Loe raamatut: «Que los evangelios prediquen el Evangelio»
Sinopsis
Los cuatro escritores de los evangelios que escribieron sobre la cruz de Cristo y los eventos que la antecedieron, lo hicieron a su manera. Cada uno interpreta los eventos a través de la lente de diversas partes del Antiguo Testamento y cada uno enfatiza diferentes temas. Basado en sus propios sermones predicados durante varios años en la Iglesia All Souls en Londres, Christopher Wright explora la rica variedad del pensamiento de los evangelistas sobre la cruz de Cristo, para luego desafiarnos a no predicar la cruz sin predicar la resurrección si queremos ser fieles a cómo predicaron los apóstoles. El hecho es que el Evangelio, como los evangelios que narran acerca de la cruz, estaría incompleto sin la resurrección de Cristo porque la resurrección de Jesús el Mesías completó y confirmó todo lo que Dios había logrado mediante la muerte de Cristo en la cruz.
Este es un excelente recurso para los predicadores que se enriquece aún más con el capítulo final que proporciona un comentario personal sobre cómo Wright preparó cada uno de los sermones.
Que los evangelios prediquen el Evangelio
Sermones alrededor de la cruz
Christopher J. H. Wright
Título original en inglés: Let the Gospels Preach the Gospel
Langham Preaching Resources, Carlisle, Cumbria, United Kingdom
© 2017 Christopher J. H. Wright
© 2017 Langham Preaching Resources
© 2020 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
Primera edición, versión digital: noviembre 2020
ISBN N° 978-612-4252-79-2
Categoría: Religión - Estudios bíblicos - Nuevo Testamento
Primera edición, versión impresa: noviembre 2020
ISBN N° 978-612-4252-78-5
Editado por:
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Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Traductor: Sara Deik
Editores: Jim Breneman y Alejandro Pimentel
Diseño de carátula en inglés: projectluz.com
Adaptación de carátula al español: Daniel Leandro Flores
Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla
Reservados todos los derechos
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Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.
Esta traducción se publica por acuerdo con Langham Publishing.
Salvo indicación especial, las citas bíblicas se han tomado de la Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Dedicado a
la iglesia All Souls (Londres)
Prefacio
Predicar sobre la cruz de Cristo es uno de los privilegios y responsabilidades más grandes que puede tener un predicador. También es, en mi experiencia, el momento en que la predicación como tal es más gratificante y conmovedora, a veces con lágrimas y gozo a la vez. Este pequeño libro reúne sermones que prediqué en la iglesia All Souls en Londres, gracias a la invitación de dos rectores, primero Richard Bewes y luego Hugh Palmer. Los textos que me dieron abarcan los cuatro Evangelios, así que tuve el privilegio de ver cómo cada uno de los evangelistas cuenta, a su manera, el evangelio de la cruz y los eventos que la antecedieron, y especialmente cómo la interpretaron a través de la óptica de diferentes partes del Antiguo Testamento.
El evangelio, por supuesto, como los Evangelios que lo cuentan, estaría incompleto sin la resurrección de Cristo. El primer «sermón del evangelio» que se predicó después de la primera Pascua es explícito sobre este punto.
«Este [Jesús de Nazaret] fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y, por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz. Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio…
A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos…
Por tanto, sépalo bien todo Israel que, a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».
(Hch 2.23-24, 32, 36)
La resurrección de Jesús el Mesías completó y confirmó todo lo que Dios había logrado mediante la muerte de Cristo en la cruz. Fue la prueba y vindicación de todo lo que Jesús había afirmado y enseñado. Fue la revocación divina del veredicto del tribunal que lo había condenado a muerte. Fue el inicio y la garantía de la nueva creación.
Entonces, si queremos ser fieles a la forma en que los apóstoles predicaron, no debemos predicar la cruz sin predicar la resurrección. Aunque el enfoque de cada uno de estos sermones no incluyó la resurrección, los prediqué en la temporada de la Pascua cuando los sermones de otros (acerca de la resurrección) siguieron inmediatamente a continuación en el calendario de la iglesia.
