Loe raamatut: «Leyendas del rugby»

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DANIEL DIONISI

Leyendas del rugby


Dionisi, Daniel

Leyendas del rugby / Daniel Dionisi. - 1a edición especial - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Club House Publishers, 2020.

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-47332-8-3

1. Rugby. 2. Relatos. 3. Crónicas. I. Título.

CDD 796.333

CLUB HOUSE Publishers

Un sello de Ediciones Deldragón

Emilio Mitre 71 – 7º B (1424 ) Buenos Aires

República Argentina

LEYENDAS DEL RUGBY

© 2010 y 2019 Daniel Dionisi

Dirección editorial: Ricardo J. Sabanes

Diseño de interior: Laura Restelli

Diseño de cubierta: Rodrigo Bronner

Derechos de edición reservados para todo el mundo:

© 2019, Ediciones Deldragón

Primera edición (ampliada): abril 2019

clubhousepublishers@gmail.com

www.edicionesdeldragon.com.ar

ISBN 978-987-1884-80-3

ISBN: 978-987-47332-8-3 (e-book)

Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

ÍNDICE

1  Agradecimientos

2  Prólogo

3  Diploma de Puma

4  El sudafricano

5  Botines. La decisión correcta

6  El hombre

7  El Sportsman

8  La construcción de la identidad

9  Una vida de película. La maravillosa historia de William Barry Holmes

10  Los náufragos de Beromama

11  La carta

12  El mejor partido del mundo

13  La sucesión

14  Silvio y Matías

15  Vidas paralelas

16  La confianza

17  Catarsis de madrugada

18  Ex

19  ¡Profesional!

20  El culpable

21  Mil caps. Manucho Gil, estrella de la 79

22  Amor de rugby

23  Adolescencia

24  El rejuntado victorioso

25  Miedo en la trinchera

26  El sueño de Daniel

27  Insomnio

28  El tapado

29  La piña

30  El último Puma

31  Las fotos doradas

32  Mitos y leyendas del sur

33  El capitalista del rugby

34  Benjamín y la bruja

35  Costumbres argentinas

36  Mario, el legionario

37  El Grito Sagrado

38  Pumas de acero

39  Traigan a Fioravanti

40  Huguito

41  Padre del club

42  Filosofía, letras… ¡y rugby!

43  Convocatoria

44  El potro está en las gateras

45  Cirano no se va

46  Un largo camino a Cardiff

47  Conociendo al hooker de los Pumas

48  El tucumano Guastella

49  Ancho

50  La alfombra voladora de Joaquín

A mis queridísimas sobrinas

Guadalupe y Lucía

Agradecimientos

A Ricardo Sabanes, editor del libro, por su permanente apoyo y estímulo. Como decía mi abuelo Eduardo, una persona de “buena estrella”.

A mi gran amigo Santiago Vernengo. Juntos dimos los primeros pasos de Leyendas.

A Nicolás Casanova y Pablo Mangiarotti que, desde el equipo de Leyendas del rugby TV, también aportaron para que este libro sea una realidad.

A Jorge Búsico, porque fue el primero que leyó uno de mis relatos y con su entusiasmo me empujó a avanzar.

A Martín Sansot, por compartir estos veinte años de Leyendas.

A Miguel Alcíbar y Pope Morel, por el apoyo de siempre al programa.

A todos los jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas y fanáticos del rugby que desde hace veinte años aportan a la producción de Leyendas con sus maravillosas historias.

Un agradecimiento especial por la deferencia y el respeto que siempre tuvieron hacia Leyendas a Eliseo Branca, Marcelo Loffreda, Gabriel Travaglini, Serafín Dengra, Diego Cash, Hugo Porta, Adolfo Etchegaray, Nicolás Fernández Miranda, Tomás Petersen, Jorge Dartiguelongue, Héctor Silva, Agustín Pichot, Agustín Creevy, Nicolás Sánchez, Federico Méndez, Mario Negri, Matías Lamas, Bernardo Urdaneta, Leonardo Senatore y Patricio Albacete. Y a algunos que ya se fueron de gira: Ángel Guastella, Rodolfo O’ Reilly, Aitor Otaño, Luis García Yáñez y Bernardo Miguens.

