Loe raamatut: «Tristes por diseño»

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«Desde hace más de una década, Geert Lovink es una de las pocas voces realmente profundas, lúcidas y originales en un campo teórico, el de los estudios sobre la sociedad digital, saturado de ruido apocalíptico o integrado». —César Rendueles

«Una mordaz denuncia a una tecnología que transforma la noción misma del yo en el interior de una plataforma de intercambio». —Eva Illouz

«Lovink disecciona nuestras adicciones digitales con el explosivo poder de la teoría crítica. Una aventura salvaje al interior del corazón del yo digital y una llamada de alerta a liberarnos de nuestra propia esclavitud». —Donatella della Ratta

«Una aguda crítica del nihilismo de plataformas, considerado sobre todo como una perversión del diseño computacional». —Bernard Stiegler

Geert Lovink (Ámsterdam, 1959) es teórico de medios, crítico de Internet y autor de Uncanny Networks (2002), My First Recession (2003), Fibra Oscura (2004), Zero Comments (2007), Redes sin causa (2016), Social Media Abyss (2016) y Tristes por diseño (2019). En 2004, Lovink fundó el Institute of Network Cultures [Instituto de Culturas de la Red] en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam. Esta institución organiza conferencias, publicaciones y redes de investigación tales como Video Vortex (vídeo en línea), Unlike Us (alternativas a las redes sociales), Critical Point of View (Wikipedia), Society of the Query (cultura de búsqueda) o MoneyLab (modelos de negocio con base en Internet en el mundo del arte). Sus proyectos recientes abordan la industria editorial digital y el futuro de la crítica de arte.


Tristes por diseño

Las redes sociales como ideología

Geert Lovink

Traducción de Matheus Calderón Torres


Autor Geert Lovink

Traducción Matheus Calderón Torres

Corrección Sonia Berger

Diseño de colección Rosa Llop

Imagen cubierta Daniel García Andújar

Producción del ePub Bookwire

Edición consonni

C/ Conde Mirasol 13-LJ1D,

48003 Bilbao.

www.consonni.org

Primera edición en español:

julio de 2019, Bilbao.

Título original:

Sad by design. On platform nihilism

eISBN: 978-84-16205-48-6

Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0). Los textos, traducciones e imágenes pertenecen a sus autoras/es.

consonni es una editorial con un espacio cultural independiente en el barrio bilbaíno de San Francisco. Desde 1996 producimos cultura crítica y en la actualidad apostamos por la palabra escrita y también susurrada, oída, silenciada, declamada; la palabra hecha acción, hecha cuerpo. Desde el campo expandido del arte, la literatura, la radio y la educación, ambicionamos afectar el mundo que habitamos y afectarnos por él.

Agradecimientos

Tres años han pasado desde que entregué el manuscrito de Social Media Abyss. Mirando hacia atrás, este periodo se ha definido por el Brexit, Trump y Cambridge Analytica. Los equivalentes de Wikileaks, Anonymous y Snowden estuvieron ausentes (quizás con la excepción del soplón de CA Chris Wylie). Hubo mucha regresión ideológica y estancamiento «multipolar», acelerado por un mercado de acciones en auge, excesos de bienes raíces, una guerra en marcha en Siria y un cambio climático realmente existente. Si bien el «debate sobre las redes sociales» llegó a los medios masivos, la resistencia y las alternativas estuvieron prácticamente ausentes, con la excepción de la alt-right.

En tanto el discurso público en torno a la «modificación de comportamiento» y la «vigilancia generalizada» se intensificaban, me alejé del formato panorama preferido en mis libros previos. La financiación cultural de los Países Bajos para nuevos proyectos en nuestro Institute of Network Cultures se había secado (principalmente debido a los nuevos muros de apartheid erigidos entre el sector de educación/investigación y el sector cultural). Esto nos forzó a entrar en modo supervivencia y trabajar para terceros, principal razón por la que no estoy informando sobre las actividades de nuestras redes aquí (aun cuando MoneyLab todavía está en funcionamiento y varios experimentos de publicación digital continúan, a pesar del cierre del PublishingLab en 2018).

Gracias a David Caste en Pluto Press y a los editores de la serie Digital Barricades por tener en cuenta este proyecto editorial.

