Loe raamatut: «Vigencia de la semiótica y otros ensayos», lehekülg 2

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ESTILOS DE CATEGORIZACIÓN

Una de las capacidades fundadoras de la actividad de lenguaje (de todo lenguaje) es la capacidad de categorizar el mundo, de clasificar sus elementos [La tabla de Mendeleiev es, en ese sentido, un lenguaje]. No se puede concebir un lenguaje incapaz de producir tipos, pues de lo contrario necesitaría una expresión para cada ocurrencia, lo que sería del todo inmanejable. Lo que manipulan los lenguajes, incluidos los lenguajes no-verbales, son tipos de objetos (por ejemplo, un escritorio en general) y no ocurrencias de objetos (por ejemplo, el escritorio particular que se encuentra en mi oficina). Únicamente el discurso podrá evocar, luego o paralelamente, gracias al acto de referencia, tal o cual ocurrencia del tipo para ponerla en escena.

En el dominio de la imagen, por ejemplo, la necesidad de hacer referencia a tipos visuales se ha confundido durante largo tiempo con la necesidad de nombrar los objetos representados. La imagen de un árbol no es la imagen de ese árbol porque yo puedo llamarla “árbol”, sino porque se acerca al tipo visual “árbol”. Del mismo modo, si reconozco una forma redondeada elíptica, no es porque la puedo llamar “elipse”, sino porque en ella reconozco el tipo visual “elipse”. Quien no conozca el nombre y se vea obligado a utilizar una perífrasis [“algo redondo aplastado”], no por eso dejaría de reconocer el tipo visual.

La formación de tipos es en cierto modo otro nombre de la categorización. Esa es la formación de clases que todo lenguaje manipula; e interesa a todos los órdenes del lenguaje: la percepción, el código y su sis tema. Pero la categorización se pone en marcha especialmente en el discurso, puesto que preside la instalación de los “sistemas de valores”.

Existen varias maneras de formar categorías de lenguaje. La manera clásica en semántica estructural ha sido la búsqueda de rasgos pertinentes, llamados semas, hasta formar el lexema. La formación de la categoría reposa en ese caso en la identificación de esos rasgos comunes, en su número y en la distribución de los mismos entre los miembros de la categoría. Se la ha denominado categorización por serie.

Una versión vaga de ese procedimiento es la manera de categorización que Wittgenstein llamó semejanza de familia. En un conjunto de parientes, las semejanzas que permiten reconocerlos están desigualmente distribuidas: los hijos se parecen al padre, que se parece a la tía, que se parece a la madre, que se parece a los hijos, etc. Cada semejanza difiere de la siguiente, y finalmente no hay casi nada en común entre el primer elemento y el último. No obstante, la pertenencia de cada individuo al grupo no ofrece duda.

Pero se puede también organizar una categoría en torno a una ocurrencia particularmente representativa, más fácilmente identificable que todas las demás, y que posee en sí misma todas las propiedades que sólo parcialmente se encuentran en cada uno de los otros miembros de la categoría. En esa manera de categorizar se basa precisamente la figura de la antonomasia. La formación de la categoría reposa ahora en el mejor ejemplar del conjunto, lo que llamamos el parangón [El gorrión es el parangón de la clase de los pájaros].

En cambio, podemos elegir para formar la categoría la ocurrencia más neutra, aquella que sólo posee algunas propiedades comunes a todas las demás. Así, para designar los recipientes destinados a la cocción hablamos de “ollas” sin mayores determinaciones. La formación de la categoría reposa en ese caso en la elección de un término de base, neutro: /para cocer/.