[Los capítulos que siguen presentan cada sermón como lo prediqué. Estoy agradecido a Vivian Doub por transcribir las grabaciones de estos sermones con ayuda de mis propias notas escritas a mano. En preparación para este libro, solo hice una revisión, leve pero necesaria, de las transcripciones. También agradezco a la iglesia All Souls por su permiso para publicar estos sermones en este formato. Uno puede escuchar el audio en inglés de estos sermones en línea y de forma gratuita a través del sitio web de All Souls, www.allsouls.org]
Al ofrecer este pequeño libro de sermones predicados en la iglesia de All Souls a los Recursos de Predicación Langham, estoy consciente de que estoy siguiendo muy inadecuadamente los pasos de John Stott, rector emérito de All Souls desde 1950 hasta su fallecimiento en el 2011, y fundador de la Sociedad Langham. Muchos de sus libros, y en especial su contribución a la serie The Bible Speaks Today (La Biblia habla hoy), surgieron de sus sermones predicados en esta misma iglesia. Me parece pertinente, entonces, terminar con una oración que John Stott tenía enmarcada en su propio despacho, en su hogar en Londres.
Cuando anuncie tu gratuita salvación
permite, oh Dios, que tu infinita razón
cautive mi alma y corazón.
Y cuando se doblegue el corazón
bajo tu Palabra en acción
que tu cruz sea la única razón.
(Adaptación de una oración que se halla en la sacristía de la iglesia St. Mary at the Quay, Ipswich y en la iglesia de la parroquia Hatherleigh)
Capítulo 1
La última cena
Mateo 26.17-301
Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles: —Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados. Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
(Mt 26.26-29)
Las palabras de Jesús en este pasaje deben ser de las más preciadas y conocidas por cristianos alrededor del mundo y a lo largo de los siglos. Se trata de las palabras mediante las cuales Jesús instituyó lo que ahora llamamos la santa comunión, o la eucaristía o la cena del Señor. ¿Pero me pregunto si podríamos intentar escucharlas dentro del contexto en las que se encuentran?
Aquí, en el Evangelio de Mateo, aparecen en el centro del capítulo más largo del libro. La segunda mitad de Mateo 26 describe el arresto y juicio de Jesús. La primera mitad esta llena de tensiones que van creciendo en el transcurso de los dos días anteriores. Observen la secuencia de eventos que Mateo esboza con rapidez. Una tras otra vemos:
• conspiración contra Jesús (26.1-5)
• unción para la sepultura (26.6-13)
• acuerdo para la traición (26.14-16)
• preparativos para la conmemoración (26.17-30)
• predicción de la negación (26.31-35)
• intensa lucha personal (26.36-46)
Así que estas palabras que Jesús comparte acerca del pan y el vino están rodeadas por traición, por un lado, y por negación por el otro. Aquí tenemos hermosas palabras en boca de Jesús, palabras que dan vida, palabras de sacrificio y de amor, palabras que hemos llegado a repetir muy a menudo y que, sin embargo, están ubicadas entre palabras de engaño que provienen de la boca de Judas y palabras de negación en boca de Pedro.
Esto es el contexto oscuro, el marco lleno de pecado, dentro del cual debemos leer estas preciosas palabras redentoras de Jesús, porque estas son, todavía, las realidades de nuestro mundo. Estos son los tipos de pecados que hicieron necesaria la muerte de Jesús. Porque conocemos la maldad de estos pecados, entendemos cuan precioso es el evento que celebramos cuando repetimos las palabras de Jesús.
Lo que quiero hacer mientras estudiamos este pasaje es, primeramente, ambientar la escena y ayudarnos a imaginar lo que estaba ocurriendo. Luego, en segundo lugar, pensar sobre el significado de ese evento mientras los discípulos lo celebraban. Luego, en tercer lugar, reflexionar sobre la importancia de las palabras que Jesús pronunció. Y finalmente, preguntarnos qué deberían significar para nosotros hoy en día.
