Loe raamatut: «El oso y el colibrí»

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Arango, Gonzalo, 1931-1976

El oso y el colibrí y otros perfiles, notas, críticas, ensayos / Gonzalo Arango.

-- Medellín: Editorial EAFIT, Corporación Otraparte, 2019

186 p.; 20 cm. -- (Biblioteca Gonzalo Arango)

ISBN 978-958-720-595-4

1. Ensayo colombiano. 2. Poesía colombiana. I. Restrepo David, Juan Felipe, pról. II. Tít. III. Serie

C867 cd 23 ed.

A662

Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

EL OSO Y EL COLIBRÍ

(y otros perfiles, notas, críticas, ensayos)

PRIMERA EDICIÓN: EDITORIAL ALBON-INTERPRINT, S. A., MEDELLÍN-COLOMBIA, JUNIO DE 1968

PRIMERA EDICIÓN DE EL OSO Y EL COLIBRÍ (Y OTROS PERFILES, NOTAS, CRÍTICAS, ENSAYOS): COLECCIÓN BIBLIOTECA GONZALO ARANGO, MEDELLÍN, SEPTIEMBRE DE 2019

© De El oso y el colibrí, Corporación Otraparte

© De textos de Letras Universitarias, Corporación Otraparte

© De textos de El Colombiano Literario, Corporación Otraparte

De esta edición:

© Corporación Otraparte

© Editorial EAFIT

Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín. Tel. 261 95 23

http://www.eafit.edu.co/fondo

Correo electrónico: fonedit@eafit.edu.co

ISBN: 978-958-720-595-4

Edición y corrección: Juan Felipe Restrepo David y Marcel René Gutiérrez

Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes

Asesor de esta edición: Juan José Escobar

Imagen de carátula: a patir de una fotografía de Hernán Díaz (Cortesía de Michel Smith: http://www.elprofetagonzaloarango.com/)

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158 emitida el 13 de febrero de 2018

Editado en Medellín, Colombia

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Prólogo

CINCO NOTAS SOBRE UN GONZALO ARANGO PARA ARMAR

Juan Felipe Restrepo David

NOTA EDITORIAL

De Letras Universitarias (1949-1950)

EL MAESTRO VALENCIA

LA CIVILIZACIÓN CONTEMPORÁNEA

EL ESTUDIANTE Y LA PATRIA

RODÓ, EXPRESIÓN ESTÉTICA DEL IDEALISMO

TONALIDAD ESPIRITUAL DE LA JUVENTUD

EL EXISTENCIALISMO, FILOSOFÍA DE RENOVACIÓN

HACIA UN HUMANISMO POLÍTICO

EL IDEALISMO DE JOSÉ MARTÍ

De El Colombiano Literario (1955)

TESTIMONIO DE NUESTRA INSIGNIFICANCIA

BUENOS DÍAS, TRISTEZA POR FRANÇOISE SAGAN

EL POETA HUGO SALAZAR VALDÉS

UN FAULKNERIANO EN COLOMBIA

El oso y el colibrí (1968)

EL POETA Y LA LIBERTAD

LA RUTA DEL ENTUSIASTA

¡LLEVO EN MI CORAZÓN MUCHOS CORAZONES!

MI CORAZÓN – MARZO

MI CORAZÓN – ABRIL

[LA CIENCIA HA ROBADO SU ENCANTO AL MISTERIO DEL COSMOS]

EL REBELDE DE LA REVOLUCIÓN

IDEARIO POÉTICO DE EVTUSHENKO

[EVTUSHENKO HA PRODUCIDO EN NOSOTROS]

PALABRAS ROJAS PARA EVTUSHENKO

Notas al pie

Prólogo


CINCO NOTAS SOBRE UN GONZALO ARANGO PARA ARMAR

Para Adela Ortega

1

Esta selección de textos de Gonzalo Arango pretende armar la figura de un prosista que poco, o muy veladamente, existe dentro de su obra misma: la del escritor de ensayos, perfiles, notas y críticas. Creo que ahí está; a veces fluctúa enmascarada, o en otras es apenas evasiva, y, la mayoría, está tan mezclada en tantísimos otros registros que es una tímida resonancia; por ejemplo, en Gonzalo una carta es una carta pero también suele ser muchas cosas... Dicho de otra manera, en él puede rastrearse una literatura de ideas, una narración de pensamiento, que permite relacionarlo con el principal ejercicio de un ensayista y crítico, de un comentador y creador de perfiles: interpretar y reflexionar sobre lecturas y sobre otros, recrearlos y narrarlos, explorar el mundo ajeno, real e imaginado; de modo que en ese fluir también pueda verse una imagen de sí, hecha de metáforas y pensamientos que, reunidos con paciencia y atención, abren ante nosotros el diálogo interno de un escritor e intelectual que, como pocos en Colombia en el siglo XX, se permitió la irreverencia y la contradicción, pero, ante todo, la conquista, a toda costa, de su voz en la fuerza y poesía de su palabra.

