Loe raamatut: «Escenas de escritura»
Av. Luis Thayer Ojeda 95, of. 510, Providencia,
Santiago de Chile.
CRISTOBAL OLIVARES MOLINA
(EDITOR)
ESCENAS DE ESCRITURA
1ª EDICIÓN, SANTIAGO: PÓLVORA ED., 2020. ;
(COLECCIÓN FILOSOFÍA)
ISBN: 978-956-9441-34-9
ISBN DIGITAL: 978-956-9441-63-9
© 2020, Pólvora Editorial
DISEÑO EDITORIAL Y PORTADA: CAMILA GONZÁLEZ S.
CORRECCIÓN DE ESTILO: MARÍA PÍA ALBARRACÍN
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
Contenidos
ESTUDIO INTRODUCTORIO Por Cristóbal Olivares Molina
ESA EXTRAÑA INSTITUCIÓN LLAMADA LITERATURA Por Jacques Derrida
FUNDACIONES POLÍTICAS Y DERECHO A LA FILOSOFÍA Por Samir Haddad
DESEO LIGANTE Por Martin Hägglund
ESCRITURA, TRAMA Y DESEO Por Diamela Eltit
LA POESÍA CHILENA SOY YO Por Héctor Hernández Montecinos
JUSTIFICACIÓN Y MÉTODO QUEER (O ADIÓS A LA FILOSOFÍA) Por Gayle Salamon
NARRAR DESDE EL OLVIDO Por Sergio Rojas
ENSAYOS DE TERROR. DEL SADE DE BATAILLE AL CÉLINE DE SOLLERS Por Silvia Schwarzböck
EL “CASO D’ANNUNZIO”. ALGUNAS CONSIDERACIONES ESTÉTICAS SOBRE D’ANNUNZIO LECTOR DE NIETZSCHE Por Rubén Carmine Fasolino
SOBREVIVIR A LA PÉRDIDA DEL MUNDO Por Marc Crépon
EL BUEN PERDEDOR. KAFKA ENVÍA UNA CARTA AL PADRE Por Avital Ronell
Agradecimientos
Quiero agradecer a los autores y autoras que generosamente aceptaron colaborar en este libro sobre filosofía y literatura: Sergio Rojas, Silvia Schwarzböck, Diamela Eltit, Avital Ronell, Rubén Fasolino, Marc Crépon, Gayle Salamon, Héctor Hernández Montecinos, Samir Haddad y Martin Hägglund. Hago una mención especial a la memoria de Jacques Derrida; a su fantasma y promesa. También quiero mostrar gratitud a los traductores: Daniela Alegría, Jorge Laplace, Eva Monardes, Verónica González, Javier Agüero y Vicenç Tuset. Asimismo, reconocer el riguroso oficio puesto por Víctor Saldaña, Lucas Sánchez y Camila González S., de Pólvora Editorial, así como el trabajo aportado por María Pía Albacarrín. Por último, mencionar la deuda a la agudeza crítica y consejos de Daniela Alegría, Cristóbal Gómez y Jorge Laplace.
Estudio introductorio Por Cristóbal Olivares Molina
Certains ont pu se demander pourquoi Paul de Man parlait toujours de lecture plutôt que d'écriture. Eh bien, peut-être parce que l'allégorie de la lecture, c'est l'écriture –ou l'inverse. Mais peut-être aussi parce que toute lecture se trouve prise, engagée, justement par la promesse de dire le vrai, par une promesse qui aura eu lieu dès le premier mot, dans une scène de signature qui est une scène d'écriture.
Jacques Derrida, Mémoires, 1988, p. 103.
I
El primero de los textos que componen estas Escenas de escritura es “Esa extraña institución llamada literatura” de Jacques Derrida, en traducción del profesor Vicenç Tuset. Su sinuosa historia la resumimos así: publicado originalmente en Estados Unidos en una compilación de escritos del filósofo en torno a la literatura, editados en inglés por Derek Attridge bajo el título Acts of Literature (1991); reaparecido más de una década después en francés, en un libro a cargo de los editores Thomas Dutoit y Philippe Romanski, compuesto en su mayor parte por trabajos presentados en un simposio sobre Derrida que tuvo lugar en 2003 en Francia, titulado entonces como Derrida d’ici, Derrida de là (2009); finalmente traducido por Tuset al español en 2017 y circulando desde ese momento en el Boletín 18 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria.
