Loe raamatut: «Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)», lehekülg 7

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Las ideas de Izetbegović y sus partidarios aumentaron las inquietudes de los serbobosnios, temerosos de que su república acabara convirtiéndose, debido a la explosión demográfica de los musulmanes, en un país fundamentalista islámico como el nuevo Irán de los ayatolás. De este temor se hizo eco un profesor de Derecho de la Universidad de Sarajevo llamado Vojislav Šešelj. En diversos escritos, algunos no publicados, defendió la división de Bosnia y Herzegovina entre Serbia y Croacia, atacando a los musulmanes y declarándolos «nación inventada». Las autoridades yugoslavas lo detuvieron por sus actividades nacionalistas y fue condenado a ocho años de prisión, aunque el Tribunal Supremo de Belgrado conmutó la condena y fue puesto en libertad en 1986. Cuatro años después, junto a Vuk Drašković y Mirko Jović, fundaba el partido ultranacionalista Movimiento de Renovación Serbio (SPO, en sus siglas serbocroatas, que corresponden a Srpski pokret obnove).

Por aquel entonces, llevaba ya un tiempo dominando el escenario político serbio la figura de Slobodan Milošević.

Slobodan Milošević, o el nacionalismo oportunista serbio

Slobodan Milošević era un destacado funcionario comunista serbio que había hecho carrera en el mundo de la empresa pública yugoslava. Nacido en Požarevac en 1941, en 1953 se afilió a la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Estudió Derecho en la Universidad de Belgrado, donde se licenció en 1964. En ese momento inicia su actividad profesional en la Administración de la República Socialista de Serbia, y más concretamente en el Ayuntamiento de Belgrado, primero como asesor del alcalde y luego como jefe del servicio de información municipal. En 1968 se pasó al mundo empresarial, en el que ocupó puestos de responsabilidad en la empresa autogestionaria, característica del régimen socialista económico yugoslavo. Comenzó a trabajar en la compañía energética estatal Technogas, de la que en 1973 fue nombrado director general. Y en 1978, accedió a la dirección del mayor banco de Yugoslavia, el Banco Unido de Belgrado (Beogradska Banka).

Tras la muerte de Tito en 1980, Milošević comenzó a abrirse paso en el mundo de la política. Aunque aparecía como un hombre de carácter introvertido, orador más bien mediocre y sin carisma, en 1983 fue elegido miembro del Presidium del Comité Central de la Liga de los Comunistas de Serbia (LCS) y, al año siguiente, presidente del comité municipal en Belgrado. El 15 de mayo de 1986 sustituye a Ivan Stambolić, alzado ahora a la presidencia serbia, en la presidencia del Comité Central de la LCS.

El 20 de abril de 1987, Milošević se encontraba en Kosovo enviado por su mentor Stambolić. Debía entrevistarse con los dirigentes comunistas locales para valorar en primera línea lo que allí estaba sucediendo. 2.000 manifestantes serbios le salieron al paso, protestando por la opresión que decían sufrir. Milošević les atendió, prometiéndoles que les escucharía en breves días. Cuatro días después, el dirigente serbio llegaba a Kosovo Polje, localidad del distrito de Priština ubicada en el lugar donde se decía había sido derrotado el rey Lazar por los turcos en 1389. Aquí, las cosas resultaron harto más complicadas.

Mientras Milošević hablaba con varios líderes locales en la casa de cultura del lugar, fuera una multitud de serbios (cifrada en 15.000 personas según New York Times, aunque otros hablan de 20.000) se enfrentaba con piedras a la policía albanokosovar de la provincia, y al parecer estaba ganando la batalla. Milošević salió a parlamentar con ellos y sus palabras, dirigidas a un pequeño grupo de manifestantes, quedaron recogidas por la televisión de Belgrado. Fue un discurso cien por cien nacionalista, con palabras que incluían la necesidad de defender a los serbios, la petición de que no abandonaran sus hogares y la sugerencia de que no toleraran la opresión de los albaneses. El discurso concluía con el grito de «¡Yugoslavia y Serbia nunca abandonarán Kosovo!». Unos minutos de gloria que, gracias a la televisión, auparon al dirigente comunista serbio al liderazgo del emergente nacionalismo. En la Europa occidental, más ilusionada con el fin de la guerra fría que patrocinaban Reagan y Gorbachov, todo aquello parecía algo secundario. Pero de nuevo en Eslovenia y Croacia se seguía tomando nota de lo sucedido.

