Loe raamatut: «Almácigo»
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones
Alameda 390, Santiago, Chile
Colección de Arte y Cultura
ALMÁCIGO
Poemas Inéditos
Edición y compilación
Luis Vargas Saavedra
© Inscripción Nº 186.207
Derechos reservados
Septiembre 2015
ISBN Edición digital Nº 978-956-14-1731-1
ISBN Edición digital Nº 978-956-14-2528-6
Diseño Corporativo UC
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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C.I.P - Pontificia Universidad Católica de Chile
Mistral, Gabriela, 1889-1957.
Almácigo: poemas inéditos de Gabriela Mistral
edición y compilación de Luis Vargas Saavedra.
3ª edición revisada y aumentada
1. Poesías chilena.
I. Vargas Saavedra, Luis, comp.
2015 Ch861+ddc22 RCAA2
Venga el viento de mi nombre
y lléveme hacia mi dueño
ÍNDICE
PREFACIO Gabriela Mistral recomienza ahora
ALUCINACIÓN
Así no me quisieron antes
Antes de ahora
Caída
Dice una puerta
Fábula
Ganas tengo
La canción
La Llama I
La Llama II
La Llama III
La palabra
Me voy como en secreto
Mi muerte
Mi padre
Muertos
Puerta
Regreso II
Regreso III
Sal
Treinta años han pasado
AMÉRICA
Ágape
Al abra de mil columnas
Brasil
Coloquio de Lolita Darío
Cordillera
Cristo del Corcovado
En la tierra de aire leve
Hombres de Chile
La Sierra de los Órganos
Marcha nocturna
Martí II
Montaña y mar
Ofertorio
Padre Bolívar
Padre Lincoln II
Padre Lincoln III
Piedra con rocío
Ríos de América
Selva
Siesta en el trópico
Valle nuestro
AMOR
Junto a la fuente
¿Dónde cantan Juana y María?
¿Sientes allá abajo?
A la noche
Campesina
Campesina de Elqui
Canción amarga
Como al beber en el torrente
De la ciudad que goza
El que yo quiero
Fuimos entre los árboles floridos
Grito en la costa
Hermana
La Estrella
La floresta de mi pecho
La mano
La presa
Mediodía
CRIATURAS
Caña
Criollas
Espiga
Espigas
Laurel
Ocotillo
Perezoso
Rayo
Reseda
DESVARÍO
Geografía
Gruta de azabache
Inutilidad
Niño tendido
HISTORIAS DE LOCA
Árbol californiano
Cuento perdido
El Liberado (El Vivo)
El Séptimo
Historia de marino
Historia loca
Las tres hermanas
Los otros
Marca
Quince años
Traspaso
JUGARRETAS
El ovillo de lana
El volantín
La niñita Esther
Las parvas
Niña nueva
Nombre azteca
Un ritmo
LA GUERRA
Euzkadi
Árbol de Guernica
Cementerio de soldados
El centinela
El cuchillo de Juan Marinello
Grito por Inglaterra
Guerra
La libertad
La tierra que flor parecía
Madre de héroe
Mejor
Mujer
Niño siciliano
Perdidos
Polonia I
Polonia II
Polonia III
Sangre de España
Soldado
Vieja leche
LOCAS MUJERES
La Calcinada
La Convidada
La Danzadora
La Empecinada
La Enclavada
La Enfermera
La Llevada
La Loca
La Solitaria
Las Mismas
LOCOS HOMBRES
Ciego I
Ciego II
Ciego III
Ciego IIII
El Extraviado
El Perdido
El Regresado
El Rehusado I
El Rehusado II
El Traidor
El Vagabundo I
El Vagabundo II
El Vagabundo III
El Vagabundo IIII
Suicidas
LUTO
Alfonsina
Bajo estas constelaciones
Cabellos de mi madre
Himno a la muerte
La casa vacía
La gruta
La mesa vana
Madre
Por el jardín
Responso
MATERIAS
Agua
Almendras
Azúcar
Azucena
Cuerdas I
Cuerdas II
El Cenotle I
El Cenotle II
El Cenotle III
El Cenotle IIII
El Puente I
El Puente II
Hablen las cosas
La concha marina
La fruta
Leche
Manzana
Metales
Mi casa I
Mi casa II
MUJERES GRIEGAS
Antígona
Casandra I
Casandra II
Clitemnestra
Mujeres griegas I
Mujeres griegas II
Mujeres griegas III
