Loe raamatut: «Julito Cabello contra las tribus urbanas»
A mi Marcela.
UNAS PALABRAS AL INICIO
Estimados lectores, tienen en sus manos (a menos que sean un robot o un alien) un nuevo libro de Julito Cabello. Esta vez trabajé mucho más (siempre digo lo mismo) y hasta quedé más flaco (ver dibujo). Para quienes no hayan leído los seis libros anteriores, igual van a cachar algo, pero se les recomienda comprarlos para que pueda ponerme un diente nuevo de titanio.
En fin. Aquí vamos.
Buenos días, buenas tardes terrícolas. Buenas noches no, porque hago tuto.
No sé por qué me tocó vivir en este mundo tan raro (mi palabra favorita), pero me tocó no más. Parece que fregué.
Un mundo con gente que abre paquetes en internet y le pagan por eso (what?), con comida que tiene sellos que dicen que mejor no te la comas (¿entonces qué hago?) y con muchos videos de guaguas que se caen y gatos que tocan piano en internet (agú + miau).
Pero, lo peor de todo son los adultos (y las guaguas, cuando se hacen caca).
¿Quién entiende a los adultos, ah? ¿Por qué no vienen con instrucciones, como las consolas de videojuegos? ¿Por qué se ponen a dieta el primero de enero, cada año, y lo celebran con un asado bien chancho? ¿Por qué se compran zapatillas y buzo nuevo para hacer “ejercicio”, que nunca hacen? ¿Ah, ah?
¿Ah? (Ya lo había dicho, pero igual: ¿ah?)
Y en mi caso es peor, porque tengo DOS adultos en mi casa: mi papá, Julio Cabello, y mi mamá, Rosa Parada. Tengo que reconocer que a veces se portan bien y me dan desayuno, ordenan mis juguetes, me llevan al cine y me secan la espalda (y me meten cotonitos en la oreja, que salen con un puré tóxico café oscuro, aj), pero a veces… OMG. A veces andan todos estresados y se duermen unas siestas tipo hibernación los fines de semana, como si se estuvieran actualizando len-ta-men-te. Pero bueno, es lo que nos tocó a los niños.
Y a propósito de niños, hay otros dos bajo el mismo techo Cabello. Primero está mi hermano Beltrán, que cuando más chico se creyó niño–hámster, después pato rockero y, finalmente, fue un ídolo mundial del videojuego La invasión de las frutas ninjas mutantes del espacio exterior). Y también me rompe mis cómics (aunque cada vez menos, porque creció). Y aparte de él, está la María, una guagua híper súper duper inteligente y súper dotada que hasta sabe hablar, pero que igual usa pañales (tóxica).
Mascotas no tenemos, porque se arrancarían de puro vernos. Además, con mis papis basta y sobra (je).
Aparte, tenemos en la casa, pegadito a ella, un restaurante peruano llamado El inka guatón. Y es nuestro (el restaurante, no los que trabajan allí, porque eso sería esclavitud, ojo).
Fuera de este reality que es mi casa tengo un mejor amigo llamado Aarón que solo dice hum (por eso llevamos años siendo amigos), y una amiga llamada Andrea que me hace decir hum, porque me… cae muy bien (y no molesten).
Los días pasan tranquilamente en mi hogar, hasta que siempre pasa algo inesperado.
Aunque si siempre pasa algo inesperado, debiera decir que igual me lo estaba esperando.
Oh. Ahora soy Cabello Filósofo.
¿Ser o no ser? ¿Existimos o no? ¿Hay que regar los cactus? ¿Por qué cuesta tanto cortarse la uña chica de la pata? ¿Por qué el pichí sale tan hediondo después de comer espárragos?
¿Ah?
Y ya me agoté.
1
UNA NOCHE OSCURÍSIMA
Todo partió una noche oscurísima y sin estrellas. Oscura como un Súper 8. De verdad. Brrrrr.
Nos estábamos subiendo todos a un par de taxis, porque íbamos a celebrar. Mis papitos y mis hermanitos. La excusa era que mi papá, antes crítico de restaurantes y ahora escritor de libros para niños, había terminado su nueva obra maestra: El ataque de súper salami.
Antes había escrito un libro de recetas de cocina para niños, y después uno de dragones legendarios escupe fuego, antes de crear a su nuevo súper héroe, el único con sellos negros: porque era alto en colesterol y en sodio. De verdad. Según mi papá, era su forma de educar a los niños para que comieran de forma más saludable. Según yo, era bien raro su heroísmo, porque sus némesis eran una lechuga mutante y un apio ninja. Pero en fin.
