Loe raamatut: «Eros»

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ISBN: 978-84-1114-588-6

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Este libro está dedicado a mi madre, padre y hermanas.

Porque la familia va primero.

Con amor y gratitud.

A mi amigo Óscar.

Por todo el apoyo incondicional.

De verdad, muchas gracias.

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Eros: El principio de la caída de los ángeles y demonios es una obra literaria de tipo ficción. Los nombres, personajes, pensamientos religiosos, aplicaciones científicas, lugares e incidentes que aparecen en esta obra no corresponden al mundo real. Son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas, eventos y situaciones actuales, pasadas o futuras del mundo real son meramente coincidencias.

NOTA DEL AUTOR

Imagina por un instante que más allá de las afirmaciones religiosas existen Dios y el diablo, de manera contundente e inequívoca. La lucha incansable entre el bien y el mal que todos los cultos pregonan es una realidad palpable. El poseer habilidades y destrezas que, a la vista de cualquiera, solamente pueden ser catalogadas como dones o magia. Diferentes realidades interactuando con la nuestra y vida de seres con inteligencia superior a la de la raza humana, desarrollándose fuera de este mundo y plano.

En pocas palabras: tener la certeza sobre la presencia de Dios, el diablo y seres siderales… Ahora bien, yo te hago una pregunta: ¿has pensado cómo se relacionan todos ellos?

E. A. Suárez

PRÓLOGO

Hacía mucho que no se escuchaba algo sobre la rebelión.

Los rumores apuntaban hacia dos direciones. El primero, que definitivamente se habían extinguido. Regresando a ser parte del polvo estelar que bañaba a los planetas desde el espacio. Mientras que el segundo, a falta de pruebas contundentes que corroboraran la certeza del primero, era que estaban escondidos. Aguardando el momento oportuno para hacer su aparición de nueva cuenta y dar el golpe final. Cumpliendo con la amenaza que habían prometido desde hace mucho, muchos sucesos atrás.

Manteniéndose siempre alerta, como era su deber, observaba por enésima vez, mediante las pantallas flotantes que lo seguían a todas partes, que en la periferia de su estación de vigilancia y hogar perpetuo no se observaran extraños merodeando por ningún lado. A pesar de mirar el paisaje tranquilo en los monitores, nunca dejaba de lado la posibilidad de que intentarían abordarlo de manera sorpresiva. «Que vengan. Aquí los espero», pensaba de camino a la sala de control.

El recinto de mando poseía paredes y techo curveados, todo en matiz blanco brilloso. Resaltando las esquinas gracias a los relieves de los alargados asientos de la habitación y en el centro, permanenciendo ingrávida, una mesa ovalada tan delgada como una hoja de papel. Al poner la mano sobre el mueble, se proyectó una minúscula esfera de color verde agua. En ella, introdujo sus alargados y cristalinos dedos para hacerla rotar. Inmediatamente, en el techo se dibujó el basto pero finito universo.

Esa era la idiosincrasia predominante con los de su especie. Después de haber durado, atestiguado y razonado tanto, creían que lo conocían todo, que lo sabían todo. Obteniendo con ello que el cosmos le fuera restado su belleza y magnificencia.

Con sus conocimientos tan diversos, detallados y probados una y otra vez, era bastante común la idea de creerse superiores a todos. Dicho cúmulo de sabiduría podía equipararse con la cantidad de galaxias existentes en el universo. Pero de vez en cuando, en medio de alguno de los eones que cursaban, una idea disparatada salía del lugar menos esperado. Convirtiéndose en una posible amenaza para el estilo de existencia de los suyos, mas no de su existencia en sí.

Aquel ermitaño habitaba solo en la estación, pero no extrañaba la compañía. Prefería disfrutar de la paz y tranquilidad que le daba la ausencia de la interacción con otros a tener que tolerar la hipocresía de la cortesía y buenos modales de un total desconocido de su especie. Quien solamente se comportaba de esa manera por meras normas de etiqueta, mas no porque le agradara. Por desgracia, el protocolo para actividades de vigilancia exigía la convivencia de un mínimo de dos habitantes por base. A razón de que, si llegara a haber un percance, dos usuarios daban el doble de oportunidades de un aviso oportuno, que uno.

