Arkoriam Eterna

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Ella se encontraba acomodada en su silla habitual dentro del concilio de magia y sacerdocio de su ciudad. Tenía recostado su torso sobre la enorme mesa de piedra cuidadosamente tallada y dibujaba con sus dedos sobre esta, con aire ausente, mientras esperaba a que llegaran las personas que faltaban y se preguntaba cuánto más tardarían. Ya se encontraban Therlee Belgretor, Neriserris y Nerisstine Gorthomal, quienes discutían sobre temas protocolarios típicos de estas reuniones.

Krina de cuando en cuando levantaba la mirada hacia estas personas y entornaba sus bellos ojos rojos tratando de descubrir en sus conversaciones por qué ella era tan diferente a los demás.

Eran elfos impuros. Así es como les llaman las otras razas. Y habían decidido llamarles de esa manera porque así consideraban que fue dado su origen: nacidos de una sangre maldita, nacidos de un dominio corrompido. Eran los hijos malditos del poder de Nirein, guardiana del sello de la magia pura, del vórtex de donde emana todo poder arcano, toda esencia mágica. Nirein quería crear unos seres perfectos, unos seres que sobrepasaran en poder a los hijos de Atmarán el Destructor, señor de todos los dragones y así mismo quería que fueran hermosos y sensuales como las criaturas feéricas. Pero Atmarán nunca permitiría algo así. El Señor de la Destrucción sabía que no podría intentar un ataque frontal a la Señora de la Magia Primigenia, pues ella podría anular sus poderes mágicos y ponerlo en una situación de peligro, así que utilizó su ingenio, que no era ni por error menor que su fuerza.

Atmarán logró convencer a Rayen, la Guardiana de las Artes Antiguas (bajo la promesa de devolver algún día el favor), de preparar para él una poderosa pócima capaz de envenenar la sangre de Nirein para que así sus hijos salieran trastocados e imperfectos. Rayen dijo al Señor del Caos que la pócima debía dársele de beber en plenilunio de Yarover, cuando sus lágrimas recorren el cielo oscuro, porque después de ese momento el brebaje ya no surtiría efecto.

Para engañar a la Guardiana de la Magia y conociendo lo ansiosa que estaba por lograr su cometido, Atmarán adoptó la forma de un poderoso balor y tras largo parloteo y promesas de éxito consiguió que la mujer aceptara su propuesta de beber el menjurje. Nirein no sintió ningún efecto esa noche mientras las estrellas corrían de un lado al otro del firmamento y se sintió engañada por el demonio de astas negras, pero al poco tiempo, cuando pretendía dar vida a su creación, a sus hijos, sintió cómo su vientre ardía y convulsionaba en incontrolables espasmos. Sus gritos de dolor y tristeza estremecieron Arkoriam por completo y los niños nacidos de su vientre, que debieran haber sido de luz, nacieron con sus pieles oscuras, en las que los rayos del sol no penetraban; y sus ojos, que debieran ser hermosos como el arcoíris, ahora eran rojos como la sangre que los maldecía; y sus cabellos, que debían tener el color del sol, fuente de la magia primal, ahora eran blancos como la nieve del más crudo invierno. Y aunque conservaron en sí la hermosura y sensualidad que su madre quiso darles, esta fue también corrompida por los instintos más bajos, superficiales y egoístas.

Nirein, avergonzada de su progenie, la abandonó. Sus hijos, humillados y abochornados, huyeron a las profundidades de la tierra, donde nadie pudiese verlos jamás.

Pero cuando crecieron, empezaron a cambiar su sentimiento de vergüenza por el resentimiento contra su madre y contra todos los que eran diferentes a ellos. También entendieron que su madre los había dotado de gran poder, del poder de un sello. Ya no llorarían más por su infortunio, ahora tomarían el poder del Sello de la Magia para sí, sin dioses ni guardianes; solo el poder de los sellos, directo y puro. Solos habían crecido y solos cumplirían sus designios.

