Los nombres del juego

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Los nombres del juego
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A Lizeth, tqhehyma A mis padres, a mis hermanos, por todo A Luís Martin y quienes han estado en el taller DEL

Un agradecimiento

por ayudarme a revisar y corregir este libro:

Gustavo Aréchiga, Ana Maldonado, Armando Martínez, Nylsa Martinez, Diana Sánchez, Luís Martin Ulloa

International Super Star Soccer








A Martínez, Maldonado

y demás miembros de la “Elite”

La emoción en el estadio no se compara a la euforia de Rafael, que espera a que ella aparezca para verla desnuda de nuevo. Desde temprano se ha ido llenando el lugar, a pesar de que el partido de la final es hasta el medio día. Se ven familias, porras desayunando, hombres tomando cerveza en su asiento. Para él, todo ese ambiente es casi incomprensible. ¿Qué le ven a un grupo de hombres corriendo tras una pelota todo el tiempo? Se sonríe al pensar que esta allí por otros motivos.

La vio por primera vez hace dos semanas. Era el partido de cuartos de final. Había ido al estadio a la fuerza, como siempre, obligado por su padre. El equipo de su ciudad tenía que remontar un marcador de tres goles. Deben ganar por más de tres, le explicó aquella vez su hermano. Faltaban quince minutos para el final, el equipo iba cero a cero. Parecía que era la despedida de los locales: no pasaban de media cancha, y si lo hacían, sus tiros y remates provocaban los abucheos de los desesperados asistentes. Rafael simplemente estaba sentado, esquivando la cerveza que caía, cuando los espectadores de alrededor brincaban del asiento.

Entonces ella apareció. De la desesperación en el ambiente, se pasó a expresiones de asombro. Por la banda derecha, cerca de la portería local, entraba corriendo una mujer. Se quitó la playera, la arrojó al suelo. Los jugadores en esa área se detuvieron para verla, se quitó la falda de un movimiento. El árbitro dejó su actividad, se quedó paralizado. Ella iba llegando a media cancha, deteniéndose sólo para quitarse los calzones y dejarlos en el centro del campo. Los únicos que no se daban cuenta de lo que ocurría, eran el portero enemigo y el delantero local. La mujer ya se despojaba de su brasier. Un tiro, lanzada tremenda del arquero, rebote de la pelota que queda suelta y, ante una mirada atónita de ambos, una chica desnuda toma el balón, lo besa y lo arroja con ambas manos a la portería. Se levantó un estruendo general, chiflidos, gritos, varios policías persiguiendo a la gacela nudista, tratando de taparla con una bandera.

Rafael estaba perdido en el cuerpo fino y delgadísimo de la mujer. Hasta ahora sólo había visto desnudos en las revistas de su hermano. Cuando la atraparon, ella salió con la cabeza en alto, sonriendo al público, aprovechando los descuidos de los acompañantes para jalonear la bandera y dejar ver sus nalgas antes de entrar al túnel que lleva a vestidores. A partir de allí, su equipo hizo los tres goles, voltereta al partido en un tiempo récord. Sin embargo, más que de la hazaña, de lo único que se hablaba era de la chica: Erika Roe.

Inicia el segundo partido de la final con un aplauso de los asistentes. El equipo, en esta ocasión, consiguió un empate a cero en el partido de ida, por lo que debe ganar por la mínima diferencia. Para Rafael la expectación en las tribunas, no se compara con su propio nerviosismo. Él sabe que posiblemente Érika volverá a aparecer. Dado el escándalo de hace quince días, la vigilancia se ha redoblado. Él confía en que la chica burlará el cerco y de nuevo romperá el curso normal del partido. A los cinco minutos de empezado el encuentro el equipo local ya pierde por un gol. La tristeza vuelve a reflejarse en los miles de asistentes. Una sonrisa se le dibuja al chico, entre más alterado este el público, mayor es la hazaña de un exhibicionista salteador. El padre y el hermano de Rafael, se extrañan ante la emoción del chico, de ser el único en la familia que no se interesaba en el fútbol, ahora ha sido el más persistente en conseguir boletos para el encuentro.