Ahora, nuevamente desviado de su trayectoria original, reinscrito en estas Escenas bajo el sello de Pólvora Editorial.
“Esa extraña institución llamada literatura” es una entrevista donde se recogen una variedad de aristas sobre lo que para Derrida representó la literatura a lo largo de su obra (o por lo menos, hasta el momento en que la entrevista se publicó por primera vez en 1991). Por ejemplo, una es la preocupación filosófica, anclada en el marco de una aproximación fenomenológica a la cosa literaria en tanto ‘idealidad’. De hecho, como bien señala Derrida en otro texto, conocido como “El tiempo de una tesis”, el primer proyecto de tesis doctoral que él mismo inscribió llevaba por título “La idealidad del objeto literario”, y si bien ese proyecto nunca terminó de ser desarrollado como tesis, es importante no perder de vista que tuvo lugar precisamente en una época de su vida intelectual donde el motivo dominante de su aprendizaje fue el duro entrenamiento en los métodos de la fenomenología de Edmund Husserl, que abarcó más de diez años, si se toma como punto de partida el año 1954 y de llegada el año 1967. Vamos a encontrar en “Esa extraña institución llamada literatura”, entre otras cosas, el esbozo de una aproximación fenomenológica a la literatura; esto es, una aproximación que no va en la dirección de una mera formalización de su estructura ‘significante’ (cuestión de una lectura ‘no-tras-cendente’) ni tampoco de una dilucidación de su ‘significado’ (cuestión de una lectura ‘trascendente’), sino que en dirección de un análisis de aquello que en la literatura resta bajo el signo de una ambivalencia irreductible; a saber, la compleja cuestión de la ‘literariedad’ de la literatura, que Derrida explica en los términos de un ‘correlato intencional’:
[…] no hay ningún texto que sea literario en sí mismo. La literariedad no es una esencia natural, una propiedad intrínseca del texto. Es el correlato de una relación intencional hacia el texto, una relación intencional que integra en sí misma, como un componente o una capa intencional, la conciencia más o menos implícita de unas reglas que son convencionales o institucionales —sociales, en cualquier caso. Desde luego, esto no significa que la literariedad sea meramente proyectiva o subjetiva —en el sentido de la subjetividad empírica o del capricho de cada lector. El carácter literario del texto está inscripto del lado del objeto intencional, en su estructura noemática, podría decirse, y no sólo del lado subjetivo del acto noético. (“Esa extraña institución llamada literatura”, en este volumen)
Ahora bien, sin pertenecer realmente al mundo ni a la conciencia, la ‘estructura noemática’1 remite a un más allá en el más acá, que siempre guarda relación, en la lectura derridiana, con lo que se pone en escena como ‘exceso’ o ‘desborde’ del correlato intencional. Cuestión asociada con las metonimias de lo ‘radicalmente otro’ que son el ‘tiempo’ y la ‘muerte’, además de toda una serie de ‘figuras de lo imposible’ que, en cada ocasión en que son pensadas por Derrida, van a desencajar el sentido unificador de la intencionalidad, llevando la fenomenología, en cada esfuerzo por reflexionar sobre el aspecto noemático de estas figuras, a su punto límite. En tanto condicionada por el noema, entonces, la literariedad de la literatura no habrá sido una excepción a este desborde de la fenomenología y su experiencia disruptiva también habrá terminado por exceder las restricciones que se anudan en el marco de la metodología husserliana. En cierto modo, Derrida ha hallado en la reflexión sobre la literatura y la ficción una instancia en que la fenomenología es obligada a deconstruirse desde la experiencia atética (o no-tética) de la literariedad; una apertura ficticia al acontecimiento singular de experiencias imposibles.
