Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos

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En un poema de 1927, titulado «La Tertulia del Negro Cano», Ciro Mendía127 da cuenta de su movimiento y rinde, a la vez, homenaje a la librería de Cano. Una lectura atenta de estos versos permite establecer cuál era la recepción y sintonía cultural de esa generación, su vigencia con lecturas de escritores de vanguardia europeos como Marcel Proust, Henrik Ibsen y André Gide, entre otros, además de los grandes clásicos europeos:

¡La tertulia del Negro Cano!

Rincón con cuatro sillas

que se disputan todos.

En los viejos estantes

libros y libros. Libros de maravillas

mamotretos espeluznantes,

emocionantes, abracadabrantes,

de esos que gustan tanto las modistillas

y los petimetres petulantes.

Al lado de Don Quijote, se ven, en lomo de cuero,

Bolívar y Napoleón I.

Junto a la Doctora de Ávila, se adivina

guiñando los ojos pícaros la señá Celestina,

Boccacio, Casanova, Aretino, Marcial, en compañía

están de Atala, de Mireya y de María.

Shakespeare, Moliere y Lope, Racine y Calderón,

e Ibsen, codeándose están con el guasón

de Muñoz Seca, Perdón.

Y con una distancia desde la tierra al cielo,

pero en el mismo plúteo, se confunden ¡qué horror!

La vida industrial de Henry Ford

y las «Florecillas» del Povorello.

Y dentro, en la «nevera», con bostezos glaciales,

esperando lectores se aburren mil libros

nacionales […]

¡La tertulia del Negro Cano! Hasta su librería

se acercan grandes talentos y talentos chicos,

a airearse en los abanicos

de su amistad y su hidalguía.

Allí el criollo y el extranjero

encuentran de la bondad el alero,

porque este Negro Cano

—poeta y caballero—

tienen el alma en la mano […]

Rosado, melenudo

y de patillas rubias, bajo el sombrero alado,

León de Greiff, sonríe, mientras en un saludo

seguido de una mueca

a las claras nos dice su procedencia sueca.

Es el poeta hermético de las cosas

extrañas, wagnerianas: en sus versos hay

pingüinos y rosas,

búhos y mariposas.

Como es costumbre trae la americana repleta de sus

últimos libros nuevos. Y defiende, en buena lid,

las extravagancias de Proust

y las obras perversas de André Gide.

Apoyado en su báculo, tembloroso, glorioso

—terno negro—, aprestigia el cotarro armonioso

la testa monda

y lironda

y también socrática

de Tomás Carrasquilla, nuestro

prestigioso Maestro.

—¿Qué tal, chico?— rezonga mientras

ocupa una silla

que le brinda cualquiera: para algo es Carrasquilla […]

¡La Tertulia del Negro Cano! Hablar de poesía,

de novela y teatro y de filosofía,

de escultura y pintura y hasta de anatomía.

Allí en cuestiones de Arte hay altar y patíbulo,

agitan unos el turíbulo y otros lanzan

sus perdigones / de literarias pasiones.

Con una frase derrumban, entre risas joviales,

el palacio de cristales

de cualquier escritor de genio y de fama municipales.

Allí se le «retuerce el cuello a la elocuencia»,

y cortan bien la hoz

en la maleza de tal o cual inteligencia,

más o menos remota,

o con forma y naturaleza de pelota

como la del poeta idiota

de aquel Dámaso, el héroe de Queiroz.

Y cuando se ha agotado la charla y el café

dice el Negro hambreado, y siempre inoportuno:

—vayan saliendo uno a uno

para que nadie diga que los eché

¡Oh, su escandalosa gastronomía!

Los otros, por aplastante mayoría,

nos trasladamos al Café de Siempre, a murmurar,

a leer / a mentir,

a beber,

a reír,

a vivir

la vida más profunda, más intensa, más segura,

o la menos dura,

que es esta vida amable de la literatura.

