Loe raamatut: «Electra», lehekülg 5

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ESCENA III

Máximo, el Operario.

Máximo. ¿Qué hay?

Operario. Señor, hoy ha vuelto ese caballero… el señor Marqués de Ronda.

Máximo. ¿Y cómo no ha pasado?

Operario. Me preguntó si podría ver a usted… Respondile que tenía visita… Y él, así como si fuera de casa, sin picardía, dijo: «Ya sé… la señorita Electra. No me parece bien pasar ahora…» Y se fue.

Máximo (vivamente). Lo siento. ¿Por qué no le anunciaste? ¡Pero qué tonto!

Operario. Dijo que volvería.

Máximo. Pues si vuelve, aunque esté aquí la señorita Electra, y mejor aun si está, le dejas paso franco.

Operario. Bien, señor. (Se va por el fondo.)

ESCENA IV

Máximo, Electra.

Electra (volviendo de lo interior). Dormiditos están como unos ángeles. Allá les dejo media hora más reponiendo en el sueño sus cuerpecitos fatigados.

Máximo. Hija, debemos mirar por nuestros cuerpecitos… o nuestros corpachones. ¿Comemos?

Electra. Cuando quieras. Todo lo tengo pronto. (Dirígese al aparador donde tiene la vajilla, cubiertos, mantel y servilletas, frutero.)

Máximo. Eso me gusta. Todo a punto. Así se llega siempre adonde se quiere ir.

Electra(extiende el mantel). De eso trato… Pero con todo mi tino no llegaré, ¡ay!

Máximo. Déjame que te ayude a poner la mesa. (Electra le va dando platos y cubiertos, el vino, el pan.) Sí llegarás…

Electra. ¿Lo crees tú?

Máximo. Tan cierto como… como que tengo un hambre de cincuenta caballos.

Electra. Me alegro. Ahora falta que te guste la comida que te han hecho estas pobres manos.

Máximo. Tráela y veremos.

Electra. Al instante. (Corre al interior de la casa.)

ESCENA V

Máximo, Gil.

Máximo. ¡Singular caso! Cada palabra, cada gesto, cada acción de esta preciosa mujercita, en la libertad de que goza, son otros tantos resplandores que arroja su alma inquieta, noblemente ambiciosa, ávida de mostrarse en los afectos grandes y en las virtudes superiores. (Con ardor.) ¡Bendita sea ella que trae la alegría, la luz, a este escondrijo de la ciencia, triste, obscuro, y con sus gracias hace de esta aridez un paraíso! ¡Bendita ella que ha venido a sacar de su abstracción a este pobre Fausto,56 envejecido a los treinta y cinco años, y a decirle: «no se vive sólo de verdades…» (Le interrumpe Gil que ha entrado poco antes; se acerca sin ser visto.)

Gil (satisfecho mostrando el cálculo). Ya está. Creo haber obtenido la cifra exacta.

Máximo (coge el papel y lo mira vagamente sin fijarse). ¡La exactitud!… ¿Pero crees tú que se vive sólo de verdades?… Saturada de ellas, el alma apetece el ensueño, corre hacia él sin saber si va de lo cierto a lo mentiroso, o del error a la realidad. (Lee maquinalmente sin hacerse cargo.) 0,318,73… Mirándolo bien, Gil, nuestras equivocaciones en el cálculo son disculpables.

Gil. Sí, señor… se distrae uno fácilmente pensando en…

Máximo. En cosas vagas, indeterminadas, risueñas, y los números se escapan, se van por los aires…

Gil. Y cualquiera los coge. Distraído yo, confundí la cifra de la potencial con la de la resistencia… Pero ya rectifiqué. Dígame si está bien…

Máximo (lee). 0,318,73… (Con repentina transición a un gozo expansivo.) Y si no lo estuviera, Gil; si por refrescar tu mente con ideas dulces, con imágenes sonrosadas, poéticas, te hubieras equivocado, ¿qué importaba? Nuestra maestra, nuestra tirana, la exactitud, nos lo perdonaría.

