Loe raamatut: «Cásate conmigo... de nuevo», lehekülg 2

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II.

TRES RELATOS

El que sabe todas las respuestas

no se ha hecho todas las preguntas

Confucio

LA SEPARACIÓN SE HA CONVERTIDO en un hecho muy común del horizonte cultural actual, socialmente aceptado. Esta situación reclama el desarrollo de una nueva forma de pensar: ¿es posible seguir amándose, también cuando en la pareja pasa algo grave? ¿Qué hacemos cuando suceden hechos que no son fisiológicos, como una traición, el enamoramiento de otro, u otras situaciones importantes, que ponen en seria crisis la confianza recíproca?

¿Se puede reconstruir la relación, realmente, en casos como estos? ¿Podemos volver a enamorarnos tras una desilusión profunda? Entre los creyentes, es frecuente que una crisis matrimonial importante dé paso a preguntas más amplias, relacionadas con la fe y con el significado vocacional de la elección: ¿cómo se pueden conjugar la desilusión y el amor? ¿Cómo se puede continuar con la relación, tras la ruptura de la promesa o cuando la gravedad de la desilusión parece hacer que se esfumen por completo los proyectos que habíamos soñado cuando nos enamoramos? ¿Puede Dios querer esto? ¿Es posible que quiera que seamos infelices?

La respuesta a estas preguntas no es sencilla. No hay respuestas estandarizadas, o válidas para todos y por igual. Solo existen las historias personales. Pero en cualquier historia, por muy diferente que sea de otras, salen a la luz elementos que se repiten significativamente y que permiten identificar algunas claves de interpretación que tienen una utilidad transversal y válida para todas las situaciones. Y contar con una clave de lectura nos permite mantener siempre abierta la esperanza.

Por este motivo, he decidido que las partes más teóricas del libro vayan de la mano de ejemplos concretos, tomados de la historia de tres parejas. Las he seleccionado entre las muchas que han acudido a mí en momentos de crisis más aguda, y a las que he acompañado en el recorrido de comprensión de su propia historia.

Quisiera aclarar que no se trata de parejas “patológicas”, sino de parejas completamente normales, como las que nos encontramos a diario: personas que se han enamorado, que han decidido casarse, y que han tenido hijos. Son personas que se quieren. Pero, a pesar del amor mutuo, algo en su historia se ha roto: algo que ellos, por sí solos, no pueden reparar.

Al igual que en otros casos, también en estos, los dos cónyuges han sido incapaces de abrir a lo largo del tiempo un encuentro lo suficientemente franco y abierto entre ellos. Este es necesario para negociar la relación, reorganizarla y darle una nueva forma que sea más satisfactoria para ambos. Los motivos son variados; muchas veces se evita la discusión con la intención declarada de proteger al otro, a uno mismo y a la relación. Pero la dificultad para comprender las dinámicas que están en juego y modificarlas de forma flexible ha llevado a endurecer y a dejar sin salida la estructura misma de la relación. En ausencia de una buena comunicación y de una recíproca y progresiva adaptación, la relación se ha vuelto paulatinamente asfixiante e insatisfactoria, y desemboca en el problema que ha hecho estallar la situación.

En este capítulo, me propongo empezar por presentar las tres situaciones tal y como me las encontré en el momento de la petición de ayuda. He elegido nombres imaginarios y he procurado que los protagonistas no sean reconocibles, aunque han dado su consentimiento al uso de su historia. Por razones de espacio, no podremos seguir sus historias hasta el final. A lo largo del libro, voy a recuperar elementos de una o de otra, para ilustrar las partes más teóricas con ejemplos más concretos.

Primera historia: Marta y Luca

Marta y Luca tienen la misma edad; los dos son profesionales, y tienen a sus espaldas un largo matrimonio: llevan casados 27 años y tienen tres hijos mayores, que todavía viven en su casa. Cuando vienen a verme, están atravesando una crisis importante: Marta ha descubierto que Luca le traiciona. No es una traición episódica, sino una relación que había empezado casi tres años antes de que Marta la descubriese por casualidad. En ella no hay nada especialmente original: «la otra» es una compañera de trabajo más joven, con quien Luca comparte buena parte de su tiempo. Marta, que tenía plena confianza en él, nunca ha sospechado nada. Ahora está destrozada por la profundidad de la decepción y del dolor: tiene delante a un extraño, un hombre al que no conocía. Pero ella y su marido tienen una larga historia en común, tres hijos, y una vida juntos, que todavía tiene valor para ambos. Además, los dos son creyentes, y esto les mueve a hacer un intento serio de tratar de superar la crisis y de reencontrarse.

