Loe raamatut: «Una falla en la lógica del universo»

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ISBN edición digital: 978-956-6048-38-1

Imagen de portada: Nicolás Wormull. Retrato de mujer en casa de acogida. Valparaíso. Cortesía del artista.

Diseño de portada: Paula Lobiano

Corrección y diagramación: Antonio Leiva

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© Aïcha Liviana Messina

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Santiago de Chile, octubre de 2020

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Usted pregunta cómo podría surgir el sentimiento de amar.

Ella responde: quizá de una falla en la lógica del universo.

Dice: por ejemplo, de un error. Dice: nunca por quererlo.

MARGUERITE DURAS, El mal de la muerte

El dom. 1 mar. 2020 a las 16:23, Aïcha Liviana Messina

<alivianamessina@gmail.com> escribió: No tiene guitarra

Hola, Constanza,

Hoy es 1 de marzo (¡y ya hablamos un buen rato!). He ido esperando este día todo febrero. Un poco porque fue demasiado solitario este verano. Pero sobre todo porque es primera vez que me siento parte de una espera colectiva. Hace meses que esperamos marzo, porque no sabemos qué va a pasar en marzo. Creo que la única vez que viví una espera colectiva, fue para el cambio de milenio. Estaba en Santiago, con una banda de amigos que probablemente hoy tienen cada uno una vida bien distinta, y creo que fuimos a la Telefónica (o a la Blondie). Quizás la espera en sí y su dispersión sea ya un objetivo. Pero a diferencia del cambio de milenio, para marzo de 2020 tenemos una trama escrita: mochilazo estudiantil, no más Sename, superlunes, huelga general feminista, movilización nacional por el pueblo mapuche. Y mucho más. Por un lado, la gran mayoría se pregunta qué va pasar en marzo; por el otro, otra mayoría está escribiendo el calendario. Esto podría ser religioso. La religión cambia la escansión del tiempo, la relación con el tiempo y la institución del tiempo. Bueno, las revoluciones también lo hacen (y es que religión y revolución pueden tener aspiraciones en común, o ir de la mano, incluso cuando se dan patadas). Cuando recibí el calendario de marzo encontré que había algo lindo, realmente lindo: tantos temas. Tantos temas no solo en la mesa, en la calle, también en el tiempo. El conjunto de temas que se muestran a la luz de todo y que van conformando un calendario, esto tiene algo de la gay pride: aquí estamos, y la luz va a cambiar, tan solo porque aparecemos, con toda la fragilidad que es la nuestra (dicho de manera muy vaga).

Pero no sé si el clima es tan «común». Ahora escucho helicópteros (desde la mañana, o desde meses, ya no sé). ¿Qué andan buscando o esperando?

Y en el parque, cerca del café literario requemado, había un muchacho que se estaba metiendo al agua, en esta fuente frente al café. El café está condenado. Está horrible. La fuente sigue «funcionando» aunque ya no hay conciertos al lado, ni niños o papás haciendo navegar sus botes. Solo estaba este muchacho metiéndose al agua. Los niños lo miraban, lo encontraban raro, creo. Me decían: «¡no tiene guitarra!»

¿Por qué me dijeron esto? ¿Pensaban que era hippie y que un hippie no va sin su guitarra?

De verdad, no sé. Pero imaginé que podrían estar diciendo: nada que ver, aquí no pasa nada. Nosotros, niños, ya sabemos algo de este lugar: pedreazos (¿se dice?), pacos, guanaco, súper organización de la primera fila. Nos cuidaron (con agua y bicarbonato), nos aprendimos las canciones. Pero no está pasando nada. Falta algo para que todo esto conforme un mundo. Tenemos un calendario para el nuevo mundo, pero no tenemos el mundo.

