Loe raamatut: «Andemo in Mèrica»
Farneda Calgaro, Danilo Luis
Andemo in Mèrica del Véneto al noreste entrerriano / Danilo Luis Farneda Calgaro. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0650-4
1. Historia de Familias. 2. Autobiografías. 3. Historia Argentina. I. Título.
CDD 929.2
Editorial Autores de Argentina
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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A mis padres, Ismael Farneda Vello y Juanita E. Calgaro Panozzo.
A mis hermanos María del Carmen, Juan José, Néstor Ismael,
Myriam Elisa, Miguel Ángel y Jorge Daniel.
A mi esposa Rocío Monserrate Molina
y a nuestros hijos Danilo, Gonzalo y Pablo Ismael.
A los descendientes de inmigrantes vénetos
que pueblan el noreste entrerriano.
A las familias Farneda y Calgaro
presentes en los cinco continentes.
Memoria documentada sobre la epopeya
de nuestros ancestros italianos que emigraron desde el Véneto pre-alpino al noreste entrerriano
INTRODUCCIÓN
Cuando el contexto se vuelve agresivo y pone en riesgo la propia existencia, el ser humano no duda en romper con sus fronteras, aunque ello implique perderlo todo y apostar, en la esperanza incierta, por un futuro mejor.
Así sucedió en los albores de los tiempos con el primer puñado de seres humanos que abandonaron su terruño buscando nuevas oportunidades. Así continúa sucediendo en nuestros días.
Son millones los seres humanos que se desplazan, que emigran a otras tierras en búsqueda de un presente menos duro para sí mismos y un futuro con menos incógnitas para sus hijos.1
Los desplazamientos son una de las constantes en la relación del hombre con el territorio. Una estrategia para obtener mejores condiciones de vida. Situaciones económicas agresivas y de subsistencia en muchos casos, pero también religiosas y políticas, así como las guerras, conforman el variopinto tejido motivacional de este incesante peregrinar.
Un esperanzado contingente de inmigrantes vénetos, afincado en su día en el noreste entrerriano, se inscribe en esa interminable lista de buscadores de un bienestar que, en momentos particularmente difíciles, la madre tierra les negó.
“I scopritori de questa terra furono Colombo e Americo
e la gente va in Mèrica per guadagnarsi il vito
e canta: Andiamo in Mèrica a lavorar
perche qua no gavemo che de sopirar!
Nol femo sto viaggio por diventar signori
ma per viver più be e con meno sudori”. 2
(Notizie dell’Mèrica, 1892) 3
En pocos renglones el cronista describe la situación inmediata que motivó el enorme flujo inmigratorio italiano del siglo XIX y XX hacia América. Un genovés y un florentino les habían precedido seis siglos antes.
Conscientes de la situación límite en la que vivían, supieron confiar en sus posibilidades. Creyeron en ellos y en la bondad de la tierra de acogida.
Sin otro sostén que su decidido empeño por hacerle frente a los duros avatares de sus vidas, se lanzaron a encontrar en otros horizontes su tabla de salvación. No pretendían grandeza alguna. Sólo buscaban dignificar sus vidas.
La historia entra por los pies
En el mes de julio del año 1985 viajé por vez primera a Europa. Ese mismo mes me trasladé desde Roma hasta el norte de Italia. Más precisamente al pequeño poblado piamontés de Entraque, donde los hermanos maristas de Italia gestionan una colonia de vacaciones para las comunidades educativas de sus colegios.4
¡Finalmente estaba en los Alpes! La tierra del “nonno Gigio” y la “nonna Gigia”, del “nonno Giobatta” y la “nonna Angela”5. Una tierra amada desde la memoria de los abuelos y, al mismo tiempo, totalmente desconocida.
A más de once mil kilómetros de distancia, daba comienzo a un largo itinerario que me permitiría contemplar el caminar biográfico de muchas familias de inmigrantes vénetos afincados en el noreste entrerriano.
Las expectativas eran tan altas como la ignorancia. Quería restablecer los lazos históricos y genealógicos con aquellos paradisíacos paisajes, pero no sabía por dónde empezar. Regresé a Roma con más preguntas que respuestas y fueron ellas, las preguntas, las que marcaron el ansiado camino del reencuentro.
Para empezar, tenía que afinar mucho más la ubicación geográfica. Los abuelos procedían del Véneto y no del Piamonte. La primera ocasión de acercarme al Véneto alpino se presentó en el mes de diciembre de aquel mismo año. Me ofrecí como colaborador para atender a un grupo de familias que pasaban las fiestas de Navidad en el “Albergo Soggiorno Alpino”, en Lavarone, poblado trentino.