En el primer encuentro, Marta se muestra muy dolida y enfadada. Aunque está decidida a tratar de reconciliarse, afirma que no sabe si va a ser capaz de perdonar a su marido. Luca, en cambio, parece sobre todo agobiado y confundido: reconoce que siente el mal que le ha hecho a Marta, pero solo parece darse cuenta plenamente en este momento. Sobre todo, parece preocupado ante la posibilidad de una separación, que no quiere: la posibilidad de perder a Marta y su vida representa, en este momento, una hipótesis aterradora.

Segunda historia: Costanza y Gregorio

Costanza es la primera que viene a mi consulta, y lo hace sola. También ella ha descubierto recientemente que su marido la ha traicionado varias veces. Costanza y Gregorio llevan casi 10 años casados. Son las personas más diferentes que se pueda imaginar: ella es italiana, él es originario de un país africano; entre ellos hay tradiciones, cultura y costumbres completamente diferentes. Pero Costanza dice: «Cuando decidimos casarnos, éramos muy conscientes de nuestras diferencias, y durante todo el noviazgo cuidamos de forma especial nuestra relación. Quisimos que nos acompañara, paso a paso, un sacerdote que goza de la confianza de ambos. Después, casi enseguida, nacieron los niños: dos, de edades muy cercanas. La vida nos ha arrollado, y nos hemos alejado. Ahora he descubierto que él me ha traicionado varias veces, con chicas muy distintas a mí».

Costanza está destrozada, desconfiada, enfadada. Pero decide proponer a su marido un encuentro conmigo. El fuerte vínculo que él también tiene con sus hijos, y su marcado sentido de la familia le dan un pequeño margen de esperanza.

Unos meses después, Costanza y Gregorio vienen a mi consulta, y empezamos un recorrido, breve pero intenso, que les conduce al reencuentro.

Tercera historia: Chiara y Matteo

Chiara y Matteo llevan 13 años casados, y hace poco que han tenido a su tercer hijo. Matteo es seis años mayor que Chiara, y el trabajo le obliga a ausentarse de casa con frecuencia, a veces durante varios días. Durante una pelea bastante dura, Chiara le ha dicho a Matteo que se ha enamorado de otro: no admite que le haya traicionado (aunque él lo sospecha), pero Matteo se siente como si lo hubiera hecho. Siempre ha pensado en Chiara como una chica joven, sobre la que él tenía cierto ascendiente, ni se le había ocurrido que ella pudiera pensar en otro.

Matteo está herido, airado, incrédulo. Pero su unión con Chiara es muy fuerte y la sola posibilidad de perderla no entra, por ahora, entre las opciones que quiere considerar.

También él encontraba dificultades en la relación con Chiara. Sobre todo, tenían que ver con que ella es muy reservada, poco capaz de compartir sus pensamientos y sus emociones, en la forma afectiva que le gustaría a él. Por este motivo, se siente aún más herido por el hecho de que ella se pueda haber “emocionado” con otro. Para él, es impensable la infidelidad en las relaciones, porque él es muy fiel en sus sentimientos cuando se vincula a alguien. Chiara lo ha sumido en una incertidumbre dolorosa.

En cambio, Chiara parece confundida. Ella también se siente muy unida a Matteo, y no llega a entender lo que le está pasando, el porqué de esta sensación de haber “perdido la cabeza” precisamente ahora que acaban de tener otro hijo. Al mismo tiempo, está convencida de que esta situación debe significar algo, y que su matrimonio llevaba tiempo sin funcionar bien. Es cierto que no consigue abrirse mucho con él, pero esto también sucede porque la emotividad de Matteo le parece, a veces, excesiva. No sabe por qué, pero esto hace que se sienta como en peligro. Además, en la última temporada, la inteligencia crítica de Matteo, que tanto le entusiasmaba, se ha convertido en una actitud hipercrítica que le hace sufrir. Dice que Matteo tiene que tratar de entenderla, si quiere evitar que el matrimonio se rompa. Ella quiere mantenerlo, porque sabe que todavía les quiere, a él y a sus hijos.