Y luego en el café… corren, vuelan

las horas

—las horas soñadoras, las horas

más sonoras—,

porque en el cristal de

nuestros vasos

¡hemos visto morir muchos ocasos

y hemos visto nacer muchas auroras!

(Medellín 1975, pp. 205-209)

El grupo generacional que antecede al de Mejía tuvo en los cafés que antes señalábamos contacto con escritores y artistas que desarrollaron la vida cultural en Antioquia en las tres primeras décadas del siglo XX. Los más representativos de ese grupo son128: Tartarín Moreira129, Alberto Gil Sánchez130, León Zafir131, Alberto Ángel Montoya132, Manuel Ruiz («El Blumen»)133, El Vate González134. La siguiente generación, la de Mejía Vallejo que estuvo en contacto con la anterior, fue conformada en distintos momentos por los poetas Carlos Castro Saavedra, Óscar Hernández135 y Jorge Artel136; los narradores Arturo Echeverri Mejía y Jaime Sanín Echeverri137; los escultores y artistas José Horacio Betancur, Óscar Rojas138, Rodrigo Arenas Betancur, Hernando Escobar Toro y Fernando Botero; los fotógrafos Gabriel Carvajal139 y Guillermo Angulo140; los periodistas y editores Balmore Álvarez, Alberto Aguirre141, Miguel Arbeláez Sarmiento142, Luis Martel143, Arturo Puerta Lucena144; los abogados y ensayistas Carlos Jiménez Gómez145, Belisario Betancur146 y Otto Morales Benítez147. Además de algunos compositores, músicos y cantores populares del momento.

Para Mejía esta fue «una época muy bella, vivida intensamente» (Escobar, 1997, p. 57) que marcó el devenir cultural de la región hasta los años sesenta, cuando otra generación, con Gonzalo Arango y el Nadaísmo148, Mario Rivero149, Olga Elena Mattei150, Juan Manuel Roca151, Darío Jaramillo Agudelo152 y otros, irrumpieron con otras ideas y una actitud distinta ante el mundo. El grupo generacional de Mejía no seguía parámetros determinados ni en la literatura ni en el periodismo ni en las artes. Sus gustos y conversaciones derivaban de las necesidades inmediatas. Aunque vivieron con pasión la literatura, no fue una emoción por el texto mismo, sino por lo que representaba como forma cultural y experiencia existencial de sí y del prójimo. No se preocuparon por las escuelas o tendencias de moda, pero tampoco les eran ajenas. Fueron desordenados en la manera de abordar los temas, obras, gustos estéticos y literarios de su tiempo. Cada cual participaba con su acervo y a la vez se ilustraba del trabajo de los otros. «Vivíamos —observa Aguirre— vitalmente las cosas que nos pasaban entre las manos. Eran unas conversaciones ancladas en la realidad»153.

La no preocupación por los asuntos literarios de manera exclusiva, como sí se hizo en otras tertulias precedentes y reconocidas, muestra lo aleatorio del grupo tanto en sus participantes como en lo relativo a sus intereses. Además, no había un escritor de la talla de Carrasquilla, Sanín Cano o De Greiff que aglutinara y diera identidad al grupo. Mejía era aún muy joven para tener una incidencia sobre el naciente grupo como sí ocurrió años después. Como se indicó, buena parte de las discusiones se centraban en la vida política del país, en los hechos de la Guerra civil española y su creciente polarización a la extrema derecha —el falangismo, que marcaría un sector de la clase política conservadora del país y sería un lastre para el país en adelante—154, al igual que en los sucesos de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra. Es importante anotar que buena parte de la literatura extranjera que se leía llegaba a través de amigos viajeros y de libreros cultos como el Negro Cano, luego Eddy Torres y después con Alberto Aguirre155. Entre los tertuliadores de los cuarenta y cincuenta se leían a veces las obras propias que iban escribiendo, por ejemplo, se leyeron los originales de La tierra éramos nosotros (1945), Una mujer de cuatro en conducta (1948) de Jaime Sanín Echeverri, Antares (1949) de Arturo Echeverri Mejía156, que ayudaron luego a publicar. Según Aguirre, entre ellos se ejercía «la crítica con cierta dureza, pero con mucha sinceridad. Pero no teníamos una obsesión literaria, una obsesión académica de estar estudiando autores, era más bien una actitud vital»157.

