Loe raamatut: «La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia», lehekülg 7

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Estrategias basadas en la división sexual e intergeneracional del trabajo

Incluye las modalidades de cuidado de tiempo completo, cuidado y proveeduría centrada en las madres, de trabajo compartido entre madres y padres y de cuidado intergeneracional.

Cuidar de tiempo completo

En esta condición están las madres de la PS1 y PS3, quienes carecen de recursos propios para cuidar y de autonomía económica. Aunque generan un mínimo de ingresos, estos son insuficientes para el sostenimiento y bienestar de sus hijos o hijas. Su cotidianidad gira casi de forma exclusiva alrededor del cuidado, y justifican la falta de participación de los padres o parejas en el cuidado, debido a su rol central como proveedores económicos. Las cuidadoras de la PS1 desarrollan una labor más ardua que quienes pertenecen a otras posiciones; múltiples labores simultáneas en las que se combinan el trabajo doméstico (“lavar la ropa”, “arreglar el desorden”, “planchar”, “arreglar uniformes”, “hacer desayunos, almuerzos y comidas”), el cuidado directo y la gestión, a las que se añade la búsqueda de recursos económicos para el hogar. No solo se cuida a los hijos e hijas, se atiende también a los maridos con la preparación de alimentos para que lleven a sus empleos y así disminuir los gastos con la comida. Estas cuidadoras tratan de evitar las tensiones familiares y el conflicto con sus cónyuges porque consideran que sus trabajos son intensos y eso merece la mayor consideración. En estos casos se verifica la relación entre la precariedad económica, que impone estrategias y la mayor carga de trabajo doméstico (Esquivel et al., 2012).

Para ejemplificar, las rutinas de Gabriela (PS1) son intensas, con horarios extendidos y llenas de actividades superpuestas. Su esposo es celador y ella está a cargo de tres hijos y un niño de la vecindad. Su hogar está en Ciudad Bolívar, una localidad muy extensa en territorio, con problemas de trasporte urbano y condiciones precarias de seguridad e infraestructura urbana. Así relata ella su día:

Vienen a golpearme para entregarme al niño a las cinco y media. Yo me levanto, lo recibo, le preparo el desayuno y lo llevo al colegio porque él entra a las siete, de ahí en adelante yo no puedo dormir más. Yo lavo a mano, a mí no me gusta la lavadora, a mí se me hace que deja la ropa sucia. Vengo y preparo el desayuno para mi familia, mi hogar, mi esposo y mis tres hijos. Ya el niño que estudia en la tarde se levanta por ahí a las siete y media, y los otros los levanto a las ocho y media. El muchacho ahorita se levanta a las cinco y media, se arregla, desayuna y se va y llega a las siete de la noche, porque él está trabajando de ayudante mientras entra al SENA. Hago el almuerzo, mientras yo cocino le ayudo con las tareas al niño pequeño, luego lo hago bañar, lo visto, le doy el almuercito y lo llevo al colegio. Ya el resto del tiempo me queda para arreglar la casa, el desorden y el reguero.

De manera similar, extensas jornadas dedicadas al trabajo doméstico y de cuidado son referidas por cuidadoras de tiempo completo de la PS3, quienes, a pesar de tener una posición más favorable que les permite eventualmente contratar empleadas domésticas por tiempo parcial o, incluso, de tiempo completo, comparten con las de la PS1 su falta de autonomía económica.

Yo arranco el día a las cinco de la mañana, las niñas se duchan y arreglan su habitación. Mientras tanto yo estoy haciéndoles desayuno. Yo me tomo un café con las tres grandes —hijas—, en ese momento oramos un poquitico, o yo guío una oración y las bendigo, pedimos si alguna tiene un examen o si alguna tiene una petición. A las seis de la mañana, normalmente, y mientras despierto a Tomás, a las siete, ese es mi espacio, ese es mi tiempito, el que yo saco para mi espiritualidad. A las siete arranco con Tomás el mismo proceso; de bañarlo, desayuno y a las ocho estamos bajando a la ruta. Me acuesto como a las once de la noche, después de que he servido comida y he terminado de hacer tareas. Después de que yo termino mi trabajo o la lectura, ese es mi hobby, comemos todos, es el momento también de estar en familia. (Angélica, PS3)

