Loe raamatut: «Encadenada a ti»
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ISBN: 978-84-1386-251-4
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Primero que nada, gracias por adquirir mi libro, el cual está dedicado con todo mi cariño a las personas que creyeron en mí y se dieron el tiempo para leerlo.
Familia, amigos y lectores, sin ustedes esto no sería posible, así que, de todo corazón, mi mayor agradecimiento por hacer este sueño realidad.
Gracias por su cariño y por apoyarme en esta nueva locura; espero que lo disfruten tanto como yo cuando lo escribí.
Capítulo 1
Mi nombre es Dayna. Lo sé, es un nombre algo extraño: tenemos que agradecérselo a mis padres; no sé de dónde lo sacaron. Mi padre es doctor y mi madre fue su secretaria por varios años antes de que se enamorarán, pero de eso ya han pasado treinta años. Son los mejores padres del mundo, aunque un poco sobreprotectores, ya que soy su única hija, es normal. Yo soy una chica común y corriente: saque los ojos grandes de mi padre, con el color verde de mi madre; tengo una mezcla de ambos. Mi cabello es castaño y tengo un cuerpo más o menos definido gracias a que todas las mañanas me obliga a correr mi vecino, que ya les contaré de él. En fin, soy una chica que pasa desapercibida.
Tengo veintinueve años y soy especialista en economía y fraudes. Mis padres dicen que soy una loca de los números y sí, es cierto, me encantan; tal vez por eso terminé mi carrera con honores. No soy una persona muy sociable: prefiero los números a las personas. Solo tengo un amigo, desde la infancia, cuyo nombre es Dylan. En realidad, somos primos hermanos: es hijo de la hermana de mi madre, pero ella falleció cuando el tenía nueve años y desde entonces vivió con nosotros. Él es abogado, el más temible que puedes encontrarte en un juzgado; de hecho, lo llaman el Invencible porque no pierde ningún caso, aunque para mí es la persona más noble que pudieras conocer. Me trata como su hermana pequeña y es muy sobreprotector conmigo; de hecho, ahora es mi vecino y vivimos en el mismo edificio. Yo tengo poco tiempo que vivo ahí, ya que es una zona algo cara, pero muy bella.
Tengo un nuevo empleo por el cual he luchado mucho y es gracias a él que puedo darme este gustito de vivir en esta zona; mis padres querían ayudarme, pero prefiero hacerlo por mí misma y sentirme más independiente. Trabajo en una de las empresas más famosas de New York: su nombre es Foster Merchant Marine y se trata de una compañía naviera que se dedica a transportar mercancía a todo el mundo. Era una compañía pequeña hasta que la heredó mi jefe, el Sr. Foster, quien incrementó los envíos y los buques para llegar a ser la mejor compañía naviera. Por cierto, aún no lo conozco: me contrato su mano derecha en la compañía, su hermana, la Sra. Jane Tremont, que está casada con el mejor amigo del Sr. Foster, el abogado de la empresa: Alex Tremont. Tienen unos preciosos mellizos: uno es parecido a ella, con el cabello rubio y los ojos azules; el otro se parece a su padre, con el cabello negro y los ojos verdes. Los he visto en dos ocasiones en las que los han traído a la compañía y he quedado enamorada: me encantan los niños. Alguna vez pensé en ser maestra, pero la verdad es que los números son mi pasión; ya tendré mis hijos si alguna vez llego a casarme, aunque, como dice Dylan, con la vida social que llevo es muy poco probable. Yo le digo que no se preocupe, que puedo ser una tía consentidora y el se ríe porque es un mujeriego de lo peor. Ojalá algún día siente cabeza y le llegue su verdadero amor, a ver si así deja de sobreprotegerme.
Se habla mucho de mi jefe: dicen que es un hombre muy misterioso y estricto, pero muy guapo, como su hermana, ya que son también mellizos. En este mes se espera su visita. Ahora se encuentra de viaje: ha estado visitando los diferentes puertos donde tiene buques y llegará aquí para renovar la plantilla de empleados; ya se rumorea que sospecha que hay un fraude y que él está trabajando en ello, pero nadie se imagina que para eso me contrataron a mí: piensan que solo soy una economista. Llevo varios meses trabajando en ello, pero aún no he podido descubrir nada. Solo los señores Tremont saben lo que estoy haciendo por órdenes del jefe, quien, aunque no lo conozco, me ha llamado y me ha dado órdenes precisas para que nadie sepa lo que estamos tratando de encontrar. Me está siendo un poco difícil, ya que hablamos de cantidades enormes, pero soy buena en esto, así que estoy segura que encontraré la fuga de dinero.