***

Krina había conseguido un lugar en el concilio gracias a su disciplina y a su gran capacidad e inteligencia, y aunque compartía la devoción y admiración por la fuerza de la magia como cualquier mujer u hombre del concilio, no podía comprender del todo la filosofía, la forma de ver dicho poder por parte de su gente. Ya en muchas ocasiones había tenido discusiones acaloradas casi al punto de ser amenazada de hereje puesto que defendía la postura que consideraba que el caos no era una energía nacida con el único fin de destruir; por el contrario, consideraba que el caos era una fuerza renovadora, una fuerza de la cual nace el orden de las cosas. Siempre argumentaba cómo después de la destrucción emanada por el volcán, sus cenizas fértiles producían vegetación más fuerte y colorida, mejores cosechas, nuevas tierras, diversificación. Pero siempre encontraba en su contra pensamientos que sugerían que estos eran efectos temporales en el mundo, puesto que el fin último era la destrucción de todo orden establecido.

Krina miraba sus brazos, su piel oscura como el ónix, así como lograba ver en la mesa parte de su hermoso y largo cabello blanco. Pensaba en su gente y sus costumbres, pero aunque vivía con naturalidad entre ellos y disfrutaba de sus hábitos, sentía que por alguna razón no podía encajar del todo.

Por fin llegaron los hombres y mujeres faltantes y se dio comienzo la reunión. Primero se realizaron unas oraciones por parte de la sacerdotisa de mayor jerarquía, Zinnamorel, y continuaron con el orden del día y otras minucias. Krina escuchaba sin poner mayor atención; el día de hoy se sentía especialmente apática. Antes de ir a la reunión se encontraba inmersa en sus estudios y se molestó bastante cuando la interrumpieron, furia que terminó en el resuello de su látigo contra la espalda del desafortunado mensajero. No le fue revelada la razón de esta reunión extraordinaria, solo se le citó a la brevedad del momento y con carácter urgente. ¿Guerra? No, nadie se atrevería. Su ciudad se encontraba en el mejor de sus momentos, con una fuerte unión entre sus habitantes fuera por las razones que fueran, y esto, aunado al poder de su raza, desalentaría a casi cualquier enemigo visible. No se le podía ocurrir otra razón, puesto que cualquier otro tema normalmente sería tratado en las reuniones normales y no creía que se tratara de una revelación de los sellos, puesto que la fanfarria que haría la suma sacerdotisa no tendría fin.

Cuando puso atención nuevamente en la reunión, descubrió que un sirviente acababa de poner sobre la mesa una bandeja de plata y oro con un objeto de tamaño mediano cubierto por una manta de seda púrpura.

—¡Esto, hermanos y hermanas mías, es un regalo enviado a nosotros por el mismo Sello de la Magia para guiar a nuestro pueblo a la victoria contra todas las razas de Arkoriam! —dijo la suma sacerdotisa y, al terminar estas palabras con una voz dramatúrgica, descubrió de un solo tirón el objeto puesto en la mesa. La mayoría de los asistentes pensaron que Zinnamorel había perdido la cordura pues lo que había revelado no era más que un trozo de piedra de color rojizo y tallado en la forma en que se suele tallar el cuarzo. Mas Krina abrió los ojos de par en par y casi se fue de espaldas cuando entendió de qué se trataba todo.

CAPÍTULO IV Primera carta a la dama Dalin Duelin

Atma 18, era del despertar,

Mi señora, le escribo desde la lejana Villa Solaria donde he decidido exiliarme por un tiempo. Las instrucciones que he impartido para la entrega de la misiva fueron muy claras para no exponerla a ningún riesgo innecesario. Deseo contarle que en las horas de la mañana me embarcaré en un trabajo hacia el interior de este reino sin rey ni dios. Posiblemente me tomará un tiempo el regresar de mi aventura venidera así que aproveché la caravana de comerciantes que se encontraba en la villa para enviarle la presente.

Quiero decirle, mi dama, que todas estas semanas lejos de su presencia han sido insufribles. No he dejado de llevarla en mi pensamiento y en mi corazón en cada momento, en cada respiro. Los días y las noches en estas tierras son muy duros, el clima no ha tenido piedad de mí, sin embargo, me basta con cerrar los ojos y visualizarla: tan hermosa y delicada y a la vez tan resuelta y tenaz. Un tierno y fuerte abrazo en el que puedo encontrar refugio cuando todo el mundo se viene al suelo, regazo divino en el que puedo calmar mis angustias. Sin embargo, la quimera, la ilusión en mi mente que es su imagen, también me resulta dolorosa pues, aunque recuerdo con alivio el calor de su cuerpo y la dulzura de su aliento, quisiera tenerlo cerca, sentirlo de nuevo junto a mí, entre mis brazos.