1. Ambientando la escena
Primero que nada, entonces, unámonos a Mateo mientras prepara la escena.
El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
—¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?
Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: “El Maestro dice: ‘Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
(Mt 26.17-19)
Faltaba un día para la celebración de la Pascua, justo antes de la fiesta de los panes sin levadura que duraba toda una semana. Y era la semana más volátil en el calendario anual en Jerusalén. La ciudad siempre estaba repleta durante la Pascua. Y los romanos, las fuerzas de ocupación, estaban en alerta roja ante la posibilidad de actividad terrorista, que solía ocurrir cada Pascua. Las autoridades judías, mientras tanto, trataban de aplastar cualquier actividad que percibieran como amenaza al statu quo, como la que había ocurrido unos días antes cuando un profeta de Nazaret, llamado Jesús, entró en Jerusalén montado en un burro y fue acogido por la multitud que, con alegría, agitaban ramas de palma —poderosos símbolos de nacionalismo judío. Jesús era un hombre buscado. Ya había precio sobre su cabeza y estaba en peligro de ser arrestado en cualquier momento.
¿Dónde estaba Jesús en ese momento? Se encontraba pasando la semana en Betania, un pequeño pueblo a las afueras de Jerusalén, cruzando el valle y del otro lado del monte de los Olivos. Jesús estaba en la casa de sus amigos, o quizá acampaba en las laderas del monte de los Olivos, junto con otros muchos peregrinos. A medida que se acercaba la Pascua, los discípulos probablemente comenzaban a preguntarse: ¿Podremos celebrar la cena con Jesús? —porque había reglas sobre estas cosas. Uno debía de comer la cena de la Pascua dentro de los muros de Jerusalén solamente, y se debía usar un cordero que había sido sacrificado en el templo. Pero ¿cómo podrían entrar en la ciudad cuando era tan peligroso para Jesús estar en público?
Aparentemente, Jesús tenía todo esto bajo control. Sabemos por el Evangelio de Marcos que Jesús hizo arreglos de antemano. Un amigo suyo tenía una casa en Jerusalén con una habitación en el piso de arriba lo suficientemente grande como para que Jesús se reuniera con sus doce discípulos. Así que acordaron encontrarse allí. Los discípulos habrían salido rumbo a Jerusalén por la mañana para alistar todo lo necesario para que Jesús pudiera reunirse con ellos por la noche.
Mateo simplemente nos dice: «Los discípulos… prepararon la Pascua» (26.19). Esto puede sonar simple. En All Nations Christian College, donde yo fui director por varios años, preparábamos una cena de Pascua seguida de una Santa Cena para toda la comunidad. Recuerdo que los encargados de la comida trabajaban el día entero para alistar todo para la celebración. Lo mismo habría ocurrido con los discípulos.
Imaginen a los discípulos yendo de aquí para allá, con prisa, entre las multitudes de Jerusalén. Tenían que comprar las hierbas amargas que se necesitaban para recordar la aflicción de los hebreos en Egipto. Tenían que comprar fruta, manzanas, dátiles, granadas y nueces, que después debían moler para formar una pasta que se parecía a la arcilla con la cual los israelitas habían hecho ladrillos. Necesitaban limpiar toda la casa de cualquier resto de levadura. Y luego debían hornear pan sin levadura. Debían tener agua con sal, que representaba las lágrimas derramadas. Y debía de haber suficiente vino para las cuatro copas que se compartirían durante la celebración. Y luego, claro está, necesitaban conseguir un cordero del templo, matarlo y asarlo para la comida de la noche. Luego, después de toda esa preparación para la comida, tenían que preparar el cuarto. Toda la comida debía estar puesta en el centro de la habitación, sobre una mesa baja o sobre un mantel en el suelo. También debían acomodar en forma de u unos almohadones alrededor de la mesa. Las personas se reclinarían en el piso, con un codo apoyado sobre un almohadón, y comerían de los alimentos puestos en la mesa en el centro del cuarto.
