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Loe raamatut: «Episodios Nacionales: La estafeta romántica», lehekülg 15

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XXXVII

De Pilar a Valvanera

Madrid, Septiembre.

Dame mil abrazos y besos, mi amiga del alma, y recibe con mis ternuras la feliz noticia de que mi problema está resuelto. Felipe me perdona, y consiente en facilitar todos los arbitrios legales que proponga Cortina para transmitir a Femando una parte de mis bienes, por donación inter vivos, por… en fin, no sé cómo, pero ello será. Felipe decreta mi libertad, permitiéndome que dentro de algún tiempo, previas las gradaciones y habilidades convenientes, viva con Fernando fuera de Madrid. ¡Ay, qué felicidad, qué descanso tan dulce al término de este fatigoso viaje de mi vida!

Has de saber ante todo que Felipe ha mostrado una grandeza de alma que nunca creí pudiera existir en él. ¡Vaya, que preciarme de tan lista, serlo efectivamente, haber cultivado en secreto las dotes de mi inteligencia, la observación y estudio de caracteres, y no haber comprendido la grandeza de este hombre! Pero no es culpa mía que dicha virtud no se haya revelado hasta que se planteó la magna crisis. Las almas desvirtuadas por el artificio social no se descubren en su íntimo ser sino cuando las agitan graves problemas emanados de la Naturaleza. Sin las sacudidas del cataclismo, no es fácil que se descuajen los caracteres de formación apelmazada y dura. ¡Cómo nos eternizamos en nuestros errores, mayormente cuando no seguimos el camino de la verdad y vivimos en un mundo de mentiras y disimulo! Comprenderás que mi dolor ha sido inmenso al ver el de Felipe en los primeros días, y después su resignación y calma sublimes. Todo lo he visto de lejos y en acecho, querida mía, pues desde la operación quirúrgica no ha mediado una sola palabra entre él y yo. Quebrantada su salud gravemente; envejecido en pocos días, cual si sobre su cabeza recayera en un día el peso de quince años, su primo San Quintín le catequizó para llevársele a la Encomienda, y allí está. Yo me vine de Carabanchel al día siguiente de su partida, y dos después se me presentó aquí tu padre, a quien recibí como puedes suponer, no vacilando en seguir tu consejo de informarle de todo. Me ha dado ánimos, y asegura batiendo palmas que me prestará su eficaz ayuda con alma y vida. ¡Pobre D. Beltrán! Viene cansado, muy mal de la vista; pero con el espíritu más despierto que nunca, el corazón henchido de benevolencia, y en todo el esplendor de su ingenio chispeante, peregrino. En cuanto se reponga, te le mando allá.

Volviendo a Felipe, te diré que su profundo abatimiento, su inmensa turbación con formas de cristiana humildad, me han trastornado a mí de un modo que no puedo expresar. Cree que a esto debo los días más tristes y angustiosos que he pasado en mi vida. Lo que me atormentó mi conciencia culpándome de tan terribles males, no es fácil decirlo con palabras. Me creía mujer perversa, indigna de perdón, justamente condenada a crueles martirios en esta vida y en la otra. Por fin, mi alma ha recibido consuelo; me lo trajo el buen Cortina, que vino ayer de la Encomienda con la definitiva sentencia del dueño de mi destino.

Felipe me perdona, deplorando que en tantos años haya escondido este terrible secreto por miedo a sus rigores. Sin dejar de comprender cuán difícil era mi revelación, siente que yo, con mi silencio, haya malogrado toda nuestra vida matrimonial, poniendo entre los dos el espesor y frialdad de una muralla de recelo, y confinándonos una y otro en triste soledad.

Tratándose de un hecho irremediable, y sin atenuar mi enorme falta, no hay más remedio que bajar ante él la cabeza, pues nada se adelanta con las soluciones violentas y trágicas a nuestra edad, que ya reclama sosiego y volver los ojos a mejor vida. Él no aspira más que a una vejez obscura, preparándose a un buen morir. Desea que yo procure ponerme en paz con Dios, limpiar mi conciencia, y no traer más desventuras sobre las que ya deploramos.