Las imágenes de Erika Roe inundaban las publicaciones locales, a veces sin censurar, en ocasiones con grandes cuadros tapando pechos y entrepierna. Rafael iba recolectando todas en secreto. La chica tenía un cuerpo de adolescente, que contrastaba con su rostro adusto como de bibliotecaria. El joven empezó a buscarla con la única herramienta a su alcance, pero el Internet no hacía más que mandarlo a páginas pornográficas, donde las fotos de la chica ya eran parte del repertorio. Pasó la semana investigando, lo único que encontró fue un comentario respecto a un supuesto club: la Sociedad de Nudistas y Exhibicionistas Salteadores.

Asistió al partido de semifinales, ante la sonrisa dubitativa de su padre. En ese encuentro el equipo local pasó con facilidad a la final. Lograron una goleada que mantuvo gritando y abrazándose a los aficionados. Rafael estaba hecho un ovillo en su asiento, ella no volvió a correr desnuda por la cancha. Su padre casi lo abofeteó, al creer que esa actitud de tristeza, era porque ya se había vuelto aficionado del equipo perdedor. Al día siguiente el chico ya estaba de nuevo investigando entre los chats, grupos de discusión y páginas de nudistas. Por fin, en la noche del miércoles, mientras los locales conseguían el empate en el juego de ida de la final, alguien contestó a su pregunta: Sí, Erika es parte de la Sociedad. Quiero entrar, dijo Rafael, a lo que siguió una extensa espera antes de la respuesta: Taberna Andy Capps, a las 9:00, mañana. El chico apuntó el dato, pensando en cómo conseguir la dirección del lugar y, sobre todo, cómo asistir a pesar de no tener permiso de llegar tan tarde.

El equipo local intenta arribar al marco, un tiro por la banda que no llega a la cabeza del atacante. El defensa manda un globo que aterriza en los pies de su delantero. Éste emprende la carrera por el centro, dejando atrás a los jugadores de la zaga. Esta sólo contra el portero, hace un recorte y el balón entra junto al poste izquierdo. Los pocos asistentes en el estadio, que visten los colores del equipo que va ganando, lo celebran. Los demás, miles de personas, guardan silencio al ver que su equipo se va al descanso del primer tiempo con un marcador de dos goles en contra. El papá de Rafael esta inmóvil, al igual que su hermano, todos en la segunda fila por insistencia del chico. La posición habitual del grupo era al inicio de la segunda tanda de asientos, a unos quince metros de altura y desde donde, según la creencia familiar, se podían observar mejor las jugadas. Es que así podremos ver todo de cerca, dijo como argumento Rafael y ninguno se animó a debatirlo, ya era mucha sorpresa que quisiera asistir. Faltan cuarenta y cinco minutos y el muchacho esta cada vez más seguro de que volverá a ver a Erika.

Decidió escaparse, sabía lo poco probable que era conseguir un permiso para salir, en jueves por la noche, a un bar y sin hora de llegada. Pretextando un examen se acostó temprano, salió por la ventana poco después de las ocho. Llegó cinco minutos antes de la hora fijada. El lugar era una taberna sin muchas pretensiones: cuadros viejos colgados, una barra sin gente y una mesa de billar con un foco demasiado amarillo colgando encima. Se sentó cerca del rincón y pidió una cerveza, aún con el temor de que pidieran su identificación y decidieran correrlo del lugar. Por el contrario, el único empleado del lugar le llevo la bebida sin decir una palabra. Se veían muy pocas personas, se empezaba a preguntar si era el lugar correcto. Entonces notó que aunque había estado llegando gente, ninguna estaba en la única habitación del establecimiento. Fue cuando la chica, Erika Roe, ahora vestida, con gafas y el pelo amarrado en un estilo muy anticuado, cruzó la puerta.