Su último compañero, un aspirante a dominar la antropología social, tenía la virtud de ser muy callado. Tan silencioso que, en más de una ocasión, el misántropo llegó a creer que había caído en un sueño del que nunca iba a despertar.

Su objetivo, al estar en aquella recóndita base, era el de observar y determinar el por qué la especie predominante local, con todos sus recursos y avances científicos, no consolidaba la paz global. Conluyó que las acciones que involucraban actos de avaricia, egoísmo y desinterés por el bienestar del prójimo ocasionaban la fractura empática social, situación que se notaba en todos los niveles sociales. Después de esas resoluciones, dio por terminada su estadía en aquel lugar.

—¿Cuándo te irás? —preguntaba un poco sorprendido el eremítico, al recibir de manera súbita la noticia por parte de su compañero.

—Dentro de cinco ciclos de rotación de este mundo —decía sin expresarle ninguna clase de emoción—. La contrariedad recae en que te quedarás sin compañero durante varios ciclos de traslación.

—No le veo la contrariedad a eso.

—Que no es correcto que te quedes tú solo.

—Estuve solo una temporada antes de que tú llegaras —le decía tratando de diezmar sus inquietudes—. No me pasará nada malo. Y la sociedad que has estudiado tan meticulosamente no mostrará cambios justamente cuando tú partas. Ve tranquilo. Aquí todo estará cubierto.

Esa fue la última plática relevante que tuvieron antes de quedarse solo.

Su gusto por el aislamiento social voluntario le duró muy poco. No pasó mucho cuando le llegó el aviso de que su nuevo compañero ya había sido asignado y que pronto estaría con él. «Lo que daría por que fuera tan mudo como el anterior». Pero sus esperanzas se desvanecieron al momento de conocerlo.

Aquel día al salir de la base y quedar expuesto a las condiciones climatológicas de la superficie, su cuerpo le podía transmitir el gélido frío del ambiente, algo que no le afectaba en absoluto. Ya fuera el más congelante o quemante de los climas, sus cuerpos no resultaban afectados por dichas condiciones hostiles. No obstante, él siempre prefería la baja temperatura que las calidas o elevadas.

De pie en la superficie del satélite, el fino polvo que revoloteaba a su alrededor, le sepultaba los pies. Obligándolo a sacudirlos de vez en vez. Desempolvando la extremidad izquierda, vio llegar la nave de su compañero.

El navío interestelar tenía mucho parecido con la forma de un prisma octaédrico, partido por la mitad más larga. Al verlo recordó las ventajas aerodinámicas que daba ese diseño, mas nunca dejó de contemplarla con un cierto desagrado. Cuando estuvo lo bastante cerca de él, la nave se estabilizó. Quedando flotante abrió una escotilla, descendiendo una escalera vertical, generando anillos de luz a su alrededor; con la finalidad de proteger al usuario que bajara de esta.

De aquella escalerita, vio descender a quien sería su nuevo compañero.

El individuo cargaba un costal a su espalda y en la mano izquierda sujetaba un robusto maletín. Sin duda, era más del doble de equipaje que llegó a tener su anterior colaborador. Al estar con los dos pies firmes sobre la tierra, la nave se elevó de nueva cuenta, hasta perderse en el oscuro horizonte, adornado de puntos brillantes de estrellas finadas.

—¿Por qué se marchó la nave sin antes recargar? —preguntaba olvidando presentarse.

—Hay una nave de reconocimiento no muy lejos de aquí —respondía el nuevo en tono jovial—. La tripulación me comentó que tienen recursos suficientes para regresar.

—¿Te dieron algo para mí? —cuestionaba al caminar de regreso al interior de la base. Dejando que su colega cargara solo sus maletas.

—Negativo —respondía acelerando el paso para alcanzarlo—. El capitán me dijo que con los informes que mandabas era más que suficiente. No hay nuevas instrucciones para ti de momento. Por cierto, me llamo Parkiss.

—Yo me llamo Alfa-Rum —le dijo sin dejar de mirar el camino que tenían por delante.