Esos cuatro estilos de categorización se basan ante todo en elecciones perceptivas, y sobre todo en la manera como se percibe y se establece la relación entre el tipo y sus ocurrencias: la categoría puede ser percibida, en extensión, como una distribución de rasgos, como una serie (unida por uno o varios rasgos comunes), o como una familia (unida por un “aire de familia”); puede, en cambio, ser percibida como la agrupación de sus miembros en torno a uno solo de ellos (o de una de sus especies), formando un agregado en torno a un término de base; o como un parangón, reconocido como el “mejor ejemplar” de la categoría. Para cada una de esas elecciones, la categoría nos puede proporcionar, con base en su propia morfología, un sentimiento de unidad fuerte o débil: en el caso de la serie y del parangón, el sentimiento de unidad es fuerte; en el caso del agregado y de la familia, ese sentimiento de unidad es débil.

En suma, los “estilos de categorización” nos remiten a las dos grandes dimensiones de la “presencia”, aunque ahora se trata del modo de presencia del tipo en la categoría: puede presentar una extensión difusa o concentrada, y una intensidad sensible fuerte o débil:


La categoría surge en el cruce de la dimensión de la intensidad con la dimensión de la extensidad. Como señala Zilberberg (1999: 116), “el crisol del sentido será siempre el diálogo entre intensidad y extenuidad”.

RECORRIDO DE LA SIGNIFICACIÓN

Para llegar a su plena articulación, la significación sigue un recorrido inmanente a lo largo del discurso. Ese recorrido hipotético-deductivo2 es meramente teórico y nada tiene que ver con el proceso psíquico que tiene lugar en la mente del autor. Este último es un recorrido genético, aquél es un recorrido generativo. El recorrido generativo de la significación va de los elementos más simples a los más complejos, de los más abstractos a los más concretos, de los más profundos a los más superficiales. Y lo mismo ocurre con las sucesivas articulaciones del sentido.

Las primeras articulaciones de la significación, las más profundas y abstractas, son las articulaciones de las estructuras elementales. En la semiótica clásica esas estructuras elementales se organizan basadas en dos tipos de oposiciones: las oposiciones privativas [A/Ā] o contradictorias, y las oposiciones cualitativas [A/B] o contrarias. El rasgo de /masculino/ que distingue, por ejemplo, al término “padre” es cualitativamente contrario al rasgo de /femenino/ que caracteriza al término “madre”. Esa relación de contrariedad se articula en una estructura elemental como la siguiente:


En ella la flecha de doble dirección señala el eje común del género, y los términos /masculino/ y /femenino/ indican los polos opuestos de la categoría, como resultado de la relación de contrariedad. Las oposiciones privativas se expresan como negaciones de los términos contrarios:


Una nueva articulación entre ambas oposiciones da lugar al modelo constitucional de la significación, que se expresa por medio del conocido cuadrado semiótico, el cual constituye la piedra angular de la semiótica clásica:


De esas articulaciones surgen dos nuevos términos contrarios, llamados por comodidad “subcontrarios”, generados en torno a un eje neutro. Pero, a su vez, las relaciones de base generan una nueva relación entre los términos /masculino/ y /no femenino/ y entre los términos /femenino/ y /no masculino/: una relación de complementariedad.

En la simplicidad del modelo reside la gran potencia explicativa que ofrece. El cuadrado semiótico representa un microuniverso de sentido, y no solamente valora los cuatro términos polares en él expresados; da cuenta también de los grados intermedios que los discursos concretos puedan actualizar. Si decimos, por ejemplo: Esa chica es poco femenina, actualizamos una posición en el cuadrado, que va de lo /femenino/ a lo /no femenino/. Si, por el contrario, decimos: Ese hombre es afeminado, nuestro discurso actualiza una posición entre lo /no masculino/ y lo /femenino/.

La más moderna semiótica tensiva pretende afinar esos grados de significación por medio de otro modelo: el esquematismo tensivo. Este dispositivo trabaja la correlación entre las dos dimensiones de la presencia sensible: la intensidad y la extensidad. A partir de esas dos dimensiones, consideradas como dimensiones graduales, su correlación puede ser representada por el conjunto de puntos de un espacio sometido a dos ejes de control:


La intensidad caracteriza el dominio de lo sensible; la extensidad caracteriza el dominio de lo inteligible. La correlación entre los dos dominios resulta de la toma de posición del cuerpo propio, sede del efecto de la presencia sensible.