Mi secretaria es una muchacha muy tímida, pero muy buena en su trabajo: se llama Lina y somos de la misma edad. Ella cuida de su madre, que está ingresada en una clínica especializada en personas con alzhéimer y la mayoría de su sueldo va a ella. Ahora está buscando un lugar donde vivir porque su casero le subió la renta. La aprecio mucho porque desde que llegué ha sido muy amable conmigo y siempre trata de facilitarme las cosas, así que estoy pensando en invitarla a vivir conmigo: mi apartamento tiene tres habitaciones y así no estaría sola y podría ayudarla a ella también.
La secretaria del jefe es una mujer mayor: la Sra. Bennett. Ella ha trabajado en esta empresa desde sus inicios, así que sabe muy bien todo lo relacionado con ella. En cambio, no me gustaría hablarles de la recepcionista principal, ya que parece que todos los días le hace daño el almuerzo: desde la primera vez que vine a mi entrevista, me observa de arriba para abajo y me hace un mohín que pareciera que me quiere ahorcar. Es guapa, pero nada simpática, menos ahora que cree que Dylan es mi novio y dice que cómo puede ser que hombres así se fijen en una mosca muerta como yo. Claro que no me importa, todo el mundo piensa lo mismo cuando nos ven juntos porque es muy guapo, alto y tiene un cuerpo atlético, así que solo por ser un poco mala no le he aclarado la relación que hay entre nosotros, a pesar de que incluso en mis narices le ha dado su teléfono. Le he advertido de que no la llame, ya que dejaría en ridículo a su novia, la mosquita muerta. Él me ve entonces y sonríe maliciosamente:
—Está bien, voy a rechazar un buen polvo por ti, pero ya quisiera esa mujer tener un poquito de la belleza natural que tú tienes. Eres hermosa por dentro y por fuera e inteligente; cualquier hombre sería muy afortunado de tenerte a su lado. Tan solo mira a mi socio Vincent, que cuando te mira babea por ti y tú ni siquiera lo ves.
—Yo no quiero ninguna relación en este momento y tú lo sabes bien: prefiero sacar adelante mi trabajo, que se me está complicando. ¿Sabes? Creo que la persona que está haciendo este fraude es profesional porque no ha dejado muchos rastros.
—Dayna —me dice muy preocupado—, prométeme que vas a tener cuidado. El Sr. Foster tiene muchos enemigos que no dudarían al momento de atacar. Sé que eres muy cuidadosa y que te encanta tu trabajo, pero esta empresa para la que trabajas genera muchas pérdidas para las pequeñas empresas marítimas, así que es mejor que no comentes con nadie lo que están tratando de encontrar.
—Claro, no te preocupes, seré muy cuidadosa. Además, nadie sabe cuál es mi trabajo específicamente. Ya vete a descansar, que es tarde y mañana tienes un día largo en el juzgado.
—Sí, tienes razón. A ver si mañana, que salgamos a correr, me invitas a un buen café, que estoy harto del que hay en la oficina. Y ya deja esa computadora y descansa, que suficientes horas trabajas en la empresa como para que todavía sigas en casa. Hasta mañana, mi Uvita. Te veo a las seis en el elevador y no me hagas usar mi llave extra para sacarte de la cama.
Cuando Dylan se ha ido, vuelvo a agarrar mi computadora para tratar de encontrar algo. Ya siendo media noche, me quedo dormida en el sillón.
A la mañana siguiente, suena mi despertador a las seis menos cuarto. La verdad, no quiero levantarme, pero la última vez que no lo hice me despertaron con una guerra de cosquillas con la que por poco me orino encima. Así, con muy pocas ganas y más sueño, me levanto, me recojo el cabello, me lavo los dientes y la cara, y me voy a mi martirio. Saliendo del apartamento, me encuentro a Dylan, fresco como una lechuga y guapísimo, como siempre.
—Buenos días, Uvita. Qué bueno que no hubo necesidad de usar la fuerza de mis cosquillas para levantarte.