La efervescencia nacionalista serbia estaba creciendo como la espuma, empujada por la crisis económica. Además, ahora estaba incentivada por la prensa serbia, en buena manera controlada por Milošević, quien en 1988 puso sus ojos sobre la provincia autónoma de Vojvodina para eliminar su autogobierno. Un objetivo fácil, pues allí los serbios no eran minoría, sino más de la mitad de la población.

El 5 de octubre de 1988, alrededor de 150.000 personas se reunieron en Novi Sad, la vieja capital austro-húngara de Vojvodina, para protestar contra el gobierno autónomo. Todo había comenzado días antes con protestas previas en la vecina localidad de Bačka Palanka, dirigidas por el funcionario comunista de la minoría húngara llamado Mihalj Kertes, segundón de Milošević. Cercada la sede del gobierno provincial, el jefe del partido, Milovan Šogorov, solicitó por teléfono ayuda a Milošević, y este se la prometió a cambio de que todo su equipo dejara sus cargos. Al día siguiente, el equipo gubernamental de la autonomía dimitía, siendo de inmediato sustituido por hombres fieles a Belgrado y a Milošević, que estaba vendiendo todo aquello como una revolución antiburocrática dispuesta a acabar con funcionarios corruptos e ineficaces. Situaciones parecidas se vivieron en Montenegro, con más manifestaciones a partir de octubre que acabaron con los viejos dirigentes, y en la propia Belgrado, con una gran manifestación de varios cientos de miles de personas (un millón según algunas fuentes) celebrada el 19 de noviembre. Durante el acto, se enarbolaron retratos de Milošević, y este prometió que Serbia sería completamente libre y recobraría Kosovo, situándose en posición de equidad frente a las demás repúblicas yugoslavas. Gracias a sus intrigas, el dirigente serbio se convertiría el 8 de mayo de 1989 en presidente de la República Socialista de Serbia. Dos años antes había logrado deponer de dicho cargo a su antiguo protector Stambolić mediante una serie de acusaciones e intrigas palaciegas.

Algo menos de tres meses antes, y una vez controladas Vojvodina y Montenegro con nuevos dirigentes de su cuerda, Milošević había pasado a la acción en Kosovo, donde todos estos sucesos inquietaban cada vez más a la población albanesa, empobrecida y atacada por la prensa serbia. Cuando el dirigente serbio inició la sustitución de los dirigentes albaneses de la provincia, el 20 de febrero de 1989 los trabajadores del complejo minero kosovar de Trepča se pusieron en huelga. Una semana después recibían el apoyo de los dirigentes eslovenos, lo que provocó una indignación teledirigida por los medios de información serbios, celebrándose el día 28 en Belgrado una enorme manifestación donde se coreó a Milošević, se exigieron armas para atacar Kosovo y se escuchó al presidente de la federación, ahora el inseguro bosnio musulmán Raif Dizdarević. Este se limitó a asegurar que la provincia albanesa era parte de Serbia, pero fue Milošević quien se llevó la gloria, prometiendo el arresto de los dirigentes albanokosovares promotores de la protesta. Y así fue. Tropas con tanques, junto a policía federal llegada de Serbia, acabaron con la revuelta de forma violenta provocando varias decenas de muertos (entre 22 y 140 según las fuentes), y el 3 de marzo, por decisión de la misma presidencia federal, se ordenó la detención del dirigente comunista albanokosovar Azem Vllasi y de sus colaboradores, acusados de organizar huelgas y desórdenes. A finales del mismo mes, los Parlamentos de Vojvodina y Kosovo, ahora en manos de seguidores de Milošević, aprobaban la limitación de sus prerrogativas autonómicas. De hecho, aquello era el fin de ambas autonomías provinciales, anuladas definitivamente al año siguiente tras aprobarse la nueva constitución de la república de Serbia.