En estas cuidadoras persiste la creencia de que solo la madre puede cumplir a cabalidad las tareas de cuidado, así contraten personal para trabajos domésticos. Ellas hacen las tareas que facilitan la interacción cara a cara con sus hijas e hijos, lo que a su juicio favorece el diálogo y crea una armonía familiar necesaria para el desarrollo. La gestión del cuidado se centra en la gestión de servicios de salud y la asistencia e interacción con el medio escolar. Sin embargo, la forma como se significa el cuidado es distinta según la posición social. Para las madres de PS1 es naturalmente femenino, como lo señala la tradición, y para las de PS3 la maternidad y la dedicación de tiempo completo a los hijos/as se justifica bajo el argumento de la responsabilidad y el valor social y humano que permite la perpetuación de la vida. No obstante, no son pocas las voces que resienten que la sociedad no aprecie su labor de cuidado en la producción de bienestar.

El cuidado es, para estas madres cuidadoras de tiempo completo, una responsabilidad, una obligación indelegable que se asocia con valores como la responsabilidad, el compromiso familiar o la solidaridad con sus parejas, expresiones de una ética femenina cuyos sacrificios se sustentan en la argumentación moral de una maternidad abnegada que antepone los intereses de sus hijos e hijas sobre los propios, lo cual, corresponde a la maternidad intensiva, tan estudiada por Hays (1998) y Barreto y Puyana (1996). Esto no quiere decir que no sientan el peso de la carga y su demanda física y emocional. Dayana, madre de tres hijos que habita en un barrio popular, manifiesta con esta frase su concepción sobre una maternidad intensiva: “A veces quisiera tirar la toalla. Pero no, hay que seguir adelante por mis hijos”, y Juana, madre de tres hijas habitantes en el centro de la ciudad: “Yo quisiera trabajar por fuera del hogar, pero no puedo por ellas. No les puedo dar alas, no las puedo soltar”. Tampoco significa la ausencia de una capacidad de autorreflexión y de protesta contra el habitus cultural que naturaliza el cuidado, como lo manifiesta María, quien guarda para sí su paseo matutino en bicicleta, aunque pasa el resto del día ocupándose de la parálisis cerebral de sus dos hijos, mientras su segundo esposo trabaja largas jornadas para garantizar los gastos del hogar.

La gente dice “Ay, tú no trabajas”, entonces yo, molesta, les digo: “te reto a que hagas un día de mi vida, y eso sí, la condición es esta; no puedes dejar de sonreír”, porque yo siempre estoy con una sonrisa y yo no ando amargada, ni nada. Y desde que salgo en la cicla a las cinco de la mañana a la Calera, no paro. (María, PS3)

En el fondo de estas estrategias están las limitaciones de la estructura que margina a las cuidadoras-madres de opciones laborales, de ingresos económicos o de apoyos para su labor de cuidado. Según los relatos, estas mujeres se sienten poco reconocidas como actoras del bienestar de la sociedad y de sus familias. “Desafortunadamente eso es un problema en que las mamás nos encontramos cuando nos hemos dedicado a criar niños. Nos encontramos con puertas cerradas en el sistema laboral” (Angélica, PS3).

La estrategia del cuidado de tiempo completo ha sido asumida por un grupo de cuidadoras principales que viven la dura experiencia de atender niños o niñas en situación de discapacidad permanente, quienes han dejado sus trabajos, sus carreras profesionales exitosas y se han consagrado por completo a resolver las necesidades de sus hijos e hijas. Los problemas crónicos de salud, de discapacidad permanente o de enfermedad progresiva llevan a estas madres cuidadoras a intensificar su acción, a especializarse en el cuidado fortaleciendo terapias físicas u ocupacionales, administrando medicamentos de riesgo, supervisando la alimentación y gestionando con dificultad ante el sistema de salud. “Paso todo el día con ellos, yo hago los feedback a las terapeutas, nosotros tenemos reuniones mensuales con los profesionales, si se hace el objetivo o no, porque yo estoy pendiente de todo”, dice María (PS3), quien ha adquirido una sólida formación en el tema a través del internet, diplomados y estudios cortos, lo que le ha permitido alcanzar con sus hijos con discapacidad metas de desarrollo superiores a las proyectadas por los médicos.