Brevemente, esta es la situación en que se encontraban las tres parejas en el momento de pedir ayuda. Son personas dolidas y desorientadas, a quienes les cuesta hablarse y que confían al terapeuta su historia herida.

La primera expectativa y la más común, sobre todo para quienes han padecido un daño, es la de encontrar a alguien que “haga justicia”. A veces es una expectativa un poco mágica, como si la intervención externa de un especialista pudiera reajustar lo que se ha roto, y pusiera cada cosa en su sitio. Hay un deseo latente de que existan palabras capaces de anular el dolor, de dar la razón a quien la tiene, y de hacer que quien ha hecho daño se dé cuenta de lo que ha hecho.

Pero el trabajo de ayuda a la pareja en crisis no tiene nada que ver con una atribución de razón y de error. El verdadero punto de partida es la acogida como paciente a la relación misma, tal y como es; a la relación de pareja con su historia, sus vicisitudes y sus contradicciones. Esta es el sujeto al que hemos de tratar de comprender y curar entre todos. Para eso, tenemos que suspender momentáneamente el juicio.

Es importante aclarar que esto no significa de ninguna forma “justificar” los comportamientos objetivamente negativos (como, por ejemplo, la traición). Se definen como tales, y deben seguir siéndolo, sin ambigüedad. Más bien significa compartir la necesidad de moverse poco a poco hacia un plano distinto al juicio, para llegar a comprender juntos qué es lo que ha podido pasar para que dos personas que se querían se hayan distanciado tanto.

Cada pareja es algo más que la simple suma de dos individuos: cada uno de los dos, en el marco de otro encuentro, habría dado origen a un sistema-pareja completamente diferente. Esto es así porque cada pareja es un sujeto en sí mismo, con una fisionomía propia y específica. Para comprenderla a fondo, es necesario recorrer con curiosidad y paciencia la historia común, desde el punto de vista de cada uno.

Esto supone que lo más importante a lo largo del recorrido no es definir los hechos en su objetividad, o esforzarse por reconstruir de qué forma han ido las cosas (quizá buscando en el terapeuta a alguien que sentencie sobre quién tiene razón). En cambio, es importante presentar una lectura nueva y compartida de las dos subjetividades, para aprender a dar plena legitimidad a dos puntos de vista que pueden ser, a veces, muy diferentes entre sí.

El marido y la mujer tienen, cada uno, su historia personal, que ha empezado mucho antes de que se conozcan. Esta historia personal condiciona sus expectativas sobre la relación, y también las formas que tiene cada uno de relacionarse. Por eso, se debe empezar por ahí.

Es frecuente que, una vez superada la fase inicial, en la que cada uno cuenta a su manera la crisis que les ha traído a mí, y una vez establecida una alianza que lleve a que ambos se sepan acogidos y no juzgados, invito a cada uno a hablar de sí mismo, en presencia del otro. Cuenta su historia personal y la historia de la pareja desde su punto de vista y desde su vivencia. Invito también a cada uno a escuchar el relato del otro con una escucha nueva, atenta y, si es posible, más libre. Se posiciona junto al terapeuta, en una dimensión abierta que es distinta del juicio.

Un paso muy importante en este proceso es el de pedir, por turno, que cada uno cuente cómo nació su historia: sus recuerdos del primer encuentro, sus impresiones, las preocupaciones y expectativas de la fase del enamoramiento. Este momento siempre es muy significativo y casi siempre lo sitúo al principio de la intervención de ayuda, aunque lo retomo varias veces a lo largo de las sesiones. El modo en el que cada uno presenta su encuentro con el otro, las palabras que escoge para contarlo, la memoria de las emociones sentidas, las emociones que suscita el recuerdo: el conjunto de estos aspectos nos aporta, a mí y a ellos, una clave para recuperar los elementos sobre los que podamos fundar la esperanza, si los hay. Con un poco de experiencia, muchas veces se puede reconocer, a través de las palabras y de las emociones, que se transparenta la intuición inicial más profunda que han tenido, en su día, el uno de la otra. Si dejamos espacio al relato del enamoramiento, podemos captar un sentido de unidad y de valor recíprocos. Podemos, entonces, volver a empezar desde ahí, porque ahí se encuentra la fuente de la energía positiva que ha alimentado la decisión de vivir juntos: es una energía que está adormecida, pero que tal vez no ha desaparecido, como un pequeño fuego silencioso que late bajo las cenizas.

