Loe raamatut: «Divina Comedia»
© Plutón Ediciones X, s. l., 2020
Traducción: Celia Akram
Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas
Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,
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I.S.B.N: 978-84-18211-36-2
Estudio Preliminar
Se trata de un enorme poema épico-alegórico (nada menos que 14.333 versos endecasílabos, distribuidos en cien cantos: treinta y cuatro para el Infierno, treinta y tres para el Purgatorio y treinta y tres para el Paraíso) escrito por el florentino Dante Alighieri (1265 – 1321) en el exilio. Iniciado quizás hacia 1304 y finalizado en 1321, poco antes de la muerte de su autor.
Reproducido en numerosos manuscritos, se imprimió por primera vez en 1472 y desde entonces ha conocido innumerables ediciones, tanto en su texto original italiano, como en sus numerosas traducciones a la mayoría de las lenguas del mundo, así como versiones en prosa para su mejor comprensión y amenidad lectora.
La obra en rigor carece de título, porque comedia, en realidad, no es más que el subtítulo que indica al género literario a que pertenece, con un comienzo infausto y un final feliz. Fue Boccaccio el que le añadió el adjetivo de Divina por primera vez y no se generalizó hasta la edición veneciana de 1555.
Su estructura es sorprendente, matemática, cabalística. Tres personajes principales: Dante que simboliza al hombre; el poeta romano Virgilio, que representa la razón y su amada Beatriz, que encarna la fe. Tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. A su vez el Infierno se divide en nueve círculos, el Purgatorio en nueve partes y el Paraíso en nueve cielos. Además hay tres tipos de condenados en el Infierno, tres grupos de almas en el Purgatorio y tres clases de bienaventurados en el cielo. El tres es repetido hasta la saciedad como símbolo de la perfección y de la trinidad cristiana.
El contenido del poema se trata de un tema frecuente en la literatura medieval: un viaje al mundo de ultratumba con precedentes en la tradición clásica (Odisea, Eneida) y relacionado también con la literatura escatológica (El Apocalipsis) y las visiones legendarias (Navegación de San Brandán, Purgatorio de San Patricio, etc.), abundantes sobre todo en el Norte de Europa y también, fuentes árabes (Libro de la Escala).
El poeta narra en primera persona una visión que se sitúa en la semana santa del año 1300, cuando él contaba con 35 años y “en la mitad del camino de la vida” (según propia expresión) se encontró extraviado en una selva oscura (la de los vicios humanos) y amedrentado por la amenaza de unas fieras que simbolizan los pecados capitales. Por intercesión de su amada Beatriz, que se halla en el Paraíso, acude en su ayuda el poeta Virgilio, considerado en la Edad Media como profeta (la sabiduría humana) que guía al poeta por el Infierno y Purgatorio hasta el Paraíso en el que el poeta purificado entra en él acompañado de su amada Beatriz, ya que Virgilio, por su condición de pagano queda relegado al Limbo. En el Paraíso, Beatriz y Dante se extasían ante la contemplación de la Santísima Trinidad, ayudados por la mística (San Bernardo).
Dante en su grandioso poema consiguió dar forma plástica a las ideas de Santo Tomás que cristianizó a Aristóteles. Sin embargo, la Divina Comedia no es una simple exposición de las ideas científicas del momento, ni de las doctrinas escolásticas del siglo XIII, sino una extraordinaria obra de arte en una de las lenguas románicas más musicales: el italiano (en su versión toscana). El autor emplea intensamente su fantasía imaginando ambientes y escenas dotadas de un atroz dramatismo en el Infierno, de una exquisita dulzura en el Purgatorio y de una resplandeciente belleza en el Paraíso, intentando reparar (ya lo había hecho en La Vida Nueva) el despecho por Beatriz (al haberse casado con otra, por imperativo paterno).
Pretensión que sirvió además a Dante para atacar implacablemente las bajas pasiones de su tiempo, las inútiles guerras de banderías desde las de su ciudad natal a las del resto del territorio italiano, la necia pugna por el Papado, el Imperio, pasiones que agranda (o no) en sus enemigos políticos a los que sin remisión, sitúa en el Infierno y al mismo tiempo para cantar con fervoroso entusiasmo el amor de Dios y los más nobles y puros impulsos del alma, personalizadas por él en la figura de Beatriz. Dante sintió ambas cosas con tanta fuerza que su obra se halla llena de la más viva emoción. Su poema es comparado con una catedral gótica por su grandeza y elevación espiritual.
