El orden de la existencia

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

—Nos quedamos tres: Azalea (a la que nadie le había visto la cara, ya que llevaba siempre su pasamontañas y su capucha puestos), que es buena en combate y en infiltración, por si tenemos mañana un tropiezo con las escuadras, según me notificó Adelfa, y Aconita, miembro de las Sombreros Blancos, por si necesito apoyo técnico. Y ahora, váyanse.

—¿Lo tenía preparado y no nos avisa? Señora, no nos iremos sin usted. ¡Lucharemos todas juntas! —exclamó una de las compañeras.

—Somos pocas las que luchamos por El Cambio, si nos comparamos con el arsenal de Médula y Luz de Diamante. No sacrificaré a todo el grupo. Vivid y luchad. No lo diré más. ¡Váyanse!

—¡Buena suerte! —se escuchó entre murmullos.

Se perdieron en la nieve de la montaña, pero ellas sabían volver, ya que esta misión se preparó con tiempo para enseñar a las integrantes a orientarse sin métodos eléctricos ni magnéticos. Ya solo tocaba esperar a la mañana para desconectar el aparato y destruirlo, pues no se podía transportar, dado que para construirlo se había ascendido varias veces para montarlo por piezas y, como no había guardas en toda la montaña, subían burlando las balizas, así que la mejor opción era deshacerse del aparato; de esa manera, no podrían utilizarlos ni investigar sobre él ni sobre este clan: una pérdida y un sacrificio para un beneficio.

Llegó la hora para los grupos de ataque de Médula. La Zafiro salió del refugio. El equipo Óscar buscaba el PEMM para desconectarlo e investigarlo, mientras el equipo Eco buscaba los señalizadores para su comprobación y evaluación. Ambos ascendían lentamente por caminos diferentes. Silene iba acercándose al punto marcado en el mapa de polimerización de carbono que llevaba en la mano, y avisaba a su escuadra de la proximidad del objetivo y de la búsqueda con énfasis, ya que el aparato estaría oculto, no se sabía si bajo la nieve o por un efecto óptico.

A una distancia segura, Anturia, Azalea y Aconita veían con unas lentes como la escuadra de Silene se acercaba a la máquina y la descubría. Minutos después, una de las soldados averiguaba cómo desconectarla. En ese momento funcionaba todo.

Mientras las tres esperaban a que la escuadra Óscar se reuniera muy cerca del aparato que generaba el pulso, el equipo Eco trabajaba en la comprobación de los testigos electrónicos.

—¡Hazlo! —ordenó Anturia.

Azalea no podía evitar las dudas.

—¡Hazlo! —Volvió a oírse la voz, esta vez algo más fuerte.

Al apretar Azalea el botón de su emisor, Silene y tres de las suyas volaron por los aires junto con la máquina PEMM. Otra de ellas, mal herida por la explosión, intentaba correr, hundiéndose en la nieve, para alejarse del lugar; sin embargo, al escucharse el eco de un arma de fuego en la montaña, cayó abatida, empapando de sangre la nieve de su alrededor. La ultima de este grupo de seis intentaba descubrir de dónde procedía el disparo, siguiendo unas huellas. Pasado un tiempo, Anturia, Azalea y Aconita la vieron venir, pero no hicieron nada, tan solo observarla hasta que cayó en un cepo que le atrapó la pierna. No podía dejar de gritar cuando de nuevo otro disparo de Anturia en la cabeza acabó con ella, quedando así eliminada la escuadra Óscar.

Azalea y Aconita le reprocharon a Anturia que le pudiera el odio, y que debería haber interrogado a la atrapada.

—Siempre somos nosotras las que tememos a las tropas de El Grito. Ahora es nuestro turno, que escuchen sus propios alaridos. El sistema de posicionamiento global que llevan sabe dónde se encuentra cada una de ellas. Además, no nos hubiera dado tiempo de llegar allí y hacerla hablar. Después de todo esto tendremos que movernos rápido, porque vendrán las que faltan.