Gil. ¡Ah! señor, esa no perdona. Es muy severa. Nos agobia, nos esclaviza, no nos deja respirar.

Máximo. Hoy no: hoy es indulgente. La maestra, de ordinario tan adusta, hoy nos sonríe con rostro placentero. ¿Ves esa cifra?

Gil (diciéndola de memoria muy satisfecho). 0,318,73.

Máximo. Pues di que los primeros poetas del mundo, Homero57 y Virgilio,58 Dante,59 Lope,60 Calderón,61 no escribieron jamás una estrofa tan inspirada y poética como lo es esa para mí, esos pobres números… Verdad que la armonía, el encanto poético no están en ellos: están en… Vete… Puedes irte a comer… Déjame, déjanos. (Le empuja para que se vaya.) No me conozco: yo también confundo… Lucido estoy con esta inquietud, con esta pérdida de mi serenidad… Es ella la que…

(Desde el punto conveniente de la escena mira al interior.) Allí está la imaginación, allí el ideal, allí la divina muñeca, entre pucheros… (Vuelve al proscenio.) ¡Oh! Electra, tú, juguetona y risueña, ¡cuán llena de vida y de esperanzas, y la ciencia qué yerta, qué solitaria, qué vacía!

ESCENA VI

Máximo, Electra.

Electra (entrando con una cazuela humeante). Aquí está lo bueno.

Máximo. ¿A ver, a ver qué has hecho? ¡Arroz con menudillos! La traza es superior. (Se sienta.)

Electra. Elógialo por adelantado, que está muy bien… Verás. (Se sienta.)

Máximo. Se me ha metido en mi casa un angelito cocinero…

Electra. Llámame lo que quieras, Máximo; pero ángel no me llames.

Máximo. Ángel de cocina… (Ríen ambos.)

Electra. Ni eso. (Haciéndole el plato.) Te sirvo.

Máximo. No tanto.

Electra. Mira que no hay más. He creído que en estos apuros, vale más una sola cosa buena que muchas medianas. (Empiezan a comer.)

Máximo. Acertadísimo… ¿Sabes de qué me río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera, comiendo, así, solos…!

Electra. ¡Y cuando supiera que la comida está hecha por mí!…

Máximo. Chica, ¿sabes qué este arroz está muy bien, pero muy bien hecho…?

Electra. En Hendaya,62 una señora valenciana fue mi maestra: me dio un verdadero curso de arroces. Sé hacer lo menos siete clases, todas riquísimas.

Máximo. Vaya, chiquilla, eres un mundo que se descubre…

Electra. ¿Y quién es mi Colón?63

Máximo. No hay Colón. Digo que eres un mundo que se descubre solo…

Electra (riendo). Pues por ser yo un mundito chiquito, que se cree digno de que lo descubran, ¡pobre de mí! determinarán hacerme monja, para preservarme de los peligros que amenazan a la inocencia.

Máximo (después de probar el vino, mira la etiqueta). Vamos, que no has traído mal vino.

Electra. En tu magnífica bodega, que es como una biblioteca de riquísimos vinos, he escogido el mejor Burdeos,64 y un Jerez65 superior.

Máximo. Muy bien. No es tonta la bibliotecaria.

Electra. Pues sí. Ya sé lo que me espera: la soledad de un convento…

Máximo. Me temo que sí. De ésta no escapas.

Electra (asustada). ¿Cómo?

Máximo (rectificándose). Digo, sí: te escapas… te salvaré yo…

Electra. Me has prometido ampararme.

Máximo. Sí, sí… Pues no faltaba más…

Electra (con gran interés). Y ¿qué piensas hacer? dímelo…

Máximo. Ya verás… la cosa es grave…

Electra. Hablas con la tía… y…¿qué más?