Tengo que reconocer que en este poco tiempo he empezado a sentir algún tipo de afinidad con el lugar, debe ser porque conjuga a la perfección su ambiente con mis sentimientos, solo con una diferencia. La esperanza. La gente en esta villa la ha perdido por completo y en cambio yo la mantengo firme, incólume, porque mi esperanza, mi fe, mi fuerza y mi vida se encuentran apoyadas en el amor que siento por usted y en mi profundo deseo de volver a su lado.

No escribiré mucho sobre mi trabajo, pues no quiero angustiarla de ningún modo. Por ahora solo le diré que estaré bajo la orden de una mujer misteriosa que encaja entre cierto tipo de elfos que me abstengo de nombrar.

En cuanto vuelva a la villa le enviaré una nueva misiva donde le contaré todo lo ocurrido para que sepa que he vuelto con bien y con salud.

Solo quería que supiera que me encuentro bien y recordarle que mi espada y mi vida le pertenecen incondicionalmente y que bastará solo un llamado para acudir raudo y sin cavilaciones a su lado en el momento que lo precise.

Siempre suyo,

L.G.

CAPÍTULO V La casa en Las Mazmorras de Solaria

Los aventureros llegaron hasta el borde de un desfiladero del cual no se lograba ver su final debido a la espesa niebla que cubría el lugar. El frío podía sentirse hasta lo más profundo de los huesos. Después de discutirlo un poco, decidieron que Scar, al ser quien más peso llevaba, fuera el primero en bajar ayudado por una cuerda amarrada a su cintura mientras los demás la sostenían con fuerza. Los primeros metros de descenso entre la bruma no presentaron mayor peligro… hasta que el nudo se deshizo y el guerrero terminó rodando ladera abajo en medio de gruñidos y maldiciones. Para su fortuna, su recia armadura absorbió la mayoría de los golpes y la distancia del desfiladero no era tan profunda como lo pensaban para causarle heridas graves en su caída. El mercenario se levantó maldiciendo y sacudió el polvo de su gabán. Mientras escudriñaba entre la espesa nube gris que lo rodeaba, los demás compañeros descendieron por la cuerda, la mayoría con mejor suerte que el velkariano. El último en bajar fue el alto elfo, quien lo hizo con destreza y elegancia.

 

Ya en el fondo del lugar empezaron a caminar con una precaución que rayaba en el temor. Los nervios los tenían de punta y las pupilas dilatadas. En medio de la niebla vieron aparecer figuras amorfas que resultaban ser rocas o árboles añosos. El joven de la guadaña, en medio de su avance, observó lo que le pareció un extraño tipo de vegetación; solo podía ver una de las ramas que terminaba en una forma parecida a la de una vaina de color verde vivo. Tomó la vaina y comenzó a voltearla; le producía mucha curiosidad ver una planta con tanto color y vida en medio de ese panorama gris. Entonces sintió un pinchazo y un ligero ardor en uno de sus dedos. Luego, la «rama» empezó a moverse por sí sola.

—Date prisa, te estás quedando atrás, casi no puedo verte — dijo Thárivol en voz alta y esperó unos segundos, pero el joven de la guadaña no se movió. El semielfo, con el ceño fruncido, soltó un suspiro de impaciencia, pero observando de nuevo al joven, notó que este seguía en el mismo lugar… y exactamente en la misma postura. No se había movido un ápice, parecía una estatua. Thárivol entonces forzó un poco más sus ojos de herencia élfica y pudo ver (con algo de ayuda de la niebla que había despejado un poco), junto al joven, un enorme bulto. Y vio cómo el bulto se movía.

—¡Compañeros! ¡A nuestras espaldas! —gritó mientras desenvainaba sus espadas y corría hacia el joven indefenso. Todos los demás dieron media vuelta y comenzaron a correr en su auxilio. Al acercarse pudieron ver dos enormes criaturas parecidas a ciempiés; más altas que un humano, de exoesqueleto de colores verdes y rojos vivos y ojos pequeños y negros. Lo que el joven confundió con vegetación era uno de sus cuatro tentáculos próximos a la boca, que al picar inyectaban un veneno que paralizaba a sus víctimas para luego comérselas vivas.

