Una historia sepultada

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Ahora bien, si aquella orden se cumplió, no fue suficiente para borrarlas de la faz de la Tierra. La presencia actual de algunas de ellas en bibliotecas públicas y privadas, mostraría que aquel mandamiento no fue fulminante, además de que algunas de sus partes quedaron glosadas muy en extenso, aunque con algunos cambios en las grafías de los sustantivos, en lo que escribió Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Francisco López de Gómara, fray Bartolomé de las Casas, y Bernal Díaz de Castillo, quienes en buena medida se convirtieron en los referentes obligados de quienes en los siglos XVII y la primera mitad del XVIII, se querían enterar y difundir lo acontecido en aquellos primeros años de conquista y dominación a través del relato del conquistador.14

Ya entrado el siglo XVIII se desarrolla una corriente revisionista y crítica de la historia tanto de lo que se designaba como América por parte de ingleses, franceses, alemanes y portugueses, como de la propia España que la seguía denominando como Indias occidentales del mar Océano.15

Andrés González Barcia publicó, siguiendo las primeras ediciones de Cromberger, la Segunda, Tercera y Cuarta Cartas de Relación dentro del primer volumen de Historiadores primitivos de las Indias Occidentales,16 y donde si bien efectuó algunas novedades editoriales, no modificó las grafías con que quedaron consignados los sustantivos en la edición princeps.

La introducción de las propuestas de Barcia consistieron, primero en presentar de una manera totalmente distinta el formato de las Cartas hasta entonces publicadas, desatan abreviaturas, se modifican la puntuación y dan cabida a la nueva estructura de párrafos, lo que permitió la introducción de capítulos acompañados por pequeños títulos expresivos de lo que se seguiría leyendo en los renglones o páginas siguientes.17

Ya entrado en el terreno de la recreación del formato, Barcia asume un nuevo modelo frente a aquella Segunda Carta de Relación impresa en caracteres góticos, en 28 folios de 30.7 x 23 cm cada uno, que dan cabida a desplegar a lo más cuarenta y ocho renglones por folio, y cuya narrativa parece desbordarse en sus 2,592 renglones, donde apenas se notan algunos descansos obligados tras las catorce letras capitulares, que parecieran indicar grandes apartados, dentro de los cuales, en ocasiones, se ven otras pequeñas separaciones (veinte en total) anunciados por letras mayúsculas de un tamaño mayor que las que se usaron después de los puntos y seguidos y con algún adorno, pero sin llegar a ser capitales y que apenas hacen perceptible el comienzo de párrafo (treinta y cuatro en total), de tal suerte que cuesta mucho trabajo diferenciar unos párrafos de otros por lo apretado de la composición tipográfica, que en mucho caracteriza a las ediciones que se hicieron con aquella tipografía gótica.

La novedad implantada por Barcia, de introducir capítulos en la edición de las Cartas, le llevó a dividir la Segunda Carta en cincuenta y cinco capítulos; la Tercera en cuarenta y siete, y la Cuarta en veintitrés, con sus respectivos títulos indicativos, que en algunos casos llegan a coincidir con las capitales de la edición princeps, pero no en otras ocasiones, ya que los capítulos establecidos por Barcia implicaron el reconocimiento y análisis del texto no sólo para marcar las separaciones, sino para redactar esas pequeñas llamadas que resumen en unas cuantas líneas la narrativa que se despliega en los siguiente renglones, párrafos o páginas, y que ayudan tanto a la lectura como a las revisiones en las que se buscan datos y hechos específicos. Cuando actualiza nombres lo hace en los encabezados que son de su creación, pero no adentro de las narrativas que siguió a pie juntillas la edición impresa en caracteres góticos, y en la cual se estamparon los nombres de ciudades, provincias o señores, tal cual se supone los escribió Cortés, a menos que se pudiera presumir que el impresor uniformó criterios para la designación de los mismos, tomando como base, no sé bajo qué supuestos, para designar de una u otra manera tales o cuales nombres.

