Loe raamatut: «Humanos, sencillamente humanos»
Índice
Portada
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Créditos
Introducción
1. Diversos caminos hacia la mejora humana
2. Ni tecnofilia ni tecnofobia
3. La larga historia hacia la mejora de la humanidad
4. Humanos, sencillamente humanos
5. Naturaleza, cultura y transhumanismo
6. ¿El final de todo humanismo? La identidad humana
7. ¿Se salvará la libertad?
8. Humanos y con límites y deficiencias
9. ¿Eternos e inmortales?
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Introducción
El transhumanismo es definido por sus más destacados representantes como «un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal» (The Transhumanist FAQ).
El transhumanismo se considera a sí mismo como un paso intermedio entre el humanismo actual y el «posthumanismo» que vendrá. Parte del supuesto de que «la especie humana en su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo, sino más bien una fase relativamente temprana» (The Transhumanist FAQ). Insiste en que el homo sapiens representa un estadio que puede y debe ser superado. Y va más allá en sus afirmaciones: la especie humana no es el final, sino una etapa en el proceso de la evolución. Se trata de una idea que de alguna forma recoge aquellos pensamientos expresados por el Zaratustra de F. Nietzsche: «Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado... El superhombre es el sentido de la tierra... Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales... El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo... La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: Lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso... Yo quiero enseñar a los hombres el sentido de su ser: ese sentido es el superhombre, el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre».
Si la meta del transhumanismo es el posthumanismo, esto quiere decir que los cambios que se pronostican en el ser humano al ritmo del progreso científico y técnico serán cambios muy profundos, muy substanciales y muy radicales. Se necesitan modificaciones tecnológicas radicales en el cerebro humano, en el cuerpo humano. Para realizar estos cambios el transhumanismo cuenta con el aporte de lo que se ha dado en llamar «las tecnologías convergentes»: nanotecnología, biotecnología, tecnologías de la información, tecnologías cognitivas (NBIC).
«Muchos transhumanistas desean seguir caminos de la vida que, tarde o temprano, requerirán convertirse en personas posthumanas: anhelan alcanzar alturas intelectuales tan superiores a cualquier genio humano actual como los humanos están por encima de otros primates; ser resistentes a las enfermedades e impermeables al envejecimiento; tener juventud y vigor ilimitados; ejercer control sobre sus propios deseos, estados de ánimo y estados mentales; poder evitar sentirse cansado, odioso o irritado por cosas mezquinas; tener una mayor capacidad de placer, amor, apreciación artística y serenidad; experimentar nuevos estados de conciencia a los que los cerebros humanos actuales no pueden acceder. Parece probable que el simple hecho de vivir una vida indefinidamente larga, saludable y activa, llevaría a cualquiera a la posthumanidad si continuaran acumulando recuerdos, habilidades, inteligencia» (The Transhumanist FAQ).
Ya no se tratará de «seres humanos» según nuestros estándares actuales. A ese ser posthumano se le ha calificado ya como el «Homo Excelsior». Este salto hacia el posthumanismo requerirá «un nuevo diseño del organismo humano usando nanotecnología avanzada o su mejora radical usando alguna combinación de tecnologías como la ingeniería genética, psicofarmacología, terapias antienvejecimiento, interfaces neuronales, herramientas avanzadas de información, medicamentos para mejorar la memoria, potentes computadoras y técnicas cognitivas» (The Transhumanist FAQ). Resulta difícil para nosotros hoy imaginar cómo sería un posthumano. Carecemos de experiencias que nos permitan siquiera adivinar sus características.
Ciertamente, el progreso científico y tecnológico está alcanzando unos niveles sin precedentes. Lo que ayer fue simple ciencia ficción se está convirtiendo en real posibilidad. Solo un grupo selecto de científicos y expertos en nuevas tecnologías conocen estas posibilidades. A la mayoría de los humanos se nos escapan los campos punteros en los que se mueven hoy en día la ciencia y la técnica. Yo pertenezco, por supuesto, a esa gran mayoría.