Bueno, no, no estarán pensando esto. Los niños no son de estos intelectuales (¡que no te gustan!) que fuman, se tocan la barba y salen con una idea. Pero esto dijeron, ante el tipo que se bañaba en el parque totalmente desolado y el aire bien quemado, el tipo que dejó claro que se había tomado varias chelas (estaban las botellas detrás). Él no decía nada, nos miraba sin buena o mala onda (aunque algo en el ambiente era hostil). No sé si dejó el discurso (¿la revolución?) detrás o si era de por sí un discurso.

No sé, pero mañana vamos a ver supongo. (¿Mañana qué hay? Mi calendario está cortado, inicia el 3 de marzo, con una interpelación a la ministra Plá).

Te mando un beso (¡hay demasiado para conversar! ¿Qué vamos a hacer?)

Aïcha

Le 2 mars 2020 à 22:33, Constanza Michelson

<constanzamichelson@gmail.com> a écrit: No tiene guitarra

Aïcha querida, empezó el calendario.

En el superlunes el presidente tuvo un súper lapsus: en un acto contra la violencia hacia las mujeres, dijo justamente lo contrario. Supongo que intentó decir una frase sofisticada y salió mal, dijo una barbaridad. No caeré en el juego fácil de atribuir malas intenciones, sino que asumo de que se trata de la incapacidad de la cabeza de los hombres prácticos para comprender ciertos asuntos. Asuntos que no son prácticos, como la dependencia, lo torcido de las cosas del amor, el deseo de reconocimiento, cosas que incluso pueden volverse más importantes que una necesidad vital. (En los niños es muy transparente, por ejemplo, cuando no quieren comer. A pesar de la necesidad de nutrirse, ¡o de lo rico que es!, cierran la boca como protesta o para resistir a una madre invasiva. A veces los adultos eligen no comer para mirarse, aprobarse o castigarse en el espejo, para ponerse un vestido, para morirse de a poco).

Pienso esto a propósito de los combatientes, qué era de las vidas de esos jóvenes –sin guitarra– que la revuelta vino a darles un nombre delante de todos los demás «primera línea», ¿una historia y un sentido?, a pesar del riesgo de perder los ojos. Es que entonces ya no había mundo.

¿Cuándo crees que se acabó el mundo?

Hoy me encontré con una conocida, usaba calcetines de Mickey; suele vestirse de manera infantil, pero no es como una moda, tiene un modo singular. Cuando fue adolescente se quedó sin piel, la sexualidad irrumpió de forma traumática. Luego ella misma se sentía, y se sancionaba, como si fuera culpable de ser una niña hipersexual, una especie de corruptora. Como si no tuviera piel, cualquier mirada sexual la atravesaba como si fuera carne cruda. Cada cierto tiempo sufre de falta de deseo, sexual o de cualquier tipo. Supongo que se defiende de lo traumático, de tener un cuerpo, ocultándose de la vida misma. Pensé después, que de lo que quedó despojada es del recurso de velar lo traumático con erotismo, quiero decir con la fantasía. Su biografía la dejó desnuda, sin un mundo compartido.

Piensa ahora en esto, Aïcha, en el sexo sin una fantasía que lo recubra, podría ser terrible, asqueroso o ridículo.

Las cabezas prácticas suponen que lo traumático se cubre con datos y el error se les escapa como un lapsus. Se trata de una forma de pensar que implica un régimen de realidad, pero que deja algunas cosas en estado crudo, sin poder constituirlas subjetivamente en algo abordable (volviendo al ejemplo del niño que no come, o a la anoréxica, es literalmente enchufarle comida a la fuerza. Cierto, hará que esa persona sobreviva, pero ese alimento es psíquicamente tóxico, destruye subjetivamente). Pienso que Piñera tiene esa relación práctica al lenguaje, por eso creo que cuando habla nunca dice nada; sus frases son prefabricadas, tiene una métrica estereotiopada, repite frases como jingles; usa el lenguaje como si fuera una herramienta y cree que la verdad son datos. Pero no puede decir nada sobre las verdades de los asuntos de la vida.