Como hemos adelantado ya, en mayo Milošević pasó a ser presidente de la República Socialista de Serbia, y el 28 de junio estrenó su nuevo liderazgo celebrando en la explanada de Gazimestan, junto a Kosovo Polje, el 600 aniversario de la trágica batalla contra los otomanos. Era, como sabemos, el día de Vidovdan o San Vito. Todas las autoridades federales, con el presidente Janez Drnovšek (esloveno) a la cabeza, se congregaron en el lugar, pero fue Milošević quien se llevó la gloria. Ante una enorme multitud de serbios llegados de todo el país, que según divulgó con evidente exageración el diario Politika sumaban dos millones (las estimaciones más fiables rebajan la cifra a la mitad), el presidente serbio habló de las pasadas y presentes batallas que se habían ganado y debían continuar ganándose («Seis siglos más tarde, estamos comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal situación no pueda excluirse aún. En cualquier caso, las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las cualidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado»), aunque sin apelar directamente al enfrentamiento armado, sino a la prosperidad económica y social: Pero las viejas banderas monárquicas serbias, hasta entonces malditas, ondearon a cientos como símbolos del resurgir de la nación, de un pueblo que exigía justicia ante los atropellos padecidos. Los albaneses, que habían sido excluidos de la celebración, decidieron quedarse en sus casas como prueba de su malestar ante aquella provocación.

Milošević aprovechó el control que logró ejercer sobre los medios de comunicación (televisión serbia, buena parte de una prensa previamente purgada de críticos, radio), impulsando una campaña de odio sin precedentes en la Europa de posguerra. El discurso del miedo pretendía calar sobre todo en los serbios de Kosovo, Croacia y Bosnia, recordando momentos históricos relativos a la lucha serbia por su libertad y la defensa de la religión ortodoxa, al dominio otomano o al genocidio de los ustaše. Es decir, convirtiendo la historia en mitología y folclore. Según estos medios, eslovenos, croatas, bosnios y albanokosovares se habían propuesto humillar y expulsar a los serbios de sus territorios. Los bosniacos pasaron a ser denominados turcos, fundamentalistas islámicos o incluso muyahidines; los croatas, fascistas del Vaticano, y los albaneses, terroristas, criminales y saqueadores de templos. Los canales de televisión, las cadenas de radio, los periódicos y revistas constituyeron el eje neurálgico de la formidable campaña de intoxicación que, sincronizadamente, atizó la desconfianza y el odio entre las comunidades y las regiones en las que quedaban rescoldos, o los resucitó si se habían extinguido, fabricando el clima propicio para que se desencadenara la carnicería. También la literatura aportó su granito de arena a este proceso. En 1989 se publicaron dos exitosas novelas donde los serbios se convertían en víctimas de sus enemigos más próximos: Timor Mortis, de Slobodan Selenić (editorial Svjetlost, Sarajevo), donde se relatan matanzas de los ustaše contra los serbios; y Vaznesenje (La ascensión, Dečje Novine editor, Belgrado), un relato a caballo entre la primera y la segunda guerras mundiales en el que se incide en el odio que los musulmanes bosnios sienten por los serbios. Para caldear aún más este ambiente, la situación económica yugoslava no era ni de lejos demasiado boyante. Las huelgas se multiplicaban debido a la disminución del nivel de vida (699 en 1985, 851 en 1986, 1.570 en 1987). La situación tocó fondo en 1989 cuando la hiperinflación alcanzó el 2.700%. Ante tales problemas, el gobierno federal apenas supo hacer nada.

Los temores de Eslovenia

En Eslovenia se venía tomando nota, como hemos anunciado, de todo aquello desde hacía bastante tiempo. Aunque fuera una república étnicamente casi pura, sin minorías serbias ni de otras nacionalidades destacables, los cada vez mayores anhelos de independencia hacían temer una previsible intervención del ejército federal, acaso la única institución con poder que podía representar un peligro.

