Loe raamatut: «Ombligos»
Ombligos
Gerardo Arenas
Ombligos
Desbricolaje del padre
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prefacio
1. El ombligo de Lacan
2. Anatomía umbilical
3. ¿Padre trino?
4. Poetizar
5. Digresión mastelera
6. Impactar
7. Enlazarse
Conclusiones
Agradecimientos
Referencias bibliográficas
Referencias audiovisuales
Arenas, GerardoOmbligos : desbricolaje del padre / Gerardo Arenas. - 1a ed . - Olivos : Grama Ediciones, 2020.Libro digital, Amazon KindleArchivo Digital: descargaISBN 978-987-8372-06-81. Clínica Psicoanalítica. 2. Psicoanálisis. I. Título.CDD 150.195 |
© Grama ediciones, 2019
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© Gerardo Arenas, 2019
Diseño de tapa: Gustavo Macri
© Imagen de tapa: Mujer libre, de Raúl Fernando Zuleta
Primera edición en formato digital: junio de 2020
Digitalización: Proyecto451
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-06-8
Hecho el depósito que determina la ley 11.723.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o cualquier otro sin permiso del editor.
Pater semper incertus est
Prefacio
Habría que centrar mejor lo que podemos exigir de la función del padre.
JACQUES LACAN, …o peor.
Los partidarios del padre desfilan por las calles en
nombre de la tradición. [Pero el] psicoanalista no tiene
vocación de hacerse guardián del antiguo orden.
JACQUES-ALAIN MILLER, “Lacan, profesor de deseo”.
Estudiar críticamente la situación del padre es una tarea difícil, candente y necesaria. Difícil no sólo en el aspecto epistémico del asunto, ya que abordarlo requiere reconocer vicios de nuestra forma de entender cuestiones centrales de nuestra teoría y, peor aún, arraigados prejuicios de nuestro modo de leer el mundo. Candente debido a que las tensiones en torno al semblante paterno y al discurso patriarcal que hasta ahora lo sostenía ocupan el primer plano en nuestra sociedad y dieron lugar a una nueva sensibilidad (1) que además está exacerbada (y con razón) en los tiempos que corren, (2) lo cual incrementa esas tensiones a tal punto que quienes cruzan las líneas de fuerza de ese campo social –y los psicoanalistas estamos allí– suelen tener la impresión de caminar sobre un campo minado. Necesaria por ese motivo, como mínimo, en la medida en que discutir los problemas que la precaria situación del padre plantea se ha vuelto indispensable y hasta urgente para nosotros, los analistas, debido al papel que cabe al psicoanálisis en la cultura contemporánea.
A continuación, el lector hallará algunos argumentos que sugieren la conveniencia de reformular la metáfora paterna (formalizada por Lacan a mediados del siglo XX) y, en general, de someter la noción de padre a una suerte de operación de “desbricolaje”. Quizá los frutos de este trabajo lo sorprendan tanto como a nosotros mismos.
1. En el sentido definido por Sontag (1964: 356; 1965: 377).
2. Cf. Moraga (2018).
1
El ombligo de Lacan
Durero, Miguel Ángel y Tiziano se cuentan entre esos grandes renacentistas que no se privaron de pintar un ombligo en sus bellos Adanes. Idéntico detalle figura en innumerables mosaicos bizantinos. Inútil invocar inadvertencia: el ombligo de Adán caldeaba los ánimos desde el medioevo. Era un símbolo, un estandarte, un arma, y así debieron de entenderlo tanto los creadores de esas obras como los clérigos y mecenas que las encargaban y costeaban. En efecto, el pecado original sólo sirve de base para erigir una moral religiosa si la gente puede reflejarse en Adán. Por lo tanto, ese ombligo plantea un serio dilema. Si el artista quiere ser fiel a las Sagradas Escrituras, debe omitirlo. Ahora bien, aunque ser humanos parece inseparable de tener a una mujer por madre y a un hombre por padre, en nuestra magna saga Adán, Eva y Jesús son excepciones (¡bíblicamente certificadas!), y, si Adán es diferente de mí, ¿por qué habría yo de cargar con su pecado? La falta de ombligo, signo de la singularidad del primer hombre, obstaculizaría mi potencial identificación con él. Ergo, a fin de que la religión alcance a todos, la sacra biología deberá ser discretamente puesta entre paréntesis, y un ombligo habrá de coronar el vientre adánico. (3) Las esculturas de Dalí y de Botero no dejaron de testimoniarlo.
