Loe raamatut: «Los problemas de los padres de hoy»
Los problemas de los padres de hoy:una guía para que el cuento de hadas no se convierta en pesadilla
© 2009 Ana Hilda Cruz
Segunda edición julio de 2015
ISBN 978-958-44-6002-8
Diagramación Editorial Nueva Oportunidad
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
Hecho en Colombia
Todos los derechos reservados
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Contenido
Introducción
Capítulo I: El príncipe toma el puesto del rey y la reina
1. Cuando se le da todo el poder al niño
Capítulo II: El príncipe trata a la reina como princesa menor
2. Cuando se pierde el respeto por los padres
Capítulo III: El rey y la reina no gobiernan juntos
3. Cuando no hay autoridad en la paternidad
Capítulo IV: El castillo es castillo por el príncipe
4. Cuando todo gira en torno al niño
Capítulo V: En el castillo mandan muchos líderes
5. Cuando los medios de comunicación son más influyentes que los padres
Capítulo VI: El príncipe no está preparándose para ser rey
6. Cuando los padres son absorbentes y sobreprotectores
Capítulo VII: Al príncipe le obligan a actuar como rey
7. Cuando los padres recargan a sus hijos
Capítulo VIII: El príncipe no conoce los límites del castillo
8. Cuando los padres no establecen normas claras
Capítulo IX: La reina está cansada
9. Cuando la madre o el padre no se siente apoyado por su cónyuge
Capítulo X: El rey y la reina castigan al príncipe
10. Cuando a los padres les toca castigar
Capítulo XI: El rey y la reina premian al príncipe
11. Cuando los padres deciden premiar
Capítulo XII: El rey y la reina no organizan sus edictos
12. Cuando los padres no comunican coherentemente
Capítulo XIII: El protocolo del rey y la reina
13. Cuando los padres confunden la afectividad con permisividad
Capítulo XIV: El rey y la reina salen a conquistar otros reinos
14. Cuando los niños se sienten solos
Capítulo XV: El rey se va del castillo
15. Cuando los padres se divorcian
Capítulo XVI: El príncipe está listo para tomar el trono
16. Cuando los niños crecen
Capítulo XVII: El rey no tiene Rey
17. Cuando los padres se olvidan de Dios.
Notas al pie
Introducción
“Nadie nos educó para ser padres”…esta es la frase de cajón que hemos dicho todos los padres en algún momento de nuestra experiencia. Nuestra vida termina desarrollándose en medio de rutinas, compromisos, obligaciones, deberes, y mucho cansancio. Después de una adolescencia intensa, un noviazgo en las nubes, y quizás una alianza matrimonial muy recordada, algunas parejas experimentamos un estrellón en el difícil acto de la convivencia, que viene a probarse de manera intensa cuando llega la descendencia.
El convertirnos en padres pasa a ser una de las experiencias más intensas de nuestra vida, aquellos primeros meses de vida de nuestro bebé son literalmente inolvidables, todavía están guardadas las miles de fotos que tomábamos día a día para registrar el crecimiento de nuestro bebé, es más, hasta tenemos guardados en algunos casos su primera pijama. En fin, esa personita cambió definitivamente no solo nuestras rutinas, sino también nuestra concepción de ver el mundo, de ver la vida, y de vernos a nosotros mismos. Muchos padres expresan que sus hijos son la razón de su existencia, otros arguyen que el sentido de sus vidas está en sus hijos, en últimas, quizás lo que quieren expresar es que comienzan a entender lo que significa el término “trascender”.
Después de los primeros dos años, generalmente se comienza a pensar en la escolaridad del niño, y en cómo propenderle un período de aprestamiento que le prepare para la vida escolar. A dicha edad, nuestro hijo definitivamente es tomado muy en serio, sabe perfectamente como comunicarse, expresa rasgos de personalidad claramente definidos, manifiesta rutinas básicas, e indudablemente nosotros como padres ya reconocemos el tipo de carácter que tiene la mayor parte del tiempo, en nuestras salidas de fin de semana a las casas de las abuelas, ya no solo decimos “tiene los ojos del papá”, ahora también decimos “tiene el genio de la mamá”.