Porque Eslovenia, una república montañosa tradicionalmente centroeuropea, que recordaba a su vecina Austria, poseía el nivel de vida más elevado de Yugoslavia, y no deseaba perderlo por favorecer a los más empobrecidos serbios o macedonios. Su objetivo ahora era integrarse en la próspera Europa occidental, cada vez más unida y eficiente. Su nacionalismo creciente contrastaba con el serbio, pues aquí todo era cultura (sobre todo en publicaciones filonacionalistas) y discreción, sin exageradas reivindicaciones irredentistas ni nostalgias de batallas perdidas. Buena muestra de ello fue la publicación, en febrero de 1987, del Programa Nacional Esloveno en el n.º 57 de la revista mensual y de índole cultural Nova Revija, clara respuesta al memorándum de la academia serbia. Aunque el problema central que se abordaba era el desarrollo de la sociedad civil eslovena, de las libertades políticas y de los derechos humanos, implícitamente se trataba también del marco estatal en que ese desarrollo sería posible. El tono general de las contribuciones era de abierta insatisfacción por el estatuto de Eslovenia como república federada dentro de Yugoslavia, y los autores de algunos de los artículos propugnaban con bastante claridad la independencia. Este hecho provocó que el director de la revista fuera despedido.

Otra revista eslovena radical era el semanario Mladina (Juventud), que buscó en el ejército federal yugoslavo al mayor enemigo de la futura independencia eslovena. Sus artículos denunciaban el enorme gasto que representaba mantener 180.000 soldados, cuyo monto sumaba casi la mitad del presupuesto federal. La gota que colmó el vaso de los militares yugoslavos fue un escrito aparecido el 13 de mayo de 1988, titulado La noche de los cuchillos largos, donde se publicaban los planes del ejército, expuestos en un documento secreto redactado en enero de aquel año y destinados a tomar el control de Eslovenia en caso de que esta organizara revueltas nacionalistas. Janez Janša, el autor del artículo, otro periodista y un sargento que había filtrado el documento, fueron arrestados el 31 de mayo. En un juicio militar a puerta cerrada, donde se empleó el serbocroata en lugar del idioma esloveno, Janša sería condenado a 18 meses de prisión por divulgación de secretos militares. Su compañero, el director de Mladina Franci Zavrl (detenido dos semanas después que los otros tres) y el suboficial también recibieron parecidas penas. No obstante, encontraría muchos apoyos entre sus conciudadanos, incluidos el presidente de la república de Eslovenia Janez Stanovnik y el presidente de la Liga de los Comunistas Eslovenos Milan Kučan (aunque Janša llegaría a acusar a este de mostrar, en un principio, cierta pasividad ante su arresto). Un momento que mucha prensa local calificaría de primavera eslovena.

El encargado de investigar el suceso, detener e interrogar a los detenidos fue el coronel general de los servicios secretos yugoslavos (conocidos como KOS, siglas de Kontraobavještajna služba o Servicio de contrainteligencia) Aleksandar Vasiljević, ya experto en estos asuntos tras colaborar en represión de los kosovares en 1981. Sus bravatas y amenazas provocaron la creación de un comité para la defensa de los derechos humanos al que se adhirieron cerca de cien mil voluntarios, que ejercieron toda la presión posible para defender a los acusados, incluso mediante manifestaciones públicas. Dicho comité acabaría cristalizando en enero del año siguiente en un partido político, la Unión Democrática Eslovena, meses antes ya de que la Liga de los Comunistas Eslovenos renunciara al monopolio político. Uno de sus fundadores fue el propio Janez Janša, liberado tras pasar seis meses en prisión.

Llegados a 1989, y como respuesta a las enmiendas constitucionales serbias, Eslovenia puso en marcha las suyas en septiembre de dicho año, aprobadas por su Parlamento el día 27. Al rechazar la preeminencia de las leyes federales sobre las propias, se abría un paso claro hacia la secesión. La tensión entre Serbia y Eslovenia aumentó notablemente, y Milošević inició una serie de tácticas intimidatorias. Él y sus partidarios de los gobiernos serbio y federal organizaron en diciembre acciones de protesta que fueron prohibidas por el gobierno esloveno. Los trenes procedentes de Serbia, cargados de potenciales manifestantes, fueron registrados mediante una activa tarea de la policía eslovena, que encontró colaboración en sus homólogos croatas. La respuesta serbia fue el boicot a los productos eslovenos y la interrupción de las relaciones económicas de 130 empresas serbias con la díscola república. Todo ello pasó bastante desapercibido en Europa, cuya atención estaba en asuntos como la caída del muro de Berlín o el fin de las dictaduras comunistas en países como Hungría, Polonia, Checoslovaquia o Rumanía.

