Polisapo

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Colección Labericuentos

Serie verde

Polisapo

Colección dirigida por: Ana Belén Valverde Elices

Diseño de la colección: Más!gráfica

Primera edición: abril 2007

© Del texto: Augusto Roa Bastos y Alejandro Maciel

© De las ilustraciones: Claudia Ranucci

© 2007 EDICIONES DEL LABERINTO, S.L.

www.edicioneslaberinto.es

laberinto@edicioneslaberinto.es

Teléfono: 91 310 28 26 - Fax: 91 310 28 30

ISBN: 978-84-1330-801-2

Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y trasformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

FICHA PARA BIBLIOTECAS:

ROA BASTOS, Augusto (1917-2005); MACIEL, Alejandro (1956-)

Polisapo / Augusto Roa Bastos y Alejandro Maciel ; ilustraciones, Claudia Ranucci – 1.ª ed.– Madrid : Ediciones del Laberinto, 2007

Encuadernación : rústica ; 64 p. : il. n. ; 20 cm. – (Labericuentos. Serie verde ; 7. A partir de 8 años)

ISBN 978-84-1330-801-2

1. Otras culturas. 2. Naturaleza. 3. Animales. 4. Brujas y encantamientos. 5. Paraguay (América del Sur). 6. Superación personal. I. Ranucci, Claudia, il. II. Título. III. Serie 087.5: Literatura infantil y juvenil

821.134.289.2-3 Literatura paraguaya. Novela y cuento



Hace un kilo de años, en un charco que había cerca de Horqueta, en el departamento de Concepción en la República del Paraguay, vivía un Sapo que quería ser policía.

Todas las mañanas, al lavarse la cara antes de ir a la escuela decía a su mamá Sapa:

—Quiero ser policía.

La madre seguía juntando huevos de caracol para el desayuno. Planchaba el delantal. O batía un poco de nata con azúcar.

Camino a la escuela el Sapo se cruzaba con la Garza y le decía:

—Quiero ser policía.

La Garza se hacía la desentendida y seguía buscando pescados en el estero.

En toda la comarca, desde el río Apa hasta la cordillera de Amambay, y desde el Gran Chaco hasta Coronel Oviedo, ya le decían «Polisapo» de tanto insistir siempre con la misma música en todas partes.

Por ejemplo, en la clase de gramática la maestra le pedía que pasara a escribir una oración en la pizarra y él escribía:

Quiero ser policía

La «Seño» pedía una palabra aguda y el Sapo escribía «policía».

Pedía un diptongo y el Sapo escribía «quiero».

Papá Sapo —que era mecánico— le prestaba su mono de trabajo azul y una gorra con viseras igual a las que usan los agentes de policía. Cada vez que salía disfrazado las ranas cantaban a coro:

Poli, poli, Polisapo

Parece de carne,

Pero es de trapo.

Poli, poli, poli miente

Dice que baila flamenco

Desde siempre.

Poli, poli, exagerado:

Con un chicle hace un globo

Y viaja sentado.

¿En un globo? Sí, señor

En un globo aerostático

Sin motor.


Hasta que llegó el último día del último curso y Polisapo recibió el diploma. Mamá Sapa había estrenado una túnica de gasa plisada para la ocasión; y papá Sapo estaba más agrandado que nunca (el orgullo suele hinchar mucho el espíritu), tanto que no podía abrocharse los botones de su chaqueta. Todo fue muy tierno, incluyendo el llanto de la Yacaré que estaba muy emocionada aunque nadie creía en sus lágrimas.

Por algo, las sátrapas de las ranas decían:

Llora mal la Yacaré

y ni ella sabe por qué.

Por fin, Polisapo podría entrar en la Escuela de Oficiales de Policía.

Las granujas de las ranas decían a coro:

Llueva grueso o llueva fino,

Polisapo está en camino.

Tiene una espina clavada:

¡O es policía o es nada!

Tuvo que hacer un viaje hasta Curva Romero, en Luque (pasando por Asunción), rumbo a la Escuela de Oficiales de Policía. Imaginaos todo lo que sudó el pobre a salto de rana desde Horquetas, que es un pueblo con una plaza, una iglesia y siete casas hasta Yby Yaú donde se quedó a descansar tomando tereré con la Tucura, que es una especie de langosta rojiza, muy comedora de cultivos (los agricultores la consideran una verdadera «plaga») y que tiene un bar en el cruce de caminos.

—Y para dónde va el mozo? —quiso saber la Tucura, que era bastante curiosa por cierto.

—A Luque —dijo Polisapo, muy seguro de sí mismo.

Había leído en un tratado de autoayuda que el futuro de la gente depende de lo segura de sí misma que sea cada persona. Si uno quiere ser abogado, por ejemplo, necesita estudiar cinco años todo lo que tiene que ver con las leyes y los códigos. Es necesario un gran esfuerzo personal que dure sus cinco años; mucha paciencia que dure cinco años, constancia que dure cinco años, dedicación que dure cinco años y muchos etcéteras más que se consiguen gracias a la seguridad que cada uno tenga en sí mismo.

Eso decía el libro.

Habría que ver si era verdad.

Pero volvamos a la conversación entre Polisapo y la Tucura en pleno cruce de Ybí Yaú, bajo la sombra de un fornido lapacho de flores amarillas como patitos.

—¡Ah!, entonces tiene que tomar la Ruta Tres hasta Coronel Oviedo —dijo la Tucura—, y de ahí dobla por Ruta Dos hasta Asunción y pasa de largo sin parar en Ñu Guazú, hasta Luque. Derechito, derechito. Llévele mis saludos a la comadre Ura, que vive en Tacuara, de paso cañazo —le pidió la Tucura, mientras se daba aire con un abanico de caraguatá.


—¿Eso queda muy lejos? —preguntó muy preocupado Polisapo.

—Depende —dijo la Tucura—. Ir cuesta más que volver.

—¿Cómo es eso? —se alteró Polisapo, volviéndose más verde que de costumbre. Por lo que le habían enseñado (y él era muy buen alumno) las distancias son las mismas tanto si uno va como si uno viene de algún sitio.

—Es una lomada, muy cuesta arriba. Subir —iba diciendo la Tucura mientras cebaba otro tereré— le hará bufar de cansancio, pero al volver podrá bajar rodando como una pelota de fútbol. Es mucho más fácil.

—¡Qué tontería!

La Tucura, que era muy cariñosa, le acarició el hombro y lo alivió bastante diciéndole casi en el oído:

—Tengo una amiga en Carayaó y si necesita algo, ella le va a dar una manito, hijo.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?