NATURALEZA
Almendros
Amapola de California
Árbol
El caracol
El sendero de los pinos
Entre los valles de la Tierra
Entre raíces
Juncos
La higuera de leche I
La higuera de leche II
La lluvia
La niebla
La otra madre
La palmera
La Tierra
Ladera
Madreselva
Mar de entraña azotada
Mares nocturnos
Pasas de Elqui
Siete álamos
Suaves colinas de Liguria
Tala I
Tala II
Valle de Lampoc
NOCTURNOS
Cita nocturna I
Cita nocturna II
La noche (de Miguel Ángel)
OFICIOS
Albañiles
Canteros
El herrero I
El herrero II
El herrero III
El telar
Grúas I
Grúas III
Grúas V
Hijo poeta
Juan
La mano I
La mano II
La mano III
La mano IIII
Labriego
Mujer de picapedrero I
Mujer de picapedrero II
Mujer de picapedrero III
Mujeres de pescadores
Nacimiento de una aldea I
Nacimiento de una aldea II
Para mí trabajaron
Paysane provenzal
Tejedores
RECADOS
Recado sobre Arévalo Martínez
Isabel en la Isla ardiente
Padre Goethe II
Recado nocturno
Cita
RELIGIOSAS
A un niño
Aleluya
Ángel mío
Arcángel
Animales y ángeles
Arcángel Rafael
Bendición
El ascua
Gracias, Padre
Imagen
La casa del Señor
La Catedral I
La Catedral II
La Gracia
La lamparita del santuario
La Verónica
Las buenas palabras
Llévanos
Mesa
Mientras otros van cantando apresurados
Pies de Cristo
Por el preso
Responso de la alegría
Rezos por viajeros
Rezos de mujeres
Tiempos vienen
Tres tiempos de Cristo I
Tres tiempos de Cristo II
Tristeza
Tú me pondrás sobre tus hombros finos
SAUDADE
Colinas yo tenía
Diez años
He andado la tierra
La casa por la que entré
La peña
Orillas del mar salobre
Patria
Tierra alta
TERNURA
Niño de leche I
Niño de leche II
A niños del Valle de Elqui
Al padre
Andersen
Lucha
El herido
Mi hijo aunque lo tenga todo
Niño negro
Tapadito
Un ciego
TIEMPO
El Tiempo I
El Tiempo II
Mañana
Sol I
Sol II
PREFACIO
GABRIELA MISTRAL RECOMIENZA AHORA
Doris Dana, heredera y albacea, mantuvo celados los manuscritos de Gabriela Mistral, desde 1956 a 2007. En 1965, estando de huésped en su casita en Pound Ridge (Westchester County, New York) la escuché recibir por teléfono la noticia que le comunicaba su representante legal en Santa Barbara, California: alguien había hallado allá un baúl en el garaje de la casa de Gabriela Mistral con el rótulo de To be sent to Chile. Contenía cuadernos, fotos, documentos, cartas y objetos varios. Habían sido descubiertos por la profesora chilena Magda Arce. Doris Dana dio inmediata orden de interdicción y envío. Ese inesperado conjunto no alcanzó a ser microfilmado para completar el corpus de 19 rollos de microfilmes de los manuscritos ya depositados por Doris Dana en la Biblioteca del Congreso en Washington.
En qué consistía el hallazgo de Magda Arce lo vine a saber cuarenta y un años más tarde, en el 2007, cuando su sobrina Doris Atkinson, heredera y albacea suya, me convidó a revisar en South Hadley, Massachusetts, junto con Elizabeth Horan, máxima mistralista norteamericana, cuanto había podido encontrar de Gabriela Mistral en cuatro casas de su tía.
Los manuscritos, álbumes, libros, objetos varios, colmaban un departamento, especialmente acondicionado por Doris Atkinson para su perfecta conservación.
Elizabeth Horan se abocó a los documentos que pudieran enriquecer la formidable biografía de Gabriela Mistral en que ha estado faenando; y por mi parte, a detectar y fotografiar poemas inéditos.
