Loe raamatut: «La rama quebrada»
La rama quebrada
MISIÓN A LAS ISLAS PROHIBIDAS
Aileen E. Lantry

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Dedicado a:
1 - Truenos y relámpagos
2 - Comienzos, gozos y pruebas
3 - Bebé por la borda
4 - Barreras derribadas
5 - Nghata, el sacerdote del diablo
6 - La rama quebrada
7 - Chascos y victorias
8 - La Segunda Guerra Mundial y las Islas Salomón
9 - Los soldados de Dios en acción
10 - Hombres y adolescentes audaces
11 - El matafuegos de Dios
12 - La historia de Wilfred Bili
13 - Los desafíos de Pitcairn
14 - Dios controla los vientos, las olas y los troncos
15 - Aves que vuelan y construyen
16 - Victoria en la Isla Savo
17 - El milagro del bote Sea Ray
18 - Kopiu, devastada y restaurada
La rama quebrada
Misión a las islas prohibidas
Eileen E. Lantry
Título del original: Broken Stick. Mission to the Forbidden Islands, Review and Herald Publ. Assn., Hagerstown, MD, EE.UU., 2010.
Dirección: Liliana G. de Utz
Traducción: Claudia Blath
Diseño: Ivonne Leichner
Ilustración: Shutterstock
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXXI
Es propiedad. Copyright de la edición original en inglés © 2010 Review and Herald Publ. Assn. Todos los derechos reservados.
© 2012, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana. La edición en castellano se publica con permiso de los dueños del Copyright.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-352-4
Lantry, Eileen E.La rama quebrada : Misión a las islas prohibidas / Eileen E. Lantry / Dirigido por Liliana G. de Utz. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineTraducción de: Claudia BlathISBN 978-987-798-352-41. Literatura piadosa. I. G. de Utz, Liliana, dir. II. Blath, Claudia, trad. III. Título.CDD 230 |
Publicado el 10 de febrero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Dedicado a:
El capitán y el maquinista del barco misionero adventista de las Islas Salomón, Maui (Luz).
Su experiencia, habilidad, dedicación y amor cristiano son una bendición para todos los que navegan con ellos.
1 Truenos y relámpagos
Estaba totalmente camuflado, echando una mirada furtiva a través de la densa vegetación tropical de la selva.
Detrás de él, escondidos sobre una roca alta, se agazapaban entre cuarenta y cincuenta guerreros suyos. Cada uno tenía un garrote y lanzas de cinco metros de largo hechas de palmera negra con unas filosísimas puntas envenenadas. De pie con la frente en alto, recio, el líder observaba, con una ira encarnizada que ardía en su interior. ¡Cómo se atrevían esos intrusos a violar su playa sagrada! Ningún extraño se atrevía a pisar este lugar especial, declarado santo por los dioses que gobernaban esta isla de Bellona en las Islas Salomón. Y si se atrevían, nadie vivía para contarlo. Con lealtad intensa él defendería el dominio de sus dioses héroes: espíritus controlados por el diablo.
Su mirada penetrante percibía a cada hombre que descendía de la escalera del barco hasta el bote. Seguía cada brazada mientras remaban en silencio hasta la costa, remolcaban el bote hacia la playa, y ponían el pie en la arena. Lentamente caminaron hacia las cuevas y las casas de los dioses de la isla que estaban escondidas dentro de las cuevas.
Este explorador de la isla del Mar del Sur y sus marineros hicieron una pausa y echaron un vistazo alrededor para divisar alguna señal de vida. No vieron al hombre ni a sus guerreros sumamente camuflados que los observaban en silencio desde el acantilado que dominaba la playa.
Entonces, sin poder contener su ira por más tiempo, el líder dejó escapar un potente grito. Este resonó contra los acantilados volcánicos como un estruendo. Los intrusos se quedaron paralizados en su caminata, mirando para todos lados febrilmente para ver de dónde provenía el sonido. Aterrorizados, vieron al guerrero saltar de la saliente de la roca seguido por su ejército en rápida sucesión. Los guerreros aterrizaron en la arena y, gritando al unísono, corrieron a toda prisa con garrotes y lanzas para atrapar y matar a los intrusos.
