Loe raamatut: «La caja de los hilos »

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A Isabel, mi esposa, fuente de la que bebo

y en cuyas aguas veo reflejado a cada instante

el infinito amor de Dios

Presentación

No cabe duda. Estamos viviendo un cambio de época. No es que estemos inmersos en una época de cambios, no. Es una época, un tiempo, diferente. Lo podemos ver y experimentar en cualquier ámbito de la existencia, pero no erramos al decir que el cambio se ve claramente en el modo de comunicarnos. El mundo de los medios de comunicación es un nuevo areópago donde se enfrentan la nueva cultura, la imagen del hombre, y la misma idea de Dios.

¿Son las comunicaciones sociales el nuevo centro de poder? Quizás no exactamente, pero sí que son instrumentos al servicio del poder, de cualquier poder. En un mundo marcado por los descubrimientos científicos y el avance tecnológico, la comunicación premiará lo técnico. En un mundo basado en una economía autista –ganar solo para sí mismos–, la comunicación se basará en ganar más y más, en influir desde el poder, tantas veces oculto.

Y aquí está el reto: servirse de los nuevos medios de comunicación para el bien, para hacer el bien, para transmitirlo, para performar la sociedad y el corazón del hombre. Romper la dinámica del egoísmo y del enfrentamiento para volver al fundamento de la verdadera comunicación humana. Una comunicación humana al servicio de lo humano, donde el hombre, su dignidad y sus derechos, sea el objetivo principal. Una comunicación que construya puentes y derribe muros, una comunicación para el encuentro, como le gusta decir al papa Francisco.

Para la Iglesia, los nuevos medios de comunicación no son un peligro ni una dificultad; por el contrario, son una posibilidad nueva y renovada de anunciar a Jesucristo, de transmitir la fe. El “no temáis” vale también para nuestra relación con las nuevas comunicaciones. Esto no significa cerrar los ojos y reconocer el mal que puede suponer la mala utilización de las nuevas tecnologías, pero ¿qué no tiene peligros?

El autor de este libro que ahora presentamos, y al que agradezco de corazón la invitación a hacerme presente en él, se ha tomado en serio los nuevos modos de comunicar, pero con un objetivo: ponerlos al servicio de la evangelización. Antonio Moreno es un cristiano, hijo, esposo y padre que quiere transmitir lo que ha recibido, y lo hace utilizando un nuevo lenguaje. Nueva época, nuevo lenguaje. Su fe vivida en la Iglesia le invita a no callar, a hacerse entender por los hombres de hoy.

Todo comenzó con unos hilos puestos en las redes sociales en su momento y en su contexto. Los hilos, casi sin darse cuenta, fueron siendo cada vez más y se fueron entrelazando. Tirar de los hilos, pasar de un hilo a otro, abrirte a nuevos hilos hasta formar un tapiz precioso que es este libro que tienes en tus manos, querido lector.

He leído con verdadero y creciente gusto esta obra. Me ha hecho pensar, he recordado historias y datos que conocía, otros los he descubierto. Confieso que en algunos momentos me he emocionado, y hasta ha sido una invitación a rezar. Es un libro para leer sorbo a sorbo, para volver sobre la historia. En estas páginas hay teología, historia, tradición, narración, y mucha imaginación de la buena, mezclada con profundidad y dulzura.

En los hilos de Antonio Moreno vas a encontrar la fe de la Iglesia, lo que ha creído y cree la Iglesia, y vas a encontrar un diálogo de la fe, que no cambia porque no puede cambiar, con la cultura y el lenguaje del hombre de hoy. ¿De qué serviría transmitir la fe si los hombres de hoy no la pueden entender? Este es el gran reto de la evangelización: llevar la fe de siempre a la cultura de cada época, y hacerlo en fidelidad.

Los hilos que tienes delante tienen sabor bíblico –la Escritura es hilo conductor que da unidad y sentido a todo–, y sabor sapiencial al tiempo que popular. A Antonio, lo confiesa él mismo, le inspiran los Santos Padres de la Iglesia y las homilías de los últimos papas, a lo que une la experiencia cristiana de los siglos hecha creación: literatura, arte, piedad popular.

