"El amor no procede con bajeza" (1 Co 13, 5)

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"El amor no procede con bajeza" (1 Co 13, 5)
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Claudio Rizzo



“El amor no procede con bajeza”



(1 Cor 13, 5)



Histeria, angustias,



fobias, traumas, tristeza, crisis, perturbaciones y pérdidas



Formación Interdisciplinaria



Predicaciones IV










Rizzo, Claudio



 El amor no procede con bajeza : 1 Cor 13, 5 : histeria, angustias, fobias, traumas, tristeza, crisis, perturbaciones y pérdidas / Claudio Rizzo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Guadalupe, 2020.



 Libro digital, Book “app” for Android - (Predicaciones)



 Archivo Digital: descarga y online



 ISBN 978-950-500-800-1



 1. Espiritualidad. I. Título.



 CDD 248.4



Diagramación de interior y tapa: Patricia Leguizamón



I.S.B.N. Nº 978-950-500-800-1



© Editorial Guadalupe



 Mansilla 3865.



 1425 Buenos Aires, Argentina.



 Tel/Fax (011) 4826.8587.



 Internet: http://www.editorialguadalupe.com.ar



 E-mail: ventas@editorialguadalupe.com.ar



Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.



Todos los derechos reservados.



Impreso en Argentina.



© Editorial Guadalupe, 2020.




ÍNDICE






1ª Predicación: “La histeria I”







2ª Predicación: “La histeria II”  







3ª Predicación: “La histeria III”










4ª Predicación: “La histeria IV”













5ª Predicación: “La histeria V”













6ª Predicación: “La histeria VI”













7ª Predicación: “La histeria VII”













8ª Predicación: “Angustias y fobias I”













9ª Predicación: “Angustias y fobias II”













10ª Predicación: “Angustias y fobias III”













11ª Predicación: “Angustias y fobias IV”













12ª Predicación: “Angustias y fobias V”













13ª Predicación: “Angustias, fobias y crisis”













14ª Predicación: “Angustias, fobias







y perturbaciones”













15ª Predicación: “Angustias, fobias, perturbaciones y pérdidas I”













16ª Predicación: “Angustias, fobias, perturbaciones y pérdidas II”













17ª Predicación: “Angustias, fobias, perturbaciones y pérdidas III”





Presentación



Llegamos así a la presentación de este mi cuarto libro publicado. Aquellos que van siguiendo la lectura de los previos conocen que mi orientación bíblica, espiritual, ética y moral que se centraliza en una integración total con el aporte de otras ciencias humanas. Entiendo que somos una realidad polivalente; tenemos un yo multidimensional.



Si bien la Palabra de Dios es Luz para nuestra vida, la interpretación del Magisterio de la Iglesia junto con su Tradición no siempre la conocemos. El abordaje mixto que realizo, permitió y sigue permitiendo a tantos hermanos y hermanas de la Iglesia a encontrar más cercano el camino de conversión conociendo y reconociendo el sentido y plan de Dios en nuestras vidas: la conversión. Esta lleva a la santidad. Hacia ello marchamos por estar en el Camino… Como enseña el mismo San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios “los que estamos en el Camino somos nuevas criaturas”. Ojalá a través de este Libro “El amor no procede con bajeza” muchos hermanos avancen en su proceso de conversión y otros encuentren que la conversión es un proceso continuo de integración de nuestras luces y sombras.



¿Qué hombre no padece en algún o algunos momentos de su vida histeria, angustias, fobias, traumas, tristezas, crisis, perturbaciones o pérdidas? Todo esto conduce a una frustración. Sin embargo, nada es para siempre. Podemos salir de situaciones vitales y cambiar nosotros. La voluntad y la inteligencia deben marchar juntas en el Camino de la vida… Es el mismo Dios quien nos las da para que lo conozcamos, como lo insinúa el mismo San Juan. La acción del Espíritu es gratis, “gratis data”, como enseña Santo Tomás de Aquino, lo cual no quita nuestro movimiento interior y a veces también corporal para salir al encuentro de aquello que nos hace bien: la formación. Recordemos la multiplicación de los panes en Tabgha. El Señor Jesús pidió a sus discípulos que busquen, esto es, que hagan su esfuerzo.