¿Puede haber un mundo sin que lo real (algo así como lo crudo, lo que queda fuera de la palabra) sea velado con la fantasía? Sin esa piel, la realidad se vuelve terrible, asquerosa o ridícula.

Cuando trabajaba con adictos graves me daba cuenta de que, para algunos, la droga era al final un sustituto –tóxico de todas maneras– de esa piel faltante (son muy serios los adictos con su droga, eso los vuelve aburridos, al menos si buscas placer compartido con ellos). Sin piel, sin droga, el mundo les cae como un bombardeo o como una carnicería.

No hay deseo.

Ya veremos de qué va este calendario.

Un abrazo.

Le 11 mars 2020 à 01:38, Aïcha Liviana Messina

<alivianamessina@gmail.com> a écrit: No tiene guitarra

Hola, Constanza,

Hoy fue martes, fue la conferencia de inauguración del año. Bueno, ya pasó. No puedo dormir y pasamos a miércoles.

Me sorprendí con los estudiantes, los colegas, los amigos, que era martes. No superlunes, supermiércoles, superviernes.

Me parece que se ha borrado la diferencia entre lo que es un día ordinario y un día extraordinario.

Para mí, estos momentos inaugurales o simplemente con los estudiantes son siempre extraordinarios. Amo estar ahí y preguntarnos qué es pensar. Hay algunas cosas que se hacen juntos sin que sean del orden del producto y sin que podamos decir: fuimos (¿o estuvimos?) juntos.

A esto quizás llamo mundo. Es invisible, nos desconfina, pero ya no pertenece a ningún discurso (como el de los «deconstruidos» que ya tienen todas las respuestas: ¡tienen un piso para la deconstrucción!).

Me gusta. Dentro de nuestro espacio de trabajo no quedamos en nuestro lugar. Esto porque el pensamiento no consigue pertenecer a nadie. Lo producimos, no lo atrapamos. Se nos van desor­denando algunas cosas. Creo que a esto llamaría deseo. Cuando se rompe una configuración, un orden, un estar, una relación de posesión.

No sé si decir pobre presidente, no ha entendido nada de qué iba el feminismo que con una performance que algunos (no yo, esta me interesó) llamaron fascista, dijo cuán violenta era la culpabilización de las mujeres. Pasa exactamente lo mismo que con los judíos. «Pero si tenía falda», «Pero si tienen plata». ¡Cuán en paz se consigue ser con un discurso! ¡Con una frase! La violencia puede tener libre curso por una sola frase compuesta de cuatro palabras. La violencia de hecho no está tanto en los hechos como en su instalación. Cuando en Europa decimos que matamos seis millones de judíos, el punto no es el número (cuántos), el punto es que esto no tuvo (¿no tiene?) fin. Se instaló. Obedeció a un mecanismo sin fallas. ¡Dejaba en paz! Era la cierta búsqueda, condición para la paz. Lo horroroso, lo realmente horroroso de la destrucción de los judíos de Europa, fue su aceptación, el mecanismo de su instalación, el silencio –la paz– con la que ocurrió, y la paz, el nuevo orden social al que se pretendía con esto. Y lo mismo pasa con los feminicidios. Lo que vienen a nombrar estas palabras (feminicidio, antisemitismo) es un silencio, un mecanismo, algo que se instala de una manera tan radical que no hay ley a la cual apelar. En el ámbito jurídico, cuando una palabra nueva emerge, es que algo se ha vivido en soledad. Por siglos. Por toda una vida. Sin terceros, sin mundo. Esto hacen a veces las palabras: rompen silencios profundos, de siglos, que han forjado los cuerpos y las palabras y el modo en el que estamos en el lenguaje, en la mecánica social. Una nueva palabra no es necesariamente una nueva norma, sino la posibilidad de la escucha; y entonces de un tercero, un testigo, un mundo. Por lo mismo, Piñera no tiene malas intenciones, pero no ha entendido nada de lo que está en juego, de la violencia que se trata de pensar, enfrentar políticamente (¿y qué es enfrentar políticamente la violencia?).