Si damos este breve rodeo por los pasajes fenomenológicos de “Esa extraña institución llamada literatura” es para destacar en ella un motivo todavía más fuerte que las viejas reflexiones husserlianas. Nos referimos al asunto de lo institucional que, evidentemente, hallamos en el título mismo de dicha entrevista. Como es de amplio conocimiento, existen abundantes intervenciones sobre la literatura en Derrida; sin embargo, la idea de la literatura como institución es más específica y guarda relación con el tono que asumió la desconstrucción a partir de mediados de los setenta y comienzos de los ochenta. Algunos autores se han referido a esto como un “cambio de registro”, un “giro ético-político” e incluso como un “giro legal”.2 Siguiendo una observación de Carlos Contreras Guala (2013), podría decirse que la aproximación institucional a la literatura es deudora de dos importantes hitos. Por un lado, los procesos de reflexión crítica sobre los métodos pedagógicos y la defensa de la filosofía en el sistema educativo francés en los que se implicó la desconstrucción derridiana durante su paso por el GREPH (Groupe de Recherches sur l’Enseignement Philosophique) a mediados de los años setenta; y por otro lado, el seminario de fines de los setenta que desarrolló el mismo Derrida bajo el título Du droit à la litteràture, donde se recogen y se reinventan las improntas jurídicas que dejaron en el pensamiento del filósofo franco-argelino los procesos de reflexión sobre las instituciones educativas.
Como bien se señala en “Literatura y derecho en Jacques Derrida” (2013, 95-110), un aspecto muy importante de Du droit à la litteràture tenía que ver con lo que Contreras Guala describe como ‘sincronicidad’ o ‘contemporaneidad’ entre los sistemas de la i) universidad, de la ii) literatura y del iii) derecho de autor. En cierto modo, lo que está subrayando Contreras Guala es que dicha contemporaneidad ha sido posible porque los tres sistemas se inscriben en una escena que arrastra la historicidad del derecho europeo, particularmente del derecho francés (porque la literatura moderna es originalmente littérature), el cual busca fijar —por iniciativa política, a través de las instituciones educativas, particularmente a través de las instituciones universitarias— las modernas lenguas nacionales como base identitaria en los procesos de homogeneización a los que se sometieron “las provincias y los diversos dialectos”. Un derecho que también comienza a determinar, con mayor rigurosidad cada vez, el intercambio comercial y la transacción de las obras en función del concepto de propiedad privada. La literatura moderna se liga así, en sus orígenes europeos, a la asunción de la época burguesa pero también al arribo de un proceso de democratización de la lengua nacional. Por ello precisamente, se trata de un proceso democratizador restringido a las fronteras de la juridicidad burguesa, donde la literatura hace su aparición como si se tratara de la llegada de un inhóspito huésped en el oikos lingüístico del nuevo demos nacional. De hecho, la cualidad inhóspita de la literatura es tal que Derrida, en la entrevista que aquí incluimos, la aproxima a una paradójica ‘institución contrainstitucional’, a un simulacro con poder, pero sin autoridad, a una ‘institución ficticia’. Cercana a una figura de lo Unheimlich en el seno de la familiaridad de la ley, ella, la literatura, se asemeja a un contra-derecho en el seno de los derechos de autor.
Para Derrida, la literatura es extraña, entonces, por tratarse de una institución paradójica, conservadora y subversiva a la vez, que necesita de la lengua nacional, de leyes que puedan acoger su existencia institucional y autorizar su circulación comercial, al mismo tiempo que necesita transgredir todo lo anterior. Así, a propósito de los derechos de autor que ponen en escena la juridicidad de la literatura moderna, Contreras Guala sugiere, por ejemplo, que a partir de la comprensión que el filósofo franco-argelino ha desarrollado sobre la dimensión institucional de la literatura, se siga que esta sea considerada inseparable de “cierta necesidad de plagio” (Contreras Guala 2013, 106). Donde el plagio se entenderá no sólo como transgresión de la propiedad de los derechos de autor, sino que también como derecho a la transgresión del derecho de autor.