La mayoría de ellos están presentes en estas páginas.

Prólogo

¿Existe ese espíritu del rugby del que tanto hablan? ¿Y si existe, donde está?

Hace veinte años me hice esas preguntas, pero tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta de que me las había formulado. Hace veinte años, también sin saberlo, empecé a buscar las respuestas. Y con la ayuda de un equipo multitudinario, formado por jugadores, no jugadores, ex jugadores, entrenadores de siempre y campeones del tercer tiempo, me acerqué a ellas.

La idea, el plan de vuelo, era un programa de televisión para repasar la historia de las figuras y no tan figuras de ayer y del presente. Y cuando inicié ese viaje por los cielos del rugby, apareció la magia de los hechos, de los hombres y de las palabras.

El primer paso lo di con el Chapa.

La distancia más corta que me había acercado a Eliseo Branca era de veinte metros. Él, con gesto fiero y vestido de celeste y blanco, esperando un line que estaba por lanzar Philippe Dintrans y yo, del otro lado del alambre de Ferro, apretado y preocupado por el marcador ajustado de esa tarde de 1985. Yo estaba nervioso, él concentrado. Ahora era distinto. Lo tenía ahí, a dos metros. Y el Chapa desnudaba sus emociones ante mi, como si fuera un amigo de toda la vida. Un miércoles del invierno del 99, en la cueva del CASI, me hablaba de su depresión durante la gira a Sudáfrica de 1982, de los cuarenta días sin ver a sus hijas, de que se quería volver, de la ayuda de sus compañeros y de cómo se sobrepuso a todo y pudo guardar para siempre en un rincón del alma, la tarde gloriosa de Bloemfontein. Pero no era una charla de amigos, no lo éramos. La conversación entre Eliseo y yo estaba rodeada de luces, micrófonos, cámaras y productores. Era el reportaje para el programa piloto de Leyendas del rugby. Mientras el Chapa hablaba me di cuenta de que viajaba a los momentos mas intensos de su vida. Entonces me uní a él, compartí su recuerdo apasionado y entre las nubes del vuelo que recién iniciaba, empecé a acercarme a la esencia del rugby, comprobando que todos los caminos, todas las señales, llevaban el fuego de la emoción.

En ese primer capítulo de Leyendas del rugby se abrió un mundo nuevo ante mi. A partir de ese paso inicial decenas de cracks desnudaron sus emociones, centenas de hombres de rugby, jóvenes o viejos, compartieron las enseñanzas que les dejó el deporte. La explosión de un try, la sensación de un tackle, la tristeza de una derrota, el éxtasis de un campeonato compartido con amigos. Como si hubiera bajado al sótano de la casa de la calle Garay, un aleph (en este caso ovalado) que guardaba todos los colores del rugby, apareció, deslumbrante, frente a mí. Y así, una madrugada en la isla de edición, desde la pantalla, Tomás Petersen me contó que “el rugby me ayudó a sentirme alguien, pero a la vez me dio una pauta para no sentirme demasiado”. Sentado junto al río que conocía tanto como el rectángulo verde, el Pato García Yáñez dijo que “el rugby si no está acompañado de nobleza, no es rugby”. Bernie Miguens relató la lección de humildad que lo unió para siempre con Martín Sansot, el conductor del programa. Y una tarde ocre de abril se iluminó con la historia de Beromama y la pelota robada por un artista, Jorge Melo. Y me enteré de que una cadena casi interminable de derrotas terminó gracias al encuentro casual del pilar de Glew y el hooker de Alumni. Cada capítulo fue una enseñanza, cada programa, una lección. Ese microcosmos se amplió cada vez mas. Desde el pasado lejano llegó la honradez granítica del Gringo Ehrman y desde los años cercanos, Agustín Creevy me contó todas y cada una de las adversidades que superó hasta ponerse la camiseta de Los Pumas y por cinco segundos convertirse en jabalí, para desgracia de un centro escocés.