La verada sobre la superficie era traicionera para cualquiera que no fuera precavido. Poseyendo desfiladeros por ambos lados y la tierra sin compactación, era perfecta para ocasionar caídas por deslaves. La base se encontraba ubicada en la parte con la menor visibilidad natural del satélite. Derivado a que la luz que irradiaba la estrella incandescente al centro de aquella galaxia, llegaba esporádicamente.

El objetivo de instalarla en esa zona era porque la especie predominante a la que monitoreaban ya contaba con la maquinaría suficientemente sofisticada, para tener equipos de visión orbitando muy por encima de la superficie de su mundo. Los rudimentarios artefactos eran capaces de capturar imágenes de otros lugares del cosmos, incluyendo donde moraban. Gracias al sistema cavernoso natural donde residían, que realizaba el trabajo de un escudo, los mantenían alejados de cualquier tipo de lente.

Llegado al complejo y cruzando la entrada principal, Parkiss encontró un extenso pasillo en tonalidades de color aluminio y blanco. Mirando cómo el polvo que había ingresado por culpa de ellos era retirado de la cabina por los extractores. Colocó sus pertenencias en el piso, justamente donde le indicó su compañero y temporal instructor del puesto de vigía.

—Acompáñame —le decía Alfa-Rum mirándolo de frente—. Te mostraré el lugar. Luego podrás regresar por tus cosas.

La excursión consistió en presentarle al nuevo inquilino las partes que conformaban la instalación subterránea.

La sede constaba de un pequeño archipiélago de seis edificaciones tipo iglú. Todas comunicadas por medio de un pasillo principal, que eran la única forma de acceder a ellas. La primera a la que entraron correspondía a la sala de control. Donde se monitoreaba a los especímenes en cuestión y se elaboraban los reportes que eran enviados a la nave de reconocimiento. La siguiente era un laboratorio para productos orgánicos, muy bien equipado. El habilidoso ermitaño le mostraba a Parkiss las herramientas de precisión quirúrgica que contaba. Al igual que envases de duplicación para organismos pilocelulares y una cámara de recuperación, la cual nunca había tenido el gusto de utilizar en las muestras que recolectaba de vez en vez.

El tercer y cuarto recinto correspondían a las habitaciones para los residentes. Cada cuarto tenía la capacidad para albergar a dos compañeros y en sus techos estaban instalados varios proyectores. Para simular cualquier tipo de escenario que el usuario que la habitara pudiera seleccionar y entretenerse. A diferencia de las habitaciones restantes, una vez que llegaban a las semiesferas para el descanso y privacidad, el pasillo rodeaba el perímetro del recinto. Mientras que otra puerta frente a la boca del corredor daba acceso al cuarto.

—Esta será tu habitación —le decía Alfa-Rum estando los dos dentro del cuarto iglú—. En el centro de la habitación, hay una compuerta de escape seguro. Si algo malo llegase a ocurrir, entra a esa compuerta. Te llevará por un pasillo independiente a los otros, y te conducirá a la nave.

El quinto iglú estaba destinado a un área recreativa para los usuarios alojados. Pero el recién llegado tenía la impresión de que nunca lo había utilizado su sedentario compañero y temporal mentor.

El sexto cuarto contenía las maquinas que daban soporte a la infraestructura y uno que otro artículo que permitían el reconocimiento directo.

—¿Has operado alguno de los planeadores de alta velocidad? —preguntaba Parkiss entusiasmado de ver aquellos vehículos compactos, que podían flotar gracias al uso adecuado del campo magnético del planeta.

—Al principio sí. Pero conforme fui conociendo este lugar a detalle preferí ya no utilizarlas. Están en perfectas condiciones. Puedes operar una o todas, si así lo quieres. Más adelante, te daré un recorrido por el pasillo seguro para que sepas cómo llegar a la nave y te indicaré cómo la debes despegar. Por lo pronto, te puedes instalar en tu habitación. Descansa. Ya habrá oportunidad de que te explique todo lo demás.

Los siguientes ciclos de rotación y traslación, para Alfa-Rum, fueron los más largos y tediosos que le haya tocado lidiar.