Máximo. Pues… hablo con la tía…

Electra. ¿Y qué le dices, hombre?

Máximo. Hablo con el tío…

Electra (impaciente). Bueno: supongamos que has hablado ya con todos los tíos del mundo… Después…

Máximo. No te importe el procedimiento. Ten por seguro que te tomaré bajo mi amparo, y una vez que te ponga en lugar honrado y seguro, procederé al examen y selección de novios. De esto quiero hablar contigo ahora mismo.

Electra. ¿Me reñirás?

Máximo. No: ya me has dicho que te hastía el juego de muñecos vivos, o llámense novios.

Electra. Buscaba en ello la medicina de mi aburrimiento, y a cada toma me aburría más…

Máximo. ¿Ninguno ha despertado en ti un sentimiento… distinto de las burlas?

Electra. Ninguno.

Máximo. ¿Todos se te han manifestado por escrito?

Electra. Algunos… por el lenguaje de los ojos, que no siempre sabemos interpretar. Por eso no los cuento.

Máximo. Sí: hay que incluirlos a todos en el catálogo, lo mismo a los que tiran de pluma que a los que foguean con miraditas. Y henos aquí66 frente al grave asunto que reclama mi opinión y mi consejo. Electra, debes casarte, y pronto.

Electra (bajando los ojos, vergonzosa). ¿Pronto?… Por Dios, ¿qué prisa tengo?

Máximo. Antes hoy que mañana. Necesitas a tu lado un hombre, un marido. Tienes alma, temple, instintos y virtudes matrimoniales. Pues bien: en la caterva de tus pretendientes, forzoso será que elija yo uno, el mejor, el que por sus cualidades sea digno de ti. Y el colmo de la felicidad será que mi elección coincida con tu preferencia, porque no adelantaríamos nada, fíjate bien, si no consiguiera yo llevarte a un matrimonio de amor.

Electra. (con suma espontaneidad). ¡Ay, sí!

Máximo. A la vida tranquila, ejemplar, fecunda, de un hogar dichoso…

Electra. ¡Ay, qué preciosidad! ¿Pero merezco yo eso?

Máximo. Yo creo que sí… Pronto se ha de ver. (Concluyen de comer el arroz.)

Electra. ¿Quieres más?

Máximo. No, hija: gracias. He comido muy bien.

Electra (poniendo el frutero en la mesa). De postre no te pongo más que fruta. Sé que te gusta mucho.

Máximo (cogiendo una hermosa manzana). Sí, porque esto es la verdad. No se ve aquí mano del hombre… más que para cogerla.

Electra. Es la obra de Dios. ¡Hermosa, espléndida, sin ningún artificio!

Máximo. Dios hace estas maravillas para que el hombre las coja y se las coma… Pero no todos tienen la dicha o la suerte de pasar bajo el árbol… (Monda una manzana.)

Electra. Sí pasan, sí pasan… pero algunos van tan abstraídos mirando al suelo, que no ven el hermoso fruto que les dice: «Cógeme, cómeme.» Y bastaría que por un momento se apartasen de sus afanes, y alzaran los ojos…

Máximo (contemplándola). Como alzar los ojos, yo… ya miro, ya…

ESCENA VII

Electra, Máximo; Mariano, por la izquierda.

Mariano. Señor…

Máximo. ¿Qué?

Mariano. ¡Al rojo vivo!

Electra. ¡Ah, la fusión!

Máximo. Cuando esté al blanco incipiente, me avisas.

Mariano (a punto de marcharse). Está bien.

Máximo. Oye. Que nos preparen en la fábrica la batería Bunsen.67 Advierte que antes de dar luz necesito la dínamo grande para un ensayo.

Mariano. Bien. (Vase por el fondo.)

ESCENA VIII

Electra, Máximo; después el Operario.

