Sentidos de ciudad

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- El proceso de representación y definición de la ciudad (cómo se compone en cada caso la trama intertextual; cómo se muestra, define y representa la ciudad; quiénes muestran; quiénes dicen; cómo muestran y cómo dicen; cómo acceden estas representaciones a circuitos de circulación pública; cómo son interpretadas).

- Las relaciones entre interculturalidad y ciudad (qué tipo de relaciones interculturales se proponen y cómo se las vincula con el espacio y la experiencia urbanas).

- Las “topologías sociales” de la ciudad (cómo se perciben y valoran las áreas que la constituyen y cómo se espacializan los actores sociales representados tanto en el ámbito urbano como en sus relaciones con otros lugares).

Se propone, entonces, que los sentidos de ciudad –y los vínculos hipotéticos que postulo entre ellos y una precisa configuración sociohistórica– tienen en los programas televisivos producidos localmente una posibilidad de recreación singular por los múltiples niveles y dimensiones analíticas que ofrecen para la tarea interpretativa de una configuración cultural. Las maneras en las que la producción social del espacio urbano se presenta cuando es interrogada a partir de narrativas televisivas locales permite explorar la articulación de al menos tres de esos niveles y dimensiones:

- La politicidad de la experiencia urbana y su vínculo con la producción audiovisual de la cultura (y las culturas de la producción audiovisual) en cuanto procesos espacializados y espacializantes que participan en formaciones nacionales y provinciales de alteridad (Agüero y García, 2010; Álvarez Leguizamón, 2010; Arancibia, 2014; Briones, 2005; Burgos y García Vargas, 2008; García Vargas, 2004; Karasik, 2005; Martín-Barbero, 1998; Orquera, 2010; Rabey y Jerez, 2010; Román Velázquez, 1999; Sarlo, 1999; Segato, 2007).

- La constitución de series de imágenes y sonidos sedimentados y emergentes en las configuraciones audiovisuales contemporáneas (Sorlin, 1980; Benjamin, 2011 [1931]; Berger, 2005 [1978]) y su relación con el sentido común (audio)visual (Caggiano, 2012) desde la precisa intersección de escalas y relaciones que ofrece la audiovisualización de una ciudad no-metropolitana en un marco de multiculturalismo neoliberal alimentado por industrias culturales transnacionales (Bayardo y Lacarrieu, 1999; Brunsdom, 2007; Chamorro, 2011; Miller, 2012; Masrany, 2016; Paulinelli, 2005; Rose, 2016a, 2016b; Yúdice, 2002; Zhang Zhen, 2007).

- La relación de ambos aspectos con la diversidad de formas de producción social del espacio y las temporalidades que implican el abordaje de los procedimientos interpretativos y de sus situaciones y condiciones sociales de producción en clave de hegemonía (Carman, 2006 y 2011; García Vargas, 2006; Lacarrieu, 1988; Lindón, 2008; Segura, 2015; Silvestri, 2011; Visacovsky, 2001).

Como ya he señalado, trabajo sobre materiales específicos, y con una concepción del espacio que lo concibe como producto de relaciones sociales, constituido a través de interacciones, que es condición primaria para la heterogeneidad y es siempre político (Massey, 2005b). Esa combinación resulta de interés para observar la potencia de los mapas y paisajes dominantes –como planos sedimentados que posibilitan (o imposibilitan) percibir, decir y representar la ciudad– en la tarea de estructurar aquellos que resultan hegemónicos, y sin perder de vista en qué medida las significaciones dominantes y un paisaje material ya existente abren y cierran posibilidades de acción y de coacción para su transformación por diversos actores. Por eso, los “sentidos de ciudad” discrepantes que ofrece la televisión resultan una vía de acceso situada para el análisis de la diversidad de experiencias de lo urbano, de su inestabilidad y dinamismo, y de su profunda imbricación con la desigualdad y el poder en Jujuy (Hall, 1995; Massey, 1994; Rose, 1995; Segura, 2015).