Trabajar junto al corrector de estilo Luke Munn (Auckland) fue una experiencia tremendamente afable y de lo más agradable.

Mis diálogos en Berlín a través de los años con Pit Schultz, Michael Seeman, Volker Grassmuck, Andreas Kallfelz, Stefan Heidenreich y Alexander Karschnia han resultado vitales para mi bienestar intelectual. Mi gratitud con Steven Shapiro, Ana Peraica, Marc Tuters, Mieke Gerritzen, Franco Berardi, Letizia Chiappini, Daniel de Zeeuw, Ellen Rutten, Alex Foti, Isabel de Maurissens, Morris Kolman, Marie Lechner, Florian Cramer, Katharina Teichgräber, Michael Dieter, Tripta Chandola, Tatjana Seitz y Donatella della Ratta por sus inspiradores comentarios sobre diferentes capítulos.

En el Institute of Network Cultures me gustaría agradecer en particular a Miriam Rasch, Inte Gloerich y Patricia de Vries por sus detalladas respuestas y apoyo. Gracias también a Silvio Lorusso, Leonieke van Dipten y Margreet Riphagen, quienes dejaron el INC en 2018, y a Barbara Dubbeldam y Kelly Mostert, quienes recientemente se unieron. El equipo entero ha sido esencial en el funcionamiento de un centro de investigación tan crítico e inspirador.

Un agradecimiento especial va para Ned Rossiter, por su amistad y dedicado feedback durante estos años; y a Linda y Riddim DJ «System of Chaos» Kazimir por su increíble apoyo, a quienes dedico este libro.

Ámsterdam, octubre de 2018.

Geert Lovink

Introducción: la Sociedad de lo Social

«Existen 87.146 líderes intelectuales en LinkedIn». – «Los pintores de verdad no pintan las cosas como son… las pintan como ellos mismos creen que son». Vincent van Gogh, sobre el arte falso – ¡Descargue ese camión de disgustos! Eslogan de la alt-left – «La web: Hemos notado que estás usando un Ad Blocker. Yo: He notado que ustedes están usando 32 servicios de rastreo». Matt Weagle – «Una nueva seguridad conlleva una nueva vulnerabilidad». Lulzsec – «La verdad es para perdedores, Johnny Boy». (Being John Malkovich) – Nuestro centro de atención es el desafío cosmotécnico que nos pone en contacto directo con nuestros esclavos (tributo a Yuk Hui) – «Siempre supe que era un buen escritor pero pensé que haría poesía, o ficción, no los emails que terminé haciendo». (OH) – «Das Handy un die Zuhandenheit des Virtuellen» (ensayo alemán) – «Una de mis técnicas favoritas de autolesión es googlear pasajes aéreos a Bali». Addie Wagenknecht – «No es el tamaño, sino la escala la que cuenta». Barnett Newman – «Alerta: Podrías no gustarle a la gente después de esto». – «Smart is the new smoking». Johanna Sierpstra – «Por favor dele “me gusta” a nuestro ataque de envenenamiento de DNS aquí». – «¡TENGO LA CASA PARA MÍ SOLO ESTA NOCHE! *se pone a mirar su teléfono». «Internet es como el Viejo Oeste. Creíamos ser los vaqueros, pero resulta que somos los búfalos». AnthroPunk.

Bienvenido al nuevo estado de lo normal. Las redes sociales están reformateando nuestras vidas interiores. En tanto la plataforma y el individuo se vuelven inseparables, las redes sociales se vuelven idénticas a lo «social» en sí mismo. Sin mayor curiosidad sobre lo que traerá «la próxima web», hablamos de cualquier suerte de información que se nos permita digerir durante los días aburridos. La antigua confianza en la estacionalidad de los periodos de expectativa que vienen y van ha sido destruida. En cambio, un nuevo realismo se ha impuesto, como publicaba en un tuit Evgeny Morozov: «El utopismo tecnológico de los 90 postulaba que las redes debilitan o reemplazan las jerarquías. En realidad, las redes amplifican las jerarquías y las hacen menos visibles»1. Una posición amoral respecto al intenso uso de las redes sociales hoy en día sería el no emitir un juicio superior y ahondar en cambio en el tiempo superficial de las almas perdidas como nosotros. ¿Cómo se puede escribir una fenomenología de las conexiones asincrónicas y los efectos culturales, formular una crítica despiadada de todo lo mentalmente programado en el cuerpo social de las redes, sin mirar lo que pasa dentro? Embarquémonos, por tanto, en un viaje al interior de este tercer espacio denominado lo tecno-social.