Al ponerme a escribir estas letras tengo la tentación de traer muchos de los hilos, pero no caeré en ella. Sin embargo, no me resisto a nombrar los sugerentes hilos de las imágenes de la fe con figuras bíblicas vistas desde el arte cristiano, o las recreaciones libres e imaginativas de la Navidad, sin olvidar las meditaciones, porque también eso son los hilos, de la Cuaresma o la Semana Santa. Y los hilos dedicados a María, de especial belleza.

Decía que Antonio es padre, padre cristiano que transmite la fe a sus hijos, junto con su esposa, por eso nos trae preciosas imágenes hechas de hilos sobre los evangelios de los domingos, que son el fruto de la oración y la catequesis familiar. Hilos que no solo han servido a su familia, sino a otras familias y a otras comunidades.

Querido lector, en estas páginas encontrarás realidad y ficción, actualidad e historia en un lenguaje periodístico que muestra el buen hacer y el corazón de un comunicador de y en la Iglesia. No es extraño que nuestro autor sea este año Premio Bravo a las Nuevas Tecnologías, premio que concede la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española.

Enhorabuena, Antonio. Felicidades también a la editorial PPC por la publicación de esta obra.

Dejadme terminar esta presentación recomendando uno de los últimos hilos, de esos que se quedan en el cajón, lo titula: “¿Qué significa ser padre?”. Y una reflexión sobre la Asunción de la Virgen María, que bien parece una lección de microbiología sobre las células, pero que es algo más: “¿Cómo influirían las células de Jesús en el corazón roto de María en la Pasión? ¿Cómo la ayudarían a sobrellevar tal dolor? ¿No fue la pasión algo “de dos”?”, se pregunta el autor. María está en Jesús, y Jesús en María.


+ Ginés García Beltrán

Obispo de Getafe

y Presidente de la Comisión Episcopal

de Medios de Comunicación Social

Introducción

Has de saber, querido lector, que este libro no es un libro. O, al menos, no es un libro cualquiera. Los textos que lo componen no fueron escritos para ser publicados en un libro, ni los concebí para ser leídos sobre el papel, ni para ser deslizados página a página, con el dedo, sobre el e-book.

Estas historias fueron pensadas para ser publicadas en otro formato. Un formato que nació en internet, concretamente en la red social Twitter, y que se conoce con el nombre genérico de “hilo”. Consiste en una sucesión de pequeños mensajes de no más de 280 caracteres que se van hilvanando hasta formar un relato más largo. Cada mensaje es multimedia. Puede ir acompañado de imágenes, sonidos, emoticonos, vídeos… Incluso pueden incluir encuestas, configurando una forma realmente nueva de contar cosas: más rica, más divertida, más actual, más acorde al lenguaje que usamos a diario en nuestras comunicaciones.

La insistencia de los lectores por hacer llegar estos relatos al gran público nos ha obligado a hacer un ejercicio de conversión de formatos. Y como en cualquier traducción, se pierden matices y ritmos; como en cualquier conversión de moneda, se pierden céntimos que hay que redondear arriba o abajo. Es el precio que hemos tenido que pagar para que tú (permítame que le tutee pues ese es el tratamiento habitual en la red Twitter y así le hablaré, en singular o en plural, a lo largo del libro) puedas trasladarte hoy a los distintos mundos a los que ya viajaron quienes leyeron originalmente estas narraciones en su medio natal, la red.

En primer lugar, hemos seleccionado solo algunos de los hilos que soportarían el trasplante sin perder su soporte vital. Otros, siempre seguirán teniendo sentido solo en el universo tuitero.

En segundo lugar, hemos perdido la referencia temporal. Los hilos están escritos para ser leídos un día concreto, a una hora concreta incluso. Los textos suelen tener referencias al contexto en el que yo esperaba que los lectores los leyeran. Referencias temporales que, en algunos casos, hemos suprimido para que puedas leer los textos cuando el libro caiga en tus manos. Al final del libro encontrarás, no obstante, un índice a modo de calendario que te ayudará a encontrar el hilo perfecto para cada fecha.