Adultos…
Mi linda mamá, por su parte, había terminado de escribir su segundo libro. Antes había hecho uno sobre la dictadura, perdón, la superioridad (jura) de las plantas mujeres sobre las plantas hombres. Era de ciencia ficción (broma). Y ahora su tema era el autismo de los cactus (broma de nuevo). Noooo. Era sobre cómo los cactus podrían salvar a la humanidad si caían montones de bombas atómicas y tuviéramos que sobrevivir chupando sangre de cactus.
Y esto no es broma. Qué chusto.
Durante meses mis papás se habían turnado en cuidarnos y en escribir. Un día mi mamá desaparecía y comíamos pura pizza (yes!). Al día siguiente mi papá se esfumaba y comíamos puro pasto (bu). Hasta que ambos dejaron de traumarnos para el resto de nuestras vidas y les pusieron fin a sus dos libros. Por eso la salida a comer, ¿ok?
Así fue como llegamos a un restaurante vegetariano, porque cuando hay carne en el plato a mi mamá le dan arcadas = vegetariana.
Se trataba de La sana zanahoria, donde afuera había como cien bicicletas estacionadas (pura gente sana) y las chicas que atendían eran flaquitas como ramitas, muy pestañudas y llenas de tatuajes pachamámicos. Pero igual tenían algunos piercings bien agresos, como para que todos supiéramos que podían pegar su patada voladora si había que salvar a algún mono de un laboratorio. O sea, dulces pero duras.
Nos sentamos todos en una mesa bien grande y nos pasaron las cartas en papel reciclado (obvio) donde ofrecían:
–Palitos de apio contento.
–Betarragas crudas felices.
–Lechuga súper chascona (gallaaa).
Y un montón de cosas orgánicas, sin gluten (¿qué es eso? Suena a alguien ahogándose), conscientes (¿pero no se supone que algo debe estar inconsciente, o sea muerto, para comérselo?) y blablablá, y ya se me quitó el hambre. Obvio que al Beltrán también, porque altiro preguntó si no tenían hamburguesas.
–Por supuesto -respondió la elfa bélica animalista que nos atendía-. Tenemos hamburguesa de cochayuyo recogido bajo la luz lunar. Y de garbanzos guerreros mapuche pueblo originario.
A estas alturas, obviamente, mi papá se había puesto a toserf. Porque por más amor que le tenga a mi mamá, esto de lo vegetariano no le gusta mucho.
–Ya, Julio, calma -dijo mi mamita-. Yo voy a pedir los platos. Señorita, traiga…
Y ahí se puso a hablar con la pestañuda en su lenguaje. ¡Y resultó! Porque al final llegaron unos tallarines bien ricos con salsa para todos, aunque ni nos dimos cuenta de que la carne era vegetal (¿de vaca de árbol?). Así que todos felices a la italiana, y mi mamá con una ensalada de hojas marcianas y la María con su colado (orgánico, obvio).
Salvados.
Después de quedar llenitos, mi papá tosió antes de dar un anuncio.
–Estimada familiaf, finalmente hemos terminado nuestros libros. Y esta vez los dos al mismo tiempo. Les damos las gracias por la paciencia (y nos miró a los mini Cabello). Y por la otra paciencia que les viene, porque además les aviso que mañana llega un alojado a la casa.
Ahí mi mamá se atragantó hasta con las semillas de sésamo del postre.
–¿Un invitadof, Julio?
–Perdona por no haberte avisado antes, mi florecilla (patero). Es que mi hermano recién me pidió ayuda, porque se viene de vuelta de España y no tiene dónde alojar. Pero serán solo unos días no más, lo juro.
Y aprovecharemos la sala de planchado, justo ahora que dejamos de escribir allí.
–¿Tu hermano Rodrigo, el ar-tis-ta?
–Ese mismo.
O sea, ¿había un artista en la familia?
Yo nunca había oído hablar de ese tío.
¿Será reggaetonero? ¿Un DJ Cabello?
Se armó la fiesta. O no. Ya sabremos.
2
A POTO PELADO CABELLO
Ya íbamos todos de vuelta, pero antes de salir del restaurante les juraría que vi a la alumna Vaca rumiando en una de las mesas. ¿Un plato de alfalfa? Ja. Y en eso estaba meditando, con la María roncando en el auto, cuando llegamos a nuestra casita. Y al momento de abrir la puerta, no hubo necesidad de hacerlo, porque estaba abierta.
Y con la chapa rota.
Al entrar, se parecía a una post pijamada (pero sin el olor a pata). Desorden total. Y el Beltrán, que andaba medio tutoso, se despertó de golpe y comenzó a corretear por las piezas y a hacer el conteo de las bajas.
–Falta la tele, los dos computadores, las consolas y el Blue-Ray.