Nuestro querido Internet podría ser descrito como una «hidra inversa con cien culos»2, pero de todas formas lo adoramos: es el basurero de nuestro cerebro. Apenas somos conscientes del frenesí online que nos rodea, no podemos ni pretender siquiera que nos importa la cínica lógica de la publicidad3. Los escándalos de las redes sociales se nos presentan, como escribió Franz Kafka una vez, «como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas». De la manipulación comportamental a las fake news, lo que leemos siempre gira en torno a la bancarrota de credibilidad de Silicon Valley. No obstante, muy pocos han sufrido consecuencias serias de algún tipo. La evidencia, aparentemente, no es suficiente: el estiércol se rastrilla, los datos se filtran y los delatores delatan; y sin embargo nada cambia. Ninguno de los temas verdaderamente relevantes logra resolución. No hay un Internexit en camino. No importa cuántas intrusiones y violaciones de privacidad ocurran, no importa cuántas campañas de concienciación y debates públicos se organicen, la abrumadora indiferencia permanece.

Contémplese el rápido retorno a la normalidad que siguió el escándalo de Cambridge Analytica de marzo de 2018. La centralización de la infraestructura y servicios que nos proveyeron de tanto confort se veía como inevitable, incluso ineluctable4. ¿Por qué no hay todavía alternativas viables a las plataformas principales? Algún día comprenderemos el Thermidor digital; pero ese «algún día» parece no llegar nunca.

¿Cuál es el destino de la crítica sin consecuencias? Como Franco Berardi me explicó cuando lo visité en Bolonia para discutir este proyecto editorial, es la verdad la que nos pone tristes. Nos faltan modelos de rol y héroes. En cambio, lo que tenemos son paranoicos buscadores de la verdad. En tanto nuestras respuestas a la alt-right y a la violencia sistémica resultan tan predecibles e impotentes, Franco me sugirió dejar de hablar. No responder. Rechazar volvernos noticias. No alimentar a los trolls. La tecno-tristeza, como se explica en este libro, no tiene fin, no toca fondo. ¿Cómo hacemos para revertir la aceleración de la alienación, un movimiento que inevitablemente termina en un trauma? En vez de gestos vacíos y patéticos, deberíamos ejercitar una nueva táctica de silencio, dirigiendo la energía y recursos liberados hacia la creación de espacios temporales de reflexión.

En su libro de 2018 Anti-Social Media: How Facebook Disconnects Us and Undermines Democracy, Siva Vaidhyanatham lucha contra la creciente brecha entre buenas intenciones y cruda realidad: «La dolorosa paradoja de Facebook es que la devoción sincera de la compañía a hacer un mundo mejor invitó a nefastos partidos a secuestrarla para difundir el odio y la confusión: la firme creencia de Zuckerberg en su propia experiencia, autoridad y núcleo ético, lo cegaron a él y a su compañía del daño que estaba facilitando y causando. Si Facebook hubiese estado menos obsesionado con hacer un mundo mejor, podría haber evitado contribuir a las fuerzas que han hecho al mundo peor»5. Véase aquí el estancamiento realmente existente ahora que el mundo está digitalizado. Como dijo Gramsci, «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».

En el papel, nuestros desafíos globales se ven enormes; en pantalla, fracasan en ser traducidos a la vida diaria. En vez de mirar justo a los ojos a estas fuerzas titánicas, nos encontramos adormecidos, con un humor agridulce, distraídos, raros y algunas veces directamente deprimidos. ¿Deberíamos interpretar el intenso uso de las redes sociales como un mecanismo de supervivencia? La nuestra es una era profundamente no heroica, no mitológica, simplemente chata. Después de todo, los mitos son historias que necesitan tiempo para desarrollar una audiencia amplia, para construir sus tensiones, para representar su drama. No: nuestro tiempo está marcado por las micropreocupaciones del frágil yo. Cada uno tiene sus razones para apagarse y para cubrirse en su coraza. Mientras que las corporaciones pueden crecer por las noches hasta convertirse en estructuras gigantescas, estrafalarias en su infraestructura, nuestro entendimiento del mundo se queda atrasado, o se reduce incluso.