Sin embargo, como un efecto directo (también indirecto, mediatizado por la cultura) de la ciencia moderna y, sobre todo, de sus aplicaciones técnicas, la lista de esas excepciones se ha extendido en gran medida, pues ya son moneda corriente las ovodonaciones, la inseminación artificial con donantes de esperma, el alquiler de vientres, la adopción en familias monoparentales u homoparentales, etcétera. Los términos padre y madre perdieron la connotación natural de antaño, e incluso dejó de ser obvio que la pareja parental haya de ser heterosexual… ¡y esto cuando tal pareja existe! En consecuencia, las preguntas ¿Qué es un padre? y ¿Qué es una madre? se han tornado muy difíciles de responder. (4)
Desde Freud en adelante, los psicoanalistas no hemos sido ajenos a este veloz devenir, y, en la tarea colectiva de desmantelar la supuesta evidencia biológica de la maternidad y de subrayar el carácter esencialmente cultural de la paternidad, hemos aportado y seguimos aportando lo nuestro. (5) En este sentido, Lacan dio un paso de gran alcance al distinguir el padre imaginario, el padre real y el padre simbólico, y otro aún mayor cuando aisló esa original función que (para aprovechar sus resonancias religiosas, y acaso como un guiño a los conspicuos jesuitas que seguían su enseñanza) bautizó Nombre-del-Padre. (6)
Recóndita clave
Definir su función requiere partir del deseo. No el deseo en abstracto, sino el deseo del otro. Y no cualquier otro, sino ese Otro primordial del cual dependo y al cual debo, de entrada y con urgencia, descifrar e interpretar. Si por convención, costumbre o pereza decimos que ese Otro primordial es la madre (aunque, como dijimos, ello no sea ya un requisito indispensable y resulte cada vez más dudoso), nuestro punto de partida será el deseo de la madre, con su carácter enigmático y, al mismo tiempo, acuciante. ¿Qué quiere ella en lo que a mí respecta? Si no soy autista, este asunto, más que importarme, pronto pasa a ser el centro de mi atención, de mi mundo, de mi vida. (7) ¿Bastará con adquirir un mínimo dominio de la lengua y lanzarle esta pregunta al Otro en cuestión, para luego esperar que, con buena voluntad, nos brinde la anhelada respuesta? Lamentablemente no. Por más empeño que ponga en respondernos, el Otro no podrá decirnos nada que no sean sus anhelos o sus aspiraciones, sus ideales o sus requerimientos. Jamás logrará formular lo que en sentido estricto denominamos su deseo, y no por accidente, negligencia o ignorancia, sino por causas estructurales.
Un poema de Borges ayudará a comprender esta humana desgracia universal. Su protagonista se lamenta así: él, que estudió “las leyes y los cánones”, declaró la independencia nacional y anheló “ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes”, está a punto de ser asesinado entre ciénagas por unos bárbaros que lo persiguen. No obstante, poco antes de ser alcanzado, “un júbilo secreto” y súbito lo invade cuando descubre lo siguiente:
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años.
En otras palabras, todos los pasos que este hombre dio antes de acabar su órbita, todos esos giros de su vida dibujan, en su recorrido íntegro (cuando “el círculo se va a cerrar”, dice) lo que habrá sido su recóndito deseo. (8)
Algo similar ocurre si enroscamos un alambre en torno a un anillo: tras repetir veinte veces el mismo movimiento, el alambre no ha dado veinte vueltas, sino veintiuna, pues además dio una vuelta al agujero central. (9)
La relación entre las vueltas contadas y la no contada remeda la relación entre las respuestas del Otro (sus anhelos, aspiraciones, ideales o requerimientos) y su deseo. Por más que ese deseo suyo palpite en cada una de sus respuestas, no equivale a ninguna de ellas –cuya serie, empero, forma esa “vuelta no contada” que animó la totalidad del movimiento.