«No pretendo grandezas que superan mi capacidad» (Sal 131,1). Esta frase tomada de un salmo de la Biblia judeo-cristiana refleja bien mi estado de ánimo al comenzar este escrito. No pretendo hacer una presentación del transhumanismo, tarea que a todas luces supera mi capacidad. Para hablar y escribir con autoridad sobre el transhumanismo es necesario tener unos conocimientos sobre ciencia y tecnología que yo ciertamente no tengo. Este no es un escrito sobre el transhumanismo, sino un escrito con motivo del transhumanismo. No pretendo explicar qué es el transhumanismo, en qué consiste, cuáles son sus propuestas científicas y tecnológicas. Solo pretendo ofrecer algunas reflexiones que ha provocado en mí el contacto con los temas del transhumanismo.
Porque el transhumanismo no solo es un asunto de ciencia y tecnología. También tiene un profundo componente de ideología. De hecho, los más convencidos representantes están haciendo un notable esfuerzo para ganar apoyos en la opinión pública. Presentan el transhumanismo como un movimiento de liberación y emancipación obligatorio en el siglo XXI. Se propone liberar al hombre de su condición natural y, en cierto sentido, de su dimensión sobrenatural. Por eso, merece ser considerado y enjuiciado, no solo desde el punto de vista de la ciencia y la técnica, sino también desde el de la antropología y, sobre todo, de la ética. Como algunos pensadores han afirmado ya repetidas veces, son la antropología y la ética las que deben guiar e informar la praxis científico-técnica y no viceversa. La ciencia y la técnica no cuentan con herramientas para señalar sus límites éticos, para indicar el sentido de la vida.
He dedicado los últimos tiempos a leer sobre las propuestas de los transhumanistas y sobre la problemática implicada en esas propuestas. Lo he hecho con mucho interés y con mucha atención. Mi reacción ha sido de sorpresa creciente a medida que avanzaba en la lectura. Son muy radicales las propuestas que hace el transhumanismo ya a corto plazo. Y, por consiguiente, son muy profundos los problemas éticos implicados en esas propuestas. Tampoco pretendo dar respuesta a esos problemas. También superan mi capacidad. No ofrezco un trabajo de bioética. La problemática en juego me supera. Doctores hay en el campo de la bioética que deberán afrontar los severos problemas éticos planteados por las propuestas transhumanistas. Yo solo me atrevo a ofrecer algunas meditaciones que han nacido al hilo de mis lecturas.
Ofrezco estas meditaciones evocando el asombro del salmista en otro de los salmos de la Biblia judeo-cristiana. El salmista se asombra a un tiempo de las maravillas de la creación y del infinito poder del ser humano. «Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies...» (Sal 8). Los no creyentes pueden prescindir del Señor. Pero nadie puede ignorar las maravillas de esta «creación» y el enorme poder del ser humano. El progreso de la ciencia y de la técnica es hoy una prueba manifiesta de este poder incalculable del ser humano. El transhumanismo es, en cierto sentido, una confirmación de las emociones que embargaban al salmista.
Una meditación siempre tiene algo de soliloquio. La meditación es, en el fondo, un ejercicio de humildad. Porque es un decirse a sí mismo sin pretender decir a los demás o un decirse a sí mismo los propios pensamientos sin pretender ejercer ningún magisterio ante los demás. Meditar es un ejercicio de inteligencia. Es un esfuerzo por comprender. Y, en algunos casos, es un ejercicio de sabiduría, un intento de saborear cualquier nuevo descubrimiento. Meditar es intentar comprender y saborear aquello que se ha comprendido. Es intentar tomar contacto con la verdad, encontrarse con la realidad, descubrir el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de la vida misma. Meditar es reaccionar. Esto quieren ser las siguientes meditaciones: mis reacciones frente a las propuestas de los transhumanistas y frente a los problemas que, si se llevan a cabo esas propuestas, se le avecinan a la humanidad. Compartir los propios pensamientos es útil a quien los comparte y, a veces, a algunas personas más.
Hace algunos años publiqué un libro con el siguiente título: Creer en el ser humano, vivir humanamente. Antropología en los evangelios. Al escribirlo, no había tomado contacto con los temas y la problemática que plantea el transhumanismo, ese ciclón de posibilidades y riesgos que llegan desde el progreso científico y tecnológico. Si hoy lo volviera a escribir, el mensaje de fondo sería el mismo. Pero me vería obligado a reformular algunas páginas teniendo en cuenta las propuestas transhumanistas.