Por último, y sobre esta edición se debe decir que Barcia fue muy cuidadoso al señalar al final de la Segunda Carta de Relación, la edición de la que se valió para establecer la suya, pero no hizo lo mismo con las siguientes. Así que sólo nos queda creer lo sugerido por Navarrete, Vedia y Gayangos de que Barcia utilizó para su obra las ediciones de Cromberger.18

A esa edición española le siguió la del arzobispo Lorenzana, en la ciudad de México19 que, sin lugar a dudas, se valió de la edición de Barcia en cuanto a mantener el establecimiento de los títulos que aquél introdujo en su edición y que Lorenzana respetó, aunque como apostillas en los márgenes de las páginas, y además actualizó los sustantivos “mexicanos” a los que les añadió eruditas notas que bien muestran el nivel de apreciación que los “ilustrados” españoles residentes en la Nueva España o criollos y mestizos, tenían al finalizar el siglo XVIII, en relación con el pasado prehispánico y los primeros años de la conquista.20

Por otra parte, aquella edición de Barcia y la del mismo Lorenzana habían dejado de manifiesto la ausencia de la Primera Carta de Relación de la que daba cuenta Fernando Cortés en la Segunda, como enviada en 1519. Al no haberse publicado y desconocerse su paradero llevó a Barcia a realizar ingentes búsquedas en los repositorios españoles sin que hubiera alcanzado su objetivo. Por desgracia la edición de Lorenzana no deja ver que al arzobispo le hubiese preocupado la ausencia de aquella Primera Carta y en consecuencia hubiese realizado parecida búsqueda en los archivos de la Nueva España.

Una búsqueda infructuosa

Desde la segunda mitad del siglo XVIII el historiador escocés William Robertson21 después de terminar la historia de su tierra natal, el reino de Escocia, fijó su atención y empeños en la Historia… pues en la concepción de ese historiador, aquel imperio fue el parteaguas del progreso de la sociedad europea. Tema que estudió y describió en el libro correspondiente; sin que se hubiese detenido en las campañas de invasión y conquista de los territorios al occidente de la isla de Cuba o Fernandina, que emprendió Fernando Cortés y cuyas secuelas, tanto para los habitantes originarios como para los de Europa, marca nuevos momentos en la historia de la humanidad.

El mismo Robertson trató esta notoria ausencia en su historia de Carlos V, aclarando que ello se debía a la necesidad de una obra específica para detallar lo concerniente a lo que, ya para esos años se denominaba universalmente como América, tanto en sus antecedentes naturales y humanos como en sus consecuentes para los propios habitantes de la ya entonces América y de Europa. Aquel señalamiento y compromiso se hicieron realidad a los pocos años cuando se viera publicada su Historia de América (1777).

Para William Robertson era incuestionable que la figura de Fernando Cortés no podía quedar fuera de sus preocupaciones y reflexiones y, para que las mismas quedasen totalmente sustentadas, según los requisitos de la época, requería toda la documentación generada por el capitán general. Así que dentro de la documentación conocida hasta entonces, observó la falta de la Primera Carta de Relación que el mismo Cortés había referido en la Segunda, haber enviado.

La notoria ausencia de aquella Primera Carta de Relación llevó al historiador escocés a solicitarle al embajador inglés, Roberto Murray Reith, que atendía las relaciones con la corte de Viena, que buscara dentro de la biblioteca imperial para ver si localizaba en dicho repositorio aquel manuscrito, ya que señalaba Robertson, en algún tiempo Carlos V residió en aquella ciudad, por lo que se podía sospechar que allí pudiera localizarse, además de que las pesquisas de Barcia no habían alcanzado aquellos acervos.

La sugerencia dio resultados, y con la publicación de la Historia de América en dos volúmenes en el año 1777, se supo por breves notas en el prefacio del primer tomo y con un resumen al final del segundo tomo, que dicha biblioteca poseía un legajo con manuscritos donde se encontraban la que había enviado la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la reina y a su hijo con fecha de 10 de julio de 1519,22 además de las copias también manuscritas de la Segunda, Tercer y Cuarta Cartas; la Quinta no se conocía porque no se imprimió en su tiempo.

Lo anterior quiere decir que no estaba la Primera Carta que refiere Fernando Cortés en su Segunda, que había enviado junto pero diferenciada de la de la Justicia y Regimiento, con sus procuradores en julio de 1519.23

La ausencia de la primera carta autógrafa de Cortés, se hizo notar entonces, pero dicha desaparición se compensó con el nuevo hallazgo de la Carta de la Justicia y Regimiento, que hasta entonces no se conocía, como ya se señaló en líneas anteriores.

