencia a través de impuestos lo que da valor al dinero del Estado y también lo que impulsa la producción de bienes y servicios en el sector no estatal. En el próximo capítulo profundizaremos en estas y otras funciones que tienen los impuestos de acuerdo con la TMM.

[1] H. D. Macleod, The Theory of Credit, Londres y Nueva York, Longmans, Green, and Co., 1889-1891, p. 57.

[2] G. Simmel, The Philosophy of Money, [1900], Londres, Routledge, 1907, pp. 177-178 [ed. cast. Filosofía del dinero, trad. Ramón Cotarelo, Madrid, Capitán Swing, 2013].

[3] G. F. Knapp, The State Theory of Money [1905], Londres, MacMillan & Company Limited, 1924.

[4] A. Lerner, «Money as a Creature of the State», The American Economic Review 37, 2 (1947), pp. 312-317.

[5] C. A. E. Goodhart, «The two concepts of money: implications for the analysis of optimal currency areas», European Journal of Political Economy 14 (1998), pp. 407-432.

[6] L. R. Wray, Modern Money Theory: A Primer on Macroeconomics for Sovereign Monetary Systems, Londres, Palgrave Macmillan, 2012.

[7] K. Polanyi, The Livelihood of Man, Nueva York, Academic Press, 1977. [ed. cast.: El sustento del hombre, trad. Ester Gómez Parro, Madrid, Capitán Swing, 2009].

[8] J. D. White, Karl Marx and the intellectual origins of dialectical materialism, Londres, Macmillan, 1996.

[9] P. H. H. Vries, «Governing growth: A comparative analysis of the role of the state in the rise of the West», Journal of World History 13, 1 (2002), pp. 67-138.

[10] Para una revisión detallada de este tipo de experiencias véase M. Forstater, «Taxation and primitive accumulation: the case of colonial Africa», Research in Political Economy 22 (2005), pp. 51-65.

IV

Los impuestos no financian los gastos públicos

Ya hemos visto cómo los Estados pueden lograr que el dinero que crean de la nada sea aceptado por la población de su territorio gracias a la exigencia de impuestos. En este capítulo vamos a profundizar sobre ello y a explorar cuál es exactamente el papel de los impuestos en cualquier economía.

Siempre ha habido un debate muy vivo sobre lo que da valor realmente al dinero[1]. Si es simplemente un invento abstracto del Estado, ¿por qué eso tiene valor? ¿Por qué la gente lo utiliza? La visión de dinero-mercancía y sobre todo sus variantes metalistas consideran que es porque el dinero está hecho o se referencia en algo que sí tiene valor. Hay otras explicaciones que hablan de un bucle infinito de aceptabilidad; es decir, que una persona acepta el dinero del Estado porque sabe que otras personas lo aceptarán a cambio de la venta de bienes y servicios, y esas personas lo aceptarán a su vez porque saben que otras harán lo mismo, y así indefinidamente. Hay otras visiones, más vinculadas a la teoría de las finanzas, que sostienen que la gente acepta el dinero del Estado en tanto en cuanto este lo gestiona como un activo financiero que otorga cierta rentabilidad a su poseedor. Y también hay otras, como la del economista Joseph Schumpeter, que señalan que la aceptabilidad del dinero se debe a una cuestión legal: los legisladores deciden qué tipo de dinero se debe usar[2].

Pero ya hemos visto que la TMM, apoyándose en los planteamientos chartalistas, ofrece una respuesta diferente a esta pregunta. Lo que da valor al dinero es que el Estado obligue a pagar impuestos utilizándolo. Esto hace que la gente demande el dinero del Estado para pagarlos y evitar así represalias penales.

El brillante economista Hyman Minsky ahondó en esta explicación al vincular la necesidad de pagar impuestos con la producción de bienes y servicios, porque eso sí que tiene valor real: «la necesidad de pagar impuestos implica que la gente trabaje y produzca para obtener lo que tiene que ser pagado en impuestos. Por lo tanto, los impuestos que necesitan ser pagados dan valor al dinero de la economía»[3]. Se trata de un ligero matiz a la premisa chartalista: lo que da valor al dinero no son directamente los impuestos, sino el trabajo que deriva de la exigencia de impuestos.

En cualquier caso, esta idea de que los impuestos dan valor al dinero, que puede parecer un tanto rara a priori, fue señalada incluso por el propio Adam Smith, que, como vimos en el capítulo 1, adoptaba la visión de dinero-mercancía. En su obra maestra, La riqueza de las naciones, escribió: «Un príncipe, al promulgar que una proporción determinada de sus impuestos debe ser pagada con un dinero-papel de un determinado tipo, puede dar un valor determinado a ese papel-dinero»[4]. Pues ahí lo tenemos, el padre de la ciencia económica entendiendo perfectamente que una autoridad, en este caso un príncipe, puede dar valor a su dinero imponiendo impuestos. Ilustres economistas que vinieron después de él también asimilaron muy bien esta idea, como John Stuart Mill, John Maynard Keynes, William Stanley Jevons o Abba Lerner[5].