Los discípulos habrían tenido un día agitado preparando todo eso. La Pascua era un tiempo ocupado.
2. Celebrando la cena
Pero ¿de qué se trataba? ¿Qué significaba esta comida? Bueno, era la Pascua. Era una fiesta anual para recordar y celebrar el éxodo de los israelitas de Egipto (Éx 1–15). Era la época en la cual los israelitas recordaban cómo Dios había librado a sus ancestros de la esclavitud, de la opresión que sufrieron en Egipto. Unos siglos antes, la familia de Jacob/Israel había llegado a Egipto como refugiados debido a la hambruna. Pero a medida que pasaron los años se convirtieron en una minoría étnica grande, y como ocurre usualmente con las minorías étnicas, fueron perseguidos, oprimidos y obligados a trabajar como esclavos. Pero Dios vio lo que estaba ocurriendo y actuó para rescatarlos.
a) Celebrando a Dios
En la Pascua, entonces, los israelitas celebraban a su Dios. Celebraban lo que Dios había hecho por ellos siglos atrás. Celebraban el carácter de Dios. Leamos Éxodo 2.23-25:
Mucho tiempo después murió el rey de Egipto. Los israelitas, sin embargo, seguían lamentando su condición de esclavos y clamaban pidiendo ayuda. Sus gritos desesperados llegaron a oídos de Dios, quien al oír sus quejas se acordó del pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. Fue así como Dios se fijó en los israelitas y los tomó en cuenta.
El Dios a quien celebraban, entonces, era el Dios de compasión, el Dios de justicia que los había librado de la tiranía, y el Dios fiel a sus promesas. Cada Pascua los israelitas celebraban el carácter y el accionar de Dios. Jesús y sus discípulos también iban a celebrar esto. Decían: «Este es el Dios a quien alabamos. Este es nuestro Dios del pacto. Este es el Dios que nos hizo su pueblo cuando nos rescató de la esclavitud».
b) Celebrando la sangre del cordero
Por supuesto que había más. La Pascua era la conmemoración de un momento muy particular de esa historia, que está registrado en Éxodo 12. En la misma noche del éxodo Dios envió la décima y última plaga sobre el Faraón y toda la población de Egipto: la muerte de sus primogénitos. Pero Dios indicó a los israelitas que se preparasen sacrificando un cordero y que luego esparciesen un poco de su sangre en los marcos de sus puertas. Cuando el ángel de Dios habría de aparecer esa noche, «pasaría de largo» los hogares y a los hijos primogénitos de los hebreos. De esta manera, la sangre del cordero sacrificado los protegería de la muerte. Cuando las familias israelitas habrían despertado a la mañana siguiente sabrían que sus primogénitos estaban vivos porque un cordero había sido sacrificado en su lugar. El sacrificio del cordero los habría librado de la muerte. Se habrían salvado de la ira de Dios por la sangre del cordero pascual.
De esto se trataba la fiesta de la Pascua que celebraban año tras año para recordar el éxodo y el cordero pascual.
c) Celebrando con esperanza para el futuro
Naturalmente, celebraban con gran alegría, porque era un momento de agradecimiento a Dios por su liberación. Pero también celebraban con gran nostalgia. A lo largo de los siglos, incluso mientras estuvieron en su propia tierra, los israelitas sentían que de alguna manera todavía estaban en cautiverio. Sentían como si el exilio aún no había terminado, como si todavía estuvieran bajo el yugo de sus opresores —como de hecho lo estaban en ese momento bajo los romanos. Sentían como si todavía estuvieran experimentando el juicio de Dios por su pecado. Y así, cada vez que celebraban la Pascua, anhelaban que Dios volviese a rescatarlos. Anhelaban un nuevo «éxodo» que les brindara libertad y perdón.