Los feminicidios son historias singulares a repetición, en las que todos se pueden reconocer. El «femicida» no planea el crimen, lo ejecuta. Muchas veces no sabe por qué mata, solo experimenta la precarización de sus condiciones de vida (la mujer, su libertad: no la tolera).

Quizás haya algo extremamente pacífico en la violencia también. Matar y no ver que has matado. Creo que el crimen (muchos crímenes) funcionan así.

Uno, con su cuerpo, cuando come, cuando no come, cuando come a pesar de uno, sin parar: ¿qué hace?, ¿se violenta?, ¿se preserva de la violencia?

Me acuerdo de haber querido ser inmune –¿quizás lo quiero todavía?– ¿a la violencia?, ¿al sufrimiento?, ¿a qué? El no comer es también una manera de vivir en modo «no tengo necesidades, no me afecta la muerte –o la mortalidad–, no necesito a otros».

¡Y un día todo vacila a pesar de uno!

Por suerte.

El mundo: cuando hay un espacio, un intersticio para esta pregunta, esta vacilación. Cuando esto no es patologizado. Como dice Deleuze: el sufrimiento no es de uno, es un sufrimiento mundo. Yo no le daría un sentido cósmico. Pero va por ahí el asunto: estar expuesto, no pensar que tenemos problemas meramente individuales, ni tampoco problemas banales o normales (como la crisis de los cuarenta o el síndrome del nido vacío: qué manera de no pensar, de esquematizar la realidad, de no pensarse dentro de una historia). No somos dueños del sufrimiento, por esto sufrir trasciende la pequeñez del individuo. Sufrir es estar excedido. Sí, es nuestro ser cósmico, tiene razón Deleuze. Pero tampoco hay una pauta que haga entendibles, medibles, conmensurables los sufrimientos. Sufrir nos supera y este exceso no es la tranquilidad o transparencia de la razón, es la inquietud de un sujeto cuestionado en su poder. Es la falla que atraviesa el mundo, que lo abre o que lo cierra. Pero también que lo vuelve necesario.

Estoy súper cansada: ¡no logro desarrollar!

Quiero decirte más cosas (algo sobre la vida que iniciamos por WhatsApp: a veces achicamos mucho el cuerpo por miedo a la vida y también porque sentimos que la vida biológica no basta, que no está vitalizando, y entonces con un cuerpo minúsculo buscamos otras condiciones de sobrevivencia).

¡No logro! Voy a dormir, y escribiré de nuevo…

Un abrazo,

Aïcha

El dom. 5 abr. 2020 a las 23:47, Aïcha Liviana Messina

<alivianamessina@gmail.com> escribió: Sonido

Constanza, querida,

Te escribí el 11 de marzo, bastante dormida. Y luego el mundo cambió de rumbo. Te escribí un martes en medio de una movilización social que todos esperábamos y que al final no logró acontecer.

Este día era la inauguración del año académico. Michaël habló de la infancia. Con él compartí el 8 de marzo, este día extraordinario porque lo que había no eran mujeres en la calle, eran otras mujeres, otras maneras de ser, otra calle. Definitivamente otra calle. Santiago fue distinto este día. Yo nunca había visto tanta fiesta en Santiago. La fiesta: no emborracharse, disolverse en el trago. La fiesta: lucir, lucir al día, lucir el día. Buen día, hoy la política no me traga porque yo la hago. Yo, nosotras. Nuestros cuerpos hoy día tienen genialidad. No se esconden detrás de pantalones para volverse conformes. Hablan, cantan, hasta espantan.

Creo que este día aprendí que la política podía hacer grandes cambios. Mujeres en la calle, que nadie iba a poder chiflar simplemente porque formaban otro cuerpo, tenían otra voz. Se habían transformado en dragones que botan fuego.

