Loe raamatut: «La libertad de los hijos de Dios»
Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría II
© Ernst Burkhart y Javier López. Fundación Studium , 2011
© Ediciones RIALP, S.A., 2011
Alcalá, 290 - 28027 MADRID (España)
Diseño de portada: Jesús Acaso, "En la línea del horizonte"
ISBN eBook: 978-84-321-5328-0
ePub: Digitt.es
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Este libro electrónico pertenece al capítulo 5 del volumen 2 de Vida cotidiana y santidad en la enseñaza de san Josemaría.
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Índice
CAPÍTULO QUINTO: LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS
1. LA LIBERTAD EN LA ENSEÑANZA DE SAN JOSEMARÍA
1.1. Sobre el contexto y las fuentes
1.2. Elementos de la noción de libertad en san Josemaría
1.2.1. “El don de la libertad”
1.2.2. “La aventura de la libertad”
a) “Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad”
b) Libertad para amar
1.2.3. Libertad e inclinación al mal. Libertad y ley
1.3. Gracia y libertad en la vida espiritual
1.3.1. Gracia y “situación de libertad”
1.3.2. Gracia y “ejercicio de la libertad”
1.3.3. Del ejercicio de la libertad a la situación de libertad
1.4. La “conciencia de la libertad de hijos de Dios”
1.4.1. “Sentido de responsabilidad”
1.4.2. Confianza en Dios y en los demás
2. VOLUNTAD, RAZÓN Y SENTIMIENTOS EN EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD
2.1. Libertad, voluntad y razón
2.2. Los sentimientos y la libertad
2.2.1. Ordenación de los sentimientos por la razón y la voluntad
2.2.2. Formación del carácter
2.2.3. Desarrollo de la propia personalidad, como varón o como mujer
3. CONDICIONES PARA LA EXPANSIÓN DE LA LIBERTAD
3.1 "El respeto cristiano a la persona y a su libertad"
3.1.1 "Libertad de las conciencias"
3.1.2 "Libertad y pluralismo en lo opinable"
3.1.3 Libertad en la sociedad civil: "libertad religiosa" y "liberación de los hijos de Dios"
3.1.4 "Santa intransigencia, santa coacción, santa desvergüenza"
3.2 Los compromisos cristianos como cauce de la libertad
3.2.1 Los compromisos bautismales: "renunciar al pecado", vivir como hijos de Dios
3.2.2 Concreciones de los compromisos bautismales
Capítulo quinto
LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS
Debemos sentirnos hijos de Dios,
y vivir con la ilusión de cumplir
la voluntad de nuestro Padre.
Realizar las cosas según el querer de Dios,
porque nos da la gana
que es la razón más sobrenatural.
(Es Cristo que pasa, n. 17)
1. La libertad en la enseñanza de san Josemaría — 1.1. Sobre el contexto y las fuentes — 1.2. Elementos de la noción de libertad en san Josemaría — 1.3. Gracia y libertad en la vida espiritual — 1.4. La “conciencia de la libertad de hijos de Dios”. 2. Voluntad, razón y sentimientos en el ejercicio de la libertad — 2.1. Libertad, voluntad y razón — 2.2. Los sentimientos y la libertad. 3. Condiciones para la expansión de la libertad — 3.1. “El respeto cristiano a la persona y a su libertad” — 3.2. Los compromisos cristianos como cauce de libertad.
No es frecuente encontrar en las obras de Teología espiritual un capítulo dedicado a la libertad1, que suele considerarse un asunto propio de la Teología moral. Salvo ilustres excepciones como la de san Agustín, los maestros de vida espiritual no se detienen mucho en el tema. La libertad se da por supuesta y no se le presta una específica atención para orientar la vida espiritual.
Sin embargo, al estudiar a Josemaría Escrivá de Balaguer, no se puede omitir esta cuestión sin cercenar gravemente su mensaje, porque lejos de ser algo secundario o colateral es un «concepto clave de su enseñanza»2 y, más en la raíz, su misma personalidad se caracteriza por la «pasión por la libertad»3. Una sencilla consideración basta para justificar la atención que le presta: Sin libertad no podemos amar4.