La obra plantea conflictos eternos: la lucha entre la fe y la razón; la pugna entre la nada y la inmortalidad; la diatriba entre la predestinación y el libre albedrío; habla de la influencia de los astros y de la capacidad del ser humano, gracias a su inteligencia de sobreponerse a su destino. Temas todos que comenzaban a aflorar en el pensamiento bajomedieval y que anunciaban ya la eclosión del Renacimiento.
En la maestría con que Dante combina estos elementos radica el éxito de la obra, pero también en el dominio del lenguaje. Dante es un maestro capaz de transmitir con tremenda fuerza expresiva, tanto lo más abyecto, como lo más admirable. Por todo ello, la Divina Comedia es considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la universal. Y su autor uno de los vértices de la tríada magistral con Petrarca y Boccaccio.
Durante su viaje a las regiones de ultratumba, en los distintos círculos que componen cada reino, Dante coloca a figuras sobresalientes de su tiempo y de todas la épocas, y las juzga a la luz de la filosofía y de la moral cristianas, las condena o las exalta. Pero jamás se muestra ajeno al dolor y a la desgracia de los condenados.
Reyes, Papas, emperadores, guerreros, políticos, mujeres, figuras míticas… Dante los sitúa en inmensos frescos (como hicieron ilustradores y pintores de todos los tiempos y países): sombrío y trágico el Infierno, en el que se castigan los delitos y vicios de la humanidad; sereno y tierno el segundo, mostrando cómo a través del dolor y de la purificación se nos prepara a la contemplación de Dios, que culmina en el tercer reino resplandeciente de luz y de gloria.
El mundo al que la Divina Comedia nos transporta es visible a los ojos de la imaginación y la fe. No está poblado de sombras metafísicas, sino de realidades humanas y sobrenaturales, pero igualmente vivas y concretas: toda una mitología popular creada antes del poeta, responde de sus más audaces invenciones, una filosofía que en sus últimas conclusiones, había llegado a ser también popular, se viste en sus versos de músculo y de sangre; su Infierno en trasunto de la tierra tuvo Dante, además de la superioridad del genio, la superioridad del argumento, que es a un tiempo humano y divino, por eso dijo que “en su obra pusieron mano cielo y tierra”.
El Infierno, la parte más accesible, “entretenida” y estremecedora, se halla dedicado a la Política, en él da desahogo el poeta a sus odios y preferencias partidistas. El Purgatorio es un canto sublime al amor puro que ensalza la figura de Beatriz por encima de las estrellas hasta colocarla entre los ángeles del Señor. El Paraíso con sus resplandores de hoguera, se haya consagrado a la Teología, el conocimiento de la Divina Comedia.
Infierno
Canto I: Proemio General
A mitad del camino de nuestra vida, en una selva oscura me encontraba porque mi senda había extraviado1. ¡Cuán penosa cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y salvaje que me vuelve el recuerdo al pensamiento! Es tan amarga casi cual la muerte; pero por tratar del bien que allí encontré, de otras cosas diré que me ocurrieron.
Yo no sé explicar cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera. Pero cuando hube llegado al pie de una cuesta, allí donde aquel valle terminaba que el corazón me había llenado de terror, hacia lo alto miré, y vi que su cima ya vestían los rayos del planeta2 que lleva recto por cualquier camino.
Entonces se calmó algo aquel miedo, que en el lago del alma había entrado la noche que pasé con tanta angustia. Y como quien con aliento anhelante, ya salido del marasmo cenagoso a la orilla, se vuelve y mira al agua peligrosa, tal mi ánimo, huyendo todavía, se volvió por mirar de nuevo el sitio que a los que viven traspasar no deja. Tras reposar un poco el cuerpo fatigado, seguí el camino por la estéril loma, siempre afirmando el pie de más abajo. Y vi, casi al principio de la cuesta, una pantera3 ligera y muy veloz, que de una piel con pintas se cubría; y de delante no se me apartaba, pero de tal modo me cortaba el paso, que en muchas ocasiones quise dar la vuelta. Entonces empezaba un nuevo día, y el Sol se alzaba a la vez que las estrellas que junto a él el gran amor divino sus bellezas movió por vez primera; así es que no auguraba nada malo de aquella fiera de la piel manchada la hora del día y la dulce estación; pero no tal que terror no produjese la imagen de un león4 que después apareció a mi vista.