El Evangelio de Lc 12, 22-32 nos conduce a cambiar actitudinalmente. Todas las actitudes se construyen. No son espontáneas. Son el resultado de nuestras transformaciones en pensamientos, emociones, reacciones, palabras y actitudes. El Evangelio no es lírico. Es vida. Claro que nuestra adhesión depende de nosotros. Lo obedecemos o no. Esta perícopa es muy precisa en cuanto concierne al modo de llegar a vivir. Por eso, a través de la formación y la puesta en práctica de las Palabras del Señor Jesucristo podremos salir airosos. Lo recordamos… versículos 27 y siguientes: “Fíjense en los lirios: no hilan, ni tejen, sin embargo, les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos…”. Y en el versículo 29, se nos continúa diciendo: “Tampoco tienen que preocuparse por lo que van a comer o beber; no se inquieten, porque son los paganos de este mundo los que van detrás de esas cosas. El Padre sabe que ustedes las necesitan. Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura”.



En este Libro encontraremos muchos elementos que podemos profundizar en nuestras vidas e incluso nos servirán para entender más a los otros…



Deseo sinceramente que podamos juntos nutrirnos de este caudal que con la Editorial Guadalupe y yo hemos decido publicar y sea luz pascual para renacer siempre a una nueva vida en nuestra Amado Jesús.



Son temas de reflexión para la vida que no conocen un ocaso... Siempre serán vida para cada hombre de buena voluntad.



La Gracia del Señor los acompañe siempre.



Agradezco a tantos hermanos que me rodean en la Casa de formación la Divina Misericordia y a los oyentes de mi programa radial ACOMPAÑÁNDOTE los Domingos de 21 a 0 hs por AM 660 AMPLITUD Y por am660.com.ar por su continuo amor fraterno y reconocimiento de lo que puedo brindarles junto a mi canal de youtube Claudio Rizzo teólogo.



Claudio Rizzo






1ª Predicación: “La histeria I”









“No se inquieten por el día de mañana:



el mañana se inquietará por sí mismo.



 A cada día le basta su aflicción”.



Mateo 6, 34




El Dios que anuncia Jesús es el Padre absolutamente confiable, que se adelanta con su cuidado providencial a todas las necesidades de los creyentes.



Además de esta cita, también lo encontramos en Lc 12, 22-32. Claro está que esto no es un llamado a la irresponsabilidad. Tampoco significa que el hombre está protegido de la desgracia, o de las penurias y preocupaciones de la vida cotidiana. Es justamente la incomprensión del “santo abandono” en la Providencia. Muchas personas asumen que porque le han entregado a Dios sus cosas, sus asuntos, sus límites, la vida les va a sonreír…, algo así como desligarse de todo hasta incluso afirmar cuando las cosas presentan incomprensión o inexplicabilidad, sostienen que Dios así lo dispuso. Esta última frase nos lleva a la reflexión de poder interrogarnos y descubrir en nuestro interior si estamos viviendo de ese modo.

 



Es trabajoso interiormente descubrir la disponibilidad de Dios en cuanto a saber su Voluntad. Más aún, sería conveniente que antes de dar el veredicto en los asuntos que nos competen, hagamos oración constante, algún ofrecimiento, pidamos ayuda a los “más íntimos” para no vivir en el “plano del como sí” y creer que esa es la Voluntad de Dios. Toda persona que posee una actitud humilde ha de reconocer que, si hay una objetivación que es aconsejable revisar una y otra vez, es aquella referida al designio de Dios.