La necesidad de la libertad para responder a la llamada a la santidad en medio del mundo, es una convicción básica en san Josemaría y un trazo inconfundible de su misma personalidad vital. «La libertad constituye uno de los rasgos característicos de su temple humano»5, testimonia Alejandro Llano: «Le desagradaba la homogeneidad impuesta y consideraba la diferencia en los comportamientos como un valor positivo. Apostaba por la originalidad espontánea, mientras que sospechaba de la uniformidad. Confiaba más en las iniciativas y decisiones de las personas que en la exacta disposición de las estructuras. No le gustaban los formulismos protocolarios; prefería la sencillez de las manifestaciones informales. (...) Contribuía a reafirmar los estilos de cada uno y a dilatar los propios ámbitos de expresión. Era un poderoso catalizador de la libertad: la vivía e impulsaba a vivirla»6.
Difícilmente pasará inadvertida al lector de san Josemaría su insistencia en este punto, omnipresente en su predicación7. Antonio García-Moreno ha constatado que el término aparece 239 veces en los libros publicados hasta la fecha8, sin considerar las referencias a “liberación” o al cristiano como persona “libre”, y sin incluir en el cómputo los discursos académicos y los artículos de prensa, centrados algunos de ellos en la libertad9.
San Josemaría manifiesta «una sensibilidad y un aprecio muy especial»10 por la libertad. La descubre por doquier en la Sagrada Escritura. Contemplando la anunciación del Arcángel Gabriel a María, ve en el «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios11. Y comenta a renglón seguido: en todos los misterios de nuestra fe católica aletea ese canto a la libertad12. Es un descubrimiento que le hace sentir un profundo amor a la libertad13 : un amor que no es una cosa humana, es una cosa divina, porque es la libertad que Cristo nos ganó en la Cruz14, y que le lleva a proclamarla, a promoverla y a defenderla cuando es necesario. No diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal15, asegura en una ocasión. Y en otro momento añade: Es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante16. No sorprende que se le haya calificado de «pionero del amor a la libertad dentro de la Iglesia»17. Y la Iglesia es sal del mundo.
Su amor a la libertad está profundamente relacionado con dos elementos centrales de su enseñanza: el sentido de la filiación divina y la santificación del trabajo profesional y de toda la vida ordinaria. La filiación adoptiva es para él como la raíz de la que nace la libertad; y el trabajo profesional y la vida ordinaria, el campo en el que se cultiva y da fruto. Esta perspectiva específica explica, a nuestro juicio, que su doctrina sobre la libertad haya sido vista por Cornelio Fabro como «el aspecto más genial y nuevo de su itinerario hacia la santidad»18.
En cuanto al binomio libertad-filiación, es fácil comprobar que Josemaría Escrivá de Balaguer habla mucho de la libertad de los hijos de Dios, poniendo «el acento en la relación de la libertad con la filiación divina, que Dios le había hecho ver como fundamento de su vida espiritual»19. Todo su espíritu, sostiene Álvaro del Portillo, «está impregnado por la gran certeza de saberse hijo de Dios, que tan unida está con otra característica fundamental de nuestro espíritu: el amor a la libertad»20. Otro testigo privilegiado, monseñor Javier Echevarría, confirma que «meditó durante toda su vida que cada uno ha de vivir in libertatem gloriae filiorum Dei (Rm 8,21), en la libertad de la gloria de los hijos de Dios, y nos estimulaba a gozar de esta libertad, fruto de la filiación divina»21. Para Lluís Clavell, san Josemaría contempla la libertad «bajo la luz con la que el Espíritu Santo le ha hecho sentir y de algún modo comprender la filiación divina. Ser hijos de Dios significa ser personas libres»22.
Por lo que se refiere a la relación entre libertad y santificación de la vida ordinaria en medio del mundo, se ha dicho con acierto que san Josemaría ve «la libertad como una característica esencial de la secularidad de los fieles laicos»23, de su ejercicio de las actividades temporales que han de santificar y en las que se han de santificar. Esas actividades tienen una autonomía propia, y hay muchos modos legítimos de llevarlas a cabo. De ahí la insistencia de san Josemaría en pedir respeto a la libertad de los demás —a su libertad responsable—, y en promover condiciones de vida social que favorezcan el ejercicio y la expansión de la libertad. Al ser inmenso el campo de las tareas temporales, se entrevé la «amplitud insospechada»24 del tema en su predicación.
