Loe raamatut: «100 Clásicos de la Literatura», lehekülg 66

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Lady Russell, quizá por ser menos exigente que su joven amiga, no observaba nada que pudiese inspirar desconfianza. No podía encontrar ella un hombre más perfecto que Mr. Elliot, y su más caro deseo era verlo recibir la mano de su querida Ana Elliot, en la capilla de Kellynch, el siguiente otoño.

CAPITULO XVIII

Comenzaba febrero, y Ana, después de un mes en Bath, se impacientaba por recibir noticias de Uppercross y Lyme. Deseaba saber más de lo que podían darle a conocer las comunicaciones de María. Hacía tres semanas que no sabía casi nada. Sólo sabía que Enriqueta estaba de nuevo en casa, y que Luisa, aunque se recuperaba rápidamente, permanecía aún en Lyme. Y pensaba intensamente en ellos una tarde cuando una carta más pesada que de costumbre, de María, le fue entregada, y para aumentar el placer y la sorpresa, con los saludos del almirante y de Mrs. Croft.

¡Los Croft debían pues estar en Bath! Una situación interesante. Era gente hacia los que sentía una natural inclinación.

-¿Qué es esto? -exclamó Sir Walter-. ¿Los Croft han llegado a Bath? ¿Los Croft que alquilan Kellynch? ¿Qué te han entregado?

-Una carta de Uppercross, señor.

Ah, estas cartas son pasaportes convenientes. Aseguran una presentación. Hubiera visitado, de cualquier manera, al almirante Croft. Sé lo que debo a mi arrendatario.

Ana no pudo escuchar más; no podía siquiera haber dicho cómo había escapado la piel del pobre almirante; la carta monopolizaba su atención. Había sido comenzada varios días antes:

“1 de febrero “Mi querida Ana,

“No me disculpo por mi silencio porque sé lo que la gente opina de las cartas en un lugar como Bath. Debes encontrarte demasiado feliz para preocuparte por Uppercross, del que, como bien sabes, muy poco puede decirse. Hemos tenido una Navidad muy aburrida; el señor y la señora Musgrove no han ofrecido una sola comida durante todas las fiestas. No considero a los Hayter gran cosa. Las fiestas, sin embargo, han terminado: creo que ningún niño las haya tenido más largas. Estoy segura de que yo no las tuve. La casa fue desalojada por fin ayer, con excepción de los pequeños Harville. Te sorprenderá saber que durante este tiempo no han ido a su casa. Mrs. Harville debe ser una madre muy dura para separarse así de ellos. Yo no puedo entender esto. En mi opinión, no son nada agradables estos niños, pero Mrs. Musgrove parece gustar de ellos tanto o quizá más que de sus nietos. ¡Qué tiempo tan espantoso hemos tenido! Quizá no lo hayan sentido ustedes en Bath, debido a la pavimentación, pero en el campo ha sido bastante malo. Nadie ha venido a visitarme desde la segunda semana de enero, con la salvedad de Carlos Hayter, quien ha venido más de lo deseado. Entre nosotras, te diré que creo que es una lástima que Enriqueta no se haya quedado en Lyme tanto tiempo como Luisa; esto la hubiera mantenido lejos de él. El carruaje ha partido para traer mañana a Luisa y a los Harville. No cenaremos con ellos, sin embargo, hasta un día después, porque la señora Musgrove teme que el viaje sea muy cansador para Luisa, lo que es poco probable considerando los cuidados que tendrán con ella. Por otra parte, para mí hubiera sido mucho mejor cenar con ellos mañana. Me alegro que encuentres tan agradable a mister Elliot y yo también desearía conocerlo. Pero mi suerte es así: nunca estoy cuando hay algo interesante; ¡soy siempre la última en mi familia! ¡Qué larguísimo tiempo ha estado Mrs. Clay con Isabel! ¿Ha querido marcharse alguna vez? Sin embargo, aunque ella dejara vacía la habitación, no es probable que se nos invitase. Dime lo que piensas de esto. No espero que se invite a mis niños, ¿sabes? Puedo dejarlos perfectamente en la Casa Grande por un mes o seis semanas. En este momento oigo que los Croft parten casi ahora mismo para Bath; creo que el almirante tiene gota. Carlos se ha enterado de esto por casualidad; no han tenido la gentileza de avisarme u ofrecerme algo. No creo que hayan mejorado como vecinos. No los vemos casi nunca, y ésta es una grave desatención. Carlos une sus afectos a los míos, y quedo de ti con todo cariño,

“María M.