III.

LA FORMACIÓN DE LA PAREJA. EL ENAMORAMIENTO

¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres!

¡Palomas son tus ojos!

¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso!

Puro verdor es nuestro lecho.

Las vigas de nuestra casa son de cedro,

nuestros artesonados, de ciprés

Cantar de los Cantares 1, 15-17

Un poco de teoría

El modelo de funcionamiento de toda relación de pareja tiene sus raíces en el enamoramiento. Es un acontecimiento imprevisible, que trae consigo emociones muy fuertes: entre las muchas personas que tenemos la suerte de conocer, una en concreto consigue activar ese conjunto de deseos y emociones que hacen que queramos compartir con ella nuestro tiempo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos.

El enamoramiento es un acontecimiento muy específico, fuertemente anclado en las vicisitudes de la historia personal de cada uno. Ya Freud, en sus Tres ensayos sobre teoría sexual, observaba que «encontrar el objeto (es decir, encontrar a la persona que se convierte en objeto de nuestro amor, que hace que nos enamoremos de ella) es, sencillamente, recuperarlo». Freud decía que en el enamoramiento tiene lugar una especie de “reconocimiento” del objeto: hay algo del otro que nos impresiona especialmente, como si esa persona, que en realidad es desconocida, no fuera totalmente nueva para nosotros, como si presentase características que la hacen “familiar”.

El punto de referencia básico para este “reconocimiento” inesperado es la relación con los primeros objetos de nuestro amor en la vida, que son nuestros padres. Aunque adopta formas diferentes, la relación con ellos es esa referencia fundamental, en gran parte inconsciente, sobre la que hacemos nuestra elección: ya sea en sentido positivo (por semejanza) o negativo (por diferencia). No se apoya necesariamente en el progenitor del sexo opuesto, como sostiene la creencia común, con algo de simplificación. A veces es el progenitor de nuestro mismo sexo el que aporta la impronta que rige nuestro deseo. Además, son muchos los casos en los que, más allá de las características específicas y personales del propio objeto, adquiere una importancia decisiva el tipo de relación que se instaura con él. Con sus características más profundas, ese objeto vuelve a proponer el modo de funcionar de la pareja de progenitores, o, por el contrario, lo rechaza drásticamente y nos opone a ella.

El encuentro entre dos personas que se enamoran es un acontecimiento complejo, entre otras cosas, porque se produce sobre dos niveles de funcionamiento afectivo. Por un lado, se encuentra la organización libidinosa (el así llamado “ideal del Yo”): hace que elijamos en el otro esos aspectos que nos atraen y nos gustan, las características que nos parecen agradables y positivas. Por otro, en lo más profundo se encuentra un nivel de atracción menos evidente y consciente, que está relacionado con la historia de nuestro desarrollo y con el modo en que hemos organizado la que se define como nuestra “organización defensiva”: es decir, el inconsciente nos orienta hacia alguien cuyas características “funcionan bien” para mí. Su modo de ser es, en cierto sentido, complementario al mío, y estar con él hace que me sienta estable en el plano de mi funcionamiento, además de salvaguardar el equilibrio psíquico alcanzado hasta ese momento.

Como he mencionado antes, se trata de un nivel principalmente inconsciente. Por eso, el tema es complejo y un poco técnico. Pero voy a tratar de aportar, en la medida de lo posible, una explicación comprensible.

Cada niño (y todos lo hemos sido) necesita, ante todo, amor, seguridad y atención. El cachorro humano solo puede desarrollarse en la relación y es completamente dependiente de su ambiente de pertenencia. Por este motivo, su instinto le lleva a tratar de modelarse según las expectativas que percibe en las personas que le cuidan y por las que quiere ser considerado.