De ese conjunto transcribí el corpus de poemas para la edición no comercial de Almácigo publicada en Septiembre del 2008, y para la edición de las rondas y canciones de cuna de Baila y sueña, publicadas en el 2012, ambas por Ediciones Universidad Católica que ahora, con algunas revisiones, publica esta edición de Almácigo, masiva y abierta a todos.
La compilación de Almácigo es irremisiblemente subjetiva ante una plétora de manuscritos cuya autora dejó en diversos estados de terminación, a veces corregidos, a veces incompletos, siempre arduos de transcribir.
Diego del Pozo Ségure, ex alumno mío y ayudante después, al que guío en su tesis doctoral sobre la prosa política de Gabriela Mistral, colaboró para la selección de poemas de Almácigo.
Mi método de trabajo está cimentado en años de compenetración ante la obra y los manuscritos de Gabriela Mistral. Descifrar su caligrafía es un arduo desafío, hay que ensamblar palabras y versos extraídos de una maraña de tachaduras; rastrear estrofas vertidas en otra página; atender a los tanteos, bosquejos y soluciones escritas al margen o en una página lateral; secuenciar estrofas desparramadas –en fin, guiarse por la métrica, oír los versos y seguir el desenvolvimiento del tema.
Manuscrito de Grúas II
Gabriela Mistral en un escrito titulado “La gracia en la poesía”, opina que la inspiración creativa se despliega desde un estímulo inicial y lo visualiza con la imagen de una vértebra con la cual hay que construir todo un tigre. De esta manera concilia el milenario credo en la Musa, con el moderno credo en el poeta como fabro o artesano. Muchas veces al comenzar la transcripción de un poema, se percibe en los primeros versos “la vértebra” que irá suscitando “el tigre”. La vértebra suele ser un ritmo, una rima, una secuencia sonora que suscita ideas líricas: un verso que atrae otros versos.
La sorprendente profusión de poemas inéditos puede deberse a olvido, a trashumancia, a rechazo. En sus últimos años, Gabriela Mistral, tenía ya la memoria empañada por la arterioesclerosis. Esto se puede constatar en las grabaciones hechas por Doris Dana ¿en 1948? mientras Gabriela Mistral revisaba sus manuscritos secundada por Margaret Bates y Marta Salotti. No recuerda poemas de Lagar; ha olvidado dónde tiene la versión de “La Bailarina”, (también titulada “La Danzadora”, escrita el 21 de junio de 1948 en Santa Bárbara y reproducida aquí en Locas Mujeres); ignora cuántos poemas constituyen el Poema de Chile y no sabe si debe ser publicado dentro de Lagar o en libro aparte. Su propio desorden y amnesia la saboteaban. Por ello, para poder recuperar y pasar a limpio sus enrevesados manuscritos le era necesaria la asistencia de cultas colaboradoras que hablaran castellano.
Pareciera que su memoria ya estaba algo empañada a los treinta años, pues Doris Atkinson revisando la biblioteca heredada, al abrir una edición de La vida nueva, de Dante, halló en su contratapa los sonetos manuscritos que hemos colocado en la sección Amor: “Fuimos entre los árboles” y “Junto a una fuente”, que están fechados “21 de agosto de 1919”. Por su esplendor verbal merecían en 1922 haber sido incluidos en Desolación, pero acaso por estar escritos dentro de un libro y no en un cuaderno, Gabriela Mistral no los haya tenido a mano o ya no los recordara.
El otro sabotaje fue la trashumancia. Equipajes llevados y traídos, mudanzas de hotel y casa, todo ello ocasionaba desorden y extravío. Los papeles sobrevivientes demuestran que Gabriela Mistral viajaba con ellos, incluso que los coleccionaba. No existen pruebas de que la totalidad de los cuadernos y libros de la época anterior a Desolación hayan llegado con ella a México en 1922, e ignoramos cuántos la acompañaron en sus ulteriores desplazamientos.
También hay que considerar que Gabriela Mistral se auto-exigía excelencia literaria y cuanto ella escogiera en 1948 para ser copiado a máquina constituye Lagar I y Poema de Chile. Lo excluido fue guardado, quizás para futuras elaboraciones.
He declinado construir Almácigo evolutivamente, para mantener su índole de conjunto en elaboración, es decir, de almácigo, y para que en los cambio de estilo se sienta mejor la vastedad de su visión poética.