 

Una de las literaturas que más llamó la atención al grupo en su momento fue la de Estados Unidos con autores como Faulkner, Hemingway, Steinbeck y John Dos Passos, pero también las nuevas propuestas formales y temáticas de europeos como Kafka, Thomas Mann, Marcel Proust, James Joyce, Aldoux Huxley y Bertholt Brecht. Entre los latinoamericanos se leía a César Vallejo, Eduardo Mallea, Leopoldo Marechal, Rómulo Gallegos, Ciro Alegría y Pablo Neruda. Pero también les atraían los clásicos españoles como Santa Teresa, Calderón de la Barca y Cervantes. Leían por placer y sin disciplina. Lo de las escuelas literarias los tenía sin cuidado. Tal vez fue un defecto, pero en algunos como en Arturo Echeverri y, diremos, Mejía, «se convirtió —según Aguirre (1981)—, en una virtud porque les permitió ese vitalismo, esa prosa tan adherida al hueso de la realidad» (pp. 16, 17). Para Mejía fue también esta una época de vida pública activa que inició en compañía de Balmore Álvarez158 y del grupo «Los Peregrinos», en especial en casa de Balmore159, que se convirtió en espacio de tertulia en el campo musical y literario. En ese ambiente, Mejía lee y discute los capítulos de su primera novela. Otros, mientras tanto, comienzan a mostrar las dotes artísticas como el guitarrista y compositor Rufino Duque y el cantante llamado «El Negro» Villa, cuya voz impactaba a todos160. La literatura es un tema recurrente en medio de la música y de una bohemia tranquila, pero siempre marginada por el conservadurismo de la sociedad antioqueña.

Mientras la viuda de Efe Gómez, Inés Agudelo, da a conocer textos de su esposo, José Alvear Restrepo161 hace lo suyo con una novela sobre monseñor Miguel Ángel Builes162, titulada El hombre de la granja163, y Balmore inicia la escritura de Rodrigo, una novela al estilo ruso. Al tiempo que el Coro de los Peregrinos organiza conciertos con fines benéficos en el Parque Bolívar (Hoyos, 1975, p. 236), Mejía sirve de relacionista público del grupo. Era, según él, el recién entrado, el bohemio, el antinorma, aunque todos eran jóvenes y no pedían sino el derecho a vivir la vida a su manera, lo que no fue fácil. Por fortuna, subraya Mejía, «supimos defenderla. Algunos […] quedamos ligeramente maltrechos, pero ganamos la pelea; lo saben muchos de ellos, muertos trágicamente» (Escobar, 1997, p. 57). Si bien la bohemia de esta época tenía mucho de trágica y frustrada por el desdén, prejuicios y conservadurismo de la sociedad del momento, y una cierta dejadez y lesseferismo ante la vida de la mayoría de sus miembros, fue muy distinta de la que le sigue, la de los nadaísta, que buscaba ante todo mostrarse, escandalizar beatas y godos, pero con una producción literaria sin valor estético importante, salvo en el campo periodístico donde mejor funcionaba la provocación164. Con una anécdota, Mejía describe en 1964 el grado de provocación pública de los nadaístas en ese momento:

No, a los hombres de mi generación no se les ocurrió condecorar en plena plaza pública a un ternero y, sin vergüenza te digo, que tampoco he tenido ganas de atar un poeta con una cadena de perro para llevarle a pasear por toda la ciudad, como hizo hace un par de años Gonzalo Arango. Nacimos en el mismo pueblo Amílcar U. y yo, pero sigo sin comprender demasiado por qué se sintió tan feliz el día en que entró gateando en el café «La Bastilla», tras la cadena de Gonzalo y asombró a todos los bienpensantes de Medellín, tomando trago en el suelo, mansamente. Nosotros también fuimos bohemios a los veinte años, pero bohemios sin extravagancias de carnaval. (Pineda, 1964, p. 26)