2

Si nos concentramos solo en su texto sobre La hojarasca de García Márquez, “Un faulkneriano en Colombia”, de mediados de los cincuenta, publicado en El Colombiano Literario, vemos un admirable despliegue de agudeza crítica. A Gonzalo Arango, digamos, no le interesa escudriñar, a partir de tal o cual teoría, si La hojarasca responde a ciertas hipótesis preestablecidas. Por ejemplo, si de acuerdo a postulados marxistas o sicoanalíticos (varios de ellos ya en boga para su época) es viable como comprensión de la realidad. Por el contrario, profundiza su mirada en tratar de explicar la novela de García Márquez como un logro de forma y novedad para la literatura colombiana. Es decir, se asume como un escritor que interroga, no tanto a otro escritor, sino a su obra. Su conversación es genuina y fecunda, pues lo que surge de allí es un conjunto de ideas que giran en torno a Mientras agonizo, La hojarasca y las técnicas narrativas que prevalecen y potencian el drama de sus personajes y sus destinos, como entes de fuerzas inexorables que el novelista se permite liberar, antes que dirigir en un plan controlado (y por ende inverosímil) hacia alguna demostración de cualquier tesis, o sea, más opinión que narración. En esa medida, lo que hace Gonzalo es literatura sobre literatura, como otros críticos de su época, dígase, Hernando Téllez. Lo mismo sucede con la novela de la por entonces joven revelación de la narrativa francesa, Françoise Sagan: una reseña prudente e inteligente. Otro caso es su discurso sobre Hugo Salazar Valdés, poeta del Pacífico colombiano, famoso entonces por su poesía de tema afrodescendiente; Gonzalo Arango dirige su mirada hacia una concepción de la obra como una construcción social y política, espiritual e intelectual; elogia y respeta, entre otras cosas, que el poeta Salazar Valdés represente una familia americana con la que tenemos una enorme deuda.

3

Puede resultar curioso que, precisamente, lo que se muestra como una faceta ensayística evidente sean los textos de sus más tempranas publicaciones. Curioso porque, en cuanto diálogo espiritual, esa forma de escritura propende más hacia la adultez, casi podría decirse que es un género senil (por supuesto, no lo digo en sentido biológico, sino como una actitud de introspección, en la que parece ser más relevante el mundo interno que las búsquedas y cuestionamientos por la realidad exterior; en otras palabras, una escritura de ideas, nacidas de la contemplación). Los textos sobre Rodó y Martí, publicados en Letras Universitarias, al comienzo y final de 1950, cuando apenas contaba veinte años, son una discusión sobre sus obras, primero como creaciones abanderadas de la literatura latinoamericana, y segundo, como testimonios casi proféticos de lo que significa el compromiso político de dos “héroes” en pro de la “libertad” y “expresión” genuina de independencia espiritual. Solo que Gonzalo Arango, como quien sí quiere la cosa, opina aquí y allá, para aprobar o complementar sobre aquello que cree como legítimo en tanto problema social y cultural. Lo ensayístico, a mi parecer, radica en una escritura orgullosa de su retórica (imagino que en parte herencia de sus estudios de derecho: escritura hábil en argumentación y necesitada de espacio para su desarrollo) y que no teme lanzarse a la proposición de sus ideas; su centro es Martí o Rodó, pero asimismo es capaz de caminar sin esos sostenes para presentar sus hallazgos; mejor dicho, estos textos van más allá de comentarios a citas o referencias indirectas: Gonzalo Arango ofrece sus especulaciones e impresiones impregnadas de su experiencia intelectual universitaria, citadina (ya vivía en Medellín) y artística (comenzaba por esos años a abrirse a otros contextos y amistades). Son ensayos en la medida en que son búsquedas y no pontificaciones, en que son planteamientos abiertos y no cerrados (que esperan ser respondidos o cuestionados), en que son oscilaciones entre su intimidad y la comunidad literaria a la que comienza a pertenecer, en que no teme limitar su reflexión a una serie de ideas racionales y objetivas, comprobables, sino que también incluye giros e imágenes como una lúdica consciente que no responde a formas fijas o establecidas; deja las ideas a sus anchas. Ya se percibe en él una cierta incomodidad con el pensamiento domesticado.