A este explorador del Mar del Sur le pareció que se abalanzaban sobre él de una forma tan rápida y mortal como el destello de un rayo. Los asustados hombres dieron media vuelta y huyeron de la arremetida mortal. Llegaron hasta el bote un poco antes que la horda, lo empujaron hasta el oleaje y remaron con furia hasta su barco. Muy de cerca, los guerreros aún furiosos se zambulleron en las olas, agitando los garrotes y arrojando lanzas a los hombres que huían.
Tres días después el explorador entró en la Bahía Kopiu del lado del mar abierto de la gran isla de Guadalcanal. A medida que su barco se acercaba, vio que había isleños que parecían estar trabajando con un hombre y una mujer blancos. Dos niñitos blancos jugaban con varios niños negros. Ancló el barco y tomó un bote hasta la costa.
El joven de cabello oscuro y rizado se adelantó y le extendió la mano al explorador.
–Bienvenido a la aldea Kopiu. Soy Norman Ferris, misionero aquí en Guadalcanal. Esta es mi esposa, Ruby, y nuestros hijos.
El viajero sonrió.
–¡Qué bienvenida tan diferente a la que recibí hace pocos días cuando desembarqué en una islita a casi 150 kilómetros al sudoeste de aquí! ¡Casi me matan!
–Usted debe haberse detenido en la islita llamada Bellona –le dijo Norman–. Me han hablado mucho de esos polinesios altos, fuertes y corpulentos. Ellos no permiten que nadie llegue a la costa. De hecho, mantienen una comunicación directa con el diablo y, entre muchas otras cosas, él los hace levitar.
El explorador asintió. Todo parecía ser posible con estos hombres que infundían temor.
–Al usar este poder sobrenatural –continuó Norman– se elevan y flotan en el aire por cortas distancias. Muchas de las bahías que rodean Bellona están dedicadas a sus dioses, y pescar en las bahías prohibidas o, incluso, acercarse a las cuevas y las casas donde se supone que viven sus dioses demonios, supone una muerte segura.
–¡Ya lo creo! ¡El jefe de los guerreros casi nos liquida! Puede estar seguro de que nunca más iré allí.
Para terminar su historia horripilante, el visitante agregó:
–Esa isla siempre estará fuera de los límites para mí. Yo no soy rival de ese tipo enorme que llamo “Truenos y relámpagos”.
Después de que el hombre se fue, los pensamientos de Norman constantemente se dirigían hacia los guerreros endemoniados de Bellona y la isla cercana de Rennell. Sentía una profunda simpatía y compasión por el hombre al que el explorador llamaba Truenos y Relámpagos, por sus fieles guerreros y la gente que vivía allí bajo el control del diablo. Norman se enteró de que el verdadero nombre del jefe era Tiekika. También supo que los belloneses decían que una voz que hablaba a través de criaturas extrañas demandaba que ellos atacaran y mataran a todo el que se acercara a los lugares de residencia de sus dioses especiales. Norman odiaba la manera en que Satanás manipulaba la mente de esta pobre gente.
Los belloneses y los rennelleses son más altos y fuertes que los isleños indígenas de Salomón. Los habitantes de Guadalcanal parecían muy laissez faire comparado con la gente de Bellona y de Rennell que eran mucho más belicosos. Los jefes tribales belloneses siempre eran hombres, mientras que la sociedad de Guadalcanal era más matriarcal y permitía que las mujeres poseyeran tierras y tuvieran la última palabra en muchas cosas.
Norman Ferris también sabía que el gobierno había aprobado una ley para preservar a estas dos islas como sitio de estudio antropológico sin contacto con ninguna influencia externa. Estas restricciones afectaban a todos los misioneros de todas las denominaciones, quienes tenían prohibido pasar la noche en cualquiera de las dos islas. Al considerar estos dos factores, ¿cómo podría llevarles el evangelio de amor y paz?
Su preocupación se profundizó al recordar el mandato de despedida de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:19). ¿Dios, lo estaba llamando a él para enfrentar a estos asesinos? ¿Debería tratar de conseguir permiso del gobierno para visitar estas islas? Su agitación mental se intensificaba cuando se preguntaba: ¿Quiere Dios que ponga mi vida en peligro y que posiblemente le cause un gran sufrimiento a mi esposa y a mis hijos? Día tras día luchaba con Dios en oración, rogando: Por favor, Dios, muéstrame tu voluntad. Poco tiempo después, Norman recibió una respuesta. Sintió que Dios le habló personalmente a través de 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.
