Pequeño circo

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Pequeño circo
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Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Diseño: Aina y Berta Obiols, La Japonesa

Composición digital: Pablo Barrio

Primera edición: Marzo de 2015

Segunda edición: Septiembre de 2017

Primera edición digital: Abril de 2020

© 2017, Contraediciones, S.L.

c/ Elisenda de Pinós, 22

08034 Barcelona

contra@contraediciones.com

www.editorialcontra.com

© 2015, Nando Cruz

Derechos reservados de todas las imágenes incluidas en este libro, excepto en los casos indicados.

ISBN: 978-84-18282-12-6

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

ÍNDICE

1  PRÓLOGO

2  PRIMERA PARTE SANTURCE MALASAÑA BURLADA BILBAO ALBACETE GRANADA BEMBIBRE SAN SEBASTIÁN GIJÓN MADRID ZARAGOZA BARCELONA NOISE POP SEVILLA BULLAS PRADEJÓN GETXO MALLORCA PERÚ

3  SEGUNDA PARTE MARAVILLAS, EL TEMPLO DEL INDIE BARCELONA, EL ESCAPARATE DEFINITIVO LOS PLANETAS SE ALINEARON EN GRANADA LA APUESTA MULTINACIONAL CUATRO CAMINOS DE REGRESO A GIJÓN UN HEREDERO DE AVIADOR DRO UN SELLO BORROSO Y DIFUMINADO LA PRIMERA DISCOGRÁFICA BOYANTE LA OTRA MITAD DE LA TARTA LA RULETA DE LAS DISTRIBUIDORAS RADIO NACIONAL DE ESPAÑA UNA NUEVA PRENSA MUSICAL LA FIEBRE DEL DISCO ROJO FESTIVAL INTERNACIONAL DE BENICÀSSIM EL CORTE MODERNO Y EL CAMBIO DE GUARDIA BUENOS PLANES MAL DISPUESTOS

4  TERCERA PARTE VEINTE AÑOS DESPUÉS

5  EPÍLOGO: SIERRA NEVADA

6  AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO

Pequeño circo, el primer EP de Sr. Chinarro, también la primera referencia del sello Acuarela, fue probablemente el primer toque de atención a la escena independiente que emergía en España a principios de los 90. Un pellizco burlón desde el epicentro de un movimiento que avanzaba entre el entusiasmo y el precariado, el hedonismo y el arribismo. Y, claro, ha sido demasiado tentador tomar como título de este libro aquella metáfora tan profética.

El Pequeño circo que ahora tienes en las manos es una narración oral hilada a través de los testimonios de más de un centenar de protagonistas del indie español de los 90. Hay anécdotas cómicas e historias de gánsteres, situaciones rocambolescas y desenlaces aterradores, confesiones íntimas y datos nunca antes desvelados. (Quizá se haya colado también alguna mentira.) Todas las declaraciones han sido recogidas expresamente para este libro1 y en ningún caso se han utilizado extractos de entrevistas publicadas con anterioridad, con la intención de que el conjunto compartiese una misma mirada, la que ofrece la perspectiva de los ya más de veinte años transcurridos desde entonces.

Cuando empecé a trabajar en este libro, tenía dos objetivos: explicar qué fue la escena independiente española de los 90 y también qué no hubo manera de que fuese. Si Pequeño circo corre el peligro de ser tomado como un ejercicio de nostalgia, lo matizo ya en su tercer párrafo: amarga nostalgia, si acaso. Este no quiere ser solo un viaje a los días gloriosos del indie, en caso de que existieran, sino, sobre todo, un relato en el que sopesar todo aquel entusiasmo, aquella impericia instrumental, aquella despreocupación por el dinero, aquel desinterés por la opinión del público, aquella voluntad de cambiar el mundo (o, por lo menos, cambiar la música que sonaba en la radio), aquellas ganas de probar algo nuevo… y ver en qué quedó todo.

El indie de los años 90 es, posiblemente, la escena musical que más ríos de tinta ha generado en España, sobre todo si lo comparamos con el interés que despertó en la población. Sin embargo, no se puede desdeñar el impacto que aquella generación de músicos tendría en años venideros. Para unos, el verdadero indie español apenas duró un año. Para otros, está más vivo que nunca. Aun admitiendo las discrepancias con respecto a su mutación ética (más que estética), el indie es también el género que mejor se ha aclimatado al paso del tiempo y uno de los más visibles en esta época de arrolladora retromanía. Unos perjuran que el indie se coló en el sistema para cambiarlo desde dentro, y otros denuncian que solo es la banda sonora cool del neoliberalismo. En cualquier caso, ha sobrevivido más que cualquier otro estilo.