Creo que este día Michaël y yo nos sorprendimos mutuamente de este logro político. No lo habíamos imaginado. No cachábamos.

¿Y después? La conferencia sobre la infancia, un par de clases sobre la noche, en el medio de los tacos del supermiércoles, y después: nada. Voló apurado antes el cierre de frontera y Santiago se vació.

Después Santiago, París, San Francisco, La Paz, todas las ciudades del mundo se vaciaron (las que no se podrán vaciar serán una hecatombe peor que lo que se viene ya, aquí).

¿Cómo vivimos esto?

Creo que de cierto modo no lo creo aún. A fuerza de explicarle a los niños que no podíamos salir porque afuera había un virus, forjamos una ficción, y nos colocamos al interior de esta ficción. Ahora el mundo es la casa, pero la ficción es al interior y al exterior. Cuando los niños dicen que cuando se acabe el virus iremos a comer un helado, el futuro se vuelve una ficción. No sé si el asunto es que antes tenía certezas (la certeza de que iba a salir de mi casa, que iba un día a ver a mis amigos o a mi familia) y ahora todo es incierto. Todo siempre ha sido incierto y desde mucho tiempo angustiante. Ahora quizás sea incierto, o aún más, la verdad no sé, pero sobre todo, ahora es ficción. Ahora pensar en la vuelta al mundo, pensar en un día de mar, pensar en una conversación con una amiga, en un café: es una ficción.

Aunque no tiene nada que ver (es incomparable), pienso, desde el inicio de esta cuarentena, en un momento del libro de Primo Levi Si esto es un hombre, donde desde el campo de concentración, desde esta ruptura del mundo, un deportado cuenta a otro los recuerdos de su vida antes de la deportación. No me acuerdo si este relato, estos recuerdos, es un momento de paz, de alivio, o algo insoportable. Lo olvidé. Recuerdo esta interrupción del horror con imágenes de algo que no volverá nunca, que solo podía ser recordado como imagen.

Algunos viven tranquilamente en sus casas. Me dicen que al final, siempre han estado recluidos en sus casas. Pero algo nos debe pasar, ¿no? Podemos estar días, semanas recluidos, porque nuestro trabajo hace que nos quede mejor estar recluidos, pero salimos a comprar, escuchamos los ruidos de los autos, las malditas micros con su ruido esperado e igual molesto. Se construye el día con la cotidianidad externa. El interior no está solo. Botamos la basura y para esto no podemos estar en pijama (aunque me pasa muy a menudo). Somos reconocidos por tal o tal.

Esta reclusión, en cambio, como que ha trazado un corte. Cuando mi padre me dijo que la estación Termini en Roma estaba vacía, pensé que Roma se había terminado. Esa Roma, la Roma de mis recuerdos. Y este vacío me absorbió por completo. No es que imagino que nada será como antes (decir esto ya pertenece a un saber, hasta la incertidumbre es parte de la economía del saber), es que todo se ha vuelto imagen. Pienso en que nos iremos a tomar un trago, y es un sueño. Y un sueño la playa.

Y sin embargo, todo esto estará, de una forma o de otra. De hecho, el mar está. Algunos lo ven.

El otro día escuché un perro ladrar en la calle. Me interrumpió totalmente. Era un sueño vuelto realidad. Era el afuera. Era también la sensualidad de los perros (es que es poco sensual vivir así, de puro trabajo y chat). Me pregunté si iba a salir para encontrar este perro.

Ahora, en la noche despierto porque creo que escucho un perro, o un grito. Algo, un ruido, un sonido que viene de afuera.

Por cierto, todo esto es nada. Todo sigue para nosotras. Estamos en un tiempo de espera. En el fondo, esto lo encuentro un semilujo. En España aclaman al personal médico. Dentro de los hogares hay el tiempo de la espera, y afuera el tiempo de la urgencia.