Leyendas del rugby fue y es una experiencia maravillosa de la que aprendo cada día. Entre 2005 y 2010 se sumaron las emociones del gran evento que cerraba el año rugbístico, los Premios Leyendas del rugby. Muchas de las historias se reprodujeron cada uno de esos años, en el escenario de los premios.

En el ida y vuelta con el público del programa supe que a ellos los emocionaba lo mismo que a que a mi. Fue muy gratificante comprobar que mis solitarias emociones de las madrugadas de edición se multiplicaban cuando cada capítulo llegaba a la gente. Por eso muy pronto sobrevoló sobre mi la idea de llevar al papel las maravillosas historias que las leyendas me iban contando. Leyendas del rugby, el libro, es el resultado de estos años de emociones compartidas con los protagonistas y con el público en general. Los cuarenta y ocho relatos reproducen historias reales que han sido contadas por los protagonistas en el ciclo. Mi intención, al igual que en el programa, fue sazonarlas con algunos condimentos que resaltan la emoción y la intensidad inherentes a cada una de ellas. Sólo dos de los relatos están escritos en primera persona. “Adolescencia” y “El culpable”. El primero porque quise homenajear a un gran amigo de aquellos años de sueños y también porque entendí que mi experiencia frente a la pantalla viendo aquel partido ante Gales del 76, seguramente haya sido compartida por muchos de los lectores. El segundo, en cambio, es un encuentro con un personaje fantástico que lleva el nombre de una leyenda de Los Tábanos, el club de fantasía que inventé para algunos cuentos publicados en Periodismo Rugby. Pero todos los relatos, incluidos estos dos, recrean historias y situaciones reales de la historia del rugby argentino.

Creo que en estos primeros veinte años de Leyendas del rugby, los protagonistas han dado respuesta a las preguntas que se plantean en el inicio de estas líneas. Es mi intención que, recorriendo los cuarenta y ocho relatos de este libro, el lector se acerque a esas certezas por el camino de la emoción.

Daniel Dionisi

I Diploma de Puma

“¿Qué cosa más importante tenés que hacer los sábados a la mañana que acompañar a tu hijo a jugar al rugby?”.

Bernardo Miguens

El último pasaje a Australia fue para él, y cuando le confirmaron la convocatoria su sorpresa fue mayúscula. Sabía que iba como suplente, pero viajar con Los Pumas al país de los Wallabies, compartir un mes con los mejores jugadores del país y ser parte de esa gloriosa elite, ni siquiera estaba en sus sueños. Por eso la alegría alborotó una vez más la casa de la familia Miguens.

Bernardo, el cuarto hijo varón de Hugo y Matilde, estaba educado en la tradición rugbística y dos de sus hermanos ya conocían la intransferible sensación de ponerse la camiseta nacional. Su casa era ovalada, se respiraba rugby en cada rincón, pero la mejor lección lo estaba esperando en ese viaje a tierra australiana.

Bernie viajaba como fullback suplente detrás del talentoso Martín Sansot, dueño indiscutido del puesto. Sus aspiraciones para la gira eran modestas. Le bastaba con jugar un par de partidos provinciales y sumar experiencia compartiendo un mes de entrenamientos en el primer nivel internacional.

Cuando la gira empezó a rodar, muchas veces Miguens se sorprendía al girar la cabeza en el comedor del hotel y cruzar su mirada con la del gran Hugo Porta, o se emocionaba viajando en el micro al lado de Pumas de renombre como el Tano Loffreda o Rafa Madero. Era suplente, pero disfrutaba intensamente esos días de 1983.

Sin embargo, los acontecimientos se iban a suceder de forma sorpresiva para el joven jugador de CUBA.

Los Pumas jugaban en Brisbane el tercer partido de la gira contra Queensland, y a los quince minutos, en una jugada en el propio ingoal, Martín Sansot recibió un terrible golpe en la cabeza y debió abandonar la cancha en estado de inconsciencia.