La necesidad del plagio no es más que el proceso democratizador de la propiedad privada sobre la que se fundan los derechos de autor. Esta cuestión, que por cierto responde a una hipótesis de lectura de Contreras Guala sobre el derecho de la literatura en Derrida, hipótesis a la que suscribimos, nos pone en la pista de otro tema fundamental que aparece en “Esa extraña institución llamada literatura”, más bien relacionado con el llamado “derecho a decirlo todo”. En palabras de Derrida: “La ley de la literatura tiende, en principio, a desafiar o a anular la ley. Eso permite, por consiguiente, pensar la esencia de la ley en la experiencia de ese ‘todo por decir’. Es una institución que tiende a desbordar la institución” (“Esa extraña institución…”, en este volumen). Si pudiera hablarse de un derecho que funda el poder de la escritura literaria, ese derecho habrá sido en su partida y contrapartida ‘derecho a decirlo todo’ y ‘derecho al secreto’. Si se nos permite la siguiente digresión, que también podría ser tomada como una hipótesis, para Derrida el alcance político de la literatura tiene que ver, en una de sus aristas, en que el porvenir de la democracia, en tanto desborde de la soberanía democrática, habrá necesitado fundarse sobre ese derecho a decirlo todo y al secreto. De este modo, la democracia por venir encontraría en la literatura una de sus herencias más valiosas.3
No podríamos intentar resumir aquí todos los aspectos que circulan en “Esa extraña institución llamada literatura”; no obstante, el lector encontrará forzosamente más de una forma de acceder a la todavía insuficientemente explorada cuestión de la literatura como ‘institución ficticia’, a la dimensión ética y el concepto paradójico de responsabilidad implicada en ella, a la reflexión sobre la escritura y la crítica literaria, al contraste de la desconstrucción con la crítica feminista, y al enorme conglomerado de nombres que la pueblan (Rousseau, Sartre, Blanchot, Shakespeare, Artaud, Becket, Simone de Beauvoir), y lo podrá hacer en contraste y tensión con las otras potentes voces que rodean estas Escenas.
Poco de la dimensión institucional de la literatura y la ficción podría entenderse sin el necesario rodeo por la apertura que representó para Derrida la exigencia de pensar la refundación de las instituciones educativas y del derecho; sin embargo, el trazo que funcionará como hilo conductor de estas Escenas de escritura tendrá que ver con algo que yace en un registro anterior a la problemática institucional, que es también previo al de la problemática fenomenológica. Un hilo que yace en la trama que anuda el momento de una pulsión adolescente con la voluntad parricida de la escritura y el derrumbe de una escena de familia. Implicadas todas en la constancia de lo que en el filósofo es llamado como el ‘deseo autobiográfico’:
[…] lo que me interesa hoy sigue sin denominarse estrictamente ni literatura ni filosofía, me divierte la idea de que mi deseo adolescente llamémoslo así me haya dirigido hacia algo en la escritura que no era ni lo uno ni lo otro. ¿Qué era? “Autobiografía” quizá sea el nombre menos inadecuado, porque para mí sigue siendo el más enigmático, el más abierto, aún hoy. En este momento, aquí, estoy tratando, de un modo que comúnmente se llamaría ‘autobiográfico’, de recordar qué ocurrió cuando me advino el deseo de escribir, de una forma tan oscura como compulsiva, a un tiempo impotente y autoritario. Bien, lo que ocurrió entonces se parece a un deseo autobiográfico. (Derrida en “Esa extraña institución…”, en este volumen)
De lo que habrán tratado estas Escenas de Escritura es de la compulsión literaria y filosófica del deseo autobiográfico.
II
Las humanidades en general son instancias de profunda inestabilidad para los sistemas educativos; de inestabilidad económica, ciertamente, pero también de inestabilidad política. Ellas no deben cerrarse a negociar con lo que viene de otra parte. En este sentido, encontramos en “Fundaciones políticas y el derecho a la filosofía” de Samir Haddad los signos de una interesante contrapartida no biográfica a la impronta autobiográfica de “Esa extraña institución llamada literatura”. Samir Haddad es profesor de la Universidad de Fordham. Sus líneas de investigación se enfocan principalmente en teoría de la educación y de la democracia en el contexto de la filosofía contemporánea europea y latinoamericana. Se trata de un texto inédito traducido por Jorge Laplace. Como podremos constatar, el trabajo de Haddad permite contextualizar muchas de las cuestiones ético-políticas que se abordan en “Esa extraña institución llamada literatura”, y si bien el autor no trata directamente con el problema de la literatura ni con las obras literarias, en cambio, abordará de lleno la estructura performativa de lo ‘institucional’. De ahí que la temática educativa que analiza en “Fundaciones políticas y derecho a la filosofía” reenvíe suplementariamente a la cuestión de la literatura moderna que, como se desprende de una primera lectura de la entrevista de Attridge a Derrida señalada más arriba, siempre pone en escena la fundación de la cosa institucional, pero de forma tal que la fundación institucional de la literatura nunca podrá acabar subsumida en el sentido normativo de un institucional imperio de la ley sino que siempre será arrastrada por un exceso anterior al imperio de la ley. Momento performativo de la escena de la fundación literaria cuyo sentido se inclinaría por la vía torcida de parodiar la ley; la literatura como parodia sin imperio; retórica de la ironía, pero de una ironía que nunca habrá sido puramente privada (Richard Rorty) sino que política de cabo a rabo, esto es, pública, ironía pública, juridicidad irónica, institucionalidad ficticia: “La ley de la literatura tiende, en principio, a desafiar o anular la ley” (“Esa extraña institución…”, en este volumen).