Esas expectativas son, muchas veces, inconscientes. Se transmiten de modo imperceptible, por medio del rico intercambio de retroalimentaciones comunicativas entre el niño y el ambiente: el tono de voz, la mirada, la forma de ser abrazado o de dejar de serlo, el ser tenido cerca o lejos; o, por el contrario, ser rechazado por sus características y sus comportamientos. Esto le empuja a adoptar progresivamente una forma de ser que le capacite para atraer sobre sí la atención y el interés, según expectativas que reconoce. Aunque sea inconsciente, esto supone un continuo trabajo de mutua influencia entre el niño y el ambiente, en el que el niño usa los recursos que tiene a su disposición en cada momento específico de su desarrollo para obtener una respuesta a sus necesidades.

Podríamos decir que, a medida que crecemos, cada uno de nosotros “se organiza” psicológicamente, por una parte, para atraer la benevolencia y la atención de los demás; por otra, para defenderse de la frustración que nace cuando el ambiente no nos entiende o no nos aprecia según lo que desearíamos.

Puedo tratar de ilustrarlo con un ejemplo: ser acomodaticios y condescendientes o, por el contrario, tendencialmente agresivos con las personas que nos parecen hostiles, son dos modos de ser (nosotros diríamos “dos caracteres”) opuestos, pero que tienen su origen en dos modalidades de defensa aprendidas precozmente.

Cualquiera de estas dos modalidades es “funcional” a nuestro bienestar psíquico. Ser condescendientes y estar siempre atentos para satisfacer al otro nos permite obtener su aprobación (y con ello hace que nos sintamos valiosos y amados). Aunque a veces obliga a reprimir algunas de nuestras emociones más negativas, también hace que evitemos el dolor psíquico que podría derivar de sentirnos poco considerados o desaprobados. Pero el estilo agresivo también tiene sus ventajas: a pesar de que pueda provocar desaprobación, la agresividad puede obtener esa atención que se desea como el bien más valioso; por otra parte, el sentimiento de rabia permite que no sintamos el dolor psíquico relacionado con la temida indiferencia del otro.

Así, se va construyendo paulatinamente un ámbito de normalidad, que se podría definir como un “estilo caracterial” personal, que es resultado de las mejores estrategias que cada uno ha logrado activar en cada momento del desarrollo. Son estrategias que se podrían definir como “de supervivencia”, porque procuran un equilibrio entre las necesidades, las competencias posibles en cada edad y la respuesta del ambiente. Es este un modo de funcionar que tiende a estructurarse y estabilizarse, y que la persona va a poner en práctica, sin darse cuenta siquiera, en la mayoría de las relaciones siguientes, y sobre todo las que sean afectivamente importantes. Cada adulto lleva siempre, en su interior, la huella del niño que ha sido, con sus éxitos y fracasos, pero también con las inevitables heridas que surgen de la imperfección natural de las relaciones. Ya sean grandes o pequeñas, estas heridas determinan el modelo defensivo que adopta cada uno, también según la edad en la que se hayan producido.

Volviendo a la relación de pareja, el encuentro que desencadena el enamoramiento es el que responde mejor a la forma que ha asumido la vida psíquica de cada uno hasta ese momento preciso.

Para profundizar en el significado de lo que estoy diciendo, puede ser útil hacer que hable, brevemente, una de nuestras parejas. De este modo, puede resultar más claro lo que me propongo explicar. Como es lógico, son solo elementos muy parciales, porque en este contexto resulta inevitable. Voy a usar las palabras de Marta y Luca (la primera de las parejas que he presentado) cuando relatan la situación familiar de la que proceden.

Marta: «Yo tengo una familia normal, unida. Mis padres discuten a veces, pero después hacen las paces. Siempre me han dejado muy libre, pero también me han hecho muy responsable, desde pequeña. Cuando tenía 9 años mi madre sufrió un agotamiento nervioso y yo he tenido que hacerme cargo de mi hermana pequeña. Siempre he sido la buena y responsable de la familia, considerada como un recurso para todos».

Luca: «Mi madre se casó muy joven, a los 17 años, porque estaba embarazada de mí. Papá tenía 25 años. Vivíamos con mi abuela, que me ha criado. Papá traicionaba a mamá, y ella se confiaba conmigo muchas veces y lloraba. Mi madre tiene un carácter posesivo y aprensivo, hasta hoy tiende a tratarme como a un niño».