El limitado entendimiento restringe nuestra habilidad para encuadrar el problema. No estamos enfermos6. El alarmismo se ha desgastado a sí mismo. Si queremos golpear al capitalismo de plataformas, un análisis desde la economía política no será suficiente. ¿Cómo podríamos construir una identidad colectiva, una auto-hermenéutica con la que podamos vivir? En efecto, ¿qué autoimagen sería la que fuera más allá de interpretaciones legibles por la máquina? ¿El selfie como máscara? «Me encanta ese en el que llevas gafas de sol, en el que sonríes con orgullo». Incapaces de precisar un problema o articular una respuesta, el irresistible atractivo de hacer swipe, actualizar y dar like parece más fuerte que nunca. Con Slavoj Žižek, podemos decir que sabemos que las redes sociales son malvadas, pero que continuamos usándolas.

«Lo que hace nuestra situación tan ominosa es el generalizado sentido de bloqueo. No hay una forma clara de salir de este, y la elite dominante está claramente perdiendo su habilidad de dominar»7. Nuestro ambiente y sus condiciones operativas han sido dramáticamente transformados y aun así nuestro entendimiento de tales dinámicas se ha quedado rezagado. «El alambre de púas de la red permanece invisible», como señaló una vez Evgeny Morozov.

El problema tiene todavía que ser identificado: ya no hay más «social» fuera de las redes sociales. En la jerga italiana, el término «red social» ha sido acortado: «¿Estás en lo social?». Esta es nuestra Sociedad de lo Social8. Nos quedamos mirando a la caja negra, preguntándonos sobre la pobreza de la vida interior de hoy en día. Para superar ese punto muerto, este libro propone integrar una crítica radical. Busca alternativas a través de la organización de un encuentro subjetivo con la multitud y sus dependencias íntimas de sus aparatos móviles.

La cultura de Internet exhibe signos de una crisis existencial de mediana edad. Como alguna vez escribió Julia Kristeva, «no hay nada más triste que un Dios muerto». La novedad se ha ido, la innovación se ha ralentizado, la base de usuarios se ha estabilizado. En contraste con la nostalgia de los años noventa, no podemos decir realmente que hubo una vez un periodo feliz de adultez temprana. Como en la mayoría de culturas no occidentales, fue directamente hacia el matrimonio a una edad joven –con todas las restricciones que conlleva–. ¿Quién se atreve a referirse a los «nuevos» medios ya? Solo los outsiders inocentes ocasionalmente harán mención a este término alguna vez promisorio. Si algo ocurre, parece más bien ser una rápida diseminación de lo retrógrado, un anhelo por días más simples y primitivos. ¿Qué vamos a hacer con esta nostalgia romántica por el nacimiento de la realidad virtual, las torpes interfaces web tempranas y los pioneros de net.art? A Claude Lévi-Strauss se le ocurrió una explicación posible: «El hombre solo crea verdaderamente al comienzo; en cualquier campo de que se trate, solo el primer paso es íntegramente válido. Los que siguen titubean y se arrepienten, se esmeran en recuperar palmo a palmo el territorio superado»9.

Este volumen, el sexto en mis crónicas de Internet10, lidia con un reino digital que no solo se mezcla con lo cotidiano, sino que cada vez más lo afecta, al contraer nuestras capacidades y limitar nuestras realidades. Este libro gira en torno a temas de medios sociales como el culto a los selfies, la política de los memes, la adicción a Internet y el nuevo comportamiento narcisista por defecto. Dos décadas después de la «manía del puntocom» deberíamos poder responder a la pregunta de cómo funcionan las redes sociales de «segundo orden», pero no podemos. Entonces, si bien la «pregunta sobre las redes sociales» puede ser omnipresente, si queremos enfrentarnos a «[inserte su patología aquí] por diseño» primero tenemos que entender su funcionamiento interno: las operaciones se explican aquí a través de los vectores de la distracción y la tristeza. Los mecanismos de la tristeza son seguidos por una segunda sección centrada más en la teoría y la estrategia, desde el concepto de «plataforma» hasta la invisibilidad de la «violencia tecnológica». La tercera sección trata sobre la locura selfie, su contraparte anónima (el «diseño de la máscara») y si el desarrollo de memes progresistas es posible en primer lugar. La sección final examina las industrias de extracción de datos corporativos y los sistemas de vigilancia que orientan el comportamiento masivo hacia una nueva forma de alienación social. El concepto de los «comunes» va en contra de estas lógicas, y termino preguntando si este ofrece una posible salida.