El nuevo hallazgo terminó compensando a los estudiosos, bajo el razonamiento de que no debería de diferir mucho lo narrado por Cortés, porque a fin de cuentas el conquistador debió estar presente en su escritura y composición y cuyo objetivo era dar noticia de la situación que guardaba este grupo expedicionario, desde su salida de la isla de Cuba o Fernandina hasta su establecimiento en la Rica Villa de la Vera Cruz, pasando naturalmente por sus recorridos en las costas de Cozumel y Yucatán, el encuentro y subsecuente acompañamiento de Jerónimo de Aguilar y el funesto actuar de Diego Velázquez con aquel grupo expedicionario.

Ahora bien, este descubrimiento que a primera vista podría presumirse como de muy segundo orden pasó a ser la sustituta o equivalente de la Primera de Cortés.

Incluso se dice que cuando el ministro Floridablanca se enteró de este hallazgo mandó hacer una copia, no sólo de aquella carta sino también de las otras cuatro que se localizaban en el legajo en el año de 1778,24 y que debemos suponer se guardó en copia en la Biblioteca de la Academia de la Historia,25 de donde Martín Fernández de Navarrete, Miguel Salva, Pedro Sainz de Baranda, miembros de esta, las mandaron imprimir por primera vez en 1842 bajo el título de Carta de la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Veracruz, Madrid, Imprenta de la viuda de Calderón.26

 

Es indiscutible que la primera edición de aquella “primera” carta hasta entonces desconocida, inscrita dentro de ese ámbito editorial casi frenético por publicar materiales, hasta entonces inéditos, de la historia de España y sus posesiones coloniales, propició la impresión de la Quinta Carta Relación que, junto con las cuatro anteriores y, por primera vez reunidas todas ellas, siguiendo las copias manuscritas de Viena, las mandó estampar para los lectores Enrique de Vedia en 1852.27

En 1866 Pascual de Gayangos, en otro esfuerzo editorial, juntó aquellas cinco Cartas, más las que se suponían reservadas y otras tantas que se encontraban en las ediciones de Navarrete, Vedia y aún inéditas que se localizaban en archivos españoles, y las puso al alcance de los estudiosos e interesados bajo el título de Cartas y Relaciones de Hernán Cortés al emperador Carlos V.28

Estas tres últimas ediciones tenían como común denominador el haberse valido de las copias manuscritas conservadas en Viena y de las que después se fueron localizando en distintos archivos de España, que como terminaría señalando muchos años después Woodrow Borah, fueron muy valoradas “por presumir que daban alguna garantía de ser más precisas y cercanas a las originales que las que se habían tipografiado en caracteres góticos.”29

A partir de entonces se puede seguir fácilmente la primacía que tomaron las copias manuscritas sobre las impresas, de tal suerte que, como afirmó Borah, se aprecian como más cercanas a lo escrito por Cortés que las impresas en caracteres góticos. Ello se puede ver con toda claridad en las ediciones documentales de Navarrete, Vedia y finalmente de Gayangos, que refirieron haber utilizado las copias de la Biblioteca de Viena, antes que de cualquier otra edición, lo cual no implicaba desconocer lo referente al material impreso, pero el conocimiento y utilización de los mismos pasó a ser más una cuestión de eruditos y de referencia anecdótica del mundo académico por su rareza y escasez, mientras que las copias y ológrafas de Cortés, gracias a sus trabajos y empeños se ponía a disposición de todos los interesados.