Si se consideran los puntos del espacio interno de correlación, uno por uno, todas las combinaciones entre los grados de cada uno de los dos ejes son posibles, todos están disponibles para definir las diferentes posiciones del sistema. Lo importante, sin embargo, no son las posiciones aisladas, sino los valores, es decir, las posiciones relativas, las diferencias de posición.

Los dos ejes del espacio externo definen las valencias de la categoría. Todos los puntos del espacio interno son susceptibles de corresponder a valores de la misma categoría. Pero de esa nube de puntos se desprenden algunos principios organizadores: de un lado, la diferencia entre las dos correlaciones determina dos grandes zonas de correlación: la zona de correlación inversa y la zona de correlación conversa (o directa); del otro, la conjugación de los grados más fuertes y más débiles de los dos ejes determina zonas extremas. Todos los puntos del espacio interno son pertinentes, pero las zonas extremas de cada correlación son las zonas más típicas de la categoría en cuestión.


La combinación entre esos dos principios permite desprender cuatro grandes zonas típicas de la categoría, que corresponden, además, a los “estilos de categorización”, ya enumerados anteriormente:

a. Una zona de intensidad fuerte y de extensión débil (o concentrada): estilo categorial: el parangón;

b. Una zona de intensidad y de extensión igualmente fuertes: estilo categorial: la serie;

c. Una zona de intensidad débil y de extensión fuerte (o difusa): estilo categorial: la familia;

d. Una zona de intensidad y de extensión igualmente débiles: estilo categorial: el conglomerado.


ISOTOPÍA

El concepto de isotopía se forma bajo la inspiración de los fenómenos descritos por la físico-química. Un isótopo es un nucleido que tiene el mis mo número atómico que otro, cualquiera que sea su número de masa. Todos los isótopos de un elemento tienen las mismas propiedades químicas.

En el dominio semiótico, las “mismas propiedades” semánticas surgen de la redundancia de determinados semas. Para entender ese fenómeno discursivo, es preciso aclarar que un sema es la unidad mínima de significación con la que se inicia la articulación del sentido. Los semas son rasgos distintivos de los lexemas, que no existen aisladamente, pero que nos permiten diferenciar los “objetos semióticos” entre sí. Así, el rasgo de /verticalidad/ que compone el lexema “columna”, o el rasgo de /horizontalidad/ que integra el lexema “viga”, o el rasgo de /masculinidad/ que define al lexema “padre”, son semas.

Los semas son de dos clases: aquellos que constituyen el “núcleo” más o menos permanente del lexema, y aquellos otros que emergen del contexto. Los primeros son denominados semas nucleares; los segundos, semas contextuales o clasemas, porque cumplen una función clasificadora. Un ejemplo permitirá ilustrar esas operaciones: en enunciados como…

a. Las columnas del Partenón son particularmente bellas.

b. A mi padre le duele la columna.

c. El Papa es la columna de la Iglesia.