Quizás por esto se interrumpió la correspondencia, porque hay algo que se ha como desrealizado –esto, lo «Real», no lo encaramos nunca (es una pregunta).

Oye, mira Palomita blanca. Es demasiado bella esta película. Sobre el amor que no se va tan fácil, aunque sea fútil. Es como un vaivén de personajes que se quiebran, que no se quiebran. Los que están en la vida y los que la atraviesan como ausentes. Y cómo las palabras, los discursos, nos preceden, nos llevan un poco como títeres pero no del todo.

Te mando un beso (¿cómo estás tras la caída de la ventana?)

Aïcha

Le 6 avr. 2020 à 11:04, Constanza Michelson

<constanzamichelson@gmail.com> a écrit: Coca Light

Querida Aïcha, ayer literalmente lo real me entró por la ventana.

Por el golpe del marco que se me cayó encima tuve que ir al hospital, precisamente el lugar que no quería pisar estos días. La caída del marco dejó entrar la muerte, que en la ficción –que ya tenía montada puertas adentro– estaba más o menos bajo control. Tener que salir donde se supone podría estar el virus con más probabilidad, pero no solo eso, se me vinieron unas imágenes que aún no me puedo sacar de la cabeza: ¿y si se hubiera caído sobre uno de los niños?, seguramente no habrían soportado el peso de la ventana. Y voy aún más lejos: ¿y si hay una falla de construcción en mi casa? (pienso en eso e inmediatamente se me activa la asociación libre), ¿hay otras ventanas a punto de caer? Se me volvió una especie de TOC, busco en internet una respuesta que no existe sobre las causas de ventanas que se caen.

La caída de la bisagra del adentro y afuera lo rompió un real al que solo puedo responderle con defensas obsesivas. La irrealidad es una sensación insoportable cuando está presente por mucho tiempo, es como estar en una fiesta demasiado larga, o no demasiado larga, sino que no te vas en el minuto que debiste, y te quedaste a los descuentos, y ya no ves luces y challas, sino que zombies.

¿Viste el meme de los bailarines de la muerte? Se basa en un ritual (bastante caro, leí, más que un matrimonio incluso) que existe principalmente en Ghana, en que al muerto lo llevan unos hombres vestidos de traje y anteojos oscuros que bailan con el cajón en los hombros. Bailar la muerte. Hoy se convirtió en un chiste de internet. El humor es una defensa al fin y al cabo. La mejor a mi juicio, ¡mucho mejor que un TOC!

Otra cosa que me ha ocurrido desde que la pandemia se volvió realidad, cuando tuvimos que quedarnos encerrados presenciando la catástrofe que tiene tomado al hemisferio norte –como un invierno que se nos acerca–, se me empezaron a venir a la cabeza unas imágenes nostálgicas, nada en particular, quizás diría que son impresiones estéticas. Una luz, un olor, son cosas que pueden traer a la memoria otro tiempo. Y es rico. Es raro porque no es que traiga a la memoria algún «pasado mejor», sino que son solo impresiones sensoriales, inhumanas en cierto sentido, sin Yo. Pensaba que si supiera que voy a morir pronto, intentaría inducir esas sensaciones. Hay imágenes para refugiarse de la muerte.

¿Por qué hay un placer ahí? ¿Será otra forma de atajar lo real, de huir del desvanecimiento del mundo? No sé.

Leí después que los soldados en la guerra tienen ese tipo de nostalgia, no imágenes de su casa y su ciudad, sino que impresiones infantiles. Será que la nostalgia siempre sueña con el tiempo de la infancia, pero la infancia mítica, cuando no teníamos conciencia de la muerte y éramos un continuo con el mundo.