“Lamento decir que estoy muy lejos de encontrarme bien y Jemima acaba de decirme que el carnicero le ha dicho que abunda aquí el mal de garganta. Imagino que voy a adquirirlo, y bien sabes que sufro de la garganta más que cualquier otra persona”.

Así terminaba la primera parte, que había sido puesta en un sobre que contenía mucho más:

“He dejado mi carta abierta para poder decirte cómo llegó Luisa, y me alegro de haberlo hecho, porque tengo muchas más cosas que decirte. En primer lugar recibí una nota de la señora Croft ayer, ofreciéndose a llevar cualquier cosa que quisiera enviarte; en verdad, una nota muy cortés y amistosa, dirigida a mí, tal como correspondía. Así, pues, podré escribirte tan largamente como es mi deseo. El almirante no parece muy enfermo, y espero que Bath le haga mucho bien. Realmente me alegraré de verlos a la vuelta. Nuestra vecindad no puede perder esta familia tan agradable. Hablemos ahora de Luisa. Tengo que comunicarte algo que te sorprenderá. Ella y los Harville llegaron el martes perfectamente bien, y por la tarde le preguntamos cómo era que el capitán Benwick no formaba parte de la comitiva, porque había sido invitado al igual que los Harville. ¿A que no sabes cuál es la razón? Ni más ni menos que se ha enamorado de Luisa, y no quiere venir a Uppercross sin tener una respuesta de parte de Mr. Musgrove, porque entre ellos arreglaron ya todo antes de que ella volviera, y él ha escrito al padre de ella por intermedio del capitán Harville. Todo esto es cierto, ¡palabra de honor! ¿Estás atónita? Me pregunto si alguna vez sospechaste algo, porque yo... jamás. Pero estamos encantados; porque pese a que no es lo mismo que casarse con el capitán Wentworth, es infinitamente mejor que Carlos Hayter; así pues, Mr. Musgrove ha escrito dando su consentimiento, y estamos esperando hoy al capitán Benwick. Mrs. Harville dice que su esposo añora muchísimo a su hermana, pero, de cualquier manera, Luisa es muy querida por ambos. En verdad, yo y Mrs. Harville estamos de acuerdo en que tenemos más afecto por ella por el hecho de haberla cuidado. Carlos se pregunta qué dirá el capitán Wentworth, pero si haces memoria recordarás que yo jamás creí que estuviera enamorado de Luisa; jamás pude ver nada semejante. Y puedes imaginar que también es el fin, de suponer que el capitán Benwick haya sido un admirador tuyo. Cómo Carlos pudo creer semejante cosa, es algo que yo no comprendo. Espero que sea un poco más amable ahora. Ciertamente no es éste un gran matrimonio para Luisa Musgrove, pero de todos modos un millón de veces mejor que casarse con uno de los Hayter”.

María había acertado al imaginar la sorpresa de su hermana. Jamás en su vida había quedado más boquiabierta. ¡El capitán Benwick y Luisa Musgrove! Era demasiado maravilloso para creerlo. Y solamente haciendo un gran esfuerzo pudo permanecer en el cuarto, conservando su aire tranquilo y contestando a las preguntas del momento. Felizmente para ella, fueron bien pocas. Sir Walter deseaba saber si los Croft viajaban con cuatro caballos y si se hospedarían en algún lugar de Bath que permitiera que él y miss Elliot los visitaran. Era lo único que parecía interesarle.

-¿Cómo está María? -preguntó Isabel-. ¿Y qué trae a los Croft a Bath? -añadió sin esperar respuesta.