Solo para algunos niños, el inicio del Kindergarten es traumático, pero para nosotros los padres -siempre resulta traumático-, no importa que nuestro hijo hoy sea adolescente, es seguro que todavía recordamos nuestras lágrimas al tener que dejarlo en la puerta del jardín cuando tenía 3 añitos. Pero curiosamente casi todos los niños se adaptan muy bien a estos centros. Solo es un año o dos años después de iniciado este período, cuando en algunas ocasiones los padres comienzan a tener una bitácora no muy alentadora, sobre el desarrollo de su hijo en el ambiente escolar. En la mayoría de los casos lo niños, pasan su preescolar de manera alegre y muy sobreprotegida de parte de sus padres.
Cuando sucede el cambio al colegio “grande”, comienzan las observaciones en las agendas, las llamadas del colegio, las felicitaciones en la entrega de informes combinadas con ese “tenemos que reforzarle….”, y en algunos casos las reuniones de padres con todo el equipo interdisciplinario del colegio. Y en este punto, es donde muchos no es que nos queramos cuestionar, simplemente nos sentimos cuestionados en nuestra labor como padres. No es que queramos niños perfectos, es que en algún punto de nuestra crianza recibimos quejas acerca del comportamiento de nuestro hijo en algún ambiente, ó, simplemente vemos como el hijo de nuestros amigos, cumple satisfactoriamente ciertos hábitos que nuestro hijo con un año mayor no cumple.
En algún momento comienzan a surgir los reproches, no siempre de la pareja, la mayoría de las veces, de nuestra propia conciencia, y entonces, esas observaciones del colegio, esas quejas eventuales, y esas criticas de la familia, van tomando tanto peso, que para el padre o la madre se convierten en verdaderos dolores de cabeza. Un sentimiento llamado frustración, comienza a evidenciarse, lo curioso es que se va regando como un virus, afecta inclusive las relaciones de pareja, afecta el trabajo y afecta la propia autoestima de los padres. Se inicia un círculo vicioso donde ya no es solo el niño la víctima, sino también los padres, e inclusive los hermanos del niño.
Luego vienen las “eternas” terapias que le inician al niño, y los “eternos” comentarios de los abuelos y tíos, comparando su hermosa niñez sin ningún trauma, con la niñez de su nieto o sobrino tan abrumada por semejantes traumas inventados por este siglo. Los padres en medio de críticas, terapias, afanes y anhelos, valientemente enfrentan su mundo con todo tipo de justificaciones. En el fondo, muchos creen que las terapias no le ayudarán al niño, que es solo una “perdedera” de dinero, pero lo hacen por calmar su conciencia. El problema se acrecienta cuando después de 1 o 2 años en terapia, el niño sigue igual o peor, y en el colegio, los informes ya no son tan excelentes como antes, se evidencia que el niño definitivamente no siempre se relaciona bien con sus compañeros, no siempre obedece, no siempre cumple las normas y los deberes, no siempre sabe resolver sus conflictos, no siempre se lleva bien con sus amiguitos, no siempre expresa hábitos de iniciación básicos, y no siempre se le ve feliz y disfrutando de su proceso educativo.
Para muchos padres, la remisión a consulta de psicología es la gota que derrama la copa, si el niño no quiere ir a estudiar definitivamente es culpa del colegio, lo mejor es cambiarlo, si hay muchas quejas del colegio, lo mejor es cambiarlo porque definitivamente le quedo grande al colegio controlar a un niño de 5, 6 u 8 años, si el niño tiene matrícula condicional, lo mejor es amenazarlo y decirle que si pierde el año, pasará a un colegio de menos categoría o inclusive a uno de tipo militar. Sin embargo los padres acceden a la consulta de psicología “ya ha estado en tantas, que una más que mas da”….
Y dentro del proceso iniciado en consulta psicológica se establecen momentos para dialogar y asesorar a padres, y es cuando surge un nuevo inconveniente: papá le dice a mamá, -“vaya usted ya que es la que lo tiene tan mal criado, yo no tengo porque ir, no tengo tiempo”-, la mamá asiste y en medio de la sesión comienza a llorar involucrando una serie de factores no solo de crianza, sino de pareja y hasta de proyecto de vida personal. Al indagar mucho más el sistema parental (padres) y fraternal (hermanos), se evidencian una serie de desajustes a nivel de hogar relacionados con pautas de crianza (hábitos, rutinas), modelos de afectividad, modelos de disciplina y autoridad, establecimientos de límites y comunicación.