La exhortación a contemplar los lirios del campo y los pájaros del cielo, no es tampoco la expresión ingenua de alguien que vive encerrado en un modo ilusorio, o que se niega a ver la realidad en toda su crudeza. El anuncio de Dios como Padre quiere decir que el hombre, más allá de todas las adversidades y peligros de la vida, puede entregarse confiadamente a él.



La actitud de confianza que se le exige se apoya en la certeza elemental que escapa a toda demostración racional de que el poder de Dios está orientado totalmente a la salvación del hombre. La afirmación de que esta certeza escapa a toda demostración racional no quiere decir que el creyente se enfrente a una decisión privada de todo carácter “sensato”, como si se exigiera de él una decisión absurda. La certeza nace del carácter anticipatorio del amor libre de Dios, previo a toda consideración de parte de la criatura. ¿Puede demostrarse acaso la certeza del amor más que por su propia realidad? Lo que se experimentará en ese ámbito forma parte ya de esa certeza, como reflejos de diversa intensidad que surgen de la misma luz.



Nosotros, creyentes, aceptamos ante todo la realidad de la presencia de Dios como Padre, y pedimos que él mismo revele completamente el misterio de su poder en este mundo: “¡Santificado sea tu Nombre! ¡Venga a nosotros tu Reino!”. Al mismo tiempo nos sabemos siempre referidos a ese poder salvador, a quien le podemos pedir el don del pan de cada día y la gracia del perdón. Los creyentes somos los destinatarios privilegiados de la Obra de Dios. Formamos un pequeño rebaño, y justamente como parte de esa realidad somos los receptores del don del Reino según la voluntad del Padre (Mt 12, 32).



La vida, los hechos, los resultados de las actitudes con características neuróticas-existenciales, dan a luz una balumba de hipótesis, de controversias, de estudios investigativos…



Para el psicoanálisis, ha sido la histeria la enfermedad nerviosa que más y mejor material le ha proporcionado. Del estudio de una histérica, partieron los primeros atisbos de Freud sobre el inconsciente y, de la observación de histéricos, fueron saliendo las sucesivas “inspiraciones” de su doctrina. El tomo de sus Obras Completas dedicado a la histeria pone bien de manifiesto esta evolución.



No obstante, la visión psicoanalítica de la histeria es parcial, como vamos a poder apreciar en nuestro desarrollo progresivo. Los cristianos manejamos códigos propios trascendentes tales como la confianza ilimitada en el Poder de Dios que no conoce fracaso, en el Tiempo de espera: Tiempo de Gracia, en la convicción de que nada ha de suceder más allá ni más acá de lo que Dios tiene previsto, y por sobre todo aquello que se sostiene desde la voz profética y ratificada en boca de Jesús: “lo que es imposible para los hombres no lo es para Dios”. Una nueva vez, conviene esclarecer la diferencia entre dos términos que se rozan entre sí, uno gnoseológico: me refiero a la certeza y otro teológico espiritual, la convicción. La certeza es el grado de la inteligencia que puede aseverar algo. Por eso, decimos que tenemos certeza de… cuando contamos con los elementos fehacientes. Y en el orden de la fe, manejamos el término convicción como la experiencia interior con que el Espíritu Santo insufla en nuestra mente un poder irrevocable respecto de nuestra creencia conforme a las circunstancias de la vida.



Tanto para la certeza como para la convicción, conviene dar pasos ascendentes y prospectivos, es decir, que impliquen “adelanto” en una amistad, en una obra apostólica, en nuestro compromiso con la Iglesia, en nuestra ocupación o profesión… Por eso, la voluntad debe tratar de acceder con fluidez al entendimiento para ejecutar los distintos grados de madurez que éticamente ambas exigen.



Sin entrar siquiera en los campos de controversia, quiero proponerles dos observaciones de interés para nuestra formación.