Autoriza cuanto Cortina crea pertinente para los fines que anhelo y cuya justicia reconoce, y al concederme la libertad me impone la obligación de seguir residiendo en nuestro palacio de Madrid, hasta la fecha que él determine, a fin de evitar en lo posible los inconvenientes de una separación brusca y escandalosa.

Aunque espera que al fin se extinguirá en su alma el resentimiento, por hoy rechaza toda reconciliación formal, y proscribe las escenas de abrazos, lágrimas, protestas y demás manifestaciones de un gusto teatral. En un largo plazo, que él fijará, no nos veremos ¡ay! Felipe y yo. Seguirá en la Encomienda hasta muy entrado el invierno. Accede a la proposición que le han hecho de enajenar el palacio en la primavera próxima para demolerlo y construir en él casas de vecindad. Cuando vuelva a Madrid, habitará en un palacito moderno que le proporcionará Salamanca, y yo donde quiera. Prefiere que me establezca lejos de Madrid.

¿Qué te parece, querida mía? Las papeletas de que te hablé perecieron todas en este terremoto seguido de incendio, y en su lugar veo surgir el espíritu de un grande hombre, de un santo más bien. No sólo me inspira ya veneración, sino un amor puro y acendrado. Mi mayor gloria sería infundir en el alma de Fernando este nuevo cariño… Pero el Duque y Fernando no se verán nunca. En su santidad, ahora descubierta, conserva Felipe el tesón y la intransigencia de raza.

Explicado lo más esencial, y sin perjuicio de contarte más cosas, vamos a lo nuestro. Ya estará Fernando enterado de lo que más directamente le interesa, pues Juan Antonio, al darle cuenta de la donación, le habrá informado de los motivos de hacerla en esta forma, la única posible. Escribo también a Hillo, para que regrese a Villarcayo, y entre todos incitéis al caballero a pedir la mano de Demetria. Si estimáis más pertinente y delicado preparar antes el terreno, partiendo Fernando a Vitoria y La Guardia, como un hábil medio de reanudar amistad con las niñas, no me opongo: al contrario, me parece muy bien. Luego se unirá tu padre a la conjuración, y él se encarga de poner en conocimiento de los Navarridas quién es Fernando, y los bienes que posee y poseerá. No creo que surjan escrúpulos por parte del buen párroco y su señora hermana. Y en último caso, la divina Palas es quien ha de decidirlo. Cuento con la vehemencia de su afición y la firmeza de su carácter. Tenedme al corriente de lo que resolváis. Allá se va toda el alma de vuestra amantísima – Pilar.

XXXVIII

De Fernando Calpena a Pilar de Loaysa

Villarcayo, Octubre.

Amada madre mía: La mejor satisfacción que puedo dar a quien por mí ha padecido tantas amarguras es consagrarle lo que de estas ha sido causa, mi existencia, mi pobre existencia, martirio ayer de quien me dio el ser, hoy consuelo y esperanza. Allá va, pues, con mis cariños más ardientes, la protesta de ofrecer a usted toda mi voluntad, de ponerla bajo su amparo y gobierno, para que en el dominio constante de ella reciba mi madre las alegrías que apetece, fruto tardío de su grande amor, y compensación de sus acerbas penas. Juntas y confundidas nuestras voluntades, la mía se complacerá en la obediencia, sabiendo como sé que el clarísimo entendimiento de mi señora madre ha de imponerme actos y resoluciones de innegable sensatez. La obscuridad de mi nombre, al que no puedo añadir el más grato a mi corazón, no me exime de ser caballero. Leal y honrado nací; aspiro a que mi conducta intachable y noble me dé la consideración, el aprecio de las gentes, y aun el brillo social a que no puedo aspirar por mi nacimiento. Con orgullo puedo decir que algún rayo de la pasmosa inteligencia de mi madre ha venido de su ser al mío, y esta riqueza que mi alma posee no la cambiara yo por las más gloriosas vanidades de los nombres. La luz de mi madre arde en mí, y con esto y su amor me basta; no quiero nada más, ni otros bienes apetezco.

