Loe raamatut: «A pesar de todo... ¡No nos falta nada!»

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A pesar de todo... ¡No nos falta nada!

El inmortal Salmo 23 hablando al corazón.

Enrique Chaij


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Prefacio

Sobre nuestro título

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

A pesar de todo... ¡no nos falta nada!

Enrique Chaij

Dirección: Enrique Chaij

Diseño: Rosana Blasco

Ilustración: Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXXI

Es propiedad. © 2013, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-405-7


Chaij, EnriqueA pesar de todo… ¡no nos falta nada! / Enrique Chaij / Dirigido por Enrique Chaij. - 1ª ed.- Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineISBN 978-987-798-405-71. Cristianismo. I. Título.CDD 230.01

Publicado el 05 de abril de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

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P refacio

Al referirse al valor del buen libro, el escritor y poeta nicaragüense Rubén Darío escribió:

El libro es fuerza, es valor,/ es poder, es alimento;/ antorcha del pensamiento y manantial del amor./ El libro es llama, es ardor,/ es sublimidad, es consuelo,/ fuente de vigor y celo;/ que en sí condensa y encierra,/ lo que hay de grande en la tierra,/ lo que hay de hermoso en el cielo.

El libro que usted tiene en sus manos posee en alto gra­do estas cualidades. No hay rasgo que Rubén Darío haya mencionado que no tenga este volumen. Porque en sus páginas desfilan las mejores virtudes, los sentimientos más nobles, y los ideales más elevados. En cada capítulo aparece la nota estimulante, que da vigor al corazón. Cada página encierra una expresión de fe dinámica, que combina la necesidad del hombre con la amante provisión del Altísi­mo.

En este tomo final de la serie “A pesar de todo”, el Dr. Enrique Chaij comenta y aplica las ideas motivadoras del Salmo 23, la célebre composición poética del rey David, que refleja la vida humana con sus luchas, sus triunfos y esperanzas.

En un tiempo como el actual, cuando los valores supe­riores del espíritu están tan postergados, y cuando la alegría de la vida se muestra tan esquiva, este libro rescata los valores perdidos, y señala el camino hacia una vida próspera y saludable. A su contenido práctico y humano, se suma el estilo ameno, acompañado de la anécdota oportuna.

El presente volumen representa un diálogo constructi­vo entre usted y el autor. Disfrútelo con placer y la bendi­ción divina.

LOS EDITORES

Sob re nuestro título

El título de esta obra puede parecer una ironía. Con todas las necesidades que tiene el mundo y sus habitantes, ¿cómo afirmar que “a pesar de todo... no nos falta nada”?

Más bien, nos faltan tantas cosas... ¿Acaso no nos falta más amor, más decencia y más corrección en nuestra vida de relación? ¿No nos falta más paz interior, más pan para los pobres, y mayor bienestar para los necesitados? Mien­tras haya miseria, maldad, violencia y enfermedad –como desgraciadamente las hay–, nos seguirá faltando lo princi­pal para gozar de la vida.

Entonces, ¿en qué sentido “no nos falta nada”? En el sentido de que todo lo que es realmente bueno y necesario está al alcance de nuestra mano. Sólo que a menudo no lo tomamos, y por ende no lo disfrutamos. Nos quedamos con la mano inmóvil, en lugar de extenderla para recibir los innumerables favores del Altísimo. Como resultado, esos “favores” siguen de largo y son recibidos por otros seres más listos y más conscientes de su necesidad perso­nal.

En otras palabras, el Creador y Sustentador de todo tiene la capacidad y el deseo de colmarnos con sus ricos benefi­cios y rodearnos con su poderoso brazo protector. ¿Qué podría entonces faltarnos si mantenemos una relación de estrecha amistad con él?

“NO NOS FALTA NADA”

Tal es la propuesta fundamental de esta obra, basada en las inspiradas palabras del rey David, que siguen brillando como luz guiadora del alma. Me refiero a “la Perla de los Salmos”, o al “Salmo del Buen Pastor”, cuyo contenido sintetiza los sentimientos más hondos del corazón. Tan simple como profundo; tan divino por su origen como hu­mano por su mensaje... Así es el inmortal Salmo 23 del rey David, que comienza diciendo: “El Señor es mi Pastor, nada me faltará”.

En sus seis breves versículos, el Salmo nos incluye a todos por igual: al hombre de ayer y de hoy, al campesino de vida bucólica y al habitante de la bulliciosa ciudad, al rico y al pobre, al ilustrado y al carente de instrucción. Nadie queda afuera. Porque allí están presentes las princi­pales necesidades del ser humano, comunes a todo tiempo, lugar y circunstancia.