Ni la antropología filosófica ni la antropología teológica pueden ya ignorar los problemas planteados por el desarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías. Este desarrollo afecta tan al fondo del ser humano, de la vida humana, que plantea de la forma más radical preguntas como las siguientes: ¿Cuál es la identidad del ser humano? ¿Se puede seguir hablando de la naturaleza humana? ¿Es la actual etapa de la humanidad una simple «estación de paso» hacia una vida posthumana? ¿Es el Homo Sapiens la última estación de la historia? Yuval N. Harari lo dice de forma muy ingeniosa: en el siglo XXI partirá el último tren desde la estación del Homo Sapiens; quienes pierdan este tren no tendrán otra oportunidad; solo les espera la extinción.
Las preguntas son tan radicales que no pueden ser contestadas exclusivamente por científicos y técnicos. Necesitan ser consideradas desde visiones más amplias. Se deben buscar respuestas transversales y globales acudiendo al diálogo interdisciplinar. Son preguntas tan decisivas y definitivas para el futuro de la humanidad que necesitan el concurso de todas las áreas del saber: la ciencia y la tecnología, todas las ciencias que tienen que ver con el ser humano, las antropologías filosóficas y teológicas... y sobre todo la ética. Lo que está en juego no son pequeños cambios en la vida humana, sino el sentido y el destino de la misma humanidad.
Mis meditaciones se sitúan en el campo de la antropología filosófica y teológica. Es el campo en el que siempre me he movido. Es el campo que me ha proporcionado inevitablemente el horizonte o la perspectiva de mis lecturas sobre el transhumanismo. E inevitablemente es también el campo que me proporciona el horizonte y la perspectiva de las presentes meditaciones. De ello soy muy consciente, así como de la especial atención y del gran respeto que me han merecido los enormes interrogantes éticos que plantean las propuestas transhumanistas. Semejantes avances en la investigación científica y en las posibilidades tecnológicas requieren más que simples meditaciones. Requieren un desarrollo acelerado de la ética. En este momento personas muy autorizadas reconocen que no tenemos ética para tanta ciencia y tanta técnica.
Para ambientar las siguientes meditaciones, me permito reproducir el texto del Manifiesto transhumanista elaborado en diciembre del 2017 por reconocidos representantes del transhumanismo. Han asignado a este nombre el signo H+, para subrayar el «trans-» o la aspiración a traspasar los límites de los actuales humanismos para acceder al posthumanismo.
MANIFIESTO TRANSHUMANISTA (H+)
1. En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento y nuestro confinamiento al planeta Tierra.
2. La investigación sistemática debe enfocarse en entender esos desarrollos venideros y sus consecuencias a largo plazo.
3. Los transhumanistas creemos que siendo generalmente receptivos y aceptando las nuevas tecnologías, tendremos una mayor probabilidad de utilizarlas para nuestro provecho que si intentamos condenarlas o prohibirlas.
4. Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que desean utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas. Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.
5. De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.
6. Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacerse, y un orden social en el que las decisiones serias puedan llevarse a cabo.
7. El transhumanismo defiende el bienestar de toda conciencia (sea en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, o posibles especies extraterrestres) y abarca muchos principios del humanismo laico moderno. El transhumanismo no apoya a ningún grupo o plataforma política determinada.
El simple manifiesto invita a una profunda meditación. Refleja los ambiciosos programas del transhumanismo y las buenas intenciones de los mismos, poco más. Es un manifiesto que procura ganar nuevos adeptos para la causa. La búsqueda de apoyos es intensa por parte de los representantes del transhumanismo.
Hay otro documento «oficial» relativo al transhumanismo que es más explícito. Se trata de la Declaración titulada «The Transhumanist FAQ». Describe en detalle las propuestas científicas y tecnológicas más características del transhumanismo. También señala sus posibles riesgos. Este documento fue elaborado por primera vez en el año 1999 por los más destacados representantes transhumanistas. Desde entonces se ha revisado y actualizado varias veces. En el presente trabajo he utilizado la versión 3.0. A lo largo del libro aparecerán numerosos y amplios textos del documento copiados literalmente. Dichos textos reflejan las propuestas más características del transhumanismo.