Esa promesa le dio paz. Con esto, supo que no necesitaba temer sino confiar en el poder del amor de Dios. Ahora podía contarle a Ruby su gran carga.
Esa noche, después de que los niños se fueron a dormir, la tomó de la mano y le dijo:
–Ruby, conversemos un rato. Necesito compartir contigo mi lucha por la gente de Bellona y Rennell.
Su esposa escuchó pensativamente y en silencio. Después de expresar sus convicciones, Norman se detuvo unos momentos para dejar que ella piense, entonces le preguntó:
–Ruby, ¿Dios podría estar pidiéndome que sea el que abra el camino del evangelio de la gracia a estos polinesios maravillosos? Ellos también deben conocer que están incluidos en el gran plan de salvación de Dios por medio de la gracia. Recuerda la promesa de Efesios 2:6 que dice que Dios nos resucitó con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales. Ese “nos”, ¿no incluye a estos salvajes controlados por el demonio? –preguntó.
Ruby se quedó perpleja.
–¿Me estás diciendo que un hombre como Tiekika y sus guerreros asesinos, al aceptar la gracia de Dios, algún día puedan sentarse con Jesús en los tronos celestiales?
Norman señaló su Biblia.
–¿Por qué no? Si Dios puede salvarnos a nosotros, ¿su gracia no es suficientemente grande para incluirlos a ellos? Admito que no comprendo plenamente el versículo siete y el impresionante significado de “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Pero puedo creer que todo lo que Dios dice, lo hace. Dios se especializa en hacer lo que a los seres humanos nos parece imposible.
Ruby sonrió.
–Entiendo lo que quieres decir –su sonrisa se convirtió en una risa entre dientes–. ¡¿Puedes imaginarte a esos guerreros altos y feroces de Bellona sentados humildemente en los tronos con Jesús, alabándolo por las riquezas de su gracia?!
Conversaron, oraron y leyeron más promesas. Entonces Ruby lo miró y le dijo:
–Norman, no irás solo a Bellona. Dios irá delante de ti. Él estará contigo y nunca te dejará. No debes tener miedo.
Norman la abrazó.
–Entreguémosle todo nuestro ser a él una vez más. Renovemos nuestra dedicación. Confiemos en que Dios utilizará nuestra entrega para abrir el camino para llevar su amor a Bellona.
Durante los meses siguientes, Norman hizo contactos favorables con el jefe Tapongi de la Isla Rennell. Dado que ningún extraño podía quedarse en esa isla durante la noche, el jefe permitió que Norman se llevara con él a seis muchachos de la isla para aprender a leer y escribir. Entre ellos estaba su hijo, Moa, que rápidamente aprendió el idioma inglés, aprendió a cantar y tradujo himnos al rennellés.
Norman sintió la impresión del Espíritu Santo de que había llegado la hora de ir a Bellona. Primero pasó por la isla cercana de Rennell para buscar a su joven amigo, Moa, que había traducido el canto “Cristo me ama” al bellonés y al rennellés, que son casi idénticos.
Evidentemente, los aldeanos de Bellona vieron el barco a mucha distancia en el mar. Asombrados, observaron que el barco ancló en una de las bahías sagradas. Inmediatamente, una multitud de aldeanos se reunió en los acantilados altos sobre la playa para ver cómo morían los extraños a manos de su dios héroe, porque pisar esta tierra santa hubiese significado la muerte incluso para un bellonés. Sus ojos seguían maravillados a medida que el hombre blanco, con la tripulación del barco, remaban hasta la orilla y desembarcaban en la playa sagrada. ¿Por qué los reunía en un semicírculo? ¿Por qué se quedaban parados y hacían ese ruido? Podían entender las palabras, pero ¿qué significaba “Cristo me ama”? El temor se convirtió en ira. ¿Esos extraños le estaban pidiendo a su dios que les hiciera daño a ellos?
Para ese entonces, Tiekika y sus hombres habían corrido hasta la roca que dominaba la playa sagrada. Detrás de Tiekika, sus fieles guerreros se agazapaban con lanzas y garrotes.