Una tarde, siguiendo la estrecha y sinuosa carretera del valle del Ástico, bajé desde las zonas altas de Lavarone hasta el poblado de Arsiero. Me encontraba en la tierra de los abuelos, pero no tenía referencias concretas para dar pasos más significativos en la búsqueda de las raíces genealógicas y culturales.
En el mes de abril de 1986 llegué hasta Schio, población perteneciente a la Provincia de Vicenza. Aquella ciudad era nombrada con frecuencia en la casa de mis abuelos maternos y pensé que allí podría encontrar alguna pista para dar con la información que tanto ansiaba.
Un buen sacerdote salesiano, que me albergó en su casa, me puso en contacto con Terenzio Sartore, eminente historiador de la cultura véneta. Aquel encuentro fue fundamental. No sólo recibí orientaciones y documentos esenciales para los primeros pasos en la investigación, sino una recomendación que, a lo largo del tiempo, iría adquiriendo categoría de paradigma. En uno de los numerosos coloquios, don Terenzio afirmó: “Para ser historiador no sólo hay que leer mucho. También hay que andar los lugares, porque la historia entra por los pies”.
Los libros fueron necesarios, pero no suficientes. Hay que sentir... hay que oler, palpar, tiritar de frío en las noches del invierno alpino, quedarte incomunicado por una fuerte nevada, tropezar en las piedras de los tortuosos senderos de montaña, llenar los pulmones del aire mañanero, escuchar la brisa que corre sin prisa entre el monte de castaños, saborear el agua de la vertiente, contemplar largamente la interminable gama de verdes y azules delineando colinas y montañas lejanas... mirar con los ojos de nuestros ancestros cada espacio.
Los datos que traía desde Argentina eran tan escuetos como imprecisos: la fecha de nacimiento del “nonno Gigio” y la vaga afirmación de que procedía de Schio. Sin embargo Sartore sabía que la cuna de los Calgaro estaba en un pequeño caserío de montaña llamado Calgari, cercano a la ciudad de Arsiero. ¡Había que poner más luz, había que investigar!
A partir de aquel encuentro, los viajes a la zona de Arsiero se multiplicaron. El contacto directo con el paisaje y las numerosas charlas con la gente del lugar fueron tan importantes como la lectura de los numerosos documentos acumulados y analizados durante varias décadas.
Guardo un recuerdo casi cinematográfico del momento en el que encontré la inscripción del bautismo del “nonno Gigio”.
Al estar haciendo estudios universitarios en Roma y contar con un carnet oficial de investigador, el párroco de Arsiero permitió que accediera al archivo histórico parroquial donde se custodiaban los libros de bautismo, matrimonio y defunción. Allí estaban los registros de los sacramentos de iniciación cristiana recibidos por los pobladores de aquella vasta región.
Dediqué varios días a cotejar aquella enmarañada fuente documental. El apellido Calgaro se multiplicaba en cientos de anotaciones. Había que reconstruir la genealogía de distintas ramas, establecer relaciones entre ellas, hacer conjeturas sobre cuál sería la correspondiente al “nonno Gigio”.
Hasta que llegó el día y el momento en el que se hizo la luz a partir un casi ininteligible registro. ¡Había identificado la inscripción del bautismo del “nonno Gigio! A partir de ese momento las piezas del puzle comenzaron a encajar, estableciendo con claridad documentada las coordenadas espacio temporales del pasado familiar.
Identidades heridas
“Ningún pueblo es tan poco chauvinista6 como el nuestro, y siente tan poco los vínculos que los unen a la patria. Esto se constata en América del Sur, donde ningún inmigrante está tan dispuesto a olvidar su lengua y las costumbres de su país, a abandonar su propia nacionalidad, como el italiano”.
Esta afirmación corresponde a E. Daireaux y consta en su libro “Vida y costumbres en el Plata”, editado en 1888. En la misma obra, el autor deja constancia que, salvo excepciones, la mayor parte de los italianos no han sabido suscitar en sus hijos el amor a la patria lejana.
Sin ignorar las asociaciones de italianos que cultivan valores y costumbres de origen, debemos reconocer que la afirmación de Daireaux, aunque dolorosa, refleja una cara de la verdad.
La pregunta que se impone es el por qué. Y, específicamente, por qué el inmigrante alemán, polaco, francés, suizo o español conservó con mayor empeño sus raíces culturales y los italianos han sido tan poco cuidadosos de ese acervo.