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Diversos caminos hacia
la mejora humana
El transhumanismo se define esencialmente como un intento de mejora de la humanidad. Parece que el nombre «transhumanismo» fue utilizado por primera vez por Julian Huxley en 1957. El significado del término ya apuntaba en esta dirección de la mejora humana. Hablando de la creencia en la superación de la especie humana, el autor escribía: «Necesitamos un nombre para esta nueva creencia. Quizá nos serviría el nombre de transhumanismo: el hombre sigue siendo hombre, pero se trasciende a sí mismo, realizando nuevas posibilidades de y para la naturaleza humana». El término apunta, pues, hacia una mejora de la humanidad.
Las propuestas transhumanistas se unen así al incansable y permanente esfuerzo que la humanidad ha hecho para mejorarse a sí misma a lo largo de la historia. En ese sentido, el ideal transhumanista es muy encomiable. ¿Quién puede estar en contra de la mejora de la humanidad? El intento de superación es connatural a los seres humanos. Somos seres esencialmente insatisfechos, lo cual no es un defecto, sino un estímulo, un acicate, un impulso hacia la mejora constante.
A este encomiable ideal acompañan, sin duda, importantes riesgos. Por eso, desde un principio hemos de estar muy atentos para que a la «cultura de la mejora humana» que propone el transhumanismo acompañe una «ética de la mejora humana». Uno de los mayores desafíos que plantean las propuestas transhumanistas es precisamente la clarificación de lo que puede significar la «mejora humana». ¿En qué consiste esa mejora? Una cosa es la mejora como crecimiento y maduración de los distintos aspectos de la condición humana y del proyecto humano que nunca se debe dar por totalmente realizado. Otra cosa es la mejora entendida como una transmutación de la condición humana, el cambio hacia otro proyecto distinto del ser humano. «El ser humano debe llegar a ser lo que debe ser a partir de lo que ya es». Así definen algunos autores el crecimiento y la mejora humana. Mientras que la mejora transhumanista corre el riesgo de ignorar lo que el ser humano es y lo que debe ser, para reinventarlo y acceder a otro ser distinto: el ser posthumano.
La consideración o la búsqueda de la mejora humana han variado mucho con el paso del tiempo hasta llegar a la actualidad. Los caminos que se han ensayado y se siguen ensayando para mejorar la condición humana son muchos y muy variados. El transhumanismo no es el primer intento de mejorar la humanidad, pero, de alguna forma, es el más singular, el más ambicioso y el más arriesgado. Propone una mejora sin precedentes, hasta pensar en una etapa que trasciende la actual condición humana. El transhumanismo se considera una etapa provisional hacia el posthumanismo. ¿Qué será ese posthumanismo? No lo sabemos, porque nos faltan experiencias para definirlo. Para los propios transhumanistas sigue siendo hoy un mero objeto de promesas y de esperanzas.
Mejorar la condición humana. Así define ese propósito el primer punto del Manifiesto transhumanista elaborado por algunos de sus más destacados representantes: «En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento y nuestro confinamiento al planeta Tierra». Ciertamente, son parámetros en los que apenas había soñado la ciencia ficción. Incluso se nos propone liberarnos del confinamiento al planeta Tierra.
En este camino hacia el nuevo estadio de la humanidad, el transhumanismo se ha referido con frecuencia al camino recorrido por la evolución, tal cual lo describiera ya Charles Darwin.
En cierto sentido, el transhumanismo se siente muy cercano a las teorías evolucionistas, porque ambos constatan y pronostican una mejora constante de la realidad, de la vida de la humanidad... Ambos coinciden en que la evolución encamina a la humanidad hacia estadios superiores y más evolucionados. Por supuesto, el transhumanismo está mucho más cercano a las teorías evolucionistas que a cualquier teoría creacionista. Pero dejemos de lado, por el momento, el viejo debate entre creacionistas y evolucionistas. Solo una correcta interpretación bíblica de la creación puede acreditar la fe en el misterio de la creación y la armonización entre esta fe y las teorías evolucionistas.