Por fin, del 27 de septiembre, el Parlamento esloveno, ya desvinculado de su anterior ideología comunista, concedía vía libre legal a la existencia de otros partidos en su república. Además, en una enmienda a la Constitución de 1974, establecía el derecho de la república a separarse de Yugoslavia. Un intento de Milošević por organizar el 1 de diciembre en Liubliana una «manifestación de la verdad», en la que debían participar numerosos serbios y montenegrinos desplazados allí para desestabilizar al gobierno esloveno, fue neutralizada al prohibir este dicha manifestación y emplear a su policía para evitar que se llevara a cabo.

Las elecciones democráticas de 1990

En el marco de los profundos cambios que estaba viviendo la Europa del Este, donde los particos comunistas iban cayendo uno tras otro en sucesivas elecciones generales, a lo largo de 1990 las distintas repúblicas de Yugoslavia se aprestaron a celebrar sus primeros comicios democráticos y pluripartidistas, después de varias décadas de dictadura comunista. Un proceso iniciado en Eslovenia, donde la Liga de los Comunistas de la república pasó en febrero a llamarse Partido de la Renovación Democrática, y que constituyó una nueva vuelta de tuerca en el que la euforia nacionalista iba a estallar principalmente en esa misma república y su vecina Croacia.

Pero antes tuvo lugar el XIV Congreso extraordinario de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, planteado ya desde el verano de 1988 y que Milošević quería aprovechar para meter en cintura a los díscolos, confeccionar una nueva constitución a su medida y, si los eslovenos no aceptaban, invitarles a abandonar la federación. El congreso se inauguró en Belgrado el 20 de enero, y la delegación eslovena se presentó ciertamente inquieta, pero con propuestas muy claras como fueron: elecciones libres, separación entre Estado y Partido Comunista, aplicación estricta de la Constitución de 1974 para Kosovo, amnistía para los delitos políticos, etc. Al ser todas rechazadas gracias a las manipulaciones previas de Milošević, los eslovenos abandonaron ese mismo día el congreso. Y cuando parecía que el dirigente serbio podría imponer sus criterios al partido, y de esta forma, a una nueva Yugoslavia sin Eslovenia, los croatas hicieron causa común con sus vecinos eslovenos y dejaron también la asamblea. Por la noche, un congreso que debía durar tres días, se disolvió, lo que venía a significar la muerte del Partido Comunista de Yugoslavia y de su monopolio político, y el paso previo a que todas las repúblicas hicieran lo que consideraran conveniente.

En abril de 1990, los eslovenos eligieron presidente al excomunista Milan Kučan, aunque su nuevo Parlamento, salido de las primeras elecciones libres celebradas en el país, estaría dominado por la coalición reformista Demos (Oposición Democrática Eslovena), reformista, anticomunista, liberal y partidaria de la independencia. Aunque Kučan, junto con los croatas, propondría mantener una confederación laxa inspirada en la Comunidad Económica Europea, basada en la economía de mercado, el pluralismo político y el respeto a los derechos humanos, no aceptaba que preservar la unidad yugoslava tuviera que efectuarse por la fuerza. El rechazo por parte del gobierno federal de dicha confederación se materializó el 17 de mayo, cuando unidades del ejército procedieron a desarmar la Defensa Territorial en Eslovenia, Croacia y Bosnia. Pese a todo, el nuevo gobierno esloveno, temiendo la peor de las situaciones, lograría conservar una parte importante del armamento y crear en secreto su propia fuerza armada. En los meses sucesivos, y dada la situación de tensión que se estaba viviendo en Kosovo y Croacia, Eslovenia acabaría aceptando la secesión. De esta forma, el 23 de diciembre de aquel año, el referéndum celebrado ese día daba como resultado un 95% de respaldo a la independencia, con un 93,2% de participación.