¿Qué sucede cuando la teoría ya no se presenta como un gran diseño y más bien se consume como una idea surgida en el último momento? Internet no es un campo en el que los intelectuales públicos desempeñan algún papel del que hablar. A diferencia de épocas anteriores, las ambiciones intelectuales tienen que ser modestas. Antes de diseñar alternativas y formular principios regulatorios, es vital comprender la psicología de las plataformas de redes sociales. Tristes por diseño combina una crítica radical de Internet con una confrontación de los (demasiado reales) altibajos mentales de los usuarios de las redes sociales. Como observó Clifford Geertz, «entender la cultura de un pueblo expone su normalidad sin reducir su particularidad». Para Geertz, «en el estudio de la cultura, el análisis penetra en el cuerpo mismo del objeto, es decir, comenzamos con nuestras propias interpretaciones de lo que nuestros informantes son o piensan que son y luego las sistematizamos»11. Este libro acepta el desafío de Geertz, analizando aspectos de las culturas en línea de hoy en día que muchos usuarios experimentan, desde sentimientos de vacío, adormecimiento e indiferencia hasta las contradictorias posturas en torno al selfie y a los memes y su política regresiva.

Parecemos desencantados con nuestras culturas en línea de facto. El think tank británico Nesta resumió perfectamente nuestra condición actual: «A medida que el lado oscuro de Internet se está volviendo cada vez más claro, la demanda pública de alternativas más responsables, democráticas y más humanas está creciendo». Y, sin embargo, los investigadores también son lo suficientemente honestos como para ver que desafiar las dinámicas existentes no será fácil. Estamos en un callejón sin salida. «Internet se encuentra dominado por dos narrativas reinantes: la estadounidense, donde el poder se concentra en manos de unos pocos grandes jugadores, y el modelo chino, donde la vigilancia del gobierno parece ser el leitmotiv. Entre la Big Tech y el control gubernamental, ¿dónde se ubican los ciudadanos?». Etiquetar a los usuarios de las redes sociales como «ciudadanos» es obviamente un encuadre político, una jerga común dentro de los círculos de ONG de la «sociedad civil global». ¿Es esta nuestra única opción para escapar de la identidad del consumidor? Nesta puso dos preguntas estratégicas sobre la mesa: «¿Podría Europa construir el tipo de alternativas que pondrían a los ciudadanos de nuevo en el asiento del conductor?». Y, en lugar de tratar de construir el próximo Google, ¿debería concentrase Europa en construir las infraestructuras descentralizadas que impidan en primer lugar la emergencia del próximo Google?

El estado actual de lo social no debería sorprender. Los medios técnicos han sido socialmente antagónicos, socavando y aislando en lugar de conectar. En Futurability, Franco Berardi caracteriza el final de la década de 1970 como la línea divisoria, el momento en que la conciencia social y la tecno-revolución se separaron. Esto es cuando «entramos en la era del tecnobarbarismo: la innovación provocó la precariedad, la riqueza creó una miseria masiva, la solidaridad se convirtió en competencia, el cerebro conectado se desconectó del cuerpo social y la potencia del conocimiento se desconectó del bienestar social»12. Como señaló Bernard Stiegler, la velocidad del desarrollo técnico ha seguido acelerándose, «ampliando dramáticamente la distancia entre los sistemas técnicos y la organización social, como si, en tanto la negociación entre ellos pareciera imposible, su divorcio final resulte inevitable»13. Para The Invisible Committee, las redes sociales «trabajan para lograr el aislamiento real de todo el mundo. Inmovilizando los cuerpos. Manteniendo a todos enclaustrados en su burbuja significante. El juego de poder del poder cibernético es dar a todos la impresión de que tienen acceso a todo el mundo cuando en realidad están cada vez más separados, dar la impresión de que tienen más y más “amigos” cuando son cada vez más y más autistas»14.