La mayor parte de las relaciones transnacionales, migrantes y barriales –pero también las comunitarias y familiares– se da en entornos ambientales urbanos específicos y situados. La ciudad (en tanto experiencia espacio-temporal) conecta, articula y reúne pero también desconecta, fragmenta y separa. Las narrativas televisivas ofrecen contradicciones similares, al amplificar la visibilidad y resonancia de determinados discursos y apreciaciones sobre la ciudad, pero también por su participación desigualada en las geografías amplias de las industrias culturales transnacionales y de los flujos de comunicación nacionales y provinciales, participación que se da desde entornos urbanos específicos, a los que a su vez co-produce mediante complejas prácticas de enmarcamiento y filtrado.

De manera que el tipo de intersecciones y mediaciones que presentan las situaciones sociales que analizo en este libro requiere abordar procesos que implican espacios y trayectos extensos crecientemente transnacionalizados, pero que al mismo tiempo se (re)territorializan porque están situados espacial y temporalmente y marcados por la desigualdad de base de la modernidad-mundo (Ortiz, 1996). Esas ubicaciones espacio temporales son progresivamente urbanas, aunque el lugar relativo que cada ciudad ocupa en el “tablero de la liga de ciudades” global, construido y alimentado por las dinámicas de la producción cultural transnacional (y por diversas instituciones y actores) sea diferente (Robinson, 2004 y 2006; Robinson en García Vargas y Román Velázquez, 2006).9

Las maneras de acceder a esos espacios mediante el análisis cultural ha sido seguir el hilo que enhebra la circulación de sentidos de ciudad a través de diferentes momentos del proceso comunicacional mediatizado de cuatro programas televisivos producidos localmente. Entiendo que esa elección me ha permitido observar la variedad de discursos y registros que construyen sentidos de ciudad, y las características de sus ubicaciones sociales. Ha sido una forma de ligar el espacio social de la televisión a la problemática general de la producción social del espacio a través de los sentidos de ciudad producidos por la televisión, intentando matizar la desoladora imagen del fusilamiento masivo de las audiencias populares por parte de los guionistas metropolitanos que expresara Ronsino en Lumbre (aunque sin olvidar la radical agudeza con la que esa imagen denuncia las relaciones de poder implicadas en la circulación mediatizada).

Mi camino para encontrar esos matices se ubica en el campo de la comunicación/cultura, y abreva en una apuesta interpretativa contextualista (basada principalmente en los estudios latinoamericanos críticos sobre cultura y poder, los estudios culturales británicos y la geografía feminista), cuya arquitectura teórico-metodológica repongo en la parte I de esta introducción, en la que además presento en detalle los materiales con los que se trabajó. Allí describo la tarea de articulación (Slack, 1996) que sostiene el trabajo con materiales específicos, explicitando las decisiones teóricas que guiaron el trabajo empírico.10 La primera parte de este capítulo cierra con una coda reflexiva sobre las relaciones entre la producción audiovisual y el trabajo de campo como praxis reveladoras de la relación entre la politicidad de la cultura y la producción social del espacio en áreas no centrales de Argentina, un país en el que la confrontación capital/provincias estructura continuamente la interpretación sociopolítica de la desigualdad.

En la segunda parte de la introducción se analizan algunas características contextuales e históricas vinculando a la producción televisiva con las condiciones de vida en San Salvador de Jujuy.

I.
Comunicación/ciudad (por estudios culturales)

No se trata de describir apartándonos, sino de construir un saber que nos incluya, que no podría dejar de incluirnos. La relación comunicación/cultura es un salto teórico que presupone el peligro de desplazar las fronteras. Pero, justamente, de eso se trata: de establecer nuevos límites, de definir nuevos espacios de contacto, nuevas síntesis. En vez de insistir en una especialización reductora, se propone una complejidad que enriquezca.