Tanto las teorías evolucionistas como el transhumanismo contemplan la historia como un camino o un proceso encaminado hacia un horizonte de mejoras para la naturaleza y para la humanidad. Consideran que, con sus altos y bajos, la historia es un camino hacia más elevados niveles de hominización y de humanización. En este sentido, es perfectamente comprensible que los transhumanistas se sientan a gusto con las teorías evolucionistas.
Pero, al mismo tiempo, el transhumanismo se siente muy distante de las teorías evolucionistas. Las mejoras transhumanistas han de tener lugar por medios muy distintos al de la selección natural propia de la teoría evolucionista. La evolución natural es muy distinta de la evolución científico-tecnológica. Aquella está encomendada a factores ajenos a la gestión humana; esta es el producto del cálculo y la programación humana. Para la mejora humana, el transhumanismo cuenta con técnicas concretas para mejorar la memoria, la concentración, la energía mental, los estados de ánimo... Cuenta con la edición de genes para garantizar las características biológicas del hijo deseado. Desde todas estas posibilidades va surgiendo el tecno-optimismo en los ambientes transhumanistas.
En el centro de la teoría evolucionista está la afirmación de un curso natural de la naturaleza y de la historia, en el cual las mejoras tienen lugar por un proceso de selección natural. En esta selección entra de forma sorprendente e incontrolable el azar. Mutaciones genéticas al azar han dado lugar a una evolución mediante una selección natural. Así ha tenido lugar una evolución y una selección de las especies en una lucha por la existencia. La evolución y la selección natural no nos han diseñado para ser felices, sino para sobrevivir. La adaptación al entorno y a las nuevas funciones necesarias para la supervivencia ha sido un factor también determinante de la evolución.
Y no se trata solo de la selección de las especies, sino también de la selección de los individuos dentro de las especies. De modo que la evolución natural premia a las especies y a los individuos más fuertes con la supervivencia y con la adaptación a las nuevas circunstancias ambientales. Pero se trata siempre de un proceso natural, al margen de la intervención humana e incluso a veces contra ella. La intervención humana más próxima a la evolución y selección natural puede considerarse la intervención en la reproducción de las especies. Los humanos han ensayado mejorar las especies a través de la selección de individuos y el cruce para la reproducción.
La evolución tiene lugar a través de unos procesos muy lentos, apenas perceptibles en pocas generaciones. En este proceso natural de evolución y selección la especie humana parece haber sido una de las ganadoras, no por propios méritos, sino por su capacidad de adaptación a las condiciones ambientales cambiantes.
Desde una perspectiva notablemente distinta y con el propósito de armonizar evolución y fe cristiana, merece una mención especial el gran paleontólogo, filósofo y teólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Al intentar rastrear la prehistoria del transhumanismo, no pocos transhumanistas hacen referencia a Teilhard de Chardin y a su concepción de la evolución. Ya en 1955 Julian Huxley, a quien se atribuye la acuñación del término «transhumanismo», hizo un gran elogio de Teilhard al prologar su libro El fenómeno humano (1955).
La obra de Teilhard de Chardin ha sido muy discutida entre los científicos. Entre ellos ha habido fervientes defensores y críticos radicales. También ha sido discutida entre los teólogos, aunque, desde el punto de vista teológico, su doctrina ha sido cada vez más aceptada y elogiada. Teilhard es un convencido defensor de la evolución. En un tono a veces de verdadera exaltación mística describe la evolución como un proceso que va desde las partículas primordiales hacia estadios cada vez más complejos y a la vez más unificados de la naturaleza. En este proceso evolutivo constituyen estadios definitivos y verdaderos puntos de inflexión la aparición de la vida y la de la autoconciencia. Para el autor la evolución no tiene lugar por mero azar, sino que hay fines y objetivos muy concretos en la naturaleza, no siempre conocidos por el ser humano. El objetivo terminal de la evolución será la plenitud y unificación de toda la realidad en el Punto Omega. Este punto será la plenitud de la conciencia y la plena unificación de toda la realidad en Dios. Aquí adquiere la teoría evolucionista de Teilhard de Chardin el carácter de una auténtica confesión de fe y se convierte en una verdadera teología cósmica, manantial de esperanza. Nada tiene de extraño que Teilhard proclamara: «El futuro pertenece a aquellos que dan a la siguiente generación razón para la esperanza».