Después de tener que escuchar un sinfín de cuestionamientos, pensamientos caóticos de índole labora-existencial, errores de primera vez y una larga lista de recuerdos, relatados con lujo de detalle, Alfa-Rum descubrió que Parkiss era la primera vez que tenía un trabajo de esta clase. En sus labores previas, el poco experimentado colega le había tocado ejecutar actividades de servicios diplomáticos, administrativos e inclusive terapéuticos. Haciéndole pensar que el novato había tomado esta diligencia desconociendo lo aburrido, fastidiosa y sumamente repetitiva que sería. Ya que el trabajo consistía en monitorear e informar. Monitorear e informar. Monitorear e informar…

La misión vitalicia, en parte, se enfocaba en recabar toda la información imprescindible del mundo que se custodiaba. Eran pocos planetas que tuvieran las condiciones suficientes como para sustentar y permitir que organismos complejos pudieran existir, desarrollarse y prosperar. Pero en ningún tópico de la plática introductoria, que era dada antes de que se aceptara el trabajo de vigilancia, informaba sobre lo rutinario y deprimente que se volvía, transcurriendo muchos sucesos después.

En una ocasión, Alfa-Rum habló tanto en el transcurso de una sola jornada que terminó fastidiado de escuchar su propia voz. Teniendo presente que trataba con un neófito, Rum intentó ser lo más compresivo posible con Parkiss. Pero, cuando cayó en la cuenta de que su compañero no tenía la vocación para esta clase de trabajo, comenzó a desesperarse. La simple idea de calcular todo lo que tendría que pasar para que su compañero estuviera completamente apto para desempeñarse de manera independiente en sus funciones, o renunciara a ellas, lo tenía de muy mal humor.

Le hubiera encantado reportarlo ante los superiores. Decirles lo poco productivo que era. Pero faltaba mucho para que concluyera el periodo de prueba. Y si Parkiss lo decidía, podía pedir dos oportunidades más antes de ser definitivamente cambiado de instalación. Rum tenía que pensar rápido en la manera de cómo solucionar su predicamento.

Fue entonces que tuvo una revelación. Una clase de epifanía que lo salvaría de la desesperación.

—¿A qué te refieres con monitoreo especifico? —preguntaba Parkiss algo confundido en la sala de control.

—El monitoreo específico consiste en que seleccionas un determinado grupo de sujetos o, incluso, un solo individuo, y lo comienzas a estudiar a fondo. Puede ser algún líder o una figura que sea fuente de respeto o temor. Mi anterior colega hacía seguido esta práctica. Porque trataba de entender y predecir los comportamientos de aquellos sujetos de prueba, que eran capaces de cambiar el orden social conocido por la mayoría.

—Pero para determinar posibles comportamientos en un individuo, se tienen varios algoritmos, que son altamente efectivos.

«Creo que no estás entendiendo el objetivo de esto».

—Es correcto. En la mayoría de los casos, estos simuladores suelen tener siempre la razón. Pero no son del todo infalibles. En ocasiones, uno entre diez mil millones, inesperadamente, lo cambia todo. El colega que te menciono tuvo la suerte de ver cómo uno de sus monitoreados especificó que en menos de tres ciclos de traslación propició la muerte de varios millones de su especie. Fue impactante el verlo.

—No te creo —le contestaba Parkiss con cierta duda, pero a la vez se había enganchado del anzuelo llamativo que le lanzó su capacitador.

—Deberías —le decía en un tono motivador—. Tu predecesor, al reportar esta situación, fue como consiguió subir de rango. Esto también te podrá ayudar a ti.

—¿Y si es tan prometedora esta actividad como dices por qué no la haces?

—Tengo muy mala suerte para escogerlos. Mira, te demostraré cómo se hace.

Colocando la mano sobre la delgada mesa, puso a la vista el orbe con el que tantas veces su anterior compañero como él habían explorado aquella parte del universo. Al sumergir sus dedos en ella, mostró a Nuúana. Ese era el nombre del mundo que tenían que vigilar minuciosamente. Aquel ecosistema esférico contaba con grandes extensiones del líquido vital, del cual se sustentaban todas las especies que lo han habitado. También poseía tierra visible. Bastas prolongaciones de superficie por encima de sus mares, donde la especie predominante había instalado sus civilizaciones. Las más antiguas se habían extinguido desde hacía mucho y las actuales tenían el reto de sobrellevar los estragos de un gran enfrentamiento masivo que tuvo lugar hace pocos movimientos de traslación atrás.