La filiación divina y la misión de santificar las actividades temporales son como las vías por las que discurre el presente capítulo. Ambas parten del Bautismo. Allí es donde el cristiano es liberado del pecado, del poder del diablo y de la muerte eterna, para vivir, bajo la acción de la gracia, en la libertad de los hijos de Dios y conducir toda la creación a su gloria (cfr. Rm 8,21): misión que los fieles laicos están llamados a realizar santificando el trabajo y todas las actividades temporales.
En la primera parte veremos los elementos principales de la noción de libertad de los hijos de Dios en san Josemaría: la libertad cristiana que surge de la filiación divina recibida en el Bautismo y se perfecciona con el crecimiento de la vida sobrenatural. En la segunda estudiaremos la génesis del acto libre: el influjo de la inteligencia, la voluntad y los sentimientos en el ejercicio de la libertad. Y en la tercera hablaremos del respeto a la libertad en la sociedad: un respeto que los cristianos han de promover como parte fundamental de su misión bautismal de santificar el mundo desde dentro.
Casi todos los estudios sobre la doctrina de san Josemaría dedican espacio a la libertad. Como es lógico, en este capítulo haremos referencia preferentemente a los que se centran en nuestro asunto25.
1. LA LIBERTAD EN LA ENSEÑANZA DE SAN JOSEMARÍA
San Josemaría concibe su predicación como una “catequesis” asequible a todo tipo de personas, también a quienes no poseen una especial preparación teológica, pero no por eso simplifica los problemas o elude los interrogantes. Conviene tenerlo en cuenta al exponer el tema que nos ocupa porque, tras los enunciados y explicaciones fácilmente comprensibles, hay un visión teológica de la libertad a la que es preciso llegar si se quieren exponer adecuadamente sus enseñanzas.
El punto de partida lo expresa el título de la homilía La libertad, don de Dios26. La libertad es un don que tiene su origen y su fundamento en Dios. La persona humana posee este don en virtud de la dimensión espiritual de su naturaleza compuesta de alma y cuerpo. Es un don que ha recibido con vistas a un fin: la unión con Dios por el amor y el perfeccionamiento de sí mismo y del mundo según el querer de Dios. Este fin, que viene a ser el horizonte de sentido de la libertad, se ha iluminado y dilatado con la adopción sobrenatural. La libertad humana en el plan divino es libertad de los hijos de Dios: libertad para amar a Dios Padre en el Hijo, por el Espíritu Santo. Y cuando el pecado ha apartado al hombre de Dios y lo ha reducido a esclavitud, el Hijo, hecho hombre para rescatarnos de ese estado mediante la entrega de su vida en la Cruz, nos ha obtenido el don del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios y nuevamente libres, con «la libertad para la que Cristo nos ha liberado» (Ga 5,1). La razón de ser de la libertad es ahora la de vivir de acuerdo con la condición de hijos de Dios en Cristo, es decir, la de buscar la identificación con Cristo por el amor y dirigir la creación a la gloria del Padre27.
Estos son, a grandes rasgos, los temas que se tratarán en el presente apartado. Después de unas consideraciones sobre el contexto, veremos primero los principales elementos de la noción de libertad cristiana en san Josemaría; luego, la relación entre gracia y libertad, para concluir con la importancia de cultivar una viva “conciencia de la libertad” que surge del sentido de la filiación divina.
1.1. Sobre el contexto y las fuentes
En el clima cultural que rodea a san Josemaría, la libertad es un tema clave28. Nunca los hombres han hablado tanto de libertad como ahora29, escribe al inicio de una de sus Cartas. Por un lado, observa,
se siente palpitar, en algunos pueblos que acaban de salir de la tiranía, y en otros que han caído bajo el yugo despótico y materialista del comunismo, un deseo santo de libertad cristiana (...). Hay, de otra parte, en el ambiente general de los pueblos, un afán desmedido hacia una falsa libertad: todos reclaman la libertad, en todo parece que se puede conceder más. Se advierte la existencia de un deseo desordenado, porque más que libertad es desenfreno, pérdida del sentido cristiano de la vida30.