Me acordaba de tu primera carta, cuando se nos venía marzo. Nos preocupaba el acontecimiento político. ¿De qué iba el estallido? Decías que había un calendario, que era político, pero no sabías si era un mundo o un tiempo sin mundo. Pienso que ya vivimos en ese desquiciamiento hace un buen rato. No sé si esa lógica –antes que una cronología– llamada siglo XXI hizo mundo alguna vez o es el fin del siglo anterior, pero un fin que no acaba nunca. Sergio Rojas, el filósofo, se pregunta por habitar el tiempo del fin, un desenlace de algo (quizás nos tome todo el siglo XXI abandonar al siglo XX), que lo que tiene de inédito respecto de otros finales en la historia, es que este se eterniza en un presente sin horizonte.

¿Cuáles son las imágenes de futuro?

En los noventa por lo menos, si cerrábamos los ojos, imaginábamos un futuro galáctico. Igual a lo que había pero con autos voladores, eso eran Los Supersónicos. Pero si cierras los ojos hoy y piensas en cómo podría ser el futuro, ya no se ve nada. Quizás un desierto.

Nombras a Primo Levi en tu última carta, ¿te has fijado que casi todo lo que citamos es algo del siglo XX? Como un trauma sin fin. Yo nací, igual que tú, en la cola más festiva de ese siglo (dicen que nuestra generación, tras la caída del muro –acá de la dictadura– se fue demasiado pronto a la fiesta electrónica), sin embargo, pienso que llevamos una cicatriz. Como una nostalgia de lo que no vivimos (al final, como toda nostalgia: de lo que no fue). Quizás un duelo, ¿un duelo del humanismo como proyecto? (Susan Neiman dice que el desastre de Lisboa evidenció la distancia del ser humano con la naturaleza, pero que fue Auschwitz lo que reveló la distancia del ser humano consigo mismo).

Como sea, pienso que es una memoria en el cuerpo, no sé bien cómo. Y ahora vuelven esas referencias por la pandemia, anda todo el mundo pensando en los años veinte del siglo XX. La catástrofe tiene una memoria transgeneracional, se repite en el cuerpo hasta que se rememora, en una revuelta, por ejemplo. Es lo que pasó en octubre: «no son treinta pesos, son treinta años», fue la consigna, pero creo que eran más de treinta años lo que esas canciones antiguas evocavan.

Pienso que la tragedia del siglo XX es la comprobación de eso que decía Freud: no hay progreso. Eros y Tánatos corren juntos, en un matrimonio irrevocable.

Creo que vivimos el duelo de la idea de Libertad, así Libertad con mayúscula. O más o menos, hay quienes están en una especie de duelo patológico, otros se contentan con la libertad de mercado, y están los arrojados al desencanto y al nihilismo. Igual la mística de la revolución sigue existiendo, y me parece que está bien que así sea; aunque las revoluciones sean todo menos libres, no se programan ni se comanda su destino. Las revoluciones ocurren. No siempre en la dirección esperada. ¿Qué hacer en el acontecimiento? Ese instante, frente a esa pregunta, esa es la libertad que tenemos, el momento vertiginoso de tomar posición sin ninguna garantía. La libertad es un acto. Nada heroico, por cierto, libertad con minúscula, no por eso pequeña.

A nuestra época la comparo con algo de mi historia. Mi primer colegio fue uno muy tradicional y autoritario. Hasta hoy lo odio. Parte de mi conflicto con el origen viene de ahí. Me fui a otro en la adolescencia, uno que representa a la perfección la transformación del mundo en los noventa en una banalidad, en algo iluminado como la luz de un mall, sin sombra. Mi segundo colegio coincide con el fin de la dictadura y la llegada del McDonald’s a Chile. El primer colegio generaba fanatismo u odio, es muy claro, como lo que producían las instituciones represivas antes: obediencia o rebeldía. El segundo, en cambio, es una expresión del azote neoliberal, un poco una Coca-Cola light o un gimnasio: un no mundo, un mundo sin eco. Cuando salimos de cuarto medio, en la graduación, nos pidieron cantar el himno del colegio y nadie sabía que existía uno. Nos pasaron un papel y entre risas cantamos algo que era absurdo: la repetición de una costumbre en la ruina de un mundo que ya no había. Nos debemos haber visto muy ridículos (Pasolini dice algo así sobre su visita a Yemen, ve el paso de la modernidad en los yemenitas, y le parece que, además de no ser más felices, parecían payasos).