¿Qué hacer con las redes sociales? Los últimos años han estado dominados por una profunda confusión. Para algunos, el no uso parece ser en vano. Evgeny Morozov, por ejemplo, tuitea: «No quiero que #Zuckerberg renuncie. Y no necesitamos que #borren-Facebook: es tan realista como pedir que #borrenlascarreteras. Lo que necesitamos es un New Deal para los #datos. #Europa tiene que despertar!». Y, mientras que Siva Vaidhyanathan critica duramente a Facebook, él mismo se niega a dejarlo y borrar su cuenta. Para otros, el no uso es precisamente la respuesta. Una de las primeras propuestas podría ser el libro de 2013 Off the Network, Disrupting the Digital World de Ulises Mejías, que afirmaba «no pensar en la lógica de las redes»15. De manera más reciente, pero también en esas líneas, el movimiento por el «derecho a desconectarse» ha empezado a tomar forma16. Tómese la revista Disconnect, solo disponible fuera de línea, una antología de comentarios, ficción y poesía que solamente se puede leer si apagas tu conexión WiFi17. Junto con el uso (a regañadientes) o el no uso, existe un tercer enfoque que podría ser catalogado como «mal uso». En un artículo para el The Guardian titulado «Cómo desaparecer de Internet», Simon Parkin proporcionó a los lectores (en línea) un manual sobre cómo convertirse en un fantasma digital. «Eliminar cosas es simplemente inútil», afirmó. ¿Su consejo en vez de eso? Crear cuentas falsas y búsquedas mal dirigidas. Su conclusión, que hace que su titular sea engañoso en el mejor de los casos, es que es casi imposible desaparecer. Las opciones se limitan a la gestión de la reputación, ya sea conducida fastidiosamente por nosotros o –para aquellos con el dinero para pagarlo– llevada a cabo por compañías especializadas.

¿Qué pasa si es demasiado tarde para dejar Google, Twitter, Instagram o WhatsApp, sin importar cómo de desintoxicados digitalmente estemos en otras esferas de la vida? Afrontémoslo: a los ojos de Silicon Valley, la experiencia a lo Burning Man de estar fuera de la red una vez al año y las innumerables visitas diarias en línea a Facebook no son opuestas, sino acuerdos complementarios. Ergo, estamos a la vez en línea y fuera de línea18. La crítica se encuentra en una posición similar y contradictoria. El mundo se ha entrampado con sus argumentos, admite Andrew Keen en su libro de 2018 How to Fix the Future, Staying Human in the Digital Age. Keen pregunta cómo podemos reafirmar nuestra agencia sobre la tecnología. No somos los conductores de asiento trasero después de todo. A diferencia de la protección de la privacidad, una demanda que muchos consideran eurocéntrica y burguesa, Keen exige la integridad de los datos. El manoseo de datos tiene que parar. «La vigilancia en última instancia no es un buen modelo de negocio. Y si hay algo que la historia nos enseña, es que los malos modelos de negocio eventualmente mueren».19 Y enumera las «cinco balas» de John Borthwick para «arreglar el futuro: plataformas de tecnología abierta, regulación antimonopolio, diseño centrado en el ser humano responsable, la preservación del espacio público y un nuevo sistema de seguridad social»20.

No obstante, la agencia necesaria para implementar estos arreglos parece maniatada. Los críticos de Internet tienen un poder limitado. Incapaces de establecer contactos o escapar de los «medios antiguos», han sido encasillados en el papel del experto o el comentarista individual, excluidos de cualquier diálogo público más amplio sobre lo que se debe hacer. Los académicos también parecen algo impotentes: impulsados por una lógica de revisión por pares y clasificación, publican dentro del cerrado universo de la revista, con su acceso limitado e impacto aún más limitado. Así, si bien los investigadores ciertamente recopilan evidencia valiosa sobre el poder económico de las plataformas de redes sociales, la crítica tecnológica en general sigue siendo dispersa, incapaz de institucionalizar su propia práctica y crear escuelas de pensamiento más cohesionadas.