-Vienen a causa del almirante. Parece que sufre de gota.

-¡Gota y decrepitud! -exclamó Sir Walter-. ¡Pobre caballero!

-¿Tienen conocidos aquí? -preguntó Isabel.

-No lo sé; pero imagino que un hombre de la edad y la profesión del almirante Croft debe de tener muy pocos conocidos en un lugar como éste.

-Sospecho -dijo fríamente Sir Walter- que el almirante Croft debe ser mejor conocido en Bath como arrendatario de Kellynch. ¿Crees, Isabel, que podemos presentarlos en Laura Place?

-¡Oh, no! No lo creo. En nuestra situación de primos de Lady Dalrymple debemos cuidarnos de no presentarle a nadie a quien pudiere desaprobar. Si no fuéramos sus parientes no importaría, pero somos primos y debemos cuidar a quién presentamos. Será mejor que los Croft encuentren por sí solos el nivel que les corresponde. Abundan por ahí muchos viejos de aspecto desagradable que, según he oído decir, son marinos. Los Croft podrán relacionarse con ellos.

Este era todo el interés que tenía la carta para su padre y hermana. Cuando Mrs. Clay hubo pagado también su tributo, preguntando por Mr. Carlos Musgrove y sus lindos niños, Ana se sintió en libertad.

Al quedarse sola en su habitación trató de comprender lo acontecido. ¡Claro que podía Carlos preguntarse qué sentiría el capitán Wentworth! Quizás había abandonado el campo, dejando de amar a Luisa; quizás había comprendido que no la amaba. No podía soportar la idea de traición o versatilidad o cualquier cosa semejante entre él y su amigo. No podía imaginar que una amistad como la de ellos diera lugar a ningún mal proceder.

¡El capitán Benwick y Luisa Musgrove! La alegre, la ruidosa Luisa Musgrove y el pensativo, sentimental, amigo de la lectura, Benwick, parecían las personas menos a propósito la una para la otra. ¡Dos temperamentos tan diferentes! ¿En qué pudo consistir la atracción? Pronto surgió la respuesta: había sido la situación. Habían estado juntos varias semanas, viviendo en el mismo reducido círculo de familia; desde la vuelta de Enriqueta, debían haber dependido el uno del otro, y Luisa, reponiéndose de su enfermedad, estaría más interesante, y el capitán Benwick no era inconsolable. Esto ya lo había sospechado Ana con anterioridad, y en lugar de sacar de los acontecimientos la misma conclusión que María, todo esto la afirmaba en la idea de que Benwick había experimentado cierta naciente ternura hacia ella. Sin embargo, en esto no veía una satisfacción para su vanidad. Estaba persuadida que cualquier mujer joven y agradable que le hubiese escuchado pareciendo comprenderle hubiera despertado en él los mismos sentimientos. Tenía un corazón afectuoso y era natural que amase a alguien.

No veía ninguna razón para que no fueran felices. Luisa tenía para empezar, entusiasmo por la Marina, y bien pronto sus temperamentos serian semejantes. El adquiriría alegría y ella aprendería a entusiasmarse por Lord Byron y Walter Scott; no, esto ya estaba sin duda aprendido; de seguro, se habían enamorado leyendo versos. La idea de que Luisa Musgrove pudiera convertirse en una persona de refinado gusto literario y reflexiva era por cierto bastante cómica, pero no cabía duda de que así ocurriría. El tiempo transcurrido en Lyme, la fatal caída de Cobb, podían haber influido en su salud, en sus nervios, en su valor, en su carácter, hasta el fin de su vida, tanto como parecían haber influido en su destino.

Se podía concluir que si la mujer que había sido sensible a los méritos del capitán Wentworth podía preferir a otro hombre, nada debía ya sorprender en el asunto. Y si el capitán Wentworth no había perdido por ello un amigo, nada había que lamentar. No, no era dolor lo que Ana sentía en el fondo de su corazón, a pesar de ella misma, y coloreaba sus mejillas el pensar que el capitán Wentworth seguía libre. Se avergonzaba de escudriñar sus sentimientos. ¡Parecían ser de una grande e insensata alegría!