Deseo vivir y tener salud para gloria y felicidad de la que ha vivido padeciendo por mí; deseo agradarla en todo, amoldar absolutamente mis acciones a sus deseos. Acepto la explicación que se sirve darme de su plan referente a mi matrimonio con la niña de Castro-Amézaga, y le agradezco infinito que haya tenido en cuenta las razones que por conducto de Valvanera le expuse para no precipitar este asunto y someterlo a los trámites que me imponen la dignidad de todos y mi delicadeza. No haré, pues, manifestación alguna de propósitos matrimoniales, concretándome a pasar por La Guardia de regreso de Vitoria, en compañía del buen Hillo. En esta visita veré cómo soy recibido, formaré juicio de los sentimientos de aquella ilustre familia con respecto a mí, y de las direcciones que haya tomado o tome la voluntad de la diosa, como dice nuestro capellán. No haré papeles de pretendiente ni de rival del Marqués de Sariñán, concretándome a reanudar mis buenas amistades con ambas señoritas. ¿Estamos conformes en esto, madre querida? ¿Soy razonable, discreto, noble, y al propio tiempo sumiso y obediente hijo? Creo que sí; y seguro de que mis sentimientos están en perfecta concordancia con los de usted, no recelo en emprender mi viaje. Prontos a partir, estas letras de despedida llevan a usted los respetos del gran Hillo, el cariño de los Maltranas, chicos y grandes, y el corazón y el alma toda de su amante hijo – Fernando.

XXXIX

De Valvanera a D. Pedro Hillo

Villarcayo, Octubre.

Amigo mío: Mando la presente por un propio que expedimos en seguimiento de ustedes, encargándole que pique espuelas para alcanzarles pronto. Lleva la carta que hoy se ha recibido de Pilar para su hijo, la cual nada contiene de particular, y la envío para que sirva de pretexto al viaje del propio: el verdadero fin de este es informar a usted de un hecho que me ha producido alguna inquietud. Se lo cuento en esta carta, que el mozo le entregará, según mis órdenes, sin que Fernando se entere.

Esta mañana presentose en casa un sujeto, a caballo, con trazas de caminante afanado y presuroso, y habiendo preguntado por Fernando con vivo interés, renegó de sí mismo y de su suerte cuando le aseguramos que había partido. Resistiose a creerlo; y como Juan Antonio, en vista de la insistencia y disgusto que mostraba, le dijese que bien podía manifestarnos a nosotros el motivo de su viaje, nos contestó lo que fielmente le transmito, mi Sr. D. Pedro: «Pues sepan, señora y caballero, que yo soy Zoilo Arratia, para servir a ustedes. El objeto que aquí me trae sólo al Sr. D. Fernando puedo manifestarlo, por ser cosa de la incumbencia suya y mía particularmente, y así díganme pronto a qué punto de España se encamina, para correr tras él hasta que le encuentre». Ya tenía Juan Antonio la palabra en la boca para responder la verdad, pues es hombre a quien mucho trabajo cuesta ocultarla, cuando yo, que vi al instante un peligro en dicha verdad, anticipé la mentira de que Fernando iba camino de Burgos para seguir luego hasta Madrid, adonde le llaman sus intereses. En el rostro vivo del tal Arratia conocí que no me creía. El hombre es rudo, fuerte, bien plantado, de hermoso rostro moreno y ojos como centellas. Debió de ver en los míos el temor y la curiosidad, y quiso explicarse mejor con estas otras palabras, que, grabadas en mi memoria, copio con la posible fidelidad: «Señora y caballero, sepan que le busco para proponerle que seamos amigos, y si no lo quieren creer, no lo crean. Como digo también que si D. Fernando no quisiera las paces, en la guerra me encontrará, y ya verá quién es Zoilo Arratia. Dispénsenme los señores, y manden lo que gusten a su servidor». Se fue a la posada, donde le aguardaban otros dos del mismo pelaje, que en su compañía vinieron y siguen. Al mediodía supimos que, después de dar un pienso y corto descanso a sus caballos, trotaban hacia Miranda. ¡Qué mal hice en indicar la vuelta de Burgos, sin acordarme de que forzosamente la tomarán por Miranda de Ebro! No me perdono esta torpeza mía.