En Kosovo continuaban las protestas de los albaneses. Esto dio lugar a una declaración de estado de emergencia en febrero de 1990, y la renuncia del gobierno autónomo, ahora pro-serbio, en mayo. En los dos meses anteriores, se produjo una hecho como mínimo sospechoso: miles de niños albaneses tuvieron que ser atendidos en hospitales por dolores de estómago y de cabeza, así como por náuseas. Procedían de colegios donde se había llevado a cabo la separación entre serbios y albaneses. Muchos observadores hablaron de histeria colectiva ante el rumor de que se trataba de un envenenamiento masivo, pero algunos análisis toxicológicos realizados en sangre y orina descubrieron restos de dos agentes nerviosos, sarín y tabún. El gobierno serbio promulgó además una serie de leyes que prohibían a los albaneses comprar o vender propiedades, suspendió el idioma albanés de los medios de comunicación y despidió a miles de empleados públicos. A finales de junio, los miembros albaneses de la asamblea provincial propusieron una votación para crear una república propia, y el presidente serbio de la asamblea inmediatamente la disolvió para evitar males mayores. En las calles se organizaron entonces referendos secesionistas improvisados, a lo que el gobierno serbio respondió en julio eliminando definitivamente la escasa autonomía que la provincia conservaba. En una espiral de acción-reacción, los diputados albaneses de la disuelta asamblea local proclamaron secretamente el 7 de septiembre, en Kačanik, la «República de Kosovo», elaborando una Constitución según la cual las leyes de Yugoslavia solo serían válidas si se compatibilizaban con dicho texto. Las autoridades serbias mantendrían en la provincia una actitud represiva que únicamente agravaría las cosas, despidiendo incluso al menos a 80.000 albaneses de sus trabajos. Los medios occidentales de entonces elevaron esa cifra a 123.000 trabajadores que se quedaron sin sus puestos, incluidos funcionarios, profesores, doctores y obreros de las industrias controladas por el gobierno. Algunos de los que no fueron despedidos renunciaron por solidaridad y se negaron a trabajar para el gobierno serbio. Aunque los despidos fueron ampliamente considerados como una purga de albaneses étnicos, el gobierno sostuvo que simplemente se estaba deshaciendo de viejos directores comunistas.

Mientras, Croacia vivía también su propio cambio político, acelerado, pluripartidista y cada más extremadamente nacionalista, de acuerdo con el ejemplo esloveno. Además, la violencia, propiciada por los medios de comunicación de las distintas repúblicas yugoslavas, que despreciaban y ridiculizaban a sus vecinos, se iba imponiendo en muchos sectores de la sociedad. Tal y como sucedió el 13 de mayo en la capital croata, donde iba a celebrarse un partido de fútbol entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado. Los choques entre estos dos equipos yugoslavos, habitualmente rivales en los puestos altos de la Liga del país, habían sido siempre de alto riesgo, pero esta vez el encuentro degeneró en violentos incidentes cuando los hinchas del Dinamo trataron de saltar las vallas hacia la zona del estadio donde se alojaban los del Estrella Roja. Rápidamente, estos comenzaron a lanzar asientos y trozos de valla sobre los seguidores del Dinamo gritando que Zagreb era una ciudad serbia y amenazando con asesinar al líder nacionalista croata Franjo Tuđman (uno de los depurados de 1968), lo que desencadenó la intervención policial. La policía actuó inmediatamente, cargando contra los seguidores del Dinamo que pretendían saltar al campo, con un resultado de más de 60 heridos, incluyendo algunos por arma blanca, de bala o intoxicados por el gas lacrimógeno.

Pocos días antes, el 6 de mayo, se habían celebrado elecciones en la república croata, resultando vencedora la Unión Democrática Croata (en croata, Hrvatska demokratska zajednica, HDZ), partido derechista, católico y extremadamente nacionalista, fundado el 17 de junio de 1989 en el Hotel Panorama de Zagreb por disidentes nacionalistas croatas encabezados por Franjo Tuđman. Este, durante un mitin celebrado en la localidad de Benkovac, había sufrido un intento de atentado por parte de un exaltado serbio, lo que incrementó sus posibilidades de vencer. Aunque solo obtuvo el 42% de los votos, la peculiar ley electoral aplicada, que incluía dos vueltas, le concedió dos tercios del Sabor o Parlamento croata. La mayoría legislativa nacionalista creó un sistema presidencial con Tuđman a la cabeza que redujo al Parlamento a la impotencia, cambió la Constitución por mayoría simple de un modo que contribuyó a provocar la rebelión de la minoría serbia en el país y procedió a purgar a los funcionarios, al poder judicial y a la policía. Bajo pretexto de preparar la economía para la privatización, el nuevo gobierno nacionalista croata también depuró a los empresarios serbios y comunistas y tomó el control directo de la radio, la televisión y la prensa principal. Y para colmo, Tuđman, que se las daba de historiador, había publicado en 1989 un libro exitoso y explosivo titulado El significado de la realidad histórica (Bespuća povijesne zbiljnosti), donde banalizaba las masacres cometidas por sus compatriotas contra los serbios durante la Segunda Guerra Mundial hablando de no más de 110.000 víctimas, cuando los serbios las elevaban a 750.000, casi el mismo de croatas que Tuđman consideraba asesinados por los partisanos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Además, el texto mostraba negros tintes antisemitas. El párrafo que a continuación reproducimos nos permite comprender de inmediato la polémica que el libro provoco: «El genocidio constituye un fenómeno natural, en armonía con la naturaleza mitológicamente divina de la sociedad. El genocidio no solo está permitido, sino que se recomienda e incluso ha sido ordenado por la palabra del Todopoderoso, siempre que sea útil para la supervivencia o restauración del dominio del país elegido, o para la preservación o difusión de su única y justa fe».