Me pareció que contra mí venía, con la cabeza erguida y hambre fiera, y hasta temerle parecía el aire. Y una loba5 que todo el apetito parecía cargar en su debilidad, que ha hecho vivir a muchos en la miseria. Tantos pesares esta me produjo, con el pavor que verla me causaba que perdí la esperanza de alcanzar la cima. Y como aquel que alegre se hace rico y llega luego un tiempo en que se arruina, y en todo pensamiento sufre y llora: tal la bestia me hacía sin dar tregua, pues, viniendo hacia mí muy lentamente, me empujaba hacia allí donde el Sol no brilla. Mientras que yo bajaba por la cuesta, se me apareció delante de los ojos alguien que, en su silencio, creí mudo.
Cuando vi a ese en aquel gran desierto «Apiádate de mí —yo le grité—, seas quien seas, sombra u hombre vivo». Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui, y a mis padres dio cuna Lombardía pues Mantua fue la patria de los dos. Nací bajo Julio César, aunque tarde, y viví en Roma bajo el buen Augusto: tiempos de falsos dioses engañosos. Poeta fui, y canté de aquel justo hijo de Anquises6 que regresó de Troya, cuando Ilión la soberbia fue abrasada. ¿Por qué retornas a tan grande pena, y no asciendes al monte deleitoso que es principio y razón de toda alegría?».
«¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente de quien mana tal río de elocuencia? —respondí yo con frente turbada—. Oh luz y honor de todos los poetas, válgame el gran amor y el gran trabajo que me han hecho estudiar tu gran volumen. Eres tú mi modelo y mi maestro; el único eres tú de quien tomé el dulce estilo que me ha dado honra. Mira la fiera por la cual me he vuelto: sabio famoso, de ella ponme a salvo, pues hace que me tiemblen pulso y venas».
«Es preciso que sigas otra ruta —me repuso después que vio mi llanto—, si quieres huir del lugar salvaje; pues esta bestia, que gritar te hace, no deja a nadie andar por su camino, mas tanto se lo impide que los mata; y es su instinto tan cruel y tan perverso, que nunca sacia su ansia codiciosa y después de comer más hambre aún tiene. Con muchos animales se une, y serán muchos más hasta que venga el mastín que la hará morir con dolorosa muerte. Este no comerá tierra ni metal, sino virtud, amor, sabiduría, y su cuna estará en la pobreza. Ha de salvar a aquella humilde Italia por quien murió Camila, la doncella, Turno, Euríalo y Niso con heridas7. Este la arrojará de pueblo en pueblo, hasta que dé con ella en el abismo, del que la hizo salir el Envidioso. Por lo que, por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mí, y seré tu guía, y he de llevarte por lugar eterno, donde oirás el lamento desesperado, verás, desconsolados, las antiguas sombras, gritando todas la segunda muerte; y podrás ver a aquellas que contenta el fuego, pues confían en llegar a bienaventuras cualquier día; y si ascender deseas junto a estas, más digna que la mía allí hay un alma: te dejaré con ella cuando marche8; que aquel Emperador que arriba reina, puesto que yo a sus leyes fui rebelde, no quiere que por mí a su reino subas. En toda parte impera y allí rige; allí está su ciudad y su alto trono. ¡Cuán feliz es quien él allí llama!».
Yo contesté: «Poeta, te suplico por aquel Dios que tú no conociste, para huir de este o de otro peor mal, que me lleves allí donde me has dicho, y pueda ver la puerta de San Pedro9 y aquellos infelices de que me hablas». Entonces se echó a andar, y yo le seguí.
Canto II:
Proemio del Infierno
El día declinaba, el aire oscuro a los seres que habitan en la tierra invitaba a descansar; y yo solo me disponía a sostener los combates, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi mente. ¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme! ¡Memoria que escribiste lo que vi, aquí se advertirá tu gran nobleza!