Para un campesino salido de Schio, Breganze, Fara Vicentino, Castana o Cogollo del Cengio... la inmigración fue una experiencia traumatizante e impuesta. ¡Jamás deseada! Su tierra natal ya no les acogía, no les daba esperanzas. Es más, les obligaba a partir, les expulsaba.
“Andemo in Mèrica”7, fue entonces la expresión que llegó a convertirse en el santo y seña de generaciones de empobrecidos campesinos.
¿Cómo mantenerse afectivamente ligado a un pueblo y su cultura si lo que habían recibido de él fue el destierro forzoso?
Para miles de campesinos de la Alta Italia la inmigración implicó un cambio copernicano. Un verdadero renacer. Nada les resultó cercano en las tierras de acogida.
Nuestros ancestros, en poco más de treinta días, tiempo que duraba el viaje en vapor desde Génova a Buenos Aires, tuvieron que desaprender su mundo para asumir una realidad que superaba con creces todo lo escuchado.
Se encontraron con un nuevo cielo y una nueva tierra. El verano de la patria lejana había pasado a ser invierno, pero sin nieve. El frío del norte ahora estaba en el sur y sus enmarcados horizontes entre montañas y colinas eran sobrepasados por pampas ilimitadas, o por suaves colinas en el noreste entrerriano. Tenían que hacerse con una nueva lengua y reubicarse laboralmente en un espacio más extenso y más rico de lo soñado.
El proceso de adaptación al nuevo contexto y las condiciones de miseria que dieron lugar al proceso inmigratorio nos dan una primera e innegable pista para entender el porqué del desapego a sus raíces.
Debo realizar una matización, que tiene una estrecha relación con el contexto geográfico en el que terminaron asentándose las familias de inmigrantes.
Es interesante constatar cómo en ambientes menos abiertos al intercambio, algunas comunidades de inmigrantes italianos conservaron, y aún hoy defienden con esmero su cultura originaria, siendo la lengua el principal elemento.
Es el caso, por ejemplo, de los inmigrantes vénetos en Santa Catarina y Rio Grande do Sul, en Brasil. Ellos se encontraron con una geografía diferente pero más cercana a la de origen, lo cual les permitió retomar gran parte de las tareas que como campesinos desarrollaban en su tierra natal. La falta de medios de comunicación que les pusiera en contacto constante con otras culturas, hizo el resto.
Reconociendo estas excepciones, la tendencia del inmigrante italiano ha sido la de una rápida adaptación a la cultura de acogida, dejando en el olvido y hasta rechazando su pasado.
Podemos ahondar en las razones de tal actitud y ubicarla en la línea de una autodefensa más que en un vaciamiento afectivo y cultural que, por otra parte, considero imposible.
No son pocos los analistas que ven hasta cierto componente “vergonzante” en ese rechazo por la cultura originaria. Un pasado cargado de tanta pobreza y marginalidad no era motivo de orgullo ni provocaba adhesión alguna.
En contrapartida, esta situación resultó positiva de cara al diálogo intercultural. Los inmigrantes italianos fueron, en su conjunto, más propensos a la aceptación y apropiación de la cultura que les acogía, que otros colectivos. Optaron más por la integración que por el aislamiento chauvinista.
Para ellos, rehacer sus vidas en circunstancias tan desconocidas reclamaba toda la energía posible. Al mismo tiempo, el rescoldo emocional y cultural de su lejana Italia no podría ser borrado jamás. Chauvinistas no, indemnes al pasado, tampoco.
De hecho, los mismos inmigrantes, que en un principio trataron de hacer “borrón y cuenta nueva”, relegando la memoria de su doloroso pasado, llegados a la ancianidad, habiendo ya encontrado el progreso para ellos y sus hijos, se reencontraron con la nostalgia por la patria lejana de la cual se habían apartado con tanto dolor y resentimiento.
Es por ello que, después de haber prácticamente olvidado la lengua y las costumbres, después de haber tomado distancia respecto a las angustias que les empujaron a enrolarse como inmigrantes, los jóvenes ítalo-americanos de la tercera generación comenzamos a reavivar los recónditos amores de nuestros abuelos.
Bajo las cenizas del tiempo hemos ido descubriendo el candente crepitar de un pasado que nos identifica. La llama no estaba apagada... sólo dormitaba.
Entiendo que el movimiento que nos lleva a reencontrar las fuentes identitarias se empobrecería si la centramos en razones emotivas o de curiosidad intelectual.
La cultura véneta y vicentina, en nuestro caso, forma parte de quiénes somos hoy. De ahí la importancia de estudios como el que, con ilusión y comprometido esfuerzo, comparto.