Así que la fiesta de la Pascua recordaba el pasado, rememorando lo que Dios había hecho en su historia, y vislumbraba el futuro, con esperanza y expectativa respecto a lo que Dios haría cuando realmente se convertiría en rey.
Ese es el evento, y eso es lo que Jesús y sus discípulos se preparaban para celebrar: el evento fundacional de su nación, y el futuro que sus corazones anhelaban.
3. Escuchando las palabras de Jesús
En medio de todo esto, cuando ya habían comenzado la cena, leemos varias declaraciones de Jesús. Primeramente, están sus palabras respecto a su traidor, en los versículos 20-25. Luego están las declaraciones de Jesús respecto a su cuerpo y sangre, en los versículos 26-28. En tercer lugar, y muy sorpresivamente, en el versículo 29, están sus palabras respecto al banquete que vendrá en el futuro. Pensemos en cada una de estas declaraciones por separado.
a) Palabras respecto a su traidor (26.20-25)
Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, les dijo:
—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor?
El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—. A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
—¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.
—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.
(Mt 26.20-25)
El tiempo ha llegado. Ahí están, reclinados alrededor de la mesa. La cena ya ha comenzado, todos están conversando entre sí, y de repente Jesús hace esta impactante declaración: «Uno de ustedes me va a traicionar. En realidad, amigos, hay un traidor entre nosotros».
¿Se pueden imaginar la sorpresa y el repentino silencio? —«¿Qué acaba de decir?». Estaban atónitos, no lo podían creer. Luego todos comenzaron a preguntarse y a protestar: «Señor, ¿no te refieres a mí? ¡No podría ser yo, Señor!».
No creo que la respuesta de Jesús en el versículo 23 fuera exactamente como la traduce la nvi: «El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar». Porque todos ellos hicieron lo mismo durante la cena. Así es como se acostumbraba a comer la Pascua, alrededor de la mesa comunal, todos con «las manos a la obra» por decirlo así. Lo que Jesús quiso decir es: «alguien que come con nosotros, alguien que comparte la alianza de esta sagrada cena con nosotros y mete su mano en la comida, uno de nosotros aquí presente, uno de mis amigos, me va a traicionar». ¡Imagínense la sorpresa!
Luego, en el versículo 24, Jesús comenta el profundo misterio de lo que está sucediendo en ese momento. Dice: «El Hijo del hombre (refiriéndose a sí mismo) se irá, tal como está escrito de él». En otras palabras, su muerte ocurrirá tal como Dios siempre lo había planeado. «Pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido». En otras palabras, la muerte de Jesús sucedería de acuerdo con la voluntad y el propósito de Dios, pero el que lo traicionaría cargaría su propia responsabilidad moral por lo que hizo.
Pero el siguiente versículo, el 25, nos muestra que Judas no era un títere manipulado por Dios. Judas, junto con los demás discípulos, también le dice a Jesús: «¿Acaso seré yo, Rabí?» Este es el hombre que ya tiene treinta piezas de plata escondidas en algún lugar, porque ya acordó traicionar a Jesús con las autoridades. Había un precio por la cabeza de Jesús, y Judas ya tiene ese dinero. Jesús ya ha sido «vendido», en lo que respecta a Judas. Pero aun así se demuestra audaz delante de Jesús. Y Jesús le dice: «Tú lo has dicho».
Cuando combinamos lo que escribe Mateo con lo que Juan nos dice acerca de este momento en Juan 13.21-30, creo que queda claro que esto fue parte de una conversación privada de Jesús con Judas de un lado y con Juan del otro. Me parece casi seguro que estas palabras fueron dichas en privado entre los tres. Pero ¿qué significa esto? Debemos recordar la manera en que la cena había sido dispuesta, y debemos quitarnos de la mente la famosa pintura de la Última Cena de Leonardo da Vinci.