Héctor Schmucler (1997, pp. 150-151)

En la biblioteca de las teorías sociales y de la significación que alimentan la investigación en comunicación es posible encontrar una constelación de autores de adscripciones disciplinares (auto o hetero atribuidas) heterogéneas. La multiplicidad de autores y autoras visitados hace que Caggiano (2007) indique que, en lugar de “padres”, el campo de la comunicación (estrictamente, el de la comunicación/cultura) cuente con “tíos fundadores”. Lejos de percibir esa heterogeneidad como limitación, tiendo a comprenderla como una posibilidad contextual de movimiento que alienta la exploración teórica y metodológica. Alejandro Grimson (2011, p. 47), entre otros referentes, indica que esa potencialidad marcó su formación inicial y determinó parcialmente su apertura disciplinar y su rechazo al “monoteísmo metodológico”.

En esa misma y heteróclita biblioteca encontramos un conjunto de libros que se ocupan de la comunicación adscribiéndose explícitamente a este campo. Y en los estantes latinoamericanos de este grupo, una mirada rápida a los títulos revela que son numerosas las menciones que lo imaginan a través de metáforas espaciales y asociadas al movimiento. En ellos, la comunicación se ofrece como un mapa de rutas: caminos que unen puntos históricamente disciplinados y reconocibles de las ciencias sociales, desde y sobre Latinoamérica. Este mapa de rutas incluye tanto localizaciones particulares como trayectos y posiciones intermedias.

 

Ahora bien, ¿qué significa que una parte de la investigación en comunicación social pueda pensarse como un mapa de rutas, y qué consecuencias o posibilidades teórico-metodológicas ofrece? Concretamente, ¿cuáles son las rutas que permitirían recorrer la conflictividad y el poder de Salvador de Jujuy desde el análisis cultural de narrativas televisivas locales?

Vanina Papalini (2010) indica que, en términos prácticos, el conocimiento situado en el campo de la comunicación demanda resolver reflexivamente las tensiones que se producen al enfrentar los desafíos metodológicos. Deseo inscribirme en ese camino reflexivo, relatando conceptualmente cómo construí una aproximación teórico-metodológica interpretativa. Propongo la imagen del mapa de rutas, inspirada en los títulos de la biblioteca latinoamericana de la comunicación/cultura recién señalados, como figura que permite ordenar (relativamente) el relato sobre la producción de ese camino. Mapear el trayecto es una forma contextualista de explorar la biblioteca, de recorrer un estado de la cuestión articulando tales categorías, conceptos y líneas de abordaje en una reflexión situada sobre el conocimiento que se intenta producir, sin pretensiones de universalismo.

La perspectiva teórica de este libro se basa en la literatura que enfatiza el carácter de producción social del espacio (Harvey, 2005 [1997]), resalta el carácter constituyente de la cultura en ese proceso (Williams, 1997) y vincula a ambos con específicas geografías del poder (Massey, 1995). Desde allí, especifico la mirada al espacio urbano y a la industria cultural contemporánea, para analizar la conflictividad de lo social en los sentidos de ciudad ofrecidos por narrativas audiovisuales locales circulantes en San Salvador de Jujuy. Ese marco permite trabajar en la zona de confluencia disciplinar que suele nombrarse como Estudios Culturales.

Dentro de este piso fértil y amplio de los Estudios Culturales, propongo la elaboración de un conjunto teórico-metodológico que puede agruparse alrededor de la idea de configuración como principio clave de interpretación situada y contextual, y que me permitirá considerar a los procesos de significación del espacio urbano jujeño como parte constitutiva de la articulación de una serie de situaciones sociales de diverso tipo (económicas, políticas, culturales) que se acumulan y condensan en una coyuntura. Ese proceso configuracional y significativo puede interpretarse a través del análisis cultural de los “sentidos de ciudad” que se producen y reconocen en los procesos de comunicación de narrativas audiovisuales locales.

La atención al espacio próximo de la ciudad capital de una provincia del noroeste argentino posibilita trabajar en las especificidades históricas o sociales en diálogo con procesos empíricos situados. Pero tal posibilidad no implica un “encapsulamiento” en tiempo y espacio, sino que la vincula a la problematización de la desigualdad en la intersección de escalas implicadas tanto en la capacidad de movimiento como en las posiciones relativas de actores y regiones, ya que implica considerar no sólo relaciones de copresencia, sino también aquello que se excluye o está ausente.