Manipulando el luminoso orbe, Alfa-Rum acercó tanto como pudo la imagen, mostrando dos individuos en medio de una sección aislada del vital líquido. Permaneciendo inmóviles los dos, permanecieron a la expectativa de lo que les pudiera pasar.

—Estos son un padre y su hijo. Están realizando una acción que ellos llaman pescar.

—¿Y qué es lo que tienen de interesantes ellos?

Durante algunos momentos, Rum deseaba encontrarse en ese mismo lugar. Lejos de las molestias de tener responsabilidades y de estar adoctrinando.

—El mayor tiene un cargo de mando vitalicio. Dicho cargo se llama rey. Lo que hace un rey es reinar a un grupo grande de individuos, denominados súbditos. El reinar involucra tomar decisiones, disposiciones que afectan a todos sus pobladores y quizás, si lo cree conveniente, puede llegar alterar el orden establecido. El menor es su hijo. Llegado el suceso indicado, tomará el puesto de su progenitor. Y lo mismo le sucederá con su descendencia.

—Parece ser interesante.

—Y lo es. Este es tan solo un pequeño ejemplo de lo que puedes encontrar para observar. Podrás hallar todo tipos de casos. Algunos te resultarán muy aburridos. Otros extremadamente sorprendentes. Habrá los que nunca comenten eso que llaman mala conducta. Mientras que otros no creerás de lo que son capaces.

—De acuerdo, me convenciste, ¿qué debo hacer?

—Es simple. Comienzas a seleccionar al azar unos cuantos candidatos de prueba. Ese mismo grupo lo vas reduciendo, hasta llegar con aquellos individuos que más te convencen.

—¿Y si me equivoco?

—Sencillamente lo vuelves a intentar. Ahora te enseñaré cómo se deben llenar los informes.

Y desde la llegada de Parkiss, Alfa-Rum no había sentido tanta paz y dicha como cuando su compañero se plantó frente al monitor y se comprometió de lleno en su actividad.

Siguiendo sus recomendaciones, el novato tomó una postura en extremo meticulosa y detallista. Todo con la finalidad de poder encontrar un individuo de estudio específico que cumpliera con sus expectativas o las sobrepasara.

Mientras tanto, con la usurpación de su compañero en las cámaras, Rum se la pasaba dando manutención a las instalaciones y equipos del lugar. Reparando fugas, mantenimiento correctivo a la maquinaria, revisando la conformación rocosa de la cueva, etc. Tan grande fue el gozo de disfrutar de la paz y tranquilidad que, sin darse cuenta, de vez en vez, salía de la base para tomar largas caminatas sobre la superficie del planeta donde estaban escondidos.

Su alegría no radicaba solamente en que le fue retirada la monotonía de tener que vigilar los monitores. Sino en que su compañero lo había dejado de molestar. Se habían acabado las preguntas, el escuchar los divagues filosofales, las excusas del por qué una actividad no había salido conforme a lo esperado. No lograba el precisar cuándo fue la última ocasión en la que se encontraba así.

—Es en serio —le decía Parkiss incrédulo—. No te creo que antes eran dos planetas lo que albergaban esta clase de organismos.

—No te miento. En un principio. Los orgánicos con mayor capacidad de razonamiento estaban existiendo en el cuarto planeta. Mientras que en el tercero la especie predominante era demasiado salvaje y algunos, en extremo, agresivos. Eran grandes y con cerebros muy pequeños. Se comían los unos a los otros. Aunque debo admitir que el planeta no resentía las acciones de ellos.

—Cuéntame más de los del cuarto planeta. Es increíble que hayas estado monitoreándolo desde ese entonces.

—Lo recuerdo perfectamente. La base que habitaba era una nave que orbitaba sobre el planeta. La especie predominante contaba con un buen nivel de razonamiento. Pero no estaban tan tecnológicamente avanzados como los actuales.