Electra (con tristeza). Pronto tendrás que ocuparte de la fusión, y yo…

Máximo. Y tú… naturalmente, volverás a tu casa…

Electra (suspirando). ¡Ay! no quiero pensar en la que se armará cuando yo entre…

Máximo. Tú oyes, callas y esperas…

Electra. ¡Esperar, esperar siempre! (Concluyen de comer. Electra se levanta y retira platos.) ¡Ay! si tú no miras por esta pobre huérfana, pienso que ha de ser muy desgraciada… ¡Es mucho cuento,68 señor! Evarista y Pantoja empeñados en que yo he de ser ángel, y yo… vamos, que no me llama Dios por el camino angelical.

Máximo (que se ha levantado y parece dispuesto a proseguir sus trabajos). No temas. Confía en mí. Yo te reclamaré como protector tuyo, como maestro…

Electra (aproximándose a él suplicante). Pero no tardes. Por la salud de tus hijos, Máximo, no tardes. Oye lo que se me ocurre: ¿por qué no me tomas como a uno de tus niños, y me tienes como ellos y con ellos?

Máximo (con seriedad, muy afectuoso). ¿Sabes que es una excelente idea? Hay que pensarlo… Déjame que lo piense.

Operario (por el foro). El señor Marqués de Ronda.

Electra (asustada). ¡Oh! debo marcharme…

Máximo. No, hija: si es nuestro amigo, nuestro mejor amigo… Ya verás… (Al Operario.) Que pase. (Vase el Operario.)

Electra. Pensará tal vez…

Máximo. No pensará nada malo. ¿Has hecho café?

Electra. Iba a colarlo ahora… un café riquísimo… Sé hacerlo a maravilla.

Máximo. Tráelo… Convidamos al Marqués.

Electra. Bueno, bueno. Pues tú lo mandas… Voy por el café. (Vase gozosa, con paso ligero.)

ESCENA IX

Máximo, el Marqués, Electra; al fin de la escena Mariano.

Máximo. Adelante, Marqués.

Marqués. Ilustre, simpático amigo. (Desconsolado, mirando a todos lados.) ¿Y Electra?

Máximo. En la cocina.

Marqués. ¡En la cocina!

Máximo. Volverá al instante. Hemos comido, y ahora tomaremos café.

Marqués. ¡Han comido! (Observando la mesa.)

Máximo. Un arroz delicioso, hecho por ella.

Marqués. ¡Bendita sea mil veces! (Muy desconsolado.) ¡Pero, hombre! ¡No haberme convidado! Vamos, no se lo perdono a usted.

Máximo. ¡Si esto ha sido una improvisación! ¿Por qué no pasó usted antes, cuando estuvo en la fábrica…?

Marqués. Es verdad… Mía es la culpa.

Máximo. Tomaremos café. Y perdone, querido Marqués, que le reciba y le obsequie en esta pobreza estudiantil.

Marqués. Ya lo he dicho: no acabo de comprender que usted, hombre acaudalado, teniendo arriba tan magníficas habitaciones…

Máximo. Es muy sencillo… La ciencia y el hábito del estudio me recluyen en esta madriguera. He puesto a mis hijos en los aposentos bajos para tenerlos cerca de mí, y aquí vivo, como un ermitaño.

Marqués. Sin acordarse de que es rico…

Máximo. Mi opulencia es la sencillez, mi lujo la sobriedad, mi reposo el trabajo, y así he de vivir mientras esté solo.

Marqués. La soledad toca a su fin. Hay que determinarse. En fin, mi querido amigo, vengo a prevenir a usted… (Entra Electra con el café.) ¡Oh, la encantadora divinidad casera!

Electra (avanza cuidadosa con la bandeja en que trae el servicio, temiendo que se le caiga alguna pieza.) Por Dios, Marqués, no me riña.

Marqués. ¡Reñir yo!

Electra. Ni me haga reír. Temo hacer un destrozo.

¡Cuidado! (El Marqués toma de sus manos la bandeja.)