Si dirijo al Otro la pregunta ¿Qué deseas en cuanto a mí?, pues, lo condeno a la impotencia, ya que todo lo que él diga pertenecerá al registro de lo que espera de mí (sus demandas) o lo que quiere para mí (sus ideales), es decir, el de las vueltas contables, pero no al registro del deseo, que es la vuelta no contada. Esa respuesta, sea la que fuere, siempre falta. ¿Acaso mi pregunta quedará irremediablemente abierta? Tal vez sí, tal vez no…
Magia
En suma, el inarticulable deseo de la madre (abreviémoslo M) es un término que falta en el Otro (A). Ahora bien, en ciertas condiciones puede ocurrir que un término distinto, que sí está presente en el Otro, funcione como una metáfora de aquel término faltante y, por lo tanto, asigne un significado –más o menos poético– a ese enigmático deseo.
Es lo que pasa cuando procuramos nombrar un sentimiento: no hay palabra justa que lo defina, por supuesto, pero si digo Arrancas de mí las mejores notas, mi partenaire se hará una idea de lo que me causa. La operación metafórica es, de ese modo, capaz de realzar el vago sentido de un término existente (amor, en este ejemplo) sustituyéndolo por otro. La magia de esa operación es tan grande que puede llegar a extender su influjo y dar todo su significado incluso a un término estructuralmente inexistente. Y tal es el mecanismo mediante el cual M, a pesar de que falta en el Otro, puede adquirir una significación.
El término capaz de metaforizar el inarticulable M es lo que Lacan, hace unos sesenta años, llamó Nombre-del-Padre (abreviémoslo P), y con sólo decir esto hemos vuelto, desde otro ángulo, a nuestro problemático punto de partida. En efecto, ya habíamos señalado el forzamiento y la reducción que entrañan igualar el Otro primordial a la madre. Y en esta irrupción del término padre cuando lo que está en juego es nombrar aquello que opera la metáfora del deseo materno… Pero ¿por qué seguir llamándolo materno?, ¡mejor digamos la metáfora del deseo del Otro! Retomemos, entonces: cuando hay que nombrar aquello que opera la metáfora del deseo del Otro, ¿no es forzado (y hasta segregativo) introducir el término padre?
Hace décadas que hablamos de la operación por la cual P deviene metáfora de M. Sin embargo, por más que, en la época en que esa operación fue formalizada, ser humanos seguía pareciendo inseparable de tener a una mujer por madre y a un hombre por padre, hay configuraciones familiares contemporáneas que en absoluto se condicen con lo que los términos padre y madre –más y más vaciados de sentido a medida que avanza el siglo– pretenden subsumir. Conservarlos en esa metáfora ya es una concesión comparable a la de los ombligos adánicos de Durero, de Miguel Ángel o de Tiziano. ¿Por qué no llamarla, entonces, el ombligo de Lacan?
Es hora de interrogar, más a fondo aún, los términos con que caracterizamos los aspectos centrales de las estructuras subjetivas. Esa tarea redundará en una ganancia conceptual que, de por sí, bastará para justificar el empeño, pero además, y por sobre todas las cosas, preparará al psicoanálisis para acoger las nuevas formas del malestar y permitirá al analista deshacerse de los prejuicios que aún lastran la teoría de su práctica.
¿Cómo empezar? Aquí también, como es usual, los artistas nos llevan la delantera. Y no es imprescindible recurrir a las irónicas distopías de Houellebecq. A este respecto puede enseñarnos mucho el mero estudio de los desafíos cotidianos que Mitchell y Cameron, la pareja gay de la serie televisiva Modern Family, (10) enfrentan en la crianza de su hija. Esta niña, incuestionable paradigma de los vástagos de familias homoparentales, presenta todos los caracteres que la teoría atribuye a quienes han construido una metáfora paterna lograda. ¿Significa esto que algún miembro de la pareja parental deba ser considerado madre, y el otro, padre? En caso de que uno fuese madre, ¿debe por ello (o para ello) estar en una posición femenina con respecto a su partenaire y a su propio modo de gozar del sexo? ¿Es posible que M remita a dos personas? ¿Qué es lo que ha operado como P para la niña? Las preguntas relevantes y pertinentes se multiplican. Esto pone de manifiesto que, así como dos mil quinientos años después de Sófocles el complejo de Edipo ya no puede seguir siendo lo que era, (11) tampoco podemos aceptar sin cambios la metáfora que Lacan formalizó hace apenas medio siglo.
