Loe raamatut: «Maduro para el asesinato»
MADURO PARA EL ASESINATO
(Un misterio cozy en los viñedos de la Toscana—Libro uno)
FIONA GRACE
Fiona Grace
La escritora debutante Fiona Grace es la autora de la serie UN MISTERIO COZY DE LACEY DOYLE, que incluye ASESINATO EN LA MANSIÓN (Libro#1), LA MUERTE Y UN PERRO (Libro#2), CRIMEN EN LA CAFETERÍA (Libro#3), ENOJO EN UNA VISITA (Libro#4) y ASESINATO CON UN BESO (Libro#5). Fiona también es la autora de la serie UN MISTERIO COZY EN LOS VIÑEDOS DE LA TOSCANA.
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LIBROS ESCRITOS POR FIONA GRACE
UN MISTERIO COZY DE LACEY DOYLE
ASESINATO EN LA MANSIÓN (Libro #1)
LA MUERTE Y UN PERRO (Libro #2)
CRIMEN EN LA CAFETERÍA (Libro #3)
UN MISTERIO COZY EN LOS VIÑEDOS DE LA TOSCANA
MADURO PARA EL ASESINATO (Libro #1)
MADURO PARA LA MUERTE (Libro #2)
MADURO PARA EL CAOS (Libro #3)
CAPÍTULO UNO
Olivia Glass tenía exactamente cinco minutos y medio para gestionar un desastre inesperado. Eran las siete y media de un jueves por la tarde y ella se encontraba en la parte trasera de un Uber, de camino para reunirse con su novio, Matthew, para cenar en uno de los nuevos restaurantes más de moda de Chicago. Él había estado fuera de la ciudad toda la semana y esa mañana le había escrito un mensaje para invitarla.
Ahora se había descubierto una carrera en las medias, justo por encima de la rodilla.
Olivia la miraba horrorizada.
El agujero en el nailon negro era enorme. Por lo menos hacía cinco centímetros de ancho y empezaba a subir por la pierna.
No tenía ni idea de cuándo podía haber pasado esto. Las medias estaban perfectas por la mañana cuando se las había puesto. Desde las siete de la mañana había estado en su despacho en JCreative, la agencia de publicidad donde trabajaba como Gerente de Administración, y había pasado la mayor parte del día en reuniones y teleconferencias.
Después de recibir la invitación sorpresa de Matt al moderno Villa 49, cayó en la cuenta de que no tendría tiempo de ir a casa a cambiarse y se había apresurado a ir a las tiendas durante la única media hora libre que tenía.
Aterrorizada porque se estaba quedando sin tiempo, había cogido algo del estante que era más corto y más ceñido de lo que ella normalmente llevaba.
Ya en el despacho, el remordimiento del comprador había disminuido y ella había empezado a preguntarse si el vestido no era demasiado atrevido para llevarlo una mujer de treinta y cuatro años.
–La edad solo es un número —se había dicho a sí misma con valor. ¿Y qué pasaba si el vestido había sido diseñado para una de dieciocho? A pesar de que ahora estaba un poco más gordita, tampoco había sido una extraña en el gimnasio desde entonces.
En cuanto su jefe, James Clark, el dueño de JCreative, había abandonado el edificio, Olivia se había cambiado en el baño en el trabajo. Se había pasado los dedos por su pelo rubio a la altura de los hombros, se había retocado el pintalabios, se había puesto perfume y había bajado corriendo las escaleras para buscar su transporte.
Hasta que no vio lo estropeadas que estaban las medias, no se dio cuenta de lo blancas que tenía las piernas. Aunque estaban a mediados de junio, había estado trabajando tanto que no había tenido ocasión de ver el sol del verano. A través de la carrera, que Olivia ahora calculaba que debía ser del tamaño de un plato llano, su piel era de un blanco cegador.
Olivia sabía seguro que Matt se daría cuenta. Vería la carrera de inmediato. Se fijaba mucho en los detalles, que era lo que hacía de él un agente de fondos de inversión rico y de gran éxito. A pesar de que llevaban cuatro años juntos, Olivia siempre intentaba tener la mejor apariencia para él y hacer que se sintiera orgulloso. El desastre de las medias sería un momento bochornoso en público para ambos; del que están hechas las pesadillas.
Durante esta comida, tenía que confesarle cosas difíciles a Matt. Un error de armario complicaría la situación.
Por un momento, pensó en quitarse las medias y llegar sin nada en las piernas. Podía quitárselas haciendo malabarismos en la parte trasera del Uber y esperar que el conductor no se diera cuenta de lo que estaba pasando y le diera una puntuación de una estrella por usar su vehículo como vestuario.