De los dos polos que amenazan a la libertad —la tiranía y el libertinaje—, el primero, no sólo en cuanto despotismo político sino, en general, como abuso de una posición de poder para truncar la libertad de otros, ya sea a nivel doméstico o de relaciones sociales y profesionales, es rechazado con firmeza por san Josemaría: Detestamos la tiranía, que es contraria a la dignidad humana31; detestamos la tiranía (…). Amamos la pluralidad32. Como siempre, su actitud se enraíza en el sentido de la filiación divina que, en este caso, le confirma en la convicción de que tu Padre-Dios no es un tirano33. Con la misma fuerza con que se opone a la tiranía se enfrenta también al otro enemigo de la libertad, al libertinaje, que describe como una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad34: un enemigo seguramente más insidioso porque no aparece como frontal opresión de la libertad y, sin embargo, la socava desde su médula.
En realidad, estos dos peligros, tiranía y libertinaje, que a primera vista parecen de signo opuesto, tienen una base común: la propensión a imponer la propia voluntad como única y suprema norma de conducta: para los demás (en el caso de la tiranía) o para uno mismo (en el caso del libertinaje, en cuanto libertad desvinculada de la verdad moral). Es este el enemigo que amenaza la causa de la libertad en el siglo xx. El problema no es la reivindicación de libertades de pensamiento, de expresión o de conciencia, que es una aspiración noble y justa si se entienden esas libertades como libertades civiles. Desde el momento en que Jesucristo manifestó el vínculo entre libertad y conocimiento de la verdad —«conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,32)—, la concepción cristiana de la libertad ha producido cuantiosos frutos de convivencia civil a lo largo de la historia, a pesar de las miserias humanas, y podía dar también la justa respuesta a esa demanda en las épocas moderna y contemporánea. Pero un sector de la cultura dominante planteaba esas libertades como emancipación de la fe, sobre bases antropológicas en parte inconciliables con la visión cristiana de la persona humana y del mundo. Por eso san Josemaría pone en guardia ante una concepción de la libertad que “más que libertad es desenfreno, pérdida del sentido cristiano de la vida”. No le preocupa la libertad sino su disolución a manos de la tiranía y del libertinaje. Su posición será la de afrontar la crisis promoviendo la libertad auténtica.
San Agustín había distinguido entre el “liberum arbitrium” o capacidad de escoger que está en todas las personas, y la “libertas”, el efectivo dominio de los propios actos para ordenarlos al bien del hombre35. En el contexto de cultura contemporánea en que se mueve san Josemaría, esta distinción conceptual se encontraba oscurecida o al menos difuminada. Una parte del pensamiento —las “filosofías de la emancipación” (de la religión y de la fe)— negaba a la libertad su fundamento en Dios y no la entendía como ordenada a un fin, reduciéndola a libre arbitrio o a la mera capacidad de elegir sin trabas. Se generaba así un proceso de crisis en la concepción de la libertad que tendría importantes consecuencias. Enarbolada la bandera de la libertad en el mástil de una razón emancipada de la fe, pronto resultará claro que ese mástil, en sí mismo robusto, ya no estaba fijo, ni siquiera en la verdad accesible a la razón. Se intentará anclarlo en ideologías diversas, pero enseguida se verá que una fuerte voluntad de poder era capaz de arrancar el asta con su bandera y llevarla a cualquier parte, frustrando los ideales de multitudes ansiosas de liberación. Finalmente, tras no pocas experiencias dolorosas, se acabará sustituyendo el mástil de la razón por la caña quebradiza del pensamiento débil, y se ofrecerá a cada uno su vara con un retazo de la antigua bandera para que lo lleve adonde mejor le parezca, sin mucha compañía, porque a la mayoría ya no le interesa “la libertad” sino solamente “su libre arbitrio”, su posibilidad de escoger.