Así lo manuscrito ya fuese en copias u originales de Cortés alcanzó su consagración frente a lo impreso. Ello es constatable con la edición de las Relaciones de Hernán Cortés de doña Eulalia Guzmán,30 y de la de Manuel Alcalá en la editorial Porrúa, quien señala: “Los editores han cotejado con la versión paleográfica del códice de Viena [o Vindobonensis 1600] –paleografiado de micropelícula por la señorita Guadalupe Pérez San Vicente– las cinco Cartas”, que para bien o para mal son las mismas que siguió Mario Hernández Sánchez-Barba.31


Por lo hasta aquí expuesto se ve cómo la copia manuscrita de Viena y las otras copias localizadas, sobre todo la Quinta Carta de Relación, en España, han cobrado primacía sobre las impresas en caracteres góticos, lo que no sería nada reprochable si hubiera la total certeza de que se trata de un trasunto o copia fidedigna de las Cartas originales del propio Fernando Cortés, pero ni de ello hay certeza, cuando mucho algunas presunciones que ni siquiera llegan a buenas conjeturas, pues no hay datos constatables que unan el tramado argumental.32 Aunque también se podría aventurar que estas manuscritas le pertenecieron a algún impresor, o alguien las copió siguiendo las impresas, dudas y algunas coincidencias que trataré en otro trabajo.

Sacralización no justificada

Ahora bien, las copias localizadas en Viena33 muestran limitaciones porque no contienen referencias claras para despejar algunas dudas que surgen de su revisión, tales como: ¿De qué manuscrito se valieron para el traslado? ¿Quién ordenó esa copia? ¿En qué año se hizo? ¿Cuáles fueron las razones y las reglas para que se hicieran aquellas copias? ¿Quién, o quiénes, intervinieron en ese trabajo? O ¿En qué lugar se realizó, y a instancias de quién o quiénes y para servir a qué fines?

Al parecer ni Robertson mismo, ni los que han seguido estudiando el llamado Codex Vindobonensis S.N. 1600, han podido dar respuestas satisfactorias –totalmente coherentes y sustentadas históricamente– a las preguntas antes referidas, ya sea por la ausencia misma en las Cartas de las señas de identidad y circunstancia, como porque tampoco en los otros documentos que se localizan en el mismo expediente, se muestra ningún otro indicio.

Sin embargo, no pudiendo eludir algunas dudas y cuestionamientos sobre esa copia, diversos académicos han asentado varias hipótesis que más bien apuntan a salir del paso que a intentar un esclarecimiento profundo de las interrogantes que surgieron a partir de su hallazgo.34

Los historiadores que se han ocupado del manuscrito de Viena, tomando en cuenta el conjunto de documentos entre los que se encuentran las Cartas, y no teniendo más indicios de unos u otros, han llegado a colegir que la elaboración de esa copia debió ocurrir entre 1526 y 1529, pero de esto tampoco hay certeza absoluta.35

A continuación surgen nuevas interrogantes que tienen que ver con nimiedades como serían: si se mandó hacer dicha copia por parte de los secretarios Juan de Sámano o Martín de Salinas para el rey mismo, o para su hermano, Fernando de Austria; pero todo ello sólo queda en el plano hipotético, sin mayor relevancia para explicar la ausencia de los originales e incluso la relación de estas copias con las autógrafas de Cortés. Lo único que las enlaza es ser manuscritas sin probar su verdadera parentela con el original de Cortés.

Los niveles presumibles y las hipótesis que desde entonces provocaron aquellas copias manuscritas sobre su procedencia, calidad, datación, etc., fueron inmediatamente rebasados por su novedad narrativa y las nuevas circunstancias políticas que asientan, y que serían decisivas para la prosecución de las campañas de conquista y sujeción a la corona de Castilla de todo ese inmenso territorio que, aunque indefinido, comenzó a denominarse como Nueva España.36

José Luis Martínez en su biografía de Hernán Cortés ha sugerido que muy posiblemente Cortés no sólo enviara las Cartas Segunda, Tercera, Cuarta y Quinta al emperador, sino también una copia de cada una de ellas a un amigo que debía hacérselas llegar al impresor, o mejor sería decir impresores, pues como ya he referido hubo más de una edición; lo cual quiere decir que por lo menos habría cuatro copias mandadas a hacer por el propio Cortés, quien debió poseer la suya propia y otras copias que se enviaban a la península.37

Martínez da por un hecho la identidad, o igualdad, de aquellos tres o cuatro manuscritos, aunque ello no tendría necesariamente por qué ser así, pues en el caso más reducido, el manuscrito de Cortés –podrían ser varios– no tendría necesariamente por qué estar totalmente en limpio, esto es sin correcciones, enmendaduras, tachaduras, etc., mientras que el enviado a la reina y a su hijo, luego emperador, por ser quienes eran, debería estar escrito correctamente, con buena letra y contener fórmulas y otras declaraciones más personales como las que escribió el conquistador en las Cartas adjuntas (hoy conocidas como Reservadas) para la reina y su hijo, en las Tercera, Cuarta y Quinta, pero que en algo podrían variar de las versiones enviadas a los impresores, pues estas últimas podían contener algunos cambios o giros ya que se destinaban a lectores desconocidos e inciertos, que probablemente merecieran otro tipo de lenguaje.