Marqués. Aquí estoy yo para impedir cualquier catástrofe. (Pone todo en la mesa.) No tengo porque reñir, hija mía. En otra parte69 me asustaría esta libertad. En la morada de la honradez laboriosa, de la caballerosidad más exquisita, no me causa temor.

Máximo. Gracias, señor Marqués. (Les sirve el café.)

Marqués. No lo aprecian del mismo modo los señores de enfrente… La noticia de lo que aquí pasa ha llegado al Asilo de Santa Clara,70 fundación de María Requesens. Confusión y alarma de los García Yuste. Allá está reunido todo el Cónclave.71

Electra. ¡Dios tenga piedad de mí!

Marqués. Hija mía, calma.

Máximo. Tú déjate, déjanos a nosotros.

Marqués. Por mi parte, para todas las contingencias que pueda traer esta travesurilla, tienen ustedes en mí un amigo incondicional, un defensor valiente.

Electra (cariñosa). ¡Oh, Marqués, qué bueno es usted!

Máximo. ¡Qué bueno!

Electra. ¿Y qué tienen que decir de mi café?

Marqués. Que es digno de Júpiter,72 el papá de los Dioses. En el Olimpo73 no lo sirvieron nunca mejor. ¡Benditas las manos que lo han hecho! Conceda Dios a mi vejez el consuelo de repetir estas dulces sobremesas entre las dos personas… (Muy cariñoso, tocando las manos de uno y otra.) entre los dos amigos que ahora me escuchan, me atienden y me agasajan.

Electra. ¡Oh, qué hermosa esperanza!

Marqués. Me voy a permitir, querido Máximo, emplear con usted un signo de confianza. No lo lleve usted a mal… Mis canas me autorizan…

Máximo. Lo adivino, Marqués.

Marqués. Desde este momento queda establecida la siguiente reforma… social. Le tuteo a usted, es decir, a ti.

Máximo. Lo considero como una gran honra.

Electra. ¿Y a mí por qué no?

Marqués. (a Máximo). ¿Qué te parece? ¿También a ella?…

Máximo. Sí, sí… bajo mi responsabilidad.

Electra (aplaudiendo). Bravo, bravo.

Marqués (muy satisfecho). Bien, amigos míos: correspondo a vuestra confianza participándoos que el Cónclave prepara contra vosotros resoluciones de una severidad inaudita.

Electra. Dios mío, ¿por qué?

Marqués. Los señores de García Yuste, muy santos y muy buenos… Dios les conserve… se han lanzado a la navegación por lo infinito, y queriendo subir, subir muy alto, han arrojado el lastre, que es la lógica terrestre. (Máximo hace signos de asentimiento.)

Electra. No entiendo…

Marqués. Ese lastre, ese plomo, la lógica terrestre, la lógica humana, lo recogemos nosotros.

Máximo (riendo). Está bien, muy bien.

Electra (aplaudiendo sin entenderlo). Lastre, plomo recogido… lógica humana… Muy bien.

Marqués. Dueños de esa fuerza, la santa lógica, es urgente que nos preparemos para desbaratar los planes del enemigo. Primera determinación nuestra: (a Electra) que vuelvas a tu casa… No te asustes. No irás sola.

Electra. ¡Ay! respiro.

Marqués. Iremos contigo los dos profesores de lógica terrestre que estamos aquí.

Electra (gozosa). ¡Dios mío, qué felicidad! Yo entre los dos, conducida por la pareja de la Guardia civil.74

Máximo (al Marqués). ¿No le parece a usted que debemos ir de día, para que se vea con qué arrogancia desafían estos criminales la plena luz?

Marqués. ¡Oh, no! Opino que vayamos después de anochecido para que se vea que nuestra honradez no teme la obscuridad.

Máximo. ¡Excelente idea! De noche.

Electra. De noche.