Frente a las limitaciones y exclusiones del sistema de salud, los altísimos costos de la atención privada para estos niños y niñas contribuyen a profundizar la ya frágil condición de estas cuidadoras porque las pone en situaciones de extrema exigencia física y emocional, y demanda de sus parejas máximo compromiso económico, comprometiendo seriamente la estabilidad y el bienestar de los hogares. Algunas de estas madres-cuidadoras han experimentado el abandono de sus parejas apenas conocieron el diagnóstico, y ello las ha llevado a situaciones límite.

Trabajar, proveer y cuidar

Un escenario distinto es el de quienes trabajan y a la vez cuidan. Se destacan tres subgrupos: tres mujeres que laboran en sus casas y barrio, y representan condiciones muy comunes entre la fuerza laboral femenina de la ciudad, las cuidadoras principales que laboran fuera del barrio y a la vez cuidan, y, finalmente, los padres cuidadores y proveedores de tiempo completo. Refiriéndose a sus estrategias del cuidado, una madre comunitaria, del primer subgrupo, quien realiza el cuidado directo de tres hijos, al mismo tiempo que atiende doce niños/as en su hogar (hogar comunitario), anota:

Me levanto a las cinco y a las siete y media estoy lista a recibir los niños, y me acuesto a las nueve de la noche. Aunque claro, hay veces llega él [el esposo] a la una, dos, tres de la mañana, toca levantarme, calentarle comidita, porque [...] también con hambre y cansado.

Sandra combina el cuidado de sus dos hijos con la administración de una “tienda”, cerca de su hogar. Labora en su negocio el día completo y parte de la noche, iniciando su jornada desde las cuatro y media de la mañana, en tanto prepara desayunos, recibe otros dos niños a quienes cuida mientras atiende a sus clientes y supervisa las tareas escolares de sus hijos. A las diez de la noche cierra y continúa haciendo los oficios domésticos en el hogar. Además, con los vecinos vigila el contexto barrial, para que niños y niñas puedan jugar en las calles y así evitar los peligros que sienten que les acechan.

El tercer caso es el de Nadia, madre de cuatro hijos, dos de ellos de otra unión durante su adolescencia y dos pequeños de la actual relación. Trabaja en su hogar haciendo consultas en línea contratada por el Distrito. Inicia su rutina a las tres y media de la madrugada, para preparar el almuerzo de sus hijas y el desayuno, despertarlas y enviarlas al colegio en el autobús, y luego se lleva al hijo de cuatro años al jardín infantil. Obtiene muy poca ayuda, porque considera que las labores del hogar son su responsabilidad, pues sus hijas estudian y además el esposo tiene un horario de trabajo poco flexible. En estos tres casos se muestra cómo el trabajar en el barrio o vivienda, casi nunca fuera del hogar, y las actividades del cuidado, limitan el tiempo disponible para ellas mismas. Para este grupo es indispensable el apoyo de las redes parentales y el de sus hijos e hijas adolescentes para conciliar los tiempos y exigencias del hogar y del cuidado con los horarios del trabajo.

El segundo subgrupo, la PS2, lo constituyen madres y una abuela que trabajan lejos de los lugares donde residen y de los centros educativos de sus hijos, lo que les obliga a construir otras estrategias para el cuidado, como el apoyo de las redes parentales, de vecinos y amigos e, incluso, la reconfiguración del hogar, como se verá más adelante.

Me levanto a las cuatro, llevo la niña a donde me la cuidan a las cuatro y media, me vengo a trabajar, salgo a las tres de la tarde. Voy y espero a la niña que sale hasta las cinco y media, la recojo y llego a la casa, hago comida, le ayudo con las tareas y a alistar lo del otro día. Los sábados, también lo mismo, la recojo, a las cuatro y media. Si, pobrecita mi chinita. La niña también se acuesta a las nueve y media, porque hasta que yo no me acueste ella no se acuesta. (Consuelo, PS2)