Haddad publicó años atrás un libro que anticipaba ciertas premisas sobre las que posteriormente abordará la dimensión éti-co-política de las instituciones educativas en la desconstrucción: Derrida and the Inheritance of Democracy (2013) es un trabajo sobre el problema de la democracia, que toma en cuenta la dependencia del ‘por venir’ respecto a la ‘herencia’ de la tradición democrática, de una ‘herencia’ cuyas implicancias testamentarias sobrepasan el valor contable del legado de las soberanías populares; herencia aneconómica, si se prefiere, que sella la letra de la fundación política con el peso mesiánico de las promesas democráticas. De esta manera, la democracia se presenta como una palanca cuya memoria empuja en un mismo sentido que la literatura moderna: hacia un porvenir cuya espera habrá rebasado, en el empuje mismo de su apalancamiento aneconómico, la tributación de cualquier valor pasado o futuro que pudiera comparecer ante la escena de poder de un sujeto soberano; acaso sea esta la escena del Pueblo o del Autor. Cuando menos esta es nuestra interpretación contable del reenvío a la literatura que se gatilla desde la reflexión sobre el porvenir de la herencia democrática en Haddad. En cualquier caso, y en esto nos retrotraemos a Derrida, literatura y democracia, con todo su exceso aneconómico, negocian su partida y su contrapartida sin necesidad de otro punto de equilibrio que el de la autofundación, ya sea como ‘derecho a decirlo todo’ o como ‘derecho al secreto’:
La institución de la literatura reconoce, en principio o por esencia, el derecho de decirlo todo o de no decir diciendo, por tanto, el derecho al secreto exhibido. La literatura es libre. Debería serlo. Su libertad es también la que promete una democracia. (Derrida 2003, 347)
Podríamos decir que literatura y democracia se estrechan en una trama donde la escena de las instituciones soberanas desea refundarse como ‘derecho a decirlo todo’ o ‘derecho al secreto’. La puesta en obra de la autofundación que desarrolla Haddad en “Fundaciones políticas y derecho a la filosofía”, especialmente en cuanto al tratamiento del sí (soi, Self, ipseidad, autos) de la autofundación, debe inscribirse en el contexto de una escena institucional y aquí la educación jugará su parte. Porque el ensayo de Samir trata sobre la inscripción de la educación en una escena de poder que desea refundarse, ante la ley del otro, como institución democrática. En esta perspectiva, es responsabilidad de la educación acoger el exceso extrainstitucional en el espacio mismo de la escena institucional, con el propósito de relanzar, en cada lección, la promesa democrática, precisamente ahí, en las viejas escenas del poder, donde la estrechez del rigor academicista se termina por asemejar aquí o allá a una disposición natural a la autocensura. Por lo mismo, la refundación de las instituciones exigirá levantar contrainstituciones en su propio seno, momento en que Haddad destaca el importantísimo rol de las ‘comunidades de interpretación’ y, particularmente, la tensa pero necesaria interacción entre las ‘comunidades estrechas’ (intrauniversitarias, solemnes, civilizadas) y las ‘comunidades amplias’ (extrauniversitarias, callejeras, canallas) en el decurso de una trayectoria refundacional.