Además, no sería improbable que los manuscritos que les llegaron a los impresores, en el momento de publicarse hubieran sufrido algunos cambios debido a la acción editorial y tipográfica, consistentes en propuestas de redacción o de adaptación de sustantivos a los moldes góticos para así ajustarse a lo que debería de ser un impreso del momento, tal y como se puede comenzar a ver que lo llevaron a cabo al asignarles títulos completos que están ausentes en las copias manuscritas, y que han prevalecido hasta nuestros días en las Segunda, Tercera y Cuarta Cartas.

Con lo anterior sólo pretendo plantear algunos cuestionamientos que parece se han pasado por alto cuando se escribe sobre este particular, dando por un hecho la igualdad absoluta de los manuscritos originales hasta hoy no localizados, las versiones impresas y aun las copias que se localizan en Viena o en las bibliotecas de España.38

La sola circunstancia que rodea a los manuscritos y a las versiones impresas nos harían presumir, de una manera razonable que, aun siendo parecidos no son idénticos los dos formatos; por lo cual, y sobre todo en el terreno de la filología, siempre quedarán dudas irresolubles de la manera no sólo en que escribió Cortés los sustantivos, sino también de su apego a lo escuchado.

Bajo esas limitaciones es entendible señalar que no es posible llevar a cabo estudios filológicos sobre los sustantivos trasmitidos por Cortés, pero esa indicación sólo cobraría su total afirmación cuando se hubiesen realizado algunos cotejos entre los materiales impresos en caracteres góticos y la copia manuscrita de Viena, que detectase similitudes y diferencias en relación con los nombres de las ciudades, pueblos, villas, provincias, etcétera.

Pero esa posibilidad se ha cerrado tras el cómodo supuesto de que los sustantivos plasmados en las Cartas de Relación no son aprovechables, pues lo consignado en las mismas son las primeras escuchas y en consecuencia las primeras designaciones arbitrarias al castellano, por lo que están mal escritas en cualquiera de los dos soportes: impresos en caracteres góticos o las copias manuscritas de Viena.39

Por ejemplo, doña Eulalia Guzmán,40 quien fuera una de las estudiosas más apasionadas de las Cartas de Relación, sólo teniendo a la vista las copias de Viena y la edición de Gayangos (que adolece de muchas arbitrariedades, como escribir Méjico cuando claramente está escrito Mexico), le endosó a Cortés el escribir mal los nombres de las ciudades, provincias, pueblos, etc., como resultado, por una parte, de la incomprensión de lo que estaba conquistando y dominando y, por otra, de la existencia de cierta malicia de Cortés para no revelar del todo los secretos de la tierra.41

Es una verdadera lástima que doña Eulalia haya sacado sus conclusiones de observar y trabajar compulsivamente la copia de Viena y la versión de Gayangos, sin haber considerado la versión impresa en caracteres góticos de la conocida como Segunda Carta o inclusive la edición de Barcia, que estaba referida y reproducida facsimilarmente en la edición de Henry Harrisse, y la que al parecer desconocía Guzmán.42

Los empeños de Eulalia Guzmán se dirigieron pues, a esclarecer, según su punto de vista y con una abundante documentación que tenía a la mano, los nombres y otras circunstancias del mundo prehispánico que “omitió” o “distorsionó” Fernando Cortés. Sin embargo no hizo una crítica documental del Códice de Viena y mucho menos su confrontación con otros soportes impresos, más fiables que el de Gayangos, que le permitieran establecer, entre otras tantas cosas más, las necesarias comparaciones entre las maneras de consignar los sustantivos, lo cual, sin lugar a dudas, le hubiese llevado a sacar algunas observaciones útiles para entender la posible relación y diferencias entre los manuscritos y los impresos, un trabajo cuya necesidad es impostergable.