No se trata de retroalimentar posturas chauvinistas, sino de reconquistar con visión histórico-crítica, con sencillez, reconocimiento y gratitud, elementos quizá olvidados de esa identidad ítalo-latinoamericana que los hijos de los hijos de aquellos primeros inmigrantes llevamos en nuestros genes. Es nuestra identidad lo que está en juego y sin memoria, no hay identidad posible.
Un pasado intimista y al mismo
tiempo inclusivo
Transcurridos más de treinta años desde aquella primera incursión por las tierras de origen, quisiera recopilar, ordenar y compartir la información más significativa que he obtenido. Ha sido un largo y rico peregrinar del corazón y la mente, de los pies, las miradas, los recuerdos de mis padres, tíos, abuelos...
Este trabajo se enmarca en lo que podemos denominar “historia intimista,” dada la estrecha relación biográfica con las familias Farneda y Calgaro.
Al tiempo que esta opción marca límites, es indudable que permite una extrapolación para comprender el pasado de otras familias de inmigrantes vénetos esparcidos por el mundo entero, por Argentina y, en particular, por el noreste entrerriano.
Se trata por tanto de una aportación abierta a la comprensión identitaria de un colectivo que traspasa los límites de las familias aquí estudiadas. No es excluyente, sino integradora de otras biografías que han realizado un recorrido histórico similar.
He asumido esta tarea con el corazón en la mano, ciertamente, pero no he dejado de buscar la mayor contextualización y objetivación que me ha sido posible. Propongo por tanto al lector un diálogo entre los datos geográficos e históricos de interés general y las referencias explícitas de la memoria familiar.
Encontraréis referencias a los sentimientos compartidos, en largas tertulias, imaginando en ocasiones sus andares en las diversas circunstancias de este devenir histórico.
Deseo que este “estudio-testimonio” despierte inquietudes y aliente nuevos proyectos de investigación. Existe una vasta bibliografía especializada en la inmigración europea, italiana, véneta y vicentina. A ella refiero al lector para ampliar la información, necesariamente faltante en este trabajo. Los medios on-line, no tan presentes al inicio de estos trabajos, facilitan enormemente el acceso documental y son, sin duda, un recurso siempre creciente y al alcance de un “clic”. Demás está decir que, en todo caso, demandan una confrontación con las fuentes.
Reconocernos en nuestros ancestros
Antes de presentar la estructura del contenido y de desplegar su desarrollo, quiero compartir una reflexión que considero oportuna, en línea de fundamentar los porqués de este trabajo.
Entiendo que reconocer, y de alguna manera recuperar raíces culturales que nos alejan del aquí y ahora, puede resultar polémico. Hay quienes, al afirmar nuestra “latinoamericanidad”, pretenden borrar de la memoria sus raíces europeas, calificándolas de centralistas y responsables de muchos males que aún hoy padecen nuestros pueblos.
Renegar de nuestras raíces, desde la desafección o la ignorancia, es un intento inútil. El principio de realidad se impone y está más allá de posiciones ideológicas. Nuestro pasado es el que es y cualquier intento de obviarlo, más tarde o más temprano, sucumbirá.
El diálogo intercultural debe tomar la delantera y orientar cualquier trabajo sobre las fuentes socio-culturales desde las que se han tejido nuestras identidades. Un diálogo que no está orientado a convencer ni a dejarnos convencer, sino a comprender, a comprendernos, que no es poco... Considero que esta tarea, en gran parte, aún está por hacerse.
La prepotencia del colonizador, principalmente desde el centralismo europeo, en los albores de la construcción de las actuales naciones latinoamericanas, nubla en ocasiones el horizonte de cualquier empeño por reconocernos en quienes tanto nos han herido.
Los colonialismos de entonces y los neocolonialismos de hoy, ya sin banderas ni límite alguno a partir de los diversos formatos de la globalización, han apostado y continúan apostando por la dominación, desplazando y, en no pocas ocasiones, arrasando las culturas autóctonas.
De hecho, la historia de nuestros pueblos, marcada por un proceso de destrucción de sus culturas ancestrales, es reflejo del no diálogo intercultural, de la no comprensión, de la no aceptación del otro en su rica diversidad.
La solución al conflicto no parece estar en la negación de los hechos sino en una actitud de encuentro histórico-crítico que nos acerque a la policromía cultural de la que provenimos.