El recorrido de Pequeño circo centra su atención en la primera década del indie, la que va más o menos desde 1988 —con los primeros pasos de grupos como Cancer Moon, Aventuras de Kirlian y Surfin’ Bichos— hasta 1998 —año de la explosión de Dover y el despegue del festival de Benicàssim—. Obviamente, esta historia empieza antes y sigue después porque el indie de los 90 tiene sus precedentes y porque algunos grupos siguieron en activo años después. Además, la mayoría de relatos arranca en aquellos momentos de la infancia y la adolescencia en los que sus protagonistas se sintieron irremisiblemente atraídos por la música. La generosísima predisposición de todos ellos para contarme su vida convierte muchos capítulos en historias autónomas dentro de este voluminoso libro.

A lo largo de trescientas horas de entrevistas, la respuesta más repetida por los grupos, y con diferencia, ha sido: «Nunca supe cuántos discos vendimos; nunca cobré nada del sello». Hasta tal punto ha sido la frase estrella, que barajé la posibilidad de titular este libro «Por favor, págame», en un guiño al relato oral Por favor, mátame de Legs McNeil y Gillian McCain sobre la escena punk norteamericana de los 70. Pero esas cuentas poco claras, en una escena cuyos músicos y sellos se consideraban entre sí poco menos que hermanos carnales, no son la única característica del indie. También está su fijación por lo estético, su amateurismo, su incapacidad para crear redes colaborativas sólidas, su anglofilia, su desconexión social, su dispersión geográfica…

Este último factor marcó desde el principio la estructura de Pequeño circo. Aunque Madrid acabase siendo el centro de negocios, y Barcelona, su principal escaparate, los personajes clave de esta escena nacieron en lugares tan dispares como Santurce, Albacete, Burlada, Mairena de Aljarafe, Eibar, Getxo, Sant Feliu de Llobregat, Granada, Palma de Mallorca, Bullas, El Puerto de Santa María y Zaragoza. Cada lugar jugó un papel distinto en esta historia. Si en Gijón fue esencial una radio libre, en San Sebastián lo fueron los conciertos en los institutos. Y si en Granada el circuito de bares y la facilidad para acceder a ciertas sustancias marcó un carácter, quizá nada hubiese sido igual si la orografía del Bierzo no hubiese impedido que en los años 80 solo llegasen a Bembibre las ondas de Radio 3.

La primera parte del libro recorre los principales viveros indie de la geografía española. No están todos porque este libro no tiene vocación enciclopédica ni completista y porque la intención ha sido recopilar historias interesantes que ayuden a hacerse una idea de cómo se pensaba y se actuaba en aquellos años. Tal vez algunos de los grupos que no aparecen en el libro se vean reflejados en las vivencias de las bandas que sí hablan aquí. (Por cierto, aunque ha habido que reescribir algunas frases para facilitar la comprensión al lector, también se ha intentado respetar la forma de hablar de cada persona y los localismos y giros propios de cada zona del país.)

 

La segunda parte del libro abandona el guion geográfico y arranca cuando empieza a vislumbrarse en el indie esa conciencia de pequeña industria musical. Con el éxito, sobre todo, de Los Planetas y Dover, el pequeño circo quiso crecer: alimentándose de las inyecciones económicas de la editorial Warner Chappell, probando suerte en la multinacional RCA, llamando a la radiofórmula, abonándose a la cultura del pelotazo musical a través de las distribuidoras… Tuve la tentación de titular esta segunda parte Gran circo, pero quizá hubiese sido exagerado. La industria independiente no empezó a transformarse en un gran circo hasta el siglo XXI.

Más allá de la infinidad de anécdotas que contribuyen a explicar qué fue y qué no fue el indie, Pequeño circo también quiere arrojar luz sobre las zonas oscuras que aún esconde el análisis del indie como fenómeno cultural. Por ejemplo, ¿fue el indie la antítesis de la Movida, o bien su dócil heredero? Hay una escena de potente carácter simbólico: el día que Los Planetas debutaron en la sala Maravillas, querían droga y quien se la vendió fue Enrique Urquijo, el cantante de Los Secretos. En aquel momento, les entregaba también, metafóricamente hablando, el testigo de la música pop española. Y esa misma noche empezaron a desencadenarse muchas otras preguntas.