¿Limitante insuperable?

Sin las cartas manuscritas de Fernando Cortés estamos impedidos, entre otras tantas cosas, a saber cómo es que escribió tales o cuales sustantivos, así como la estabilidad o inestabilidad escritural que el mismo capitán general plasmó, por lo menos, durante los cinco primeros años de su campaña de conquista. Sin embargo, y pese a ello, debemos realizar algunos ejercicios con los materiales existentes para aproximarnos, si no a las formas certeras en las que Cortés escribió tal o cual sustantivo, sí a las maneras en que quedaron registrados en los ámbitos públicos y administrativos de lo que sería la Nueva España y su metrópoli, por lo que así obtendremos algunos indicios de cómo es que los escribió el propio Cortés.

 

Bajo estos empeños, y siguiendo un orden cronológico partiendo del primer documento que nos podría sugerir cómo es que se escribieron por primera vez en castellano los sustantivos que consignó Fernando Cortés, los tendríamos que tomar, por prelación de tiempo, de la primera impresión de las Segunda, Tercera y Cuarta Cartas, para luego confrontarlos con los que aparecen en el Codex Vindobonensis, para notar similitudes y diferencias que después se contrasten con otra documentación.

La escritura del sustantivo Mexico en las Cartas de Relación de Cortés

Para no distraernos demasiado de nuestro tema de investigación y exposición, pongamos solamente nuestra atención en el sustantivo Meſico que al muy poco tiempo derivó en Mexico y finalmente en México. En la primera edición de la conocida como Segunda Carta de Relación, así como en el Códice Viena, dicho sustantivo sólo se consigna cuatro veces, de las cuales en la edición impresa se escribió meſico, y en el Códice Viena, la primera vez como Mesyco y los tres restantes como Mesico, como se puede apreciar en las siguientes láminas.


Transcripción: Antes q[ue] comience a relatar las cosas desta gran ciudad [Temixtitan] y las otras que en este otro capi /tulo dije: me parece para q[ue] mejor se puedan entender q[ue] devese dezir la manera de Meſico q[ue] / es dónde esta ciudad [Temixtitan] y algunas de las otras q[ue] he hecho relación estan fundadas y donde esta / el principal señorio de este Mutecçuma. La q[ual] dicha provincia es redonda y esta toda cer /cada de muy altas y asperas sierras: y lo llano de ella tenra en torno fasta LXX leguas. Y en / el dicho llano hay dos lagunas / que casi lo ocupan todo, porque tienen canoas en torno más / de cincuenta leguas.43

Y en la versión del Codex Vindobonensis, en el párrafo antes referido se escribió por primera vez Mesyco, mientras que en las siguientes ocasiones ya se refiere como Mesico, tal cual se observa en las siguientes láminas 7, 9, 11 y 13.


Paleografía: Antes que comience a relatar las cosas de esta gran cibdad / [Temixtitan] y las otras que en este otro capitulo dije me parece para que /mejor se puedan entender que devese dezir la manera de mesyco / que es donde esta cibdad [Temixtitan] y algunas de las otras que he fecho re /lación estan fundadas y donde esta / el señorio principal / de este mutecçuma. La qual dicha provincia es redonda y esta toda / cercada de muy altas y asperas sierras y lo llano de ella tenra / en torno fasta setenra leguas y en el dicho…

Así en ese primer momento y una primera compulsa podemos notar una diferencia de grafías, ya que en la edición impresa se utiliza la grafía “ſ” sin línea diagonal que podría leerse como “s”, pero también como “x”, esto es, como sílaba trabada por consonante; la “x” toma generalmente el valor fonético de “s” en España, aunque en el habla enfática culta se pronuncia “ks” o “ɣs”;44 mientras que en la manuscrita del Códice Viena en la primera vez que se refiere se ponen las grafías “sy” que, según las maneras escriturales de entonces, podría leerse como “ks” o “x”, y las otras tres veces que se consignó aquel sustantivo las grafía es “s”.