Mi mamá siguió:
–Mis joyas, mi cámara de fotos y mi ropa.
Y mi papá:
–Mi disfraz de dragón, mis figuras de Dragonball de colección. ¡Y eran Bandai! Y mi ropa. Hasta los calzoncillos me robaron. Pobrecitos, a lo mejor no tenían con qué vestirse.
Ay, mi papá.
Para qué les digo que nuestros niveles de felicidad bajaron supersónicamente a menos que cero. Es extraño que te roben, la dura. Quedamos como post ataque zombi: felices de estar vivos, pero pensando en cuándo iban a volver de nuevo por nuestros brains.
Poco a poco nos íbamos dando cuenta de otras cosas que faltaban (menos la María, que puro roncaba, y que tenía su chupete puesto, lo único que echaría de menos). Dábamos vueltas en silencio, haciendo el conteo de las bajas, hasta que mi papá se pegó una palmada en la frente.
–¡Mi libro!
Entonces mi mami, muy solidaria ella, dijo lo mismo.
–¡Y mi libro! También estaba en el computador.
–¿Y no los tenían en la nube? -pregunté, muy enterado de la modernidad mundial modernosa.
Ambos dijeron “no”.
Oh, no-no. Meses de trabajo perdido, de ellos. Y de sufrimiento infantil innecesario, el nuestro.
Pero faltaba algo más.
Como era fomingo, nuestro restaurante estaba cerrado. Aunque ahora estaba abierto. A la fuerza.
Se habían llevado hasta la salsa huancaína.
Y también mi kétchup personal.
3
MALAS NOTICIAS, BU
Obviamente que mis papás llamaron a las fuerzas de la ley y el orden, para contarles nuestra desgracia (ay, mi kétchup). Así conocimos al sargento Rebolledo y a la teniente Monsalve. Uno era flaco y pálido, y la otra chica y muy maquillada. Eran como un shinigami y una pitufa (mucha tele, ya lo sé).
–¿Pueden decirnos de quién sospechan, señores?
–De alguien pobre, creo yo -dijo mi papá.
–Ah -dijo la pitufopolicía.
–¿Creen que podremos recuperar algo? -dijo mi madre.
Ahí como que se miraron y juraría que se rieron, pero sin que se les notara (muy profesionales ellos).
–Habrá que ver, señora -dijo Rebolledo.
–No hay que perder la esperanza -dijo Monsalve.
Y ahí se largaron a hacer una lista de todas esas cosas que jamás recuperaríamos. Snif.
Como no se habían robado el café, mis papitos se sentaron a tomar uno en la cocina. Se los veía marchitos (lenguaje de mi mami, especialista en flores).
–Voy a tener que reescribir mi libro de memoria, Rosa, porque tengo que entregarlo a la editorial lo antes posible.
–Y yo también, por si te interesaba.
–Ay, mi amor, no es que lo haya olvidado, eso de tu libro, ¿de qué era tu libro?
–Tan solidario.
–No puedo evitarlo, me educaron así.
Ahí mi mamá emitió un gruñido nada de floral. Susto. Y mi papá comenzaba a toser, como cada vez que se ponía nervioso.
–Pero no te preocupef, saldremos de estaf.
–Lo sé, pero el tema, Julio, es que ya no nos queda plata. Y no tendremos el pago por los libros. Y no podemos abrir el restaurante, porque lo dejaron pelado.
Oh no. Parece que tendremos que actuar en los semáforos haciendo de mimos. Aunque si a la María la ensuciamos un poco, de más que nos darían más monedas, ¿o no?
Y allí estábamos los Cabello muy deprimidos, mientras los señores de la ley seguían haciendo la lista de todo lo que habíamos perdido. Hasta que alguien apareció en la puerta y hasta sacaron sus revólveres de puro susto al verlo.
–¡Arriba las manos! -dijeron a dúo.
–Ay, ¿pero qué hice esta vez? -respondió un tipo flaco y con olor a pucho. De verdad olía a cenicero como a tres metros a la redonda.
–Identifíquese (nuevamente a dúo).
–Me llamo Rodrigo Cabello y vengo llegando de España.
Ahí mi papi sacó la voz.
–¡Hermanito! Llegaste antes.
–Sí. Es que a última hora me conseguí un vuelo como con ocho escalas que salía más barato. Y antes. Y como no tenía minutos en el celular, no alcancé a avisarte.
Entonces mi papá se acercó y lo abrazó. Juraría que al abrazarlo como que le salió polvo.
–Las malas noticias no llegan solas -dijo (muy bajito) mi mamá.
–¡Hola, Rosa, cómo estás! ¿No tendrán por ahí algún traguito para recibir a este viajero?
Y no tenían, porque también se lo habían robado, ja.