Podría decirse que el Salmo 23 es una Biblia en minia­tura. A semejanza de la Biblia, comienza con Dios –el Señor–y termina con la vida perdurable, como también ocurre con la Escritura en el Apocalipsis. ¿Y qué hay en el centro del Salmo? Lo mismo que en la Biblia: la acción soberana de un Dios Sustentador y Redentor, que guía con amor a sus hijos por la buena senda.

EFECTOS EN LA VIDA

¡Cuántos seres incomprendidos y dolientes, internos en un penal, víctimas de la violencia perversa, hambrientos de pan y de afecto, reducidos en su soledad, o desposeídos de todo privilegio leyeron o escucharon una vez este sobresaliente salmo de David, y pronto cobraron ánimo y optimis­mo! La fe se encendió en sus corazones, y llegaron a ser nuevas personas. Como le pasó a cierto hombre agnóstico quien, después de escuchar una clara exposición sobre el Salmo 23, llegó a decir: “Ya no soy agnóstico. El Pastor ha encontrado a su oveja perdida”.

Valga recordar aquí aquella distinguida reunión social, en la cual se encontraban presentes diversas personalidades. Entre ellas, un conocido actor. Y a los postres, alguien le pidió al actor que recitara algún poema. Y éste accedió, y curiosamente recitó el Salmo 23. La expresión de su voz fue tan agradable, que arrancó el aplauso de todo el públi­co presente.

En la reunión también se encontraba un hombre mayor, a quien todos querían y respetaban. Un hombre probado por el dolor, que había perdido a su esposa y a su hija, y que sin embargo siempre se mostraba sonriente. Y a él también le pidieron que recitara algún trozo literario. El hombre aceptó, y decidió recitar el mismo Salmo 23. Mien­tras lo iba pronunciando con emocionado acento, todos escuchaban en completo silencio. Por fin, nadie aplaudió, pero muchos humedecieron sus mejillas por la emoción. Rompiendo entonces el silencio, el actor que había recita­do antes se levantó, y dijo: “Entre nosotros dos hay una gran diferencia. Yo sólo conozco el Salmo del Buen Pas­tor, pero él conoce al Buen Pastor del Salmo”.

Mi sincero deseo es que tú también puedas conocer más íntimamente al divino Pastor, para adquirir así la fuerza interior que te proporcionará paz, energía y felicidad.

Cordialmente,

Enrique Chaij


El Salmo del Pastor

El Señor es mi Pastor,

Nada me faltará.

En verdes praderas me hace descansar,

J unto a tranquilas aguas me pastorea.

Restaura mi alma.

Me guía por sendas de justicia por amor de su nombre.

Aunque ande en el valle sombrío de la muerte,

No temeré mal alguno, porque tú estás conmigo.

Tu vara y tu cayado me infunden aliento.

10  Me preparas una mesa en presencia de mis angustiadores.

11  Unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando.

12  La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida.

13 Y en la casa del Señor viviré para siempre.1

1 Tanto este salmo como las demás citas bíblicas que aparecen en la obra corresponden a la versión “Nueva Reina Valera 2000”. En todos los casos, la cursiva de tales citas es nuestra.

Capítulo 1
Sentido de pertenencia

“El Señor es mi Pastor”

Viajábamos por la dilatada Patagonia argentina, donde las poblaciones eran muy pocas y pequeñas. El terreno, una interminable meseta de vegetación desértica, salpicada por las manchas blanquecinas tan típicas de la región.

¿Qué “manchas” eran ésas? Eran la gran riqueza que, junto con el petróleo allí existente, hacen tan atractivo y codiciable a ese extremo final del continente. Eran las ove­jas que abundan tanto en la zona: miles y millones de ellas, en lento movimiento pastando sin cesar.

Lo que recuerdo de manera especial es el trayecto que hicimos por tierra entre las ciudades de Río Gallegos, ca­pital de Santa Cruz, y Río Turbio, la pequeña ciudad mi­nera recostada en la cordillera austral. Una distancia de unos 300 kilómetros sobre camino pedregoso. Y durante las horas de ida y vuelta del viaje, tuvimos de nuevo como compañeras a las infaltables ovejas. Pero esta vez estaban bien cerca del camino, casi al alcance de la mano.

Y a medida que avanzábamos, íbamos espantando a los rebaños junto a la ruta. ¡Cómo huían despavoridas esas ovejas al escuchar la bocina del auto! Corrían todas jun­tas, unas detrás de las otras, aun bastante después de ha­berlas pasado. Los corderitos, más asustadizos y temero­sos, seguían a sus mayores tan rápidamente como podían.

Al observar repetidamente ese mismo cuadro, vino a mi pensamiento el brillante Salmo 23 del rey David, que destaca la obra del divino Pastor en favor de sus ovejas. Y como resultado, nacieron allí las primeras ideas que dieron ori­gen a esta obra.

