Para mi biografía

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Retorno


Pero algo más imprevisto tenía que acontecerme y fue un día en que, por causas extrañas, me encontraba totalmente solo en la casa, cuando en forma imprevista se presentó mi madre, quien, desde el día de sus segundas nupcias, había separado casa: me tomó de la mano, me condujo hacia una columna, me ató a ésta y, sacando una navaja de esas que en su época las llamaban “Castel”, se preparó a degollarme. En aquel instante, sin yo comprender el motivo que inducía a mi madre a tomar tal decisión, toda vez que nunca se había interesado por mí, se oyó un ruido raro proveniente de la calle, lo que hizo que mi madre se apresurara a desatarme, exigiéndome la promesa de no comentar a nadie lo sucedido. Entonces, desde aquel momento, sucedió un cambio favorable en aquellas interrumpidas relaciones madre e hijo, bajo el compromiso de no contar a nadie el anterior episodio. Sin embargo, se interponía la autoridad de mi padrastro, a quien no le caía muy bien mi presencia en su hogar, de suerte que mi padrastro resultó pegándome por faltas que supuestamente yo cometía, cuando la realidad era diferente: era la parte económica la que lo atormentaba. Ya habían dilapidado la parte hereditaria de mi madre. Mi padrastro era un trotamundos sin iniciativas y sin amor al trabajo y su unión con ella sólo había tenido un fin: la herencia.

Es así como, acabada la primera parte de lo que le había correspondido a mi madre, era urgente recurrir a lo que quedaba de la hijuela de los herederos y, para satisfacer esta necesidad, era indispensable matar al hijo, pues, matándolo, quedaría ese otro recurso económico para la subsistencia del nuevo hogar. Luego esa fue la conclusión que los llevó a todo lo que se urdió para mi degollamiento. Mas, como se frustró ese programa y entraba ya el año treinta en que todo el panorama sociopolítico, económico, religioso, intelectual y cultural empezó a evolucionar y el pueblo, ávido de oportunidades, a servirse de él, entrando yo a mis nueve años, mi madre, de modo inesperado, nos llevó a vivir a Tunja, porque a mi padrastro le habían dado trabajo en el trazado del Ferrocarril del Nordeste y mis servicios eran indispensables para cuidar las hijas del segundo matrimonio.

En aquella corta estadía en la ciudad de Tunja, fui matriculado en una escuela a la que llamaban “Modelo” (hoy sección primaria del Colegio de Boyacá), de donde me escapaba muy frecuentemente sólo por correr detrás del carruaje en que se paseaba Monseñor Crisanto Luque para besarle la mano y así sentirme santificado. Luego, en aquel mismo año, le suspendieron el contrato al padrastro y fue preciso trasladarnos a Fusagasugá en busca de mejor vida y allí me tocó alternar mi oficio de niñero con el de vendedor ambulante de tinto y cigarrillos, actividad que ejercía entre las tres y las seis de la mañana alrededor de las agencias de transporte.

En agosto del año en referencia, se posesionó de la Presidencia el Doctor Enrique Olaya Herrera, quien era propietario de la quinta llamada “Tierra Grata” y, en uno de sus paseos veraniegos, tuve la gran emoción de estrecharle la mano al “Mono”. Entonces, para no sentirme un muchacho cualquiera, ya registraba, en mi corta existencia, los tres más grandes acontecimientos: primero, el de haber sido acólito (casi cura); el segundo, el de haberle besado la esposa a Monseñor y, el tercero, el de estrechar la mano del primer Presidente liberal del siglo. Todo esto me fue creando un algo de independencia y de rebeldía: recordé la prematura muerte de mi padre, el despilfarro de la herencia, las malas intenciones de mi madre, los maltratos de maestros y padrastro y, un día cualquiera, boté a la basura el cajón del tinto, me trepé en un camión y, camuflado entre la carga, llegué a San Victorino, el lugar más comercial del viejo Bogotá.

3. MI CUERPO

Desprovisto de plata y de ropa adecuada para protegerme del intenso frío sabanero, empecé a llorar en el umbral de un portón, cuando un señor de aspecto bonachón se me acercó para preguntarme por qué lloraba y cuando le espeté toda mi historia me tuvo compasión y me llevó a su casa que quedaba en un lugar más bien periférico, un poco abajo del Hospital San José. La familia se componía de los esposos y dos hijos ya entrados en la adolescencia, pues empezaban a usar pantalón largo. Para alojarme, fue necesario arreglar un rincón en el cuarto de San Alejo y, para que me cambiara de ropa, me pasaron unos raídos vestiditos ya fuera de servicio. Aunque se observaba que la familia era de aquellas caídas en desgracia económica, acusaban una buena cultura. Parece que eran de las que llamaban “vergonzantes”, porque me mandaban con un portacomida de cuatro tazas hasta una casa como de beneficencia que quedaba en la calle diez entre la octava y novena para recibir la comida que luego era repartida entre todos; solamente el desayuno lo preparaba yo, y consistía en una porción de ‘aguadepanela’ y un pan de medio centavo.