Yo empecé diciendo: «Poeta que me guías, mira si mi virtud es suficiente antes de comenzar tan ardua empresa. Tú explicaste que el padre de Silvio10, sin estar todavía corrupto, al inmortal reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma. Pero si el adversario de todos los males le hizo el favor, pensando el alto efecto que de aquello saldría, el qué y el cuál, no le parece indigno al hombre sabio; pues fue de la alma Roma y de su imperio escogido por padre en el Empíreo. La cual y el cual, a decir la verdad, como el lugar sagrado fue elegida, que habita el sucesor del mayor Pedro. En el viaje por el cual le alabas escuchó cosas que fueron motivo de su triunfo y del manto de los papas. Allí fue luego el Vaso de Elección, para llevar conforto a aquella fe que de la salvación es el principio. Pero yo, ¿por qué he de ir? ¿Quién me lo discute? Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas: y ni yo ni los otros me creen digno. Pues temo, si me entrego a ese viaje, que ese camino sea una locura; eres sabio; ya entiendes lo que callo». Y cual quien ya no quiere lo que quiso cambiando el parecer por otro nuevo, y deja a un lado aquello que ha empezado, así hice yo en aquella playa oscura: porque, al pensarlo, abandoné la empresa que tan aprisa había comenzado.
«Si he comprendido bien lo que me has dicho —contestó del magnánimo la sombra— la cobardía te ha atacado el alma; la cual estorba al ser humano muchas veces, y de empresas honradas le desvía, cual reses que ven cosas en la sombra. Para librarte de este miedo, te diré por qué vine y qué entendí desde el momento en que lástima te tuve. Me encontraba entre las almas suspendidas y me llamó una dama tan pura y bella, de forma que a sus órdenes me puse. Brillaban sus pupilas más que los luceros; y a hablarme comenzó, clara y suave, angélica voz, en este modo:
“Alma cortés de Mantua, de la cual aún en el mundo dura la fama, y ha de durar a lo largo del tiempo: mi amigo, pero no de la ventura, tal obstáculo encuentra en su camino por la desierta playa, que asustado vuelve: y temo que se encuentre tan perdido que tarde me haya dispuesto al socorro, según lo que escuché de él en el cielo. Ve pues, y con palabras elocuentes, y cuanto en su remedio necesite, ayúdale, y consuélame con ello. Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar; vengo del sitio al que volver deseo; amor me mueve, amor me lleva a hablarte.
Cuando vuelva a presencia de mi Dueño le hablaré bien de ti frecuentemente.” Entonces se calló y yo le respondí: “Oh dama de virtud por quien supera tan solo el ser humano cuanto se contiene con bajo el cielo de esfera más pequeña, de tal modo me agrada lo que mandas, que obedecer, si fuera ya, es ya tarde; no tienes más que abrirme tu deseo. ¿Pero dime la razón que no te impide descender aquí abajo y a este centro, desde el lugar al que volver deseas con tanta vehemencia?”
“Lo que quieres saber tan por entero, te diré brevemente —me replicó— por qué razón no temo haber bajado. Temer se debe solo a aquellas cosas que pueden causar algún tipo de perjuicio; pero a las otras no, pues mal no provocan. Dios con su gracia me ha hecho de tal manera que la miseria vuestra no me contagia, ni llama de este incendio me consume. Una dama gentil hay en el cielo que compadece a aquel a quien te envío, mitigando allí arriba el duro juicio11. Esta llamó a Lucía12 a su presencia; y dijo: ‘necesita tu devoto ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo’. Lucía, que aborrece el sufrimiento, se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, sentada al par de la bíblica Raquel13. Dijo: ‘Beatriz, del Dios verdadera alabanza, ¿cómo no ayudas a quien te amó tanto, y por ti se apartó de los vulgares? ¿Es que no escuchas su llanto angustioso? ¿No ves la muerte que ahora le amenaza en el torrente al que el mar no supera?’. No hubo en el mundo jamás persona tan ligera, buscando el bien o huyendo del peligro, como yo al escuchar esas palabras. Acá bajé desde mi dulce escaño, confiando en tu discurso virtuoso que te honra a ti y aquellos que lo han escuchado.”