Jesús era el anfitrión en esta cena. Estaría sentado en centro del grupo, en el medio de la configuración en ‘u’. Y a un lado, a su derecha, estaba Juan. Ese era el primer lugar de honor. ¿Pero quién estaba al otro lado? Judas estaría a su izquierda. A su mano derecha, Juan; a su izquierda Judas. Derecha e izquierda, los lugares con mayor honor, a la par del anfitrión. En esos días, ese era el lugar donde uno habría querido sentarse en cualquier banquete o fiesta. Las personas se disputaban quién se sentaría a la derecha e izquierda del anfitrión.
Así que, por la conversación que Juan registra, parece que Jesús demostró su amor por Judas al darle ese puesto de honor en la última cena, ofreciéndole, incluso entonces, la oportunidad de cambiar. Jesús le estaba diciendo a Judas que sabía lo que estaba por suceder, que sabía lo que había en el corazón de Judas. Sin embargo, incluso en este punto, Judas se negó a cambiar de parecer. Rechazó el honor y la oportunidad, endureció su corazón, y salió a hacer lo que ya había decidido hacer. Casi seguro que los otros discípulos no escucharon el intercambio entre Jesús y Judas, porque habrían tratado de detenerlo. La idea de que había un traidor en medio de ellos era demasiado para asimilar, y todavía asumían lo mejor de Judas, incluso cuando se retiró para organizar la traición de su Señor (Jn 13.28-30).
b) Palabras sobre su cuerpo y sangre (26.26-28)
Después de ello, la cena continua, sin duda con muchas conversaciones confusas. Luego, en los versículos 26-28, tenemos las palabras de Jesús respecto a su cuerpo y sangre. Esto causa aun más sorpresa.
Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:
—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:
—Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados.
(Mt 26.26-28)
i) El pan
Tenemos que entender que se trataba de una cena tradicional. La Pascua contenía toda una liturgia de palabras que debían pronunciarse y acciones que debían cumplirse. Y en un momento determinado el anfitrión partía el pan ácimo e inmediatamente pronunciaba una bendición o palabras de gratitud: «Bendito eres tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que nos das el pan de la tierra». Eso es lo que Jesús habría dicho cuando Mateo nos dice: «Jesús tomó pan y lo bendijo». Después de esto el anfitrión normalmente habría dicho: «Este es el pan de aflicción que nuestros padres comieron». En otras palabras: este pan representa el sufrimiento durante la esclavitud en Egipto todos esos siglos atrás».
Pero Jesús parte el pan, da las gracias, y luego dice algo muy diferente e impactante: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo» (Lucas y Pablo añaden que Jesús también dijo: «entregado por ustedes»). Esto sin ninguna duda significa que Jesús sabía que lo iban a matar. Sabía que su propio cuerpo sería entregado en sacrificio, que sería quebrado como el pan que estaba partiendo. Y les está diciendo a sus discípulos que al comer ese pan estarían compartiendo el beneficio del sacrificio de Jesús, tal como los israelitas se beneficiaron del sacrificio del cordero pascual y lo recordaban cada vez que celebraban la Pascua juntos.
Jesús les dice: «Este pan soy yo. Yo soy el pan partido. Yo soy la nueva Pascua. Yo soy el nuevo éxodo. Soy la liberación que anhelan. Pero sucederá porque mi cuerpo será entregado a la muerte como un sacrificio por ustedes. Por su redención, doy mi vida».
ii) La copa
La cena continua mientras ellos tratan de procesar lo ocurrido. Y entonces, probablemente cuando la cena estaba a punto de terminar,
Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:
—Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados.
(Mt 26.27-28)
Había (y todavía hay) cuatro copas de vino durante la celebración de la Pascua. Representan las cuatro promesas que Dios hizo a los israelitas en Éxodo 6.6-7:
• Voy a quitarles de encima la opresión de los egipcios.
• Voy a librarlos de su esclavitud y
• Voy a liberarlos con gran despliegue de poder y con grandes actos de justicia.
• Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios.