Thárivol fue el primero en llegar enterrando sus dos espadas con fuerza en uno de los costados del carroñero haciéndolo retroceder y alejarse de su víctima, pero en su afán por salvar al joven guerrero de una muerte horrible no vio que otra de las criaturas se acercaba por su espalda. Las advertencias hechas por Efrand desde la distancia de nada sirvieron: la criatura aprovechó el descuido del semielfo para atacarlo con sus tentáculos, paralizándolo al instante. Los guerreros entonces se dividieron entre las dos criaturas: Efrand y Scar cargaron fieramente con sus espadones sobre la que había atacado a Thárivol mientras Slain y Faldekorg, con espada y arco, atacaron la que había aparecido primero. Dérakruex, quien durante todo este tiempo se había mantenido ausente y taciturno, pareció despertar de su letargo y, manteniendo una cierta distancia, empezó a recitar con voz apagada un extraño cántico. Se trataba de un llamado, un llamado a un aliado de la naturaleza para que luchara a su lado. En pocos segundos se pudo escuchar un aullido no muy lejano respondiendo a su pedido de ayuda, y momentos después un enorme lobo negro apareció entre la niebla dispuesto a atacar a quien él le ordenase.

La batalla de desarrollaba con dificultades. Efrand había sido paralizado, lo que obligó a Scar a adoptar una posición defensiva para evitar que la criatura llegara a cualquiera de los dos compañeros abatidos. El muchacho tabanense solo podía mirar con horror cómo los tentáculos eran desviados a centímetros de su rostro o de sus manos por el espadón del mercenario; incluso en algunas ocasiones pensó que sería la misma arma del velkariano la que cegaría su vida cuando parecía que este no calculaba bien el espacio entre ciempiés y víctima. Scar luchaba fieramente desviando los tentáculos y aprovechaba cualquier abertura para golpear con Trueno de Velkar. Aunque ya varias veces había sido alcanzado por los mortales apéndices de la enorme criatura, su cuerpo fue capaz de resistir la sustancia. Podía sentir cómo se entumían brazos y piernas, mas se obligaba a no desfallecer.

En el otro lado de la batalla, Slain y Faldekorg habían logrado infligir bastante daño al enemigo. El humano guerrero, a pesar de su gran tamaño, era bastante ágil y blandía su espada de doble hoja con la elegancia y precisión con que lo haría un elfo. Por otro lado, Faldekorg asestaba casi todas sus flechas desde el otro costado. Trataba de ser muy preciso y se tomaba tiempo antes de soltar sus proyectiles pues en medio de él y el ciempiés se encontraba el cuerpo paralizado del joven de la guadaña.

Y entonces Slain se quedó quieto como una estatua.

«Solo un disparo más», pensaba el elfo tratando de no perder concentración.

«Solo un golpe más», pensaba el velkariano mientras defendía el cuerpo de Thárivol.

Y fue entonces cuando, veloz como una sombra, el lobo negro se abalanzó sobre el cuerpo del joven de la guadaña, derribándolo con fuerza, lo que le dio oportunidad a Faldekorg de hacer un disparo perfecto a lo que suponía la cabeza del animal.

Acto seguido, sin parar un segundo, el lobo se abalanzó sobre el segundo carroñero haciéndolo retorcerse, para que entonces Scar pudiera asestar un fortísimo golpe descendente que partió a la criatura por la mitad.

Humano y elfo se lanzaron miradas de mutua aprobación para luego mirar a Dérakruex, quien solo se encontraba parado allí, como si nada hubiese pasado.

—Bien hecho, Dérakruex. Tu ayuda llegó en el momento indicado —dijo el alto elfo al elfo salvaje.

—¿Qué haremos con ellos? —dijo Scar más para sí mismo que para el par de elfos.

—La parálisis solo durará unos minutos, no se preocupen, dentro de poco estarán bien. —Era la primera vez que el mercenario escuchaba hablar al elfo salvaje, que al parecer podía comunicarse con los animales, o por lo menos así lo había dado a entender Faldekorg. Su voz era muy suave y amable, aunque algo ausente. Igual, su mirada seguía perdida mientras consentía al imponente lobo negro.

Poco a poco los aventureros fueron recuperando el control de sus cuerpos y contaban con desagrado el pánico que llegaron a sentir, pues aunque se encontraban inmóviles, podían escuchar y ver todo lo que pasaba a su alrededor, al igual que podían sentir el dolor cada vez que uno de estos tentáculos volvía a golpearlos cuando los demás no podían protegerlos. Cuando ya se encontraban todos con sus cinco sentidos, continuaron su avance por el desolado desfiladero que ahora les permitía ver mucho mejor el camino que tenían por delante. La niebla gris había casi desaparecido.