ELLAS Y NOSOTROS

David empieza diciendo: “El Señor es mi Pastor”. Es nuestro Pastor. Por lo tanto, somos sus ovejas. Le pertenecemos. No somos huérfanos ni estamos abandona­dos. Él se ocupa de nosotros. Somos valiosos para él.

¿Existe alguna semejanza entre las ovejas y los seres humanos? Ellas no son fuertes como el león, ágiles como la gacela, o astutas como la serpiente. Son indefensas, frágiles, y se extravían fácilmente. Tienen poco desarro­llado el sentido de orientación. Unas siguen a las otras, aunque a veces esto les cueste la vida. Imitan sin criterio lo que hacen las demás.

Cierto obrero ferroviario, encargado de embarcar ani­males, les comentó a sus compañeros de trabajo: “Miren cómo cada oveja hace exactamente lo mismo que la que tiene delante”. Y para demostrarlo, colgó un palo atrave­sado en el angosto desfiladero por donde pasaban los cor­deros. Como era natural, el primer animal debió dar un salto al pasar. Y lo mismo hizo el siguiente, y muchos más que vinieron detrás de él.

Pero luego el obrero fue sacando lentamente el palo, y todas las ovejas restantes, al llegar a ese lugar, seguían saltando como si el palo estuviese todavía allí. Cada una de ellas saltaba sin necesidad, como lo había hecho la ante­rior.

¿No ocurre algo parecido con los seres humanos? ¡Cuántas veces imitamos a los demás sin saber por qué motivo! Desarrollamos una mentalidad de rebaño, y nos quedamos sin ideas propias. Seguimos ciegamente los dicta­dos de ciertas modas, y hasta adoptamos costumbres que arruinan nuestro bienestar. Esto explica por qué muchos incurren en ciertos vicios, llámense tabaquismo, drogadic­ción u otros. Porque, según ellos, “todos los demás lo hacen”.

Y aunque sufran un terrible deterioro en su salud, y acorten innecesariamente sus días, igualmente siguen con su enviciamiento, porque no piensan ni deciden con cabe­za propia. Se limitan a imitar a los demás, quienes a su vez imitan a otros, y éstos a otros. Y así, la negra cadena de sucesiva imitación convierte en víctimas a millones de per­sonas. Inconcebible: ¡mentalidad de rebaño entre seres racionales!

Y pensar que a menudo hacemos gala de inteligencia y buen criterio. ¡Nos creemos tan listos, tan fuertes, tan dueños de nosotros mismos!... Pero en el fondo, ¿no nos parecemos bastante a las ovejas? Y como ellas, somos con frecuencia frágiles y temerosos. Fácilmente nos confundimos y nos desorientamos; no sabemos qué hacer, adónde ir, o para qué luchar... ¿No te ha pasado esto más de una vez? ¡Así somos los humanos! Como ovejas nece­sitadas en el gran rebaño de la vida.

EL PE LIGRO DE AISLARSE

Normalmente, las ovejas se mantienen cerca la una de la otra. Se llevan bien entre sí. Pero a veces una de ellas se aleja. Y sola, corre el riesgo de extraviarse y ser ataca­da por alguna fiera enemiga. Algo semejante le pasa a la persona que se aísla y se distancia de los demás. Y en su soledad, puede perder la protección del grupo y el afecto de sus allegados.

¡Cuántos cortan deliberadamente su conexión con el prójimo, pensando que de esa manera se sentirán mejor y tendrán más libertad de acción! Y los tales, ¡cuánto se equivocan! Son los hijos que se rebelan contra sus padres, y deciden alejarse de ellos. Son los amigos que una vez se ofenden, y se separan para siempre. Son los esposos que, en lugar de mejorar su convivencia, acentúan de tal modo sus desavenencias que por fin rompen su vínculo matrimo­nial.

En la mayoría de los casos, estos seres terminan distan­ciados y resentidos debido a su inmadurez y al amor pro­pio de sus corazones. Podrían haber conservado en buen estado sus lazos afectivos, pero prefirieron tomar el cami­no del enojo y del alejamiento. Son personas obstinadas, emocionalmente desvalidas. Tan necesitadas como la ove­ja extraviada, porque quedaron a merced de su propio ais­lamiento.

Pero “el Señor es mi Pastor”, declara el salmista David. Por lo tanto, no necesitamos sentirnos solos o permanecer aislados. Le pertenecemos a Alguien, quien vela por nues­tro bien, y quien nos guía con su mano. Tú y yo somos la oveja, pero el Señor es el Pastor . Mientras abundan los seres sueltos, como pequeñas islas olvidadas del mundo, tú y yo podemos sentir el amor de Dios y su fuerte brazo sustentador.