Más allá de las fortuitas coincidencias, el transhumanismo se distancia radicalmente de las teorías evolucionistas en la búsqueda de la mejora de la condición humana. Y se distancia sobre todo en un doble sentido.
En primer lugar, porque busca las mejoras de la condición humana, no mediante un proceso natural y al azar, sino mediante el progreso científico y técnico, racionalmente calculado y programado. Un eslogan del transhumanismo es el siguiente: «De la posibilidad a la elección» (From Chance to Choice). El transhumanismo supone un salto cualitativo con respecto a la evolución natural: es el salto desde la evolución natural hacia la evolución científico-técnica. En aquella el hombre es resultado pasivo y, en el mejor de los casos, beneficiario de la evolución; pero no se considera agente principal. En esta el ser humano es protagonista, agente principal, capaz de dirigir la evolución hacia unas mejoras previamente señaladas y programadas. El progreso científico-tecnológico apenas tiene nada de natural. Es esencialmente manipulación de la naturaleza. Esto supone una notable diferencia entre las teorías evolucionistas y el transhumanismo. En el transhumanismo el ser humano ha pasado a tomar la evolución en sus manos, gracias al desarrollo de la ciencia y al progreso de la tecnología.
En la evolución natural hay un punto de inflexión: la aparición de la conciencia. Cuando Teilhard de Chardin habla de la «noosfera», está hablando de un momento decisivo de la evolución, ese momento en el cual la evolución lleva la materia a un alto nivel de complejidad y de conciencia. La presencia de la conciencia en el proceso evolutivo permite a los seres humanos tomar hasta cierto punto en sus manos la orientación de la evolución. También este estadio de la conciencia sigue un proceso evolutivo. Se va desarrollando la inteligencia teórica que permite interpretar el sentido y el destino de la realidad y de la historia. Y le sigue cada vez más una inteligencia práctica que permite a los seres humanos actuar sobre la evolución natural. La inteligencia práctica otorga a los seres humanos una cierta capacidad para transformar la realidad y conducir la historia. Quizá hay que buscar aquí el punto de encuentro entre la ciencia y la técnica.
La inteligencia y la conciencia constituyen un núcleo específico de la identidad humana. En la teología cristiana son consideradas y valoradas como «una participación de la luz divina», «una centella de luz desprendida de la sabiduría divina».
Esta evolución de la conciencia y la inteligencia evoca de alguna forma la famosa ley de los tres estadios del filósofo positivista Auguste Comte. Según este autor, la conciencia y la inteligencia han conducido el conocimiento o los conocimientos humanos a través de tres estadios: el estadio teológico, el estadio metafísico y el estadio científico-positivo. El estadio teológico es el estadio de las explicaciones míticas y religiosas. Se explica la realidad y la historia acudiendo a seres sobrenaturales: dioses, ángeles y demonios. Aquí se han de situar las mitologías de la antigüedad y las teologías de ayer y de hoy. El estadio metafísico es el estadio de las explicaciones racionales. Se explica la realidad y la historia apelando a grandes principios y, sobre todo, al principio de causalidad. Aquí se han de situar los grandes sistemas filosóficos que van desde la antigüedad hasta la actualidad. El estadio positivo-científico es el estadio de las explicaciones científico-técnicas. Se explica la realidad y la historia mediante leyes descubiertas empíricamente y aplicadas técnicamente. Aquí se han de situar las grandes teorías científicas y las técnicas que se han desarrollado especialmente a partir del Renacimiento.
De entrada, los transhumanistas se identifican sobre todo con este tercer estadio, puesto que la base del transhumanismo es el progreso científico y tecnológico. Es precisamente este progreso el que permitirá a la humanidad tomar definitivamente en sus manos las riendas de la evolución. Pero asociar el transhumanismo con el tercer estadio descrito por Auguste Comte sería rebajar demasiado los logros y las perspectivas transhumanistas. El transhumanismo supone otro punto de inflexión en la evolución que va mucho más allá del tercer estadio soñado por Comte. Ese punto de inflexión es lo que algunos transhumanistas han llamado «la singularidad tecnológica».