En las siguientes páginas, se tratarán temas relacionados con vivencias diarias y situaciones que los niños y los padres manifiestan en su convivencia rutinaria, para muchos padres, las orientaciones han sido de gran ayuda, les han brindado un panorama tan diferente que al ponerlas en práctica, su experiencia como padres, ha pasado de ser tormentosa a ser totalmente placentera. En otros casos, su labor satisfactoria, ha mejorado con la adaptación de ciertas sugerencias, que han incrementado la unidad familiar y han convertido sistemas familiares estables, en sistemas familiares totalmente sólidos. Este es un libro diseñado para ayudarnos a mejorar nuestra labor de padres y disfrutar el privilegio de serlo.
Capítulo I
El príncipe toma el puesto del rey y la reina
1. Cuando se le da todo el poder al niño
-¿Si sabe que ya salió el juego startack versión 9?
-¿En serio?, ¿donde lo están vendiendo?-
- En la tienda donde siempre los compramos
-¡Huy, esta tarde llego y le digo a mi mamá que vayamos a comprarlo!
- ¿A si no más...?
- ¡Claro, mi mamá siempre hace lo que le pido!...
Lo anterior es una parte de una conversación entre dos amigos escolares, conversando a la hora de su descanso diario. Lo extraño en sí, no es sobre lo que conversan, sino la percepción que uno de ellos tiene acerca de la obediencia de su mamá. Los padres de esta generación, más que las anteriores, vivimos con demasiados compromisos, hay mucho que hacer, mucho que ver, mucho que conocer, mucho que vivir, y a veces el tiempo no nos alcanza, no solo nos abruman los gastos, las cuentas, la cantidad de compromisos, nuestras listas de sueños y metas, sino además, la exigencia interna y externa por entregar mañana, ciudadanos responsables, felices y realizados, todo esto sin contar, con la presión de generaciones pasadas que con “merecida” autoridad, nos cuestionan nuestro rol de padres. Para muchos padres, esos comentarios no aplican, pero lamentablemente para otros cuantos sí.
Algunos casos de la consulta psicológica, son de padres que en términos generales no disfrutan serlo. Están agobiados con las “1358” teorías del mercado, y más, cada dos segundos nacen nuevas propuestas, el ser padre debería ser una experiencia soñable para todos, pero la verdad, es que hoy abundan muchas parejas que después de tres, cuatros o cinco años de matrimonio, todavía no esperan, o mejor no quieren tener hijos. La paternidad es además de un privilegio-, -una gran responsabilidad- , es un deber mayúsculo, capaz de alterar nuestros proyectos de vida personales, y un derecho que inclusive se puede perder por negligencia. La estructura familiar también ha cambiado, abundan las familiares uniparentales y las familias mezcladas. De hecho para algunos, éstas últimas son lo mejor en cuanto a autenticidad en las relaciones, pues al interior de la familia típica nuclear, no siempre se vivencia la lealtad y la fidelidad.
Lo cierto es que hay familias en crisis, pero la familia como estructura básica de una sociedad nunca ha estado en crisis, se nos entregó un modelo donde las funciones, y los roles están claramente diseñados. La familia es la escuela del amor y de las virtudes, es el lugar a donde todos regresamos, es la base de nuestra identidad personal. Y en esa estructura familiar, se posiciona la autoridad como un deber y como un derecho, basada en el servicio, y patrocinada por la lógica de la naturaleza.
Padre y madre se complementan, no compiten, se unen, porque son más que un equipo, llegan a ser uno solo, no son perfectos, pero si perfectibles, se unieron no solo para compartir su amor, sino para transmitirlo a otros, -para trascender-. Por eso cuando llegan los hijos, la emoción se mezcla con miedo, la alegría se empaña con la inexperiencia, pero el amor se multiplica cada día. Se le quiere dar todo y más a ese hijo, y en algunos casos, se cae en una excesiva atención, descuidando inclusive a la pareja. Se le quiere proveer de todo y más, y en algunos casos, la alcoba de los niños termina convertida en un pequeño almacén. Se le quiere dar gusto a todas sus apetencias, y en el diario vivir, la convivencia dinamiza los roles de manera muy extraña.