Deseaba ver a los Croft, pero cuando los encontró, comprendió que éstos aún no sabían las novedades. La visita de ceremonia fue hecha y devuelta, y Luisa Musgrove y el capitán Benwick fueron mencionados, sin que ni siquiera sonrieran.

Los Croft se habían alojado en la calle Gay, lo que Sir Walter aprobaba. Este no se sentía avergonzado en modo alguno de tal conocimiento. En una palabra, hablaba y pensaba más en el almirante que lo que éste jamás pensó o habló de él.

Los Croft conocían en Bath tanta gente como era su deseo, y consideraban su relación con los Elliot como un asunto de pura ceremonia, y que en lo absoluto les proporcionaba placer. Tenían el hábito campesino de estar siempre juntos. El debía caminar para combatir la gota y Mrs. Croft parecía compartir con él todo, y caminar junto a ella parecía hacerle bien al almirante. Ana los veía en todas partes. Lady Russell la sacaba en su coche casi todas las mañanas y ella jamás dejaba de pensar en ellos y de encontrarlos. Conociendo como conocía sus sentimientos, los Croft constituían un atractivo cuadro de felicidad. Los contemplaba tan largamente como le era posible y se deleitaba creyendo entender lo que ellos hablaban mientras caminaban solos y libres. De la misma manera le encantaba el gesto del almirante al saludar con la mano a un antiguo amigo, y observaba la vehemencia de la conversación cuando Mrs. Croft, entre un pequeño grupo de marinos, parecía tan inteligente e interiorizada en asuntos náuticos como cualquiera de ellos.

Ana estaba demasiado ocupada por Lady Russell para hacer caminatas, pero, pese a ello, ocurrió que una mañana, diez días después de la llegada de los Croft, en que decidió dejar a su amiga y al coche en la parte baja de la ciudad y volver a pie a Camden Place. Caminando por la calle Milsom tuvo la suerte de encontrarse con el almirante. Estaba parado frente a una vidriera, con las manos detrás, observando atentamente un grabado, y no sólo hubiera podido pasar sin ser vista, sino que debió tocarlo y hablarle para que reparase en ella. Cuando la vio y la reconoció, exclamó con su habitual buen humor:

-¡Ah!, ¡es usted! Gracias, gracias. Esto es tratarme como a un amigo. Aquí estoy, ya ve usted, contemplando un grabado. No puedo pasar frente a esta vidriera sin detenerme: ¡Lo que han puesto aquí pretendiendo ser un barco! Mire usted. ¿Ha visto algo semejante? ¡Qué individuos curiosos deben ser los pintores para imaginar que alguien arriesgaría su vida en esa vieja y desfondada cáscara de nuez! Y, sin embargo, vea usted allí a dos caballeros muy cómodamente mirando las rocas y las montañas, sin preocuparse por nada, lo que a todas luces es absurdo. Pienso en qué lugar ha podido construirse un barco semejante -riendo-. No me atrevería a navegar en ese barco ni en un estanque. Bueno -volviéndose-, ¿hacia dónde va? ¿Puedo hacer algo por usted o acompañarla tal vez? ¿En qué puedo serle útil?

-En nada, gracias. A menos que quiera darme usted el placer de caminar conmigo el corto trecho que falta. Voy a casa.

-Lo haré con muchísimo gusto. Y si lo desea, la acompañaré más lejos también. Sí, juntos haremos más agradable el camino. Además, tengo algo que decirle. Tome usted mi brazo; así está bien. No me siento cómodo si no llevo una mujer apoyada en él. ¡Dios mío, qué barco! -añadió lanzando una última mirada al grabado mientras se ponían en marcha.

-¿Usted quería decirme algo, señor?