Empezábamos a correr rumbo al parque cuando me encuentro a mi secretaria Lina, también corriendo. Me saluda y de inmediato voltea a ver a Dylan, quien la devora con la mirada: ella es una chica muy bonita, con un buen cuerpo y trae su ropa deportiva, lo que hace que Dylan babee, literalmente. Yo hago las presentaciones y noto a Lina un poco ruborizada, aunque no creo que sea por el ejercicio: sus ojos se iluminan cuando Dylan la invita a correr con nosotros.
Hacemos nuestra rutina de siempre, aunque hoy pareciera que vengo sola, así que me quedo un poco rezagada por un momento y, dando un mal paso, me tuerzo el tobillo y caigo redondita al suelo. Cuando me levanto, choco con alguien por accidente. Levanto mis ojos y lo veo; Santo Dios mío, que alguien me detenga porque las piernas me tiemblan y se me ha olvidado hasta el dolor que tengo en el pie. Él me sostiene de los brazos porque cree que es la caída lo que me tiene conmocionada.
—¿Se encuentra bien, señorita? —Y yo no puedo hablar: me he quedado muda y siento que me falta el aire. Es un hombre alto, con un cuerpo increíble, que tiene unos ojos preciosos, su nariz recta, labios, oh, qué labios; sí, estoy literalmente babeando—. Señorita, ¿está usted bien?
Lo miro de arriba para abajo: lleva un pantalon de correr negro y una sudadera del mismo color con la gorra puesta, lo que hace que se vea misterioso. Su cabello ondulado y rubio sobresale por la gorra y yo sigo comiéndomelo con los ojos. Cuando llegan Dylan y Lina y me sacan de mi trance, escucho la voz preocupada de mi primo:
—Uvita, ¿estás bien? ¿qué te pasó?
Logro reaccionar y les digo que sí. Solo para guardar un poco la vergüenza que acabo de pasar, les digo que me mareé un poco. De inmediato, Dylan me levanta en los brazos.
—Uvita, ¿quieres que nos vayamos a la casa?
El hombre se queda observándonos: hace una mueca muy extraña, pero muy sexy, y me pregunta:
—¿Quiere que la llevemos al hospital? Tengo mi coche muy cerca.
—No, muchas gracias, pero yo me encargo de ella —contestó Dylan.
Nos despedimos de él y se nos queda viendo mientras Dylan me lleva en los brazos. Lina se ofrece a ayudarme, pero le digo que estoy bien y obligo a mi primo a bajarme, ya que puedo caminar; creo que ya se me ha pasado el momento de asombro que tuve con ese hombre. Pero sigo pensando en él: estaba tan guapo que parecía un hermoso ángel vestido de negro. Me gustaría volver a verlo, aunque espero que la próxima vez no me quede como una momia y babeando.
Llegamos al edificio y cada quien se va a su apartamento, no sin que antes Dylan me haga prometerle que estoy bien y que, si me siento mal, lo llamaré de inmediato. Respiro e inhalo varias veces tratando de relajarme. De verdad, nunca me había pasado nada igual; claro que me han gustado los chicos, pero no he tenido nunca una relación. Cuando llegaba a salir con alguno, empezaba a platicarles de mi trabajo y jamás me volvían a invitar, a excepción de Vincent, que viene a casa de Dylan seguido solo por mí y yo aún no me animo a aceptarle una invitación. Es un buen chico, muy guapo, pero no me hace sentir nada; eso me hace recordar de nuevo al misterioso hombre con él que he tropezado. Nunca lo había visto y tenemos varios meses corriendo en el mismo parque, aunque recuerdo que dijo que tenía su coche cerca: me imagino que vive lejos de esta área.
Me bajo de la nube y me doy una ducha rápida y me preparo un café muy cargado a ver si me hace reaccionar. Me cambio a mi uniforme azul, que en la empresa todos parecemos marineros con él, aunque, claro, los hombres se ven muy guapos; pero, en mi caso, me siento rara. Aunque si ven a Clara, la recepcionista, que siempre desayuna algo malo, se ve muy guapa; en su caso, la falda es más corta de lo usual y demasiado ajustada para mi gusto. También nos exigen llevar el cabello recogido, pero yo sigo las reglas; al final, no voy a que me vean guapa, sino a hacer mi trabajo.