En varios de los casos los padres están ausentes y ni siquiera cumplen con sus responsabilidades por el sustento material, obligando a las cuidadoras a generar los recursos necesarios para el sostenimiento del hogar, lo que se traduce en largas jornadas laborales además de las responsabilidades de cuidado. Ejemplo de esto es Lesly (PS2), obrera, madre soltera, quien hace turnos hasta de doce horas para tener mayores ingresos que le permitan garantizar el cuidado de sus hijas y su madre. Duerme apenas entre tres y cuatro horas diarias, permanece cinco horas en promedio en el trasporte público y es la encargada de la proveeduría de su hogar. Solo ve a sus hijas los domingos. “Yo por lo menos soy la cabeza de mi familia, soy como el hombre de la casa y trabajo mucho para que mis tres mujeres estén bien: mi mamá y mis dos hijas; para llevar buen sustento a la casa”.

Entre estas mujeres de la PS2 coexisten sentimientos de culpa y fortaleza que se agudizan cuando son las únicas responsables tanto de la proveeduría económica como del cuidado. Evidencian un importante desgaste físico y psicológico que se expresa en signos de envejecimiento prematuro, agotamiento y problemas de sueño, no registrados en la morbilidad y poco estudiados por el sistema de salud. Estas mujeres son buenas malabaristas, pero se les caen objetos (Faur, 2014; Martínez Franzoni y Camacho, 2007). En contraste, las madres trabajadoras y cuidadoras de la PS4, dado su capital cultural y el haber tenido menores limitaciones estructurales para cumplir con el cuidado y el trabajo fuera del hogar, son mejores “equilibristas”. En estos hogares, la mayoría contrata servicio doméstico y concentra su escaso tiempo en el cuidado directo.

Durante el colegio es cuando más rutinarios somos. Yo me levanto a las cinco de la mañana, nos arreglarnos, a desayunar juntas, llevarlas al paradero y luego regreso. Ella es súper disciplinada, mucho más que todos nosotros, cuando regresa, almuerza nuevamente y hace sus tareas. Llego yo, y compartimos ese pedazo de la tarde, ya sea ayudándola a terminar sus labores o compartiendo juntas el espacio. Nos encanta leer, oímos música. A las nueve, ¡estoy fundida! Ni pa’ mi marido, ni pa’ nadie. Mi sueño y punto. (Margie PS4)

Si bien en esta posición las culpas se narran menos, todas las mujeres relataron dificultades para conciliar el cuidado, la proveeduría económica y el desarrollo personal-profesional (ascender laboralmente o capacitarse), sobre todo aquellas responsables principales o significativas del sostenimiento económico.

Finalmente, esta estrategia comprende un subgrupo de hombres que se dedican intensivamente al cuidado de NNA. Ellos han asumido estas tareas luego de abruptas y conflictivas separaciones. Álvaro (PS1), Leonidas, Fabio y Alejandro (PS4) conforman hogares monoparentales, no reciben colaboración de las madres de sus hijos/as para el cuidado directo y solo en un caso la madre aporta una cuota alimentaria para la proveeduría, a raíz de un acuerdo legal. Estos padres organizan su vida alrededor del cuidado de sus hijos. Sus jornadas son tan extensas como las ya relatadas en madres solas. Las actividades de cuidado las inician muy temprano y se centran en tareas como preparar los alimentos, apoyar las labores escolares, gestionar el cuidado de salud y atender las relaciones escolares y lúdicas extraescolares. En la posición social 1 la labor doméstica es repartida entre ellos y sus hijos/as, en posiciones sociales mayores, 3 y 4, se contrata apoyo doméstico, muy parcial.

Esta actividad de cuidado implica arreglos especiales tanto en ubicación de vivienda-trabajo como en horarios laborales y pactos con las redes familiares cercanas. Alfredo, por ejemplo, es médico y decidió colocar su consultorio muy cerca de su casa. “Tengo empleada una vez a la semana, para que planche y haga el aseo del apartamento; el resto del oficio lo hago yo”. Leonardo, un ejecutivo de las comunicaciones con trabajo independiente, atiende a sus dos hijos, “un día normal con ellos empieza antes de las cinco de la mañana, donde ellos se levantan y se alistan. Yo mismo les cocino ese día”. Alberto busca trabajo de celador por las noches para asumir sin falta sus labores domésticas y de cuidado en el día.