Negó con la cabeza. Quitarse las medias no era una opción. Sus piernas eran de un blanco azulado extremo y ya se sentía cohibida de que este vestido fuera más corto que su vestimenta habitual. Necesitaba toda la ayuda que le pudieran dar las medias de nailon negras.
Brevemente, Olivia consideró hacer un agujero idéntico en la otra pierna, antes de decidir que era poco práctico. No existía ninguna garantía de que se rompiera de la misma manera y, en cualquier caso, ella no sabría llevar eso. Ni tan solo se sentía cómoda llevando unos vaqueros rotos.
¿Qué podía hacer? El agujero tenía aproximadamente el tamaño de un cochecito de juguete, ahora su destino estaba a tres minutos y no tenía ninguna solución en absoluto para su crisis.
Entonces Olivia vio su salvación más adelante.
Después del siguiente cruce, divisó un panel publicitario de una boutique de lencería y medias que parecía estar abierta.
Le pediría al conductor que la dejara allí, entraría rápido, se pondría un par nuevo tan rápido como pudiera y llamaría a otro Uber para que acabar de hacer el viaje. Llegaría unos minutos tarde pero por lo menos llegaría con un conjunto completo y entero.
–Por favor, ¿podría…? —empezó a decir Olivia.
Entonces sonó su teléfono móvil.
Sin pensar, cogió la llamada y se encontró hablando con James.
–Olivia. ¿Todavía estás en el despacho?
–Acabo de irme. ¿Es urgente? Puedo mirar mi correo enseguida.
Olivia se sentó más erguida y oyó el tono vivo, enérgico y profesional que, por instinto, adoptaba cuando conversaba con su jefe.
–Urgente no, pero importante. Mañana tenemos que reunirnos a primera hora. Mientras tanto, he recibido más comentarios fantásticos sobre la campaña de Valley Wines.
Notó que se le encogía el corazón cuando el Uber aceleró y pasó de largo de la boutique. Su única oportunidad había desaparecido. Ahora se dirigían hacia West Loop, el área que se caracteriza por su yuxtaposición de lo viejo y lo nuevo —edificios bajos de ladrillo y rascacielos cubiertos de cristal, calles llenas de buenos restaurantes y una notable ausencia de tiendas de ropa interior.
Iba a llegar a Villa 49 en exactamente dos minutos con un agujero en las medias del tamaño de la Estación Espacial Internacional y no podía hacer nada al respecto.
–Me alegro de que la campaña esté yendo bien —dijo.
–Más tarde te enviaré un correo, con los detalles de tu bonificación. Te va a ir increíblemente bien todo esto.
El taxi giró bruscamente para pasar a un autobús y el bolso de Olivia cayó de lado. Los contenidos cayeron y se desparramaron por el asiento.
–¿Sabes quién es Des Whiteley? —continuó James.
–Creo que lo he visto en copia en los correos —dijo Olivia, haciendo un intento desesperado por coger su vaporizador de perfume mientras el taxi volvía a zigzaguear.
–Es el CEO. El director ejecutivo.
–¿De Valley Wines? —preguntó ella.
–No, no. De su sociedad de cartera, Kansas Foods. Me pidió que te hiciera llegar sus felicitaciones personales. Las ventas se han disparado.
–Eso es increíble. —Olivia se estiró para coger su cartera, su pintalabios y un clínex solitario.
Su sombra de ojos, la pequeña polvera que siempre llevaba encima, estaba debajo del clínex.
El color era Carbón brillante.
Eso le dio una idea a Olivia.
Abrió la cajita y frotó un dedo en la sombra de ojos. Después lo frotó sobre la pierna que estaba al descubierto.
Un éxito. El Carbón brillante volvió su pierna del color de las medias. Camufló el daño de manera que era casi indetectable.
–Yo le dije que tu enfoque para esta campaña representaba los valores de nuestra empresa —continuó James—. Metódico y organizado.
–Organizado —repitió Olivia, llenándose otro dedo de sombra de ojos.
–Creativamente disciplinado y centrado en los resultados.
–Centrado en los resultados —repitió conforme Olivia, frotando el polvo de carbón en el agujero.
–Planificado para cualquier eventualidad —dijo James.
–Claro. Planificado.
Olivia decidió que debería colorear una zona más amplia, ya que las medias podían moverse cuando anduviera, o la carrera podría subir más. Con cuidado, metió el dedo debajo del nailon.
–Mañana hablamos. Estaré en el despacho a las siete de la mañana, así que empezaremos entonces. Necesitaremos por lo menos dos horas aparte. Tendremos una breve sesión informativa a solas y después una reunión de grupo en la sala de juntas.