La «Generación náufraga»

A medida que se participaba de una cierta y aun vacilante modernidad a partir de los años treinta, a algunos escritores y artistas antioqueños parecía acompañarlos, no la paz interior del hombre, sino un estado ambivalente y un sino fatídico como si fuera su segunda naturaleza. A pesar de no haber padecido los efectos devastadores de las dos guerras mundiales, la polarización ideológica tocó a la puerta de muchos, al igual que una visión existencialista y agónica de la vida. Esto contribuyó en algunos a acentuar aún más su estado adverso y sentirse puestos entre paréntesis por una burguesía, cuyo único motivo de preocupación era la acumulación de dinero, mientras la mayoría luchaba por la sobrevivencia diaria. No en vano aquella época fue caracterizada por Fernando González (1929) de esta manera:

La gran tristeza es nuestra Colombia de hoy, que ya no tiene energía siquiera para producir revolucionarios. Vivimos en una paz cadavérica [...] En nuestra patria todo, hasta la energía vital, se la robaron los santones gordos y avarientos que emiten treinta mil votos y que moran a orillas del río Aburrá; tienen agarrado el reino de los cielos, y para que este no se escape de allí han establecido la endogamia [...] Son muy peligrosos porque caen sobre los individuos y sobre los pueblos como una montaña aplastadora. (pp. 79, 238)

Mucho antes, en 1916, ya León de Greiff había poetizado sobre el apego al dinero de la clase pudiente con estos irónicos versos. «Deste siglo, en años trece / a quince, en la Candelaria / villa qu’el céfiro mece / de una manera precaria; / en esa villa arbitraria / que opina con el rey Midas, / fanática y monetaria / éramos trece Panidas»165. En medio de ese ambiente agreste hacia los artistas, se levanta una generación que por su drama individual y vocación de hundimiento tiene mucho de frustración, de… al borde del naufragio. Pero también ciertas condiciones históricas contribuyen a ese desencanto: la primera, fue la frustrada «Revolución en Marcha» del presidente Alfonso López Pumarejo166 que buscaba de manera institucional mayor equidad social, educación y derechos para los que nunca los había tenido y, sobre todo, la tierra para aquellos que habían nacido en ella, que la habían trabajado para otros sin posibilidad de acceder a una mínima parcela. La segunda, fue la violencia partidista que comenzó a manifestarse desde 1930, luego de la caída del partido conservador y que se acentuó desde 1946 con el ascenso al poder de dicho partido, gracias al apoyo de la Iglesia, y un partido liberal dividido. La tercera, fue el surgimiento de ideologías de extrema derecha europeas que polarizaron los sectores conservadores del país —en connivencia con la iglesia católica—. La cuarta, fue una visión agonista y nihilista de la existencia derivada del existencialismo europeo como efecto de las dos guerras mundiales más nefastas de la historia humana.

Dadas estas circunstancias, señala Morales Benítez (1991), «quisiéramos o no, teníamos que ser una generación desgarrada» (p. 47), porque esa joven élite intelectual no aceptaba censuras ni reclamos para sus cosas ni para lo que comenzaban a publicar; por eso los tildaron de subversivos, de ateos, de comunistas. Pero estos resultaban siendo inofensivos por el desconocimiento social en que vivían, lo que los automarginaba cada vez más. Tal vez por eso, y según Mejía, no había en ellos vanidad alguna en lo que hacían, más bien lo creían elemental: «no pensábamos que eso fuera importante» (Hoyos, 1975, p. 236), pero sí reconocían que era significativa la obra de sus antecesores como Carrasquilla, Efe Gómez, Barba Jacob, De Greiff, Luis Tejada167 y Fernando González. «Escribir —agrega Mejía— lo convertimos en un oficio casi necesario para sobrevivir a todo, y esa fidelidad a lo que creíamos fue lo que tal vez nos salvó, porque seguimos escribiendo hasta ahora. Muchos sucumbieron en el camino» (Escobar, 1997, p. 58)168.