A sabiendas o no, los psicoanalistas hemos ido pintando ombligos en diversos puntos de nuestros desarrollos. Sin embargo, no saltan a la vista. Habrá que descubrirlos. (12)
3. Véase una amena reedición actualizada de ese debate en Boehlke (2004: 23).
4. Cf. Arenas (2014d).
5. Cf. Lacan (1958d: 532s), É. Laurent (2006), Miller (2013a), Arenas (2014d), Barros (2014), Zlotnik (2015: 89s).
6. Lacan (1955b: 388; 1958c: 150).
7. Desde el amanecer de la existencia, nos afanamos por descifrar e interpretar al Otro. Esa “función apetitiva”, que suele faltar en el autismo, dirige nuestra atención al barullo ambiente, en el cual distinguimos unas partes variables (ruidos, melodías, tono y tonada de quien habla, su voz, el timbre de su voz) y otras constantes y repetidas: los fonemas. De todas las posibilidades que nuestro sistema fonatorio tiene, el medio favorece la reproducción de ciertos sonidos. Cuando proferimos alguno parecido a un fonema de la lengua en la que estamos inmersos, nos lo festejan, y así inyectan libido en nosotros, que de ese modo aprendemos a hablar. Sin instintos que guíen nuestra vida, estamos pendientes del Otro, no sólo en términos de sus fonemas, sino de lo que espera de nosotros; no necesariamente para someternos a ello, ya que podemos querer saber qué espera el Otro de nosotros para luego hacerlo rabiar. Como sea, nuestro lazo con él está mediado por el significante y es reforzado libidinalmente. Véase Bassols (2014b: 26s), Ajuriaguerra y Marcelli (1996).
8. Borges (1943).– Lo que Lacan formuló, desde el inicio de su enseñanza, como Tú eres eso, lleva a considerar el deseo a partir de las consecuencias, no de las intenciones; cf. Arenas (2010; 2018b).
9. Cf. Lacan (1962a: 7/mar/62).
10. Levitan y Lloyd (2009-: temporadas 3ss).
11. Bien lo ilustran dos películas: Strella (Koutras, 2009) y la casi simultánea Incendies (Villeneuve, 2010). Véanse comentarios de ambas en Butler y Athanasiou (2013: cap. V) y Arenas (2011) respectivamente.
12. En otro lugar (Arenas, 2017e: 21ss) señalamos que el principio de placer, aun con su “más allá”, es un ombligo zoológico que convendría dejar de lado pues no se justifica en los seres hablantes, quienes no hacen otra cosa que buscar más y mayores goces. Ello, a su vez, torna superfluo hipostasiar tal inclinación (difícilmente distinguible de la pulsión misma) en una instancia (superyó) que ordene hacerlo. Habría que dar, pues, otro fundamento al malestar en la cultura.– Cf. Arenas (2018c).
2
Anatomía umbilical
Nuestro referente umbilical no apunta solamente a la analogía entre la formulación lacaniana de la metáfora paterna y las representaciones plásticas de Adán. El primero en apelar a esa referencia es Freud, nada menos que en el curso de su análisis del paradigmático sueño de la inyección de Irma. Allí dice que “todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido [Unerkannten]”, y más adelante agrega:
Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ése es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta [aufsitzt] en lo no conocido [Unerkannten]. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna y desbordar en todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño como el hongo de su micelio. (13)
Lacan, por su parte, se explaya al respecto una sola vez, a partir de una pregunta sobre lo Unerkannte en Freud, planteada por Ritter. (14) Éste señala que el ombligo del sueño es el punto donde su sentido se detiene al borde de lo Unerkannte. El sueño se monta sobre él cual Mefistófeles sobre el tonel de vino. (15) ¿Hay allí “un real no simbolizado”, pregunta Ritter, frente al cual el sueño no puede sino detenerse?, ¿de qué real se trata?, ¿es lo real pulsional?, ¿y cómo se relaciona ese real con el deseo que, según Freud, surge de ese ombligo como un hongo? Lacan le responde que lo Unerkannte es un real, sí, pero no el pulsional (que es la constancia de lo que pasa por un agujero), (16) sino más bien un estigma –así como el ombligo corporal es huella del lazo con la madre– relacionado con lo Urverdrängt, lo primordialmente reprimido, que es inefable por estar en la raíz misma del lenguaje. (17) No es algo que en algún momento haya tenido un carácter distinto y que luego el yo haya reprimido, sino algo que se reprime y así constituye al sujeto –en consonancia con la “insondable decisión del ser” postulada por Lacan. (18) El ser no cavila ni decide, sino que algo se decide, (19) por fuera de toda determinación causal, y ello acarrea unas consecuencias que deciden, forjan y originan el ser. (20) Así como el ombligo es el sitio en el cual por siempre estamos excluidos de nuestro propio origen (la marca de lo que nos unía a la placenta), “la audacia de Freud” está –para Lacan– en decir que eso deja en el sueño mismo una marca que depende de que hayamos sido (o no) deseados. (21)
No obstante, es instructivo interrogar esta afirmación a partir de lo que Modern Family muestra en la pareja gay que adopta a una niña, ya que allí la opción entre ser hija deseada y ser hija no deseada se queda corta. En efecto, ¿qué relevancia tiene el seno materno en el deseo (o no) de un hijo cuando está en juego un alquiler de vientre o una adopción? Ninguna, tal como lo demuestra la clínica de quienes han sido adoptados, (22) incluso por parejas homosexuales. El nexo entre la placenta y el carácter deseado (o no) de la criatura no es natural, sino ficcional.