Mariano (asomándose a la puerta de la izquierda). ¡Señor, al blanco incipiente!

Electra (con alegría infantil). ¡La fusión! (Dice esto con alegría inconsciente.)

Máximo (a Mariano). No puedo ahora. Avísame en el punto del blanco resplandeciente. (Vase Mariano.)

Marqués (con solemnidad, tomando una copa). Permitidme, amigos del alma, que brinde por la feliz unión, por el perfecto himeneo de esos benditos metales.

Máximo (con entusiasmo, alzando la copa). Brindo por nuestro primer metalúrgico, el noble Marqués de Ronda.

Electra (con emoción muy viva, brindando). ¡Por el grande y cariñoso amigo! (Aparece Pantoja por la derecha, viniendo del jardín. Permanece en la puerta contemplando con frío estupor la escena.)

ESCENA X

Máximo, Electra, el Marqués, Pantoja.

Marqués. ¡El enemigo!

Electra (aterrada). ¡Don Salvador! ¡El Señor sea conmigo!

Máximo. Adelante, señor de Pantoja. (Pantoja avanza silencioso, con lentitud.) ¿A qué debo el honor…?

Pantoja. Anticipándome a mis buenos amigos, Urbano y Evarista, que pronto volverán a su casa, aquí estoy dispuesto a cumplir el deber de ellos y el mío.

Máximo. ¡El deber de ellos… usted…!

Marqués. Viene a sorprendernos, con aires de polizonte.

Máximo. En nosotros ve sin duda criminales empedernidos.

Pantoja. No veo nada: no quiero ver más que a Electra, por quien vengo; a Electra, que no debe estar aquí, y que ahora se retirará conmigo, y conmigo llorará su error. (Coge la mano de Electra, que está como insensible, inmovilizada por el miedo.) Ven.

Máximo. Perdone usted. (Sereno y grave, se acerca a Pantoja.) Con todo el respeto que a usted debo, señor de Pantoja, le suplico que deje en libertad esa mano. Antes de cogerla debió usted hablar conmigo, que soy el dueño de esta casa, y el responsable de todo lo que en ella ocurre, de lo que usted ve… de lo que no quiere ver.

Pantoja (después de una corta vacilación, suelta la mano de Electra). Bien: por el momento suelto la mano de la pobre criatura descarriada, o traída aquí con engaño, y hablo contigo… a quien sólo quisiera decir muy pocas palabras: «Vengo por Electra. Dame lo que no es tuyo, lo que jamás será tuyo.»

Máximo. Electra es libre: ni yo la he traído aquí contra su voluntad, ni contra su voluntad se la llevará usted.

Marqués. Que nos indique siquiera en qué funda su autoridad.

Pantoja. Yo no necesito decir a ustedes el fundamento de mi autoridad. ¿A qué tomarme ese trabajo, si estoy seguro de que ella, la niña graciosa… y ciega, no ha de negarme la obediencia que le pido? Electra, hija del alma, ¿no basta una palabra mía, una mirada, para separarte de estos hombres y traerte a los brazos de quien ha cifrado en ti los amores más puros, de quien no vive ni quiere vivir más que para ti? (Rígida y mirando al suelo, Electra calla.)

Máximo. No basta, no, esa palabra de usted.

Marqués. No parece convencida, señor mío.

Máximo. Permítame usted que la interrogue yo. Electra, adorada niña, responde: ¿tu corazón y tu conciencia te dicen que entre todos los hombres que conoces, los que aquí ves y otros que no están presentes, sólo a ese, sólo a ese sujeto respetable debes obediencia y amor?

Marqués. Habla con tu corazón, hija; con tu conciencia.

Máximo. Y si él te ordena que le sigas, y nosotros que permanezcas aquí, ¿qué harás con libre voluntad?

Electra (después de una penosa lucha). Estar aquí.

Marqués. ¿Lo ve usted?

Pantoja. Está fascinada… No es dueña de sí.