Después de que dijera estas palabras volvió llorando sus brillantes ojos, haciéndome venir todavía más presuroso; y vine a ti como ella lo quería; te aparté de delante de la fiera, que alcanzar te cerraba el monte bello. ¿Qué te ocurre pues?, ¿por qué, por qué vacilas?, ¿por qué tal cobardía hay en tu corazón?, ¿por qué no tienes osadía ni arrojo? Si en la corte del cielo te apadrinan tres mujeres tan bienaventuradas, y mis palabras tanto bien prometen». Cual florecillas, que el nocturno hielo abate y cierra, luego se levantan, y se abren cuando el Sol las ilumina, así hice yo con mi ánimo abatido; y tanto se encendió mi corazón, que exclamé como alguien valeroso: «¡Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda! y tú, cortés, que pronto obedeciste a quien dijo palabras verdaderas.
El corazón me has puesto tan ansioso de echar a andar con eso que me has dicho que he vuelto ya a la decisión primera. Vamos, que mi deseo es como el tuyo. Sé mi guía, mi señor, y mi maestro». Así le dije, y en cuanto echó a andar, entré por el camino difícil y silvestre.
Canto III: La Puerta del Infierno
Por mí se va hasta la ciudad doliente, por mí se va al eterno sufrimiento, por mí se va a la raza condenada.
La justicia movió a mi alto arquitecto. Me hizo la divina potestad14, el saber sumo15 y el amor primero16.
Antes de mí no fue cosa creada sino lo eterno y duro eternamente. Abandonad, los que aquí entráis, toda esperanza.
Estas palabras sombrías vi escritas en lo alto de una puerta; y yo: «Maestro, me espanta su sentido». Y, cual persona prudente, él me repuso: «Debes aquí dejar todo recelo; debes dar muerte aquí a tu cobardía. Hemos llegado al sitio que te he dicho en que verás gente dolorida, que perdieron el bien del intelecto». Después tomó mi mano con la suya con gesto alegre, que me reanimó, y en las cosas secretas me introdujo.
Allí suspiros, llantos y crispados ayes resonaban al aire sin estrellas, y yo me eché a llorar al escucharlo. Diversas lenguas, espantosas blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, roncos gritos al son de manotazos, un tumulto formaban, el cual gira siempre en el aire eternamente oscuro, como arena al soplar el torbellino. Con el terror ciñendo mi cabeza dije: «Maestro, ¿qué es lo que yo escucho, y quiénes son estos que el dolor les vence?».
Y él me repuso: «Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esa gente que vivió sin gloria y sin infamia. Están mezcladas con el coro infame de ángeles que no se rebelaron, no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos. Los castigó el cielo, porque menos bello no sea, y el Infierno los rechaza, pues podrían dar gloria a los caídos». Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto y provoca lamentos tan amargos?». Respondió: «Brevemente he de decirlo. No tienen estos de muerte esperanza, y su vida empecinada es tan rastrera, que envidiosos están de cualquier suerte. Ya no tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desprecia; de ellos no hablemos, sino mira y pasa».
Y entonces pude ver un estandarte, que corría girando tan deprisa, que parecía indigno de reposo. Y venía detrás tan larga fila de gente, que creído nunca hubiera que hubiese a tantos la muerte deshecho. Y tras haber reconocido a alguno, vi y conocí la sombra del que hizo por cobardía aquella gran renuncia17. Al punto comprendí, y estuve cierto, que esta era la secta de los reos a Dios y a sus contrarios desagradables.
Los desgraciados, que nunca vivieron, iban desnudos y azuzados siempre de moscones y avispas que allí había. Estos de sangre el rostro les bañaban, que, mezclada con llanto, asquerosos gusanos a sus pies la recogían.
Y después que a mirar me puse a otros, vi gente en la orilla de un gran río y yo dije: «Maestro, te suplico que me digas quiénes son, y qué designio les hace tan ansiosos de cruzar como puedan entre la luz escasa». Y él repuso: «La cosa he de contarte cuando hayamos parado nuestros pasos en la triste ribera de Aqueronte18».
Con los ojos ya bajos de vergüenza, temiendo molestarle con preguntas dejé de hablar hasta llegar al río. Y he aquí que viene en bote hacia nosotros un anciano cano de cabello antiguo, gritando: «¡Ay de vosotras, almas perversas! No esperéis nunca contemplar el cielo; vengo a llevaros hasta la otra orilla, a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego. Y tú que aquí te encuentras, alma viva, aparta de estos otros ya difuntos». Pero viendo que yo no me marchaba, dijo: «Por otra vía y otros puertos a la playa has de ir, no por aquí; una más leve barca tendrá que llevarte».
