Preparación para la vida

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capítulo 2
Jesucristo en la Trinidad

“Apenas bautizado Jesús, salió enseguida del agua, y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y venir sobre Él, mientras de los cielos salió una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en quién me complazco” (Mt.3:16-17)

El Hijo Unigénito del Padre

Quienes con el Espíritu Santo constituyen la Trinidad Divina, y a quienes reconocemos como “Dios”. Si bien la tradición judía considera a Dios como “uno” (“`el”), en las Escrituras israelitas del Viejo Testamento el uso predominante (2.600 veces) para Dios es “ ‘Elohim”, que es el plural de “‘el”, lo cual es consistente con la pluralidad de la Trinidad. En la creación, “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, semejante a nosotros” (Gn.1:26).

El Nuevo Testamento, y las múltiples referencias del propio Jesucristo, de sus apóstoles, profetas y escribas dirigidas al Padre y al Espíritu Santo, no dejan duda alguna sobre la revelación de Dios como la “Trinidad”. Por cuanto que los humanos somos seres individuales (además de egocéntricos, narcisistas, egoístas y materialistas), dotados de un cuerpo corrupto y singular, nos es difícil comprender la consustanciación, comunión y concordancia de tres seres espirituales y divinos en una Deidad, que piensa y actúa en unidad de propósito y perfecta armonía:

 Cristo da siempre deferencia al Padre:

 “sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre Celestial (Mt.5:48);

 Nos enseñó a orar al Padre (Lc.11:2);

 Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su temor reverente, y aunque era Hijo, “aprendió, padeciendo, a obedecer” (He.5:8);

 Y ante Poncio Pilato, Cristo le increpó: “ninguna autoridad tendrías sobre Mi si no te la hubieron dado de lo alto (Jn.19:11).

 No obstante, Jesucristo, en sus días de hombre, tuvo autoridad para dar su vida, y para volverla a tomar. “Porque del mismo modo en que el Padre posee vida por sí mismo, así también concedió al Hijo el poseerla por sí mismo” (Jn.5:25).

 De igual manera, estando Jesucristo con sus discípulos, Felipe le pidió: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le contesta: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me Has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ´Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las digo por Mi cuenta, el Padre que mora en Mí es quién realiza sus obras” (Jn.14:8-10).

 En Fil.2:5-8 (referida en el Prólogo de este libro), la Palabra nos exhorta a ser semejante a Cristo en su humildad “el cuál siendo de condición divina, no se encastilló en ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”.

Los Atributos de Dios

Un serio problema de los no creyentes, o de aquellas religiones politeístas y panteístas, es la humanización de Dios, o la necesidad de “ver para creer”. Por el contrario, el Cristianismo se fundamente en la fe, que la Palabra nos indica que “es anticipo de las realidades que se esperan y prueba de las que no se ven” (Heb.11:1). No obstante, Jesucristo apelaría a los milagros y prodigios de manera tal que, si la gente no creía en sus palabras, por lo menos creyesen en Él por sus obras (Jn.5:36). El propio apóstol Juan dio testimonio de ello, al decir que Jesús hizo muchas cosas que, si se quisieran narrar una por una, ni en todo el mundo cabrían los libros que serían necesarios escribir.

Pero la gran mayoría de la humanidad no cree verdaderamente en Dios porque acorde a su percepción egocentrista de la vida, y basados en eventos o circunstancias que desde su perspectiva no le son positivos o productivos, para ellos eso probaría la inexistencia de un “Dios Bueno”. Porque de no ser así, piensan ellos, no les causaría dolor y sufrimientos, no los mantendría en la pobreza, no les ocasionaría tristeza y depresión; y por otra parte, una Deidad magnánima no les privaría del poder y riqueza que desean, o el reconocimiento que aspiran, o la seguridad que procuran (deseos de la carne). La respuesta de tales es ignorar a Dios, o repudiarlo en su corazón, porque no les da lo que desean (lo que contradictoriamente significa que si creen que existe). Obviamente, ignoran la perspectiva eterna de Dios, y no pueden ver un problema como una prueba para soluciones duraderas, ni una privación como un camino a la bendición. Lamentablemente, ésos no se salvan, ni ayudan a que los suyos se salven (ciegos que guían a ciegos). Que el Señor se apiade de ellos, les abra los ojos para que vean el Camino, y el entendimiento para comprender la Verdad. Con este propósito, describiremos lo que la Palabra enuncia sobre nuestro Dios, su magnificencia y cualidades:

A) Dios es Omnipotente: el poder de Dios es sencillamente inimaginable para la mente humana, pero intentaremos una descripción basada en lo que la inmensa mayoría de los científicos consideran como el momento de la creación de “nuestro Universo” (si hay otros, como algunos sugieren, sólo incrementaría aún más la percepción de su poder). Esta es la llamada “Teoría del Big-Bang”, la que sostiene que en la fracción de un segundo se produjo una materialización de energía molecular del tal magnitud que, a velocidades superiores a la luz (la máxima medida observada por el hombre), billones de estrellas y partículas fueron lanzadas al espacio (que pre-existía), formando billones de galaxias, a su vez con billones de estrellas, y eventualmente otras formaciones como los “agujeros negros”, de increíble densidad y fuerza gravitacional. Estas formaciones estelares están a su vez a billones de años luz de distancia (km x velocidad de la luz) unas de otras, y siguen su movimiento expansivo en el universo a una velocidad que va en aumento (algo que Albert Einstein no advirtió). Para darnos cuenta aún más de lo infinitésimo del ser humano y de nuestro planeta, la realidad cósmica perceptible (lo que podemos ver con la ayuda de nuestros “sofisticados” telescopios satelitales), es tan sólo el 4.9% del universo. Del otro 95.1%, al que llaman “materia negra”, se sabe muy poco, pero se estima que un 26.8 % es “materia negra” per se (que no interactúa con materia ni radiación), y el otro 68.3% es “energía negra” (que no contiene partículas o masa), a la que también llaman “anti-materia¨, de características desconocidas. No obstante, la arrogancia y petulancia de nuestros científicos es tal, que con la “Revolución Tecnológica” y el advenimiento de la Inteligencia Artificial, supuesta y eventualmente millones de veces superior a la inteligencia del “hombre biológico” que Dios creó, presumen eventualmente “conquistar el Universo”.

Si bien hacen 2.700 años que el profeta Daniel anunció que en “los días tardíos el conocimiento aumentará”, hoy podemos claramente anticipar que Dios pronto pondrá un límite a las intenciones satánicas que manipulan estas especulaciones científicas. ¿Quién puede dudar que este “progreso” del que se habla no está sino contaminando al mundo en lo espiritual, emocional y material, a la vez que ocasionando desequilibrios en el clima y naturaleza del planeta, ergo del hombre? Tomemos en cuenta lo que las Escrituras nos dicen del Poder de Dios:

 “Los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento anuncia las obras de sus manos” (Sal.19:2);

 “Tú fundaste la Tierra en los comienzos y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, mientras Tú permaneces” (Sal.102:26-27);

 “Así dice el Señor, que creó el cielo y lo extendió, que dilató la Tierra y cuanto en ella brota, que da respiro al pueblo que la habita, y aliento a los que andan por ella” (Is.42:5);

 “Desde la creación del mundo, están claramente visibles, a través de sus obras, las perfecciones invisibles de Dios, tanto su eterno poder como su deidad, de suerte que ellos (los incrédulos) no tienen excusa” (Rom.1:20)

B) Dios es Espíritu Omnipresente: nuevamente, usando nuestro don de fe, recordemos que Dios es Espíritu, luz infinita que no tiene confinamiento alguno. Está fuera del espacio y del tiempo.