¿El indie fue un movimiento rupturista o solo un viraje estético? ¿Qué tuvo de independiente, autogestionario, rebelde, experimental, contestatario o radical? ¿Qué penetración social real tuvo aquel amago de evangelización cultural? ¿Fue una música hecha por y para la clase media? Y aquel entramado de pequeñas discográficas, ¿tuvo algo de contracultural o solo fueron pymes como las de cualquier otro sector industrial? ¿Fue una revolución? ¿Una revolución estética, por lo menos? Entonces, ¿hablamos simple y llanamente de un cambio de moda? ¿O es cierto que se inició justo entonces un cambio profundo en las estructuras de la industria musical española?

Una de las trampas que el indie español se hizo a sí mismo fue buscar la inspiración en el extranjero mientras justificaba su frágil consistencia artística comparándose con el pop español de la época; querer ser como los Pixies y… bueno, al menos, molar más que Presuntos Implicados. No, la autocrítica nunca fue el punto fuerte del indie, pero tampoco los medios de comunicación ejercieron de filtro más allá de lo puramente estético. El gremialismo entre grupos, sellos y medios afines siempre impidió una crítica más seria al indie; incluso en los medios generalistas, que poco a poco irían comulgando con la escena. Ahora, cuando el eco de la música de los 90 es uno de los pilares de la industria, su revisión es más necesaria que nunca.

Ha pasado casi un cuarto de siglo y la distancia hace que los testimonios de Pequeño circo hablen con inusitada franqueza de sus éxitos y fracasos, de los momentos más turbios y de los más desconocidos. También se ha producido un fenómeno inesperado. Mientras el libro iba cobrando forma, han renacido, puntualmente o con intención seria de retomar su carrera, más grupos de los que nadie pudo imaginar jamás: Chucho, Mercromina, Automatics, Los Fresones Rebeldes, El Inquilino Comunista, Australian Blonde, The Faded Flower, Iluminados… Se han hecho homenajes a los desaparecidos Sergio Algora y Pedro San Martín, se han celebrado conciertos de aniversario del Devil Came to Me de Dover, de Una semana en el motor de un autobús de Los Planetas, del Hipnosis de Lagartija Nick, se preparan recopilatorios de El Regalo de Silvia… El indie español original ya tiene su revival.

Insisto, no es la intención de este libro contribuir a él, sino detectar en las explicaciones de sus protagonistas las grietas que presentaba aquella escena. Más de dos décadas después, la inmensa mayoría de los entrevistados, a quienes antes que nada quisiera reiterar mi agradecimiento por su inmensa paciencia, ven las cosas de otro modo. Muchos relativizan el peso cultural de aquella escena y repudian todo el legado discográfico; los hay que incluso reniegan de sus propios discos. Pero aun así, del indie español de los 90 hay mucho que aprender: de lo que pretendía ser y de lo que acabó siendo, de sus modestas virtudes, de su creciente ambición, de todo a lo que renunció por el camino y de las maniobras que se fueron sucediendo en la segunda mitad de la década. Quienes aspiren a reformar el indie o a recuperar sus valores primigenios encontrarán aquí algunas pistas de cómo nació todo, cómo creció, cuándo se perdió el norte, qué se pretendía realmente…

Los éxitos y carencias del indie son la base sobre la que se cimenta la industria independiente actual: con sus festivales obsesionados con el último grupo de revival noventero o la enésima reunión, con sus revistas entregadas ya de por vida a una labor acrítica y con sus discográficas perpetuando sin rubor las prácticas más injustas del show business. Los 90 son el caldo de cultivo de todo lo que tenemos hoy: un frágil tejido independiente, unos medios seguidistas, una estructura piramidal en cuya cúspide están los festivales, un circuito de conciertos en el que las marcas inyectan el capital como en los años 80 hicieron los ayuntamientos… No se trata de culpar de todo al indie, pero sí habrá que reconocer que aquella escena fue incapaz de proponer dinámicas alternativas. Al final, nada cambió. Solo el decorado.

Buena parte de los empresarios de la industria alternativa actual crecieron en esa época. Y aquella música, que hace dos décadas se autoproclamaba alternativa, disfruta hoy de un estatus cultural indiscutible. Pero aún tenemos que preguntarnos, quizá más que nunca, por sus valores y objetivos: qué explica de su entorno, cuál es su posicionamiento social, en qué medida cuestiona o fomenta las dinámicas más crueles del capitalismo, a quién representa… Son algunas de las preguntas que quedaron pendientes en su día.