4

El caso de El oso y el colibrí es mucho más complejo. Primero, algo de historia: la Unión Soviética, en su despliegue cultural y difusión de sus programas políticos en el contexto de la Guerra Fría, envió por el mundo al poeta ruso Eugenio Evtushenko;1 y uno de sus destinos fue, precisamente, Latinoamérica, por donde viajó extensamente.

El oso y el colibrí documenta el momento en que Gonzalo Arango presentó a Evtushenko en el segundo Festival de Vanguardia de Cali, organizado en 1968 por los nadaístas Pedro Alcántara, Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia; en principio, quien acompañaría a Evtushenko en gira por Colombia sería Jorge Zalamea, esa era la apuesta del Partido Comunista. Entonces, cuando Gonzalo llegó a Cali, junto con Evtushenko, encontró la ciudad empapelada con afiches que pedían su “expulsión”, según se rumoraba, por ser “agente de la CIA”, y representar la contrapartida del poder, la falange capitalista; según se cuenta en palabras de Jotamario Arbeláez y Eduardo Escobar, en el breve documental de David Escobar, “El oso y el colibrí (o el silencio es oro falso)”,2 todo el montaje se debió a una polémica que existía entre los nadaístas-comunistas de Cali que se encontraban ya bastante distantes de Gonzalo Arango.

Ahora bien, El oso y el colibrí, como forma, edición y género es un libro escurridizo. Fue uno de los últimos libros de Gonzalo, publicado en 1968, al menos uno de los que él mismo aprobó en vida; Providencia es de 1972 y Obra negra de 1974 (Gonzalo moriría en 1976). En una carta a Jaime Jaramillo Escobar de 1968, Gonzalo le escribe que el sello editorial Albon le publicará un “librito” que será como una especie de “anticipo” de la publicación de un libro de Evtushenko, las Manzanas robadas; así, “anticipo” y libro conformarían una presencia incontestable del poeta ruso en Latinoamérica.

El oso y el colibrí fue integrado por fragmentos, cada uno en torno a Evtushenko. Hay cartas de Gonzalo y de Eugenio, hay comentarios sobre esto y lo otro: socialismo, Siberia, ciencia, variaciones y desviaciones, apologías, quejas, poemas, antología de Evtushenko… Es decir, como divulgación, seguro funcionó, pero como libro de Gonzalo El oso y el colibrí parece no haber tenido el mismo impacto que tuvo en su momento Sexo y saxofón (1963) u Obra negra (1974). Y con razón.

El oso y el colibrí puede decepcionar si se le exige categoría de género (crónica, perfil, semblanza, crítica, ensayo…). Es todo eso, y más. Creo yo, más bien, que en ese desbordado vaivén está su encanto: más que algún lector –supóngase un curioso de la época, finales de los sesenta– enterarse de Evtushenko, lo que presencia es un diálogo literario que va y viene, colmado de admiración, color y fluidez hacia la obra del poeta ruso; pero asimismo es un despliegue de libertad discursiva que, a su vez, demuestra una vez más que la edición de un libro no tiene un único camino (el de la ley de los géneros): en tanto un inicial y aparente desorden de fragmentos, como cualquiera puede juzgarlo, El oso y el colibrí fue una invaluable oportunidad para que un libro albergara una atmósfera. Lo que no sería otra cosa que el tono y el estilo de Gonzalo Arango. Es un libro hecho de su presencia poética, de su humana condición.

Si este libro breve y singular se lo reduce a un conjunto que es mero “anticipo” (incluso, a pesar del mismo Gonzalo), entonces gana en fuerza de autenticidad; gana en dimensión de lo que fácilmente se distingue. Por eso, también creo que, guardadas las proporciones por sus intenciones claramente deslindantes y vanguardistas, propuestas de edición como esta me recuerdan otros libros peculiares como El mono gramático (1972) de Octavio Paz o La vuelta al día en ochenta mundos (1967) de Julio Cortázar, o algún tipo de miscelánea, más o menos deliberada, más o menos descarrilada; libros desobedientes, deformados en apariencia, ansiosos, acelerados: no son eclécticos ni iconoclastas, son como cuartos de rebujo, sótanos o zarzos de san alejo…, pero en los que todos queremos estar porque allí está la fiesta, porque es ahí donde se conversa rico, donde están los amigos... No es escritura “importante”, para admiración y exhibición. Es escritura de afectos.

