Loe raamatut: «Por llevar la contraria»
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M828
Para llevar la contraria: ejercicios de pensamiento / Alberto Morales Gutiérrez Medellín : Ediciones UNAULA, 2021.
276 páginas (Serie Periodismo)
ISBN: 978-958-5495-53-1
I. 1. Periodismo - Colombia
2. Crónicas periodísticas - Colombia
3. Ética periodística - Colombia
4. Política
5. Democracia
6. Colombia - Condiciones sociales
7. Economía
II. 1. Morales Gutiérrez, Alberto.
Serie PERIODISMO
Ediciones UNAULA
Marca registrada del Fondo Editorial UNAULA
POR LLEVAR LA CONTRARIA. Ejercicios de pensamiento
Alberto Morales Gutiérrez
© Universidad Autónoma Latinoamericana – UNAULA
© Alberto Morales Gutiérrez
Primera edición: marzo de 2021
ISBN: 978-958-5495-53-1
ISBN-e: 978-958-5495-54-8
Hechos todos los depósitos que exige la Ley
EDICIÓN:
Jairo Osorio
Ana Agudelo de Marín
DISEÑO DE CARÁTULA:
Davidson Rivera, Editorial Artes y Letras S.A.S.
DIAGRAMACIÓN E IMPRESIÓN:
Editorial Artes y Letras S.A.S.
Hecho en Medellín - Colombia
Universidad Autónoma Latinoamericana
Cra. 55 No. 49-51 Medellín - Colombia
Pbx: [57+4] 511 2199
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
“Es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”
RENATUS CARTESIUS
CONTENIDO
NOTA LIMINAR
Por llevar la contraria
1. CIUDAD Y CULTURA
Mi revólver es más largo que el tuyo
Medellín de revolución cultural
Los impunitas, desde Alejandría hasta Medellín
Sexo a lo bien en Medellín
La violencia como trampa en Medellín
La ciudad a lo lejos
¿Hasta cuándo van hablar mal de Medellín?
2. POLÍTICA Y DEMOCRACIA
La resistencia afgana: una gesta heroica contemporánea
De pastoral a Cardenal
El inquisidor Pimiento
¿Qué tal un “proyecto humanidad”?
El pacto de Adriana
Regular la protesta social
Una parasitosis se engulle a Colombia
Una democracia de zoquetes e ignorantes
El garrote al voto en blanco
¿A los impunes los protege Dios?
De Somoza, Ortega y otras yerbas
Eclécticos de todos los países, ¡uníos!
De estadísticas, certezas y otras barbaridades
In Nomini Patris
Trump y la decadencia
Sacarla del estadio
Porque no…
La dignidad que habita en la indignación
La danza de los estúpidos
Ciudadanos a medias
Reelegir, un verbo espinoso
¡Ya llegó el facho!
Hoy leí a Aricapa y lloré
Lo mismo, pero distinto
Llamas y Andes
¡Qué encartada!
La paz está clarísima
Agua que no has de beber, déjala correr
Cómo ha envejecido el doctor Álvaro
El escepticismo tremendista
3. ECONOMÍA
Desplazados, la otra Colombia y la de siempre
¿Una Federación Cafeteróvora? (I)
Una Federación Cafeteróvora? (II)
¿Una Federación Cafeteróvora? (y III)
La maldición del Midas (I)
La maldición de Midas (II)
La maldición de Midas (III)
Irlanda o el M-19
Algo cuenta Centroamérica
Con la “chinche” paz se nos creció don Pepe
Si Sandino resucitara
4. LA VIDA
Ni siquiera el insulto
La parábola del impune
Aquella librería
No nos hagan esas vainas…
¿Cuál pensamiento débil?
Hay un suicida a la vuelta de la esquina
Espejito, espejito, dime ¿quién es la más inteligente?
La alegría de perder
5. CURIOSIDADES E INTIMISMOS
La insoportable levedad…
Sumas y Restas, para no volver atrás
Un mundo patas arriba
Adivina adivinador
¡Otro Botero pinta!
Una hermosa tragedia
¿Con especial fuerza?
Petrus plaza show
¡Esta calle es un volcán!
Yo estudio pa’ educarme
Los maestros de ahora
Esta historia es un tierrero
Hasta los presidentes lloran
Un adiós a Pedro Pablo
6. MEDIOS DE COMUNICACIÓN
La noticia maniquea
¡Ojo al parche!