Nando Cruz,

febrero de 2015

PRIMERA PARTE

SANTURCE

CON IÑIGO PASTOR (LA HERENCIA DE LOS MUNSTER), UNAI FRESNEDO (RADIATION), ROBER! (ATOM RHUMBA) Y JUAN HERMIDA (ROMILAR-D).

Los hermanos Iñigo y Gorka Pastor se sentían como «adolescentes del espacio exterior». En 1983, fundaron en Santurce el fanzine La herencia de los Munster, empezaron a cartearse con fanzines de todo el mundo y se habituaron a hacer autostop para cruzar la frontera francesa y comprar en Burdeos los discos que no encontraban en España.


Iñigo y Gorka Pastor confeccionando el fanzine La herencia de los Munster. (Cedida por Iñigo Pastor.)

ADOLESCENTES VASCOS DEL ESPACIO EXTERIOR

IÑIGO PASTOR: Nací en 1968 en Santurce, un pueblo de la margen izquierda de Bizkaia. Somos tres hermanos. Gorka es dos años mayor que yo. Mi padre era técnico de Iberduero y mi madre, ama de casa. Mi padre tenía discos de Miriam Makeba, Simon & Garfunkel y cosas de folk, pero quienes consumían más discos eran mis primos. Uno bastante mayor que nosotros tenía una colección de cómics impresionante y todos los discos de los Beatles, pero solo de los Beatles. Otro compraba el Vibraciones y tenía una colección muy buena de casetes. En su día compró la de los Sex Pistols. La escuché el día de Todos los Santos cuando subíamos en coche a ver a los ancestros al cementerio. Yo tenía doce años.

Santurce fue y sigue siendo un puerto muy importante y tiene un pasado acojonante de discotecas. En los años 70, en lo que llamaban la calle del dólar —una calle llena de discotecas—, actuaron Lone Star, Los Canarios y bandas británicas. A final de curso era muy habitual alquilar una discoteca de esas, decrépitas y preciosas, llenas de cristal y terciopelo, y con tus discos y con los de la propia discoteca te montabas la fiesta.

UNAI FRESNEDO: Nací en Bilbao en 1970. Mi viejo tocaba el acordeón en un grupo de baile muy famoso de la margen izquierda de Bilbao, Elai-Alai. Lo del acordeón era por afición. De oficio era sindicalista. Montó una escisión del SPV2.

Más que en casa, mi padre ponía música en el coche. La ponía para que te sobases. Antes de salir de vacaciones, íbamos a una tienda y compraba casetes: bandas sonoras míticas de Ennio Morricone, Joan Baez, Benito Lertxundi, canciones de amor de los Beatles… A partir de cierta edad, ya podías aportar tú alguna. La primera fue una de David Bowie, creo que del Hunky Dory. También del Another Side de Bob Dylan y alguna de Oskorri o grupos del rollo más reivindicativo vasco. Para escuchar La Polla Records, Eskorbuto y Cicatriz teníamos que llevarnos el walkman. Mi viejo sabía que lo escuchabas, pero no lo podías poner en el coche.

IÑIGO PASTOR: Del rock radical vasco, me identifiqué más con la parte política que con la musical. La Polla me parecían divertidos por las letras, pero no tenían nada que ver con lo que yo consideraba punk: básicamente, un rock and roll con cierta clase y sonido. Me gustaban Cicatriz y Eskorbuto, cosas más transgresoras y agresivas. El rock radical vasco fue un movimiento muy importante, pero lo musical estaba demasiado en segundo plano.

Uno de los primeros conciertos que recuerdo es el de Eskorbuto en las fiestas de Santurce. Tocaban en las fiestas del pueblo, así que lo vio todo dios: los viejos, los niños… Fue dantesco. Vi las ratas muertas que habían cogido para tirarlas al público. Sería el año 81. Yo no sabía lo que era, ni por qué ni cómo. Allí siempre ha existido esa tradición de contratar a grupos locales. Fue la primera y última vez que tocaron para el Ayuntamiento de Santurce.

La Movida madrileña nunca me interesó mucho: siempre la relacioné con Los 40 Principales. Veía a esos grupos en otra dimensión, como si todo estuviese ya hecho para ellos. Desechables sí me marcaron mucho. No tenían nada que ver con lo que había. Eran un caso aislado. Los vimos en las fiestas de Bilbao. Y en otros pueblos de alrededor tocaron Golpes Bajos, Gabinete Caligari y todo el boom de grupos de los 80 que ya iban a ayuntamientos con más presupuesto.