Sobre ese grupo marcado por el escepticismo y una existencia desgarrada, Mejía sostiene que «fue una generación donde hubo mucho loco, mucho perdido, una generación frustrada […] Había una vocación de hundimiento. Éramos bohemios, espontáneos, puros, raros […] Yo sobreviví a esa gente. Tengo capacidad de náufrago» (Hoyos, 1975, p. 236)169. Mejía fue uno de los que sobrevivió al grupo, porque fue capaz de romper con ese círculo y aventurarse en otras tierras y culturas distintas a la suya, lo que le permitió, mediante ese aprendizaje, curiosidad y voluntad de poder, construir una obra madura y consolidada, liderar luego a su generación y estimular a las que le siguieron. No ocurrió así con muchos de sus amigos y conocidos que se sentían tan marginales que parecían vivir en una tierra de nadie. Eran seres inconformes casi todos, improductivos algunos, anárquicos otros, que iban en contravía de las normas de conducta de la mayoría. Abad Faciolince170 (1995) da una imagen cercana del bohemio de ese tiempo cuando sostiene que es un ser «tan en el aire, que casi vive del aire» (p. 15). En el bohemio, agrega Abad,

Toma cuerpo la idea de vida desordenada, disoluta, que los burgueses atribuyen a todos aquellos que no son como ellos ni aspirarán a ser como ellos. La bohemia parecería incluir, entonces, una especie de protesta social que se manifiesta en el alejamiento de la lógica filistea del trabajo organizado y que pretende introducir una creatividad libre de compromisos sociales. El hecho de que, en muchos casos, no produzca más que desenfrenos etílicos y fumosas exaltaciones, no importa tanto, puesto que a veces deja grandes resultados creativos. (p. 24)

Cuando Mejía recién había publicado su primera novela en 1945, el Medellín de la época estaba dominado, además de los tertuliadores de los cafés tradicionales, por poetas, periodistas y escritores nacidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, algunos de los cuales fundaron y sostuvieron con sus escritos periódicos reconocidos como: El Espectador (1887-presente), El Bateo (1907-1938), El Colombiano (1912-presente) y las revistas: La Miscelánea (1894-1901), El Repertorio (1896-1897), El Montañés (1898-1899), Lectura y Arte (1903-1906), Alpha (1906-1915), Panida (1915), Sábado (1921-1927), Letras y Encajes (1926-1959), entre otras171. Ese ritmo creativo y productivo había menguado ostensiblemente y la mayoría de aquellos promotores culturales había desaparecido.

Para inicios de los años cuarenta aparece un suplemento literario y cultural que marcará el momento, «Generación»172, del periódico El Colombiano, creado en 1939 por Miguel Arbeláez Sarmiento, Otto Morales Benítez y Alberto Durán Laserna173. Este impacta en la joven generación porque, como sugería uno de ellos, ante el aislamiento en que la región se había mantenido por siglos, era necesario abrirse al mundo sin supeditaciones ideológicas ni estéticas, pero sí con suficiente autonomía. Según Otto Morales (1991), había que «estar al día, en cercanías de lo contemporáneo. No por necesidad de ceñirnos a la moda, sino de estar en quicio con aquello que constituía la presión estética, política, social, humana de nuestro tiempo» (pp. 50 y 51)174. El suplemento cultural fue uno de los mejores del país por la calidad de los temas tratados y la participación de sus colaboradores, pero sobre todo por su vocación de un humanismo abierto, tal como se expresó en su manifiesto de creación:

 

Declaramos de una vez para siempre que nuestro Suplemento es exclusivamente literario. No tiene ninguna misión política. Su única pretensión es hacer sentir los problemas del espíritu a través de las nuevas maneras de expresión. Tratar, sencillamente, de formar un clima intelectual diferente al que hemos heredado […] El suplemento trata de ser una tribuna para todos los valores nuevos: sin exclusiones y sin intenciones banderizas, Páginas del Suplemento Generación 1939-1942 (1991, p. 22)175.