-Así es. De inmediato. Pero allí viene un amigo: el capitán Bridgen. No haré más que decirle: “¿Cómo está usted?”, al pasar. No nos detendremos. “¿Cómo está usted?” Bridgen se sorprenderá de verme con una mujer que no es mi esposa. Pobrecita, ha debido quedarse amarrada, en casa. Tiene una llaga en el talón, mayor que una moneda de tres chelines. Si mira usted a la vereda de enfrente verá al almirante Brand y a su hermano. ¡Unos desharrapados! Me alegro de que no vengan por esta acera. Sofía los detesta. Me hicieron una mala pasada una vez... Se llevaron algunos de mis mejores hombres. Ya le contaré la historia en otra oportunidad. Allí vienen el viejo Sir Archibaldo Drew y su nieto. Vea, nos ha visto. Besa la mano en su honor, la confunde a usted con mi esposa. Ah, la paz ha venido demasiado aprisa para este señorito. ¡Pobre Sir Archibaldo! ¿Le agrada a usted Bath, miss Elliot? A nosotros nos conviene mucho. Siempre nos encontramos algún antiguo amigo; las calles están repletas de ellos cada mañana. Siempre hay con quien conversar, y después nos alejamos de todos y nos encerramos en nuestros aposentos, y ocupamos nuestras sillas y estamos tan cómodamente como si nos encontráramos en Kellynch o como cuando estábamos en el norte de Yarmouth o en Deal. Uno de nuestros aposentos no nos agrada porque nos recuerda los que teníamos en Yarmouth. El viento se cuela por uno de los armarios tal como que se colaba allá.

Cuando hubieron caminado un poco, Ana se atrevió a inquirir otra vez qué era lo que él deseaba comunicarle. Ella había esperado que al alejarse de la calle Milsom su curiosidad se vería satisfecha. Pero debió esperar aún más, porque el almirante estaba dispuesto a no comenzar hasta que hubieran llegado a la gran tranquilidad espaciosa de Belmont, y como no era la señora Croft, no tenía más remedio que dejarlo hacer su voluntad. En cuanto iniciaron el ascenso de Belmont, él comenzó:

-Bien, ahora oirá algo que la sorprenderá. Pero antes deberá usted decirme el nombre de la joven de la que voy a hablar. Esa joven de la que tanto nos hemos ocupado todos. La señorita Musgrove, la que sufrió el accidente... su nombre de pila, siempre olvido su nombre de pila.

Ana se avergonzó de comprender tan presto de qué se trataba; pero ahora podía sin problemas sugerir el nombre de “Luisa”.

-Eso es, Luisa Musgrove, éste es el nombre. Desearía que las muchachas no tuviesen tal cantidad de lindos nombres. Nunca olvidaría si todas se llamasen Sofía o algún otro nombre por el estilo. Bien, esta señorita Luisa, sabe usted, creíamos todos que se casaría con Federico. El le hacía la corte desde hacía varias semanas. Lo único que nos sorprendía algo era tanta demora en declararse hasta que ocurrió el accidente de Lyme. Entonces, por supuesto, supimos que él debía esperar hasta que ella se recobrase. Pero aun así había algo curioso en su manera de proceder. En lugar de quedarse en Lyme, se fue a Plymouth y de allí se encaminó a visitar a Eduardo. Cuando nosotros volvimos de Minehead se había ido a visitar a Eduardo y allí permaneció desde entonces. No hemos vuelto a verlo desde el mes de noviembre. Ni Sofía puede entenderlo. Pero ahora ocurre lo más extraño de todo, porque esta señorita, esta joven Musgrove, en lugar de casarse con Federico se va a casar con James Benwick. Usted conoce a James Benwick.

-Algo. Conozco un poco al capitán Benwick.

-Bien, ella se casará con él. Ya deberían estar casados, porque no sé lo que están esperando.

-Considero al capitán Benwick un joven muy agradable -dijo Ana- y tengo entendido que tiene excelente carácter.

-¡Oh, claro que sí! No hay nada que decir en contra de James Benwick. Es solamente comandante, ¿sabe usted? Fue ascendido el último verano, y éstos son malos tiempos para progresar, pero ésta es la única desventaja que le conozco. Un individuo excelente, de gran corazón, y muy activo y celoso de su carrera, puedo asegurarlo, cosa que por cierto usted no habrá sospechado, porque sus ademanes suaves no revelan su carácter.