En los inéditos se constata cuán inmersa en lo americano estaba su poesía, no solo en la Naturaleza: con su botánica, zoología y geografía, sino también en su Política, con los forjadores de patrias: Lincoln, Bolívar, San Martín, O´Higgins, Sandino y Martí y con cuánta solidaridad sintió el descalabro de la Segunda Guerra Mundial en España, Grecia e Italia; además se aprecia su respuesta al Cristo del Corcovado, a los mitos amazónicos, a los ceno-
tles de Guatemala y a las ruinas de Chichén Itzá.
La sección griega, con mujeres antes y después de Cristo, enriquece junto con los poemas a Polonia, la temática bélica. Y ahora 11 poemas completan el friso de las 15 “Locas Mujeres” de Lagar, enriquecido además por el conjunto que he titulado “Locos Hombres”.
Los poemas con variaciones (como “Mano”o “Catedral”) realmente constituyen poemas autónomos pero vinculables, pues se irradian a partir de una misma “vértebra”. Apreciaremos así una obra que da origen a más obras, tal como el Aria de las Variaciones Goldberg de Bach, o los girasoles de Vincent van Gogh. Recalco, así, el sucesivo dinamismo de tales poemas, su plasticidad creativa, su fuerza orgánica. En ellos se aprecia la exuberante imaginación de Gabriela Mistral, incluso su locura, que es aun más apreciable en los manuscritos, donde se pueden hallar las fantasías que ha descartado. Viendo qué ha escrito rápidamente y qué ha transformado, uno vislumbra el proceso creativo, el brain-storm con el que genera un poema.
La accesibilidad de esta edición, insta a un recalibramiento de su obra: asimilar lo que se desconocía, reevaluar lo que se creía saber. Tras cincuenta años de invernación, el almácigo rebrota poderosamente y completa la obra de Gabriela Mistral.
LUIS VARGAS SAAVEDRA
Alucinación
Así no me quisieron antes
Así no me quisieron antes
y ando por eso desatentada.
Sería que era otro el valle
y que se vería menos mi alma
y que eran otras las montañas.
Me miraban de otro mirar
y me hablaban con otras hablas.
Me quemaban con vista y tacto.
Siempre era fuego, nunca era agua.
Por eso vivo en este azoro
y estoy así tan asombrada.
Serían aquellos colores
cobre y hierro en las montañas.
Serían otros alimentos:
limón no piña, cactus no palmas
y me amaban como se odia
y el Amor mismo se asombraba.
Ahora no sé si esto es Amor
y con ese nombre se le llama.
Grillo en muñecas no me pesa,
hierro en la marcha no me cansa
y se levantan como juncos
pisoteados mis espaldas.
Por eso ando así como ando
y a gentes y aire preguntara
si no temiese a lo que mira
a lo que toca y a lo que habla.
Porque así no era lo que fue
ni los mirares ni las hablas
y hay que aprenderse sin morir
ahora mesa y almohada
y hay que ensayar como los niños
sin que se rompa en cuerpo el alma
con gemido como de herido
y miedos de resucitada.
Antes de ahora
Antes de ahora también vine.
Era otra la Tierra dorada.
Serví a los dioses cuarenta años
con ojo y oído y garganta.
Me dijeron para decirlas
sus voluntades en palabras.
Dije cosechas, dije ruinas,
regalé soles y desgracias.
Caída
Los cerros van de soslayo.
El ganado corre huido.
Los higuerales y la alameda
van resbalando desvalidos.
En el patio caen herramientas
y aparejos se van perdidos
y todo el tendal de fruta
se va rodando sin sentido.
La granja va deslizando
en arenas sin sentido
y nosotros también resbalamos,
bulto mío, fruto querido.
Dice una puerta
Lucía ya no abre nunca
las mitades de su puerta,
ni sus escaleras baja
en cascadas de aguas sueltas.
Del reino que ella tenía
ya no habla ni se acuerda
o, acordándose, ha quedado
entrabada como las hiedras.
Será tan otra así tendida,
así callada, así secreta,
de la venada salta jarales
y la gaviota gritos de fiesta.
Estará blanca de no ver
todas las cosas que son violentas,
de no cruzar otoños rojos
ni enderezar jarras de greda.
Se irá olvidando, si se alza,
del cogollo de su cabeza,
de sus hombros como laureles,
de su alzada de madre cierva.