El lugar de los Estudios Culturales en un abordaje comunicacional posible de las ciudades

Por la amplitud de experiencias que la denominación Estudios Culturales evoca (Richard, 2010), es necesario mencionar que recurro a la vertiente que se nombra habitualmente como Estudios Culturales Ingleses (Zubieta, 2000; Grimson, 1999) o Escuela de Birmingham (Hall y Grossberg, 1996 [1983] –quienes interponen cierta distancia irónica con la idea de “Escuela”–; Mattelart y Mattelart, 1997; Grimson y Varela, 1999; Mattelart, 2010; Grossberg, 2012).

Preliminarmente, resulta necesario discutir al menos dos críticas recurrentes a la biblioteca y las investigaciones que se encuadran bajo ese espacio. En primer lugar, la posición crítica que ejemplifica la caracterización de Alexander (2000, p. 44) de esta línea de trabajo como “programa débil” de la Sociología Cultural. En segundo término, el debate en torno al “etiquetado” de las prácticas académicas y su vínculo con la colonialidad del saber (Mato, 2001; Rivera Cusicanqui, 2010).

En el primer caso, Alexander (2000) critica a la Escuela de Birmingham la ambigüedad sobre el mecanismo a través del cual la cultura se vincula a la estructura y a la acción sociales. Al contrario, considero que esa caracterización no atiende al trabajo efectivo de estos teóricos. Lejos de concebir mecánicamente la cultura o sobresimplificar la acción cultural en dos posiciones dicotómicas (dominación/resistencia) previamente definidas y sin conflictos ni movimiento en cada una o entre ellas, la perspectiva ofrece algunas líneas definitorias que pretendo actualizar en este libro, y que podrían resumirse en la síntesis, propuesta por Hall (1996), de “marxismo sin garantías”. Esas líneas configuran un marco que puede pensarse a través de la figuras de la articulación (Hall y Grossberg, 1996; Slack, 1996), de la configuración cultural (Grimson, 2011; 2014) o de la dialéctica contexto/coyuntura (Grossberg, 2012). Se trata de las siguientes:

a) La politicidad de la cultura en clave de hegemonía (Grimson y Caggiano, 2010; Hall, 1996). Puede definirse a la hegemonía como un proceso social dominante (aunque nunca exclusivo) que Williams (1997) describe como “un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene límites y presiones específicas y cambiantes” (p. 134).

El autor (Williams, 1997) señala que la hegemonía “es siempre un proceso (…) jamás puede ser individual (…) [y] (…) no se da de modo pasivo como una forma de dominación” (p. 134). Esa calidad de proceso continuo y conflictivo implica que deba ser “continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. Asimismo, es continuamente resistida, limitada, alterada, desafiada por presiones que de ningún modo le son propias”, por ello la hegemonía lleva consigo la necesidad de agregar “los conceptos de contrahegemonía y de hegemonía alternativa, que son elementos reales y persistentes de la práctica” (Williams, 1997, p. 134).

La hegemonía es, entonces, un juego de límites y presiones de carácter continuo y su análisis no cancela, niega ni omite las específicas tensiones entre estructura y agencia que allí se producen, sino que demanda abordarlas en las específicas relaciones que ofrecen en determinada coyuntura.

b) La noción de articulación como concepto crítico de dimensiones teóricas, metodológicas y epistemológicas (Hall y Grossberg, 1996; Morley, 2005; Slack, 1996;) que podríamos definir algo rápidamente como un juego situado, conflictivo y desigual de correspondencias y contradicciones entre los elementos heterogéneos y no infinitos de una configuración hegemónica. La noción de articulación permitió la transformación de “los estudios culturales desde un modelo de comunicación (producción – texto – consumo; codificar/decodificar) hasta una teoría de los contextos” (Grossberg, 1993, p. 4).