–Nadie escapará esta vez –gruñó–. ¡Sus cabezas muy pronto estarán colgadas en la casa de nuestro dios!
Entonces escuchó ese extraño ruido. Al no haber escuchado nunca cantar, musitó en un ronco susurro:
–¡Deben estar echándonos una maldición!
La ira y el odio aumentaron en su mente. Sus ojos salvajes vigilaban cada movimiento de los intrusos. Vio que el hombre y la tripulación se arrodillaban en la arena e inclinaban la cabeza. Oyó palabras que no podía entender. ¿Podrían estar orando a sus dioses malignos?
Cuando Norman se levantó de sus rodillas, observó a un anciano y a algunos niños que estaban más adelante en la playa, probablemente buscando almejas.
–Iré solo para ver si puedo hacer contacto con la gente de la isla. Quizá podamos comunicarnos.
Tomó su maleta médica y un libro negro. Se volvió a poner el sombrero y comenzó a caminar hacia donde estaba el anciano, que parecía amigable. Esto lo llevó más arriba de la playa, cerca de la roca alta.
De repente, un grito exorbitante retumbó por toda la bahía. Norman levantó la vista justo a tiempo para ver que un hombre alto y musculoso saltaba de la roca seguido de cuarenta o cincuenta guerreros. Caían parados y corrían velozmente hacia él, con las lanzas preparadas. Norman no tuvo oportunidad de correr, ni tampoco se le ocurrió la idea. Al levantar la vista al cielo y elevar una oración a su Amigo celestial en busca de sabiduría y protección, el misionero solitario supo que podía enfrentar cualquier situación.
Entonces se quitó el sombrero y lo puso sobre la arena. Él sabía que esto sería tomado como un desafío por los guerreros paganos que lo rodeaban. Era costumbre de los isleños que trazar una línea en tierra o colocar un objeto en tierra constituía un desafío. Con el sombrero en la arena, Norman retrocedió como un metro para esperarlos. Intentar huir significaría una muerte segura.
Norman había ido a Bellona para representar a Dios, en quien depositaba su confianza. Él sabía que el diablo huye ante el enorme poder de Dios, así que ahora esperó. Sin aliento, la tripulación y Moa observaban con temor en sus rostros. Si Norman y Dios fracasaban, ellos también morirían.
Entonces la furia demoníaca se apoderó de Tiekika. Traspasó el sombrero, agarró la camisa de Norman y le rasgó la espalda. Luego, su mano fuerte sujetó con fuerza el brazo blanco. ¿Era un espíritu demoníaco o un hombre? Tiekika estrujó los músculos hasta que el dolor, como una antorcha abrasadora, ardió en el cuerpo de Norman. Mientras constantemente elevaba una oración suplicando mucho coraje y fe, Norman esperaba, no el golpe mortal, sino que Dios actuara.
Entonces uno de los hombres de más edad que observaba gritó:
–¡Déjalo vivir!
Tiekika le respondió con otro grito:
–¡No! ¡Él muere!
En ese momento, Tiekika pareció sentir que un brazo más fuerte se apoderó de su brazo y, con una torsión de muñeca, Tiekika sintió poder, como un tiro de karate. Para sorpresa de ambos, el guerrero imponente y musculoso perdió el equilibrio, fue arrojado a la arena y quedó postrado.
¿Un poder angelical sobrehumano había asumido el control? Se oyó un grito seguido de risas de la gente reunida en la ladera. Tiekika se puso de pie de un salto, dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo a lo largo de la playa. Sus guerreros lo siguieron. Desaparecieron en la selva.
Norman sabía que cuando Dios envía un ángel mensajero, el poder divino vence a Satanás. Allí, solo, al saber que había estado en presencia de un ser celestial, Norman sintió que le corrían escalofríos por la espalda y comenzó a transpirar en todo el cuerpo. Lo sobrecogió un inmenso alivio al darse cuenta de que Dios continuaría utilizando su poder para vencer al enemigo en el terrible conflicto entre Cristo y Satanás. Dios había ganado el primer round en la batalla. ¡La victoria llegaría a Bellona!