Son pocas palabras, pero nos dejan entrever a Marta y Luca de niños, e imaginar las expectativas del ambiente en el que han crecido, y cómo las sentían recaer sobre ellos. Marta, con el deber de ser responsable, fiable y autónoma, evitando ser un peso para una madre con dificultades, de la que quería recibir, a cambio, el afecto y la sensación gratificante de ser “buena”. Luca, con la misión de estar cercano siempre a una madre joven y triste, de ser su confidente y de procurar que se sintiera mejor: así, ha sido un niño afectuoso, pero también limitado por una relación de dependencia.

Como he dicho antes, sobre la base de sus temperamentos, edades y de las exigencias del ambiente, ambos se han “organizado” inconscientemente en el plano psicológico. Han optimizado sus propios recursos para hacerse querer y para configurar su propio “estilo caracterial” profundo, que ha dejado huella en sus modos de ser.

Cuando se conocieron, la historia de cada uno ha tenido un peso importante en la confirmación de la elección recíproca, aunque de modo totalmente inconsciente. Más adelante voy a ilustrarlo mejor.

Y precisamente a partir de Marta y Luca podemos pasar a la escucha del relato que hace cada una de nuestras tres parejas sobre el momento del primer encuentro. Para cada historia, voy a tratar de sacar a la luz el elemento que ha hecho nacer la percepción profunda de una “complementariedad”, tanto en el nivel que he denominado “libídico”, como en el que he llamado nivel “defensivo”.

Es, sobre todo, esta percepción de ser complementarios a un nivel profundo lo que desencadena el enamoramiento.

Marta y Luca: el encuentro

Marta y Luca se conocieron en el comedor de la empresa donde ella trabajaba. Los dos tenían 25 años. Él llevaba varios meses haciendo prácticas en una empresa cercana, e iba a comer al self-service de la empresa de Marta. El encuentro ha sido fortuito.

Marta: «Un compañero me había dicho, unos días antes: fíjate, hay un tipo que no deja de mirarte. Me entró la curiosidad, entre otras cosas, porque era un chico realmente guapo. Hasta que un día me encontré detrás de él en la fila del autoservicio… ¡y como es un tipo algo torpe me pisó un pie! Enseguida se disculpó, por supuesto. Tenía el brazo escayolado por una fractura, y por eso yo le eché una mano con la bandeja. Después nos sentamos en la misma mesa y empezamos a hablar. Además de guapo, enseguida me pareció que era muy agradable e interesante».

Luca: «Ella también era muy guapa: me había llamado la atención desde hacía un tiempo, pero no sabía qué excusa poner para acercarme. Me parecía muy dulce, me daba una sensación familiar. Antes de hablar con ella, ya sentía una atracción fuerte, y hasta he pensado: ¡si me quedo por aquí, me caso con esta! En realidad, no sé por qué. Aquel brazo escayolado fue mi ocasión privilegiada».

Marta y Luca empiezan a comer juntos habitualmente; luego, a verse también después del trabajo, y se confirman los motivos de interés recíproco.

Marta: «Yo vivía sola, después de una relación importante que había ido mal. Era una persona con un fuerte sentido del deber; trabajaba mucho, me importaba mucho mi carrera y no había tenido mucho tiempo para hacer amigos. Cuando estaba con él, notaba un sentimiento agradable de ligereza y me divertía: él siempre estaba alegre, y tenía grandes habilidades para la relación; era un chico muy sociable, a quien le gustaba estar con los demás. Todo el mundo le quería. Además, enseguida hubo entre nosotros una fuerte atracción física: una constante de nuestra relación».

Luca: «Marta también me atraía mucho físicamente. Yo estaba en mi primera experiencia fuera de casa; hacía poco que había terminado una relación que había empezado en el instituto y que había durado más de seis años, entre crisis periódicas. Surgió una especie de simbiosis, yo estaba totalmente volcado en ella, casi hasta ahogarme. Marta me parecía muy madura, muy mujer. Enseguida he sentido que era una persona fuerte, capaz, valiosa. Era una persona independiente: precisamente eso que yo estaba buscando».