El grito de Michingo O’Reilly no se hizo esperar : “¡Bernie! ¡A la cancha!”.

El fullback de Universitario calentó unos segundos, hinchó el pecho, saltó al pasto a escribir su historia y en la primera acción con la camiseta de Los Pumas destrozó a Brendan Moon, wing y estrella del equipo australiano, con un tackle poderoso.

El cuarto encuentro de la gira, contra New South Wales, sirvió para que Miguens tomara confianza mientras se acercaban los Tests frente al seleccionado australiano. Paralelamente, la esperada recuperación de Martín Sansot no se producía y todo indicaba que Bernie iba a jugar su primer partido grande con la camiseta de Los Pumas. Él vivía intensamente el momento compartiendo las prácticas con el mismo jugador que admiraba desde hacía muchos años, cuando se escapaba a la cancha donde se presentase Pueyrredón para disfrutar de las mágicas jugadas del fullback que había maravillado a los franceses en 1975.

Claro, Sansot era su ídolo de siempre.

Como tantas veces, la mala suerte ajena había allanado el camino para que un tapado se adueñara del puesto en una gira de Los Pumas.

Dos días antes del primer Test, el entrenador O’Reilly le confirmó que iba a ser el fullback titular. En esas cuarenta y ocho horas, Bernardo Miguens recibió el apoyo de Sansot con algunos gestos y unas pocas palabras. Martín nunca se caracterizó por su locuacidad y Bernie tenía demasiado respeto por su figura como para franquear la barrera de la confianza. Pero el alumno sabía que contaba con el apoyo incondicional del maestro.

Por fin llegó el partido, y ese 31 de julio de 1983, en el Ballymore de Brisbane, Bernie Miguens vivió el día más glorioso de su campaña rugbística. Debut en Los Pumas, gran actuación y victoria histórica por 183 frente al poderoso seleccionado australiano.

Cuando terminó el partido los argentinos prolongaron los emocionados festejos en la cancha. La euforia era total y Bernie no escapaba al clima victorioso que vivía el equipo. Ya en el vestuario, el Tano Loffreda y su compadre Madero se estrechaban en un interminable abrazo mientras el capitán Hugo Porta ensayaba un discurso acerca de la importancia del triunfo con palabras que pocos alcanzaban a oír.

Entre el vapor que venía de las duchas y el griterío que no cesaba, Bernie Miguens, sentado en un banco y aun vestido con la ropa del partido, encontró un instante para la reflexión.

En ese minuto se acordó de su padre, de su hermano Hugo y trató de tomar conciencia sobre el enorme momento que estaba viviendo, sobre la magnitud de la hazaña que acababa de conseguir junto a sus catorce compañeros. En eso estaba, sumido en sus pensamientos, cuando percibió un movimiento a sus pies. Agachó la cabeza y no pudo creer lo que veía. En silencio, Martín Sansot, su referente, el mejor fullback de la historia de Los Pumas, le estaba sacando las medias y aflojándole las vendas para que se sintiera más cómodo. El mismo que había padecido la frustración de no jugar ese partido lo atendía y lo halagaba desde la actitud humilde que siempre tienen los grandes de verdad. Bernie, incómodo, intentó frenar la acción de Martín pero fue inútil. Bastó que cruzaran las miradas para que estuviera todo dicho. Humildad y grandeza. Esa fue la gran lección del maestro Sansot. Y en ese día de invierno de 1983, Bernardo Miguens se recibió de Puma. El diploma, una enseñanza para toda la vida, se lo entregó su gran ídolo.


2 El sudafricano

“¿Qué hago, me cambio o no me cambio…? ¡No me cambio!”.

La voz del Negro Poggi seguida de una risotada retumbó en el buffet de Jorge Newbery. Afuera una fina y fría llovizna anunciaba que el otoño del 65 había llegado para quedarse.