Ella pasó de largo las mesas, se metió a un pasillo junto a la barra. Rafael se levantó a seguirla. En el lugar donde la perdió de vista, sólo había un pequeño cuarto con una vieja máquina tragamonedas. Un sonido repetitivo y desgastado surgía del aparato. Al acercarse, Rafael descubrió que el lado izquierdo del artefacto, era una puerta. Entró a una habitación con sillas en semicírculo y un estrado en medio. Había casi veinte personas. Unos hombres de aspecto robusto se le quedaron mirando hasta que decidió sentarse, justo a la derecha de Erika. Antes de que él dijera una palabra a la chica, un sujeto de baja estatura subió al estrado y dio inició a la sesión. Un himno, recordatorios, la repetición de las reglas de la Sociedad y por último, después de casi una hora, un reconocimiento a la socio Roe. Cuando el chico estaba apunto de animarse a hablarle, el dirigente dio inició a lo que él llamo, la ceremonia esperada: todos los asistentes comenzaron a desnudarse.

Al darse cuenta de lo que pasaba, Rafael sintió vergüenza. Intento salir sin que lo notarán, cuando el cuerpo desnudo de la chica, a menos de un metro de él, lo hizo paralizarse. Los hombros delicados, la línea de la columna hasta perderse en medio de las nalgas blanquísimas, las piernas estilizadas. En su arrobamiento no se dio cuenta que los demás, ya desnudos, notaban su presencia por el hecho de aún estar vestido. Los sujetos enormes que vio a la entrada, peludos y marcados de músculo por lo que pudo observar ahora, lo sujetaron y subieron al estrado. Todos hablaron al mismo tiempo, unos acusándolo de espía, de reportero, de policía. Antes de darse cuenta era empujado al grupo, que entre todos y a base de jalones empezaron a desvestirlo. No pudo defenderse. Lo último que distinguió fue que Erika se acercó y, agachándose apenas, lo dejó sin truzas. En ese momento sintió más pena de la que jamás había sentido, al mismo tiempo, una excitación como nunca había percibido al encerrarse en el baño con las revistas. Un golpe lo dejo inconsciente. Despertó desnudo en el basurero junto al bar. El regreso a casa fue una pesadilla, apenas creyó posible que nadie en su familia se diera cuenta.

 

Faltan solo diez minutos para que termine la final. El equipo local había logrado un tanto al iniciar el segundo tiempo, lo que reanimo a la multitud pero deprimió a Rafael. Casi media hora ha pasado y de la esperanza se pasa a la desesperación: los locales no sólo no se acercan al marco rival, sino que ya han sido dos veces que casi reciben el gol que los mata. La tensión de la gente se refleja en un silencio que pareciera tener consistencia. Se escuchan los golpes al balón. El chico esta desesperado por verla. Su hermano le da una palmada en el hombro, ¿Ojalá se repitiera lo de hace dos semanas verdad? Rafael lo voltea a ver a los ojos, en su rostro se pinta una sonrisa.

El joven se lanza hacia delante, pasa entre los espectadores de primera fila y de un saltó llega a la cancha. Los policías no lo ven hasta que es muy tarde, ya llega a medio campo y solo le faltan los calzoncillos. Al llegar justo al centro, se queda totalmente desnudo. El público emite gritos, abucheos y porras. En ese momento el joven piensa en su padre, en la tunda, en el hecho de estar totalmente desnudo frente a miles de personas. El miedo puede más que la excitación que le corría por las venas. Se queda paralizado. Voltea hacia la primera fila frente a él. Distingue a una Erika Roe sonriente, aplaudiéndole. Rafael levanta el brazo en forma de saludo, justo antes de recibir los cuerpos de ocho policías, que mostrándose más fanáticos del rugby que del soccer, se arrojan sobre él.

Doom









A Lizeth Armenta

A través del parabrisas la ciudad se mueve a 80 kilómetros por hora, casi ha dejado de llover. JC está impaciente, sus manos se mueven en el volante. ¡Acelérale wey!, grita aunque la voz queda ahogada por los vidrios cerrados, por la canción del grupo de rock gótico, por el ruido de la avenida. Apenas distingue los vehículos. Ya son cerca de las nueve de la noche. Solo ve la fila innumerable de focos rojos frente a él y la correspondiente hilera de faros por el espejo retrovisor. El automóvil de adelante se hace al carril de la derecha, JC acelera. Las luces traseras del rebasado se mueven hasta pasar a un lado de la cabina, hasta volverse un par de puntos dorados que se alejan confundiéndose con el tráfico. JC sigue incrementando su velocidad hasta alcanzar a otro coche. Ve el reloj digital en el estéreo que esta a su derecha, lleva quince minutos, tiempo récord y, aun así, va tarde.