-En eso se equivoca usted, señor; jamás encontré falta de entusiasmo en los modales del capitán Benwick. Lo encuentro particularmente agradable, y puedo asegurarle que sus modales gustan a todo el mundo.

-Bien, las señoras son mejores jueces que nosotros. Pero James Benwick es demasiado tranquilo a mi manera de ver, y aunque puede ser parcialidad nuestra, Sofía y yo no podemos evitar encontrar mejores maneras en Federico. Y creo que hay algo en Federico que está más de acuerdo con nuestro gusto.

Ana estaba en la trampa. Sólo había querido oponerse a la idea de que el entusiasmo y la gentileza eran incompatibles, sin decir por ello que los modales del capitán Benwick fueran mejores, y después de un momento de vacilación, dijo: “No he pensado comparar a los dos amigos...”, cuando el almirante la interrumpió diciendo:

-El asunto es bien claro. No se trata de simple chismografía. Lo hemos sabido por el mismo Federico. Su hermana recibió ayer una carta de él en la que nos informa de todo, y él, a su vez, lo ha sabido por una carta de los Harville, escrita de inmediato, desde Uppercross. Creo que están todos en Uppercross.

Esta fue una oportunidad que Ana no pudo resistir. Así, pues, dijo:

-Espero, almirante, que no haya en la carta del capitán Wentworth nada que les intranquilice a ustedes. Parecía en verdad, el último otoño, que había algo entre el capitán y Luisa Musgrove. Pero confío en que haya sido una separación sin violencias para ninguna de las dos partes. Espero que esta carta no trasunte amargura.

-En modo alguno, en modo alguno. No hay ni un juramento ni un murmullo de principio a fin.

Ana dio vuelta el rostro para ocultar su sonrisa.

-No, no, Federico no es hombre que se queje; tiene demasiado espíritu para ello. Si a la muchacha le gusta más otro hombre, con seguridad ella está mejor destinada para éste...

-No hay duda de eso, pero lo que quiero decir es que espero que no haya en la manera de escribir del capitán Wentworth nada que les haga pensar que guarda algún resentimiento contra su amigo, lo que bien podría ser, aunque no lo dijera. Lamentaría mucho que una amistad como la que ha habido entre él y el capitán Benwick se destruyese o sufriese daño por una causa como ésta.

-Sí, sí, comprendo. Pero no hay nada semejante en la carta. No lanza el menor dardo contra Benwick, ni siquiera dice: “Me sorprende, tengo mis razones para sorprenderme”. No; por la manera de escribir jamás sospecharía usted que miss... (¿cómo se llama?) hubiera podido interesarle. Muy amablemente desea que sean felices juntos, y no hay nada rencoroso en ello, en mi opinión.

Ana no tenía igual convicción del almirante, pero era inútil continuar preguntando. Por consiguiente, se dio por satisfecha, asintiendo calladamente o diciendo alguna frase común a las opiniones del almirante.

-¡Pobre Federico! -dijo éste por último-. Debemos comenzar con alguna cosa. Creo que debemos traerlo a Bath. Sofía debe escribirle y pedirle que venga a Bath. Aquí hay muchas muchachas, estoy cierto. Es inútil volver a Uppercross por la otra señorita Musgrove, porque según sé está prometida a su primo, el joven pastor. ¿No cree usted, miss Elliot, que es mejor que venga a Bath?

CAPITULO XIX

Mientras el almirante Croft paseaba con Ana y le expresaba su deseo de que el capitán Wentworth fuese a Bath, éste ya se encontraba en camino. Antes de que Mrs. Croft hubiera escrito, ya había llegado; y la siguiente vez que Ana salió de paseo, lo vio.