Tras unos minutos más de caminar entre la ligera niebla, llegaron a una enorme y derruida verja que antaño guardara de intrusos la humilde cabaña hecha de madera que se encontraba detrás. Los muros que la acompañaban se encontraban también en un estado lamentable, derrumbado por secciones, impotente para detener a los visitantes no deseados… como el grupo de hombres que se encontraba frente a ella.

—¿Quién podría construir una casa en medio de la nada, de un desfiladero lleno de criaturas peligrosas? —preguntó Slain.

—Alguien más poderoso que los monstruos que rondan ese sitio maldito —respondió Faldekorg con tono sombrío.

—Ojos bien abiertos, todos bien cerca, no queremos más sorpresas —dijo Scar con su espadón en las manos, preparado para cualquier peligro mientras avanzaba despacio.

Tras pasar la verja encontraron una fuente en medio del camino. Pudieron suponer que en su época de gloria habría sido hermosa y elegante, pero ahora se veía tan lúgubre y desaliñada como el resto del lugar. Pasaron la fuente y vieron estatuas: gárgolas fieras que parecían proteger la cabaña, pero ni siquiera sus caras fieras pudieron amedrentar al grupo que había entrado en sus dominios, pues su determinación era resuelta.

—He escuchado historias de gárgolas que cobran vida, que despiertan con sed sangre —dijo el joven de la guadaña sin apartar la mirada de las estatuas. Todos pararon de inmediato y miraron las diferentes gárgolas que los rodeaban, guardaron silencio durante unos segundos y se formaron en un círculo apretado, reteniendo el aliento mientras esperaban que se abalanzaran sobre ellos para arrastrarlos a la oscuridad. Pero nada pasó. Luego todos miraron al joven, quien se encogió de hombros—. Bueno, son solo historias que he escuchado.

—Como lo son las historias de los dragones —contestó Efrand. La mayoría dejó salir de sus cuerpos una pequeña risa que los ayudó a relajarse un poco.

—No somos los únicos en el lugar —dijo Dérakruex en su tono sosegado mientras señalaba hacia el frente, a las figuras humanoides que se lograban distinguir entre la niebla, a unos diez metros—: hay varias personas allá.

Todos de inmediato se pusieron en guardia y avanzaron despacio. De un momento a otro pudieron distinguir cómo las figuras se giraban hacia ellos y empezaban a caminar. Al ver que ya habían sido detectados y que aparentemente los seres no estaban armados, Efrand empezó a hablarles pidiendo que se identificaran; sin embargo, solo una cosa se escuchó salir de sus bocas.

—¿Acaba de gruñirnos? —dijo Thárivol y casi de inmediato los cuerpos en la niebla dejaron de caminar para empezar a correr de manera intempestiva.

Los aventureros tomaron posiciones defensivas para recibir la carga mientras los dos elfos permanecían en la retaguardia disparando con sus arcos derribando a un par de enemigos. Cuando las criaturas se abalanzaron sobre ellos pudieron verlas mejor: eran de la estatura de un humano, pero sus pieles eran grises y sus bocas estaban llenas de colmillos afilados; sus manos terminaban en garras largas que, al igual que sus dientes, podían desgarrar la carne y triturar los huesos; sus ojos oscuros estaban llenos de furia, de hambre. Porque los ghouls siempre tienen hambre. Estas criaturas no muertas son el resultado de la corrupción de las almas humanas sedientas de avaricia. Es un castigo impartido por los dioses a los humanos que se dejaron arrastrar por la codicia.

En este duro combate lograron derribar a la mayoría de los enemigos sin recibir heridas de consideración en los primeros minutos, zanjando y bloqueando, perforando y esquivando. Empero, en poco tiempo se vieron sobrepasados en número tres a uno. Las criaturas los hirieron con sus garras causándoles gran dolor, cortando la piel como una daga corta el papel, mas el verdadero peligro en sus ataques viene cuando estas muerden a sus víctimas ya que, al igual que los gusanos carroñeros, tienen la capacidad de paralizarlas con su saliva putrefacta. Y una vez más, poco a poco los aventureros fueron quedando paralizados: primero Faldekorg y luego Dérakruex quienes fueron alcanzados por las criaturas al rodear la pequeña barrera defensiva; después el joven de la guadaña y Efrand, debido a su inexperiencia y al miedo que les recorría el espinazo impidiéndoles pensar con mente fría, y finalmente Slain, mordido mientras era flanqueado en medio del combate. Todos terminaron inmóviles una vez más esperando aterrorizados el momento de ser devorados vivos.