En tercer lugar, la disposición de los hilos no corresponde a un orden cronológico de publicación, ni a una división por géneros literarios, sino que los hemos agrupado por temáticas o estilos, tratando de buscar un orden donde no lo hay estrictamente. Algunos podrían estar perfectamente en dos capítulos a la vez. En cualquier caso, te recomiendo que los leas salteados. Busca en los títulos o en las breves introducciones que acompañan cada hilo algo que te despierte curiosidad, que tenga que ver con tu momento vital, con tus recuerdos, con tus circunstancias... Los mensajes te llegarán así más oportunamente y no te embotarán.

Lo que tienes en tus manos es mi corazón impreso. Dos años de intensa actividad en la red, miles de “tuits” tejidos a golpe de oración, estudio y tecla. No obstante, nada de lo que leerás es mío. Todo lo he recibido de otros, de quienes me han acompañado en mi camino de fe y a quienes debo agradecer tanto: mi familia, mis catequistas, mi comunidad, mis compañeras de trabajo, los sacerdotes que Dios ha cruzado en mi camino, los autores de las lecturas que han ido cayendo en mis manos… Y es que soy lo que otros son en mí.

Te invito a tomar el extremo de alguno de los hilos que lanzo. No para pescarte, no hay anzuelo al final del sedal, sino para que, tú por un lado y yo por otro, comencemos a hacer un ovillo y, liando, liando, lleguemos a encontrarnos. Bienvenida. Bienvenido.

Antonio Moreno

CAPÍTULO I

LOS HILOS DE MARÍA

Te propongo comenzar por el principio: María. Ella es una gran fuente de inspiración para los hilos porque es una figura llena de misterio, querida por las masas, exaltada a veces en demasía y otras tantas muy desconocida o estereotipada. Estudiar a María, conocer a esta chiquilla de Nazaret, es adentrarse en el misterio del amor de Dios que hizo obras grandes por ella.

Tres fiestas marianas nos sirven de soporte para contar muchas cosas que quizá nunca te habías planteado:

#HilodelaInmaculada

¿Cómo ocurriría la preservación sin mancha de la Virgen María en atención a los méritos futuros de su Hijo? Un viaje en el tiempo en una historia de amor protagonizada por unos jóvenes, Joaquín y Ana.


#HilodelaAsunción

Hablamos de la Resurrección de Cristo, pero ¿y la de María? Si decimos que está en el cielo en cuerpo y alma, ¿por qué no hablamos de su resurrección? Interesante hilo con tintes científicos.


#HilodelRocío

En el día de Pentecostés conocemos los orígenes judíos de esta fiesta y nos acercamos a la advocación de la Virgen del Rocío que guarda estrecha relación con esta fiesta del Espíritu Santo.

1

Joaquín y Ana, un Amor de cuento
#HilodelaInmaculada

–¡Ana, sal a despedir a tus tíos!

Caleb y Judith eran en realidad tíos de su, desde ayer, marido Joaquín, y volvían a Nazaret después de la boda. Había que despedirlos con honores pues habían sido los más generosos con los regalos. El resto de invitados se quedaría de celebración en Belén al menos una semana, pero estos familiares tenían que adelantar su regreso porque la enfermedad de Judith le impedía pasar largas temporadas fuera de casa.

–Gracias por todo, Ana –sonrió Judith–. Lo hemos pasado muy bien y volvemos encantados por vuestra acogida. Que Adonai bendiga vuestro matrimonio y os haga fecundos, que Él no aparte nunca su mano de vuestras cabezas. Mi sobrino es un buen hombre, pero tú eres una mujer excepcional. ¡Qué buen partido se ha llevado!

–Gracias a ti, Judith –respondió Ana sin perder aún el sonrojo–. Mi tío Caleb y tú habéis sido muy generosos con nosotros. Espero que el viaje no se te haga pesado y puedas descansar pronto en casa.

–¡Ay, sí! Gracias hija –contestó–. Es lo que más deseo en el mundo. Poder estar ya en casa. Cuando pase todo esto y os establezcáis por fin en Nazaret espero que vengáis mucho por casa.

–Así lo haremos, tía. Adiós, buen viaje –dijo Ana mientras la abrazaba.