Norman les hizo señas a los aldeanos que esperaban en el acantilado para que vinieran a reunirse alrededor de él y de la tripulación. Bajo la dirección de Moa, comenzaron a cantar: “Cristo me ama, esto sé...”. Lentamente, los aldeanos comenzaron a llegar. Con profunda simpatía Norman observó las llagas que supuraban y las horribles úlceras en carne viva tanto en adultos como en niños, así que abrió su maletín médico y les brindó atención a los más necesitados. Luego les hizo señas de que se unieran a él para orar de rodillas. Moa tradujo su oración:
–Oh Dios, que hiciste los cielos y la tierra, oro por Tiekika, por sus guerreros y por estos queridos aldeanos, para que ellos sepan que los amas. Oro para que crean en el poderoso Dios cuyo poder y fortaleza es más fuerte que cualquier guerrero o dios demoníaco. Ven a esta isla y trae paz y gozo a cada uno. Oro en el nombre de Jesús. Amén.
Con eso, Norman regresó al barco con la promesa:
–Volveremos.
2 Comienzos, gozos y pruebas
Norman Ferris y sus dos hermanos se criaron en la Isla Lord How, a setecientos kilómetros al noreste de Sidney, Australia. A los niños les encantaba escuchar a sus padres misioneros relatar historias bíblicas como la de Daniel en el foso de los leones y la de David y Goliat. Se emocionaban con cada nueva historia de su campo misionero favorito, las Islas Salomón. Los tres muchachos posteriormente admitieron que estas historias del culto diario influyeron en las decisiones de su vida.
Desde muy pequeño, Norman entregó su vida a Jesús, al recordar las palabras de su padre: “Dios tuvo un solo hijo, y este fue misionero”.
A los 19 años, Norman se inscribió en el curso misionero del Colegio de Avondale, en Cooranbong, Australia, con un único propósito en mente: servir a Dios como misionero en las Islas Salomón. En 1921, a este disperso archipiélago de islas montañosas y largos arrecifes de coral al noreste de Australia solo se podía llegar mediante un vapor desde Sidney y, dependiendo de las condiciones climáticas, el viaje duraba entre dos semanas y un mes. Las Islas Salomón, que se extienden alrededor de 1.500 kilómetros en dirección sureste con seis islas principales y unas 992 islas más pequeñas, atolones y arrecifes, se componen de cadenas montañosas densamente forestadas, atravesadas por valles profundos y angostos.
Los lazos familiares y de los clanes en las pequeñas aldeas diseminadas a lo largo de la costa marina siguen siendo muy fuertes. Un 93 % son melanesios y un 4 % son polinesios que hablan más de ochenta idiomas locales diferentes, además de 120 dialectos. Se comunican mediante el “pijin de las Islas Salomón”, una mezcla de inglés y dialectos nacionales.
En el siglo XIX, varias misiones cristianas se reunieron para asignar determinadas islas a diferentes iglesias. Debido a la influencia de los misioneros, un gran porcentaje de la gente de las Islas Salomón dice ser “cristiana de algún tipo”, pero rara vez su estilo de vida ha cambiado con respecto a sus prácticas paganas. Sin embargo, esta modalidad parecía compatible con la identidad de su clan.
De modo que la mayoría de las aldeas de una isla dice ser anglicana mientras que en otra isla las aldeas están compuestas de católicos romanos. La mayoría de las islas principales se hicieron evangélicas de los Mares del Sur, de las Iglesias Unidas, o metodistas, bautistas, testigos de Jehová o de la Asamblea de Dios. Las diferentes misiones competían por el territorio. No obstante, la comisión no asignó ninguna isla a los adventistas del séptimo día. Así que los primeros misioneros llegaron a la conclusión de que Dios quería que entraran en todas las islas. Este plan propendía a crear fricción.
A pesar de conocer estos desafíos con los que probablemente se enfrentaría, la pasión de Norman por las misiones crecía día a día. Captaba cada vez más el milagro de la salvación por la gracia de Dios. Comprendía que Dios dará este poder transformador incluso hasta al isleño más salvaje. Visualizaba que la promesa de Efesios 2:6: “asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, incluía a todos sus hijos preciosos. Anhelaba ayudarlos a entender el plan de Dios. Para Norman, el plan eterno de Dios le ofrecía a todos una relación con Dios aún más estrecha que la que tienen los ángeles con él.