Salgo del apartamento y voy a buscar a Dylan, que hoy se dirige a los juzgados y me puede dejar de pasada en la oficina. Le llevo su café favorito para que no me empiece a recordar que necesito comprarme un coche, porque andar en taxi para él no es nada seguro. Vamos platicando durante el trayecto cuando me pregunta por Lina: le cuento un poco lo que sé de ella y le digo que la voy a invitar a vivir conmigo para ayudarla. Me dice que le parece una buena idea y sus ojos tienen esa mirada pícara que tanto conozco; le advierto que no lo quiero rondándola, ya que ella no es como sus conquistas diarias. Finalmente, me deja en el edificio y se va no sin antes advertirme de que me cuide.
Cuando entro, me encuentro con la flamante Clara retocándose su maquillaje: voltea a verme y hace una mueca, ya que yo solo uso una ligera capa: gracias a mi madre, quien siempre me cuido la cara con sus remedios, no necesito bañarme en maquillaje. Me mira y sonríe con burla.
—Por lo que veo no sabes quién viene hoy. Deberías pintarte esa cara pálida que tienes para que des una buena impresión.
Yo le devuelvo la mirada y sonrío.
—Prefiero estar pálida a parecer que me bañé en harina antes de salir de mi casa.
Camino hacia al elevador sonriendo; ella me fulmina con la mirada y, por estar en esta pelea, no me informó de quién llegaba. ¿Quién sería, que es tan importante para que se esté retocando sus kilos de harina? En fin, no importa. Subo al cuarto piso, donde esta mi oficina, y saludo a Lina, quien me recibe con una sonrisa.
—Buenos días, Lina. Necesito hablar contigo después de repasar nuestra agenda. —La pobre se pone muy seria ante mis palabras—. No pongas esa cara, que es algo bueno, te lo prometo.
—Llegas con una cara que parece que vas a matar a alguien y me dices eso. Me has asustado. —Suelto una carcajada y le cuento lo de Clara: las dos nos ponemos a reír cuando le digo lo que le respondí—. No le hagas caso, Dayna: esa mujer está amargada aparte de enharinada.
—Ay, Lina, quién te ve tan seria. Bueno, ya estuvo de chismes. A trabajar.
—Aguafiestas.
Entro a mi despacho y, cuando prendo mi computadora, entra una llamada por mi línea directa: es mi jefa, la Sra. Tremont.
—Dayna, tendremos una reunión en dos horas y necesito que estés presente, ya que muchos de los contadores van a asistir.
—Claro, ahí estaré, Sra. Tremont.
—Por favor, deja de decirme señora —me pide antes de colgar—, que me haces sentir vieja. Llámame Jane, que no soy mucho mayor que tú.
—Está bien, Jane. En un ratito nos vemos.
Sigo trabajando y descubro algo muy interesante: en cada informe después del 2015, hay pequeñas transacciones a nombre de una empresa que desconozco y necesito saber si es algún distribuidor adjunto que tenga que ver con nosotros. Se me hacen algo sospechosas porque en ese año empiezan y van aumentando; de inmediato, tomo mi teléfono y le marco a mi jefe, el Sr. Foster, ya que él me dio su número directo para cualquier duda o aclaración. Timbra varias veces y, cuando estoy a punto de colgar, me contesta con su profunda voz.
—Foster. —Me quedo un poco aturdida con su voz; siempre me pasa lo mismo y eso que solo hemos hablado un par de veces. Me concentro en el trabajo y le comunico lo que acabo de descubrir dándole el nombre de la supuesta empresa llamada Cop Merchant Marine. Él se queda en silencio unos minutos—. Por favor, no le diga a nadie lo que descubrió, mucho menos en la reunión. Yo pensaba asistir, pero con la información que me acaba de dar tengo que salir fuera de la ciudad para investigar. Creo saber quién está detrás de todo esto.
Se despide de mí agradeciéndome por mi trabajo y me encarga que saque un estimado de cuánto fueron las transacciones de efectivo para esa empresa. Veo mi reloj y me doy cuenta de que faltan unos minutos para la reunión; llamo a Lina y entra a mi oficina un poco asustada.
—Santo Dios mío, Lina, si alguien te ve entrar con esa cara pensarán que soy una jefa horrible y despiadada.
—Nadie me vio, no te preocupes, y suelta lo que me tienes que decir, que me tienes en ascuas.
Yo sonrío y le digo.
—Te mandé llamar porque sé qué estás buscando dónde vivir y me gustaría que te vinieras conmigo.