La primera es la reducción progresiva que el diagnóstico de histeria ha ido sufriendo. Dejando los conceptos antiguos y medievales sobre esta enfermedad misteriosa, en la que tantas veces se vio la intervención del mal espíritu. Entonces comienza a ser una especie de “reservorio” para diagnósticos de toda clase de trastornos, en los que se veía algo nervioso. Poco a poco, esta amplitud del concepto de histeria va limitándose, en la medida en que se van precisando sus rasgos típicos. Babinski, Janet, Freud y Kretschmer, fijan con solidez muchas de sus características y precisan el cuadro que actualmente tenemos de la misma.



La otra observación es que la delimitación de la histeria no se hace tanto, por una selección de síntomas específicos, cuanto por la causa de los mismo. No es histérico el síntoma, sino la personalidad. El poliformismo de la histeria, capaz de presentarse con los síntomas de las enfermedades más variadas, adquiere así unidad. Es cierto que determinados síntomas inducen especialmente el diagnóstico de histeria, pero ni siempre puede esperarse su aparición, ni siempre son necesariamente histéricos. Desde el momento en que veamos la histeria definida como “un modo de reacción” estaremos obligados a buscar sus indicios en la modalidad, no en la cosa misma.



Desde la espiritualidad que todos intentamos madurar con amor y paz interior, advirtamos y clarifiquemos dos aspectos de la histeria:



El “tono histérico” y el “carácter histérico”, si es que no está ya incluido en él, lo cual nos permite acceder a las distintas reacciones del alma. Antes cité a Kretschmer. Este hombre hace de pasada una observación y es la siguiente: “Se ha dado al término histérico un acento moral, el sentido de ineducación, femenino, o el de expresión afectiva desagradablemente teatral y exagerada. Por otra parte, la mujer histérica ha ejercido, aún en sus manifestaciones más banales y de mayor pobreza espiritual, una secreta fascinación sobre la fantasía de los estetas e incluso de los poetas más geniales, venero de ensueños maravillosos. La volubilidad extravagante y versátil de un erotismo semiinfantil y las descargas histéricas impulsivas se han transformado fantásticamente en la conocida figura literaria de la “mujer enigmática”, de alma comprensible. De aquí procede la faz externa, extraña, de la histérica. El resto es obra del poeta”.



Sin lugar a dudas, en el acompañamiento de la vida espiritual he identificado muchos casos en los que las personas aducen quejas constantes y reiteradas, rechazos, invisibilización, desaires…, allí donde van o están, abandono afectivo (se sienten olvidadas), “mártires sin palmas” (ejemplos: “Yo que trabajé tanto…”, “Yo que le di tanto”. “Yo que me esforcé por ella, por él”; en otros portadores perpetuos de “problemas” (sus vidas son conflictos y más conflictos…); portadores de incomprensiones y lamentos reiterados; otros con suma rudencia en su trato, otros con “falsos misticismos” (“yo veo”, “yo siento que Dios me dice”)… todo para llamar la atención…, otros con sexualidades escondidas y vengativas…, otros con el hábito del engaño verbal, emocional (cuánto la quiera/lo quiero… pero lo critico o lo peyorizo – se juntan la admiración y una neurosis descontrolada en sus comentarios y acciones…). Toda patología se percibe y experimenta por la duración del síntoma.



Sin embargo, me siento compelido en poder clarificar que la persona histérica no es un conjunto de perversiones y mala voluntad. Al carácter histérico se le ha atribuido maldad, egoísmo, tendencia a la mentira, soberbia, emotividad sin freno, lascivia. En realidad, es evidente que las personas histéricas son amantes de sus prójimos, aunque ocasionalmente se dejen llevar por la excitación del momento.



Además, por razones comprensibles, hay una cierta tendencia a hacerse notar de alguna manera, lo que en la disposición histérica es algo más frecuente que en otros lados, ya que tienen que desempeñar un papel, sobre todo, en gente de conducción.



Creo recomendable tener en cuenta que las personas con tendencias a la exageración, falseamiento y mentiras se hacen histéricas antes que las otras; en todo caso, en la histeria se aprovecha tal disposición y se exagera. Por lo demás, la parte moral del carácter en los histéricos puede ser buena o mala, como en los demás hombres: al lado de egoístas sin consideración encontramos gente dispuesta al sacrificio, aunque en su afectividad haya un cierto obstáculo al desarrollo de los sentimientos altruistas. Así lo sostiene Bleuler.