 “Pero ¿quién es capaz de construirle un templo, cuando los cielos ni los cielos de los cielos pueden contenerlo? (2 Cro.2:5);

 “En todo lugar los ojos de Yahveh, vigilan a los malos y a los buenos” (Prov.15:3);

 “Él habita sobre el globo de la Tierra, y sus habitantes son como langostas. Extiende como un toldo los cielos, los despliega como tienda que se habita” (Is.40:22);

 Por eso, su Palabra nos dice que “…los que lo adoran tienen que adorarlo en espíritu y verdad” (Jn.4:24).

 Y también, “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, Dios, el que está en el seno del Padre, Él es el que lo dio a conocer” (Jn.1:18).

 Cuando las Escrituras se refieren a las “manos” de Dios, a sus pies, ojos, dedos, alas, y plumas, son referencias para facilitar nuestro entendimiento y son figurativas.

C) Dios es Omnisciente: Él representa la sabiduría en su infinita expresión, el conocimiento de todo lo que es comprensible en el pasado y en el futuro, porque el tiempo y el espacio no lo constriñen. Su inteligencia y memoria no tienen límite. Él percibe lo visible y lo invisible, las cosas del espíritu, las del alma y las de la carne. Las de la Tierra, las del espacio celestial, y hasta lo infinito. Él está en lo infinito y en lo más pequeño, nada le está oculto a Dios. Ni las fuerzas del bien, ni las del mal. Bienaventurado el que discierne y acepta la omnisciencia de Dios, porque “los necios desprecian sabiduría y disciplina” (Prov.1:7), y la sabiduría de este mundo es necedad para Él. Y “quién conoció la mente del Señor, de modo que pueda aconsejarle”? (1Cor.2:16).

 

 Revisemos lo que algunas escrituras dicen sobre la omnisciencia de Dios:

 “En Él residen la sabiduría y el poder, suyos son el consejo y la prudencia” (Job 12:13);

 “Si subiera a los cielos, allí estás, si bajara al Seol, estás presente; aunque me alce en las alas de la aurora o me instale en el extremo de los mares, aún entonces tu mano me conduce, tu diestra me alcanza” (Sal.139:8-10);

 ¡“Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Que insondables son sus decisiones, y qué inexplorables sus caminos!” (Rom.11:33);

 Aunque a veces nuestra conciencia nos reprenda al tomar en cuenta nuestras debilidades, “Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (1 Jn.3:20).

D) Dios es Inmutable y Eterno: Moisés recibió del Señor la comisión de ir a Egipto, que en ese entonces era la nación más poderosa del mundo, donde debía hablar con el Faraón y reclamarle que libere al pueblo judío de su esclavitud y los deje salir. Ante semejante comisión, éste le preguntó: ¿y quién soy yo para hablarle así al Faraón? El Señor le dijo: Ve, porque Yo estaré contigo. Y Moisés insistió: ¿quién le diré al pueblo judío que me manda? Respondió Dios: “Yo Soy el que Soy. Así dirás a los hijos de Israel: “Yo Soy me envió a vosotros”. Que maravillosa respuesta a una pregunta innecesaria. Dios “es el que es”, soberano de todo, Rey de Reyes y Señor de Señores, sin origen ni fin. Moisés entonces tenía una apreciación muy superficial de con quién hablaba, y esto no ha cambiado hoy para la mayoritaria de la humanidad. Como lo hemos mencionado previamente en este libro, la inmutabilidad de Dios, sin la ayuda del Espíritu, no es posible comprenderla.Desde que el ser humano nace está sujeto al cambio: físicamente, en sus emociones e intelecto, y luego en su espiritualidad. Su entorno igualmente cambia. Y finalmente, si lo logra, su relación con Dios también cambia y frecuentemente “culpamos” a Dios de ello, sin advertir que es el hombre quien transmuta, porque no hay variación alguna en Él. Las Escrituras afirman esta verdad:

 “Mil años a tus ojos, son igual que el ayer, que ya pasó” (Sal.90:4);

 “Ellos perecerán, mientras tu permaneces: todos ellos se gastan como un manto, cuál vestido que se muda. Pero Tú eres el mismo, tus años no terminan” (Sal.102:27);

 “El Padre de los astros, en Quién no hay fases ni períodos de sombra” (Sant.1:17);

 “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por siempre” (Heb.13:8).