Ella me mira con asombro y con alegría, pero me contesta:
—Muchas gracias, Dayna, pero yo no puedo permitirme pagar ni la mitad de la renta en una zona así.
—Pero si aún no sabes ni cuánto te voy a cobrar. ¿Te parece que sea una cantidad módica y así me harás compañía? Además, tengo tres habitaciones y una está libre y tiene su propio baño. ¿Qué opinas? ¿Te convencí?
La pobre empieza a llorar y no para de agradecerme. Sonrío y le doy un abrazo. Le digo que cuando ella esté lista puede mudarse y me despido para irme a la reunión antes de ponerme a llorar yo también.
Subo en el ascensor al sexto piso, que es donde está la presidencia y la sala de reuniones. Cuando llego, veo mucha gente y me recibe la Sra. Bennett con una sonrisa.
—Hola, señorita Dayna. Pase a la reunión, que ya la están esperando.
Al entrar, me sorprendo porque solo me estaban esperando a mí, lo que me da un poco de vergüenza y, viendo mi reloj, me doy cuenta de que he llegado unos minutos tarde, así que pido disculpas. La Sra. Jane Tremont dice que no me preocupe, que no tiene importancia, y me presenta a todas las personas una por una. La verdad es que no he grabado ningún nombre, excepto el del Sr. Cooper, que es el que se encarga de departamento financiero. No sé por qué su mirada me pone un poco nerviosa; en cambio, él me ve y sonríe. Se acerca a mí y me pregunta:
—¿Cómo te sientes trabajando para nosotros?
Cuando estoy a punto de contestar, me interrumpe Jane.
—Ella no trabaja para ti, Cooper, trabaja para mi hermano, que es el dueño de la empresa.
—Tienes razón, Jane. —La ve con una sonrisa fingida—. Es que ustedes son como mi familia y me siento como un socio más en la empresa. Tú sabes que Jacob es mi mejor amigo. —Él sigue observándome detenidamente—. Me gustaría invitarte a tomar un café en alguna ocasión.
Yo solo sonrío, pero no le doy una respuesta.
La reunión comienza y me integro de inmediato: puedo ser tímida, pero amo mi trabajo, así que doy mis sugerencias y todos me lo agradecen. Al final, tuvimos buenas ideas y algunas buenas estrategias para la empresa. Me despido de todos y, justo cuando subo al elevador, me alcanza el señor Cooper y me sonríe:
—Espero que pronto podamos tomarnos ese café. Pasaré por aquí la próxima semana para invitarte.
Le doy las gracias, aunque sin aceptar su invitación. No sé por qué me inspira miedo. Es un hombre guapo, pero tiene algo en su mirada que me da escalofríos.
Me bajo en mi piso y me despido.
—Nos veremos pronto —me dice sin quitarme los ojos de encima.
Llega la hora de salida y Lina me dice que este fin de semana se muda a mi apartamento. Me da un abrazo y nos vamos juntas: ella se va directa a tomar el autobús y yo tomo un taxi a mi apartamento. Estoy exhausta: usar tacones me destroza mis pies, pero, en fin, mi trabajo vale la pena.
Entro a mi apartamento y me encuentro a Dylan sentado en mi sillón con la vista perdida en la ventana.
—Te he traído comida china de tu lugar favorito. Me encanta la vista de tu apartamento, el mío tiene una bonita, pero nada comparada con esta.
Lo noto un poco triste: me acerco y lo abrazo.
—Cuéntame, ¿qué es lo que te pasa?
Preparamos la mesa, saco una botella de vino y nos sentamos. Justo cuando me va a empezar a platicar su problema, mi teléfono suena y veo que es el jefe. Le pido una disculpa a Dylan y voy a contestar de inmediato.
—Srta. Williams, necesito que haga sus maletas porque en dos horas pasara mi chofer por usted. —Me quedo sin palabras y, justo cuando voy a preguntar, él continúa—. Surgió algo importante acerca de la empresa que encontró y necesito que viaje con urgencia a Japón.
—Muy bien, estaré lista cuanto antes.
—Nos veremos allá. Estaré esperándola.
Cuelgo y le cuento a Dylan lo de la llamada; él solo me advierte de que tenga cuidado. Comemos de prisa y aprovecha para contarme un poco de un caso en el que está trabajando.
Tasuta katkend on lõppenud.