A fin de que nosotros podamos reflexionar para poder sanar los núcleos histéricos que nos desestabilizan y descontrolan consideremos que los rasgos psíquicos que constituyen el fondo del carácter histérico son: una exagerada emotividad que lógicamente explica sus reacciones aparatosas e imprevistas, un aumento de la sugestionabilidad, por la cual el histérico se autosugestiona fácilmente y se deja llevar por estímulos exteriores sugestivos, y una hipersensibilidad del Yo que los convierte en susceptibles extremados, pendientes continuamente de lo que piensan y hacen los demás en relación con ellos y que condiciona su afán de estar siempre en el centro de la atención ajena.



Al servicio de estos factores van poniéndose todas las funciones psicológicas, orgánicas, reflejas, etc., es decir, todo el caudal de energías humanas, que, primero consciente o semiconsciente y por fin de un modo inconsciente, van entrando como componentes de la gran comedia de la vida del histérico. La característica, por tanto, de los síntomas particulares, que vamos a ir descubriendo es siempre su falta de causalidad orgánica proporcionada al efecto, y el síntoma sirve para los fines secretos del “Yo histérico”.



Nos preguntamos, nos respondemos:



1. ¿Cuáles son tus tendencias a la histeria, según lo compartido hasta el momento?



2. ¿Cuáles son tus tendencias a la simulación?



3. Pensemos en la siguiente afirmación: “El simulador quiere aparentar enfermo: el histérico, serlo” (Bleuler).





Pidamos al Señor JESUCRISTO que nos acompañe en estos retiros. Juntos oremos:



“¿Por dónde se va a donde habita la luz



y dónde está la morada de las tinieblas,



para que puedas guiarla hasta su dominio



y mostrarle el camino de su casa?”.



Job 38, 19





2ª Predicación: “La histeria II”




“No te prives de un día agradable



ni desaproveches tu parte de gozo legítimo”.



Eclesiástico 14, 14




Aprender a detenernos. El horizonte al cual debemos direccionar nuestra mirada es la Paternidad de Dios. Nos ofrece belleza, luminosidad, paz, bienestar… Al mismo tiempo, vivenciar la Paternidad del Altísimo, la vida se simplifica. La Paternidad de Dios nos marca el límite máximo y absoluto. A su vez, poder y esplendor se imponen en nuestra vida. Al simplificar la vida, dejamos de embrollarnos en vericuetos que no llevan a ninguna parte.



Cuando logramos detenernos, alcanzamos un verdadero encuentro, una fusión, una unión casi perfecta, aunque sea por algunos minutos… Esta experiencia la podemos aplicar a personas cuya presencia nos hace mucho bien y a cosas, como es el caso de practicar un deporte, comer una rica comida, participar de un retiro.



La categoría de “padre” para designar a Dios no es específica de la tradición bíblica. La consideración de otras formas de hablar del “padre” es un contexto cultural algo más amplio y ayuda a entender lo peculiar del mensaje de Jesus.



Platón llama “padre de todas las cosas” al demiurgo o creador de la realidad material. El diálogo “Timeo” recurre al mito creador, para expresar la diferencia ontológica que distingue los distintos estratos de la realidad sensible, de la realidad inteligible, es decir, de las cosas en sí. El “padre” representa en este caso el poder de generar la realidad en forma análoga al padre terrestre que genera los hijos. En este modo de comprensión de la imagen, el aspecto más relevante de la relación entre el “padre” y los “hijos”, es el de la generación. Más tarde surgirá también la concepción de una “prónoia”, es decir, de una “providencia”, pero ésta no es mucho más que el cuidado para que ese orden se mantenga. O, mirado desde otra perspectiva, un reflejo de ese mismo orden. De ninguna manera, se trata de una providencia salvífica.