En algún momento de la crianza, la sobreabundancia de atención, los cientos de objetos tangibles, y los deseos cumplidos, hace que el niño perciba que el mundo esta a su servicio, más aún, que él tiene el mundo a sus pies. Todo lo que pide, lo recibe, todo lo que desea, lo obtiene, sus padres están para complacerlo en todo, lo único que necesita es comunicar su deseo, su mundo es completamente dominado por él. No se necesita un coeficiente de 180, los niños son muy astutos, y se apropian sutil pero sagazmente de ese rol de liderazgo, de autoridad, y sin tomar ningún curso, comienzan a ejercer su papel de jefes. En la mayoría de los casos, a los padres que les sucede esto, no se dan cuenta de éste proceso, pues ellos actúan con un amor esforzado y laborioso ante su hijo. Los primeros años de crianza, son de mucho orgullo, el niño es inteligente, sagaz, creativo, reflexivo, y seguro, pero al transcurrir el tiempo, esa seguridad, sagacidad e inteligencia, se convierten de pronto, en voluntarismo y terquedad. La queja inicial en consulta se puede parafrasear así: “últimamente esta más terco que nunca, toca hacer las cosas como él dice, sino, ni siquiera nos habla, se pone histérico y de mal genio, siempre quiere tener la razón…”.
Pero aunque resulte conflictivo, para algunos padres, pesa más la gracia y el orgullo, de que su hijo tenga un carácter fuerte y defensivo, no miran a largo plazo, es mucho más placentero, ver que a tan corta edad, su hijo aprendió el arte de “convencer”. Lo que algunos no se dan cuenta, es que no convence en todos los ambientes, solo en la casa. Algunos niños desarrollan una forma de pedir muy particular, perseveran en su pedido toda una tarde, y la madre después de 5 horas de plegarias, decide conceder la petición, algunos lo hacen después de 1 semana de ruegos. Aunque puede haber momentos donde el padre o la madre se cansan, y ponen los puntos sobre la mesa, el niño acostumbrado por el aprendizaje de sus 4 o 5 primeros años, reincide posteriormente en las mismas conductas, en consecuencia, a los 7 u 8 años, si se acude a consulta, se hace inminente el desarrollo de un programa de reeducación en patrones de crianza.
Como padres tenemos que tener en cuenta, que nuestros hijos, son después de la pareja, nuestra mayor responsabilidad, les debemos educar integralmente, esto significa, que es necesario estar pendiente de su desarrollo interior y exterior de una manera equilibrada, desde el momento de nacer somos sus mayores educadores, no solo los alimentamos y les enseñamos a vestir o bañarse, además, les enseñamos virtudes, generadas por hábitos y rutinas. Un niño puede crecer sin televisión, pero no puede crecer sano sin orden, obediencia, prudencia y respeto, estas son las caras del amor que debe recibir desde que nace. Un padre puede demostrar cariño a su hijo al comprarle un juguete, pero demostrará verdadero amor, cuando le enseña a obedecer, cuando le enseña a respetarlo en todo lugar y en toda situación.
En la educación de nuestros hijos, es clave el discernimiento, saber interpretar los tiempos, las necesidades y las oportunidades. Nuestros hijos deben tener una participación justa dentro del hogar, deben ser respetados en su dignidad de personas, deben ser escuchados y atendidos, deben ser amados por lo que son y no por lo que hacen, pero siempre, debemos cuidar de que sepan expresarnos sumisión y respeto, no les debemos permitir desde un comienzo, que expresen ante nuestra autoridad cualquier forma de irrespeto, de groserías, o que abusen del amor que les damos. Debemos defender nuestro punto de vista frente a ellos, no se trata de argumentarles largamente nuestra decisión, con una frase, o hasta dos oraciones, podemos dejarles clara la justificación de nuestra decisión.
Somos los padres los que educamos en nuestros hijos, la premisa de que ellos son los jefes de casa y de que deben tomar decisiones en lugar de sus padres, muchas veces sucede esto por falta de organización, y también, por no estar presentes, las largas jornadas laborales impiden a algunos estar presentes cuando los niños llegan del colegio. Dejamos instrucciones para que se cumplan, pero confiadamente, no hacemos el seguimiento correspondiente, y ni siquiera, implementamos mecanismos para controlar el cumplimiento de tales instrucciones. Todavía recuerdo el caso de una niña de 12 años, que todos los días al llegar del colegio invitaba a todos sus vecinos a bailar y escuchar música en el apartamento. No había nadie que la recibiera, pero ella ya tenía todo organizado, media hora antes de la llegada de su mamá, ella ordenaba todo, y para cuando su madre llegaba, siempre la encontraba sentada haciendo tareas.