III
Martin Hägglund es un filósofo sueco ligado a la deconstrucción y que se encuentra radicado desde hace más de una década en Estados Unidos (Universidad de Yale). Entre sus publicaciones se destacan los libros Radical Atheism (2008); Dying for Time (2012) y This Life (2019). De Hägglund se podría decir que es un autor polémico. A partir de Radical Atheism, un texto cuyas principales tesis iban dirigidas contra la “radical theology” de John D. Caputo, las reacciones más tempranas, no obstante, provinieron del mundo de la teoría literaria (Derek Attridge) y de la teoría política (Ernesto Laclau). No precisamente para discutir una posición literaria o política (aunque estas reacciones se muevan en dicha dirección), sino para cuestionar la opción de Hägglund por disociar la deconstrucción del motivo ético-levinasiano de la responsabilidad (Attridge) así como por rechazar el motivo psicoanalítico-lacaniano del deseo (Laclau). A partir de entonces los debates no se van a detener (con Caputo, por cierto, pero también con Michael Naas, Samir Haddad y Adrian Johnston, entre otros). Nosotros, si pudiéramos consignar en pocas palabras los argumentos de aquellos autores, diríamos que le han reprochado presentar tesis sobre la deconstrucción, traicionando la impronta de una escritura que en Derrida se suponía ‘esencialmente’ atética. Ahora bien, decimos esencialmente entre comillas, con cierta ironía, pues sus detractores pasan por alto la necesaria infidelidad al legado sin la cual no hay porvenir del legado (fidèle infidélité). En Hägglund, la fidelidad a esta vida (this life), en el sentido de una ‘confesión secular’ inscrita en la escena de la escritura -en la línea de Min kamp de Karl Ove Knausgård, obra y autor con los cuales el filósofo sueco mantiene una afinidad insos-layable-, le ha exigido pagar el precio de una hostilidad, diríamos, ya no tanto a la memoria de Derrida como hacia los ‘legatarios’ –de la deconstrucción, el psicoanálisis e incluso del populismo.
Hägglund es actualmente Profesor y Director del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Yale, empero, su producción no se confunde con el ‘Círculo de Yale’ o, si se prefiere, con el estilo en que Paul de Man o J. Hillis Miller desarrollaron su manera de relacionarse con las obras literarias y con la lengua inglesa. No obstante, más allá de los ricos debates representados por ese ‘círculo vicioso’,4 la cuestión de la sobrevivencia siempre obsesiona la especulación sobre la literatura y la filosofía en Hägglund, como si, en uno de sus reflejos, retornara el espectro fundacional de la deconstrucción americana, representado en su momento por el ensayo “Living on/borderlines”5 –texto clave del fundamental Deconstruction and Criticism (1979). Así, lo que Hägglund titula como ‘Deseo ligante’6 es una manera de nombrar la supervivencia del deseo autobiográfico en la literatura y la filosofía, poniendo especial énfasis en el cómo de esta supervivencia a partir de la lectura de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, La señora Dalloway de Virginia Woolf, Ada (o del ardor) de Nabokov y La tarjeta postal de Jacques Derrida. Se dirá que el deseo ligante es narcisista de punta a cabo, lo que es cierto, pero esto no es más que reconocer que no hay sobrevivencia ni responsabilidad sin sujeto de la ligazón; un sujeto que para sobrevivir debe acoger al otro en esta vida, que para decidir debe responder ante el otro en esta vida. A propósito de la obsesión con la primera persona singular, en un diálogo con Jean Birnbaum poco antes de morir, Derrida señalaba que “aprender a vivir es siempre narcisista”. Y nos gustaría citar un fragmento donde el filósofo desarrolla brevemente esta idea, pues la cuestión del narcisismo rondará la singularidad del “Deseo ligante” así como la generalidad de estas Escenas de escritura:
[…] uno quiere vivir tanto como sea posible, salvarse, perseverar y cultivar todas estas cosas que, infinitamente más grandes y poderosas que uno mismo, forman parte, sin embargo, de este pequeño ‘yo’ al que desbordan por todos lados. Pedirme que renuncie a lo que me formó, a lo que tanto amé, a lo que fue mi ley, es pedirme que muera. En esta fidelidad hay una especie de instinto de conversación. (Derrida 2006, 27-28)
He aquí una tesis, una posición que asumiremos sin culpa: el narcisismo derridiano es fiel a la supervivencia de esta vida. En este sentido, el ‘deseo ligante’, que es una manera en que el filósofo sueco determina la supervivencia, debe comprenderse por lo que en el autor es representado como ‘interpretación cronolibidinal’. Esta clave hermenéutica se basa en las notas asociadas al concepto de cronolibido, palabra que refleja la marca del deseo (libido) en el tiempo (kronos) del ser viviente. Para Hägglund se trata de un deseo sui generis, que fractura la estructura temporal del viviente, que produce en la temporalización del viviente la cicatriz de la diferencia constitutiva. En la interpretación cronolibidinal, el presente vivo está desquiciado por un pasado al cual el sujeto llega ‘demasiado tarde’ y un futuro que siempre acontece ‘demasiado pronto’. Vistas las cosas así, en Hägglund el ‘deseo ligante’ también habrá sido una manera de referirse a lo que Derrida llamó ‘la différance’.