Entiendo que las “mediaciones” propuestas por Jesús Martín-Barbero (1998) realizan operativamente ese movimiento en Latinoamérica. Es decir, producen un tipo de análisis que reúne conjuntos de actores, de objetos, de momentos comunicacionales, en espacios y tiempos precisos para dar cuenta de una configuración cuyas conexiones no son naturales ni tampoco inevitables, por lo que pueden ser rearticuladas. La articulación no es sólo una conexión, sino el proceso de crearla (Slack, 1996; Howley, 2010). Como todo proceso, es histórico y conflictivo. Se trata de la posible unión de dos elementos que no se ignoran completamente aunque tal vinculación no se produce exclusivamente como efecto de la mirada o el punto de vista de un observador o intérprete (como acontecería en la figura de la constelación benjaminiana). Al mismo tiempo, no están determinadas por algo exterior y “básico”, sino que cuestionan las reivindicaciones de relaciones necesarias (garantizadas), pero también las de ausencia de relaciones necesarias (también garantizada), a favor de relaciones no necesariamente necesarias. Esa posición implica que las relaciones son reales, que hay una realidad material, en la que es imposible separar un modo “real” de uno discursivo ya que la realidad es “una articulación compleja de muchos tipos diferentes de elementos o acontecimientos” (Grossberg, 2012, p. 40).

c) El contextualismo (Restrepo, 2010) y la coyunturalidad (Grossberg, 2006), reunidos metodológicamente en el análisis situacional, entendido como “una exploración dialogada con los procesos empíricos” (Grimson, 2011, p. 35) en la que diversas cuestiones epistemológicas y teóricas, como por ejemplo la pregunta por la relación sujeto-estructura, se resuelven casuísticamente ya que lo que efectivamente existe son situaciones en las cuales esas relaciones varían significativamente (por ejemplo, el análisis de la circularidad que pone en práctica Ginzburg, 1996 [1976], o las ya mencionadas mediaciones de Jesús Martín-Barbero, 1998). Los Estudios Culturales producen un “conocimiento situado” que Grossberg (2012) explica en términos de “un mapa producido por la trayectoria que se sigue, un mapa que ‘fabrica’ lo real” (p. 33)

Esa forma de operar es probablemente una de las causas del desasosiego de Alexander (2000) cuando critica a la Escuela de Birmingham en términos de las definiciones sobre las relaciones entre cultura y sociedad, sin atender a las consideraciones que se producen vastamente en la obra de estos autores, porque esas definiciones no se reducen a explicaciones singulares ni se ubican como perspectivas o categorías previas sino que se producen en términos de mapas informados por una “autorreflexividad rigurosa acerca de los modos en que ‘caminamos’ a través de los mundos en los que siempre estamos involucrados” (Grossberg, 2012, p. 33).

Por lo tanto, las relaciones entre cultura y sociedad se analizan en una coyuntura, que Grossberg define como

una descripción de una formación social como fracturada y conflictuada, sobre múltiples ejes, planos y escalas, en búsqueda constante de equilibrios o estabilidades estructurales momentáneos a través de una variedad de prácticas y procesos de lucha y negociación. (2006, p. 4)

La idea de “coyuntura” implica focalizar las especificidades históricas sin renunciar a explicar ordenamientos amplios, lo que permite comprenderlas y eludir tanto el provincianismo como la subsunción de lo localizado en dinámicas o modelos explicativos generalizantes.

Indiqué al inicio de este apartado que el conjunto teórico-metodológico invocado implica, en segundo lugar, la problematización de la geopolítica del conocimiento vinculada al etiquetado de las prácticas epistemológicas en los sitios de producción con efecto de “centro” (Rivera Cusicanqui, 2010). En el último punto de definición del campo de los Estudios Culturales se responde parcialmente tal inquietud, ya que la producción contextualista permite salir del dilema mediante la propuesta de Nelly Richard (1997) de indicar el lugar de enunciación: hacer estudios culturales desde y sobre Latinoamérica.