¿De qué puede tratarse?, se preguntaba Olivia.
–Nos vemos allí —dijo ella y él cortó la conexión.
Olivia cerró la polvera y la puso de nuevo en su bolso.
El éxito de la campaña los había sorprendido a todos, ella incluida. Como la única mujer en el equipo ejecutivo experimentado, a pesar de sus años de duro trabajo, se había acostumbrado a aplaudir mientras se alababan los logros de los demás. Nunca había pensado que le llegaría el turno de estar al frente de un éxito arrollador. En cierto sentido, esta campaña había dado mucho la sensación de camuflar el daño de sus medias.
Se sentía como si hubiera tenido suerte al lanzarla y realmente no lo mereciera o incluso no lo deseara para nada.
–¿Me decía algo? —El conductor del Uber interrumpió sus pensamientos, mirando hacia atrás hacia ella—. Me iba a preguntar una cosa cuando sonó su teléfono.
–Ah. No, ahora ya está. Pensaba que tendría que parar antes, pero al final resultó que no.
Él asintió.
–Mencionó Valley Wines. ¿Trabaja para ellos?
–Directamente no —dijo Olivia—. Trabajo para una agencia que les lleva la contabilidad.
–¿Y son buenos? A mi mujer le gusta una de las marcas de California. Nunca me acuerdo del nombre, pero tiene una etiqueta bonita. Últimamente no lo hemos podido encontrar, así que le dije que deberíamos probar otro.
Olivia sintió una puñalada de culpa. El espacio en las estanterías era limitado y las ganancias hechas por Valley Wines significaban que otras marcas habían salido perdiendo.
Por un momento, consideró dar una respuesta estándar de que los vinos eran excelentes y que, sin duda, su mujer debía probarlos. Después decidió no hacerlo. Al fin y al cabo, el conductor de Uber y ella eran extraño y siempre era más fácil ser sincera con los extraños.
–¿Mi opinión personal? —dijo—. Valley Wines ni tocarlos. Son horribles, están fabricados a precio bajo y no valen lo que se paga por ellos.
Habían llegado. El taxi paró fuera de Villa 49.
–Gracias por el consejo —dijo el conductor—. Buscaremos un vino diferente.
–De nada. Gracias por el viaje. —Olivia bajó.
Con el desastre de vestuario bajo control, era el momento de pensar qué quería decirle a Matt.
–Estoy segura de que te sorprenderá, pero soy realmente infeliz.
Ese iba a ser el punto de partida.
Dando vueltas a lo que debería decir a continuación, Olivia entró en el restaurante.
CAPÍTULO DOS
Olivia se quedó quieta por un instante dentro de Villa 49, acostumbrándose a la tenue iluminación, escuchando el murmullo de voces y inhalando los aromas que le venían de una mesa de por allí cerca.
Los toques aromáticos de ajo tostado, tomillo y romero. El rico aroma de jugo de carne mezclado con un suave toque de vino. El olor a pan crujiente, recién salido del horno, que hace la boca agua.
Por primera vez en el largo y estresante día, se sentía verdaderamente contenta. Si cerraba los ojos, se podía imaginar a ella misma bajo un olivo en una trattoria rústica de la misma Toscana, lejos de la presión de su trabajo y de las sucesivas reuniones y del constante sonar de su teléfono.
Incluso podía olvidarse de la delicada conversación que iba a tener con Matt.
–Buenas noches, signora. Bienvenida a Villa 49. ¿Tiene una reserva?
El educado recibimiento del metre le hizo volver a la realidad.
–Sí, debe de estar a nombre de Matthew Glenn.
–Sígame.
Lo siguió zigzagueando por todo el restaurante.
La mesa en la esquina que Matt había reservado estaba vacía. Momentáneamente, Olivia se sorprendió. Él siempre era puntual y ella había llegado cinco minutos tarde. Ella esperaba que él estuviera allí, esperándola.
Aun así, el tráfico podía ser impredecible.
Rápidamente, miró su teléfono. Había dos mensajes más de sus compañeros felicitándola. Cada uno de ellos le provocó un pinchazo de culpa idéntico. Al final, había un mensaje de su asistente, Bianca.
«James dijo que tengo que asistir a una reunión urgente mañana. ¿Sabes de qué va? ¿He hecho algo malo?»
Olivia podía imaginar a la joven y esbelta mujer mordiéndose las uñas con ansiedad mientras esperaba. Olivia había intentado ayudarla a romper este hábito nervioso tanto como podía. Incluso le había regalado una manicura, pero Bianca se había mordido sus uñas acabadas de pintar con la misma desesperación. Al final, Olivia había decidido dejarlo estar. A fin de cuentas, había hábitos peores que morderse las uñas. Una de las otras asistentes había empezado a comer dónuts para aliviar el estrés y había ganado nueve quilos en tres meses.