ROBER!: Nací en Barakaldo en 1971. Desde muy pequeño me gustó la música y escuchaba la radio. Pero en la radio había lo que había, así que iba con el casete preparado y, si me gustaba algo, lo grababa. Tengo dos hermanas mayores, pero escuchaban los hits: Supertramp o lo que fuera. Era fácil oír punk aquí. Me hice fan de los Ramones a los trece, de los Clash a los catorce… Luego empecé a indagar y a tirar patrás. El primer disco de la Velvet lo compré con quince años.

En Bilbao es normal empezar a salir a los catorce años e ir a conciertos con diecisiete.

UNAI FRESNEDO: En la ikastola coincidí con Iñigo y Gorka «Munster». Yo vivía en Las Arenas, en Getxo, pero mi madre era profesora en esa ikastola de Portugalete y estudié allí desde el parvulario.

En el colegio me empezaron a caer las primeras cintas de los Sex Pistols, los Clash, los Ramones, David Bowie… Te las pasaban, te las grababas… Y con quince y dieciséis años, las de rock radical vasco: R.I.P., Cicatriz, Tijuana in Blue, Eskorbuto, La Polla Records… Y de los Clash acababas llegando a los Pleasure Fuckers y te interesabas por el garaje.

El primer concierto que vi fue en una acampada en favor del euskera. Iba con mis tíos y escuché dos canciones de un tío que con los años descubrí que era Ruper Ordorika. También vi a los Pogues en la época de If I Should Fall from Grace with God. A la salida, cuando íbamos para el coche, me crucé con Shane McGowan, que salía abrazado a una rubia. Le pedí la boina y me la dio. La guardé como oro en paño durante cuatro o cinco años.

IÑIGO PASTOR: En los bares de Santurce y también en los de Portugalete había discos en los bares. Estaban allí, físicamente, y había alguien que los ponía. El de Dream Syndicate, por ejemplo, estaba en muchos bares.

 

En Portugalete estaba el Departamento S, como el grupo inglés del mismo nombre. Era el único bar con música un poco «nueva ola». Había otro cerca, el A Flúor, como la canción de Derribos Arias. Había mucho rock radical vasco y era normal que apareciesen hordas de punkies y se liaran a hostias con nosotros —los modernos— por estar ahí.

Allí íbamos con mi hermano Gorka y Francisco Chacón, un vecino de Santurce que tenía los discos de Joy Division, David Bowie, los Cars… Él me mostró mucha música. Cuando le conocí estudiaba Periodismo en la facultad de Lejona. Acabó siendo director de cultura de El Mundo.

También iba la gente que luego formaría Dinamita pa’ los Pollos. Eran de Las Arenas, en Getxo. Cruzaban el puente y estaban aquí. Y los de Nueva Religión, un grupo de afterpunk formado por varios hermanos.

UNAI FRESNEDO: Hubiera sido más normal tener relación con Iñigo, que solo me lleva dos años, pero tuve más contacto con Gorka, que era cuatro años mayor. Aunque cuando empecé a tener relación con él, ya se había pirado de la ikastola y había empezado Bellas Artes.

No éramos muchos los que pasábamos de Getxo a Portugalete, pero cuando salíamos nos juntábamos todos en el Depar. Andoni, el disc-jockey, era supermoderno: ponía a los Cramps y los discos que se traía de Londres o que compraba por correo. Mucho garaje, mucho psychobilly, mucho rollo oscuro…

ROBER!: En el Mellid ponían garaje, en el Panorama ponían rock clásico y bares de punk litronero había mogollón. En el Depar ponían mucho garaje. Luego les dio muy fuerte con el rollo de Manchester y ya cambió un poco.

Ahí coincidiríamos con Iñigo «Munster» y Unai «Radiation», aunque entonces yo no los conocía.

IÑIGO PASTOR: Empecé a ver fanzines en el Departamento S y en los bares de Santurce. Y empecé a comprarlos, a consumirlos, a empaparme. Supongo que, por temas de la adolescencia, empecé a encerrarme mucho en ellos. En esos fanzines había direcciones para contactar con otros fanzines y empecé a cartearme: a escribir, a recibir, a mandar…

De repente, me di cuenta de que era posible hacer tu propio fanzine. Con Francisco [Chacón] empezamos a esbozar la idea. Él nos echó una mano con la edición de textos y nos animaba.