Por otro lado, Lacan destaca en el ombligo del sueño el límite de la Darstellbarkeit (figurabilidad) y agrega que lo que en el campo de la palabra es imposible de reconocer define lo Unerkannte como algo que no cesa de no escribirse, a saber, la relación sexual. Esto implica que el ser humano ya no es
la obra maestra de la creación, el despertar del conocimiento, sino más bien la sede de otra especial Unerkennung, o sea, no sólo de un no reconocimiento, sino de una imposibilidad de conocer lo que concierne al sexo. (23)
Doce reales
Antes de seguir desplegando esta anatomía del ombligo, observemos que cuando, en referencia a éste, Lacan responde a Ritter, tácitamente acepta que hay más de un real. (24) Y nótese que tiene sentido definir una verdadera red de reales en función de la relación que cada uno de ellos tiene con las modalidades y extensiones lógicas. En efecto, es viable y útil distinguir un real imposible, otro necesario, otro contingente y otro posible, además de cruzar cada uno de ellos con lo singular, lo vacío y lo universal, de modo tal que en las intersecciones de las cuatro categorías modales con las tres categorías extensionales podemos localizar doce reales –uno contingente y singular, otro necesario y vacío, etcétera–, lo cual muestra, de paso, que lo real, a secas, no es una buena brújula para el análisis. (25) En especial, la fórmula No hay relación sexual define un real imposible y universal, ya que, para todo ser hablante, la relación con el partenaire sexual no cesa de no escribirse; por lo tanto, en la trama de lo simbólico este imposible es un tope, un agujero real.
Vale la pena comparar esta noción con la del núcleo patógeno que Freud describe en los Estudios sobre la histeria y que, como la piedra del poema “No meio do caminho” de Carlos Drummond de Andrade y el hueso definido por Miller en El hueso de un análisis, no es asimilable a la no relación sexual, sino al goce que incide como trauma y que estructura el aparato. (26) Los hilos del discurso evitan ese núcleo, no a consecuencia de que no se quiera saber nada de eso (inaceptable parodia teleológica de la represión), sino porque nada puede saberse de eso, ya que es Unerkannte. (27)
Así se inscribe el trauma que nos constituye. Por lo tanto, es un real contingente (cesó de no escribirse) y singular (privativo de cada uno de nosotros): el inaugural encuentro con un modo de gozar que escribe el agujero donde se alojará el empuje pulsional. Ese agujero en la trama de lo simbólico es, para éste, inabordable. Toda asociación que busque desentrañar el sentido de un sueño lo rodeará sin alcanzarlo, no porque el sujeto se niegue a reconocer lo que hay allí, sino porque no hay significante que lo roce. El ombligo del sueño señala “el abismo simbólico mayor, la falta simbólica”, y es asunto de imposibilidad, no de resistencia, ya que allí se desvanece el sujeto mismo. (28) Ese agujero en la trama inconsciente se debe a la singularidad de la escritura de ese significante; ninguno lo nombra. (29) Distinto es el agujero universal que en lo simbólico deja la imposible escritura de la relación sexual –ese agujero en el cual se inserta el sinthome.