Olivia escribió una respuesta.
«¡No es nada malo! Es una reunión de grupo, así que seguramente sea evaluación y novedades.
Añadió una cara sonriente y mandó el mensaje. Después dirigió su atención a la lista de vinos.
Hojeando el menú, Olivia volvía a sentirse feliz de nuevo. Le encantaban los vinos italianos y este menú se especializaba en marcas de la región de la Toscana. No había oído hablar de algunos de ellos, pero estaba fascinada con la música de sus nombres. Su mente visualizaba unas colinas verdes ondulantes bañadas por el sol, con hileras perfectas de vides intercaladas por grupitos de olivos.
Sabiendo que Matt prefería el vino tinto, prestó especial atención a ese lado del menú.
Se le fueron los ojos al Tignanello, descrito como un tinto rico y con cuerpo, fabricado con uvas Sangiovese, aromático con el sabor de las cerezas negras. El precio reflejaba su excelente calidad, pero esta era una ocasión especial y ella estaba segura de que Matt estaría encantado de tirar la casa por la ventana.
Estaba emocionada porque, por fin, iban a cenar juntos. Durante las últimas semanas, ambos habían estado increíblemente ocupados y Matt había estado fuera casi de manera constante. Era un chiste permanente entre ellos que Leigh, su asistente personal que viajaba con él, lo veía más de lo que Olivia lo veía.
–Ey, Liv. Siento llegar tarde.
Al levantar la vista, vio a Matt yendo a toda prisa hacia ella a través del ahora lleno y animado restaurante. Llevaba su traje de Armani color carbón más elegante y su pelo oscuro y canoso estaba cortado a la perfección. Era alto, guapo, superexitoso y estaba en forma. Incluso después de cuatro años, Olivia no podía creer que estuvieran juntos.
Nunca se lo confesaría a nadie, pero a veces sentía una punzada de inseguridad cuando pensaba en el buen partido que era Matt. Se consolaba pensando que eso era algo positivo. Después de todo, esto la mantenía alerta, preocupada por su propia imagen y esforzándose por tener un mayor éxito profesional.
–Hola, Matt —lo saludó con una sonrisa—. Qué bien verte. Qué sorpresa que estés de nuevo en la ciudad. Me encanta tu corte de pelo.
Al levantarse, se colocó su vestido ceñido bien por las caderas, esperando que él no viera la tarea de camuflaje que había hecho en sus medias. Se sintió aliviada cuando él le besó la mejilla sin hacer ningún comentario y se sentaron.
Olivia pidió el Tignanello y, mientras esperaban a que llegara, empezó la difícil conversación para la que se había preparado.
–Sé que esto te cogerá totalmente por sorpresa, pero soy realmente infeliz.
Matt subió las cejas de golpe.
–¿Y eso?
Olivia respiró profundamente. Era el momento de disparar.
–Es por el trabajo. El trabajo es el problema.
Matt parpadeó rápidamente, como si no esperara que ella dijera eso.
–¿A qué te refieres? —preguntó con cautela.
–Siento como si hubiera vendido mi alma. Mi vida se está desviando por una tangente que nunca esperaba y… lo odio.
La verdad, y la razón por la que ella sentía como si hubiera traicionado sus principios, era que Valley Wines iba en contra de todo aquello en lo que ella creía.
La primera vez que Olivia había asisitido a una cata de Valley Wines, después de beber solo dos copitas, se levantó al día siguiente con un fuerte y despiadado dolor de cabeza que le duró todo el día.
Dos copitas de vino normalmente no tenían un efecto tan perjudicial. Interesada en saber qué había exactamente en estos vinos, había estado indagando. No había sido fácil, pero Olivia era paciente y constante y le encantaba el reto de un rompecabezas que era difícil de resolver. Con investigación en línea, minuciosas llamadas telefónicas y reuniones confidenciales cara a cara, había descubierto la verdad.
–He estado investigando a la empresa y son horribles. No se están representando bien. Prácticamente es una estafa y mi campaña de marketing está haciendo creer a todo el mundo sus afirmaciones.
Matt frunció el ceño.
–Pero Liv, las campañas de marketing son para eso.
–¡No! —protestó ella—. Esto es diferente. Esto no es simplemente vino barato, es un vino basura.
–¿Qué quieres decir?