Todo partió de un regalo de cumpleaños. Cuando cumplí quince, pedí dinero a mis padres para poder pagar el número uno.

Alquilamos en un videoclub un VHS de la película La herencia de los Munster y nos gustó mucho. Le pusimos ese nombre al fanzine. Era un rollo muy ingenuo, y si te pillaba con catorce o quince años… La tipografía que usaríamos para el sello salió de la misma carátula del VHS.

Los fanzines los hacíamos en casa entre mi hermano y yo con una máquina de escribir. Algunas veces también nos ayudaba Javier González3. Vivía en Repelaga, un barrio bastante humilde de Portugalete, pero era un adelantado que fue a Londres. Javi llegaba con su maletita de discos, se pasaba por los bares y aparecía con vinilos de Meat Puppets o de Violent Femmes antes de que salieran. Fue una persona muy importante que nos puso al día de muchas cosas: del hardcore americano, de grupos de Londres de la época, del Paisley Underground…

Manipulábamos lo que escribíamos a base de fotocopias, hacíamos los montajes y… ¿dónde imprimíamos? Esa era otra… De crío no sabes nada del mundo de las imprentas. En Bilbao, cerca de la facultad, había una copistería. Allí nos hicieron el primer número. Salían Psychic TV, R.E.M., críticas de discos y maquetas de grupos locales.

El primer número lo hicimos con fotocopias. Luego ya los hicimos con fotolitos porque las tiradas lo requerían y la fotocopia era un lujo del copón. Sin embargo, la impresora Repromaster era manual y se utilizaba para hacer flyers políticos. Cuando empezamos solo hacían fotocopias en algunos sitios. Las usábamos para componer algún texto y hacer la maqueta, pero luego con eso íbamos a un sitio donde nos hacían los fotolitos… Hasta que descubrimos que hacer fotocopias sobre acetato valía como fotolito. Ahí ya nos ahorramos mucho coste y pudimos hacer más colores.

En Madrid había un fanzine, el Garageland, que tenía la portada en dos colores. Y pensabas, «¿cómo coño se hace eso?». Ibas por las imprentas y preguntabas. Y un señor con una bata te decía, «haz el fotolito, lo traes y te lo imprimo con este papel que me ha sobrado». Estábamos condicionados por el presupuesto de impresión, así que salían los que podías pagar: trescientos, quinientos, mil o dos mil, como llegamos a hacer al final.

UNAI FRESNEDO: Con Gorka me empecé a interesar por el garaje, el sixties, el punk del 77… y más adelante ya por Sonic Youth, Sub Pop, Mudhoney… Iba a su casa y nos pasábamos la tarde escuchando discos, mirando, fumando… Nada del otro mundo. Un porrito y poco más. Llegaba a las cuatro y a las diez ya tenía que irme para mi casa. Igual salíamos a dar una vuelta y comprábamos una palmera en un horno muy goloso que había debajo de su casa. Lo más importante era la música. Las drogas eran algo muy secundario. Si había mil pelas era mejor comprar un disco que diez porros. Además, estaba su padre en casa y podía vernos.

IÑIGO PASTOR: Mis gustos musicales iban unidos a la tradición del fanzine. En cada país hubo grupos con sonido underground, posterior al punk, que miraban hacia atrás y hacían cosas basándose en unos referentes comunes. Las compañías donde grababan eran normalmente independientes y estaban distribuidas de forma paralela a los fanzines.

Leías de muchos de esos grupos, aunque fuera en inglés o en francés, antes de escucharlos. Inglés sabía lo justo. Tenía un inglés de bachiller. Iba aprendiendo con los discos y en las primeras excursiones que hice al extranjero.

Hicimos muchas entrevistas por correo. En Santurce no había mucho paso de grupos, y a los pocos que pudimos entrevistar en persona —grupos como Los Raros o Como Huele— les resultaba tan raro como a nosotros estar haciendo una entrevista. A algunos los contactamos por carta. Buscábamos grupos de los que teníamos alguna referencia, mirábamos la información de los discos, escribíamos a la compañía y esta a veces te respondía y te ponía en contacto con ellos.

Más entrados los años 80, coincidiendo con la aparición del Ruta 66, ya se empezó a hablar de los grupos de Madrid: Los Enemigos, Los Nativos, Sex Museum…

UNAI FRESNEDO: En casa de Gorka veía cómo él y su hermano hacían el fanzine. Para mí fue un aprendizaje total. Como veía todas las cartas y discos que les enviaban, pensé: yo también quiero hacer uno.