La Zafiro Eva y todo el grupo Eco escucharon la explosión y los disparos. Era el momento de hablar por radio.

—Equipo Óscar, ¿me escucha? Cambio. Equipo Óscar, ¿me escucha? ¿Alguien que hable por radio? ¡Si reciben este mensaje y no se pueden comunicar de otro modo, manden una señal o una bengala!

La unidad Eco analizó las señalizadoras y comprobó que funcionaban correctamente antes de escuchar el estruendo. Siempre tenían visual de, al menos, dos miembros cuando trabajaban o se desplazaban, y ahora Eva les informaba por radio.

—Jazmín, ven a mi posición. Cambio —ordenó la Zafiro Eva.

—Entendido —respondió la Argentum Jazmín.

Una vez reunidas en el antiguo edificio alemán de la cumbre, la Zafiro Eva le dio las órdenes a la Argentum, quien a su vez las transmitía por radio.

—Al habla la Argentum Jazmín. Nos reuniremos todas aquí, en la localización de la Zafiro.

No estaban muy lejos entre sí y, una vez juntas, Jazmín se dirigió a todas:

—Nos desplazaremos a otro edificio, que antaño estaba en la frontera de un país llamado Austria. Doy las indicaciones aquí, porque el enemigo puede tener micrófonos direccionales, interceptarnos las comunicaciones o estar escuchando por la radio, ya que ahora funciona todo.

Después de recibir las indicaciones, salieron del refugio de la cima y empezaron el descenso, buscando al enemigo que posiblemente había causado esa explosión.

El Schneefernerhaus eran unas instalaciones antiguas ubicadas en lo que antes eran los Alpes. Ahora estaban abandonadas, como todos los edificios de la montaña. Estaban situadas justamente debajo de la cima, a una altitud de 2656 m. Allí se refugiaron Anturia, Azalea y Aconita, pero el equipo Eco bajaba en esa misma dirección. Mientras las tres investigaban la base, escucharon un ruido que les hizo sacar las armas de mano. Por uno de los pasillos más largos desde el otro extremo pasaba una figura de aspecto humano a contraluz.

—¿Has visto lo mismo que yo? Voy a investigar —le dijo Azalea a Anturia.

—Cuidado. Nosotras estaremos tras de ti y a cubierto.

—Voy a utilizar mi sensor de calor.

No había pasado ni un segundo, cuando Aconita volvió a hablar.

—Azalea, se ha metido en una habitación sin salida.

Cuando la mujer de la capucha se acercó a la puerta donde creían que se encontraba esa figura, la abrió rápidamente unos centímetros para introducir por ese hueco una granada de humo. Luego, la volvió a cerrar y se separó unos metros. Sabía que fuera lo que fuese saldría de la habitación. Unos segundos después se abrió la hoja y empezó a salir humo. Entre la confusión alguien salió corriendo y se puso a disparar sin ver nada. El equipo de Anturia también. Cuando se acabaron los disparos y se disolvió el humo, dejando ver la forma de una mujer tumbada en el suelo, inmóvil, vieron que se trataba de la compañera que no pudo contactar con el grupo.

—¡Por el deísmo! ¡Hemos matado a Lantana! —exclamó desde atrás Anturia.

—¡Espera! —interrumpió Azalea con voz ronca, mientras comprobaba sus constantes vitales—. ¡Está viva! ¡Lleva chaleco!

Mientras Lantana se despertaba dolorida y un tanto perturbada, intentaba golpear a sus compañeras que estaban a su alrededor, entre ellas, la mujer del pasamontañas, que la sujetaba diciéndole:

—Tranquilízate. Somos nosotras, el grupo de las Frías, de la República El Cambio.

Cuando por fin consiguió relajarse, Lantana se incorporó y se acercó a las tres para darles un fuerte abrazo.

Todas notaron algo en la voz de Azalea que no era común. Anturia sabía por qué, pero el mal trago de esa situación no dio lugar a preguntas innecesarias.

—Pongámonos en marcha. Luego lo celebraremos —ordenó Anturia.

Las cuatro se disponían a salir de El Schneefernerhaus cuando, bajando la ladera y dejando atrás las salidas principales de la Casa de Nieve, se encontraron a gran parte del equipo Eco, que ya había descendido.

Ambos equipos se sorprendieron y tomaron sus armas, apuntándose entre sí y cambiando de objetivo, preguntándose cuál de ellos daría el primer paso o sería la peor amenaza.

—¿Dónde está el equipo Óscar? —preguntó la Zafiro Eva a voces.

Un instante después el autocontrol de cada una empezaba a perderse.

—Deberías contestarle algo ya —le susurró Aconita a Anturia.

—¡Contesta o juro que os mataré a todas, aunque con ello caigamos algunas de nosotras!

El armamento era parecido, pero las Frías estaban en inferioridad tanto numérica como estratégica.

—¡Todas muertas y algunas no han sufrido lo suficiente! ¡Sentid vuestra propia medicina! —gritaba Anturia.

—Señora, ¿quiere que nos maten?

Aconita no había terminado de decir esto cuando, como consecuencia de la explosión, los disparos, los gritos de dolor y desesperación que anteriormente se habían producido, la montaña se estremeció enfurecida, dejando caer toda su ira y provocando un alud desde la cresta hasta la base vacía. Los primeros que la divisaron fueron los miembros del equipo Eco.

—¡Avalancha! —advirtió la Zafiro Eva.


El equipo de Jazmín intentaba correr disparando sin poder apuntar con exactitud para refugiarse en las edificaciones; sin embargo, las Frías las vieron venir. Por suerte para ellas poseían los escudos que las protegían y con los que lograron amortiguar algún que otro proyectil.

—¡Disparen! ¡A cubierto! —ordenó de inmediato Anturia.

Hundiéndose en el espesor blanco, el grupo buscaba el refugio de la estructura humana mientras disparaban hacia la escuadra de Médula casi sin mirar. La oleada de nieve se precipitaba a gran velocidad. Demasiado tarde para todas. La avalancha hizo rodar a unas y enterró por doquier a otras.

 

Después del corrimiento de ese manto de nieve y de su sonido ensordecedor, hubo un silencio absoluto durante un corto período de tiempo. El grupo de Anturia había quedado enterrado al estar más cerca de las instalaciones de El Schneefernerhaus. Poco a poco, iban apareciendo empujando la nieve con los escudos; sin embargo, Aconita había rodado pendiente abajo con las mujeres de Luz de Diamante. Cuando Aconita se levantó aturdida, miró en todas las direcciones y vio a su lado dos cadáveres con uniforme. Cerca, a unos metros, empezaron a moverse algunos montículos níveos, de los cuales salían puños. Esta hembra comenzó a disparar a la primera que brotó de la nieve. Tras acabar con ella, Eva y Jazmín, más las dos que estaban ya fuera, acabaron a ráfagas con la vida de esta fémina de las Frías.

Anturia, Azalea y Lantana quedaron a unos pasos del gran techo, en la entrada de la antigua base, y vieron cómo su compañera caía a lo lejos. Esto hizo que empezaran a maldecir a gritos a la reducida escuadra de Médula.

Las cuatro restantes iniciaron la subida para enfrentarse a lo que quedaba de las Frías. Azalea subió bordeando el edificio para tener ventaja. Al verla, Eva decidió seguirla, separándose ambas de sus grupos. Anturia y Lantana se refugiaron en la Casa de la Nieve. Jazmín siguió subiendo. Cuando llegaron a la puerta, mandó a la exploradora que entrara con el arma en las manos. Al escuchar un clic, la primera tuvo que decir adiós a una pierna, quedando fuera de combate, desangrándose y sin la ayuda de sus compañeras que estaban a poca distancia sordas temporalmente. La explosión hizo que Eva y Azalea parasen por un momento, dirigiendo sus miradas hacia el lugar del cual procedía ese fuerte sonido, y prosiguiera la persecución. Ahora estaban igualadas. Jazmín y la tiradora entraron por los pasillos, dejando morir atrás a su exploradora, evitando así exponerse y ser un blanco fácil. Estando a cubierto y viendo dos cabezas que asomaban al final de un corredor, se disparaban en equis. Cuando los disparos cesaban, las cuatro cabezas dejaban de mostrarse.

—¿De verdad es esto lo que queréis? ¿Es tanta la fe que tenéis en Médula que os da igual matar a hermanas sin saber la verdad? —preguntó Lantana con un tono más elevado.

—¡Acabaré con vosotras! ¡Habéis matado a todas las nuestras cruelmente y sin tiempo para defenderse! ¡Podríamos estar todas en casa, celebrando que las balizas están en buen estado, porque las hemos comprobado y no habéis conseguido nada! ¡No sé por qué me molesto! ¡Muere!

Jazmín salió de su zona de seguridad y empezó a utilizar su arma, al tiempo que avanzaba por el corredor sin ningún miedo. Parecía que le da igual sucumbir. La tiradora la cubría desde atrás y hacía pasar sus balas cerca de esta, obligando a Anturia a esconderse y acertando en Lantana. En un último acto de valentía, Anturia apareció por la esquina, se detuvo sabiendo que le podían volar la cabeza y derribó a la tiradora. Acto seguido, se escondió. Pensó que no era hora de lamentar las muertes de sus compañeras y salió corriendo por dos motivos: el primero era que se había quedado sin munición; el segundo, la dureza en la mirada de Jazmín, que venía de frente, disparando, aunque sabía que a ese paso también se quedaría pronto sin munición. Cuando salió de la Casa de la Nieve, vio unas huellas que se dirigían a la derecha y hacia arriba. Se puso a seguirlas, deduciendo por la gran pisada que eran de Azalea y que Eva la estaba persiguiendo.

La dama que se enfrentó a ellas y que después del desprendimiento se separó del grupo tenía una piedra de color azul que relucía en cada hombro de la chaqueta del uniforme como un zafiro.

—¡Te encontraré! —vociferaba Jazmín por el corredor.

Mientras Anturia subía de nuevo la montaña, Jazmín salía de la instalación para llamar por radio, pero comprobó que no tenía nada con lo que comunicarse, ya que gran parte del instrumental que llevaban las señoras de ambos bandos se perdió en el alud. Como no había huellas que pudiera seguir, decidió bajar a la casa El Descanso del Cerro en Grainau, siguiendo las referencias que vio en la subida, un mapa y la brújula que ahora sí funcionaba.

De la escuadra Óscar del pelotón que servía a Médula quedaban Eva y Jazmín, mientras que del grupo de las Frías, de la República El Cambio, solo estaban Anturia y Azalea.

Después de seguir durante un buen rato las grandes huellas de Azalea, Eva observó que estas se perdían como si las hubieran borrado con una rama. En la subida miró al frente y vio dos rocas, una a cada lado, de la altura de un pequeño árbol, por cuyo centro cabrían poco más que varias personas. La Zafiro Eva avanzaba atenta y cargada. Tras pasar el montículo de la derecha apuntó por si se encontraba a la más fuerte de las Frías, pero no había nadie. Antes de que le diera tiempo a mirar hacia el otro lado, Azalea le intentó disparar, pero se le encasquilló el arma y, sin pensarlo dos veces, saltó sobre ella golpeándola con la empuñadura de la pistola y derribándola. Eva cayó de bruces, pero tan pronto como su cara tocó la nieve se dio la vuelta y empezó a defenderse.

Azalea logró estrangularla e inmovilizarla con las técnicas de entrenamiento cuerpo a cuerpo SAL (Sistema Anatómico Lógico), un medio de combate de esta era, quedando ambas sentadas en el manto blanco. Con una de las manos que le quedaba libre, la mujer con más rango del pelotón de Luz de Diamante sacó una hoja de cuchillo de 8 centímetros de largo con un hueco para el pulgar de uno de sus bolsillos camuflados del pantalón y se lo clavó en el muslo a la poderosa mujer que servía a la República. Esta se puso a gritar, aflojando la inmovilización del cuello. Entonces, Eva aprovechó para lanzarse y volcar a Azalea, quedando tumbada encima de ella con la punta del cuchillo cerca de sus dientes apretados y empujando con las dos manos. Durante el forcejeo logró quitarle rápidamente el pasamontañas con una mano, mientras con la otra utilizaba todas sus fuerzas y su odio para clavarle el cuchillo y acabar con su vida.

Tal fue la sorpresa al ver que se trataba de un varón adulto con barba de una semana que, por un momento, perdió las fuerzas, instante que este aprovechó para liberarse un poco y decirle a Eva:

—¡Mi nombre como hombre libre es Aspen. Recuérdalo, aunque me mates, porque llegarán muchos más!

—¡Yo puedo portar, mantener y alimentar a un embrión. ¿Y tú?!

—¡Dar la vida!

—¡Sois la peor plaga que tiene este mundo! —sentenció Eva con rotundidad.

Mientras sus manos permanecían ensangrentadas por intentar que el cuchillo no se hundiera en su rostro, Aspen escuchó algo. Ambos miraron a la vez, girando las cabezas hacia el mismo sitio y vieron como una criatura de unos 4,5 metros de altura, cuadrúpedo y lanudo salía de detrás de unas grandes rocas que había cerca de ellos. Aspen giró a la mujer que tenía encima, la golpeó con su puño en la cara, dañándola levemente, y echó a correr montaña abajo. Conforme Eva se ponía en pie, veía venir a esta bestia de ocho toneladas y cuando va a embestirla, ella se giró y la esquivó a la vez que volvía a coger su arma. La bestia frenó, necesitando mucho terreno, y se dio la vuelta. A pesar de sus enormes colmillos en curva ascendentes, su envergadura y su velocidad para moverse, esta señora no se movió. No se sabía si por las sustancias químicas o por la radiación de las antiguas guerras había aparecido de nuevo un M. Primigenius; de hecho, hasta el momento era el primero. La bestia volvió a embestir y Eva, quedándose quieta, iba descargando todo su cargador, mientras esta se le acercaba corriendo. Cuando parecía que la iba a matar, la fiera cayó ante sus pies y Eva exhaló.

Llegó un momento en el que Aspen y Anturia se encontraron. Aspen le explicó que si Eva seguía viva, bajaría pronto y le preguntaría por Lantana. Anturia movió la cabeza y echó la mirada al suelo, dándole a entender que había muerto. Al ver la herida sangrándole, le preguntó si se encontraba bien, pero él no le dio importancia. Entonces comenzaron a bajar juntos, apresurándose en buscar refugio en El Schneefernerhaus, que otra vez estaba vacío. Buscaron la mejor estancia para descansar. Eva bajaba sigilosa y atenta a posibles sorpresas, ya que había tenido dos bastante difíciles de digerir. Los dos grados bajo cero de temperatura empezaban a calarle. Además, tenía el uniforme roto por el roce del cuerno de la bestia; sin embargo, al final vio que podría quedarse en una de las casetas laterales de la edificación de la Casa de la Nieve, sin tener que enfrentarse en su estado con lo que quedara de las Frías.

Aspen y Anturia disfrutaban de un poco de tranquilidad. Se abrazaban y respiran profundamente.

—Aspen, eres parte de la cura de este sistema. Eres más valioso que yo. No oses más.

—Lo hice para alejarlas de vosotras, pero por lo que he podido comprobar lo único que conseguí fue atraer a la que tenía más rabia. No perdamos más tiempo. Busquemos con cuidado cualquier cosa a modo de colchón y mantas para pasar la noche. Haremos guardias de hora y media. Si uno se cansa antes, avisa al otro, ¿de acuerdo? No podemos quedarnos dormidos los dos. No sabemos qué puede abrir esa puerta esta noche.

—¡Por El Cambio! —dijo Anturia—. De acuerdo, pero después me tienes que contar todo lo que ha pasado ahí fuera.

Aspen encontró por los alrededores unas colchonetas mínimamente higiénicas. Las sacudió y le dijo a Anturia que se tumbara. Esta se echó, tapándose con ropas que había encontrado por allí. Él se quitó su chaqueta, que simulaba roca y nieve, y la tapó.

—Por ser caballero no morirás en la batalla, sino de frío por servir a una mujer —le advirtió Anturia.

—Apunta a la puerta y a todo lo que veas entrar, que no avise, le das muerte.

—¿A dónde vas?

Aspen salió de la habitación sin decir nada.

—¡Hombres! —dijo para sí Anturia.


Aspen le quitó la chaqueta llena de sangre a la mujer que perdió la pierna y que murió desangrada en la entrada. Cogió también lo necesario para tratarse y volvió con Anturia, avisándola antes de entrar. Se exploró la herida y se dio cuenta de que estaba a salvo, ya que no había tocado la arteria femoral, y se hizo una improvisada cura. Comieron las sobras de unas raciones que llevaban para la misión y él le explicó lo ocurrido con la bestia. A ella le costaba creerlo, pero la radiación y las sustancias de antaño podrían haber mutado en especies que, en cuestión de siglos, darían lugar a criaturas adaptadas.

Aspen sacó un frontal de luz pequeño y se lo colocó en la cabeza, diciéndole a Anturia que sería él quien haría la primera guardia. Ella trataba de hacerle ver que estaba muy fatigado y que había perdido algo de sangre, pero él insistió. Llegó la siguiente guardia y se turnaron, así hasta que cayó la noche. El macho encendió la luz de su frente y ella, dormida, se estremecía de frío. Anturia se desveló y animó a Aspen a que se metiera debajo de las ropas que hacían la veces de mantas.

—Calienta mi cuerpo con el tuyo —le sugirió Anturia.

—Dejaré la luz a la mitad para no llamar la atención al lado de la improvisada cama, apuntando hacia la puerta y el arma cerca.

Los dos sabían que no era el momento de pensar en otros deseos fisiológicos y se acostó con ella, echando ambos todas sus ropas encima y se abrazaron, quedándose casi desnudos debajo.

—Te contaré la historia de mi nombre para que no te acuerdes del frío. Algunos hombres que vivimos en constante alerta y sin poder confiar en nadie, nos tenemos que unir a grupos rebeldes de la República El Cambio para sobrevivir. Pero otros tienen que pasar por mujeres, porque cualquiera te puede traicionar. Nos ponen nombres de flores de Bach, para recordarle al mundo la parte buena de nosotros; en mi caso, Aspen significa que los que están cerca sienten menos miedo y transmito sensación de seguridad.

Aunque Aspen ya había mostrado con anterioridad su naturaleza real a Anturia, esta declaración no la conocía, todo esto sin quitarle ojo a la salida e intentando no perder la concentración. Con el paso del tiempo, ambos acabaron calentándose y relajándose, hablando en susurros para poder oír otros sonidos. Aspen, sin intención ninguna, empezó a excitarse y ella lo notó.

—Será mejor que me levante y haga la siguiente guardia, aunque desearía quedarme aquí caliente —dijo Anturia.

—Será lo mejor. Así dormiremos algo, pero tenemos una cosa pendiente.