Igual que el agua de las manos
se le irá yendo nuestra tierra:
laderas lentas, serranías
y el clamor de la torrentera.
No sabrá ahora los solsticios
ni el antojo de las estrellas:
dónde Géminis, dónde el Boyero,
cuándo los fuegos de Casiopea.
Será otra vez recién nacida
al ascender las escaleras
y volveremos a ser sus ayas
y sus madrinas cuéntale y cuéntale.
Sus vendimias no vendimiadas,
las avenidas, la gran seca,
las islas nuevas del viejo río,
la herida calva de la selva.
- Yo, su brocal donde bebía.
- Yo, su patio con una ceiba.
- Yo, piedra-laja de sus umbrales.
- Yo, el resplandor de la azotea.
Y la que el bulto le medía
y atrapaba su cabellera.
- Yo, la nuez vana que la guardaba.
- Yo, vaina oscura de su puerta.
Fábula
Hace cuarenta y cinco años
y parece fábula mía,
que me dieron cuello de cierva,
también sienes, también mejillas.
Y hace el mismo torzal de años
yo era un vagido que tenía
cabellos de aire, mirada de agua
y andar que andar no parecía.
Me regalaron suelo y aire,
las estaciones y los días,
hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría…
Rama del árbol del recuerdo,
verdi-oscura como la oliva:
volteada parece plata
y en la quietud es tan sombría.
Cuéntame tú, la contadora
que juegas a imaginerías
esta historia que es una fábula
con aleluyas y agonías.
Hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría,
me lo digo por entenderlo
y se me vuelve un cuento mío.
Ganas tengo de hablar
Ganas tengo de hablar
a quien pasa y me mira,
hablarles de mi hijo,
contarles maravilla,
regalarles su nombre,
soltarles mi alegría.
No quiero hablar del tiempo
ni cosecha perdida,
ni oír lo del granizo
ni saber de sequías.
Dicen que ando embobada
y vivo distraída,
al higo dejo cáscara
al pan le dejo miga.
Pero cojo la fruta
y en la fruta él me mira
y en lo negro del vino
él me mira y me guiña.
Si soltases un grito
yo me despertaría.
Y los que van pasando
me entienden agonías:
desvarío de mi hijo,
vaivén de mis rodillas.
Oigan hablar y paren
el hacha y la cuchilla,
el pico con que muelen,
la rueda con que afilan.
Sepan lo que no tengo
lo que yo me tenía.
La canción
A mitad del alma y el cuerpo
era ella como un hervor,
como un grande desasosiego
y de pronto como estupor.
Un airecillo que se venía
sobre la frente sin sudor
cuando no había afán y estaba
como alto y ajeno el corazón.
Y era cuando me estaba pura
y sin el plomo del dolor
un arder como del granado
y cierto asombro en el ardor.
A veces era como un agua
en torno a la isla que ciñó;
quería tenerme como un amo
y yo estorbaba su ambición.
Talvez vine para ser suya.
Creí que para la pasión.
Amasando el pan y regando el surco
yo me distraje de su amor.
La Llama I
Con mis pobres manos de carne
y mis pulsos llenos de sangre,
cuido la llama, celo la llama.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse, y viene mi alma.
Salta lo mismo que el cabrito
o la liebre, entre mis palmas
y juega doscientos juegos
y me alegran sus lanzadas.
Es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
Vestida, no voy vestida
de algodón, de lino o lana.
Desde el día en que nací
me arroparon en esta llama.
Estoy herida y estoy ciega
y a cortar pinos no salgo.
No resbale, no se me muera
mientras me duren las manos.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas pasen por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en este lugar donde estamos.
Nada me den ni me traigan.
No le echen leña de pino.
No me hagan volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella,
pavesa negra y copo blanco.
Olvídenme a mí con ella.
Pase quien pase de largo.
Dénme por ida o por muerta
y no me alarguen las manos.
Me importa solo esta llama
y en ella me roban y matan.
La Llama II
Con estas pobres manos de carne
cuido la llama, celo la llama.
Ella no me deja danzar,
tampoco me deja morir
llama sierva y llama tirana.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas corran por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en la mujer y en su llama.
No me pasen leños de pino,
no me ayuden ni me distraigan.
No me silben los que pasan
por hacerme volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota ella y roto mi brazo,
calcinada junto con ella:
pavesa negra con copo blanco.