Y el guía a él: «Caronte, no te irrites: así se quiere allí donde se puede lo que se quiere, y más no me preguntes». Las peludas mejillas del barquero de la pálida laguna, cuyos ojos rodeaban las llamas, se aplacaron. Pero las almas desnudas y contritas, cambiaron el color y rechinaban, cuando escucharon las palabras juiciosas. Blasfemaban de Dios y de sus padres, de la hora en que nacieron y la simiente que los sembrara, y de la especia humana. Luego se recogieron todas juntas, llorando fuerte en la orilla malvada que aguarda a todos los que a Dios no temen. Caronte, demonio, con ojos de fuego, llamándolos a todos recogía; da con el remo si alguno se sienta. Como en otoño caen las hojas unas tras otras, hasta que la rama ve ya en la tierra todos sus despojos, de este modo de Adán las malas siembras, se arrojan de la orilla de una en una, a la señal, cual pájaro que acude al reclamo.
Así se fueron por las negras ondas, y aún antes de que hubieran descendido a la otra orilla ya un nuevo grupo se había formado.
«Hijo mío —dijo el maestro amablemente— los que maldiciendo a Dios hallan la muerte, llegan aquí de todos los países: y están ansiosos de cruzar el río, pues la justicia santa les empuja, y así el temor se transforma en deseo. Aquí no cruza nunca un alma justa, por lo cual si Caronte de ti se enfadó, comprenderás qué cosa significa».
Y dicho esto, la región sombría tembló con fuerza tal, que del espanto la frente de sudor aún se me baña. La tierra anegada en llanto lanzó un viento que hizo brillar un relámpago rojo y, venciéndome todos los sentidos, me caí como el hombre rendido por el sueño.
Canto IV: Primer Círculo - El Limbo
Rompió el profundo sueño de mi mente un pavoroso trueno, de modo que cual hombre que a la fuerza despierta, me repuse; la vista recobrada volví en torno ya puesto en pie, mirando fijamente, pues quería saber en dónde estaba. En verdad que me hallaba justo al borde del valle del sufriente abismo, que atronaba con ayes infinitos. Oscuro y profundo era y nebuloso, de modo que, aun mirando fijo al fondo, no distinguía allí cosa ninguna.
«Bajemos ahora al ciego mundo —dijo el poeta todo pálido—: yo iré primero y tú vendrás detrás». Y al darme cuenta yo de su color, dije: «¿Cómo he de continuar si tú te asustas, y tú a mis dudas sueles dar consuelo?». Y me dijo: «La angustia de la gente que está aquí en el rostro me ha pintado la piedad que tú piensas que es miedo. Vamos, que largo camino nos espera».
Así me dijo, y así me hizo entrar al primer círculo que el abismo ciñe. Allí, según lo que escuchar yo pude, llanto no había, mas suspiros solo, que al aire eterno le hacían temblar. Lo causaba la pena sin tormento que sufría una grande muchedumbre de mujeres, de niños y de hombres. El buen Maestro a mí: «¿No me interrogas sobre qué espíritus son estos que contemplas? Quiero que sepas, antes de seguir, que no pecaron: y aunque tengan méritos, no son suficientes, pues están sin el bautismo, donde la fe en que crees principio tiene. Al cristianismo fueron anteriores, y a Dios debidamente no adoraron: a estos tales yo mismo soy de ellos. Por tal defecto, no por otra culpa, perdidos somos, y es nuestra condena vivir sin esperanza en el deseo».
Sentí en el corazón un gran dolor, puesto que gentes de mucho valor vi que en el Limbo estaba suspendidos.
«Dime, maestro, dime, mi señor —yo comencé por querer estar cierto de aquella fe que triunfa de todo error—: ¿salió alguno de aquí, que por sus méritos o los de otro, se hiciera luego santo?». Y este, que comprendió mi hablar cubierto, respondió: «Yo era nuevo en este estado, cuando vi aquí bajar a un poderoso, coronado con signos de victoria19.