Esto último llama la atención, porque en su primera consignación pareciera que sugiere que debe escribirse y leerse como “ks” o “x”, aunque en las otras tres ocasiones en que consigna tal nombre lo hace con “s”, así que sería “mesico”. Ese tipo de grafía abre la posibilidad de que la copia manuscrita no tenga nada que ver con la impresa por el distanciamiento tan grande que hay en la manera de consignar el sustantivo, aunque la primera trascripción en el documento manuscrito sugiere la lectura con “x” tal y como se hizo en la versión impresa en moldes góticos al escribirlo con la tipografía ya señalada. Por lo cual sugiere, pero no establece, como sí lo hizo la impresa en las cuatro ocasiones en que estampó dicho sustantivo con “ſ ” equivalente a “x”, como podemos seguir viendo en las siguientes láminas.


Transcripción: Estando escriviendo esta relacion vinieron a mí ciertos mensajeros del señor de una ciudad que / esta cinco leguas de esta provincia que se llama Guacachula: y es a la entrada de un puerto que / se pasa para entrar a la provincia de Meſico por allí…


Paleografía: Estando escribiendo esta relación vinieron a mí ciertos / mensajeros del señor de una ciudad que está cinco / leguas de esta provincia, que se llama guacachula y es / a la entrada de un puerto que se pasa para entrar a la / provincia de Mesico por allí…


Transcripción: Guacahula. Por que uvo cierta diferencia sobre a quien pertenecía el señorío de aquella ciudad y / provincia de Yzçucan por ausencia del que se avia ido a Meſico, E puesto que ovo algunas /.


Paleografía: [confedera] dos con los de guacahula guacahula por que ovo cierta diferencia so / bre a quien pertenescia aquella cibdad y provincia de / yzçucan por ausencia del que se avia ido a Mesico, e pue / sto que ovo algunas contradiciones y parcialidades entre / un hijo bastardo del señor natural de la tierra.


Transcripción: E a ella vini/eron ansi mismo a se ofres/cer por vasallos de vuestra majestad el señor de una ciudad que se dize /Guagucingo y el señor de otra ciudad que/ está a diez leguas désta de Yzçucan: y son fronteros de la tierra de Meſico.


Paleografía: pacifica y a ella vini /eron ansi mesmo a se ofres / cer por vasallos de vuestra majestad el señor de una ciudad que se dize Guagucingo y el señor de otra ciudad que / esta a diez leguas désta de Yzçucan: y son fronteros de la tierra / de Mesico.

En cambio en la Tercera Carta, en las dos versiones, impresa y copia manuscrita, advertimos que ya se escribe Mexico, por lo que ya en ese momento queda perfectamente establecido la grafía “x” como la letra singular en la manera de escribir dicho sustantivo, y cuya otra característica es no tener tilde. Esta última sólo se le pondrá hasta la segunda mitad del siglo XVIII, tal y como lo podemos constatar en la edición que hiciera el arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana de las Cartas de relación de Cortés, bajo el título de Historia de la Nueva España, escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés.

En dicha edición, que yo sepa, es la primera vez que se puso tilde a México, con lo que se introduce esa novedad que, además de ser tal, lo separa de la edición de Barcia que lo mando imprimir sin tilde.45

Así Lorenzana se separó de Barcia, y aun de la edición de caracteres góticos, al acentuar el sustantivo México, sin poder saber hasta el momento el por qué hizo tal puntuación.46

Lo anterior nos deja ver que en una fecha tan temprana como 1522 o 1523 –depende de si se toma la fecha de data o de impresión–, ya quedó consignado en la versión impresa y en la copia manuscrita, la manera de escribir el sustantivo de la provincia que envuelve a la ciudad de Temixtitan es Mexico, y de ahí en adelante ya no variará por lo menos en la lengua castellana-mexicana, hasta que se le ponga la tilde en el siglo XVIII;47 aunque es de notar cómo en otras lenguas trataron de darle su propias grafías, tal y como se puede ver en la edición en latín, alemán e inclusive en inglés o en el propio castellano del reino de España actual.

Ejemplos de cómo se grafiaron los sustantivos en la edición latina, los encontramos en una copia que se localiza en la Biblioteca Nacional de España, en Lorenzana y Barcia.