Mientras que la caravana se iba alejando, la música comenzaba a sonar de nuevo en casa de Joaquín, donde se había celebrado el enlace. El olor a vino y a cabrito asado impregnaba el ambiente. Mientras paseaba por la casa saludando a los invitados, Ana no podía dejar de pensar en el día más maravilloso de su vida. ¡Qué hermoso lo vivido! ¡Cuánta emoción ayer en la dulce espera de su esposo rodeada de sus hermanas, de sus primas, de sus amigas del alma!

Cuando al fin oyeron los primeros sones de la música venir de tras la colina, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho. Y, enseguida, las primeras lucecitas, allá a lo lejos, en lo alto del cerro. Los amigos de Joaquín, todos elegantes, guapísimos, con sus antorchas encendidas, bajaban cantando con tambores y cítaras: “¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche” 1.

–¡Ya viene Joaquín! ¡Ya viene Joaquín! –gritaban las primas chicas–.

¡Ay, qué gozo! ¡Qué ilusión cumplida! Solo podía rezar y dar gracias al Señor del universo:

–Pon en mi corazón la capacidad de amar, dale a mi espíritu el don del perdón –rezaba Ana en su interior–.

Ella sabía por experiencia que el perdón era muy necesario en el matrimonio. Lo había vivido en el de sus padres. Peleaban a diario, tenían un carácter fuerte; pero a la luz del fuego, en la noche de Nazaret, había visto a su padre pedir perdón y a su madre perdonar, había visto a su madre pedir perdón, y a su padre perdonar.

–¡Qué galante Joaquín! –pensaba Ana–. Me trató como a una reina en el camino desde mi casa hasta casa de su padre. En medio de la comitiva, rodeados de todos los invitados con luces encendidas. Yo ya sabía quién era él. Le había visto trabajar por su casa, honrar a sus padres, cuidar de sus hermanas pequeñas. Nunca decía no a hacer algo por los demás, y ¡qué ojos!

La mirada de Joaquín tenía algo especial, parecía penetrarte hasta el fondo de tu ser para reírse contigo cuando estabas alegre y llorar contigo cuando estabas triste.

Muchas casamenteras habían intentado echarle el lazo, pero a él no le interesaban ni las dotes de los padres, ni la belleza de las candidatas, ni que fueran la más hacendosas del pueblo. Él y sus padres primaban una mujer que temiera al Señor, porque “engañosa es la gracia y vana la belleza” 2.


Ana siempre decía que fue un ángel quien los unió. El ángel era Peraj, la hermana pequeña de Ana, que a sus dos añitos era un torbellino, una enorme fuente de vida. Ana tenía devoción por su hermanita, pero hace tres años el Señor –alabado sea su nombre– se la llevó en un desgraciado accidente. A Abir, el hermano mayor de Joaquín, le gustaban mucho los caballos. Era la oveja negra de la familia, poco amigo del trabajo y mucho de las juergas. Uno de los días de borrachera, Abir se había apostado con uno de sus amigos a ver quién llegaba antes a la fuente de los siete caños, en la parte baja del pueblo. La pequeña Peraj estaba en la puerta de la casa jugando con el gato cuando este, al escuchar el galope de los caballos, se asustó y salió corriendo. Ana fue testigo desde la ventana del horrible desenlace. La pequeña se levantó tras el gato con la mala suerte de que se metió bajo los cascos del caballo de Abir, que ni la vio.

La familia prohibió a Abir y a Joaquín y a sus hermanas acercarse a su casa de por vida. Sin embargo, Joaquín pasó los dos días en que duró la agonía de la pequeña, tirado en el suelo, rezando, frente a la casa de Ana. Cuando al fin Peraj dio su último suspiro, Ana salió a llorar sola y se encontró a Joaquín en la puerta, arrodillado.

–¿Qué haces aquí?

–Lo siento, Ana. Perdónanos.

–¿Perdónanos? ¿Qué has tenido tú que ver en los líos de tu hermano?

–No hemos sabido educarlo, no hemos sabido retenerlo.

–No digas tonterías, Joaquín, yo a tu hermano lo perdono.

–No tiene perdón. La niña era inocente.

–No digas barbaridades. Si “Dios es misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad” 3, ¿quién soy yo para juzgar a tu hermano? ¿Y quién eres tú para hacerlo?

–Pero… “Ojo por ojo y diente por diente” 4.

–¡Joaquín! –le regañó Ana entre lágrimas–. Nadie va a echar más de menos a Peraj que yo, pero “¡Misericordia quiero y no sacrificio!” 5.