La tercera copa probablemente fue la que Jesús tomó en ese momento. Correspondía a la promesa «Voy a liberarlos con gran despliegue de poder y con grandes actos de justicia». Junto con esta copa normalmente recitarían la tradicional oración que se pronunciaba después de la cena. Una vez más, Jesús tomó la liturgia normal de la Pascua y primero dijo lo que se esperaba que dijera. Dio gracias diciendo: «Bendito eres tú, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que nos diste el fruto de la viña». Luego habría pasado la copa a sus discípulos para que tomaran de ella. Pero esta vez Jesús dice: «Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados».
Estas palabras son muy familiares a nuestros oídos porque las hemos escuchado tan a menudo. Si somos creyentes cristianos y asistimos regularmente a la iglesia, habremos escuchado estas palabras cientos de veces. Pero traten de imaginar lo que ocurrió la primera vez, en ese cuarto de arriba, con estos hombres reclinados alrededor de esta cena pascual tan sombría. Habrían sido palabras sorprendentes y desconcertantes. Una vez más, como con el pan que se refería a su cuerpo, la palabra «sangre» sin duda señalaba una muerte violenta.
Debemos ver que en estas tres frases Jesús reúne tres referencias bíblicas. ¿Notaron las tres frases?
• mi sangre del pacto…
• derramada por muchos…
• para el perdón de pecados
Me gustaría que revisemos juntos los tres pasajes de donde provienen estas frases, porque Jesús estaba tratando de ayudar a sus discípulos (y a nosotros) a comprender la importancia de lo que iba a suceder apenas unas pocas horas más tarde. Necesitamos ver ese evento, la crucifixión, a la luz de estos tres pasajes que Jesús cita.
Primero que nada, la sangre del pacto. Esta frase se encuentra en Éxodo 24.1-11. ¿Por qué no detenernos y leerlo ahora mismo, especialmente los versículos 6-11? Esta es la historia de cómo, después de que los israelitas lograron salir de Egipto luego del éxodo, llegaron al monte Sinaí donde Dios hizo un pacto con ellos. Ese pacto incluyó un sacrificio. Moisés tomó la mitad de la sangre de ese sacrificio y la roció sobre el altar (representando a Dios como una de las partes del pacto). Luego tomó el libro del pacto y lo leyó a la gente, y ellos respondieron: «Haremos todo lo que el Señor ha dicho, y le obedeceremos». Entonces Moisés tomó la otra mitad de la sangre del sacrificio y la roció sobre las personas diciendo: «Esta es la sangre del pacto que [las palabras exactas que usó Jesús], con base en estas palabras, el Señor ha hecho con ustedes». Y luego Moisés, Aarón y los ancianos del pueblo subieron al monte Sinaí. Y leemos que sorprendentemente ellos vieron al Dios de Israel, y comieron y bebieron en presencia de Dios.
¿Puedes ver, en esa historia de Éxodo 24, la combinación de sacrificio, sangre, pacto y una comida en presencia de Dios? Y Jesús dice: eso es esto. Ese sacrificio del pacto había sellado con sangre la relación entre Dios y su pueblo Israel después del éxodo. Ahora, Jesús dice: «Esta es mi sangre del pacto derramada en sacrificio para sellar la relación entre tú, yo y Dios. Ustedes, los doce discípulos del Mesías, ustedes y todos los que se unirán por medio de la fe en mí, serán míos para siempre mediante los lazos de amor en el nuevo pacto, porque los he redimido y son míos. Esta es la sangre del pacto».
En segundo lugar, Jesús dice: esta sangre del pacto es derramada por muchos. Esa frase viene de Isaías 53, uno de los capítulos mas famosos del Antiguo Testamento. Habla sobre el siervo del Señor que Isaías dijo que vendría, sufriría y moriría, no por sus propios pecados, sino por los nuestros. Isaías 53 es donde se nos dice que el siervo del Señor fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades, y el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. Pero más tarde en el mismo capítulo, Dios dice que reivindicará y glorificará a su siervo. ¿Por qué? Leamos el versículo 12: