Loe raamatut: «El plumas»

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© Título: El plumas

© David Pallás Gozalo

ISBN: 978-84-123533-7-2

Depósito Legal: GC 10-2022

Primera edición: febrero 2022

Edición: Editorial siete islas www.editorialsieteislas.com

Correcciones y estilo: Laura Ruiz Medina

Ilustración portada e interior: Juan Castaño

Maquetación: David Márquez

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#elplumas #editorialsieteislas

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin la autorización previa por escrito del editor. Todos los derechos están reservados.

Para todes les niñes que alguna vez

han sido el Plumas en sus colegios.

Dejad que vuestras plumas brillen

y muestren sus colores.

Y a mis padres y mi hermano, por hacer

que nunca haya tenido que esconder mis alas.

Prólogo

Al día siguiente, a esas horas, estaríamos regresando a Zaragoza.

La cuenta atrás había comenzado.

No quería marcharme de allí.

Esos días en Tenerife me habían cambiado la vida.

No era la misma persona que bajó del avión hacía, tan solo, dos semanas.

¡Ostras! si es que habían pasado tantas cosas, que me resultaba imposible imaginar que hubiesen ocurrido en tan pocos días.

Había hecho unos amigos que no iba a olvidar nunca.

Había plantado cara a mis miedos.

Había aprendido a aceptarme.

Y me había enamorado del chico más increíble que había conocido nunca.

Yo, el Plumas.

El chico al que siempre habían ridiculizado y humillado por ser gay.

El chico que nunca se había atrevido a mostrar sus colores.

El chico que llevaba viviendo en un mundo de tonalidades grises por miedo a que su brillo llamase la atención.

Pero eso iba a cambiar en unas pocas horas.

Porque ya no me iba a esconder más.

Y porque, esta tarde, pensaba decirle a mi mejor amigo que me gustaba, sin red y sin alas.

Porque esta isla me había enseñado que esta vida solo es para los que se atreven a correr riesgos.

¿De qué sirve un corazón encerrado en una urna de cristal?

Uno

A veces las cosas ocurren, y ya está.

No creo en el destino, ni en esas chorradas que dicen algunas personas.

Tal vez sea porque hasta hace poco, no me he considerado alguien con mucha suerte en general, y me parecería bastante cutre que el destino me hubiese preparado una vida así de triste, sin haber hecho nada para merecerlo.

Bueno, al menos creo que no me lo merezco. Si algo he aprendido durante estos 14 años, es a observarme. Y creo que soy un buen tío.

No, lo creo no.

Lo soy.

¡Ostras! claro que lo soy. Y creo que por eso se han aprovechado así de mí durante todos estos años mis compañeros de clase.

A ver, que no quiero aburriros ni daros pena, que ya bastante llora la gente últimamente. Pero soy uno de esos niños a los que nunca eligen en Educación Física en el colegio. El rarito. El diferente. “El Plumas”. Sí, así me llaman en clase. Un día, con 8 años, un compañero se empezó a reír de mí diciendo que tenía pluma, que yo en ese momento, ya veis, no sabía ni qué quería decir esa palabra. Yo venga a mirarme la ropa, pensando que me había sentado en alguna parte y se me había quedado alguna pluma pegada.

No, claro, no era eso.

Otra de mis grandes habilidades en esta vida, que me lo pone muy fácil a diario, es que soy más inocente que Espinete. Que la verdad, no tengo ni idea de quién es ese tío. Pero bueno, eso es lo que me dice mi padre. Muchas veces, seguido de: “Como no espabiles, se te van a comer, chaval”. O mi favorita, que me hace sentir muy seguro: “Eres carne de cañón para abusones”.

Ya, ya sé lo que estáis pensando. Mi padre no es lo que se dice una persona cariñosa y con tacto. Creo que me quiere, pero que no puede evitar avergonzarse de mí.

Después de empezar a ver que en clase se reían de mí, porque decían que tenía pluma, fui a casa a preguntarles a mis padres qué significaba eso. No me lo aclararon mucho, porque mi padre y mi madre se pusieron a discutir. Mi padre parecía molesto por haber dicho esa palabra en casa, así que nunca más la volví a pronunciar. Cuando un rato después, mi madre, con pena, sentándose conmigo en mi habitación, me dijo que por qué había preguntado eso, yo le contesté que lo había escuchado en la tele. No quería que mis padres se enfadasen, fuese lo que fuese esa palabra. Me había ido de la discusión que ambos habían tenido en el salón, pero mi padre le había culpado a mi madre de lo que significase tener pluma, diciéndole que lo había avisado muchas veces, y que todo eso era por haberme mimado tanto.

Que también os digo, que ahora que sé lo que significa la palabra, no sé qué tendrá que ver que mi madre me cuide para tener o no pluma.

Obviamente, solo me quedó buscar el significado en internet.

Pluma: carácter efusivo, refinamiento o aligeramiento en la forma de hablar y énfasis en la expresión y la gesticulación.

Igual no soy muy lumbreras, pero con esa definición me quedé como estaba. Imaginaba que se refería a algo sobre la forma de hablar, pero yo, refinamiento como tal, no pensaba que tuviese. Esa palabra siempre me recordaba a las películas de época, con mujeres vestidas con faldas enormes y hablando como si te recitasen un poema. Y yo, poemas pocos, y las faldas no me llamaban la atención.

Así que seguí buscando.

Tener pluma: el término tener pluma está asociado a la aparición de rasgos femeninos o ademanes exagerados en los hombres, que, desde un punto de vista social, no se dan en ellos.

Vale. ¿Me lo explicáis? Porque yo me miraba al espejo y me veía un chico. No entendía nada.

Hasta que encontré una frase que me hizo comprender su significado:

Hombres con pluma: gestos, y forma de expresarse, propia de los homosexuales.

Lo primero que sentí fue una punzada en el estómago, y cerré el ordenador avergonzado. No quería que mi padre viese mi búsqueda en Google. Si eso significaba tener pluma, entendía perfectamente por qué mi padre se había enfadado.

Cuando aparecía en la tele algún presentador homosexual, siempre murmuraba por lo bajo: “cada vez hay más mariquitas por todas partes”. Y siempre que decía esas palabras, con aquel desprecio en su voz, sentía que mi estómago se comprimía hasta convertirse en una canica.

Y es que mi padre dice que “todas esas cosas modernas que se ven hoy en día, nos van a destruir como sociedad”. Que tampoco lo entiendo muy bien, porque la homosexualidad, por lo que dijo mi profesor de Plástica, debía existir desde hace mucho tiempo, desde los griegos o algo así. Que no me enteré muy bien, porque en ese momento, al nombrar esa palabra, me tiraron unas bolas de papel Jorge y Raúl, y casi toda la clase se giró a mirarme y a reírse de mí. El profesor parece que no se enteró, porque no dijo nada.

Pues eso, que mi padre dice que es un hombre clásico, y que le gustan las cosas “como Dios manda”. Que a mí esa frase me da un poco de miedo, también os lo digo, porque no sé si Dios le habla y le pide que haga cosas, rollo jefazo o algo así. O a lo mejor se refiere (espero), a las cosas que dice la Biblia. Que yo no me la he leído, que me parece un libro muy gordo, y yo soy más de leer libros de fantasía, de magia y esas cosas.

Que eso nos lo he contado, pero devoro los libros. Tampoco es que me queden muchas cosas que hacer en mi tiempo libre, ya que no tengo amigos con los que salir. Así que me encierro en la habitación y leo sin parar. Me encanta hacerlo, porque eso me ayuda a evadirme de lo que me ocurre en el día a día.

Resumiendo, en clase me hacen bullying y en casa no lo puedo contar, porque si mi padre se enterase, le decepcionaría aún más.

Sí, sé que lo que dicen en todas esas charlas sobre acoso escolar es que es súper importante contarlo en casa, o a los profesores, para que la situación no vaya a más. Pero no puedo hacerlo. No puedo decirle a mi padre que en el cole me llaman “el Plumas” porque creen que soy homosexual.

Porque sé que mi padre se enfadaría de nuevo, como cuando les pregunté sobre el significado de esa palabra.

Porque sé lo que mi padre piensa de los homosexuales.

Y porque estoy seguro de que mi padre siempre ha pensado que lo soy, y con eso, se decepcionaría aún más conmigo.

Porque pensaría que soy homosexual de verdad.

¿Y sabéis? Tendría razón.

Pero eso es un secreto que no le puedo contar a nadie.

O al menos, eso pensaba antes de que comenzase este verano…

Dos

Y es que este verano ha puesto mi mundo patas arriba.

Pero antes de empezar a contarte, vamos a hacer las cosas bien y voy a presentarme: Me llamo Enrique, Quique para los amigos.

Ah, no, perdonad, que nadie me llama así porque no tengo amigos.

Vaya.

Soy todo un loser.

No os preocupéis por este tipo de bromas, no me hago daño. Mi psicólogo —al que me obliga a ir mi madre desde hace un par de años por no sé qué movida de la inseguridad y de que me encierro mucho en la habitación—, me dice que hago bromas constantemente para tapar las cosas que me hacen daño. Pues no sé, si tan claro tiene lo que me hace daño, en vez de soltarme esas frases, podría dedicarse a ayudarme, ¿no?

Mi psicólogo no me cae bien.

Se llama Ramón y tiene un gesto siempre que me pone muy nervioso, recolocándose las gafas cuando se quiere hacer el interesante con alguna frase que no entiendo.

No me ayuda. Y no me cae bien. A veces pienso que no es un psicólogo de verdad y que solo quiere cotillear cómo me siento para poder contárselo a mis padres luego. Así que no le cuento nada. Y sonrío mucho, que creo que eso le desquicia un poco.

Pero bueno, volviendo a mi presentación, me llamo Enrique, como mi padre, y como el padre de mi padre. Ya os he dicho que en mi casa somos de tradiciones. Que igual en mi familia no les ha quedado claro el concepto de los nombres, y que cada uno nos deberíamos llamar de una forma para diferenciarnos cuando se nos nombra. Detalles tontos sin importancia. En mi casa os podréis imaginar la fantasía que es cuando se pronuncia Enrique, que todos levantamos la cabeza al mismo tiempo.

Tengo 14 años, soy Leo y nací en agosto. Mi horóscopo me dice que tengo alma de líder, y yo, perdonad, pero me muero de la risa. Me gustaría pillar al que escribió un día eso, y preguntarle si hay Leos defectuosos y si tienen recambios de líder por ahí.

A ver, que tampoco quiero que penséis que mi vida es un asco. Que no es así. Que me encanta leer libros, escuchar música y hacer maquetas de Lego. Y con mi madre me lo paso bien en casa, sobre todo, cuando no está mi padre. No sé, es más “ella”, no puedo explicarlo mejor. Pero cuando está mi padre en casa, tengo la sensación de que se hace más chiquitita. Y yo, quiero mucho a mi padre, aunque a veces piense que es un sargento chungo de una película de esas cutres de acción. Pero no sé qué pudo ver mi madre en él.

Mi madre es diferente.

Ya de primeras, mi madre sonríe. Creo que a mi padre lo he visto sonreír dos veces en toda mi vida.

Una fue cuando consiguió el puesto de encargado en la empresa de soldador en la que trabaja. ¡Ostras! no imagináis lo feliz que estaba. ¡Hasta me abrazó! Que yo, pues me quedé flipando, porque entre hombres, esas cosas él siempre decía que no podían hacerse. Y yo, pues me quedé ahí quieto, sin atreverme a abrazarle, no fuese una prueba que me estuviese poniendo.

La segunda vez que le vi sonreír, fue hace menos de un año, cuando llegó a mi casa una postal navideña con el nombre de una chica, dirigida a mí. Se trataba de Rebeca, una compañera de clase que había llegado nueva ese año, y que había mandado una postal a cada uno de la clase, para intentar integrarse más rápidamente. Pero claro, mi padre lo que vio fue una postal a su hijo de manos de una chica. Su hijo, el que nunca salía con amigos, el que nunca hablaba de chicas, había recibido una postal de una. Imagino que eso le dio ciertas esperanzas. Y me entregó la postal, con una sonrisa enorme en la cara.

—Toma, Don Juan —me dijo, esperando a mi lado a que la abriese, para ver qué contenía.

Yo me sentí un poco tonto y quería decirle que simplemente era una compañera de clase, que sabía que nos había escrito a todos, que nos lo había dicho hacía unos días en la clase de Lengua. Pero aquella mirada de mi padre, tan llena de orgullo, me paralizó la garganta.

Así que la abrí junto a él. Era una postal bastante hortera, de esas que se compran en el bazar chino y que salen unas 20 por un euro. En el dibujo aparecía un Papá Noel gordinflón, con una camiseta de tirantes blanca, que me provocaba una sensación de vergüenza extraña. Abrí la postal. Dentro solo había una frase escrita: “Feliz Navidad y que comas mucho turrón”. Y su firma (bastante fea, por cierto).

Vaya. Mi gran amiga Rebeca no había puesto ni mi nombre dentro de la postal, éramos tan íntimos… Éramos MAPS1. Me giré con un poco de miedo, por ver la cara de decepción de mi padre. Pero no se veía decepcionado, más bien, algo extrañado.

—Está claro que es una chica vergonzosa —me dijo dándome una fuerte palmada en la espalda, que me dolió—. Si quieres, puedes decirle que venga cualquier tarde a casa, y así la conocemos.

Y pensaréis que le dije entonces que solo era una amiga.

No lo hice.

Me pudo su expresión de orgullo. Como si me viese por primera vez.

Tuve miedo a decepcionarle de nuevo.

Así que asentí, sonriendo forzadamente.

—Claro, sería genial —contesté.

Y mi padre se marchó de mi habitación agitando su cabeza y sonriendo.

Yo me quedé ahí plantado, con una postal de una chica que ni siquiera me había dirigido nunca la palabra en clase. Y con un nudo en la garganta, no sé muy bien por qué.

Tal vez porque sabía que esa sonrisa que se le había despertado a mi padre, no se la podría provocar yo nunca de verdad, si le contaba lo que sentía.

Tal vez porque no tenía ganas de llevar a ninguna Rebeca a casa, ni a ninguna María, ni a ninguna Laura.

Pero en aquella burbuja no cabía lo que yo soñaba con poder hacer algún día.

Y pensaba que nunca podría vivirlo.

Que no estaba hecho para mí.

Por eso, este verano ha cambiado tantas cosas.

Venga, que ya es hora de que os cuente mi viaje a Tenerife.

Es hora de que os hable de Thiago.

1 MAPS: Mejores amigos para siempre.

Tres

Para hablaros de Thiago, tengo que presentaros antes a mi tía Alicia.

Tía Alicia es la hermana de mi madre. Siempre he estado muy unido a ella, aunque hace tiempo que no nos vemos en persona.

Tía Alicia se fue a vivir a Tenerife cuando yo tenía cinco años. Recuerdo que me sentí triste al pensar que no la iba a poder ver a diario para jugar juntos. Ella siempre sabía cómo hacerme reír, qué juego inventarse, o qué broma hacer a mi madre para que acabásemos tirados por el suelo llorando de la risa.

El primer verano que se marchó a Tenerife, fuimos a verla allí, y creo que fue el mejor verano de mi vida. Aquellos días, aún no conocía lo que era el bullying, así que me relacionaba con los demás niños sin problemas, y en la piscina a la que íbamos todos los días, hice un montón de amigos. Después de varios días jugando juntos, nuestras madres hicieron piña, y nos quedábamos toda la tarde en el Club Náutico haciéndonos aguadillas sin parar en la piscina.

Era perfecto.

Pero de pronto, algo pasó y se acabó lo que se daba.

Aquellos días de agosto, los pasamos mi madre y yo en el adosado de dos plantas de mi tía Alicia y su compañera de trabajo. Ella nos acompañaba muchos días a hacer excursiones por Tenerife. No recuerdo mucho de la isla, pero sí que tengo grabado a fuego, que nunca había visto reírse a mi madre con tanta fuerza como en esos días.

Todo iba bien hasta que llegó mi padre.

A ver, que no es que quiera poner a mi padre como el villano, pero si las cosas ocurrieron así, pues se cuentan, y ya está.

Los dos primeros días que pasó con nosotros, no fueron mal. Pero un día, mientras me duchaba tras venir de la playa, comencé a escuchar gritos en el piso de abajo. Me asusté. Paré el agua y me quedé ahí quieto escuchando. Solo oía la fuerte voz de mi padre, gritando a mi madre que cogiese las cosas y que nos íbamos en ese mismo momento. La voz de mi madre no se escuchaba prácticamente bajo la enfadada voz de mi padre. Y de repente, Tía Alicia, con una voz contundente y firme que rebotó en todas las paredes, le dijo a mi padre: “No voy a dejar que me hables así en mi propia casa. Mi hermana y mi sobrino se quedan, el que te vas a ir ahora mismo de mi casa eres tú”.

¿Sabéis eso que dicen de “la calma antes de la tormenta”? Pues en ese momento pasó algo así. Que yo me quedé temblando, desnudo en la bañera, con el agua fría aún chorreando, esperando que mi padre contestase gritando algo, porque a mal carácter, a mi padre no le gana nadie. Pero no pasó nada de eso. De repente, lo único que escuché fue un portazo enorme que hizo que la casa temblase. Que igual no, y solo era mi cuerpo el que temblaba.

Salí de la ducha y me vestí rápido, mientras abajo, mi madre y mi tía hablaban entre susurros, como si quisiesen gritar en voz baja. Y antes de que pudiese salir del baño, mi madre entró con los ojos muy rojos, y me dijo que me vistiese rápido y que recogiese mi mochila, que nos íbamos de vuelta a Zaragoza.

Yo obedecí y no pregunté, porque sabía que algo muy malo estaba pasando para que mi madre reaccionase así. Mi tía Alicia, subió las escaleras corriendo y siguió a mi madre pidiéndole que parase, que no nos marchásemos. Pero mi madre no le hizo caso.

Y ¡ostras!, yo no quería marcharme. Me lo estaba pasando muy bien. Había hecho muchos amigos, y me encantaba pasar tiempo con mi tía.

Cuando bajamos a la puerta de entrada, 5 minutos después de aquello, mi tía Alicia nos estaba esperando, con los brazos alrededor de su pecho y llorando. Nunca la había visto llorar y aquello me provocó una tristeza enorme. Y eché a correr a sus brazos. Nos quedamos unos segundos abrazados, y ella me susurró algo que no pude escuchar muy bien. “Lo siento, te quiero Rique”, es lo único que entendí. Mi tía siempre me llamaba Rique, para diferenciarme de mi padre, y porque así, era un nombre que solo usábamos entre nosotros dos. Era algo nuestro.

—Por favor, no os vayáis… —le suplicó mi tía a mi madre.

Mi madre, con las gafas de sol puestas, para que no la viésemos llorar, abrazó a mi tía. Fue un abrazo corto, pero me dio la sensación de que eran dos niñas pequeñas con miedo a los fantasmas.

—Te llamaré en cuanto lleguemos. Cuídate —dijo mi madre, y se despidió dándole un beso en la mejilla.

Tía Alicia solo asintió, pero no dijo nada más.

Salimos y ahí estaba mi padre, esperando de pie junto al coche de alquiler, con cara de enfado.

Antes de montarme en el coche, me giré y vi a mi tía en la puerta diciéndome adiós.

Nunca he sabido qué pasó ese día.

Bueno, hasta este verano.

Una tarde, al poco tiempo de volver a Zaragoza, le pregunté a mi madre qué había pasado con la tía Alicia. Pero ella, con cara de tristeza, me contestó que eran cosas de mayores y que olvidase el tema.

No volvimos a ir a Tenerife, pero con el tiempo, tía Alicia nos vino a ver alguna vez a Zaragoza. Sobre todo en Navidades, o alguna semana de vacaciones. Con mi padre casi no se hablaba, pero al menos no discutían. Y así yo podía ver a mi tía. Además, casi siempre que estaba mi tía Alicia en casa, mi padre de repente tenía que salir para hacer algo urgente.

Fue en una de las Navidades que vino a casa, cuando me propuso lo de las cartas.

Sé que puede sonar a cosa de abuelos, pero desde hace cuatro años, me escribo cartas con mi tía Alicia.

Sí, sí, cartas.

Como en las películas viejas en las que los enamorados se mandaban cartas que tardaban un montón en llegar, o que a veces se perdían, y llegaban años más tarde.

Pues eso. Nos escribimos cartas. Y nos contamos de todo en ellas. Bueno, de todo no. Hay cosas que no me atrevo a contarle, como que me llaman “el Plumas”, por si a ella también le decepciona. Y no quiero que eso ocurra. Porque mi tía es mi única amiga. Es la única persona con la que me siento cómodo hablando, con la única que tengo la sensación de ser yo mismo.

Y he querido contarle varias veces lo de los insultos, o mis dudas sobre los chicos, pero no me atrevo. Porque a ver, me da miedo que al escribirlo, esa carta pueda caer en otras manos. Sé que si tuviese a mi tía delante, se lo diría.

Y por eso salió la idea de este verano. En una de las cartas, le pregunté si podía ir a verla a Tenerife en verano. Yo solo. Sin mamá y papá. Necesitaba que fuesen unos días solo con ella, para poder hablar por fin con alguien de cómo me siento.

Y a ver, obviamente mi tía me dijo que sí. De hecho le hizo mucha ilusión y me mandó una foto de mi habitación y un par de cosas que había comprado nada más leer que quería ir, y que me esperarían allí. Me había comprado un caja de Lego de Minecraft, que tenía una pintaza tremenda, y al lado, había un paquete envuelto en un papel azul galáctico chulísimo.

Imaginaos mi alegría. Pero quedaba lo más difícil: convencer a mis padres para que me dejasen ir.

Sobre todo, convencer a mi padre.

Sabía que si quería conseguir convencerles, tenía que preguntarlo en el momento oportuno. Porque, una vez que mi padre decía a algo que no, no había vuelta atrás.

Solo tenía una oportunidad. Así que jugué con lo que mejor se me da: mis notas.

Ya os he dicho que me encanta leer, que devoro libros. Estar más tiempo encerrado en la habitación, me ha hecho buscar otros planes para pasármelo bien. Y leer me encanta. Los libros son para mí un refugio de mundos en los que me siento seguro.

Estudiar no me gusta. Me aburre bastante. Pero se me da muy bien. No es que pase muchas horas hincando codos para los exámenes, pero suelo sacar buenas notas. Eso sí, no brillantes. Como no me gusta mucho, estudio lo justo para tener una nota decente, y con eso me vale.

Pero ahí estaba mi plan. Iba a estudiar a tope para mi siguiente examen, para llevarles un 10 a casa, y que flipasen. Y en ese momento, les pediría irme con mi tía.

Y así fue. No me costó muchas horas de estudio sacar un 10 en el examen de Lengua. Así que se lo llevé a mis padres esa noche a casa, y se lo enseñé mientras cenábamos. Mi madre me abrazó y me besó por cincuenta sitios diferentes. Muy ella. Mi padre, con rostro sereno, me aprobó con una mirada de orgullo. “Muy bien, hijo. Así llegarás a ser alguien importante”, me dijo mi padre. Muy él.

Y entonces, aproveché.

—Papá, mamá… He pensado que si saco buenas notas este verano… Si subo la media a notable… ¿Podría irme un par de semanas de vacaciones con la tía Alicia?

Al nombrarla, mi padre apoyó de forma ruidosa el tenedor en el plato. Lo vi. Me iba a decir que no. Tenía la cara NO.

—Se lo pregunté el otro día, y me dijo que a ella le parecía bien —me adelanté—. Solo serían dos semanas…

Y antes de que mi padre pudiese hablar, para mi sorpresa, mi madre se adelantó.

—Yo creo que puede irle bien, Enrique. No sale casi nunca de su habitación. Está todo el día leyendo libros y estudiando. Creo que cambiar de aires será positivo.

Miré a mi padre y a mi madre, como en un partido de tenis. Solo se sostenían la mirada, con una tensión que temía que estallase en algún momento.

—De acuerdo —dijo al fin mi padre.

—¿En serio? Jo, muchas gracias… En serio, no…

—No tan rápido —me cortó mi padre con gesto severo—. Si quieres ir este verano a Tenerife, tendrás que sacar sobresaliente en todas las asignaturas.

—¿Qué? Pero papá, eso es imposible… Queda solo este trimestre y es muy difícil que pueda…

—Esas son mis condiciones.

Ya veis. Mi padre es listo, y me la jugó bien. No hacía falta decir que no, con poner una condición imposible de conseguir, ya bastaba.

Lo que no imaginaba era que aquello no era imposible para mí. Se había acostumbrado a notas más mediocres, porque yo había querido llegar hasta ese límite. Mi padre no imaginaba que si me esforzaba, conseguir sobresalientes estaba en mi mano.

Tendríais que haberle visto la cara cuando le puse los sobresalientes encima de la mesa.

Nunca imaginé que sacar esas notas me iba a cambiar tanto la vida…

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