Dos meses antes, en el congreso del partido que lo eligió candidato a presidente, Tuđman había provocado otro escándalo al declarar que el Estado Independiente de Croacia (el Estado títere pro-nazi fundado en 1941) no fue solo un simple Estado colaboracionista y criminal, sino también la expresión de las aspiraciones históricas del pueblo croata. Y en otro mitin de campaña celebrado el 17 de mayo en un barrio de Zagreb no se le ocurrió otra cosa que agradecer a dios de que su mujer no fuera ni serbia ni judía, palabras muy criticadas en la televisión de Belgrado. La masiva aparición de símbolos profascistas en la república, como el escudo ajedrezado en rojo y blanco (la šahovnica), de origen pretendidamente tardomedieval pero empleado por los violentos ustaše, no ayudó en nada a calmar los ánimos.

En definitiva, que los serbios de Croacia comenzaron a temer lo peor, y decidieron prepararse para la confrontación. Sumaban unos 600.000 y representaban en torno al 12% de la población de la república adriática. Además, estaban concentrados en la región llamada Krajina (zona centro-oriental del país, fronteriza con Bosnia) y en la Eslavonia oriental (noreste del país, fronteriza con Serbia), por lo que podían organizar mejor su defensa. Como hemos dicho ya, estaban allí desde el siglo xvii, instalados por los Habsburgo para defender esas tierras de los turcos (de hecho, krajina significa en serbio frontera), y habían sufrido muchos avatares, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los croatas fascistas se propusieron exterminarlos. De ahí que escuchar a Tuđman banalizando las matanzas de serbios llevadas a cabo por el régimen ustaša, cuando todavía quedaban supervivientes que podían contar lo realmente sucedido, les hacía temer lo peor. La propaganda nacionalista, dirigida por el presidente serbio Milošević desde Belgrado, tampoco ayudaba a mantener la calma.


Mapa con la proporción de población serbia en la Croacia de 1991.

Con estos antecedentes históricos revoloteando por su cabeza, los serbios de Croacia comenzaron también a organizarse políticamente, confiando en la ayuda bien del ejército federal, bien de sus hermanos de Serbia, dirigidos ahora por un Slobodan Milošević que se las daba de nacionalista y que alentaba sus aspiraciones. El 17 de febrero de 1990 fundaron el Partido Democrático Serbio (Demokratska Stranka Srpska, SDS), organizado por Jovan Rašković, un psiquiatra nacido en 1929 en Knin, la capital de la Krajina serbia y nudo ferroviario a 60 km de la costa dálmata, entonces con unos 10.000 habitantes. El SDS participó en las primeras elecciones democráticas en Croacia en abril y mayo de 1990, logrando un 1,55% de los votos en la primera vuelta, y el 2% en la segunda ronda, consiguiendo varios escaños en el Sabor croata. Después de los comicios, Rašković se entrevistó con Tuđman, quien imprudentemente apenas le hizo caso. De inmediato, el principal objetivo confeso del SDS fue el de proteger a la población serbia, que se consideraba en peligro de extinción según la nueva Constitución de Croacia, un texto adoptado en diciembre de 1990 que dejaba sin efecto toda consideración sobre la minoría serbia (o cualquier otra minoría) al considerar a la república como el «estado nacional de los croatas». Para muchos serbios, aquello significaba volver a los tiempos de los ustaše.

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