—Hasta donde vi en los registros, ellos podían volar, levantar con la mente algunas cosas. Quizás eso no los orilló a tener que dar grandes pasos en su ciencia.

—Si lo he llegado a pensar. Pero no tengo la manera de cómo confirmarlo. Eran más grandes y fuertes, pero no tan desarrollados en conocimiento.

—¿Y en entendimiento?

—Eran más avanzados. Sí. Pero al final fueron mal aconsejados. Se volvieron demasiado arrogantes, soberbios.

—¿Como nosotros?

—Peores.

—¿Y cómo acabó?

—Me di cuenta de que un gran grupo de asteroides se dirigían hacia ellos. Nunca he vuelto a ver una cantidad tan grande. Cuando pedí refuerzos para destruirlos, se me indicó que me alejara a una zona segura y registrara el suceso. Cuando todo terminó, aquel planeta, siendo una bella mezcla de colores azul, café, amarillo y un poco de purpura, se había vuelto todo rojo. Un tono es bastante similar al de su sangre.

—¿Y fue cuando se pasaron al tercer planeta?

—No exactamente. Un asteroide que no impactó en el cuarto planeta lo hizo en el tercero. La magnitud del golpe fue lo suficiente para extinguir a la mayoría de los organismos policelulares, pero los que quedaron fueron evolucionando. Todo fue muy gradual, muy aburrido para mí. Cuando los elementos del planeta fueron los acordes para sustentar la existencia de una raza con capacidad de razonamiento, fue el inicio de la nueva especie predominante.

—Pero recibieron ayuda de nosotros para edificar sus civilizaciones.

—Eso es cierto. Vinieron otros compañeros y les enseñaron cosas básicas. Sobre las estrellas que podían mirar, agricultura, construcción. Incluso un poco, pero muy rudimentaria ciencia médica.

—¿Por qué no les enseñaron más?

—Porque la tecnología con la que contaban no lo permitía. Pero han avanzado bastante, en comparación con otras epocas.

—Eso es cierto. Lo puedo ver en sus tecnologías para comunicarse entre ellos. ya la están haciendo portátil. Pero, aun así, me llaman la atención aquellos individuos que tienen habilidades que la mayoría no tienen. Como esas que te decía de mover los objetos con solo pensarlo o de leer las mentes de otros. Ya quiero entablar conversación con ellos.

—Aún no es propicio que lo hagas.

—¿Qué tiene de malo? Tú lo has hecho.

—Bajo ciertas circunstancias y con determinados individuos. Como norma general, no interactuamos con ellos. Les dejamos hacer las cosas como ellos crean que es conveniente para ellos.

—Pero llegará el suceso en que tengamos que presentarnos a todo el planeta.

—Cuando su tecnología haya progresado lo suficiente, sí. Mientras no.

Los ciclos de traslación del planeta que monitoreaban sobre la estrella incandescente siguieron su curso. Estando aquel sistema solar en lo que parecía ser una trayectoria sin un destino en específico. Pero avanzaban lentamente, sin la más remota intención de llegar pronto.

De repente, todo cambió.

Estando en la sala de actividades recreativas, Alfa-Rum brincó del susto que le propició el encendido y apagado de las luces de alerta. Los fulgores eran alternaciones de dos colores: rojo y amarillo. Encendiéndose el rojo, apagándose el rojo. Encendiéndose el amarillo, apagándose el amarillo. Una y otra vez bailaban el conjunto estroboscópico, junto con el sonido de ambientación que se había convertido en llamados de advertencias. Advirtiendo que algo muy malo había acontecido.

Tan rápido como pudo, corrió por todas las semiesferas, hasta llegar a la sala de controles. Encontrando a Parkiss sentado en el suelo, asustado y con el aspecto de haber recibido la mayor impresión de su vida.

—¿Qué paso? —preguntaba Alfa-Rum, sujetando los hombros de su compañero para hacerlo entrar en razón—. Habla. Di algo.

—Vi un gran estallido en el planeta —hablaba en voz alta, casi gritando; con las alarmas dando indicaciones de alerta—. Todo se iluminó.