En fin, mi Sr. D. Pedro, ello podrá ser un hecho insignificante, sin malas consecuencias; pero nos hallamos inquietos, y hemos acordado avisar a usted para que esté con cuidado, y evite, si es posible, el encuentro con ese maldito bilbaíno, cuya presencia inesperada viene a turbar mi gozo por el buen giro que tomaban los asuntos de Pilar y Fernando. Puesto el caso en su conocimiento, nos tranquilizamos, en la seguridad de que sabrá usted evitar nuevos disgustos. Quedamos pidiendo a Dios que les guíe, y que a todos nos dé la paz que merecemos. De usted atenta servidora y amiga – Valvanera.

XL

De Doña Juana Teresa a la señora de Maltrana

Cintruénigo, Octubre.

Amiga y hermana: No tengo sosiego hasta no desahogar mis agravios contra ti, y hoy me decido a manifestártelos, que si en ello tardo más, de seguro reviento. Ya sé que tu casa es, como si dijéramos, el cuartel general de las intrigas fraguadas contra mi hijo y contra mí, lo que no entiendo, a menos que me demuestres la razón de querer más a tu sentimental y misterioso huésped que a tu sobrino, hijo de tu hermano, mi esposo, que santa gloria haya. Descíframe este acertijo, o de lo contrario creeré que te has vuelto romántica y que mereces salir al teatro con velo negro por la cara y puñal en la mano. Si no estás loca rematada, haciendo pareja con la pobre Pilar, explícame la protección que das a ese trovadorcillo, y la celada que intentáis armarle a la niña de Castro-Amézaga.

¡Si creerá Pilar que a mí me engaña! Sus enredos vienen a mi conocimiento sin que yo los busque, y a poquito que yo extienda mi tela de araña, cojo a la pobre mosca y la devoro. ¡Qué lejos está ella de que le he tendido la red! Pero no: más bien ha sido obra de Dios, que vela por los inocentes y estorba las maquinaciones de los envidiosos. La casualidad, o hablando cristianamente, la Providencia, ha puesto en mis manos un testimonio de los devaneos antiguos de mi media hermana, los cuales fácilmente se enlazan por ley de Naturaleza con sus embrollos presentes y con la existencia del mancebo romántico, que ostenta en su escudo todos los emblemas nobiliarios de la Santísima Inclusa… Dos días hace que me ocupo en atar cabitos, y no quiero que ignores el resultado de mis trabajos. Yo también me doy a la historia menuda, lo que puedo hacer con grandísimas ventajas, porque ha puesto Dios en mis manos el archivo mundano del más glorioso perdido del siglo pasado y de parte del presente, D. Beltrán de Urdaneta.

Estoy recopilando mis apuntes, que pondré a disposición de las personas a quienes incumbe el llamar al orden a Pilar, o pararle un poco los pies, reduciéndola al papel de penitente que le corresponde. Y para que no creáis que obro con alevosía, a ti, que es como confiarlas a ella, confío mis investigaciones, empezando por la más grave y delicada. ¿Qué dirás que me saltó a los ojos una tarde que me entretuve, sin malicia, puedes creerlo, en revolverle el papelorio a mi libertinísimo suegro? Pues una carta que con fecha de Julio de 1811 le dirige a París una tal Lea Delisle (¡buena pieza sería!) desde Ax de las Termas. Traducida en su parte más interesante por Rodrigo, que, para que lo sepas, posee muy bien el francés, dice así: «Ya te conté que la Duquesa tu amiga se dejaba hacer la corte por Su Alteza el Príncipe José Poniatowsky (pongo mucho cuidado en copiar este nombre diabólico letra por letra), general del Imperio, gran figura, caballero insigne, sobrino del Rey de Polonia. Hoy puedo asegurarte que el príncipe guerrero, a quien llaman el Bayard polonais (esto lo dejo en francés), y la dama española, están unidos en apasionada liaison (en francés lo dejo también para mayor decoro de nuestro idioma). Anoche, al volver de una excursión a la cascada de Orlu, se perdieron en el bosque de Ascou. Aún no han vuelto».