Máximo. No insistirá usted.

Marqués. Se declarará vencido.

Pantoja (con fría tenacidad). Yo no me creo vencido. La razón siempre está victoriosa, y yo me estimaría indigno de poseer la que Dios me ha dado y guardo aquí, si no la pusiera continuamente por encima75 de todos los errores y de todos los extravíos. No, no cedo. Máximo, los metales que arden en tus hornos son menos duros que yo. Tus máquinas potentes son artificios de caña si las comparas con mi voluntad. Electra me pertenece: basta que yo lo diga.

Electra (aparte). ¡Qué terror siento!

Máximo. Si quiere usted asegurarse del poder de su voluntad, pruébela contra la mía.

Pantoja. No necesito probarla ni contigo ni con nadie, sino hacer lo que debo.

Máximo. El deber, esa es mi fuerza.

Pantoja. Un deber con móviles terrenos y fines accidentales. El deber mío se mueve por una conciencia tan fuerte y dura como los ejes del Universo, y mis fines están tan altos que tú no los ves, ni podrás verlos nunca.

Máximo. Súbase usted tan alto como quiera. A lo más alto iré yo para decirle que no le temo, ni Electra tampoco.

Pantoja. Caprichudo es el hombre.

Máximo. Para que hable usted de metales duros.

Marqués. Electra volverá a su casa con nosotros…

Máximo. Conmigo, y esto bastará para que sus tíos le perdonen su travesura.

Pantoja. Sus tíos no la perdonarán ni la recibirán mejor viéndola entrar contigo, porque sus tíos no pueden renegar de sus sentimientos, de sus convicciones firmísimas. (Exaltándose.) Yo estoy en el mundo para que Electra no se pierda, y no se perderá. Así lo quiere la divina voluntad, de la que es reflejo este querer mío, que os parece brutalidad caprichosa, porque no entendéis, no, de las grandes empresas del espíritu, pobres ciegos, pobres locos…

Electra (consternada). Don Salvador, por la Virgen, no se enfade usted. Yo no soy mala… Máximo es bueno… Usted lo sabe… los tíos lo saben… ¡Que no debí venir aquí sola…! Bueno… Volveré a casa. Máximo y el Marqués irán conmigo, y los tíos me perdonarán. (A Máximo y al Marqués.) ¿Verdad que me perdonarán?… (A Pantoja.) ¿Por qué quiere usted mal76 a Máximo, que no le ha hecho ningún daño? ¿Verdad que no?77 ¿Qué razón hay de esa ojeriza?…

Máximo. No es ojeriza: es odio recóndito, inextinguible.

Pantoja. Odiarte no. Mis creencias me prohíben el odio. Cierto que entre nosotros, por causa de tus ideas insanas, hay cierta incompatibilidad… Además, tu padre, Lázaro Yuste, y yo, ¡ay dolor! tuvimos desavenencias profundas, de las que más vale no hablar ahora. Pero a ti no te aborrezco, Máximo… Más bien te estimo. (Cambiando el tono austero e iracundo por otro más suave, conciliador.) Dejo a un lado la severidad con que al principio te hablé, y forzando un tanto mi carácter… te suplico que permitas a Electra partir conmigo.

Máximo (inflexible). No puedo acceder a su ruego.

Pantoja (violentándose más). Por segunda vez, Máximo, olvidando todo resentimiento, casi, casi deseando tu amistad, te lo suplico… Déjala.

Máximo. Imposible.

Pantoja (devorando su humillación). Bien, bien… Me lo has negado por segunda vez… No tengo más que dos mejillas.78 Si tres tuviera para recibir de tu mano tres bofetadas, por tercera vez te pediría lo mismo. (Con gravedad y rigidez, sin ninguna inflexión de ternura.) Adiós, Electra… Máximo, Marqués, adiós.

Electra (en voz baja a Máximo). Por Dios, Máximo, transige un poco…

Máximo (redondamente). No.