… el lexema “columna” manifiesta semas nucleares, o específicos, tales como /verticalidad/, /fijeza/, /soporte/ /resistencia/, /articulación/, /consistencia/, entre otros; pero en cada enunciado propuesto, la relación contextual del lexema “columna” con lexemas como “Partenón”, “padre”, “Iglesia”, pone de manifiesto otros semas como /arquitectónico/, /anatómico/, /institucional/, propios también del lexema “columna”, pero no específicos, no nucleares, porque no son necesarios para que columna sea “columna”, aunque son requeridos para saber de qué columna se trata. El contexto interno de cada enunciado nos permite aprehender que en el primer enunciado se habla de una “columna arquitectónica”; en el segundo, de una “columna anatómica”; en el tercero, de una “columna institucional”. Como puede observarse, los semas /arquitectónico/, /anatómico/, /institucional/ permiten clasificar el lexema “columna”. Por tal razón, esos semas contextuales son llamados clasemas. Gracias a ellos, podemos hablar de “columnas arquitectónicas”, de “columnas anatómicas” o de “columnas institucionales”. Los clasemas cumplen además otra función sumamente importante: obligan al enunciado a seleccionar del acervo virtual del lexema aquellos semas nucleares que son coherentes con el contexto del enunciado, dejando de lado aquellos otros que no lo son. El clasema /arquitectónico/ que surge del contexto del primer enunciado, selecciona los semas nucleares /verticalidad/ /fijeza/, /soporte/, /resistencia/, /consistencia/; pero no /articulación/, por ejemplo. El clasema /anatómico/ que surge del contexto del segundo enunciado, selecciona los semas nucleares /verticalidad/, /soporte/, /resistencia/, /articulación/, /consistencia/; pero no /fijeza/. El clasema /institucional/ que emerge del contexto del tercer enunciado, selecciona los semas /so-porte/, /consistencia/, /articulación/; pero no /verticalidad/, /fijeza/ ni /resistencia/.

La articulación combinatoria de semas nucleares [Ns] y de clasemas [Cls] da por resultado una nueva entidad semiótica, denominada semema. El semema es un equivalente de la noción lingüística de “acepción”. En el primer enunciado entendemos columna como “columna arquitectónica”; en el segundo enunciado, la columna se presenta como “columna anatómica”; en el tercer enunciado, la columna surge como “columna institucional”. Cada tipo de columna que cada enunciado genera con base en una contextualización diferente, es un semema: “Columna arquitectónica”, “columna anatómica”, “columna institucional” son sememas.

El semema es una unidad semiótica de manifestación de sentido. Es una unidad más compleja que el sema, y de un nivel jerárquicamente superior. Lo que “captamos” en la lectura, lo que “vemos” en cada visión de una película, en cada contemplación de una pintura, son siempre sememas, nunca semas ni lexemas: aquellos por ser abstractos, éstos por ser virtuales.

En la construcción del semema intervienen, como acabamos de ver, semas nucleares [Ns] y clasemas [Cls]. Y existen cuatro posibilidades de combinación entre ellos:


Cuatro perfiles isotópicos diferentes. Porque la isotopía consiste en la reiteración de semas a lo largo del discurso, sea la repetición de clasemas, sea la repetición de semas nucleares. Esta última repetición da lugar a la isotopía semiológica; la primera origina la isotopía semántica. En el caso (I), el discurso resultante de esa combinatoria es un discurso unisótopo: el discurso científico, el discurso filosófico y todo discurso que trate de evitar la ambigüedad. El caso (II) da origen a los discursos plurisótopos, ambivalentes, ricos en matices y con pluralidad de lecturas: los discursos artísticos. En el caso (III), el discurso promueve la multiplicación de los núcleos temáticos, presentados bajo un solo clasema: el discurso informativo es un ejemplo típico. El cuarto caso (IV) da origen a los discursos de vanguardia, del absurdo, experimentales, surrealistas, dadaístas, escritura automática, etc. Un solo verso de Vallejo lo ilustra de maravilla: “La paz, la avispa, el taco, las vertientes…”

La isotopía, entonces, es cada una de las líneas de lectura que ofrece el texto. Cuando son varias, como en los casos II, III y IV, la instancia enunciativa tiene que correlacionarlas entre sí, jerarquizarlas, homologarlas, homogeneizarlas. Tiene, además, que asignarles un modo de existencia en el discurso: realizado,virtualizado, actualizado, potencializado.

LA INSTANCIA DE DISCURSO

La instancia de discurso designa el conjunto de operaciones, de operadores y de parámetros que controlan el discurso. Ese término genérico permite evitar la introducción prematura de la noción de sujeto. El acto es primero y los componentes de su instancia son segundos, puesto que emergen del acto mismo (Fontanille, 2001: 84).