Está bien que El oso y el colibrí sea una obra menor, si se quiere, y está bien que así sea, porque como menor escapa de entrada a fuertes valoraciones críticas, y porque como menor nace ya en el margen, destinada a ser “segundona”, cenicienta. Es de esa clase de libros que no surgió con la pretensión, la ambición de la “obra maestra”, y eso lo mantuvo, por muchos años, y quizás sea exagerado decirlo, como protegido, como un animalito escondido. Y es por eso que aporta muchísimo a la figura de Gonzalo Arango como prosista hábil, lúdico, envidiablemente recursivo, irónico, determinado, espontáneo, en el sentido de que no está preocupado por pedir disculpas o herir susceptibilidades: dice lo que tiene que decir. Sin duda, es una libertad que se permitía Gonzalo, y que de seguro le pasó cuenta de cobro en muchos aspectos de su vida personal (en la intelectual y literaria, sabemos de sus enemistades, aunque también de sus muchos amigos).

5

Esta serie de escritos como unidad, El oso y el colibrí (y otros perfiles, notas, críticas, ensayos), muestra una sugestiva secuencia de la prosa no ficcional de Gonzalo Arango. Pero una secuencia que es desequilibrio y discontinuidad, avance y retroceso, incluso, contrariedad y paradoja. Hay en ella una admirable fidelidad de Gonzalo a sus propias búsquedas y sus cartas son prueba de ello, pues dan cuenta a cada momento de su sensibilidad y pensamiento desenmascarado; o, dicho de otro modo, enmascaramientos muy cercanos a lo que pudo realmente haber sido él como escritor, artista y persona.

Desde los primeros textos de Letras Universitarias hasta El oso y el colibrí hay una historia de publicaciones de casi veinte años. Juntos, son un paseo por una de las facetas de la obra de Gonzalo Arango (al lado de la del dramaturgo, poeta, narrador, periodista, epistológrafo…) y conocerla es ir tras los indicios y las huellas de unos de los lugares más ricos para reconstruir las concepciones de Gonzalo sobre literatura, política, cultura y vida privada. Ese trayecto conforma una autobiografía intelectual de una vida vivida entre libros, calles, bares, amigos, pequeños viajes, editoriales, rabias y soledades. Y eso, a mi modo de ver, es más que digno, y es un buen motivo para estar regresando a la obra de Gonzalo y descubrir algo nuevo en su escritura o recordar lo que a veces dice tan bien y tan a su manera.

Juan Felipe Restrepo David

NOTA EDITORIAL

Como se verá, el orden de los textos se presenta de manera cronológica. Así, se evidencia para el lector una trayectoria de los más variados registros, desde 1949 hasta 1968 (fechas de publicaciones, mas no de escritura); ahora bien, no es que por cada año de participación de Gonzalo en las publicaciones aquí seleccionadas se incluya un texto, sino que se presentan en lapsos muy específicos: Letras Universitarias, entre 1949 y 1950; El Colombiano Literario, 1955; y El oso y el colibrí, que fue publicado en 1968. Tal línea de tiempo permite reconocer cambios estilísticos y retóricos (desde que Gonzalo era estudiante de derecho en la Universidad de Antioquia hasta que se ganaba la vida como periodista y columnista), ideológicos y políticos (cuando abraza el humanismo y existencialismo hasta que asume posturas socialistas y críticas) y algunos rasgos muy sutiles de su intimidad y vicisitudes como escritor y artista. La investigación y transcripción de los textos de Letras Universitarias y de El Colombiano Literario la agradecemos a Juan José Escobar, director de Fallidos Editores, y que asesoró generosamente este nuevo volumen de la BIBLIOTECA GONZALO ARANGO. Como hemos procurado hacerlo en otros momentos, respetamos la escritura de Gonzalo Arango, y mucho más si tenemos en cuenta que queríamos visibilizar sus cambios y elecciones en un oficio que nunca dejó de practicar; al contrario, su prolijidad demuestra su intensa vitalidad. Solo actualizamos la ortografía. Cuando tuvimos dudas sobre el sentido de una palabra o una expresión, debido a ambigüedades o deterioros de los originales consultados, señalamos tales vacíos con “[sic]”.