Electra. ¿No dijisteis que me llevaríais tú y el Marqués? Vámonos todos juntos. (Esta frase es oída por Pantoja en su marcha lenta hacia la salida. Detiénese.)

Máximo (con energía). No… Él ha de irse primero. Cuando a nosotros nos acomode, y sin la salvaguardia de nadie, iremos.

Pantoja (fríamente, ya en la puerta). ¿Y a qué vas tú? ¿A empeorar la situación de la pobre niña?

Máximo. Voy… a lo que voy.

Pantoja. ¿No puedo saberlo?

Máximo. No es preciso.

Pantoja. No he pretendido que me reveles tus intenciones. ¿Para qué, si las conozco? (Da algunos pasos hacia el centro de la escena clavando la mirada en Máximo.) No me fío de la expresión de tus ojos. Penetro en el doble fondo de tu mente: allí veo lo que piensas… No te interrogué por saber tu intención, que ya sabía, sino por oírte las bonitas promesas con que la encubres… En ti no mora la verdad; en ti no mora el bien, no, no… no… (Vase despacio repitiendo las últimas palabras.)

56.Fausto: Dr. Johann Faust, or Faustus, born near Weimar, and said to have died in 1538. A magician, astrologer, and soothsayer. The legends concerning him have furnished material for several plays, notably Goethe's tragedy "Faust." Calderon's play "El Mágico Prodigioso" resembles Goethe's play, though founded upon another legend.
57.Homero: Homer. The poet to whom tradition assigns the authorship of the "Iliad" and the "Odyssey." Modern criticism has led to the doubt whether such a person as Homer existed at all, the great epics which bear that name being supposed to be the product of various persons and ages.
58.Virgilio: Virgil or Vergil. Publius Vergilius Maro (70 B.C.-19 B.C.), a famous Roman epic and idyllic poet. His works include "Eclogues" or "Bucolics," "Georgics," and the "Aeneid."
59.Dante Alighieri (1265-1321): the greatest poet of Italy. His chief work is the "Divina Commedia" which created the Italian language.
60.Lope Félix de Vega Carpio (1562-1635): a celebrated Spanish dramatist and poet. The remarkable facility with which he produced plays can be judged from their number, eighteen hundred according to Pérez de Montalvan, his intimate friend.
61.Pedro Calderón de la Barca (1600-1681): a celebrated Spanish dramatist. He wrote both secular and religious plays, maintaining a controlling influence over whatever related to the drama.
62.Hendaya: see footnote 3.
63.Colón: Christopher Columbus (1446(?)-1506).
64.Burdeos: Bordeaux, situated on the Garonne river, is the fourth city and third port of France. It has a large trade in wine and brandy.
65.Jerez de la Frontera: a city in the Province of Cadiz, Spain, celebrated for the production and export of sherry wine.
66.henos aquí: see aquí.
67.Bunsen: Robert Wilhelm Bunsen (1811-1899). A noted German chemist, and the inventor of the "Bunsen burner," "Bunsen battery," etc.
68.Es…cuento: see cuento.
69.En…parte: see parte.
70.Santa Clara: a fictitious name.
71.Cónclave: the assembly of the cardinals of the Roman Catholic church for the election of a pope; hence, any private meeting or close assembly.
72.Júpiter: in Roman mythology, the supreme deity. He was regarded as the special protector of Rome.
73.Olimpo: Olympus. The name of a mountain on the borders of Macedonia and Thessaly, regarded as the especial home of the gods.
74.Guardia civil: a select body of fine, trustworthy Spanish police, armed and disciplined like soldiers. These guards, in pairs, patrol the roads.
75.por encima de: see por.
76.quiere…mal a: see querer.
77.¿Verdad que no? see verdad.
78.No tengo…mejillas: refers to the teaching of Christ's sermon on the Mount (Matt. 5, 39).