Poco a poco fueron apareciendo los demás seleccionados convocados ese día para un entrenamiento de preparación para la gira a Sudáfrica que se iniciaría en los primeros días de mayo.

El bar de Gimnasia se fue llenando de sacos y corbatas, de muchos jóvenes que luego de responder a sus obligaciones de trabajo o estudio ya estaban prestos para cumplir con el seleccionado.

Pero claro, no era el día ideal, las primeras lluvias de abril habían llegado con fuerza y en esa época a nadie se le ocurría entrenar bajo el agua.

—¡Servime un vermouth! —gritó Aitor—. ¿Trajeron las cartas?

En tres minutos se había armado el truco entre seis, mientras los demás charlaban animadamente sobre temas variados, más relacionados con sus vidas particulares que con la exigente gira que se aproximaba. Los de Boca cargaban a los de River por la victoria en el Monumental con un golazo del Pocho Pianetti. De rugby poco y nada. Alguien, como al pasar, dijo que ese día iba a venir “el sudafricano”. “Con esta lluvia seguro que ni aparece”, le retrucaron.

Eran los tiempos en que el rugby era más diversión que sacrificio. Las cosas se tomaban en serio, pero hasta ahí, sin exagerar. Era importante estar bien físicamente para la gira, pero no tanto como para entrenarse con lluvia. ¡Además, tomarse una copa en el bar y jugar un truquito con amigos era tan bueno!

En eso estaban, cuando se abrió la puerta de vidrio de la confitería. Primero entraron los entrenadores Guastella y Camardón, y todos siguieron con sus actividades. Pero detrás de ellos apareció una figura a la que nadie pudo dejar de prestar atención. Alto, enorme, anteojos de grueso armazón negro y bigote que alguno iba a calificar de “hitleriano”. No solo la presencia física de este hombre que aparentaba más edad de la que tenía impactó a los jugadores. Su gesto adusto, serio, absolutamente contrastante con la algarabía que reinaba en el recinto, y su mirada pétrea hacían sentir a los jóvenes que los podía mirar fijo a cada uno al mismo tiempo, aunque fueran veintiséis contra uno.

Lo que un rato antes era euforia y griterío de pronto se convirtió en un silencio sepulcral. El hombre se acercó a Camardón y le susurró algo al oído en inglés. La orden llegó enseguida: “Dice el profesor Van Heerden que en cinco minutos los espera a todos en el centro de la cancha cambiados para entrenar”.

“Fue el entrenamiento más duro de mi vida. Parecía la colimba. Bajo la lluvia, Van Heerden nos tuvo una hora y media haciendo salto de rana, teníamos que tocar el travesaño de los palos, caer y volver a saltar…”. Años después, en una entrevista, el Pato García Yáñez recordaba esa noche con lujo de detalles:

Creí que no lo iba a aguantar. Hubo momentos en que me ahogaba, y eso que yo era uno de los más entrenados. El tipo, con el traje puesto, todo mojado y con el único detalle de unas galochas de goma, nos daba con todo. Después del físico empezamos a hacer algunos movimientos con pelota, con una guinda pesadísima y pintada de blanco para que se viera en la penumbra de la cancha de Gimnasia. Esa noche cuando volví a mi casa pensé que lo de Sudáfrica iba a ser más bravo de lo esperado. Si allá todos entrenaban como lo hacía este tipo la cosa iba a ser muy dura. Sin embargo, años después me di cuenta de que en esa noche lluviosa habíamos hecho el clic. Ahí fue cuando empezamos a construir el éxito de la gira del 65, y con el tiempo terminamos adorando a ese sudafricano que nos había metido miedo en la cancha de Gimnasia.

Cuando ya hacía rato que el entrenamiento había terminado y el viejo vestuario de Jorge Newbery solo estaba habitado por el silencio, Izak van Heerden, todavía con el traje mojado, le regaló unas palabras a Alberto Camardón: “Me parece que en Sudáfrica van a ganar más partidos de los que ustedes creen”.

La sonrisa del entrenador argentino iluminó la medianoche de Palermo.


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