Cuatro Norte

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Cuatro Norte
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Cuatro Norte

© Eleonora Aldea, 2020

© Neón, agosto 2020

Neón Ediciones es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia

@neonediciones

www.neonediciones.com San Sebastián 2957, Las Condes Santiago de Chile

ISBN Edición Digital: 978-956-9984-18-1

Edición: María Paz Rodríguez

Ilustración de portada: Eleonora Aldea Pardo

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

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CUATRO NORTE

Eleonora Aldea

ÍNDICE

Cuatro Norte

Eleonora Aldea

Se vistieron en la pieza de Victoria, escuchando las mismas canciones que escuchaban siempre, tomando largos sorbos de vodka naranja, más pálidos que anaranjados. Habían acordado que esa noche se regirían bajo un código estricto de vestimenta: negro de pies a cabeza. Las noches costeras son frías todo el año, y aunque estaban recién a mediados de marzo, decidieron usar gorros y bufandas. Así estarían más abrigadas y podrían esconder mejor sus caras en la oscuridad.

La pieza no era grande, pero a ellas no les importaba chocar y derramarse trago encima, riéndose como niñas por cualquier cosa, pasándose prendas de una a la otra. Elena era la más alta y flaca, los pantalones siempre le quedaban cortísimos. Olivia era bailarina, y con el vaso en la mano hacía piruetas de la cama al espejo y del espejo al clóset, mientras Gabriela le decía que se quedara quieta para poder pintarle los ojos. Bailaban y salían en turnos al balcón, donde fumaban marihuana en un dispositivo que, a falta de papelillos, construyeron con una botella plástica, un lápiz bic y un conector de cables. Victoria hizo un hoyo en el costado de la botella, que contenía algo de agua, y metió por ahí el lápiz hasta hundirlo un poco. En la punta más delgada atornilló el conector, donde se ponía y prendía la hierba, que fumaban por la boca de la botella manchada con distintos tonos de rojo y rosa. Una noche, antes de ir a bailar, en vez de agua habían usado vodka, pero nunca lo repitieron porque terminaron vomitando en el auto de Gabriela.

El “Chiquitito Pitiflay”, así se llamaba el Opel Corsa burdeo que funcionaba como el epicentro de su amistad. Gabriela lo había comprado con plata que heredó estando en el colegio, antes de que todas se conocieran. A los 16, después de que su mamá muriera, se instaló en ella una seriedad que muchas veces parecía tristeza, pero casi siempre era pura introspección. Sus grandes ojos azules parecían atentos, preparados para todo, conscientes de la crueldad del azar. En el verano iban a distintas playas del litoral, huyendo de las hordas de turistas que repletaban los clásicos balnearios viñamarinos. En el camino fumaban y cantaban fuerte, sintiéndose en un video musical. Se quedaban mucho rato en la playa, bañándose en el mar y hablando sobre el amor.

Durante esa época, Elena conoció a su primer pololo y tuvo sexo por primera vez. Era la única de las cuatro que había llegado virgen a la universidad, y ese primer pololo fue también el último, porque siguen casados hasta el día de hoy. El acto en sí ocurrió en la cama de Victoria, una noche de fiesta sin padres. A la mañana siguiente, el pololo se fue y Elena se metió a la cama matrimonial con las otras tres. No contó mucho pero hablaron, rieron y lloraron, sintiendo que su amistad se había transformado en algo tangible, algo que casi olían; una sustancia que emanaba de las cuatro y se movía entre ellas entrelazándolas con fuerza.

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