Con mi familia de origen pasó algo similar, se borró, se diluyó, a pesar de existir; creo que subjetivamente nos vivimos como huérfanos con mis hermanos, es también un no mundo. Alguna vez pensé que no podía ni morir, porque no tenía muertos que me recibieran en el más allá, lo que sea que eso signifique. Sin historia, la historia desgarrada. No porque no tenga ancestros, sino porque se cortó la línea del parentesco, la filiación. Esa soledad de mundo, de alguna tradición –para odiarla o rebelarse–, es la angustia de la juventud que recuerdo. Pienso que esa soledad de comunidad se convirtió en la medida del siglo XXI y ahora vino a estallar.

Estalló esa soledad.

Muchas personas anhelando mundo.

Para que haya mundo debe haber lo común. Habrá que pensar qué significa eso en nuestra época. Aparecen por un lado esas nostalgias reaccionarias, mitos delirantes sobre un origen común, un «make fascismo great again». Por otro, «la guerra de todos contra todos», Twitter, las funas, formas de declarar, tal como el racismo, al otro ilegítimo. Y mientras nos matamos con discursos cruzados, la humanidad es pensada como dato, a cargo de una ciencia sin política.

Seguimos pensando que el fin justifica los medios, pero siempre la historia nos ha mostrado que el medio determina el fin. La humanidad como dato determina qué es lo humano. A eso hay que resistirse.

El estallido, al fin y al cabo, fue algo de eso, ¿no? Decir no a las razones de los expertos que decían que hay que subir treinta pesos el metro y si no quieren pagarlo «levántense más temprano» –¡eso lo dijo un ministro!–. Al dato duro de los especialistas se respondió con un síntoma, con cuerpo, con toda la historia.

Pero el síntoma no garantiza un mundo.

Con la pandemia apareció la idea, discurso más bien, de que es hora de escuchar a los científicos. Algo que es obvio, pero el énfasis, el «ahora vamos a escuchar», suena a una enunciación que amenaza, o como secreta esperanza de frenar la crisis social. Pienso que no pocas veces, desde el debate, se recurre a la ciencia como una moral, como cuando la gente publicaba en el diario «Médico vende auto», muy loco, ¿no? ¿Acaso el auto estaría sano? ¿Sería una garantía de que su dueño lo cuidó? Pero el síntoma (social) no puede hacer nada más que repetirse, aunque de formas distintas, si no se amarra en un mundo. Un mundo da lugar, pero también exige responsabilidad sobre él.

La polarización del pensamiento en masa –a favor o en contra– solo desgarra la posibilidad de la imaginación y de lo común. No genera común, pero tampoco da espacio a lo singular; hay más bien un individualismo de masa: muchos solos (no) pensando igual. Pero no hay solo eso –si no tal vez no tendría mucho sentido vivir–, hay también deseo de mundo: hacemos los simulacros necesarios, unos cánticos juntxs, un lenguaje que se propone incluir aunque no lo haga (una x no borra la catástrofe de la soledad). La fraternidad es cálida y bien intencionada, pero no alcanza como fundamento moral para la política.

¿Cómo hacemos mundo con quienes no tenemos ningún aprecio, incluso lo contrario? La empatía está sobrevalorada, se tiene empatía solo con quienes nos identificamos, con los demás nos podemos volver racistas (aunque el contenido del rechazo no sea un asunto étnico).

Žanrid ja sildid

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Objętość:
151 lk 2 illustratsiooni
ISBN:
9789566048381
Õiguste omanik:
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