El cielo de Puerto Inírida
El buen corazón de la marimba
7. PERSONAJES
Octavio, el grande…
Lalinde, un muchacho veterano
Gómez en el diván
Regresa John…
La fuerza del común
NOTA LIMINAR
Por llevar la contraria
Con silencios prolongados en algunos períodos, el vicio de opinar ha sido una constante a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Lo he hecho en El Tiempo, El Colombiano, El Mundo, La Hoja y en algunas revistas fugaces. Los temas son diversos: economía, política, filosofía, literatura e incluso algunos deslices intimistas.
Vistos en perspectiva siento que, de alguna manera, son relatos sobre lo que ha ocurrido a lo largo de este tiempo, reflejan lo que somos y el país en el que estamos.
El título seleccionado obedece a una reflexión hecha en una columna relativamente reciente a propósito de la manida frase que se esgrime para castrar cualquier indicio de discusión: “¡Respeta mis ideas!” se le grita al contrario.
El filósofo español Fernando Savater arguye en contravía: expresa que las ideas tienen su razón de ser en la medida en que puedan ser debatidas, modificadas, cambiadas; por lo que confrontarlas, deliberarlas, es un imperativo de la inteligencia.
Solo al fanático le cabe en la cabeza que las ideas son inmutables. Hay aquí un tono contestatario, un llevar la contraria que, a mi juicio, es una necesidad.
He planteado que en el mundo de hoy nos hemos embarcado en una carrera loca hacia ninguna parte, en una urgencia inducida para arrebatarnos el derecho de pensar. El resultado es evidente. Nos hemos transfigurado en seres simples. En la simplicidad descansa nuestro sometimiento. Es una estrategia tan perversa, tan inteligente, que ha logrado que los sometidos pensemos que somos libres.
Tal vez uno de los filósofos que más ha aportado al esclarecimiento de este absurdo es Byung-Chul Han, quien explica la manera como los seres humanos contemporáneos hemos cedido nuestra soberanía y nuestra libertad, a cambio de lo que él denomina “el parecer”.
Es una conspiración que nos impulsa a decir solo lo que está “bien”, lo que todo el mundo acepta y cree, no te puedes salir de la fila. Nos han obligado a rechazar lo intrincado, lo complejo, lo que te exige reflexión. Aceptar a ciegas la información que se te entrega.
Estrangularon esa vocación sublime que tiene el niño por el conocimiento cuando agota a sus mayores preguntando “¿Por qué?”
Ya no existe el “¿por qué?” en nuestro pensamiento. Somos incapaces de hacer o de hacernos preguntas.
¿El resultado? Una levedad insoportable que se constituye en caldo de cultivo para todas las manipulaciones.
La idea es contribuir a salirnos de la fila, a llevar la contraria.
1 CIUDAD Y CULTURA
Mi revólver es más largo que el tuyo
Así tituló el intelectual y crítico de cine Alberto Duque López una de sus novelas antológicas. La frase encaja además con el abordaje de la violencia que sacude a Medellín, un problema verdaderamente grave y que no es ni nuevo, ni solamente nuestro.
De hecho, una nota periodística destaca recientemente que, de las cincuenta ciudades con mayor cantidad de asesinatos en el mundo, cuarenta y tres eran de América Latina, y Colombia aporta tres a ese tenebroso listado.
La violencia urbana ha sido analizada desde todos los flancos. Abundan los estudios y las variables de solución: desde la denominada teoría de “La desorganización social”, pasando por la represión extrema, toma de zonas específicas identificadas como particularmente violentas, que llamaríamos la teoría de la “Orionización”, hasta las alianzas entre los gobernantes, los sectores empresariales y las comunidades para buscar, experimentar, sistematizar y descubrir nuevos enfoques.
Se lee recurrentemente en los documentos de análisis que hay unas “condiciones estructurales” que exacerban la violencia y mencionan temas tales como “penurias económicas”, “inestabilidad residencial”, “desintegración del núcleo familiar”, “cultura de la ilegalidad”, “impunidad”, “consumo de drogas y alcohol”, en fin. Todas esas condiciones las tenemos.
Evidentemente la actual administración de Medellín [del Alcalde Federico Gutiérrez] ha escogido la solución de la fuerza que es, tal vez, la más primitiva e ineficaz de las soluciones con las que se ha experimentado en el mundo y a lo largo de la historia.
Hay, por el contrario, experiencias que enseñan cómo abordajes cimentados en la cultura ciudadana, en la construcción de nuevos espacios públicos, en la instalación de observatorios, en la educación y en la realización de inversiones sociales y políticas públicas basadas en comunidad, enseñan –digo– que se pueden generar transformaciones prodigiosas y de enorme éxito.