Olvídenme con mi llama.
Pase quien pase de largo.
Denme por ida o por muerta
pero ahórrenme su abrazo.
Me importa solo una llama.
En ella me roban y hieren
y solo en ella me matan.
La llama, bajo mis manos
y contra mi cara, la llama
y su aceite sobre mi pecho
y el nidal de oro de la llama.
La Llama III
Con mis pobres manos de carne
y los pulsos que me golpean
cuido la llama que en una noche
me dieron para salvarme.
Los treinta vientos, las bestias
y los que pasan me la golpean.
Yo no quiero que se me muera.
En noche tan ciega no puedo
ir adonde salta la hoguera.
La bestia no me salte sobre ella.
Las ráfagas tengan piedad
y el leño corto me dure.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse y viene mi alma.
No corten ahora mi brazo.
Azafrán y morada,
es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
No cuido ahora el pan de mi boca
ni lechón de mi bocado,
como esta llama, mi llama.
Si lo demás lo entregué
nada me den. No me distraigan,
no me hagan volver
las pobres manos guardianas.
Hermana de todo, hermana,
me ha vestido y me viste, la llama.
Ladrón de noche, bestia de día,
a la mujer dejen la llama.
Yo no soplé sobre las llamas,
no las cogí, no las maté.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella.
Mi hambre y mi sed
y mi ración en la tierra.
Me salta como un cabrito
o la liebre entre las palmas.
Juega doscientos juegos
y me mata con sus lanzadas
todo dolor, la linda llama.
Olvídenme a mí con ella.
Pasen sin parar ni vernos.
Dénme por ida o por muerta.
No me importa sino esta llama,
solo en ella a mí roban
y me hieren o me matan.
Mi llama, bajo las manos
y sobre mi falda y mi cara.
La palabra
Desdeñarás tu habla que nunca te ha aplacado;
no amarás como un hijo el canto que entregaste.
En cada uno de ellos, hombre, te traicionaste,
entregando un mensaje que no era el esperado.
Mejor expresa el alma del granado su fruta,
su fruta de frenesí; mejor la pluma azafranada
del faisán rojo, diez Persias desesperadas,
y mejor dice el polvo la gran sed de la ruta.
Hiciste tu palabra con tu carne más roja
y te dolió arrancar la almendra ensangrentada,
como vaciar la médula de los huesos volteada.
Pero fuera de ti tu canción fue tu mofa.
No tiembla como tiembla tu boca con jadeo
y no entrega la rima tu entrechocar de dientes.
Se muere el canto como la salamandra ardiente
saliendo de tu entraña torcida de deseo.
Me voy como en secreto
Me voy como en secreto,
cuerpo y alma a buscar
de la mujer de la proa,
la regalada al mar.
La hija del océano
mi lecho va a tomar.
La mujer vagabunda
toma la tempestad.
La mujer de la proa
todo su mar me da.
Le dejo yo mi lecho
las naranjas y el pan.
Ella el viento, el sargazo,
las espumas, la sal.
Las dos nos conocemos
de diez siglos y más.
Mudamos el destino
trocamos el afán.
Ella toma mi sueño
yo le recibo el mar.
Toda la noche larga
tengo lo que me dan.
Las olas, como Antígona
me enseñan a ulular.
El mar me enseña dobles
muerte y eternidad.
Mitad mi cuerpo es ola,
Vía Láctea mitad,
mitad carne es estruendo,
media carne es coral,
el cielo es un besarme
y el agua un me entregar.
La que en mi lecho duerme
sueña tierra y casal.
Mi almohada le da patria
y madre y cristiandad.
Cuando el alba se venga
volveremos a estar
mi hermana aquí en la proa
y yo en el navegar.
Marinos, cuerda y mástil
ni saben ni sabrán
y al cerrarse la noche
lo que ha sido será.
Ella en la proa dura
cuando se vuelve al mar
trae en la boca leche
y en las rodillas paz.
Yo ando con extrañeza
de marcha y de cantar
pesada como de algas
de pulpo y ceguedad.
Mis amigos no saben
lo que se sabe el mar.
Cuarenta noches negras
velé desnuda el mar.
Mi muerte
Aguardando estoy una muerte
sin sopor y sin azoro,
una muerte como nodriza
y también como camarada.
Hablaremos mano en la mano