De Letras Universitarias (1949-1950)


EL MAESTRO VALENCIA

La memoria de Valencia exige de los colombianos una manifestación de gratitud, porque pocos como él han dado tanto lustre a la historia política y literaria de la patria.

Amó como nadie la literatura y, encontrando su espíritu demasiado elástico, se elevó hasta la Antigüedad clásica, pudiendo nosotros poner en boca del maestro esta frase: “Donde esté la literatura, allí está mi patria”.

Colombia se enorgullece de haber hospedado en su suelo a este hombre maravilloso. Pero la estirpe de Guillermo Valencia no es colombiana; él pertenece a la genealogía de los clásicos y a ellos debe su personalidad literaria. Su afán fue siempre conjugar lo ancestral con lo moderno, lo pagano con lo cristiano. Valencia alcanzó este objetivo. Su poesía tiene las cualidades inconfundibles de lo clásico: real y sereno, objetivo y retórico. Para él vale más la estructura del pensamiento, la forma de la expresión, que la misma sensibilidad y los mismos sentimientos que expresa. Sacrifica el contenido afectivo a la expresión formal; lo que justificó con su frase: “Sacrificar una vida para pulir un verso”. Si Valencia como humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, como artista fue hechura de la Antigüedad, la cual dejó en su alma rutas imperecederas.

La frialdad de sus poemas es característica; en ello no prevalece el subjetivismo y la pasión encendida de los románticos. Preguntado cierta vez por la frialdad de sus versos, contestó en una forma genial: “Es que el frío no se siente sino en las alturas”. El maestro quiso siempre que en sus poesías el termómetro marcara bajo cero.

En síntesis, Valencia es un verdadero parnasiano. No llega su poesía a conmover las capas más sensibles del alma. Leyéndolo se recrea más la inteligencia que la sensibilidad y en este sentido, el maestro es genial. En pocos como él se nota esa energía, esa sobriedad, esa elegancia de su pensamiento: no hace llorar ni conmover pero sí asombra y cautiva. “Cigüeñas blancas”, “Los camellos”, “Anarkos”, dejan en el espíritu una huella inolvidable. Estos poemas son como esas flores grandes, que sin ser bellas, exhalan suaves perfumes.

Consideremos ahora algunos precedentes en su vida literaria. Don Julio Cejador dice que Valencia fue el primer parnasiano de América. ¿Y qué es el parnasianismo? Fue la escuela que a instancias de la influencia del decadentismo francés del siglo pasado, echó profundas raíces en Colombia. Se ha considerado sin embargo que Valencia tuvo dos grandes precursores, que a la vez de ser insignes representantes del Romanticismo, fueron también parnasianos; son ellos: Diego Fallón y don Rafael Pombo. El primero se consagró en la escuela con su inmortal “Canto a la luna”, en el cual empleó trece años para conformarlo, y del cual se ha dicho que es lo más bello escrito al respecto en literatura. Don Rafael Pombo es poeta universal, tanto por su nombre como por los géneros literarios que cultivó. “Hora de tinieblas” deja ver el sentimiento de desesperación ante la inutilidad de la existencia; su concepto sobre ella en este sentido es el mismo de los existencialistas: “Vivir para nada”. Qué digno representante de Chateaubriand fue don Rafael.

Valencia, sin embargo, no es tan fecundo como Pombo, ni tan atractivo como Fallón; pero su escasa y sustanciosa producción poética deja ver su alta y su artística prosapia.

Su obra Ritos es el libro que encierra las suaves esencias del maestro; es un precioso metal de nuestra mina literaria; en ella recoge lo más vivo de su vena poética. Quiso hacer de su obra algo clásico y en realidad predomina lo cualitativo. En este sentido se hace justificable la pobreza numérica de sus producciones; lo que confirma posteriormente cuando manifiesta a un amigo que quería publicar sus mejores poesías: “Puede usted elegir entre ellas, pero le advierto que la belleza no se alcanza por adición, sino por sustracción”.