Afortunadamente la armadura de Scar y la agilidad de Thárivol los mantuvieron alejados de la sustancia paralizante y así acabaron con los hombres malditos antes que estos pudiesen dar una probada a los demás compañeros. Pero el peligro no terminó allí. Entre la niebla lograron ver a otro humanoide, este más alto que las demás criaturas, y de tez morada, que se dirigía hacia ellos. Rápidamente fraguaron un plan para emboscarlo valiéndose de las columnas que sostenían a las gárgolas, pero la criatura demostró ser astuta y sin dejarse engañar eludió la emboscada y atacó al semielfo por la espalda. Scar acudió rápidamente en su ayuda, pero al momento de acercarse pudo sentir un olor nauseabundo que era expelido por cada poro del ghast. Este gas pútrido le hizo sentirse mareado y débil, frenando su ataque de inmediato, lo cual fue aprovechado por el no muerto para morderlo a la altura del cuello y si bien la armadura del mercenario absorbió la mayor parte del impacto, los filosos dientes lograron alcanzar la carne del guerrero, quien soltó un grito de dolor. En medio de la sorpresa, Scar sacó fuerzas de su mismo sufrimiento y obligándose a mantener el control de su mente y de su cuerpo ignoró la sensación paralizante y, ordenando a cada uno de sus músculos que se movieran, logró soltarse del agarre del ghast, le asestó una potente patada en medio del pecho y lo hizo recular. Se tomó con una de sus manos la herida y retrocedió para tomar un segundo aire, mas no fue necesario ya que Thárivol empezó a lanzar cortes uno tras otro sobre el cuerpo del no muerto. Este intentaba atraparlo con sus peligrosas garras, pero el semielfo era demasiado rápido y esquivaba a izquierda y derecha cortando en cada regate una parte del enemigo. Gracias a la agilidad y certeza de Thárivol, el combate no duró mucho: después de varios giros de espada y esquivas, el semielfo enterró con fuerza ambas hojas en el pecho y cabeza de la criatura, destruyéndola del todo.

 

***

Llegaron hasta la entrada de la cabaña y tras inspeccionar sus alrededores decidieron asomarse con cautela por entre los barrotes de las ventanas y pudieron ver que en el interior se encontraba una derruida entrada al sótano hacia el lado izquierdo y una mesa grande y vieja hacia el derecho. Scar decidió ir de primero y al tratar de abrir la puerta, pero al tomar la perilla, una poderosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo entumiendo sus músculos y casi deteniendo su corazón. De no ser por Efrand, que se encontraba cerca de él, hubiese caído desplomado por el dolor.

—¿Scar, te encuentras bien? —preguntó consternado el joven de Tabask mientras lo sostenía. El mercenario asintió ligeramente mientras se reincorporaba algo aturdido, pero sin daños graves.

—Bueno, ahora sabemos que la casa tiene trampas; debemos ir con más cuidado —dijo Faldekorg a lo que Slain se hizo a la cabeza del grupo para entrar en la casa. Si bien habían inferido que la casa tendría trampas en su interior y que no era un lugar seguro, también tenían por cierto que en la casa debía estar el objeto de la búsqueda, el tesoro, y que de alguna manera representaba un resguardo de los peligros del exterior.

—La maldita bruja no nos dijo nada de trampas en la casa —resopló Scar­. Los demás no respondieron a lo obvio e ignoraron el comentario, más preocupados por el interior de la casa que de otra cosa.

Poco a poco fueron entrando al pequeño lugar y vieron un corredor justo al frente de la puerta. También se dieron cuenta de que lo que ellos creyeron se trataba de una entrada a un sótano era en realidad un pequeño hoyo escarbado (según Dérakruex) de abajo hacia arriba por algún tipo de animal. El piso del lugar era de tierra y las paredes eran de madera fuerte y gruesa, pensadas para mantener aislado el frío viento que corría por el desfiladero.

—Tú y tú —dijo Scar señalando al joven de la guadaña y a Thárivol—: avancen por el corredor. Slain y Efrand usen la mesa para cubrir el hueco en el piso, no quiero sorpresas desagradables. Que los elfos vigilen los alrededores con sus ojos agudos, yo vigilaré la entrada. Nadie discutió las órdenes y se pusieron manos a la obra; todos querían salir lo más rápido posible del lugar. Estas llamadas Mazmorras de Solaria les ponían los nervios de punta, sin contar con que ya habían sufrido varias heridas que habían atendido de manera escueta y que el agotamiento se hacía evidente, y además, claro está, que se encontraban en una casa llena de trampas creadas no para capturar, ni para ahuyentar, sino para matar.