Los críticos del Alcalde arguyen que ese enfoque policivo está mediado por su obsesión con la buena imagen que quiere proyectar. Sostienen estos críticos que como quiera que le reditúa tanto la noticia sobre este o aquel delincuente detenido, que lo beneficia tanto su presencia en la zona de conflicto, y que lo evalúan tan bien por la inmediatez de su respuesta a la denuncia que se hace en redes por algún hecho delictivo, entonces que el hombre se siente en su salsa, ejerciendo como “padre protector” de la ciudadanía.
Creo que el problema tiene aristas más delicadas. Su manera de enfrentar el problema es también una manera de ver el mundo: toda solución de fuerza excluye la razón.
Hace cerca de quince años el filósofo español Fernando Savater narraba aquí, en Medellín, una historia que aún hoy me estremece. Hacía referencia a una discusión célebre entre Sócrates y Caliclés. Hay un momento en el que este último decide guardar silencio. Sócrates concluye entonces: “¿Aceptas lo que te estoy diciendo?” y Caliclés le responde: “Me da igual lo que digas, yo tengo la espada, tengo la fuerza y me da igual que tengas razón o no [Resaltado extra texto], me da igual que seas tú el que ha encontrado el argumento justo, no utilizo la razón más que para imponer mi criterio, no admito la razón como algo que va a dirimir disputas entre tú y yo, a mí solo me sirve la razón para decir lo que yo quiero decir y para ordenar lo que yo quiero ordenar y no me interesa lo que tu vayas a decir”.
El tema de la fuerza, en una perspectiva ética, explica la razón por la cual la violencia solo puede engendrar violencia, porque –también lo dice Savater– “la ética no está basada en el respeto por la vida, sino en el reconocimiento de la vida”, y concluye: “al desesperado por la muerte no se le ocurre nunca ninguna virtud, organiza la vida sólo desde el manto de la muerte y por lo tanto tiene que detestar, ansiar, vivir en la zozobra…”
Savater, refiriéndose a Spinoza, también destaca lo que representa estar intoxicado de tristeza y de muerte, porque sus comportamientos vienen producidos por la intoxicación de la tristeza y la muerte.
Es muy deprimente todo esto, pues va uno a ver, y es la zozobra la que se está imponiendo por aquí…
3 de mayo de 2018, periódico El Mundo
Medellín de revolución cultural
Mire los efectos colaterales que desencadena el dengue: Tirado en la cama este martes como a las cuatro de la tarde, me encontré en la televisión a la muy querida Lucía González en compañía de Alberto Correa, hablando de la cultura en Medellín.
Y entonces aprendí que el acto creativo aún camina por las calles de las barriadas populares, expresándose en música, en teatro, en artes plásticas. Y supe que los nuevos espacios de las bibliotecas se llenan todos los días de público popular dispuesto a nutrirse de las más diversas manifestaciones del arte. Y que los auditorios de las conferencias también se llenan, y que quienes visitan los museos hoy son visitantes de los sectores populares, y que lo que los pelados están haciendo en las comunas es francamente formidable.
Que hay allí, en esas calles, un reverberar creativo, una revolución estética, una explosión de colores y de formas, que nadie se alcanza a imaginar. Bueno, “nadie” es un decir. Allá en la barriada todo el mundo lo sabe y lo vive. Los que no lo sabemos somos los del otro lado.
Lucía confesaba, con una especie de sentimiento encontrado (entre la emoción y el desencanto), que la época en la que la cultura era un disfrute y un ejercicio de las élites ha desaparecido.
El desencanto, porque esos tiempos en los que la dirigencia industrial era culta, y que los conciertos movilizaban a los señores y a las señoras encopetadas, ya desaparecieron.
Desencanto porque ya los yupis tienen otros intereses. La cultura no los convoca. Lucía dice algo parecido a que esta nueva dirigencia pareciera caminar por el mundo presa del desencanto.
Emoción porque ahora, la cultura es popular. Sus expresiones, sus respuestas, su público, son populares.
Y entonces empieza uno a reflexionar con cierto sentimiento de pánico, que es cierto, que hay una tal desidia entre la gente joven de estratos altos por todo lo que la rodea, que están tan sumergidos en sus microcosmos, tan engolosinados con el Parque Lleras, tan embebidos en la búsqueda del dinero rápido, que lo que se está configurando ahí es un síntoma de decadencia con ribetes de amenaza.
Esa especie de autismo que implica dar la espalda a la realidad, ese ejercicio desesperado de la “alegría” a como dé lugar, la “euforia perpetua” de la que habla Pascual Bruckner, esa obligación moral de ser dichoso porque todo se puede comprar (unas nalgas, unas teticas, el bótox, mi carro es más grande que el tuyo, parce, uy qué rumba) tiene un precio: la imbecilidad colectiva.