De hecho, en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, esta idea de que los impuestos dan valor al dinero estaba ya bastante extendida entre la población, no sólo entre los economistas. Por ejemplo, la Enciclopedia Británica de 1946 recogía la siguiente definición de «dinero»:

Si el Gobierno anuncia su disposición a aceptar cierto medio de pago en la liquidación de impuestos, los contribuyentes estarán dispuestos a aceptar este medio de pago porque pueden utilizarlo para pagar impuestos. Todos los demás estarán entonces dispuestos a aceptarlo porque pueden usarlo para comprar cosas a los contribuyentes, o para pagarles deudas, o para hacer pagos a otros que tienen que hacer pagos a los contribuyentes, etcétera[6].

Sin embargo, tras la decadencia de las ideas keynesianas y la irrupción y auge del enfoque neoclásico a partir de los años sesenta y setenta del siglo xx, esta concepción de los impuestos fue perdiendo fuerza hasta llegar a su mínima expresión. Y hoy lo que impera es la intuitiva –pero sesgada– idea de que la función de los impuestos es financiar el gasto público. Una idea absolutamente rechazada por el chartalismo y por la TMM, y esto es fácil de entender. Si el dinero es algo que crea el Estado, entonces no necesita impuestos para disponer de dinero. La idea de que un Estado necesita recaudar dinero para poder utilizarlo después es propia de la visión de dinero-mercancía, porque entiende que el dinero es una cosa que está en nuestro entorno natural y que hay que cogerla para poder usarla. Pero la visión chartalista sostiene que el dinero es una invención inmaterial del Estado. Por lo tanto, la función de los impuestos no puede ser la de recaudar dinero, porque el Estado puede crear siempre que quiera el suyo.

Por enlazarlo con lo que vimos en los capítulos 2 y 3: las autoridades sumerias no exigían tributos para recolectar unas tablillas de arcilla que ellas mismas creaban. Lo hacían para obtener recursos reales. De hecho, la gente sólo podría tener tablillas de arcilla si las autoridades las habían creado primero. Por lo que el gasto público venía antes que los impuestos.

Esto lo podemos ilustrar mejor recuperando la anécdota que cuenta siempre el economista de la TMM Warren Mosler. De visita por Pompeya, viendo los yacimientos arqueológicos, la guía turística les enseñó una serie de monedas y explicó: «Estas monedas las necesitaba recaudar el Imperio romano para luego poder gastarlas en campañas militares, en construcción de acueductos, en pago a funcionarios, etc.». Y entonces Warren Mosler preguntó: «Pero ¿y esas monedas de dónde salían?». A lo que la guía respondió: «Las creaba el Imperio romano utilizando los minerales que sacaba de las minas». Y entonces Mosler volvió a preguntar: «Pero, si las monedas las creaba el Imperio romano, ¿por qué entonces has dicho que tenía que recaudarlas para poder utilizarlas? ¿No sería que primero tenía que crearlas, luego ponerlas a disposición de la gente y luego recaudarlas? Porque no se puede recaudar algo que todavía no has creado». A lo que la guía dijo: «Sigamos adelante, sigamos adelante». Porque evidentemente no tenía respuesta a su pregunta. El Imperio romano no necesitaba recaudar monedas para realizar sus gastos. No era esa la función de los impuestos.

Esto ocurre también en la actualidad, aunque la casuística es más compleja, como veremos en otro momento.. Pero abramos el apetito con la siguiente pregunta: ¿de dónde cree el lector que han salido todos los euros que tiene en sus bolsillos y en su cuenta bancaria? Lo cierto es que han salido de una institución pública; en este caso, el Banco Central Europeo, que es el único que puede crear los euros (o dar el permiso para que se creen; cuestión que atenderemos en otras páginas). Como se puede ver fácilmente, esto rompe la idea de que el sector público es una especie de parásito del sector privado que necesita sus impuestos para financiar el gasto público. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa apelación –normalmente despectiva– al empleado público de «yo te pago el sueldo»? Pues la TMM le da la vuelta a este razonamiento: no es sólo que el empleado público pueda cobrar su sueldo sin necesidad de que el sector privado pague impuestos, sino que el sector privado no podría tener dinero en sus bolsillos ni pagar impuestos si el sector público no lo hubiese creado antes. Toma ya.