Pero “Deseo ligante” también es un ensayo que supone una interpretación del psicoanálisis. Esto Hägglund lo desarrolla con mayor profundidad en el capítulo IV de Dying for Time (cf., “Reading” en Hägglund 2012, 110-145). Por un lado, basándose en “Le facteur de la vérité” de J.D., el concepto de cronolibido implica la deconstrucción del deseo tal como había sido entendido por Lacan, a saber, como deseo (désir) de plenitud, donde el gozo (jouissance) vendría a representar la saturación de ese deseo en una experiencia límite. Por otro lado, lo cronolibidinal, basándose en “Spéculer - sur ‘Freud’” conlleva la deconstrucción de la economía libidinal tal como la había desarrollado Freud, donde la vida se defendía de la muerte mediante un sin fin de rodeos. En este sentido, el ‘deseo ligante’ de Hägglund liga la vida y la muerte en el marco de lo que Derrida había leído en Freud como economía bindinal (o estrictural).
En general, a lo largo de Dying for Time el concepto de cronolibido le permite a Hägglund exponer una aproximación a la desconstrucción en tanto experiencia narcisista de la lectura y la escritura; una experiencia que encuentra su fuerza en ‘los dramas del deseo’ del sujeto en su relación imposible con el otro. Añadiendo, en cualquier caso, la siguiente condición a la pertinencia de estos dramas:
tal como han sido puestos en escena por la filosofía y la literatura.
La interpretación cronolibidinal es ella misma la performatividad de un deseo ligante, de un deseo que restringe la filosofía y la literatura a cierta escena de escritura autobiográfica.
IV
No simplemente qué sino cómo escribir, dice Diamela Eltit (novelista, ensayista, columnista, profesora en la Universidad Técnica Metropolitana y en la Universidad de Nueva York, Premio Nacional de Literatura en 2018). Cómo escribir, imaginamos, una literatura de subalternos sin someter el habla a las vanidades del autor; cómo encarnar la alteridad en una escritura no sublimada por los formatos del logocentrismo europeo; cómo exponer la dramática escena de la desigualdad chilena y latinoamericana sin reproducir acríticamente los enclaves coloniales de la lengua española. Y si bien la novela ha representado el dispositivo por excelencia donde la autora ha elaborado su estética, su política y su poética de sujetos subalternos, probablemente sea en el ensayo donde tal vez encontremos la instancia de una escritura cuyo cómo se haya aproximado más a la clase de ‘deseo’ que Derrida habría llamado ‘autobiográfico’7 –y por el que nosotros nos desvelamos–.
El texto titulado “Escritura, trama y deseo” de Diamela Eltit que se incluye en este libro, corresponde a una conferencia que la autora impartió el 11 de octubre de 2018 en la Universidad de California, Berkeley. Se trata de una conferencia elaborada en un estilo ensayístico, donde la autora repasa el modo en que literatura y vida se van estrechando en la experiencia de su devenir escritora. En ella, Eltit —a partir de una condensada muestra de su concepción de la escritura como trabajo sobre la letra— nos cuenta cómo en la brecha que fractura la trama de la letra convive el deseo y la materia de su escritura (narrativa, ciertamente, pero también su ensayística). Aquí hay mucho para pensar. No interrogaremos el destino y la errancia de la letra en Diamela Eltit, aunque todo en ella, en la destinerrancia de la letra, nos haga pensar en una concepción de la literatura como exigencia material de un camino sin retorno a sí (antipsicológico, antisolipsista, antiidealista). La letra eltitiana, pues, como perturbación poética, estética y política de las vanidades del autor; apertura a una composición estratégica sobre el habla del otro; instancia de ‘fuga’, ‘despilfarro’, ‘placer’ y ‘adicción’. Por de pronto, atendamos aquí más bien a la brecha, que la autora compara con el acontecer de un ‘tiempo otro’ o ‘eterno presente’ que corroe la banalidad ‘del cotidiano’.