El orden de la existencia

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Capítulo 3
LA HUIDA DE LOS SOMETIDOS

Hoy es el mañana del que ayer estuvimos hablando. Sabiendo parte del pasado de Luz de Diamante, entenderemos su actuación en el presente. Remontémonos para ello a la gestación de los trillizos. Esperanza, madre de Noeva (Sieva, Luz, Luz de Diamante o El Grito) y también de Elel e Ídem, tenía un don para hacer crecer las plantas y para la pintura realista. Sin embargo, al principio de su embarazo sintió el mal en su interior y lo detectó por el marchitamiento de los jardines que cuidaba y por la incoherencia de las pinturas en sus lienzos. Decidió engañar a su marido, Temper, convenciéndole de que tenía una enfermedad contagiosa que hacía peligrar su vida y la de sus hijos, por lo que se iría durante los ocho meses restantes con su hermano, que era médico, a Nueva Zelanda para que los curara. Allí alumbró con la ayuda de su hermano. Cuando tuvo a los tres recién nacidos ensangrentados y sucios de placenta en su pecho, dos de ellos estaban llorando y ella tocó al que no lo estaba. En ese preciso instante, tuvo una visión futura de esta pequeña criatura, en la que vio la intención de asesinar a su padre cuando esta alcanzara la edad adolescente.

Esperanza decidió mantener en secreto a Elel y a Ídem a cargo de su hermano y llevarse el mal a casa, con la intención de poder enmendar o cambiar esa visión, así que volvió con su hija a Berlín. Temper lloraba la pérdida de los dos pequeños, mientras se llenaba de regocijo al ver al bebé que traía la madre. Esperanza mandó alguna que otra foto de Noeva a su hermano en Oceanía, para que Elel e Ídem conocieran a su hermana, pero su tío les dijo que sería lo único que conocerían por motivos de seguridad. Lo que nadie esperaba es que Noeva robara el diario de Retra, su ancestro, de entre los documentos bien atesorados de su madre. En él se dilucidaba el odio de su antepasada hacia los hombres por diferentes situaciones que poco a poco la habían ido convirtiendo. Su padre, un hombre de alto mando, severo y estricto en la disciplina, era muy poco flexible, tanto que obligó a su hija Noeva a seguir la carrera militar con catorce años. Al no querer seguir ese camino, ella se intentó suicidar cortándose las venas, pero se quedó ahí, en un intento. Cuando le preguntaban, decía que había sido un accidente, rompiendo una ventana; de hecho, decidió no contarle la verdad a nadie.

Con quince años, Noeva vio llegar a su padre a casa un día de desastre militar en unas maniobras con explosivos. Al parecer, había perdido a parte de las militares que tenía a su cargo. Su mujer Esperanza lo intentaba consolar y le pedía que dejara a su hija seguir el camino que quisiera. Sin embargo, la conversación se empezó a torcer, llevando a Temper a levantarle la voz. En uno de los zarandeos, Temper cogió a su mujer por los hombros y esta cayó por las escaleras perdiendo la vida, todo ello en presencia de Noeva, que se había acercado al hueco de la puerta al escuchar las voces. Temper le explicó a su hija que había sido un accidente y ella se guardó ese odio sin decir nada del homicidio, pero más adelante le sería imposible dejar de atormentar a su padre:

—Sé que tú lo hiciste.

—¿Qué quieres que haga? —¿preguntó el padre desesperado—. Ojalá hubiera vuelta atrás.

—¡Que te mueras! —contestó ella.

Un día Noeva iba decidida a matar a su padre con un cuchillo de cocina, pero cuál fue su sorpresa cuando al entrar en su habitación, se lo encontró sentado con su arma en la sien a punto de.

—¿Quieres hacerlo tú?

—Para algunos, el suicidio es un acto de cobardía, pero para mí será el único acto de valentía que habrás hecho en tu vida —sentenció Noeva, mirándolo con frialdad.

Acto seguido, Temper disparó y se quitó la vida, salpicando de sangre la ropa de su hija y dejándola huérfana.

El motivo de que Noeva adoptara el nombre de Sieva tenía que ver con la antigua religión cristiana. Pensó que en esa religión Noeva era igual que decir No a Eva, la primera mujer que desobedeció las órdenes del supremo y que sacó a Adán del Paraíso, por lo que Sieva para ella era Sí a Eva.

Con dieciocho años se tatuó en las heridas que ella misma se había producido una mujer militar sometiendo a un hombre en cuadrupedia, encadenado por el cuello y tirando de él como un si de un perro se tratara. Cuando cumplió los veinte, tres soldados varones intentaron abusar de ella. En su lucha por soltarse, golpeó a uno de ellos. Estos le clavaron un cuchillo en el interior del muslo y echaron a correr, mientras ella se quedaba desangrándose. Por suerte, lograron recogerla a tiempo. Esto acabó con la sanción y la expulsión de los tres, pero ese castigo no era suficiente para ella, que seguía acumulando ira, así que se volvió a inyectar tinta bajo la piel con el símbolo de la mujer tres veces en la herida.

Cuando se enamoró a los veinticinco, ya tenía un rango alto y el Aurum Bios, uno de los pocos hombres que quedaban en el ejército, acataba sus órdenes; sin embargo, a los dos años de relación, él la engañó teniendo una aventura con otro hombre civil. Ella lo descubrió e invitó a Bios a dar un paseo nocturno por el puente de Oberbaum en Berlín y lo arrojó al fondo, no sin antes haberle clavado una aguja con veneno, que más tarde sería reabsorbido, siendo indetectable para las investigaciones de la seguridad científica interna. Hubo un forcejeo en el que Bios, en un intento por no caer al río, la cogió del collar, haciéndole una herida profunda en el pecho, pero tanto el collar como él acabaron perdiéndose en las aguas del Spree. Decían que había sido un accidente, por lo que abrieron una investigación de la cual ella salió impune. Cuando la herida sanó, se dibujó el símbolo de la mujer y el hombre mezclados de la siguiente forma: un círculo central del que salían tres rectas a 120 grados, con las puntas de flechas del símbolo del hombre y en mitad de las rectas la raya transversal que define a la mujer más una X en el centro de su orgulloso cromosoma.

Era lógico que, después de leer el diario y sentir lo tortuosa que había sido la vida con los hombres de su antepasada y de ella misma, sin ningún tipo de ayuda psicológica, la moral y la ética de las que la rodeaban, ningún hombre en quien confiar y huérfana a los quince, quisiera eliminar la enfermedad de este mundo que para ella, y ya en esta época para muchas, era el macho de la raza humana.

La vida en el planeta se dividía en muchos pensamientos: ¿Por qué llegamos a ser así? ¿Por qué quieren un mundo de viudas? Así pensaban las hembras de la República El Cambio, que vivían clandestinas para poder llegar a la fuente de Médula, intentando convertir a las civiles bajo el mandato de ese gobierno, además de forzar a traiciones a las militares, todo ello utilizando algunas de las propias armas del sistema, tales como las drogas, entre ellas «Quitan» (droga que el régimen introducía mensualmente a las mujeres diciéndoles que eran analíticas para el control de la población, y que suprimía el deseo sexual con repulsa hacia los hombres), y «Dan» (droga ilegal que provocaba el orgasmo y alivia esta necesidad biológica).

Sabían que el control de la libido podía hacer que el mundo se tambalease. Por eso, luchaban física y mentalmente para hacer que las mujeres entraran en razón y dejaran que la vida siguiese su curso natural, además de intentar derrocar a esa dictadura que se ha ido implantando poco a poco.

¿Por qué los hombres tenían la culpa de todas las desgracias del planeta? ¿Por qué las mujeres habrían de cuidarlo mejor?

Algunos hombres debían ir camuflados como mujeres entre los grupos de la República, mientras que otros varones cambiaron de sexo para poder ascender en la jerarquía de la rebelión.

La religión en este ciclo era una variante del deísmo, que defendía la existencia de un solo creador del universo sin la ayuda de la divina providencia. Aunque no era habitual pedir a un supremo u ofrecer plegarias, siempre había algún que otro santuario de libre entrada para meditar, con un altar y una gran esfera de cristal que simulaba en su interior el universo en movimiento.

El sistema monetario se había perdido y en su lugar se había implantado un sistema de acumulación de puntos de privilegios: a mayor trabajo para la sociedad, ya fuera en servicio o en productividad al gobierno o al ejército, mayor sería la posibilidad de tener bienes, sobre todo las militares, las ciudadanas de Berlín y las mujeres calificadas por la dictadura como de rango 8-10 que decidieran ser madres. En esos beneficios entraban el préstamo o la ganancia de por vida de algunos artículos o servicios, con leyes que las obligaban a contribuir, asegurándose así tener lo necesario para vivir.

A la vez que se contaminaba el agua, se impuso la prohibición de cambiar de sexo, aunque realmente daba igual. Si algún hombre lo hacía de manera clandestina, tendría el mismo porcentaje de morir que cualquier otro, porque aunque su aspecto fuera el de una mujer, seguiría conservando su cromosoma Y. Tan solo alguna hembra que estuviera bajo el mandato de Médula y se escapara para buscar a la República o fuera miembro de esta, lo podría hacer. Para las madres, la mejor opción de ese régimen era seleccionar los espermatozoides con el cromosoma X para tener siempre hembras. Había ciertos experimentos que permitían mejorar la especie con mujeres de entre 18 y 28 años mantenidas como meros recipientes con sistemas artificiales, como comas inducidos. Estas mujeres eran desechadas a los treinta años, independientemente de los años que hubieran estado en este letargo, para que no causaran problemas. Todo esto provocaría traiciones y revueltas más adelante. El número de machos estaba controlado. Si nacían machos alfa, estos vivirán en cautividad y siempre en secreto. A la madre la engañaban, mostrándole un escaneo de su interior y en el parto la sedaban y decían que la hembra había muerto, para llevarse al neonato a El Nido con las Criadoras.

 

No podía haber fallos o la población despertaría de ese control, derrumbándose ese castillo de naipes. Al comprobar que un feto tenía problemas físicos o psicológicos, procederían como siempre, con mentiras, teniendo que darle la medicación para la expulsión del feto por salvaguardar la vida de la madre.

La finalidad del pensamiento de Médula era conseguir con la tecnología de esa era una célula que fecundara a la mujer sin necesidad de un hombre. Probaron con la clonación, pero comprobaron que además de malformar el embrión, habría problemas en determinados momentos de su desarrollo a nivel físico, psíquico y orgánico. La máquina de clonación que utilizó Sieva fue destruida por mandato de ella, para que no pudiera volver a utilizarse por motivos de su propia seguridad.

Al parecer, Médula había retirado archivos de visita pública, de palabras o frases que llevaran a un entendimiento que hiciera apología machista. Cualquier comentario o palabra de este tipo estaba mal vista, se consideraba una falta de respeto. Resultaba irónico, ya que Luz y Médula hacían apología Nazi con su dictadura y la sospechable ascensión de graduación de las hembras caucásicas y no de otras razas, por no hablar de la injustificada modificación del inglés y el alemán como lenguas por llevar a la humillación de la mujer con palabras o frases que aparecían en los antiguos escritos.

21 de marzo del año 3011 (en la antigüedad, Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial). Bildungsstätte (centro educativo), Berlín.

Los Sometidos vivían en lo que en el pasado hubiera sido un complejo hotelero llamado ahora La Zona. Controlados desde torretas armadas como en una cárcel, con descargas eléctricas y la vigilancia de las Firmes, estaban bien alimentados, se les obligaba a hacer deporte y disfrutaban de su tiempo de ocio básico. Sus mentes habían sido borradas, con un intelecto justo. Había 10 de ellos y cerca estaba el otro pabellón, El Nido.

Como todas las mañanas, desayunaban en sus dormitorios, donde se les abastecía de una bolsa de alimentos personalizados según su genética por unos conductos que iban desde la cocina hasta la pequeña puerta por donde los recibían. Un sonido y una luz les indicaban que ya lo tenían a su disposición. En ningún momento existía contacto visual con las guardias, solo en el caso de contención. Después había entrenamiento al aire libre, siempre y cuando las condiciones meteorológicas acompañaran, con constantes consejos y supervisión por megafonía, guiados por mujeres profesionales que desde el puesto de control visualizaban y supervisaban las rutinas de los Sometidos.

Antes del almuerzo, disponían de su tiempo de ocio, pero todos los conocimientos que pudieran adquirir a través de sus PV (Profesor Virtual) o máquinas holográficas o no de pequeño tamaño, estaban restringidos. Luz y Médula no querían que existiera la más mínima posibilidad de escape por pensamientos confundidos y para no dañar a los especímenes. Ambas pensaban que las personas que estaban contentas y felices no causaban problemas.

Adán, un macho de 33 años, de 1,80 cm de alto y aspecto atlético, estaba con tres del grupo en una mesa del exterior, con ropajes anchos, frescos y blancos al lado del río Havel. La temperatura era agradable. El sol se proyectaba sobre la sombrilla y bajo la sombra jugaban al moderno Alquerque (juego de Damas). Siempre ganaba Adán, a quien de vez en cuando se le venían a la cabeza preguntas para las que sus hermanos (así se llamaban entre ellos) no tendrían una respuesta que satisficiera su curiosidad.

—¿Sabéis por qué yacemos con mujeres cuando nos llaman y nos realizan pruebas cuando quieren? —les preguntó Adán.

—¿Por qué preguntar nada? ¿No tienes todos los placeres y necesidades cubiertas? —le planteó Abel, como si estuviera sumido en la más profunda perplejidad.

—Yo vivo bien. Nunca me he hecho esa pregunta —intervino Goliat.

Yunke, que era de raza negra, tenía que existir igual que un hermano amarillo para que perdurara la especie negra y amarilla de mujeres, pero a bajo nivel y con la supervisión estricta de Médula.

—Una vida de calidad es la mejor opción, la que he tomado —comentó Yunke.

—Yo necesito que me respondan a preguntas que ustedes no van a poder contestar. Díganme, ¿tienen recuerdos de cuando vinimos aquí? Además, tengo la sensación de haber sido pequeño, es decir, de haber tenido una infancia, aunque no guarde ninguna reminiscencia. ¿Qué hay más allá de los muros y alambradas? Nos dicen que éramos un experimento de clonación masculina, que no somos los originales y que La Zona es nuestro mundo, pero seguimos sometidos a unas normas que ellas, que no sé quiénes son ni cómo han llegado a esto, nos han impuesto —se preguntaba Adán, en un claro intento de alentar a los demás.

—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Abel.

—¿Cómo podemos ayudarte?

—Yo también quiero saberlo, ahora que has abierto mi apetito de curiosidad.

—Pensaré en algo, pero ya sabéis lo que ocurre cuando alguno de nosotros hace algo fuera de las normas —les recordó Adán.

Caía la noche y Adán pensaba en su cuarto que el único contacto que tendría con las Firmes y algunas Cristales sería únicamente cuando lo llevaran a tener descendencia o a tener placeres con su cuerpo. A la mañana siguiente se reunieron los cuatro en el mismo sitio y mientras Adán ganaba una y otra vez al Alquerque, les iba explicando el plan que tenía en mente. Segundos después llamaron a Goliat. Este se levantó y fue hacia una habitación hermética con dos puertas. Hasta que una no se cerrara, no se abriría la otra. Entonces, las Firmes lo cogieron y lo llevaron al Hogar de los Cristales.

Conforme lo sacaban del centro educativo La Zona, él seguía las instrucciones de Adán e iba observando todo lo que podía ser de utilidad, como los sistemas de seguridad, el armamento de las Firmes y demás. Lo llevaron hasta las estancias de Luz, custodiado en todo momento por dos de las guardias con varas eléctricas, que se mantenían a una distancia prudencial. Depositó su PV en la entrada y pasó los controles de seguridad, análisis de enfermedades e higiene. Allí estaba ella, entre cojines gigantes, tumbada tomando vino de arroz, en ropa interior de fibra natural, la cual dejaba ver parte de la piel de la más grande entre las mujeres.

—Buenas, mi señora Luz.

—Túmbate a mi lado. ¿Quieres beber o comer algo?

—Estoy bien, señora.

Luz empezó a abrirle la camisa por el cuello y a palpar sus poderosos pectorales. A él se le aceleraba la respiración. Ella seguía acariciando el pelo de su cabeza con una mano, mientras le cogía el mentón y le giraba el cuello para besarlo, humedeciéndole antes los labios con el sake que tenía en su copa de cuarzo.

—Ponte de pie y desnúdate lentamente —le ordenó ella.

Él obedeció sin auténticas objeciones internas y ella reguló la gravedad de la sala para que sus cuerpos levitasen. Al ver el cuerpo hercúleo del superviviente sometido, Luz se desnudó también. Luego, se acercó y sintió suspendidos en el interior de esa sala de espejos y proyecciones de naturaleza, llena de bosques, ríos y montañas. Cuando la temperatura de la morada se elevaba, unos aspersores lanzaban agua para refrescar los cuerpos. Ambos se miraban en los espejos que había repartidos por las paredes, techos y suelos de la sala, sin percatarse de que unos pequeños ojos los observaban desde una esquina; de hecho, cuando parecía que todo iba a acontecer para el disfrute de ambos, Luz de Diamante separó su cuerpo del macho.

—¿Acaso he hecho algo mal, dama Luz? —pregunto Goliat, algo sorprendido.

—No es por ti —respondió Luz, mientras él trataba de acercarse para abrazarla—. Ni se te ocurra —le advirtió ella de manera tajante.

Goliat se quedó inmóvil, pero debía sacar toda la información posible para ayudar a Adán y los demás, aun arriesgándose a posibles descargas eléctricas. A Luz, que apenas cedía su confianza a nadie, y menos a un hombre en su base, se le quebró la fortaleza que demostraba ante todos y por una vez Goliat la vio inmersa en un pensamiento perdido. No quería que él ni las Firmes vieran esta dudosa actitud, así que echó a las guardias fuera de la habitación y estableció de nuevo la gravedad en un punto parecido al de la luna.

—Señora Luz, con su permiso me gustaría decir algo antes de salir —manifestó una de las Firmes.

—¡Habla!

—No delante de él.

—Acércate.

Esta se acercó a Luz y le dijo al oído que se encontraría desprotegida y vulnerable ante tan colosal monstruo masculino.

—Acata mi orden. Y ahora, salid. Entiendo el riesgo y le agradezco la preocupación.

—¡X por la unión! —gritaron las Firmes antes de salir del aposento y quedarse detrás de la puerta.

—¿Tienes algún deseo de hacerme daño? —le preguntó Luz a Goliat, mirándole a los ojos.

—No, mi señora. Usted me ha dado todo lo que conozco. ¿Por qué habría de pensar en tal abominación?

Luz le ordenó con menor dureza de lo habitual que se vistiera y se sentara, mientras ella hacía lo mismo. Luego, le sirvió una copa y se volvió a llenar la suya.

—Bebe —dijo Luz.

Después de un corto espacio de tiempo para que él se bebiera un tercio de la copa y ella cuatro quintos de la suya, Luz empezó a preguntar.

—¿La respuesta que me has dado antes ha sido sincera o estaba, por el contrario, bajo la influencia del látigo?

—Totalmente sincera, dama Luz —respondió Goliat sin dudarlo.

Él se quedó perplejo al contemplar la actitud de ella. Quería aprovechar el estado de embriaguez, pero para ello debía ser muy sutil, dado que si ella notaba el cambio de sumisión por el de pesquisas, sería nefasto. Luz se volvió a llenar la copa y le obligó a que se terminara la suya. Goliat, al que no le solía circular el alcohol por la sangre, solamente en los encuentros esporádicos con Luz, se sentía un poco embaucado por los efectos de este y también comenzó a desinhibirse.

—Te lo preguntaré por última vez. Teniéndoos entre alambradas y dándoos algún que otro castigo físico o psíquico, y sabiendo que esas órdenes y normas vienen de mí, ¿no has deseado en ningún momento hacerme daño y salir de La Zona?

—A la primera parte de la pregunta, no, señora. Siento que usted es mi protectora, y si tenemos un castigo, será porque nos lo merecemos. En cuanto a la segunda parte, el poder de la curiosidad hace que quiera ir más allá, pero no es más fuerte que el amor que proceso por usted, mis hermanos y La Zona.

A continuación, una de las Firmes se acercó a Sieva y ella la miró extrañada, ya que les había dicho que se quedaran tras la puerta; de hecho, antes de que pudiera acercarse más y susurrarle al oído ninguna palabra, le gritó con voz ebria y enfurecida:

—¡Fuera! ¿Qué es tan importante para que me importunéis de este modo? ¿Acaso habéis encontrado a Eva o El Cambio ha roto las fronteras de Teulsferberg aquí en Berlín?

—Señora, no siga hablando. Escuche… —intervino unas de las guardias de la puerta.

—¿Te atreves a darme órdenes a mí? ¿Quién crees que está guiando el mundo por un camino que nos llevará a la paz y la armonía? —interrumpió Sieva.

—¡Sin quitarle el respeto que por mí se merece, cállese y escúcheme o máteme. Solo iba a decirle que en su estado se estaba dejando llevar por las emociones, y dando demasiada información nada más y nada menos que a un Sometido, pero ahora por culpa de lo que yo llamo un arrebato de autoridad a causa de la bebida acaba de tener más aún.

—Te perdonaré y te ascenderé. En parte, tienes razón. Te perdonaré por desacato y por no dejar a una mujer en su momento de ocio y te ascenderé por la preocupación que has mostrado por la seguridad del régimen. Ahora, sal y desconecta las cámaras y los micrófonos. Entrad solo si os llamo, ¿queda claro?

—Sí, dama Luz de Diamante. ¡X por la unión!

Al tiempo que estas salían de la sala, Luz levantó su copa y dio un trago mayor que los anteriores.

—Bebe conmigo, retomemos la conversación y que no se te pase por la cabeza que por mi estado beodo no gritaré para que las Firmes te castiguen si actúas contra mí. Ahora, dime. ¿Tus hermanos piensan lo mismo que tú?

—No lo puedo asegurar, pero en menor medida creo que sí —afirmó Goliat.

Obviamente no iba a decir nada que provocara la ira de Luz y el castigo de sus iguales, pero también le daría alguna que otra pequeña queja para que percibiera la verdad en sus exposiciones argumentales.

 

Sieva pensaba que los Sometidos, y en concreto Goliat, no suponían una amenaza en absoluto. Por lo tanto, podía mantener una conversación con él sin ningún problema.

—Ahora te pondrás de pie y te desnudarás despacio para mí.

Con esa gravedad, los movimientos de Goliat resultaban ahora más suaves. Ya se había quitado la camisa. Entonces, Luz se levantó con un leve empujón de su mano contra el asiento y se acercó para darle un beso. Goliat reaccionó complaciéndola como siempre y la abrazó, pero poco después ella lo separaría de su cuerpo, diciéndole:

—No puedo. Tengo la cabeza llena de preocupaciones y obligaciones. Creo que no es el momento —comentó Luz, tratando de excusarse, mientras él se acercaba y la volvía a abrazar.

—Solo quiero estar así, señora.

Lu decidió callarse y dejar actuar a Goliat. Este la tumbó en los almohadones y ella se durmió. Era el momento de investigar, así que abrió sus brazos con sumo cuidado y, sin hacer ruido, se levantó y se dirigió a otra mesa del dormitorio, sobre la cual había unos documentos y mapas que él no entendía muy bien. Estos contenían información sobre la ubicación de las máquinas que controlaban el posicionamiento de las mujeres con nanolocalizadores en el mundo, la búsqueda de una tal Zafiro Eva y de algo que se llamaba la República El Cambio. No paraba de pensar en cómo llevar esa información a Adán y sus hermanos, y en por qué arriesgarse a castigos de descargas eléctricas, si él estaba a gusto con su situación. Al final le pudo la curiosidad y encendió un PV que había justo al lado de los documentos. Este le pidió una contraseña. Goliat no sabía si pulsar la pantalla o dejarla. Probó con el nombre de ella, pero nada. El artilugio dio error y comenzó a emitir un sonido alarmante. Él lo apagó inmediatamente y se dirigió hacia Luz, la cual dormía todavía o, al menos, eso era lo que él pensaba.

—¿De dónde vienes?

—Del aseo —contestó Goliat con firmeza.

Luz llamó a la guardia personal y ordenó que se lo llevaran. Las Firmes le pidieron que cogiera su PV y lo trasladaron de nuevo a La Zona. Por el camino fue introduciendo los datos que había visto. Tras cruzar las dos puertas, este se fue a su habitación, ya que era tarde y aquella información podía esperar a que fuera por la mañana.

Al día siguiente amaneció lloviendo. Goliat se dirigió al encuentro de sus tres hermanos en el mismo sitio y a la hora de siempre. Las gotas del cielo chocaban contra las aguas del río Havel. Mientras se colocaban alrededor para hablar protegidos de la lluvia por varias sombrillas, él depositó su PV sobre la mesa. A su vez, Adán colocaba el tablero para jugar, Abel las fichas y Yunke le preguntaba a Goliat cómo le había ido lo de ayer.

—¿Quién te tocó? —quiso saber Yunke.

—La dama Luz.

—Tiene más afinidad contigo que con los demás —comentó Adán.

—Cuéntanoslo con todos los detalles —insistió Abel, mirándolo fijamente a la cara.

—Lo más importante lo apunté en mi PV, pero lo más sorprendente es que Luz bebió demasiado y ya no pudo consumar. Parece que tiene inquietudes.

En ese momento, llamaron a Goliat por megafonía. Todos se quedaron extrañados, ya que para llamar al mismo dejaban pasar tres días, ya fuera por placer, para procrear o para congelar el esperma. Goliat dejó el PV para que los hermanos pudieran ver sus apuntes y dijo:

—Ya seguiremos, pero no me gusta esta llamada. Nos veremos luego o mañana.

No había terminado Goliat de marcharse, cuando Adán se puso a investigar el aparato de su hermano, dándose cuenta de que en el mundo estaban pasando cosas y ellos no sabían nada. Las ganas de salir de allí afloraban como nunca lo habían hecho en el más perspicaz de los Sometidos, así que decidió reunirlos a todos y ponerlos al día. Algunos no querían colaborar, pero él sabía que no los delatarían. Pasaron varios días y Goliat seguía sin volver. Esto hizo que empezaran a preocuparse, ya que algo no marchaba como debería.

A Goliat lo habían encerrado en una ergástula que había cerca de La Zona. Durante los primeros días lo mantuvieron aislado, pero después fue sometido a dolorosos voltajes y a los interrogatorios de la mismísima Luz.

—Hay que ser idiota para encender mi pantalla, pero más aún para intentar introducir una contraseña. Estos aparatos te fotografían y graban vídeos cuando los manipulas sin permiso. ¡Mira!

Luz le mostró en la pantalla una fotografía suya en primer plano. Luego, mantuvo pulsado durante un buen rato el botón que dejaba pasar la electricidad. El dolor que le estaban infligiendo era tan grande que los alaridos del más fuerte de los Sometidos atravesaban las paredes insonorizadas, llegando a oídos de sus hermanos y haciendo que estos se preocuparan y se asustaran al mismo tiempo.

—¿Qué buscabas en los archivos? —le preguntó Luz con tono amenazante.

—¡Nada, señora! Me pudo la curiosidad, sin pensar el mal que me haría.

—Hace ya mucho tiempo que dejé de creer en los hombres. ¿Por qué debería hacerlo contigo?

Luz volvió a darle una descarga de unos cinco segundos. Los electrodos inalámbricos que le habían puesto indicaban en los monitores que su corazón y su cuerpo ya no podrían aguantar mucho más. Ella pensó si era mejor decirle que le quedaba poco de vida para que contestara a sus preguntas sin mayor dilación, o no decírselo, porque de ser así, él podría entender que pararía, pensando que dentro de esa coraza de mujer inquebrantable había sentimientos buenos que la podían traicionar, haciéndole que se mostrara piadosa.

Pasados unos segundos, justo antes de que Luz le comunicara el mal estado en que se encontraba su organismo, Goliat habló jadeando:

—De acuerdo, usted gana. Quise saber de dónde veníamos.

—En su momento se os dijo que fuisteis creados artificialmente. ¿Fue idea tuya?

—Sí, señora. Siento que he tenido una infancia, por eso dudé y quise averiguarlo por mí mismo.

—¿Por qué, Goliat? ¿Por qué tuviste que meter las narices en mis cosas? Ahora tendré que castigarte ante las Firmes —le dijo Luz, acercándose al oído.

—Llévenlo a la máquina de vaciado —ordenó Luz.

—¿Qué es eso? —preguntó Goliat asustado.

—Pronto lo sabrás.

Al cabo de unos días, Adán, Abel y Yunke se volvieron a reunir donde siempre para hablar de la desazón que sentían por Goliat. Los demás Sometidos también estaban al tanto, pero no sufrían tanta ansiedad.

—Hermanos, temo lo peor, que lo hayamos perdido. Me siento culpable por haberlo mandado a una misión que, en un principio, tenía que ser fácil. Algo tuvo que torcerse, porque de otra manera no entiendo su falta —trató de concluir Adán.

—No te castigues más. Él te quiere como nosotros dos y la decisión la tomamos todos voluntariamente —quiso matizar Abel.

—A mí, en su lugar, no se me pasaría por la cabeza culparte —afirmó Yunke.

—Gracias por intentar consolarme, pero mi corazón me dice que ese dolor innecesario que está sufriendo nuestro hermano haría dudar a cualquiera de lo que debería haber dicho o hecho, con la vida tan cómoda que estamos llevando. Lo único que espero es que todos estemos a salvo de esas horribles descargas o de cualquier otro castigo que se le ocurra a las señoras —dijo Adán.

—¿Dudas del silencio de nuestro amigo? —preguntó Abel.

—No queremos dudar, pero la mente puede ser manipulada, torturada y sometida con cualquier tipo de sustancia o habilidad psicológica —aclaró Yunke.