Las Cualidades de Dios

El Señor es perfecto, y por lo tanto todo su ser, sus palabras y obras son perfectas. Él no cambia, ni puede ser tentado por el mal y, por lo tanto, Él tampoco tienta a nadie. Dios desea que los que lo siguen y creen en Él sean también perfectos, y para ello nos ofrece la guía de su Palabra, y a través del Espíritu Santo, el conocimiento y poder para ejecutarla. Jesucristo nos alienta asegurándonos que todo aquello que pidamos con fe y sea consistente con sus preceptos, Él lo concederá.

Las cualidades de Dios que comentaremos seguidamente surgen de la Palabra, pero su enumeración no pretende ser taxativa ni completa. Las bondades y maravillas del Señor, son inescrutables:

Bondadoso: el amor es la esencia de su ser y lo más profundo de su persona. Nos hemos ya referido a ello en este libro, pero es necesario ampliarlo. El mundo ha sido educado desde tiempos inmemoriales a “temer a Dios”, una combinación de respeto y miedo fundamentalmente opuesta a la noción bíblica del amor. Es el Señor quien nos rebela el verdadero significado de su amor (Ágape): “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó (primero) y envió a su Hijo como sacrificio de purificación por nuestros pecados” (1Jn.4:10).

Y lo más asombroso es que nos amó así cuando no lo merecíamos, porque todos habíamos pecado y estábamos destituidos de la gloria de Dios (Rom.3:21). Bienaventurados los que lleguen a amar a Dios, porque para eso fuimos creados, para ser adoptados como hijos y vivir en su reino por la eternidad. “Por esta razón, doblo mis rodillas ante el Padre, de quién toma nombre toda familia en el cielo y la Tierra, para que os conceda , según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en vuestro interior, para que Cristo habite, mediante la fe, en vuestro corazón y para que, arraigados y cimentados en el amor, seáis capaces de captar, con todo el pueblo santo, cual es la anchura y largura, la altura y profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, para que quedéis llenos de la plenitud total de Dios” (Ef.3:14-19).

Fiel: en la invariabilidad de Dios resta la Verdad, su amor y su fidelidad. No se han acabado las bondades de Señor, ni se ha agotado su misericordia, que “nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!” (Lam.3:22-23). En estos “días tardíos” estamos viviendo tiempos de creciente degradación espiritual, de avasallante corrupción e infidelidad a los preceptos de Dios. Pero no nos confundamos, la infidelidad de éstos no afecta la fidelidad de Dios. “Grande es su amor hacia nosotros, y su lealtad dura por siempre” (Sal.117:2).

Misericordioso: después de recibir Moisés del Señor las primeras dos tablas de piedra de la Ley en el Monte Sinaí, regresó para encontrar a su pueblo en idolatría con un becerro de oro, y enfurecido las rompió. Yahveh le hizo construir dos nuevas tablas que Moisés llevó consigo al mismo lugar, donde Yahveh lo visitó. Conmovido, Moisés exclamó: “Yahveh, Yahveh, Dios compasivo y misericordioso, tardo para la ira y rico en amor y fidelidad, que guarda su benevolencia por mil generaciones, que tolera culpas, transgresiones y pecados, pero que no deja nada impune y castiga la falta de los padres en los hijos, y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación. Moisés cayó enseguida de rodillas en el suelo, y adoró. Y dijo: Ahora, mi Señor, si gozo de tu favor, dígnese mi Señor caminar con nosotros. Ciertamente, este es un pueblo de dura cerviz, pero tú perdonarás nuestras faltas, nuestros pecados, y harás de nosotros tu heredad” (Ex.34:5-9). De esta escritura podemos aprender importantes designios de Dios:

Grande es la misericordia de Dios, que perdona nuestros pecados si nuestro arrepentimiento es sincero y cabal. Sin embargo, cuando un pueblo está involucrado, ese arrepentimiento puede no ser absoluto y general, y Su castigo a los insensatos puede extenderse hasta la 4ta. generación. Moisés apeló a su propio estado de favor con Él, y Dios fue compasivo, pero puso claros preceptos y condiciones para renovar la Alianza con su pueblo.