Siéntese a escucharlos sin prejuicios. Escúchelos y sorpréndase de qué hablan, cuáles son sus temas de interés, sus reflexiones. Hay una superficialidad tan arrasadora, una banalidad tan contundente, una estupidez tan rampante, que usted empieza a sentir escalofríos y la sensación cierta del no futuro.
Es ahí cuando las afirmaciones de Lucía y de Alberto, en el programa del que hablo, se convierten de repente en una voz de esperanza. No, no todo está perdido, porque la ciudad vive su revolución cultural. Y si la cultura se agita en las esquinas, se agitan también los pensamientos, para darle razón a Savater, “los humanos nos reconocemos como humanos, porque somos capaces de pensar juntos”.
Un ejercicio que no parece estar agitándose por el Lleras [el parque] y por las transversales… ¡Qué dolor!
14 de agosto de 2010, Periódico El Tiempo
Los impunitas, desde Alejandría hasta Medellín
Cirilo, obispo de Alejandría (una ciudad del antiguo Imperio Romano), es un santo por partida triple. Es reconocido y exaltado como tal por la iglesia Católica, la iglesia Ortodoxa y la Copta. Un patriarca ejemplar que murió en olor de santidad y sin el más mínimo remordimiento el 27 de junio del año 444.
El historiador Hans von Campenhausen lo describe como un hombre autoritario, violento, astuto, convencido de la grandeza de su sede y de la dignidad de su ministerio. Expresa el historiador que Cirilo siempre consideró justo aquello que le era útil a su poder episcopal y que la brutalidad y falta de escrúpulos con que llevó su lucha nunca le crearon problemas de conciencia.
Cirilo defendía la “verdad”. Una verdad contraria al pensamiento de Hipatia, mujer hermosa y de gran talento, la hija más amada de Teón, bibliotecario de Alejandría. A ella se deben textos trascendentales como el Comentario sobre la aritmética de Diofanto y otro sobre las Crónicas de Apolonio.
Filósofa, geómetra, investigadora de la ciencia, fue secuestrada por una muchedumbre de monjes devotos seguidores de Cirilo, quienes la llevaron a la iglesia de Cesario, en donde fue golpeada brutalmente, apedreada, le arrancaron los ojos y la lengua, le sacaron los órganos y los huesos y luego quemaron sus restos. Destruyeron su obra y la borraron de la faz de la tierra.
El crimen de Hipatia quedó impune. Cirilo sobornó al investigador Edesio, quien no pudo esclarecer la verdad de lo ocurrido, ni quiénes fueron los instigadores.
Impunidad es una palabra extraña que, la mayoría de las veces, está asociada al poder, a la corrupción y al fanatismo. Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América. Y, en Antioquia y Medellín, sí que hemos oído hablar de impunidades.
Oímos del Proyecto Cultura que lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo, escuchamos que Israel goza de impunidad permanente por sus crímenes de guerra, leemos sobre la historia de la impunidad en Argentina.
Y también nos llegan ecos de la impunidad contra los crímenes de periodistas en Brasil, y sabemos que nuestros indígenas claman, por citar un caso, contra la impunidad con la masacre de El Naya (Cauca).
El impune, como ocurre con Cirilo, no tiene castigo, nadie lo juzga. Ni él ni quienes lo defienden aceptan razones, porque ejercen sus actos con una pasión exacerbada, tienen una relación desmedida y tenaz con su verdad. Adhieren de manera incondicional a sus razones, lo que hace que se comporten de manera irracional.
Son fanáticos. Están convencidos de que su verdad es la única válida y menosprecian las opiniones de los demás. Cuando el fanático accede al poder, desarrolla un sistema para imponer sus creencias, castiga a los opositores y llega a matarlos.
El coronel Plazas [Luis Alfonso Plazas Vega], por ejemplo, es responsable por la desaparición de doce personas que salieron vivas del holocausto del Palacio de Justicia. Hay pruebas documentadas. Pero quienes lo defienden no admiten razones. No hay allí un crimen, ningún exceso. Su abogado defensor dice que ni siquiera hubo desaparecidos.
Qué coincidencia, por ahí hay un arzobispo diciendo que los campos de concentración y los hornos crematorios en la Segunda Guerra Mundial nunca existieron. Sí, hay ceguera en el fanatismo. La mala noticia para ellos es que 1600 años después, Hipatia sigue viva…
Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América.
18 de septiembre de 2010, periódico El Tiempo