Sus poemas han resistido y resistirán los movimientos y las épocas; pues a la vez que agita su espíritu entre los clásicos, se levanta airoso entre los modernistas; pudiéramos decir que ellos son siempre viejos y siempre nuevos. Pero en algunas partes encontramos en Valencia ciertos tintes románticos, ya que esa frase de Rubén Darío: “¿Quién no es romántico?”, tiene sabor universal. Fue Valencia tan moderado que es casi imperceptible. El soneto “A su memoria”, con motivo de la muerte de su esposa, tiene un carácter romántico; se nota en él este acento subjetivo, esa nota desgarradora del alma que deja el dolor en los espíritus sensibles, como también lo fue en “Días de ceniza” en el cual es romántico parnasiano; dice:

Hoy el pálido numen de lo inerte

a su callada soledad convida

al q’ vive soñando con la muerte

y al q’ muere soñando con la vida.

Su poema “Leyendo a Silva” nos dice lo excelso de su personalidad literaria, es algo que ni por el mismo frío conmueve.

Valencia no tuvo en su poesía ese concepto humano ni la emotividad desbordante que satura la poesía de nuestro Barba Jacob. Sin embargo yo podría decir humanamente hablando, que el maestro fue romántico.

El prosista. En este género literario Valencia se muestra inmejorable. Lo demuestran sus panegíricos y su vasta producción parlamentaria. En “Antología bolivariana” se destaca con brillantez inconfundible “El andante caballero de la democracia”. Es de lo más bello que se ha dicho sobre el Libertador. Igualmente es elogiado universalmente su discurso ante el cadáver de Miguel A. Caro en donde parece revivir las oraciones fúnebres de Bossuet con una propiedad y un estilo extraordinarios.

Son cualidades de su prosa: la profundidad del pensamiento, la solidez de sus ideas, la armonía de la frase, su dialéctica impecable.

El traductor. Fue Valencia un verdadero políglota; tenía dominio sobre el francés, el inglés, el italiano, el latín, etc.; circunstancia que le favoreció mucho para traducir los maestros de los respectivos países. Traducía, no con la frialdad de un filólogo sino con la vitalidad de un artista. Don Baldomero Sanín Cano dice que varias de las poesías que tradujo Valencia en nada tienen que envidiar al original; que traducía del alemán directamente dando vida al esqueleto descamado de sus traducciones. Y admirable ver cómo se conserva el fondo emotivo de las poesías; porque es ardua empresa esta de matizar en lengua extraña el sentimiento de una raza, de un ambiente y de un ser extraño. Tradujo el maestro con derroche la técnica: “El retrato de la amada” de Anacreonte; “Un sueño” de Gabriel D’annunzio, “Aparición” de Stephane Mallarmé, “A un poeta muerto” de Baudelaire, “Mozo de aldea” de Stefan George y otras muchas de indiscutible valor.

Pero donde el maestro se hace reconocer universalmente como traductor e intérprete es en su libro de poemas árabes y chinos Catay; libro sugestivo, saturado de ambientes de países foráneos, de sentimientos suaves, de elevada imaginación, rebosantes de voluptuosidades y de perfumes exóticos. Entre las mejores poesías de este libro están las de Li Tai Po, poeta exquisito del cual dijo Tu Fu en uno de sus poemas: “Tú eres el sol, y los demás poetas solo estrellas”. Entre sus más bellos poemas están: “La canción desgarradora”, “La rosa roja” y “Adiós”. Estas traducciones no las hizo directamente del árabe y del chino, sino de un poeta francés llamado Franz Toussaint.

El político. De una una brillante y trascendental vida pública; en todos sus actos procuró siempre el mejoramiento, prestigio y el buen nombre de la patria. A la vez que padre de las letras colombianas, lo fue también en la carrera de las armas, como cuando fue nombrado jefe civil de su departamento, en la guerra de los tres años. La norma de sus ideas políticas fue el ideal bolivariano. A Valencia pudiéramos aplicarle esta frase: “La espada no embolató jamás su pluma”.

Tenía el dominio de la palabra y a veces el dominio de las multitudes, méritos que le valieron sus dos candidaturas presidenciales. Siendo senador de la república desató un huracán de discursos parlamentarios puestos por entero al servicio de sus ideales. Tres columnas forman el edificio intelectual de Valencia: su pensamiento filosófico, su sensibilidad artística y la pulidez arquitectónica de escultor poético.

La imagen de Valencia está grabada en nuestros corazones, porque él es de Colombia y sus glorias nos pertenecen.

Letras Universitarias, Medellín, núm. 16, julio, 1949.