Nuestros hijos pueden tener voz y voto, pero en algunos momentos, solo deben tener voz, pues en ciertas situaciones, el voto debe ser responsabilidad de los padres, nuestros hijos deben aprender que el voto es un derecho, que se va adquiriendo con la edad, y que se valida y se autentica, con la madurez de sus actos y la responsabilidad en sus decisiones. El ejercicio de sus derechos implica el cumplimiento de sus deberes, el ser hijo, implica saber obedecer, para posteriormente saber mandar, un ser humano que desobedece, es un ser humano que no sabe mandar, y esto se aprende en casa, de la forma como los padres ejerzamos nuestra autoridad frente a ellos, y de la forma como ellos nos obedezcan. ¡Más adelante, cuando sean de mayor edad, y tomen decisiones muy personales, tendremos la seguridad de que aunque no siguen nuestro consejo al pie de la letra, si nos escuchan de manera respetuosa, y entonces, con gran placer, veremos como nuestros hijos sienten que cuentan con nosotros en su vida!. Las autoridades existen por una lógica natural y sobrenatural, si nos sentimos cuestionados por generaciones anteriores, quizás en lugar de justificarnos ante ellos, deberíamos recordar que hasta hace unas décadas, los niños sabían perfectamente quienes eran los jefes del hogar, puede que los métodos utilizados no fueran los más propicios, pero hoy por hoy, con el conocimiento y las herramientas a nuestro alcance, podemos reivindicar el papel del padre y de la madre, como los jefes de la familia, no para mandar simplemente, sino para educar correctamente.
Es necesario que aproveche la autoridad que tiene por el hecho de ser padre, no la pierda, y si ya lo hizo, sepa que puede recobrarla, comience, realizando una labor personal de introspección, ayuda el cuestionarse, para poder analizar objetivamente su rol, pregúntese cuando manda, ¿porqué lo hace, por el bien de sus hijos?,-o ¿por capricho y manía personal?, pregúntese cuándo ha dejado de mandar, por que lo ha hecho -por sobriedad?, ó por no complicarse la vida? Pregúntese porque perdió el prestigio ante sus hijos, ¿es usted modelo y ejemplo para ellos en situaciones críticas y cotidianas?, ¿pregúntese si es prudente y pudoroso ante ellos?, ¿es coherente con lo que piensa, dice y hace?, pregúntese si obtienen sus hijos información real y adecuada de parte suya o tiene que mentirles para lograr sus objetivos?, a su vez, sabe si sus hijos aprenden diariamente de usted la obediencia?... A nivel de pareja, pregúntese si fomenta usted el prestigio de su cónyuge ante sus hijos?, ¿Es verdad que sus hijos pueden observar armonía conyugal en su casa?, ¿maneja con su cónyuge una política familiar de sanciones, premios y castigos adecuada, aún cuando no vivan juntos?
Luego de reflexionar, desarrolle planes de acción detallados para desarrollarlos de acuerdo a las rutinas con sus hijos, propóngase ser coherente con esos planes, costará mucho esfuerzo, pero su hijo lo vale, debe aprender o reaprender a respetar verdaderamente, recuerde que la autoridad se fortalece no solo, cuando un padre sabe lo que quiere para sí mismo, sino también cuando sabe lo que quiere para su hijo, cuando relaciona tareas y fines, es decir, manda y hace las cosas con un sentido claro para todos, cuando a pesar de los afanes y los infortunios, tiene la valentía de vivir la alegría en casa, cuando fomenta en sus hijos sentimientos de éxito, en lugar de rotularlos con palabras o profecías desastrosas, cuando actúa con serenidad y naturalidad en situaciones críticas, cuando no dramatiza, cuando reconoce los méritos de sus hijos.
Propongámonos ser padres que conozcamos y respetemos a nuestros hijos, pues para ejercer justa autoridad y ser firmes cabezas de hogar, debemos pensar, informarnos, decidir correctamente, comunicar claramente y propiciar espacios de participación liderados por nosotros, que somos los que debemos llevar las riendas de nuestro hogar, no nuestros hijos.