Mientras Efrand y Slain levantaban la mesa y Scar miraba a través de la puerta, nadie advirtió que por el hoyo dentro de la cabaña asomó un insecto, pero no un insecto cualquiera; este tenía el tamaño de un perro mediano, parecido a una cucaracha, pero su exoesqueleto era de un color naranja intenso y sus antenas y patas mostraban un color más marrón, más oscuro. Silencioso como suelen ser estos bichos desagradables, salió del agujero y caminó directamente hacia el guerrero de la cicatriz, como si algo lo llamara hacia él. Era movido por el hambre, el hambre por el metal, y el mercenario tenía bastante sobre su cuerpo.

—¡Scar! —alcanzó a escuchar que le gritaba un sorprendido Efrand que señalaba detrás de él. Inmediatamente al darse vuelta, la cucaracha de óxido saltó sobre su cuerpo tratando de alcanzar la jugosa armadura completa con una de sus antenas, lo cual la hubiese corroído de inmediato dejándola con el aspecto (y funcionalidad) de una armadura oxidada de hace cientos de años, pero para fortuna del mercenario el enorme gabán que llevaba puesto funcionó como protección contra el toque corrosivo del insecto.

Efrand y Slain cargaron de inmediato. El espadón del joven tabanense rebotó contra el caparazón de la criatura y de inmediato se oxidó, casi deshaciéndose. Reaccionando al golpe, la cucaracha giró con rapidez tocando a Efrand en el pecho, despojándolo de su armadura de metal al convertirla en óxido y haciendo caer las pieles de animal curtidas que sostenía. Casi al instante Slain golpeó fuertemente al insecto con su espada doble arrancándole la cabeza de un tajo, lo cual le costó el sacrificio de su magnífica arma. Scar corrió por la mesa para cubrir el hueco lo más pronto posible, y con su increíble fuerza la levantó y giró casi en el aire, pero antes de ponerla, otra cucaracha de óxido saltó hacia él; el mercenario trató de cubrirse inútilmente con uno de sus hombros, pero antes de ser tocado una flecha atravesó a la criatura de lado a lado, matándola: se trataba de Faldekorg que había escuchado la refriega desde las afueras de la casa. Mientras cubrían el hoyo escucharon un gemido que provenía del corredor. Todos corrieron hasta el lugar, donde vieron a Thárivol recostado contra la pared, atravesado por una flecha.

—Una trampa —dijo el joven de la guadaña ante los rostros de puzle de sus compañeros.

—Maldición —contestó Scar mientras de una patada abría una de las puertas del corredor. La puerta conducía a una pequeña habitación que contenía una cama y una linterna ojo de buey—. Recuéstenlo, sacaremos esa flecha.

—Sáquenle la flecha y yo le sanaré —dijo Dérakruex ante la gravedad de la herida—. La naturaleza me permitirá sanar su herida, o por lo menos aliviarla un poco, lo suficiente para evitar que su condición se agrave.

Slain y Scar lo recostaron con el mayor cuidado que pudieron, pero ni así pudieron evitar causarle dolor al joven semielfo, quien gimió agarrándose con fuerza del gabán del velkariano

—Tranquilo, te sacaremos esa cosa del cuerpo, no desesperes —dijo Slain.

Pero el cuerpo del joven no pudo resistir más la pérdida de sangre. Su pulmón perforado no pudo trabajar más: el flechazo había sido certero. El druida rápidamente procedió a levantar un rezo a la naturaleza pidiendo poder curativo, pero no fue suficiente para detener la hemorragia. Thárivol tosió sangre y abrió sus ojos con dolor y terror al darse cuenta de que sus últimas fuerzas se extinguían, nadie podía hacer nada por él ahora; el grupo había perdido a uno de los mejores y más valientes. Los rostros de todos se ciñeron, no conocían mucho al semielfo (a excepción de Slain, quien se veía muy afligido), pero en este corto tiempo le habían aprendido a respetar por su actitud y su evidente capacidad para el combate. Ningún buen guerrero merecía morir de esa forma, deberían morir en combate, pero este honor le fue negado a Thárivol, el semielfo.