Al mediodía habló con su novia. ¿Vas a venir a la feria?, dijo ella después de que intercambiaron saludos. ¿La feria?, respondió él. Sí, l-a-f-e-r-i-a, aquí están mis amigos. Pero, es que estoy trabajando, contestó JC, no puedo ir en este momento. No seas tonto, dijo TH, cando salgas, como a las 8:00 de la noche. Pero, es que tengo que terminar este trabajo, es para mañana. ¿Y no puedes pedir un día más? Sí, de poder sí puedo, pero es que no quiero empezar con retrasos y.... ¿Entonces es más importante tu trabajo que yo?, sentenció ella y JC ya no tuvo escape. Muchas veces habían discutido las prioridades. En esos momentos, oyéndola, decidió que podría darse ese lujo, al fin que una prórroga de un día no es tanto. OK, voy, dijo él para despedirse. ¡Gracias amor!, ¡Nos vamos a divertir, vas a ver! Al oír la voz tan alegre y entusiasta de TH, pensó que había tomado la mejor decisión.

¡Serás de hule baboso!, grita JC a un peatón que se cruzó en luz verde, llegando de un brinco al breve camellón. Éste divide la avenida en cuatro carriles que van hacia el sur y sus respectivos cuatro en dirección contraria. Mira el reloj, han pasado ya 18 minutos. ¡Chingada madre, por qué no van más aprisa cabrones!, dice en voz alta. Sus dedos se crispan en el volante, siente un ligero dolor en la base del cuello. Usualmente, cuando maneja con música tamborilea el ritmo con la mano derecha y mueve el pie izquierdo al compás de la batería. Hoy sólo balancea la cabeza ligeramente, tratando de seguir la melodía y mirando por turnos al frente y a los espejos retrovisores.

El día en la empresa no fue de los mejores. Llamadas de clientes enojados, juntas por la situación del proyecto, peticiones de acelerar la resolución de los problemas. JC se tomó un par de aspirinas con una lata de coca-cola a media tarde. Volvió a su escritorio e intentó concentrarse. Era como si todas las cosas se enredaran en su cerebro, envueltas por los problemas sin resolver y el trabajo que tenía que entregar al día siguiente. Usualmente no tiene la obligación de quedarse horas extras, pero se había retrasado mucho. Entre otras cosas, un juego instalado en su computadora le había minado horas en el transcurso del mes. Por supuesto eso no lo sabía nadie, ni siquiera su novia. ¿Cómo decirle que por disparar a demonios y soldados en un monitor, había ido dejando trabajo que, ya acumulado, era la razón para que no se vieran? Ella seguramente se lo recriminaría.

Luces verdes como cometas atravesando la parte superior del parabrisas, hasta que una luz roja hace frenar a todo el tráfico. JC rechina llanta: el piso mojado y la prisa. Queda a menos de medio metro del siguiente coche. ¡Chingada!, da un golpe con la mano derecha al tablero, se le acalambran los dedos. 23 minutos y contando. Allí detenido, mira hacia fuera: en la parada del camión, hay unas jóvenes de unos quince años, calcula, vestidas todas con uniforme de escuela católica. Mmm, dice él en voz baja como si pudieran escucharlo, ¡carne fresca! Una sonrisa se le escapa. Si me oyera TH me golpea. Empieza a carcajearse a plena voz, dejando que le vibre la garganta y sintiendo un ligero relajamiento en los brazos. Un claxon le señala que ya esta en verde y no ha arrancado. ¡Puta madre!, dice él regresando a su anterior neurosis, ¡bríncame imbécil! Quita con brusquedad el pie del freno, pisa el acelerador y vuelve a escucharse un rechinido de llanta.