—¿Fue una explosión provocada por ellos?

—No. Fue de origen geológica.

Si lo que decía Parkiss era correcto, tendría que haber registro de la energía emanada. También se verían las fluctuaciones en los números de organismos que trascenderían a causa de la inclemencia natural. Dejando a su colega en el piso, Rum corrió para ver las pantallas. Pero su sorpresa fue grande al ver que aquel azulado mundo, con extensiones de tierra que sobresalían del vital líquido, se encontraba inalterado. Todo tenía la apariencia de ser normal. Sin embargo, las alarmas no dejaban de sonar y la danza de los colores de advertencia no había concluido. Sin duda, algo había sucedido.

Revisando los múltiples sensores que tenía, Rum comenzó a buscar qué era lo que había puesto en ese estado a las alarmas y avisos de advertencia. Tras unos segundos de búsqueda, encontró la respuesta.

Simplemente no lo podía creer. Los sensores naturales insertados en el planeta le estaban indicando que había ocurrido un acontecimiento improbable. Un evento que su especie solamente había teorizado, pero jamás aplicado o presenciado. Era inaudito que esto pasara. Y más una, porque le había tocado en la guardia de un poco talentoso observador. Revisó el estado de operación de sus máquinas, los cuales no mostraban ninguna clase de fallo. Aquella situación no dejaba de ser inverosímil para el experimentado veterano.

—¿Qué hacemos? —preguntó Parkiss, habiendo recuperado el autocontrol y estando de pie junto a su compañero.

—Hay que llamar a la nave de reconocimiento. Esto nos sobrepasa.

I

Con la tarde aún clara, el sol no tardaría en esconderse en el horizonte y dar paso a que se extendieran las sombras. Espectros negros emergidos de las siluetas de los árboles que yacían en la Piazza Adriana.

Cruzando la calle, dejó atrás el Castel Sant’Angelo para adentrarse en el pequeño restaurante que tenía por vista el río Tiber.

—Hola, buenas tardes —saludó la joven recepcionista con una grata sonrisa y levantando sus cejas color dorado—. ¿Tiene reservación?

—No —respondió muy serio el hombre—. Un compañero hizo una reservación a nombre de Diego Campisi.

—Okay… —Buscó con su dedo índice el nombre proporcionado en la libreta de reservaciones—. ¡Ah! Aquí esta. Por favor, sígame —le decía al mismo tiempo que le abría la puerta de madera trabajada que permitía el acceso al restaurante.

El lugar era sencillo pero acogedor. De lado izquierdo se encontraba una hilera de seis mesas cuadradas para dos personas, vestidas de manteles blancos, pegadas a la pared donde la vista apuntaba al río Tiber y al puente Vittorio Emanuele II. De lado derecho reposaba una barra con sillas acojinadas de patas largas y de respaldo corto. Donde el barman atendía a una pareja de edad avanzada en un extremo, y al otro tres hombres se encontraban entretenidos viendo la televisión.

El hombre caminaba a pasos cortos, sin prestar atención en el ritmo delicado e informal que portaba la recepcionista por el angosto pasillo. Deteniéndose en la cuarta mesa, la joven giró de sobre un costado para dar paso al recién llegado. Extendiendo su mano, indicó que la quinta mesa era la de la reservación.

—¿Gusta que le deje la carta? —preguntó ella mostrando la carta con la otra mano.

—No. Una taza de café, nada más. Gracias.

—Sí, claro. Con su permiso.

Cediendo el paso a la recepcionista para que esta se apartara de él e indicara su pedido a una de las meseras vio al hombre sentado en la mesa. Tenía cabello rubio, con bucles anchos que le llegaban a los hombros. Sus manos y su rostro eran de color blanco caucásico. Con unas tenues pecas que adornaban el contorno de su nariz y los pómulos. Vestía traje negro de dos piezas, acompañado de una camisa azul que contrastaba con el color de su piel y saco. En su parte de mesa tenía servido un plato de ensalada, acompañada de un vaso de agua fría y unas rebanadas de pan con un pedazo de mantequilla a un lado.

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