–¡Te perdono, Joaquín! ¡Lo perdono a él y te perdono a ti!

En ese momento, una tonelada de peso cayó de sobre los hombros del muchacho, que rompió a llorar. Ella nunca olvidaría esos ojos inundados. Esos preciosos ojos llenos de lágrimas la mirabaan de una forma en que nunca nadie la había mirado. Desde aquella noche, Joaquín y Ana fueron inseparables, el yugo del odio dio paso al yugo suave del perdón y del amor. Los padres de Ana entendieron enseguida que la muerte de la pequeña Peraj y el encuentro de su hija con Joaquín escondían la voluntad del Todopoderoso y admitieron el desposorio.


Anoche, cuando al fin se quedaron Joaquín y ella solos en el “cheder”, la habitación nupcial, fue un momento mágico. Joaquín había decorado la cámara con cientos de flores. Peraj en hebreo significa flor. Era un homenaje a la pequeña hermana de Ana y a la obra de reconciliación y amor que propició. El lecho nupcial estaba cubierto de pétalos de azucenas que llenaban de su dulce aroma la habitación. El encuentro fue místico e inolvidable. ¡Cuánto amor tanto tiempo esperado y derrochado por fin en el cheder! Fuera quedaron la búsqueda de sí y los egoísmos, dentro la donación, la entrega y el proyecto común. Dulzura, ternura, devoción mutua, respeto… Entendieron aquello que tantas veces habían cantado: “Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía desprecio” 6.

–Ana, ¿dónde estabas? Llevo un rato buscándote. –La pregunta de Joaquín sacó a Ana de su ensueño–.

–Pues ¿dónde voy a estar, esposo mío? Despidiendo a los invitados –respondió ella con una sonrisa complacida.

–¿Por qué no nos vamos a dar un paseo para poder charlar y bajar un poco la comida? ¡Que llevo dos días sin parar de comer! –Exclamó Joaquín mientras se tocaba la barriga.

–Espera que salude a mis primos de Siquem y nos escapamos –contestó Ana con tono de complicidad.

El paseo les llevó hasta las cercanas piscinas del Rey Salomón. Unos enormes depósitos de agua alimentados por un manantial subterráneo y ubicados en un jardín frondoso, lleno de árboles frutales. Iban caminando al borde del agua haciendo chistes sobre el estrafalario atuendo de algún invitado y las ingeniosas frases de felicitación de algún familiar más bebido de la cuenta, cuando... en un instante, una serpiente salió de entre unas matas y mordió a Ana en el talón. Al tratar de apartarse en un movimiento reflejo, cayó al agua sin que Joaquín tuviera tiempo ni de tratar de agarrarla. Cayó y se hundió como plomo hasta el fondo. Mientras se hundía, Ana tenía la sensación de estar cayendo también en un profundo sueño. Sus sentidos se embotaron y todo se volvía cada vez más oscuro y tenebroso.

En el sueño aparecía un ajusticiamiento. Un hombre ensangrentado, completamente magullado, con heridas horribles, estaba siendo clavado en una cruz. No podía verle el rostro porque los soldados romanos no se apartaban de delante de él.

El descenso terminó y Ana tenía la sensación de haber caído sobre un fondo limoso. Trató de ponerse de pie, pero la capa de lodo era profunda y, cuanto más trataba de enderezarse, más se hundía. El barro le cubría casi hasta el pecho mientras que la visión se hacía cada vez más nítida. El hombre fue levantado en la cruz junto a otros dos. Al verlo ahí arriba Ana sintió una fuerte punzada en el lugar de la mordedura de la serpiente y el dolor y la hinchazón desaparecieron de repente.

Enseguida, la noche sobre el monte de los crucificados se hizo cerrada y empezó a llover. Paradójicamente, estando en el fondo de la cisterna, Ana sentía cómo la lluvia la mojaba. No era agua, parecían gotas de perfume de nardo puro. De ese que su tía Judith le había regalado en un caro tarro de alabastro. Las gotas iban limpiándole el barro, hasta que desapareció por completo. Nunca se había sentido tan limpia y pura. Ni siquiera en la Mikvah (el baño ritual judío) del día antes de la boda, donde sus primas le habían preparado los mejores aromas.