Eran cerca de las 7:30 de la noche y ya había respondido a todos los correos. Había dejado listo el análisis y había visto alguna información para resolver el problema que parecía más grave en el proyecto. JC empezó entonces con el reporte que debía estar al día siguiente. Sabía que no lo acabaría, pero según sus cálculos, si trabajaba hasta las 8:30 ese día, tal vez antes de la hora de la comida del siguiente, ya habría entregado todo. Una tentación de prender el juego lo hizo quedarse viendo al monitor por un momento. No, no hay tiempo. En la plática con TH, habían quedado que él llegaría a la feria y la buscaría en el área de comidas. Como a las 9.00, dijo ella. Sí, allí nos vemos, había acordado JC. Se necesitaban casi cuarenta minutos para llegar por la avenida principal, casi un cuarto de ciudad desde donde estaba. Sin embargo, había razonado él, ella estará con sus amigos y no notará el tiempo. Se propuso trabajar hasta las nueve.

Un auto le echa las luces altas. JC había acelerado y poniendo la direccional se le había metido. Un cambio al carril de la derecha, que es en teoría más lento, le permitió rebasar. ¿Qué, cabrón? ¡Si te gustó bueno y si no también! Durante una parte del trayecto la velocidad no cambia, como si hubiera llegado a un tramo donde todos se uniformizarán. Por un momento, JC ve la escena a través del parabrisas como si fuera un monitor y todo el universo se moviera excepto él. Le gustaría tener una ametralladora o un lanza misiles en el centro de esa imagen. Poder dispararle a los coches en movimiento. Casi se imagina las explosiones luminosas y escarlatas haciendo volar llantas, despejando el camino, dejándole vía libre para que acelere a fondo.

A las 8:15 recibió una llamada de TH ¿Ya mero vienes? Este, si, estoy terminando todo. Es que ya están cerrando todo, le contestó su novia, fíjate que llovió y casi se quedó sin gente, yo creo que cerrarán temprano. ¿Pero entonces ya no hay nada?, preguntó él, No, prácticamente no, le contestó. La mente de JC razonó que si no había ya nada, entonces lo mejor era dejar la salida para otro día. Entonces igual me quedó a terminar, le dijo al momento. Pero, ella quiso reclamar, Yo, bueno, es que, esta bien, sabes que, ¡Como quieras! En la última frase había elevado la voz, JC reconoció el coraje. No te enojes, es que si ya no hay nada para qué... no alcanzó a terminar la conversación.

Mientras sigue acelerando, en la mente de JC se agolpan pasadas discusiones en el noviazgo. ¡Decídete pendejo!, le grita a la sombra de un auto que parece querer cambiar del cuarto carril al tercero. Toca el claxon, aumenta su velocidad y deja atrás al indeciso. Pocos segundos después se cambia de nuevo al carril más rápido. Pisa con fuerza el acelerador para llegar a los 140 kilómetros por hora. También su coraje crece mientras ve el reloj y siente su cuello endurecerse a la altura de la nuca.

No bien había colgado TH, JC sintió el enojo subirle desde el estómago. ¡Chingada!, ¿quién la entiende? Quiso seguir trabajando. Sin embargo, no le era posible escribir una palabra más, en su mente sólo estaban las excusas, los enojos como estos que habían tenido. Quiso volver a marcarle, pero ella no contestaba, seguramente veía su número y había decidido ignorarlo. Inquieto, decidió marcar al número de una de las amigas que habían ido a la feria. ¿Que te la pase?, pero si todos nos fuimos de allí desde las seis. ¿¡Cómo!?, respondió él. Sí, veras, empezó a llover y se veía que sería tormenta, no hay muchos lugares para taparse y pues decidimos volver otro día. ¿Pero, pero... y TH?, preguntó él sintiendo una opresión en el estomago. Ella se quedó a esperarte. Rápidamente JC le contó la situación y le pidió que le hablara a su novia, diciéndole que le contestará, solo eso.

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