Esto de que los impuestos no servían para financiar el gasto público es algo que incluso un presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Beardsley Ruml, explicó con detalle en 1946 (una época en la que, como digo, todo esto se entendía mejor que en la actualidad)[7]. Dicho presidente explicó que un Estado soberano no necesitaba impuestos para financiar sus gastos, pero que los necesitaba para otras cosas. Y es aquí donde introducimos el resto de las funciones de los impuestos. Tras (1) la función de concentrar y distribuir recursos reales y (2) la de dar valor al dinero, que ya hemos abordado, tenemos (3) la función de destruir dinero y reducir la capacidad económica de la población. Es evidente, la persona que paga impuestos no podrá utilizar ese dinero para consumir o invertir. Los impuestos destruyen el dinero que crea el Estado, lo cual puede ser necesario cuando hay demasiado dinero en circulación. Esto es algo que veremos con más detenimiento en el capítulo 15.

Otra función importante de los impuestos es que (4) afectan a la distribución de la riqueza y de la renta. En efecto, si los impuestos afectan más a unas personas que a otras, como ocurre especialmente con los impuestos progresivos, la desigualdad cambiará, para bien o para mal[8]. Otra función de los impuestos es (5) penalizar determinados comportamientos. Por ejemplo, el impuesto al azúcar o al tabaco desincentiva su consumo por razones sanitarias, o los impuestos verdes desincentivan la contaminación por razones ecológicas. Otra es (6) ayudar a algunas empresas. Por ejemplo, los aranceles, que son impuestos a los productos extranjeros, elevan el precio de estos, lo que le viene bien a la industria nacional que compite en precio con ellos. Y la última función de los impuestos que señalaremos aquí es que (7) ayudan a valorar determinados bienes y servicios que produce el Estado. Por ejemplo, las cotizaciones sociales son una especie de impuesto que ayuda a los ciudadanos a valorar las prestaciones sociales que ofrece la Seguridad Social, como el desempleo o las pensiones[9].

En fin, ya deberíamos haber entendido que para la TMM un Estado soberano no necesita recaudar impuestos para gastar, sino que es precisamente al revés: para poder ingresar, primero ha tenido que gastar e introducir el dinero en la economía. Los impuestos no sirven para financiar los gastos, sino para muchas otras cosas, entre las cuales destaca dar valor al dinero que crea el Estado de la nada. En el próximo capítulo veremos las limitaciones a las que se enfrenta un Estado para imponer por la fuerza la utilización de su dinero a través de impuestos y exploraremos el debate que existe entre la visión chartalista y la metalista.

[1] Véase, por ejemplo, M. Louzek, «The battle of methods in economics. The classical Methodenstreit – Menger vs. Schmoller», The American Journal of Economics and Sociology 70, 2 (2011), pp. 439-463.

[2] J. A. Schumpeter, History of Economic Analysis [1954], Nueva York, Oxford University Press, 1994 [ed. cast. Historia del análisis económico, trad. Manuel Sacristán, Barcelona, Ariel, 2015].

[3] H. P. Minsky, Stabilizing An Unstable Economy, New Haven, Yale University Press, 1986, p. 231.

[4] A. Smith , La riqueza de las naciones [1776], Madrid, Alianza, 1994, p. 312.

[5] W. Mosler y M. Forstater, «The natural rate of interest is zero», Working Paper n.º 37, 2004. Disponible en [https://www.pragcap.com/wp-content/uploads/2011/02/WP37-MoslerForstater.pdf].

[6] Lerner, «Money», en Encyclopedia Britannica, Londres y Chicago, 1946, p. 693.

[7] B. Ruml, «Taxes for revenue are obsolete», American Affairs 8, 1 (1947), pp. 35-38. Para una traducción al castellano: [http://www.redmmt.es/recaudar-impuestos-como-fuente-de-ingresos-esta-obsoleto/], último acceso el 14 de abril de 2021.

[8] Para profundizar en el debate existente en torno a la función redistributiva de los impuestos desde una visión de la TMM, véanse: A. Baker y R. Murphy, «Modern Monetary Theory and the Changing Role of Tax in Society», Social Policy & Society 19, 3 (2020), pp. 454-469; T. Fazi y B. Mitchell , «Tax havens must be closed, but not for the reasons you think», Green European Journal, 16 de febrero de 2018, disponible en [https://www.greeneuropeanjournal.eu/tax-havens-must-be-closed-but-not-for-the-reasons-you-think/], último acceso el 14 de abril de 2021; R. Murphy, «Tax Justice and Modern Monetary Theory: a Guide», Naked Capitalism, 30 de marzo de 2020, disponible en [https://www.nakedcapitalism.com/2020/03/tax-justice-and-modern-monetary-theory-a-guide.html], último acceso el 14 de abril de 2021.

[9] Para profundizar en las funciones de los impuestos desde una perspectiva de la TMM, véase, por ejemplo, H. Bougrine y M. Seccareccia, «El papel de los impuestos en la economía nacional», en P. Piégay y L.-P. Rochon (eds.), Teorías monetarias poskeynesianas, Madrid, Akal, 2006.

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