UN PASTOR COMPASIVO

El Salmo no presenta al Señor como Maestro, Líder, Creador o Redentor. Lo presenta como el divino Pastor, que atiende con solicitud a cada oveja del rebaño. Él es el Padre que ama a sus hijos. Es el Dios todopoderoso en quien podemos confiar, y de quien podemos depender en la hora de nuestra mayor necesidad. Nunca nos abandona; se coloca a nuestro lado para asegurar nuestro éxito per­sonal. Estamos siempre bajo su mirada paternal. Así lo declara otro salmo del mismo autor:

“¿Adó nde me iré de tu Espírit u? ¿Y adónde

huiré de tu p resencia? Si subiera a lo s

cielos, allí estás tú; si en el sepulcro

hicier a mi lecho, también estás a llí.

Si tomara las alas del alba, y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano,

y me sostendrá tu diestra .

“Si dijera: De seguro las tinieblas me encubrirán, h asta la noche resplandecerá sobre mí.

Ni aun las tinieb las me encubren de ti ,

y la noche es tan luminos a como el día;

lo mismo te son las tinieblas que l a luz”

(Salmo 139:7-12).

La mirada y el amor de Dios siempre nos acompañan. Aun los que huyen de él, corren inútilmente; porque Dios los sigue con paciencia y ternura. Tal es el amor que nos profesa. Él ocupa el papel protagónico del Salmo; y tam­bién quiere ocupar el primer lugar en nuestra vida. Porque sólo así podemos sentirnos bien, y alcanzar nuestros más altos ideales.

El Señor nos ama a todos por igual. Es Pastor de los buenos que él bendice, y de los malos, a los cuales él perdona... Es el Padre de todos; y en él todos somos hechos hermanos. Él no hace acepción de personas. Sólo considera nuestras necesidades, y actúa para su­plirlas. ¿Te acordabas que tenemos un Padre-Pastor tan admirable y poderoso?

MÁS ACERCA DE ÉL

¿Quién mejor que David para hablar del divino Pastor? Él sabía lo que decía, porque en su juventud había pasto­reado el rebaño de su padre. Había cuidado valerosamente a las ovejas (1 Samuel 17:34,35); las había llevado de una parte a otra para asegurarles el agua y el alimento; las había apacentado con bondad y paciencia... Había sido un pas­tor responsable y cumplidor...

Y al considerar la índole de su profesión, concluyó que el mejor Pastor de todos era el Señor, porque nadie como él amaba y cuidaba tanto a cada una de las ovejas humanas de este mundo. Y siglos más tarde, el mismo Señor habría de decir: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (S. Juan 10:11).

En cierta comarca de Escocia, un pastor de ovejas cui­daba su rebaño junto con su hija. Mediante un silbido es­pecial, los animales eran llamados y respondían. Y cuando la muchacha creció, fue enviada a una ciudad distante para recibir una mejor educación. Al principio, las cartas iban y venían, y así la hija mantenía una buena relación con su familia.

Pero pasado cierto tiempo, las cartas de la hija se fue­ron espaciando más y más, hasta que finalmente dejó de escribir a su casa. Preocupada la familia ante tal silencio, el padre decidió viajar hasta la ciudad, para ver cómo andaba su amada hija.

Al llegar, el padre descubrió que ella ya no vivía en la dirección que él tenía. Lamentablemente, nadie supo decirle dónde podría encontrar a la muchacha. Preguntó y buscó todo lo que pudo, pero sin resultado. Y ya estaba por regresar a su casa con su alma quebrantada, cuando deci­dió recorrer las calles de la ciudad, silbando como cuando llamaba a las ovejas junto con su hija. Él pensó: “Si ella llega a escuchar el silbido desde donde esté, seguramente lo va a reconocer y va a salir a la calle”. Y ese padre, con su modesto atuendo pastoril, comenzó a recorrer ansiosa­mente calle tras calle de la ciudad.

Y antes de finalizar tan penosa tarea, el padre avanzó un poco más con su penetrante silbido, aunque creyendo que todo su esfuerzo había sido en vano. Pero ¡oh in­creíble sorpresa! El agotado y entristecido padre vio de repente que de una casa de mala vida salía corriendo hacia él la hija de su corazón. ¡Qué encuentro tan conmovedor! El llamado del pastor había dado resultado. ¡La hija extra­viada estaba de nuevo con su padre! La felicidad se había reinstalado en el hogar.

La tierna historia de este padre en busca de su hija ilus­tra la actitud amante del divino Pastor, quien busca sin desmayo al alma extraviada. Y cuando la encuentra, se goza inmensamente y comparte su alegría (S. Lucas 15:1-7). No importa cuán extraviados podamos estar, hasta allí llega el Pastor para cambiar nuestro rumbo.

Él endereza nuestros pasos y corrige nuestra conducta torcida. Nada es imposible para él. Y todo lo hace por amor... Con él, “¡no nos falta nada!”