Pues bien, el núcleo de lo Unerkannte incluye el deseo, y Lacan, en su respuesta a Ritter, no pierde de vista que el primer modo en que Freud nombra el núcleo del propio ser es el deseo inconsciente, inmortal e indestructible. (30) Ese deseo es singular, pues, y eso lo emparienta con la noción de síntoma planteada cinco días antes en RSI y con la que será su heredera, la del sinthome. (31) Ya no es posible pensar ese deseo apelando al padre: Lacan introduce entonces una noción de deseo que se aparta de su propia elaboración acerca del lazo entre el deseo y la ley. (32)
Hechas ya estas aclaraciones, podemos seguir explorando la anatomía del ombligo.
Entre causa y consentimiento
¿Qué significa A?, preguntamos. Significa B, nos responden. ¿Qué significa B?, insistimos. Significa C. De igual modo, si nos preguntan ¿Por qué A?, respondemos Porque B, y si insisten ¿Por qué B?, decimos Porque C. Toda cadena interpretativa o causal admite una deriva potencialmente infinita, salvo que llegue a un punto de detención por falta de par dialéctico. Y notemos que ese punto no tiene por qué ser el origen de la cadena: si en medio de un partido de tenis, por ejemplo, la pelota rebota en el borde de la red y salta hacia arriba, (33) en caso de que caiga del lado de nuestro rival, ganaremos y de ello se seguirán consecuencias en función de las reglas del tenis, mientras que, si cae de nuestro lado, perderemos y ello tendrá otras consecuencias, pero no hay causalidad que determine de qué lado habrá de caer.
Miller compara este problema con el de la “elección de neurosis” en Freud: en algún momento, algo cae del lado de la histeria o del lado de la neurosis obsesiva, y de allí nacen consecuencias estructurales que permiten deducir tipos de síntomas y hasta construir una clínica diferencial, pero a la hora de consumarse la elección, y precisamente debido a que existe elección, no hay determinación, es decir que se interrumpe la cadena causal. (34) A ello apunta Lacan cuando habla de la “insondable decisión del ser”: la elección de la estructura no admite determinación causal. (35) Afirmarlo no implica renunciar a la potencia de la razón para explicar lo que está en juego, sino reconocer que uno de los límites del lógos es el hecho de que sólo hay secuencia causal o traducción significante en presencia de al menos dos elementos. Y esto es relevante para entender la metáfora paterna: que ésta se constituya (o no) es contingente y, dado que ello no está determinado, resulta improcedente atribuir al Otro responsabilidad etiológica alguna, (36) ni siquiera en lo tocante a su deseo.
El seminario de Lacan sobre El deseo y su interpretación muestra que no sabemos cuál es el deseo ni solemos acceder más que a su interpretación fantasmática o pulsional. (37) Ante el enigma que su deseo nos plantea, el Otro revela estar agujereado, pues carece de respuesta. (38) En lugar de ésta, encontramos interpretaciones, pero una interpretación del deseo, sea cual fuere, nunca es el deseo, sino otra cosa. (39) Reconocerlo elimina falsos problemas clínicos, como el de saber cuál es el deseo de un sujeto, ya que tal saber debería estar constituido como una cadena significante y, en calidad de tal, no sería sino una interpretación. El deseo, pues, nunca deja de ser una x, pese a lo cual nuestros lazos libidinales tienen cierto estilo que llamamos el núcleo de nuestro ser y que constituye el deseo en su efectuación –es lo que el poema de Borges ilustra–, no en su realización alucinatoria. (40) Por lo demás, la interpretación del deseo no obedece a determinaciones causales, ya que el significante interpretativo carece de par dialéctico. En lugar de éste, hallamos el ombligo del sueño, que es justamente lo que impide que la interpretación se vuelva infinita.
Cuando Miller equipara ese ombligo con un significante inaccesible separado del cuerpo del saber, no sabe si tomarlo como S1 o S2, ni si adscribirlo a la represión originaria o a la Verwerfung, (41) y para captar la anatomía del ombligo ambas dudas son instructivas, ya que, si un significante representa al sujeto para otro significante, desde el punto de vista lógico puede demostrarse que hay un significante inaccesible por estructura, pensable como S1 o S2 indistintamente, (42) y por otra parte la represión originaria y la Verwerfung tienen en común el hecho de ser operaciones que no vinculan entre sí dos significantes (como la represión propiamente dicha), sino un significante y un agujero estructural. Si ahora suponemos que S1 representa al sujeto y S2 no, este último se homologa a la represión “en lo que tiene de originario, y por eso puede valer como el ombligo del inconsciente, como lo que queda siempre por saber”. (43)
Tasuta katkend on lõppenud.