En el curso misionero del Colegio de Avondale, la mirada perspicaz de Norman se clavó en una chica vivaz, Ruby, que compartía su amor por Dios y las misiones. Siempre que podían, comentaban sus sueños de ver que muchos isleños de las Islas Salomón aceptaran la buena nueva de la salvación. Cuando terminaron el curso misionero en 1923, su amor mutuo los unió. La Asociación le pidió a Norman que cubriera una vacante como director de carpas para reuniones de evangelización, mientras que Ruby trabajaba en el Sanatorio de Sidney. Luego, al ver la dedicación de Norman, la Asociación le pidió que fuese parte del personal permanente, después de casarse con Ruby en la iglesia de Concord, en Sidney, el 5 de octubre de 1925.
En su primera tarea como pastor de una iglesia pequeña, Dios bendijo el empeño de ambos y levantaron una iglesia de tamaño considerable. Los dirigentes de la Asociación observaron su dedicación a Dios y, a fines de 1926, los invitaron a ir como misioneros a las Islas Salomón.
Mientras esperaban sus certificados de salud durante varios meses, ambos tomaron clases sobre cómo tratar enfermedades tropicales. En ese entonces se sentían inquietos por comenzar su obra misionera en las Islas Salomón y se frustraron por la cantidad de tiempo que tuvieron que esperar. Pero después de comenzar con su misión, se dieron cuenta de que Dios había dispuesto que dedicaran tiempo extra a aprender estas valiosas habilidades médicas. Esto facilitó una clave para mostrar su amor y el amor de Dios. Con esta habilidad, mitigaron muchas clases de enfermedades que mortificaban a los isleños. Dios abrió una puerta para que pudieran utilizar los métodos de Jesús de ofrecer salud física al igual que espiritual.
El 16 de marzo de 1927, Norman y Ruby comenzaron sus aventuras misioneras en las Islas Salomón, entre las tantas aldeas de la Laguna Marovo. La belleza espectacular de la Laguna Marovo consiste en una expansión colorida de aguas tranquilas que se extiende por casi cien kilómetros a lo largo de la costa de la enorme isla de Nueva Georgia en la provincia occidental. Plagada de miríadas de isletas y atolones de un verde vivo, muchas en la actualidad están habitadas de aldeas prósperas que piden que los misioneros vayan a enseñarles.
Mientras estudiaban el idioma, por las mañanas Norman enseñaba mediante un intérprete en la Escuela de Capacitación de Batuna, supervisaba a los alumnos en las huertas de la misión y trabajaba en el aserradero por las tardes. Este aserradero producía la madera que Norman utilizó para construir su primer hogar. La construcción le llevó varios meses.
Los Ferris disfrutaban especialmente los fines de semana cuando partían del puesto misionero en canoa y frecuentaban las tantas aldeas junto a la laguna. Con su equipo médico a mano, visitaban cada hogar.
Después de conversar un rato, trataban las úlceras tropicales, la malaria, las afecciones de la piel y otras enfermedades. Antes de dejar el hogar, siempre oraban con la familia. Así hacían amigos para Jesús.
Después de vivir varios meses en la isla Nueva Georgia, Ruby se enfermó terriblemente. La malaria la debilitó y la quinina convirtió sus mejillas rosadas en amarillas. Luego descubrió que estaba embarazada. Como su intensa enfermedad no cedía, los futuros padres oraron fervorosamente en busca de sabiduría y dirección de parte de Dios. ¿Qué quería Dios que hicieran: arriesgar la vida del bebé y de Ruby o regresar a Australia?
Abrazando a su amada, Norman oró:
–Dios, ¿qué haremos? No queremos estar separados. Ambos amamos a las personas de este lugar. Por favor, muéstranos qué es mejor para la obra misionera que nos diste, y por el querido bebé que ya amamos.
La respuesta llegó cuando los dirigentes de la Misión decidieron que, debido a la salud de ella y del futuro bebé, Ruby debía regresar a Australia, y quedarse con sus padres hasta que naciera el bebé. Con lágrimas, la triste pareja se despidió. Ruby dio a luz una hermosa niña el 15 de enero de 1928, en el Sanatorio de Sidney. La llamó Norma en honor a su papá.