En estos cuatro casos, las madres están ausentes del cuidado y del apoyo emocional y económico de sus hijos/as por historias de conflicto previo o de no deseo de asumir la crianza.

Creo que la mamá no contó con él para irse, para tomar la decisión, solo le informó y para él fue una desgracia total, un abandono. A mí me tocó frentear (sic) la situación con mucho amor; decirle que lo amaba todos los días, cada cinco minutos, y que no se preocupara por la soledad. (Fabio PS4)

La experiencia de padres cuidadores principales tiene para ellos gran impacto respecto de la forma como fueron socializados, lo que pone en tensión la tradicional división sexual del trabajo. Como lo señala Pineda (2001), significa un cambio en la masculinidad, con frecuencia una crisis situacional que poco a poco se asume, reconfigurando roles sociales y formas de ser y hacer familia. De hecho, según la ENDS-2015, este tipo de hogar de padres a cargo de hijos e hijas se presenta en el 6.9 % de los hogares bogotanos (Profamilia, 2015).

El cuidado compartido entre padres y madres

Si bien una estrategia dominante es el papel del padre como proveedor y poco colaborador en el cuidado, se encontraron casos de hogares en los que existe un acuerdo con la pareja en las responsabilidades por el cuidado. Un caso es el de Any y Orlando (PS4), quienes conjuntamente crían al hijo de ella; otro es el de Alicia y Marco (PS4), quienes dividen los oficios domésticos y el cuidado de sus hijas.

Me levanto todos los días a las cuatro y media de la mañana, les preparó el desayuno, organizo mi almuerzo, a las dos siempre les hago lonchera. Me subo, tiendo la cama, me ducho. Mientras yo me ducho él es el encargado de los uniformes de Valentina y de mi uniforme. […] Cada uno de nosotros tiene una tarea. Él se encarga de los baños, yo me encargo de la cocina; ellas se encargan cada una de las habitaciones, y pues yo, de la mía. (Alicia PS4)

En estas situaciones, los padres están presentes y comprometidos con el cuidado. Han adquirido un capital social alto y han roto con los estereotipos propios de la masculinidad hegemónica, lo que en no pocas ocasiones les ha generado presiones de sus pares y familiares que los ven “sometidos”, desviados de lo socialmente esperado, situación que ha sido señalada en otras investigaciones (Pineda, 2008; Puyana y Mosquera, 2003). Otros dos casos de hombres en la PS2 son de resaltar. El primero es el de Juan, quien vive una situación de crisis debido al cáncer de su hija. Con su pareja comparte el cuidado y ha acordado su distribución: él asume la mayoría de las funciones de proveeduría y las labores domésticas, mientras su esposa atiende las necesidades de la niña. El otro caso es el del exmarido de Lucrecia, que no cohabita con ella pero comparte el cuidado. Ambos acordaron que sea él quien se ocupe del niño en las mañanas y lo lleve al jardín infantil, y para facilitarlo ha decidido vivir cerca de su expareja.

Adolescentes como cuidadores

Las y los adolescentes son un recurso importante, especialmente en los hogares con padres y madres de las posiciones sociales en los que los recursos son escasos y no se puede acudir a la compra de servicios de cuidado o trabajo doméstico. Se hacen cargo de sus hermanos y hermanas pequeños en los tiempos extraescolares, realizan labores de cuidado directo y trabajo doméstico a la par de sus deberes escolares. En los grupos focales, ellos y ellas expresaron una significativa conciencia de la enorme carga laboral y económica de sus madres y padres, hecho que los hace sentir corresponsables del sostén del hogar al aportar su tiempo para el cuidado. “Es suplir esas cosas que mi mamá no puede hacer; igual mi mamá es cabeza del hogar y yo tengo que ser como el papá prácticamente […]” (Lina, 11 años).