Según Williams (1991), este suplemento, por haber abierto sus puertas no solo a los intelectuales de la región, sino también a los escritores del altiplano que tenían una visión más cosmopolita y a muchos extranjeros «representó una apertura hacia la modernidad […] y contribuyó ampliamente a la modernización de la región» (p. 187). En la política del suplemento había la intención de divulgar lo que los escritores y poetas de la nueva generación —«Los Nuevos» y sobre todo los piedracelistas— estaban produciendo176. Estos entran a tono con la Generación del 27 española y los nuevos poetas latinoamericanos que comenzaban a ser reconocidos: Vicente Huidobro177, Neruda, Pablo de Rokha178, Xavier de Villaurrutia179, entre otros180.

La creación del suplemento «Generación» en 1939 coincide con la decisión de un grupo de poetas de autonombrarse «Piedra y Cielo» en homenaje a uno de sus maestros, Juan Ramón Jiménez181. «Generación» se convierte casi en el vocero oficial del nuevo movimiento por el número de participantes y publicaciones de este grupo. Entre los ilustradores del periódico figuran Horacio Longas182, Hernán Merino Puerta183, Rodrigo Arenas Betancur y la más decidida e iconoclasta de las pintoras, Débora Arango. Nada de la cultura colombiana o universal les fue ajeno a los directores de «Generación» y cabalgaron al lomo de esta conscientes del reto que implicaba en tiempos en que «la comunidad colombiana se sentía conturbada», Morales (1991, p. 21).

A pesar de la intención de apertura de algunos miembros, no deja de observarse, en términos generales, un conservadurismo en el suplemento, que era promovido desde un periódico conservador como El Colombiano, en un medio no menos conservador como el antioqueño. Pero para el medio fue importante por ser una tribuna de movilización de ideas y tendencias estéticas, y por la voluntad de abrir sus puertas a escritores del país y de otras latitudes. Al respecto, uno de ellos afirma: «desde ese cuaderno semanal, nos lanzamos al examen de un universo que deseábamos ordenar con la jactanciosa prepotencia que asiste a la juventud. Sin estar dispuestos a las rigideces, levantamos voces para asegurar la autonomía crítica» (p. 40). Pero esto no fue suficiente para sentar una tradición que pudiera ser secundada. Los convencidos de esta alternativa cultural y de vida eran pocos en relación con un medio afincado en las más reacias tradiciones en el que las élites dominantes tenían otros objetivos, menos las artes y la cultura, consideradas estas siempre actividades ociosas, improductivas, de puro divertimento.

En general, el suplemento «Generación», bajo la dirección inicial de Eddy Torres y luego del poeta y editor Jorge Montoya Toro184, dio a conocer algunos de los mejores escritores del país y también del exterior. En un medio de grandes limitaciones, escaso de editoriales y de pocos lectores, el suplemento daba pie a que cada semana los interesados se reunieran a comentar el cuento, el poema o el ensayo de autor colombiano o universal. Esas mismas páginas abrieron la puerta a algunos de los jóvenes aspirantes a escritores que a su vez colaboraban en los periódicos o en la docencia. Casi todos participaron de una manera u otra en el periodismo, por ser este uno de los pocos medios de divulgación del restringido movimiento cultural antioqueño. Mejía no escapa a la seducción de los medios de comunicación y se vincula a ellos con colaboraciones eventuales. Desde la aparición de La tierra éramos nosotros, en 1945 hasta 1993, fecha a partir de la cual una enfermedad lo inhabilitó para escribir, Mejía, como se ha mostrado, estuvo vinculado al periodismo, la radio y la labor editorial, medios a través de los cuales logra destacar su obra y la de muchos otros jóvenes escritores y artistas que promovió con generosidad como pocos lo han hecho antes y después.