Quiero acercarme a esas piedras vivas de nuestra identidad con una actitud de aceptación emocional, de curiosidad y acogida crítica. Considero que se trata de una disposición indispensable para dialogar con quienes, siendo diferentes, forman parte incuestionable de un “nosotros” que nos hace singulares.
Estructura del contenido8
Desde los criterios expuestos, el trabajo se ha estructurado haciendo un camino que juega con lo general y lo particular, alejando y acercando las miradas, permitiendo comprender cada realidad en su contexto.
Partiendo de una seducción personal y familiar, que en alguna ocasión parece estrechar demasiado los horizontes, comparto la descripción de un panorama histórico-socio-cultural que es común a cientos de familias emigrantes que, dejando sus caseríos y poblados pre-alpinos y alpinos, llegaron a América en las últimas décadas del siglo XIX.
Para comenzar propongo un breve estudio del fenómeno inmigratorio y sus causas. Es en esta corriente que se entiende la deslocalización de pueblos enteros hacia nuevas fronteras.
A continuación describiré la tierra de nuestros ancestros en su devenir histórico. La mirada se agudiza al contemplar a los habitantes de la Alta Italia y de manera muy particular a los pobladores del caserío de Calgari, de Fara Vicentino y Breganze, lugares de origen de las familias Calgaro y Farneda.
Desde un nuevo movimiento de apertura a lo general, propongo detenernos en aspectos que definen la idiosincrasia de los pobladores de los valles y montañas del Alto Vicentino, reencontrando vivencias personales que entroncan con aquel pasado común.
No cabe duda que este apartado podrá enriquecerse hasta el infinito desde el anecdotario que atesore el lector, lo que hará del texto una ventana abierta a múltiples de recuerdos.
La llegada de los primeros colonos a la tierra que les dio cobijo, las circunstancias históricas, geográficas y culturales con las que se encontraron y desde las cuales relanzaron sus vidas, conforma el capítulo titulado “la tierra prometida”.
Finalmente propongo un repliegue de carácter genealógico, recuperando con esmero, al tiempo que muy escuetamente, la biografía de los ancestros Calgaro y Farneda. Esta aproximación podrá despertar la memoria de otras biografías paralelas, con otros apellidos y circunstancias diversas, pero estrechamente relacionadas.
Los diálogos con expertos historiadores, tanto en Italia como en Argentina, la multiplicación de viajes realizados a la tierra de los abuelos, la lectura de numerosos estudios o las interminables tertulias con quienes atesoran la memoria de un pasado tan querido como necesario, aportan un bagaje informativo que debe contar con otras instancias para confirmar, corregir, enriquecer esta tarea que he abrazado con mucho esfuerzo y no menos pasión.
Deseo que el lector encuentre en estas páginas el hilo conductor de una identidad desde la cual profundizar, y en algún caso iniciar, un diálogo quizás por demasiado tiempo relegado.
A la vez, espero endulzar la memoria de quienes ya “peinamos canas” y tuvimos la fortuna de compartir con nuestros padres y abuelos los retazos de historia que aquí evoco.
A los lectores más jóvenes los invito a sostener el desafío de una memoria agradecida que, sin duda, despertará en más de uno el deseo de futuras incursiones en el pasado familiar.
1 En el año 2020 se estima que en torno a 90 millones de personas se encuentran en pleno proceso de desplazamiento abandonado sus tierras de origen.
2 Los descubridores de esta tierra fueron Colón y Américo Vespucio. La gente va hacia América para ganarse la vida y canta: Vayamos a América a trabajar, porque aquí sólo nos queda suspirar. No hacemos este viaje para convertirnos en grandes señores, sino para vivir mejor y con menos sudores.
3 Cf. Klaus J. Bade, L’ Europa in movimento. Le migrazioni dal Settecento ad oggi, Laterza, Bari – Roma 2000.
4 La congregación de los hermanos maristas fue fundada en Francia por San Marcelino Champagnat en el año 1817. Dedicados a la infancia y a la juventud, los maristas de Champagnat animan proyectos educativos formales y no formales en los cinco continentes.
5 Luigi Calgaro (nonno Gigio) y Luigia Silvestri (nonna Gigia), Giovanni Battista Farneda (Giobatta) y Angela Rosatto, padres de mis abuelos maternos y paternos respectivamente.
6 Chauvinismo o chovinismo: Creencia narcisista de que lo propio del país o región al que uno pertenece es mejor o superior en cualquier aspecto, denigrando al resto.
7 “Vayamos a América”. “Mèrica”: apócope de “América”, muy utilizado por los inmigrantes.
8 Confrontar el índice general para tener una visión global de la estructura del contenido.