En algunos casos, la carga del cuidado concomitante con las obligaciones escolares constituye motivo de conflicto, particularmente en los casos en que se requiere cuidar de varios hermanos/as menores y son muchas las labores domésticas, al punto de representar diariamente cinco horas o más de trabajo continuo, lo que explica las muchas expresiones de cansancio. El conflicto es el resultado de la tensión entre los deseos de emancipación de las y los adolescentes y sus obligaciones de cuidado, y en ocasiones es difícil de manejar. En las posiciones más bajas las y los adolescentes son generalmente quienes cuidan durante el día de sus hermanos y hermanas, a diferencia de los de PS3, que en general comparten el cuidado con un adulto. Realizan el cuidado desplazando las responsabilidades escolares o articulándolas.

Cuidar es percibido de diversas formas: como una carga pesada de llevar, como un obstáculo para la vivencia juvenil o como un aporte al conocimiento de la vida adulta que puede serles útil en el futuro. “Ser joven y tener la responsabilidad de cuidar es como bueno, porque esto te va a servir en el futuro y estaré más preparada” (Nora, 13 años). “Uno se siente forzado a la obligación, aunque tenga cosas por hacer, por ejemplo: voy a hacer mis tareas y no alcanzo” (Lina, 11 años).

La situación es crítica en el caso de adolescentes madres y padres, quienes además de cuidar a sus hermanos y hermanas menores de edad, cuidan a sus hijos/as pequeños. Aunque, en general, cuentan con redes de apoyo familiar, viven situaciones difíciles, tienen sentimientos encontrados y conflictivos y perciben un futuro de sueños aplazados. Así lo expresa María Fernanda, de 16 años, quien vive con su madre, su padrastro, su hija de año y medio y sus dos hermanos de 3 y 13 años: “Ahora me siento frustrada porque uno tiene que conseguir plata, que si falta esto o aquello […] pero no me arrepiento de mi hija, en ningún momento, sino que me gustaría que fueran otras circunstancias”. Y Gertrudis, de 17 años, en último año de educación secundaria, quien vive con su hijo de nueve meses, sus padres y un hermano de 12 años: “Se pierden oportunidades, usted quiere matricularse y ya no puede, no tiene uno con quien dejar al niño”.

La experiencia del cuidado marca las trayectorias vitales tanto de quienes lo prodigan como de quienes lo reciben, e influye la visión de la realidad y el futuro. Pese a ser un fenómeno relativamente común, en la literatura académica poco se sabe sobre este tema. Algunos estudios mencionan los impactos físicos, emocionales, sociales y de adaptación para niños, niñas y adolescentes cuidadores/as, pero pocos tratan sobre la cantidad de adolescentes y niños y niñas dedicados a estas actividades, de su contribución al cuidado y de los impactos diferenciales del cuidado de otros en la vida juvenil.

El concepto de niños cuidadores es reciente y puede ser definido como niños y adolescentes hasta 18 años, que prestan atenciones de manera significativa y regular, en las actividades de vida diaria, para familiares u otros que viven en la misma casa y que necesitan auxilio debido a la enfermedad crónica o prolongada, física o mental, dependencia asociada a la edad u otras condiciones. Estos niños asumen una determinada responsabilidad que, por lo menos en las sociedades occidentales, normalmente no se destina a los mismos. Este tipo de atenciones puede incluir un o más de los siguientes componentes: atenciones personales, atenciones de salud, gestión del domicilio, supervisión, conductas referentes a la salida del ambiente hospitalario y soporte emocional.

La situación de cuidar por parte de niños [y adolescentes], debido a su complejidad, apenas puede ser entendida si tenemos en cuenta los siguientes factores: escasos recursos materiales y financieros, la naturaleza y extensión de la enfermedad/deficiencia, el concepto de familia y valores familiares, las expectativas/creencias, la estructura y dinámica de relación familiar, ausencia de otra persona para asumir el papel de cuidador, afiliación étnica y cultural, la edad y su género, que inevitablemente tendrán influencia en la prestación de atenciones. Más allá de los ya referidos, otros factores aumentan la probabilidad de los niños presten atenciones, entre estos: familias desagregadas, condiciones habitacionales precarias, hermanos adolescentes y familias ensanchadas. (Marote et al., 2012, p. 1196)

Las evidencias sobre los factores implicados en la asunción del papel de cuidador/a son escasas, aunque varios estudios apuntan a la pobreza y al bajo rendimiento escolar como principales determinantes.