El intenso debate sobre la libertad en la época moderna explica de algún modo el relieve que adquiere el tema en san Josemaría. Advierte que no sin algún designio de la divina Providencia, los tiempos modernos aparecen tan sensibles a los valores naturales de la libertad, que sólo en la elevación al orden de la gracia encuentran su plena realización y su perfecto cumplimiento36. Percibe las exigencias de libertad y la necesidad de una respuesta cristiana.
Las corrientes de pensamiento que pretendían emancipar la razón de la fe y la libertad de la verdad y del bien, son sin duda un contexto que estimula su predicación sobre la libertad, pero sería muy difícil establecer relaciones o hacer comparaciones con determinados autores37. Estos, en todo caso, no son “fuente” de las ideas que transmite. «Su mensaje sobre la libertad —escribe Sanguineti— no está inspirado en especiales lecturas ni autores, sino que se vincula directamente a su carisma»38. Él mismo lo da a entender de algún modo en su predicación:
Algunos de los que me escucháis me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas39.
En medio de una cultura que aclama la libertad, san Josemaría toma conciencia del tesoro que Dios ha entregado a los cristianos y que el Magisterio de la Iglesia custodia y dispensa. Los Romanos Pontífices, especialmente a partir de la encíclica Libertas praestantissimum (20-VI-1888) de León XIII, habían abordado los problemas que se presentaban en torno a la noción de libertad, y sus enseñanzas se fueron desarrollando progresivamente hasta el Concilio Vaticano II. Todo este cuerpo de doctrina se encuentra presente en los escritos de san Josemaría, que lo cita literalmente con frecuencia40. El Magisterio pontificio del siglo xx no es sólo contexto de su predicación, sino también fuente.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el espíritu de santificación en medio del mundo que enseña y la actividad apostólica que impulsa, difieren de otras realidades presentes en la Iglesia, que también están en conformidad con las enseñanzas del Magisterio. Es el caso, como ya sabemos, de la Acción Católica, que la Jerarquía promueve para hacer presente a la Iglesia en la sociedad y penetrarla de espíritu cristiano, inspirando y dirigiendo la actuación de los laicos41. A san Josemaría, en cambio, le resulta natural apelar a su libre iniciativa de hijos de Dios, llamados a santificar el mundo desde dentro, sin necesidad de ulteriores encargos o mandatos. Este empeño en potenciar la libertad tropezó a veces con recelos en ambientes eclesiásticos de la época, como él mismo da a entender:
Cuando, durante mis años de sacerdocio, no diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal, noto en algunos un gesto de desconfianza, como si sospechasen que la defensa de la libertad entrañara un peligro para la fe. Que se tranquilicen esos pusilánimes. Exclusivamente atenta contra la fe una equivocada interpretación de la libertad, una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad. En una palabra: el libertinaje42.
El tenor del texto hace suponer que la causa de las prevenciones no se encontraba principalmente en la sospecha de que Josemaría Escrivá de Balaguer proclamara una idea errónea de libertad, en línea con los epígonos del liberalismo radical, sino más bien en el resquemor ante una predicación que, al exaltar el papel de la libertad en la vida cristiana, podía poner en peligro la prioridad tradicionalmente reconocida a la obediencia.
Este punto lo ha detectado agudamente el filósofo Cornelio Fabro, autor de importantes estudios sobre la libertad, que ha llamado a san Josemaría «maestro de libertad cristiana»43, delineando con las siguientes palabras la proyección de su figura en la historia: «Hombre nuevo para los tiempos nuevos de la Iglesia del futuro, Josemaría Escrivá de Balaguer ha aferrado por una especie de connaturalidad —y también, sin duda, por luz sobrenatural— la noción original de libertad cristiana. Inmerso en el anuncio evangélico de la libertad entendida como liberación de la esclavitud del pecado, confía en el creyente en Cristo y, después de siglos de espiritualidades cristianas basadas en la prioridad de la obediencia, invierte la situación y hace de la obediencia una actitud y consecuencia de la libertad, como un fruto de su flor o, más profundamente, de su raíz»44.