–No hay viñedos de propiedad familiar. Todas las uvas se cultivan de manera industrial y se cosechan con máquinas, y usan uvas de donde sea. Cuanto más baratas, mejor. Ni tan solo puedes hacer una visita a la bodega.
–¿Y eso por qué? —preguntó Matt.
–Porque no hay ninguna —confesó Olivia—. Hay una enorme planta de fabricación y, básicamente, cogen zumo de uva alcohólico y lo remiendan con montones de polvos, sabores artificiales y aditivos. Han investigado qué sabor gusta a la mayoría de gente y los bromatólogos han creado perfiles de sabor que ellos igualan usando los aditivos. Eso es lo que son el Valley blanco y el Valley tinto.
Matt parecía escéptico mientras ella continuaba.
–Utilizan montones de sulfitos, lo que sirve para prolongar el tiempo de caducidad y también para que todos los lotes tengan el mismo sabor. No sé si es por los sulfitos o por otra cosa que hay en el vino, pero cuando lo bebo me hace sentir fatal.
–Sigo sin ver el problema. Es un vino malo, ¿y qué? ¿No puede decidirlo la gente cuando lo pruebe? —preguntó Matt.
Olivia soltó un suspiro de frustración.
–El problema es que ahora todas las tiendas están llenando sus estanterías con él y eso significa que hay menos espacios para otras marcas. Así que mi campaña está haciendo daño a las compañías que realmente se preocupan del vino y que lo hacen de forma adecuada. Siento que he perjudicado a buenos enólogos que no lo merecían.
Olivia se avergonzaba cuando pensaba en el éxito del eslogan, ahora famoso, que se le había ocurrido: «Valley y sus vinos te acompañan en el camino».
–Yo hice mi propio eslogan personal —le dijo a Matt—. «Un Valley blanco la noche te fastidiará y un Valley tinto la cabeza te destrozará».
Esperaba que él se riera con eso, pero no lo hizo.
Tal vez, por fin, empezaba a entender la gravedad de su situación.
–Matt, estoy pensando que necesito irme —dijo ella—. No puedo seguir trabajando para una empresa que representa marcas en las que no creo. Y que se ocupa de destruir a marcas en las que sí que creo. Estoy a esto de marcharme.
Levantó la mano con el pulgar y el índice juntos.
Este era otra broma permanente entre ellos, pero de nuevo no consiguió hacer reír a Matt.
–Me temo que yo también tengo malas noticias —le dijo él.
Olivia lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
¿Qué había pasado? ¿Había perdido Matt su trabajo? ¿Su padre o su madre estaban enfermos?
Olivia se dio cuenta de que debía de haber una razón por la que él la había invitado aquí. Había dado por sentado que era para felicitarla, pero había sido por razones de él, y ella había monopolizado egoístamente la conversación sin ni tan solo preguntar primero.
–Oh, Matt, lo siento mucho. ¿De qué se trata? —preguntó.
–Sé que esto te cogerá totalmente por sorpresa.
Olivia parpadeó, confundida porque Matt había usado las palabras exactas que ella había usado. ¿Qué narices estaba pasando?
Por un momento fugaz, se preguntó si Matt era tan infeliz con su trabajo como ella lo era con el suyo. Quizá ya estaba cansado de ser asesor financiero y deseaba un cambio. Se le aceleraron los pensamientos, imaginando como podrían empezar de nuevo juntos, mudarse a una ciudad diferente o incluso pasar un año en una isla exótica. Sería toda una aventura, que les permitiría relajarse juntos y disfrutar de la compañía el uno del otro.
Olivia nunca había sido partidaria de casarse y tener hijos y sabía que Matt pensaba lo mismo, pero ella ansiaba el simple lujo de pasar tiempo sin interrupciones con él, sin la invasión de citas, reuniones y horas de trabajo interminables con las que ambos tenían que lidiar. en una isla, podrían hacerlo.
Entonces se impuso la realidad. A Matt le encantaba su trabajo y jamás había ni tan solo insinuado que fuera infeliz. Además, él era un chico de ciudad que disfrutaba del ritmo de la vida urbana. No podía ser eso, debía de ser otra cosa.
–¿Qué me cogerá por sorpresa? —preguntó, sintiendo un escalofrío de aprensión.
–Esto no funciona.
–¿Qué quieres decir? —Su propia voz le parecía pequeña y extraña.
–Nosotros. —Hizo una de sus características sonrisas de arrepentimiento, con los labios cerrados, los ojos arrugados y la cabeza inclinada—. Nosotros no funcionamos. Lo siento mucho. Me gustaría que esto hubiera ido de forma diferente. Pero así están las cosas. No existe una forma fácil de decirlo, pero voy a terminar con esto.