 

Anturia esbozó una sonrisa, pero no pronunció palabra. Al levantarse, él vio su cuerpo de espaldas en la penumbra semidesnudo. Intentaba pensar en dormir, pero la imagen de esa bella dama y la alerta de posibles incursiones en su improvisada guarida no le dejarían hacerlo. Anturia se cubrió, cogió una vieja silla, su defensa y se sentó pegada a la pared a pocos pasos de la puerta.

Aun sin tener recursos, porque la avalancha los esparció y los enterró, Eva tuvo suerte al encontrar en su escondite lo necesario para arreglar su uniforme y pasar la noche sin frío ni hambre, ya que encontró una ración de Bactfi (barras de activación física, con siete porciones, una para cada día, dejadas de fabricar por producir úlcera al completar la semana). Ella era fuerte y después de semejante desgaste físico y psíquico podía aguantar una noche sin alimento; sin embargo, conforme iba pasando el tiempo, se dio cuenta de que no era así. Tuvo que utilizar una porción de aquella barra y guardarse el resto. El tema de la sed lo resolvió rompiendo carámbanos y deshaciéndolos.

En cuanto la claridad del día elevó la luz de la habitación, Aspen y Anturia salieron de las estancias, más o menos descansados, y comenzaron el descenso. Ella cogió su radio para llamar a algún miembro de su grupo o al cuartel, pero no recibió respuesta. Después de insistir tres veces sonó por la radio una voz no reconocida por ellos, que decía:

—¡Os encontraremos y acabaremos con vosotras y con los hombres!

Desde el cuartel le comunicaron que apagara la radio inmediatamente, orden que ella acató, no sin antes contestar:

—No sabéis nada. La solución a vuestra tiranía es la guerra que está por llegar. Seréis legión, porque sois muchas, pero ya has visto cómo tu pelotón ha quedado reducido.

Tras pronunciar esas palabras, Anturia apagó la radio.

—Prometo no hacer nada para enfadarte —exclamó Aspen mirándola fijamente.

—Esté usted tranquilo, mientras no me traicione. Debemos proseguir y buscar alimentos guardados en ciertos puntos que tenemos marcados en el mapa, en la ruta de vuelta al lago Eibsee, donde está escondida una de nuestras bases temporales.

Se acercaba una ventisca; de hecho, la pareja iba a paso más lento, sin pararse, por si tras ellos hubiera la posibilidad de algo o alguien los amenazase.

Eva salió de su madriguera más tarde que ellos. Necesitaba recuperar algo más que la pareja por el principio de hipotermia que empezó a padecer antes de entrar. Al rato se resguardó entre las rocas y esperó un poco a que la ventisca amainara. Aprovechó esta parada para utilizar su radio.

—¡Al habla Eva, equipo Eco! ¡Contesten, cambio! ¿Equipo Eco, están ahí?

—¡Aquí Jazmín, cambio!

—¡Me dejaste sola! ¡Espero que tengas una muy buena explicación, cambio!

—Afrontaré mi castigo, pero ahora le mandaré apoyo, cambio.

—¡Ni se te ocurra! Bastantes han muerto ya. Espérame en El Descanso del Cerro. Cambio y cierro.

Esta Argentum tenía en su poder la radio de una de las Frías, que cogió de un cadáver cuando bajaba el día anterior. Tenía la frecuencia del grupo de Anturia y, cambiando la onda, se pudo comunicar con Eva.

La Argentum Jazmín llegó a la casa de piedra a mediodía. Fue recibida por la pequeña Gerbera, que la hizo pasar. Adelfa también la saludó. Acudió a las pantallas para averiguar dónde estaban y todas las que quedaban vivas, tanto si eran amigas como enemigas, diferenciándolas por puntos verdes y rojos; en este caso, solo se veía un punto verde, así que supuso que sería Eva. Ahora tocaba esperar.

No se entendía por qué no se había dejado ningún efectivo en esa casa cuartel para la comunicación de novedades y la orientación. Quizá no esperaban ese golpe tan fuerte a las escuadras de Médula.