Desde el punto de vista del discurso en acto, el acto es un acto de enunciación, que produce la función semiótica. Cuando se establece la función semiótica, la instancia de discurso opera un reparto entre el mundo exteroceptivo, que suministra los elementos del plano de la expresión, y el mundo interoceptivo, que suministra los elementos del plano del con tenido. Ese reparto adquiere la forma de una toma de posición.

El primer acto es por lo tanto el de la “toma de posición”: enunciando, la instancia de discurso enuncia su propia posición. Está dotada entonces de una presencia, que servirá de hito al conjunto de las demás operaciones. El operador de ese acto es el cuerpo propio, un cuerpo sintiente y percibiente, que es la primera forma que adopta el actante de la enunciación. El cuerpo propio no es un cuerpo físico y biológico, de carne y hueso; es una categoría semiótica, que puede ser definida como “la forma significante de una experiencia sensible de la presencia” (Fontanille, 2001: 85).


La toma de posición sensible está destinada a instalar una zona de referencia, estableciendo las dos grandes dimensiones de la sensibilidad perceptiva: la intensidad y la extensidad. En el caso de la intensidad, la toma de posición es una “mira” (en el sentido de “poner en la mira”); en el caso de la extensidad, la toma de posición es una “captación”. La “mira” opera, entonces, en el ámbito de la intensidad: el “cuerpo propio” se torna hacia lo que suscita en él una fuerza sensible (perceptiva, afectiva). La captación opera, en cambio, en el ámbito de la extensión: el cuerpo propio percibe y demarca posiciones, distancias, dimensiones, cantidades.

Una vez cumplida la primera “toma de posición”, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en relación con la primera. Y ese es el segundo acto fundador de la instancia de discurso: el desembrague realiza el paso de la posición original a otras posiciones. El desembrague es de orientación disjuntiva. Gracias a esa operación, el mundo del discurso se distingue de la simple “vivencia” inefable de la pura presencia. El discurso pierde ahí en intensidad, pero gana en extensión: nuevos espacios, nuevos momentos pueden ser explotados, y otros actantes pueden ser puestos en escena. El desembrague es, pues, por definición, pluralizante, y se presenta como un despliegue en extensión; pluraliza la instancia de discurso y su deixis restringida [yo-aquí-ahora]. El nuevo universo de discurso que es así abierto comporta, al menos virtualmente, una infinidad de espacios, de momentos y de actores.

Contra el desembrague se alza el embrague, que se esfuerza por retornar a la primera posición originaria. El embrague es de orientación conjuntiva; bajo su acción, la instancia de discurso trata de volver a encontrar la posición primera, aunque nunca podrá llegar a alcanzarla, porque el retorno a la posición original sería un retorno a lo inefable del “cuerpo propio”, al simple presentimiento de la presencia. Pero puede al menos construir el simulacro. De esa forma, el discurso está en condiciones de proponer una representación simulada del momento (ahora), del lugar (aquí) y de las personas de la enunciación (Yo-Tú). El embrague renuncia a la extensión, pues se acerca más al centro de referencia y da prioridad a la intensidad: concentra de nuevo la instancia de discurso. El género poético es el resultado más patente de esa operación.

En el gesto mismo de retorno a la posición originaria (inaccesible), el discurso produce, al mismo tiempo, el simulacro de la deixis y el simulacro de una instancia única. La unicidad del sujeto de enunciación no es más que el efecto de sentido de un embrague bien forjado. En el verso de Vallejo: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé, la impresión de que el “yo” del poema es el “yo” de Vallejo es una mera ilusión; es el efecto de sentido que produce la operación del embrague; es un perfecto simulacro: ese “yo” es un “personaje” del poema y no Vallejo. Así de simple. La situación ordinaria de la instancia de discurso es la pluralidad: pluralidad de roles, pluralidad de posiciones, pluralidad de tiempos, pluralidad de voces.