Sacó la sombra del padre primero20, y las de Abel, su hijo, y de Noé, del legislador Moisés, el obediente; del patriarca Abraham, del rey David, a Israel con sus hijos y su padre, y con Raquel, por la que tanto hizo, y de otros muchos; y les hizo santos; y debes de saber que antes de eso, ni un espíritu humano se salvaba».
No dejamos de andar porque él hablase, más aún por la selva caminábamos, la selva, digo, de almas apiñadas. No estábamos aún muy alejados del sitio en que dormí, cuando vi un fuego, que al fúnebre hemisferio derrotaba.
Aún nos encontrábamos alejados, pero no tanto que en parte yo no viese cuán digna gente estaba en aquel sitio.
«Oh tú que honoras toda ciencia y arte, estos ¿quiénes son, que tal grandeza tienen, que de todos los otros les separa?». Y respondió: «Su honrosa fama, que allí en tu mundo sigue resonando gracia adquiere del cielo y recompensa». Entre tanto una voz pude escuchar: «Honremos al altísimo poeta; vuelve su sombra, que marchado había». Cuando estuvo la voz quieta y callada, observé cuatro grandes sombras que venían: ni triste, ni feliz era su semblante.
El buen maestro empezó a decirme: «Fíjate en ese con la espada en mano, que como señor va delante de ellos: Es Homero, el mayor de los poetas; el satírico Horacio luego viene; tercero, Ovidio; y el último, Lucano.
Y aunque a todos igual que a mí les cuadra el nombre que sonó en aquella voz, me hacen honor, y con esto hacen bien».
Así reunida vi a la escuela bella de aquel señor del altísimo canto, que sobre el resto cual águila vuela.
Después de haber platicado un rato entre ellos, con gesto amistoso me miraron: y mi maestro, en tanto, sonreía. Y todavía aún más honor me hicieron porque me condujeron en su hilera, siendo yo el sexto entre tan grandes genios.
Así caminábamos hasta aquella luz, hablando cosas que callar es bueno, tal como era el hablarlas allí mismo.
Al pie llegamos de un castillo21 noble, siete veces cercado de altos muros, guardado entorno por un bello riachuelo.
Lo cruzamos igual que tierra firme; crucé por siete puertas con los sabios: hasta llegar a un prado fresco y verde.
Gente había allí de mirar reposado y grave, con gran autoridad en su semblante: hablaban poco, con dulces voces. Nos apartamos a uno de los lados, en un claro lugar alto y abierto, tal que ver se podían todos ellos. Erguido allí sobre el esmalte verde, las magnas sombras me fueron mostradas, que de placer me colma haberlas visto.
A Electra22 vi con muchos compañeros, y entre ellos conocí a Héctor y a Eneas, y armado a César, con ojos de águila. Vi a Pantasilea23 y a Camila24, y al rey Latino vi por la otra parte, que se sentaba con su hija Lavinia. Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino, a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia; y a Saladino vi, que estaba solo.
Y al levantar un poco más la vista, vi al maestro de todos los que saben, sentado en filosófica familia.
Todos le miran, todos le dan honra: y a Sócrates, que al lado de Platón, están más cerca de él que los restantes; Demócrito, que el mundo pone en duda, Anaxágoras, Tales y Diógenes, Empédocles, Heráclito y Zenón; y al que las plantas observó con tino, Dioscórides, digo; y vi a Orfeo, Tulio, Livio y al moralista Séneca; al geómetra Euclides, a Tolomeo, a Hipócrates, a Galeno y Avicena, y a Averroes que hizo el «Comentario del gran maestro Aristóteles».
No puedo detallar de todos ellos, porque así me encadena el largo tema, que dicho y hecho no se corresponden.
El grupo de los seis se partió en dos: por otra senda me llevó mi guía, de la quietud al aura temblorosa y llegué a un sitio privado totalmente de luz.
Canto V: Segundo Círculo - Los Lujuriosos
Así bajé del círculo primero al segundo que menos espacio ciñe, y tanto más dolor, que al llanto mueve. Allí el horrible Minos25 rechinaba sus dientes.
A la entrada examina los pecados; juzga y ordena el destino del condenado según las vueltas que da su cola.
Digo que cuando un alma mal nacida llega delante, todo lo confiesa; y aquel conocedor de los pecados ve el lugar del Infierno que merece: tantas veces se ciñe con la cola, cuantos grados él quiere que sea colocada.