Se despejaba el día. El viento iba desapareciendo y todo se hacía más visible. Aspen y Anturia llegaron al embalse Eibsee. Él se colocó el pasamontañas y se tapó la cabeza con la capucha de la chaqueta, pues a lo lejos divisaba a compañeras del campamento, que esperaban a la entrada para acompañarlos rápidamente y atenderlos. Una vez dentro, se presentaron ante Cerasifera, una jefa de esta nueva revolución (no sabemos por qué esta hembra tiene el nombre de una flor de Bach cuando suelen ser los hombres libres que se unen a las revueltas los que los llevan).

—¡Por El Cambio! —saluda Anturia firmemente y con respeto.

—Siento mucho la pérdida de tus compañeras. La misión ha sido un éxito. Ahora Médula cree que no nos ha dado tiempo a manipular las balizas, cuando en realidad trabajan en nuestro beneficio, sin hacer sospechar al régimen de Luz de Diamante.

La comparación menos compleja sería como ponerle un bucle de vídeo a una cámara que está monitorizando un vigilante para que no vea lo que está pasando en realidad.

—Al menos, le dejamos impreso a Médula que la República El Cambio, aunque sea desconocida para ella, pronto empezará a hacerle daño.

—Ahora descansad. Más tarde nos sentaremos y haremos los informes.

—Gracias, señora.

Un rato después, Eva llegó al hogar El Descanso del Cerro. Jazmín, que la estaba esperando a unos pasos de la puerta, vio el uniforme remendado y el aspecto de abatimiento de su superior.

—¡X por la unión! Señora, ¿necesita ayuda?

—¿Sabemos algo del grupo que nos atacó? —preguntó Eva rápidamente.

—Entremos y contestaré a todas sus preguntas.

Adelfa salió al encuentro de ambas e hizo gestos para que entraran. Viendo el estado en el que se encontraba Eva, intentó ayudarla cogiéndola del brazo y pasándoselo por encima de su cabeza para sujetarla. Sin embargo, Eva se sacudió para que no pudiera colocárselo y le dio las gracias diciéndole que no necesitaba ayuda.

—Ya lo he intentado yo —le susurró Jazmín a Adelfa.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Gerbera al verla entrar en la casa.

—Luego te lo cuento —contestó la Zafiro sonriendo.

Eva se sentó delante de la chimenea y Jazmín la puso al día, sin que la madre y la hija pudieran escuchar demasiado.

—Señora, fui en su busca, pero perdí su huella y, al verme sin comunicación, decidí volver aquí; sin embargo, durante el camino de vuelta encontré un comunicador para hablar con usted. El equipo que nos atacó, según mi investigación y la de Teufelsberg, se hace llamar las Frías y parece pertenece a una organización más grande: la República El Cambio.

Adelfa pudo escuchar algo. Entendió que Médula había recibido su primer golpe, y miró a Eva.

—Señora, no eran leyendas. Esa criatura existía y ha matado a casi todo mi equipo, pero ya podrán dormir tranquilas —aseguró Eva.

La Zafiro pensó que debería haber dejado a alguien, por si esa madre se comunicaba mientras estaban en la montaña, pero al no tener pruebas de su conspiración, no podía actuar contra ella.

Adelfa le dio las gracias, sin creerse que se encontrarían con una criatura y mucho menos que esta hubiera matado a tantos miembros de un equipo bien entrenado, porque no le habían dado esa información todavía. Eva ordenó a Jazmín que avisara de que trajeran personal para transportar todo el material de la casa y pilotar la Amphibius. Cuando las tropas de El Grito aparecieron en El Descanso del Cerro, Eva dejó colocados el micro y la cámara en la casa, y se marchó, no sin antes decirle a Adelfa:

—Presiento que nos volveremos a encontrar.

El primer combate entre El Cambio y la organización Médula, manipulada por Luz de Diamante, se había saldado con la pérdida de dos integrantes de las Frías y la aniquilación casi completa del pelotón de la Zafiro Eva.