En Antioquia, hasta bien entrado el siglo XX, el periodismo fue la puerta de acogida no solo para la divulgación literaria y cultural, sino también como un medio formativo en la práctica de la lectura y la escritura, pero riesgoso —en muchos casos— para la imaginación creativa y la renovación estilística y estética como sucedió o ha ocurrido con no pocos escritores colombianos que naufragaron en el ámbito cerrado de los periódicos. Al respecto, Mejía (1985) esclarece: «todo buen escritor en alguna forma ha sido periodista o continúa siéndolo [...] Esa vocación nos mantiene alerta sobre lo que sucede en el mundo» (p. 151)185. No debe olvidarse tampoco la tradición de la escritura que le pertenecía casi por derecho natural a una élite culta que terminó forjando una imagen equívoca de la supuesta «Atenas sudamericana». Según Arciniegas (1964), hubo en Colombia una tradición por las letras y la buena educación que hizo pensar que este era un país privilegiado con respecto a la mayoría de América Latina, ya que se inclinaba fuertemente por la literatura, pero no era cierto, pues lo eran más Argentina y México. Aquello se creía porque el fundador de la capital, Gonzalo Jiménez de Quesada, al igual que Bolívar, Santander, ciertos héroes de la Independencia, hasta algunos de los presidentes de finales del siglo XIX y comienzos del XX, fueron gramáticos, traductores, poetas y novelistas. Lo que sí tiene algo de verdad es que en el siglo XX casi todos los presidentes fueron periodistas y orientaron a la nación a través de los editoriales y columnas de los más importantes periódicos y revistas, de los que eran dueños, entre estos, El Espectador, El Tiempo, El Siglo y Semana. Al respecto, un buen referente es Arciniegas (1964, pp. 62-63).

A pesar de haber ejercido por muchos años la labor periodística, Mejía cree que el «periodismo es una forma de arte menor» y, aunque abre otros caminos, «quema muchas posibilidades» y se arriesga a caer en el cliché, la superficialidad y ligereza; el afán en el oficio «es enemigo de la hondura» (Hernández, 1959). En abril de 1946, uno de los más importantes escritores de los años treinta a los cincuenta, Osorio Lizarazo (1978), al referirse a Alberto Lleras186, Juan Lozano187 y otros, lamentaba,

Que las nuevas generaciones han presentado el testimonio innumerable de talentos individuales, pero el periodismo y la política los han devorado […] Acaso sea esta una de las causas por la cual la cultura nuestra es nebulosa, inconsistente e impersonal […] Quizá a eso se debe que los escritores hagan una obra «sin consistencia y sin duración, realizada apresuradamente […] La burocracia y el periodismo [son] los dos morbos trágicos que están acaparando la inteligencia contemporánea, desmenuzando los talentos y hurtándole a la cultura nacional lo más auténtico de su pensamiento y de su expresión. (p. 545)

Además del suplemento «Generación», la Revista Universidad de Antioquia —de la que Mejía fue supervisor—, también ejerció un importante influjo en el gusto literario de los jóvenes escritores desde su aparición en 1935, porque los distintos directores, casi siempre escritores o periodistas, tenían una concepción clara de lo que debía divulgarse literariamente a través de esta; primero, con Alfonso Mora Naranjo188, luego con Jorge Montoya Toro y después con Gonzalo Arango. Con esta revista se publicó durante dieciocho años un cuadernillo de poesía temática bajo la dirección de Montoya Toro, separata que se volvió famosa en muchas partes de América a través del canje que había establecido189. Pero no solo la revista, la misma Universidad de Antioquia fue y ha sido desde 1802 un importante articulador cultural y ha contribuido a la divulgación y formación literaria y científica como también a la preparación de la dirigencia cultural y política de la región y del país190. En los años cincuenta, Abel García (1995)191 hizo un breve perfil de algunos dirigentes salidos de la universidad, de los que resalta el carácter humanista y literario que los acompañaba en sus otras lides políticas y profesionales:

Poetas universitarios fueron Antonio José Restrepo, el Rabelais y el Quevedo de Antioquia; Fidel Cano, periodista egregio […] Pedro Nel Ospina, que trocó la pluma por la espada y el solio presidencial y entonó expresivas estrofas al olvido y a la muerte; Tomás Carrasquilla, el gran novelista terrígena de América […] Gabriel Latorre, admirable profesor de estética y exquisito traductor de D’Annunzio; Eusebio Robledo, tratadista de literatura y poeta […] Francisco Rodríguez Moya, ingeniero y economista que alternó con las musas en su juventud y nos dejó en su madurez una excelente traducción de Hamlet, así como Gonzalo Restrepo Jaramillo cantó en la edad primera y elaboró un selecto poemario. Poeta universitario es también León de Greiff, el más grande entre los liridas de nuestra lengua y quien realizó el milagro de asociar la música y la poesía con su poderosa orquestación sinfónica de armonías, de rimas y de ritmos. Se inicia el cortejo de jóvenes poetas universitarios con Edgar Poe Restrepo192, de lúgubres acentos premonitorios que anunciaron su propia tragedia. Le siguen Carlos Castro Saavedra […], objetivo y nerudiano en un principio, aunque ya va encontrando el camino de su alma; Jorge Montoya Toro, de suaves y delicados tonos prerrafaelistas y depurado gusto (pp. 164-165)193.

Otro de los medios efectivos para divulgar los asuntos culturales del medio en aquel entonces fue la radio194, que sirvió a muchos para formarse en la labor periodística y, a unos pocos, para llegar a la literatura. La radio fue el medio más efectivo de divulgación masiva de la literatura con versiones de novelas clásicas, populares, de misterio y aventuras. En Antioquia y en el país, la radio cumplió una importante labor cultural en sus inicios —años treinta y cuarenta— y sirvió para la divulgación de los avances del trabajo de los escritores y de los asuntos culturales del momento.

En un suplemento literario del radio periódico Adelante, titulado «El palacio de cristal», de la emisora Ecos de la Montaña, una de las primeras frecuencias radiales del país, los escritores leían sus textos o se los escenificaban a la manera de las radionovelas. Allí leyó Mejía uno de los capítulos de su primera novela recién salida al mercado (Arch. 06*). La radionovela o radioteatro fue, en los años cuarenta hasta los sesenta, lo que hoy son la televisión y las películas en serie, ya que cautivaba a la audiencia de todas las edades, en particular a los adolescentes y jóvenes. Cuatro años después de haber aparecido el género en Estados Unidos, la primera radionovela que se transmitió en Colombia fue Yon Fu, en 1938; sin embargo, este género se popularizó con la adaptación de las radionovelas cubanas Chan Li Po y El derecho de nacer195 —publicada esta en forma de revista por entregas— y la colombiana El ángel de la calle de Efraín Arce Aragón196. Después vendrían Kabir el árabe, Sandokán y Kalimán, emitidas en las horas de la tarde, cuando se reunía toda la familia a escucharlas. La ley contra el hampa, emitida al medio día, tenía una enorme audiencia adulta y en esta se escenificaban los casos más sonados de la delincuencia común ocurridos en Medellín y Antioquia197. La radio y la prensa se convirtieron también en medios de movilización social decisiva y masiva; por ejemplo, en el conflicto fronterizo con el Perú en 1932, en el intento de golpe militar en 1944 contra el presidente en función Alfonso López Pumarejo —que generaría su renuncia poco después, en la conflagración del 9 de abril de 1948—, en el paro cívico contra el general Gustavo Rojas Pinilla en 1957198, hasta el hecho más reciente, el plebiscito por la paz en 2016, orquestado por la extrema derecha a base de mentiras y miedos infundados199.

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