Mr. Elliot acompañaba a sus dos primas y a Mrs. Clay. Se encontraban en la calle Milsom cuando comenzó a llover; no muy fuerte, pero lo bastante como para que las damas desearan refugiarse. Para miss Elliot fue una gran ventaja tener el coche de Lady Dalrymple para regresar a casa, pues éste fue avistado un poco más lejos; por tanto, Ana y Mrs. Clay entraron en Molland, mientras Mr. Elliot se dirigía hacia el coche para solicitar ayuda. Pronto se les unió nuevamente. Su intento, como era de esperar, había tenido éxito; Lady Dalrymple estaba encantada de llevarlos a casa y estaría allí en pocos momentos.

En el coche de su señoría sólo cabían cuatro personas cómodamente. Miss Carteret acompañaba a su madre, y por tanto no podía esperarse que cupieran allí las tres señoras de Camden Place. Miss Elliot iría, eso sin duda; estaba decidida a no sufrir ninguna molestia. Así, pues, el asunto se convirtió en una cuestión de cortesía entre las otras dos señoras. La lluvia era muy fina, de manera que Ana no tenía inconveniente en seguir caminando en compañía de mister Elliot. Pero Mrs. Clay también encontraba que la lluvia era inofensiva. Apenas lloviznaba, y por otra parte, ¡sus zapatos eran tan gruesos!; mucho más gruesos que los de miss Ana. En una palabra, estaba cortésmente ansiosa de caminar con Mr. Elliot, y ambas discutieron tan educada y decididamente, que los demás debieron solucionarles el asunto. Miss Elliot sostuvo que mistress Clay tenía ya un ligero resfriado y, al ser consultado mister Elliot, decidió que los zapatos de su prima Ana eran los más gruesos.

Se resolvió, por lo tanto, que Mrs. Clay ocuparía el coche, y casi estaban ya decididos cuando Ana, desde su asiento cerca de la ventana, vio clara y distintamente al capitán Wentworth caminando por la calle.

Nadie, salvo ella misma, se percató de su sorpresa. Y al instante comprendió también que era la persona más simple y absurda del mundo. Durante unos minutos no pudo ver nada de cuanto sucedía a su alrededor. Todo era confusión, se sentía perdida. Cuando volvió en sí, vio que los otros estaban aún esperando el coche y Mr. Elliot, siempre gentil, había ido a la calle Unión por un pequeño encargo de Mrs. Clay.

Sintió Ana un intenso deseo de salir: deseaba ver si llovía. ¿Cómo podía pensarse que otro motivo la impulsara a salir? El capitán Wentworth debía estar ya demasiado lejos. Dejó su asiento; una parte de su carácter era insensata, como parecía, o quizás estaba siendo mal juzgada por la otra mitad. Debía ver si llovía. Tuvo que volver a sentarse, sin embargo, sorprendida por la entrada del mismo capitán Wentworth con un grupo de amigos y señoras, sin duda conocidos que había encontrado un poco más abajo en la calle Milsom. Se sintió visiblemente turbado y confundido al verla, mucho más de lo que ella observara en otras ocasiones. Se sonrojó de arriba abajo. Por primera vez desde que habían vuelto a encontrarse, se sintió más dueña de sí misma que él. Es verdad que tenía la ventaja de haberlo visto antes. Todos los poderosos, ciegos, azorados efectos de una gran sorpresa pudieron notarse en él. ¡Pero ella también sufría! Los sentimientos de Ana eran de agitación, dolor, placer..., algo entre dicha y desesperación.

El capitán le dirigió la palabra y entonces debió enfrentarse a él. Estaba turbado. Sus gestos no eran ni fríos ni amistosos: estaba turbado.

Después de un momento, habló de nuevo. Se hicieron el uno al otro preguntas comunes. Ninguno de los dos prestaba demasiada atención a lo que decía, y Ana sentía que el azoramiento de él iba en aumento. Por conocerse tanto, habían aprendido a hablarse con calma e indiferencia aparentes; pero en esa ocasión él no pudo adoptar este tono. El tiempo o Luisa lo habían cambiado. Algo había ocurrido. Tenía buen aspecto, y no parecía haber sufrido ni física ni moralmente, y hablaba de Uppercross, de los Musgrove y de Luisa hasta con alguna picardía; pese a ello, el capitán Wentworth no estaba ni tranquilo ni cómodo ni era el que solía ser.