De repente, un fuerte grito dio paso a la oscuridad total y a un silencio sepulcral que inundó todos sus sentidos. Muerte y desolación, tristeza y angustia, abandono y desesperanza. Borbotones de estos sentimientos, más profundos que en la más profunda de las muertes, brotaron de su corazón durante un día, dos, tres… ¿O fueron tres segundos? La percepción del tiempo no era la habitual, se estiraba como la masa del pan y se volvía a juntar. Un segundo parecía un día entero; 50 años, un suspiro.

Dos hombres, con vestiduras deslumbrantes aparecieron de entre la oscuridad y empujaron una gran piedra que dejó entrar de nuevo luz al abismo. Desde esa luz, una mano comenzó a llamarla, a pedirle que se acercara. Su cuerpo empezó a hacerse ligero y a elevarse hacia la luz, hacia esa mano que la llamaba. La fuerza que tiraba de ella hacia arriba parecía venirle desde su vientre, como si una burbuja de aire dentro le empujara hacia la superficie. Conforme se acercaba y la luz celeste iba abriéndose paso entre las tinieblas comenzó a reconocer al personaje que la llamaba. Era el hombre de la cruz al que por fin podía ver el rostro. Le era tremendamente familiar, casi todos sus rasgos, pero especialmente sus ojos… ¡Eran los ojos de Joaquín! Estiró la mano y sintió cómo el hombre la agarraba fuertemente y tiraba de ella hacia arriba.

–¡Ana! ¿Estás bien? ¡Déjame que te vea la mordedura! ¡Tenemos que ir al pueblo! –Ametralló Joaquín mientras la terminaba de sacar del agua y la tumbaba sobre su manto.

–¡Joaquín! ¿Eres tú? –Balbuceó Ana.

–¡Claro que soy yo! ¿Quién va a ser? Estás delirando, el veneno te está afectando. Déjame que vea la herida.

–¿Pero qué herida? No me duele nada.

Ciertamente, junto a los orificios de los colmillos de la serpiente no había ni rastro de hinchazón, y su aspecto era rosado y sano.

–Has tenido suerte –respiró Joaquín aliviado–. Se ve que la serpiente acababa de morder a otra presa y no le quedaba veneno.

–¿Cuánto tiempo he estado en el agua? –pregunta Ana con la mirada aún perdida.

–¿Cuánto tiempo? Si ha sido un instante. Has llegado al fondo y has vuelto a subir en un pestañear de ojos –soltó sorprendido el recién casado.

–¿En serio? A mí me ha parecido una eternidad. Y ese hombre, Joaquín… –dijo mientras le tomaba la cara con ambas manos– ¡Se parecía a ti!

–Sí, sí, se parecía a mí –le siguió la corriente su joven esposo mientras la ayudaba a levantarse–. Anda, vámonos para la casa a ponerte ropa seca y a que te vea mi primo Absalón, que es médico porque yo no me quedo tranquilo.

Los dos jóvenes novios volvieron junto a los invitados a la boda que acabó felizmente, a su tiempo, quedando el episodio de la serpiente y la piscina en una más de las múltiples anécdotas familiares.


Esta historia de Joaquín y Ana me la contó mi madre, que es la partera de Nazaret. Nueve meses después de este episodio, un 8 de septiembre, nació un precioso bebé al que pusieron por nombre María. Mi madre, me contó que nunca vio a una madre tan feliz de ver que su primogénito no era un varón. Y en el parto ocurrió algo excepcional, al romper aguas, la sala se inundó de olor a nardo. Nardo puro como nunca mi madre había olido cosa igual.

A la niña yo la he visto varias veces por el pueblo, y es verdad que tiene los ojos del padre. Cuando la gente se lo menciona, Ana siempre responde lo mismo: “Los ojos, de Joaquín; y la boca y la nariz de un ángel. De mi pequeña hermanita ángel Peraj”.


“Virgen niña”, Colegio Obispo San Patricio, Málaga.

€9,99

Žanrid ja sildid

Vanusepiirang:
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Objętość:
282 lk 55 illustratsiooni
ISBN:
9788428837835
Õiguste omanik:
Bookwire
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