Por lo que respecta a la organización libídica (eso que me ha impresionado, eso que me ha gustado del otro), en el caso de Marta y Luca es bastante sencillo identificar cuáles son los elementos.

Marta: «Cuando estaba con él notaba un agradable sentimiento de ligereza y me divertía: siempre estaba alegre y tenía grandes habilidades para la relación; era un chico muy sociable, al que gustaba la compañía de los demás».

Luca: «Marta me pareció muy madura, muy mujer. He sentido enseguida que es una persona fuerte, capaz, valiosa. Era una persona independiente: justo lo que yo estaba buscando».

Además de la atracción mutua en el aspecto físico, a Luca le atrajeron la independencia y la seguridad de Marta (que a él le faltaban); mientras que a Marta le atrajo un modo de vivir la vida más relajado y menos “centrado en el deber” que el que había conocido en su familia.

Por lo que respecta, en cambio, a la organización defensiva (el otro considerado como alguien que contribuye de forma concreta a mantener estable mi modelo de funcionamiento), los elementos inconscientes de la atracción mutua se refieren al hecho de que cada uno de los dos resulta “perfecto” para favorecer la estabilización de la estructura defensiva del otro: cada uno de los dos encuentra en el otro la expresión de una parte “ausente” y/o incompleta de sí mismo. Junto a esto, encuentra en el funcionamiento del otro una confirmación y un refuerzo del propio “modo de funcionar” (que es el mejor que cada uno ha llegado a encontrar en el curso de su historia, en busca de un equilibrio entre las propias exigencias y las de su ambiente vital).

El encuentro entre Marta y Luca es “especial” porque supone el inicio de una nueva realidad, una “mente común” en la que las exigencias de ambos se expresan y reciben apoyo. Para Marta, el modo de ser de Luca expresa, por una parte, lo que ella no puede o no sabe expresar (es decir, atenúa su excesivo sentido del deber, que tiene su origen en sus vivencias de niña), y, por otro, justifica y refuerza su necesidad de ser fuerte/competente, en continuidad con su misma historia: Luca necesita que ella siga siendo exactamente la que es.

Para Luca, como en un reflejo, el modo de ser de Marta completa lo que él no puede o no sabe expresar (la plena autonomía, que le deje salir totalmente del mundo de su madre), pero también justifica y refuerza la positividad de su ser alegre, “ligero”, aunque también un poco dependiente; capaz de una socialidad que hace que Marta se sienta bien: Marta, de hecho, necesita que él siga siendo precisamente quien es.

Costanza y Gregorio: el encuentro

Costanza y Gregorio se conocieron en un avión entre Milán y París. Es difícil imaginar dos mundos de proveniencia más diferentes: Costanza es una chica italiana originaria del sur, la primera de cuatro hermanos, de una familia muy creyente; es licenciada en filosofía y tiene un trabajo de prestigio. No tiene a sus espaldas ninguna relación afectiva importante, porque siempre ha esperado la llegada de un encuentro lo suficientemente serio como para comprometerla de por la vida.

Gregorio, en cambio, es originario de un país africano; proviene de una familia en la que está vigente la poligamia y su padre ha tenido unos treinta hijos de muchas esposas. Su madre es la tercera de ellas. En su país, los niños son hijos de la comunidad y no necesariamente son criados por sus progenitores. Gregorio ha sido criado por un tío que no tenía hijos varones y que se ocupó de que él estudiase en una institución religiosa católica. Era un chiquillo inteligente, al que le gustaba mucho estudiar y que llegó al grado de licenciatura. Ha encontrado un trabajo muy bueno en Milán, que le hace viajar. Cuando conoce a Costanza está volviendo de París: un viaje que los dos recuerdan como un momento decisivo de su historia. Sin saber por qué, enseguida han empezado a hablar de cosas importantes; Costanza ha mostrado mucha curiosidad e interés por las vivencias de Gregorio. Ha percibido que es un chico especialmente inteligente, poco convencional. Han hablado hasta de la fe: él ha dicho que lleva tiempo en búsqueda, que recuerda con nostalgia su tiempo en el colegio y las enseñanzas que recibió entonces.

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