No la sorprendió, pero le dolió que Isabel fingiera no reconocerlo. Wentworth vio a Isabel, Isabel vio a Wentworth y ambos se reconocieron al momento -de esto no cabe duda-, pero Ana tuvo el dolor de ver a su hermana dar vuelta la cara fríamente, como si se tratara de un desconocido.

El coche de Lady Dalrymple, por el que ya se impacientaba miss Elliot, llegó en ese momento. Un sirviente entró a anunciarlo. Había comenzado a llover de nuevo, y se produjo una demora y un murmullo y unas charlas que hicieron patente que todo el pequeño grupo sabía que el coche de Lady Dalrymple venía en busca de miss Elliot. Finalmente miss Elliot y su amiga, asistidas por el criado, porque el primo aún no había regresado, se pusieron en marcha. El capitán Wentworth se volvió entonces hacia Ana y por sus maneras, más que por sus palabras, supo ella que le ofrecía sus servicios.

-Se lo agradezco a usted mucho -fue su respuesta-, pero no voy con ellas. No hay lugar para tantos en el coche. Voy a pie. Prefiero caminar.

-Pero está lloviendo.

-Muy poco. Le aseguro que no me molesta. Después de una pausa, él dijo:

-Aunque llegué recién ayer, ya me he preparado para el clima de Bath, ya ve usted -señalando un paraguas-. Puede usted usarlo si es que desea caminar, aunque creo que es más conveniente que me permita buscarle un asiento.

Ella agradeció mucho su atención, y repitió que la lluvia no tenía importancia:

-Estoy esperando a Mr. Elliot; estará aquí en un momento.

No había terminado de decir esto cuando entró mister Elliot. El capitán Wentworth lo reconoció perfectamente. Era el mismo hombre que en Lyme se había detenido a admirar el paso de Ana, pero en ese momento sus gestos y modales eran los de un amigo. Entró de prisa y pareció no ocuparse más que de ella; pensar solamente en ella. Se disculpó por su tardanza, lamentó haberla hecho esperar, y dijo que deseaba ponerse en marcha sin pérdida de tiempo, antes de que la lluvia aumentase. Poco después se alejaron juntos, ella de su brazo, con una mirada gentil y turbada. Apenas tuvo tiempo para decir rápidamente: “Buenos días”, mientras se alejaba.

En cuanto se perdieron de vista, los señores que acompañaban al capitán Wentworth se pusieron a hablar de ellos.

-Parece que a Mr. Elliot no le desagrada su prima, ¿no es así?

- ¡Oh, no! Esto es evidente. Ya podemos adivinar lo que ocurrirá aquí. Siempre está con ellos, casi vive con la familia. ¡Qué hombre tan bien parecido!

-Así es. Miss Atkinson, que cenó una vez con él en casa de los Wallis, dice que es el hombre más encantador que ha conocido.

-Ella es muy bonita. Sí, Ana Elliot es muy bonita cuando se la mira bien. No está bien decirlo, pero me parece mucho más bella que su hermana.

-Eso mismo creo yo.

-Esa también es mi opinión. No pueden compararse. Pero los hombres se vuelven locos por miss Elliot. Ana es demasiado delicada para su gusto.

Ana hubiera agradecido a su primo si éste hubiese marchado todo el camino hasta Camden Place sin decir palabra. Jamás había encontrado tan difícil prestarle atención, pese a que nada podía ser más exquisito que sus atenciones y cuidados, y que los temas de su conversación eran como de costumbre interesantes y cálidos; justos e inteligentes los elogios de Lady Russell y delicadas sus insinuaciones sobre Mrs. Clay. Pero en esas circunstancias ella sólo podía pensar en el capitán Wentworth. No lograba comprender sus sentimientos; si realmente se encontraba despechado o no. Hasta no saberlo, no podría estar tranquila.

Žanrid ja sildid
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Autori teised raamatud