Con el advenimiento de Jesucristo y su sacrificio vicario por nosotros, Dios habilitó un nuevo camino para el perdón de nuestros pecados: “Dios, sin embargo, rico como es en misericordia, por el mucho amor con que nos amó, también a nosotros, muertos por nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo- pues de gracia habéis sido salvados- con Él nos resucitó y con Él nos sentó en el cielo por Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús.” (Efe.2:4-7).

Generoso: Dios es el Creador de todas las cosas, y todo le pertenece. Uno podría preguntarse: ¿cómo puede Él ser generoso poseyéndolo todo? Porque su generosidad se funda en la disposición de dar por amor, y sin posibilidad material de ser reciprocado. El deseo del Señor es que respondamos a su caridad con amor y gratitud. Es por eso que David admite ante el Todopoderoso: “¿Porque quién soy yo y quién mi pueblo para que podamos hacerte estas ofrendas? Todo viene de Ti, y de tus manos proviene lo que te damos.” (1Crón.29:14).

Nos conforta el Señor Jesucristo al decirnos:”No temas, pequeño rebaño, que ha tenido a bien vuestro Padre daros el Reino” (Lc.12:32).

Paciente: por cuanto nuestro Dios es paciente, esa virtud nos la ha ofrecido como un “don del Espíritu” (Gal.5:22). Y Él nos ha dado el ejemplo: tolera nuestros pecados, desagradecimiento, falta de respeto y de amor al prójimo, deshonestidad, egoísmo, etc…, pero siempre nos llama y nos espera como a un hijo perdido a quién recibir y abrazar si regresamos a Él (Lc.15:19).

Nos exhorta a enfrentar con gran alegría toda clase de pruebas, sabiendo que ellas tonifican nuestra fe y aumentan nuestra paciencia (Sant.1:2-3).

La Biblia proclama dichosos a los que son constantes: “habéis oído hablar de la paciencia de Job y habéis visto el final que le dio el Señor, porque Él es compasivo y misericordioso” (Sant.5:11).

Imparcial: los juicios de Dios son perfectos, y así lo son para con todos los hombres y naciones. Todos somos su creación y todos tenemos libre albedrío. Esto los lleva por distintos caminos, pero Él ha dispuesto para nosotros un camino que es el que lleva a la verdad y la vida: Jesucristo. Fuera de Él no puede haber comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Dios no es imparcial ni indiferente en esto.

No obstante, a pesar del poder omnímodo de Dios, Él es imparcial con respecto a las decisiones que tomen los hombres y las naciones, si bien “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim.2:4).

Justo: “En verdad, Yahveh es justo y amante de lo recto; los perfectos disfrutarán de su presencia” (Sal.11:7). La justicia de Dios no está contrapuesta a su misericordia, ni a su generosidad, pues sus juicios son rectos y ecuánimes.

Como lo hemos referido previamente, todo hombre ha nacido en pecado, “porque por las obras de la ley nadie será justificado ante Él, ya que la ley sólo lleva a más reconocimiento del pecado. Pero ahora, con independencia de la ley, ha quedado bien manifiesta la justicia de Dios, atestiguada por la ley y los profetas: justicia de Dios que, por medio de la fe en Jesucristo, llega a todos los que creen” (Rom.3:21-22).

En definitiva, todos los que creen en Cristo y viven acorde a sus preceptos, serán “justificados en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rom.3:24).

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