Yo no lo he buscado: a la mano se me vino por designio de la Providencia, como vinieron luego otras cartas de la misma pendanga, en que decía que el Príncipe y la Duquesa habían parecido. Lo que no parece, digo yo, es el decoro de Pilar. Buscando, buscando, por si Dios me deparaba nueva luz, encontré una esquela de Engracia Pignatelli, tía de Pilar, en la que consta que esta fue a pasar una temporadilla en Zaragoza, de donde pasó a Lumbier, residencia de su amiga Serafina Palafox… En fin, no quiero hacer cuenta del tiempo, ni ajustar meses, compaginando fechas con fechas… No vayas a decir que soy cruel con la que merece lástima, y a tanta lejanía de tiempo, algo de indulgencia. Ya sé que ha llorado mucho. Ignoraba yo la causa: ahora no diré lo mismo.

Al pronto se me ocurrió felicitarte, Valvanera de mi corazón, pues no cae todos los días el honor de hospedar en nuestra casa a un príncipe polaco, descendiente de Reyes, que, aunque destronados y errantes por esos mundos, siempre han de conservar algún aire o tufillo de testas coronadas; pero hablando de esto con Rodrigo, que sabe muy bien historias de todos los países, agarró una Enciclopedia que le saca de todas sus dudas, y en ella vimos que el tal señor de Poniatowsky, el Bayardo polonés, como le llaman, después de diversos hechos heroicos en las campañas de Rusia, Varsovia y no sé qué otros puntos, murió el año 13, al pasar a caballo un río de nombre muy enrevesado. Y luego de leídas estas referencias, hojeó Rodrigo la Historia de Napoleón con láminas, y me mostró una que representa al Príncipe luchando con la corriente del río en que se anegaron y perecieron tantas glorias. Si no miente la estampa, era un guapo mozo, y debía de ser hombre de gran coraje.

Cuéntale todo esto a tu amiga, y adviértele que Doña Urraca, a pesar de todas estas cosillas que andan en libros extranjeros, no la quiere mal; que se halla dispuesta a la indulgencia, al olvido de las historias de 1811 y 1812, y a reconocerla y diputarla como una mujer ejemplar, siempre y cuando ella sea comedida; que obligadas al comedimiento están las que no se hallan libres de ciertas máculas. ¿A qué se empeña esa loca en cosa tan absurda y desleal como cerrarnos el caminito de La Guardia cuando a punto estábamos ya de verlo franqueado y mis deseos satisfechos? ¿A qué se mete ella en este negocio, que por mal que vaya para mí no ha de ir bien para ella, pues la mercancía adulterada que pretende introducir no puede ser admitida, no, allí donde todo es nobleza y virtud, y se ha de mirar mucho al honor y limpieza de los nombres? Que su necedad no me ponga en el caso de emplear la malicia por derecho de defensa. Ella me conoce: soy muy buena, muy tolerante, amantísima de la familia; en todo caso, estoy dispuesta al perdón, y soy la primera en arrojar velos y más velos sobre las faltas de las personas que me son caras; pero que no me pise, por Dios, que no me pise, porque al sentir el ultraje y el pisotón, me revuelvo y clavo el diente… no lo puedo remediar… Y basta por hoy.

Muy enfadada me tienes, como encubridora y auxiliar de esa pérfida; pero nada temas de mi enojo. Soy tu amiga, te quiero, reconozco tus virtudes, y en mis oraciones, siempre que pido a Dios que conserve la salud de mi hijo, nunca se me olvida echar una palabrita por ti y los tuyos. Mil afectos a todos de tu cariñosa hermana – Juana Teresa.

FIN