 



El Señor Jesús nos anuncia su acción salvadora como acción de gracia. Su decisión de reinar en el mundo, no es otra cosa, en el fondo, que una imagen de salvación. Porque quiere decir que de él proviene la iniciativa, y de que al hombre no le corresponde más que reconocer su necesidad de salvación y aceptar en sí la acción de Dios.



Desde esta visión es posible reconocer que Jesús no es un apocalíptico preocupado por el fin del mundo, que busca adivinar los signos de la catástrofe final. Su saber acerca del fin es mucho más fundamental, y no está marcado por las especulaciones propias de este tipo de temas. El elemento temporal que hace a toda espera real del fin y que está también presente en la esperanza del Señor, está subordinado a la imagen del Dios que viene, que no es el juez implacable, sino el Padre… que ya en el presente, en el simple anuncio de su poder, quiere salvar al hombre.



La Histeria cercena psicológicamente la acción salvadora de Dios. De ahí nuestra reflexión para poder llegar a liberarnos de estas maniobras psíquicas, muchas veces, inadvertidas.



Conviene recordar tres rasgos psíquicos que delinean la histeria: a) una exagerada emotividad, b) un aumento de sugestionabilidad y c) una hipersensibilidad del yo.



Los invito a encontrarnos con dos puntos destacados sobre la Histeria.



1. Aquello que está constituido por lo que puede llamarse aspecto de conjunto de la enfermedad.



2. Los síntomas que más frecuentemente se presentan.



En relación al primer punto, tengamos en cuenta que “la histeria es un modo anormal de reacción ante las exigencias de la vida”. En este sentido es que podemos referirnos a la autoexigencia como madre de las frustraciones. Cuando los niveles de autoexigencia superan nuestras capacidades, límites, talentos (en el orden carismático-espiritual), allí irrumpe la “anormalidad ante las exigencias de la vida”. Algo se torna anormal cuando no condice con la realidad subjetiva. Cada cual tiene sus capacidades y sus límites, o de otro modo, sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus concupiscencias (poder-tener y placer desordenados), sus cualidades y sus apetitos (en el orden concupiscible, irascible y sensible).



La autoexigencia en sí es siempre buena porque nos da cada día la posibilidad de ser un poco mejor como personas. Ahora, cuando ésta se eleva por encima de los niveles normales llama a “una amiga íntima” que es la frustración.



En relación al segundo punto, los síntomas: Los niveles de normalidad dependen de cada persona, ya que cada uno es uno y único. No se miden milimétricamente, en términos matemáticos, sino por la intensidad del síntoma. Los síntomas que en breve trataremos, producen agresión, un sentimiento peyorativo hacia los demás y hacia uno mismo. Esto nos da la pauta del carácter de anormalidad.



La intensidad del síntoma de la frustración (espiritual, psicológico, espiritual) nos lleva a evaluar el nivel de autoexigencia que estamos teniendo. Así como alguna vez sostuvimos si una persona está angustiada (la angustia vital, mundana-existencial o intrapsíquica), en los tres tipos, intentemos bajar la ansiedad para disminuir los niveles de angustia. Por lo tanto, la intensidad del síntoma también disminuye. La persona se va liberando de la angustia



El primer paso es ver qué nos sucede, luego, evaluar lo que nos sucede y actuar para liberarnos.



Compartamos algunos breves comentarios sobre cada uno de estos tres tipos de angustia.



La angustia vital consiste en el abandono de un refugio para realizarse como persona. Se da normalmente cuando se cambia de etapas en la vida, o en cualquier situación que implique cambio (directa o indirectamente es un traslado psicoemocional hacia algo no experimentado).



La angustia mundana-existencial tiene que ver con la capacidad de desraizarse. Hay cosas que debemos sacar de raíz. No es simple desprenderse para dar. No es lo mismo, “no me queda otra posibilidad” que “dar por voluntad propia”; esto es fruto de la reflexión. En vez, las personas trabajadas en su interioridad sienten placer al desprenderse.