Cuando la bebé Norma tenía apenas pocos meses, Ruby reservó un vapor para Brisbane, y luego continuaría hasta las Islas Salomón. Aunque se sentía debilitada por sus frecuentes accesos de malaria, sintió la obligación de regresar con el papá de la bebé. La falta de sueño debido a que la bebé tenía cólicos, se sumaba a su cansancio. Dos días después, cuando llegaron a Brisbane, la bebé Norma contrajo una forma de gastritis. Como estuvieron en el puerto todo el día, la preocupada madre se puso en contacto con un médico. Después de examinarla, el médico le habló amablemente pero con firmeza:
–Mi querida primeriza, usted no debe ir a los trópicos con esta bebé enferma y delgada. Ella morirá. ¡Por favor, no siga!
Ruby se puso en contacto con la única mujer que conocía en Brisbane, que la ayudó a encontrar una amiga que la acogería hasta que ella pudiera notificar a su familia en Sidney. Al regresar al barco, les contó su problema a los encargados. Sin compasión, descargaron todas sus posesiones en el muelle, incluyendo un catre, pañales y mucho más, a las diez de la noche. Afligida, vio zarpar el barco que la habría llevado hasta el hombre que amaba, sin ella.
La hermana de Ruby, Mary, enfermera profesional, sacó pasaje en un barco que transportaba pasajeros a lo largo de la costa de Australia. Pronto llegó a Brisbane para atender a la madre enferma y a la bebé. Regresaron juntas, y se dirigieron directamente al Sanatorio de Sidney. Incluso en el sanatorio, la bebé Norma lloraba casi continuamente y dormía poco hasta que Ruby se agotó tanto que apenas podía moverse. Después de varias semanas una pediatra, la Dra. Freeman, regresó al sanatorio de un curso de posgrado sobre atención infantil al que había asistido en Irlanda. Ella inmediatamente le suspendió la dieta prescrita y le dio Granose, un cereal integral cocido. En pocos días Norma cambió: no más diarrea, dormía mejor y era una bebé feliz. Durante las semanas siguientes la pequeña Norma se alimentó con Granose y leche. Obviamente se había vuelto alérgica a la otra dieta.
Ahora, con la esperanza de partir pronto, Ruby llevó a su bebé para una última consulta. La doctora le advirtió:
–Usted tiene una bebé hermosa y sana ahora. Sin embargo, no puedo permitir que la lleve a los trópicos por un par de años.
Llena de desesperación y frustración, le escribió a Norman contándole el problema con todo detalle. Él respondió a su carta: “Mi querida Ruby, estoy muy triste por ti, pero estoy feliz de que la pequeña Norma ande tan bien. Tendrás que decidir entre dos alternativas difíciles. Primero, dejar a la bebé con tu hermana Mary, y regresar conmigo hasta nuestro próximo furlough1. Segundo, si no puedes dejar a nuestra preciosa bebé, deberé posponer nuestra obra misionera aquí y regresar hasta donde está mi querida familia. Entiendo plenamente tu problema, pero no creo que sea correcto que yo sea el que te diga qué hacer. Tú tendrás que tomar la decisión. Te amo y estaré orando para que hagas la voluntad de Dios. Te amo, Norman”.
Ruby alzó a su hermosa hijita de cabellos rizados y lloró angustiada.
–¡Ayúdame, Dios! Por favor, muéstrame tu voluntad. ¿Debo dejar a mi querida bebé, o debo regresar al trópico y servirte allí con mi esposo? ¿Cómo puedo dejar a mi preciosa bebé?
De repente un texto bíblico percutió en su mente con toda su fuerza. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).
Con una intensa lucha, Ruby escogió llevar su cruz y dejar a su preciosa Norma. Sabía que no podría encontrar a nadie mejor que a su hermana Mary para que la atendiera.
El corazón de Ruby casi se quebró cuando el vapor zarpó del muelle. Pero sintió paz al saber que el amor de una madre puede ser egoísta si se interpone en el camino de servir a Dios y el bienestar de su hija. Su sacrificio le parecía poco al considerar que Dios dio a su único Hijo a la raza humana para siempre. Ella sentía urgencia de unirse a su esposo para llevar salvación a las personas que vivían en la oscuridad del paganismo y que si aceptaban el amor de Dios algún día podrían estar más cerca que los ángeles sentados con Dios en su trono.