Recientemente estamos siendo testigos del surgimiento del pico de datos. Al igual que el pico del petróleo, se trata del punto teórico en el que se ha alcanzado la tasa máxima de extracción de datos. Desde la perspectiva del usuario, los datos no se producen conscientemente a partir del trabajo intencional. La recopilación de datos se vuelve ubicua, un procedimiento siempre presente desencadenado por cualquier movimiento, cualquier acto, cualquier clic o deslizamiento. Desde una perspectiva corporativa, el almacenamiento de datos parece ilimitado, la capacidad ya no es un recurso escaso. Así, aunque la mayoría de los expertos (en Inteligencia Artificial) le dirán lo contrario, el hype del Big Data ha alcanzado su punto máximo. Gartner, por ejemplo, ya había eliminado grandes volúmenes de datos de su ciclo de sobreexplotación en 2015. El pico de datos es el momento en que los gigantes de Internet ya saben todo sobre usted, el momento en que los detalles adicionales comienzan a inclinar la balanza y hacen que su régimen de datos (lenta pero inexorablemente) implosione. Nos encontramos en el punto de inflexión. Después de este momento, y contra los evangelistas del crecimiento eterno, cada dato tiene el potencial de hacer que toda la colección sea no más valiosa, sino menos. Después de este momento, el valor de los datos adicionales disminuye a un punto cero, corriendo con el riesgo de una «contaminación» de perfiles de tal forma que estos se desintegren.

El fantasma de datos del yo comienza a desmoronarse. El sistema produce tal cantidad de datos que cualquiera se convertirá en sospechoso o bien nadie lo hará. Los detalles vitales ya no serán notados. La producción de información, una vez definida como la producción de diferencias significativas, es tal que vira y se vuelve un cero: sobrecarga del sistema. La «mina de oro» de los datos de repente se convierte en basura digital. Compañías como Google son conscientes de los peligros de tales giros hegelianos y se proponen rescatar sus valiosos activos de datos21. Vale la pena remarcar que tal cambio de política no proviene de ningún levantamiento popular contra el «agotamiento social» debido a la adquisición de máquinas inteligentes. No, esta es una iniciativa estrictamente interna dirigida a la autopreservación. En la nueva versión de Android, ninguna de las funcionalidades de seguimiento ha sido eliminada. Google simplemente recopila menos datos, para su propio bienestar.

Las plataformas luchan para contrarrestar el pico de datos anunciando nuevas medidas. Por primera vez, el sistema operativo Android de Google se basará en la moderación y la reducción: «En lugar de mostrarte todas las formas en que puedes usar tu sistema operativo del teléfono para hacer más, está creando funciones para ayudarte a usarlo menos»22. El tablero propuesto te dirá «con qué frecuencia, cuándo y durante cuánto tiempo estás usando cada aplicación en tu teléfono. También te permitirá establecer límites a ti mismo». Piense aquí en emplear tableros de autocuantificado como Fitbit en las aplicaciones de redes sociales de su teléfono, lo que facilita la desactivación de notificaciones: «Cuando llegue la hora de acostarse, su teléfono pasará automáticamente al modo No molestar».

Otros productos siguen la misma senda. El sistema de búsqueda de Google, por su parte, responde al pico de datos con un nuevo plan para mostrar «anuncios más útiles». En un giro similar, la nueva actualización para YouTube incluye una configuración en la que la aplicación recuerda a los usuarios que deben «tomarse un descanso» de ver vídeos23. Y en paralelo a estos movimientos, Google ha lanzado una campaña de «bienestar». ¿El eslogan? «La buena tecnología debería mejorar la vida, no distraernos de ella».24 ¿Qué valores se enfatizan cuando avanzamos hacia una etapa superior de desarrollo? ¿Un mejor multitasking? Este reciente viraje a la autolimitación es realmente extraño. En última instancia, ¿Google ralentizará los intercambios en tiempo real para poder incorporar la reflexión? ¿Qué pasa si la mejora solo puede lograrse hablando en contra de la cultura (mortal) dominante? ¿Por qué la tecnología del «tiempo bien aprovechado» debería ayudar a que te desconectes de ella?25

€11,99
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Objętość:
311 lk 3 illustratsiooni
ISBN:
9788416205486
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Bookwire
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