La angustia intrapsíquica es aquella alteración del ritmo interior. Se suscita una discrepancia interna. Por eso, cuesta conciliar el ritmo interior cuando al alterarse va cambiando, singularmente cuando se cortan las costumbres.



Todo es paulatino, todo lleva un tiempo. Somos seres temporales, necesitamos de espacio y tiempo. De lo contrario, se puede generar una “mente dividida”. En el tiempo podemos lograr liberar muchas cosas. Para que la mente logre una cohesión, necesita pasar por estas experiencias; darse cuenta para poder crecer.



Así como es necesario bajar los niveles de ansiedad para poder disminuir la angustia e incluso erradicarla definitivamente, para bajar las frustraciones y no sentir esa experiencia de caída de la personalidad, es necesario regular los niveles de autoexigencia.



A la base de todo hay una “situación irritante” o “episodios desagradables” que originan frustración. Por ende, la aceptación o rechazo dependerá del “nivel de tolerancia de las frustraciones”. Hay personas que se anulan no auto adjudicándose el espacio necesario para tolerar la frustración (a nivel afectivo, social, espiritual, económico, ético-existencial, religioso). El poder de Cristo es el que debe salir victorioso.



Si el nivel de la frustración es elevado, sepamos que debemos pasar por un estadio llamado abatimiento, que por cierto es una experiencia. Lo nodal se halla siempre en la posibilidad de descubrir que en la vida acaecen cosas (condiciones imprevistas) y que hay que aceptarlas con humildad. La persona que se pone en manos de Dios reconoce su finitud.



La frustración es el producto de cosas malogradas. Hacemos, a menudo, castillos en el aire con nuestra imaginación y agredimos a otros con gestos, palabras y actitudes.



Muchas veces, observamos una discordancia entre lo que la imaginación elaboró y lo que la realidad es. La realidad es lo que es, no tal cual nosotros la imaginamos. Por eso, es importante no darle prevalencia a nuestra imaginación casi como ensombreciendo la realidad. La imaginación puede ser útil en tanto Don de Dios, pero puede ser destructiva en tanto genera fantasmas, los cuales son imágenes irreales. Cuando surgen ciertas expectativas en las personas, desean que las cosas se realicen según sus mentes le ordenan. Esto no es bueno. Conviene evaluar si lo imaginado se adecua a la realidad o no. Tratemos de estar en consonancia con la realidad, aunque ésta sea dura. Dios mitiga todas las asperezas de la vida…



Al elevar el nivel de tolerancia de la frustración (aceptamos nuestros límites) vamos a salir airosos.



Desde una óptica de la espiritualidad católica, es recomendable someterse a la disciplina. La disciplina interior ayuda a elevar el nivel de tolerancia, ayuda a confrontarse con las realidades tal cual son, ayuda a que las frustraciones no salgan victoriosas. Si no aprendemos a aceptar las frustraciones diarias que muchas veces son el efecto de una imaginación que obró mucho con fantasmas y no con realidades, descubramos que estamos en un error. Lo primero que hay que hacer es leer la realidad, no nuestra imaginación que muchas veces está insuflada por el ego.



La disciplina interior hace que uno se adiestre en relación a cómo poder vivir estas limitaciones.



Resguardemos la mente conforme al Evangelio de Jesucristo. Con su ayuda, en el Nombre de Jesús, lograremos la voluntad de Dios, tal como nos lo propone en el Padre nuestro.



Nos preguntamos, nos respondemos:





 En la sintomatología histérica se halla implícita una tendencia, una voluntad de enfermedad, una “huida en la enfermedad”, “una intención de enfermedad”, una “simulación”, un “defecto de la conciencia de la salud”.



 ¿Qué modalidades histéricas bajo estos posibles nombres adviertes en tu conducta?



 Denominaremos histéricas preferentemente aquellas formas de reacción psicóge

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