Fabro señala con perspicacia que lo característico de san Josemaría es el orden de los conceptos. Por supuesto, no se encontrará ningún maestro espiritual que hable de una obediencia que no sea libre, pero por lo general se dará prioridad a la obediencia, y la libertad estará como a su servicio. Esto es verdad si la obediencia se presta por amor, pero puede inducir a pensar que la libertad no importa mucho, siempre que se obedezca. De hecho, algunas expresiones acuñadas en la tradición —como “obedecer ciegamente” u “obedecer como un cadáver”— se han entendido a veces en un sentido voluntarista que subestima el papel de la inteligencia y de la voluntad libre en la obediencia. Evidentemente, esos modos de comprender las expresiones citadas se alejan de la mente de sus autores, que sólo trataban de subrayar la heroicidad con la que se ha de obedecer, en un contexto preciso, al mandato justo. De hecho no los citamos porque no nos referimos a la doctrina de ningún maestro de espiritualidad sino a la deformación vulgar de esas doctrinas. En todo caso, san Josemaría plantea las cosas de otro modo. No concibo que pueda haber obediencia verdaderamente cristiana, si esa obediencia no es voluntaria y responsable. Los hijos de Dios no son piedras o cadáveres: son seres inteligentes y libres, y elevados todos al mismo orden sobrenatural45. Para él, el cristiano ha de obrar siempre con libertad, porque es hijo de Dios —«ya no eres siervo, sino hijo» (Ga 4,7), afirma san Pablo—, y precisamente por esto ha de obedecer a la Voluntad divina por amor como Cristo, haciéndose «obediente hasta la muerte y muerte de Cruz» (Flp 2,8): esa obediencia le libera y le hace más hijo de Dios.
Evidentemente, la libertad y la obediencia no están en el mismo plano. La obediencia es una virtud moral; la libertad es una propiedad de la persona por su naturaleza espiritual (volveremos luego sobre esto). No puede existir una contraposición entre ambas, pero sí hay un orden. En el plano de la naturaleza, la libertad es fundamento de las operaciones y de las virtudes. Cuando Fabro habla de siglos de espiritualidades basadas en la prioridad de la obediencia, nos parece que no pretende hacer una crítica a esas espiritualidades, porque se está refiriendo a la obediencia cristiana, que esencialmente es una obediencia por amor, una obediencia libre. Pero esa obediencia se puede enfocar de dos modos: o enseñando a someterse libremente, o enseñando a emplear en la obediencia todo el potencial de la libertad. La diferencia puede parecer sutil y, sin embargo, afecta al fondo de la vida espiritual. Partiendo de la filiación divina, san Josemaría promueve una conducta empapada por la conciencia de la libertad de hijos de Dios, que lleva a una obediencia amorosa a la Voluntad divina. Otros autores no ponen explícitamente ese fundamento, y la prioridad de la libertad no se manifiesta de modo tan patente.
Las circunstancias de los siglos xix y xx, al mostrar la urgente necesidad de la acción de los laicos para el cumplimiento de la misión de la Iglesia en las sociedades modernas, pondrán el problema al descubierto. Después de siglos de espiritualidades basadas en la prioridad de la obediencia que, adaptadas a los laicos, han dado paso a una cierta obediencia pasiva, resultará costoso que los mismos laicos asuman su misión eclesial con la libertad y responsabilidad personales que esa misión reclama, y que dejen de esperar mandatos y consignas de la Jerarquía en esos ámbitos. No menos costoso resultará que el clero fomente la libre y responsable iniciativa de los laicos, además de abstenerse de dirigirlos en el campo de su propia autonomía.
Esa libertad y responsabilidad personal es, en cambio, la que estimula san Josemaría. Su mensaje sobre la libertad «forma parte de un carisma vivo»46 que le lleva a descubrir en las fuentes de la Revelación nuevas luces acerca de la libertad: una libertad, que es la clave de esa mentalidad laical47 necesaria para impulsar la santificación del mundo desde dentro48.
Si a las fuentes de la Revelación y a su “carisma vivo”, añadimos que, para exponer su propia enseñanza sobre la libertad, Josemaría Escrivá de Balaguer se sirve de la doctrina teológica común de san Agustín y de santo Tomás49, tantas veces invocada por el Magisterio de la Iglesia, habremos señalado las bases de su enseñanza en este campo: la Revelación cristiana y la doctrina teológica de esos grandes doctores, comprendidas con la luz del carisma que él mismo ha recibido.