Todo marchaba más o menos bien hasta cuando me ordenaron que me pusiera uno de los vestidos que me habían dado, cuando rompí en llanto por pretender obligarme a vestir ropa ajena. Entonces, me rebelé y me fui en busca de unos parientes de los que tenía una vaga idea de que vivían en “La Perseverancia”. Como yo era ya un veterano bogotano, porque había ido varias veces a echar barquitos de papel y a mirarle las piernas a las lavanderas en el río San Francisco, conocía también el Circo de Toros y el parque San Diego o de ‘La Independencia’, no me fue difícil encontrarme con mis parientes, los que me trataron con generosidad, por el momento; así que, pocos días después, un señor que decía ser de Rusia me contrató para vender ambulantemente paqueticos de maní revuelto con cocoa. Pero mi patrón desapareció poco después sin cancelarme ni un centavo por mi trabajo.

Después, me coloqué en una ebanistería para el oficio de taponador, pero mi patrón me resultó igual que el anterior, no obstante haberme explotado por un tiempo mayor. Todas estas experiencias me decepcionaron tanto que opté por volver al seno de mi inolvidable abuela. Ahora recuerdo que antes de tomar la decisión de volver, me hice el propósito de asistir a la primera misa que se celebraba en la Iglesia de las Nieves un día domingo, para pedirle con fervor a la Virgen que me diera mejor suerte y me protegiera de los malos hados. Así que, subiendo por la calle veinte cuando empezaban a despuntar los claros del día, me sorprendí al ver abandonado al pie de un portón un envoltorio artísticamente liado y, al darme cuenta de que nadie me observaba, opté por levantar el paquete; después de asegurarlo aprisionándolo debajo del brazo, continué mi marcha hacia la iglesia para agradecerle a la Virgen también mi afortunado hallazgo, cuando ya listo a pasar el umbral de la entrada de la iglesia, percibí un olor nauseabundo y una rara humedad que invadía mi pobre indumentaria. ¡Era física mierda! Así que, mi afortunado hallazgo me impidió cumplir con la promesa que llevaba a la Virgen y me obligó a devolverme para mi piezucha a desodorarme con un inevitable baño y lavado de ropa.

Retacito De Suelo Boyacense Valse

Retacito de suelo boyacense

oloroso a arrayanes y mortiños,

a cerezos, curubos y duraznos,

a manzanos, geranios y tomillos.

Retacito de suelo boyacense,

circundado de ranchos blanquecinos

sobre tu caprichosa geografía

con su laberinto de caminos.

Condúceme por todos tus parajes,

ésos que me enseñaste desde niño,

para volver a ser un rapazuelo

robando frutas y acechando nidos.

Quiero echarme a rodar por tus potreros

y dormirme a la sombra de tus pinos,

capar escuela y al salir de misa

sonsacarles el centavo a los padrinos.

Quiero volver a oír de los abuelos

los cuentos de los beatos baladrones,

de duendes persiguiendo las doncellas

y demonios en forma de cabrones.

Quiero volver con flecha y bodoquera

a matar indefensos copetones

o a simular patrióticas batallas

contra una legión de chapetones. (Coro)

Retacito De Suelo Boyacense



Decidido, a comienzos del año treinta y dos, a terminar mis interrumpidos estudios primarios al lado de mi abuela, los aprobé y me dieron más seguridad y libertad para trabajar y así ayudar en algo a la abuelita. Por aquella época llegaba a la región la prolongación de la carretera que debía unir a Chiquinquirá con Tunja y la única oportunidad que se me presentó fue la del ingreso a una cuadrilla de jornaleros a echar pica, pala y carretilla por una asignación de 40 centavos diarios.

Dentro de aquellas limitaciones, todo transcurría en un ambiente bastante monótono hasta el día en que volvieron al pueblo mi padrastro, mi madre y sus tres hijas a rematar los pocos bienes que quedaban. Entonces, entrando yo en los trece años y sintiéndome ya hombre, intervine con entereza para asumir el control directo de mi pequeña herencia consistente en dos pequeñas fincas. Aquella actitud me sirvió para neutralizar de ahí en adelante la dictadura de mi padrastro.

Pero un tiempo después volvió a picarme la fiebre de la aventura y volví a Bogotá en busca de mejores oportunidades y, en llegando, me coloqué en el almacén de abarrotes llamado “El Centavo Menos” ubicado en el costado sur de la calle trece con carrera quince, cuyo dueño era un argentino casado con catalana, de cuya unión había una hija única y, por lo mismo, muy consentida. Sucede que en una ocasión la niña rompió un jarrón de fina porcelana y, por supuesto, ante el temor del castigo, me rogó que no fuera a denunciarla; pero el problema no tardó en formarse:

 

-“Che, -me gritó el argentino- ¿Quién rompió el jarrón?” -“No me di cuenta, Don Alberto”. –le contesté.-“Entonces, sino se dio cuenta, tengo que descontárselo de su sueldo, porque aquí no hay nadie a quién más culpar.”

Una calumnia más no la tolero, dije en mi interior y me decidí a renunciar, pero no sin antes revelar el secreto, a manera de desahogo, provocando así una reacción demasiado violenta en el padre, pues castigó muy severamente a la niña hasta obligarla a confesar su falta. Nada de esto impidió que yo persistiera en mi decisión, no obstante haber recibido una buena gratificación por el buen comportamiento durante el tiempo en que serví y como desagravio por mi prejuzgamiento. Poco tiempo después, Don Alberto se fue de Colombia y, por mi rebeldía, me perdí de irme con él, pues así me lo había prometido varias veces.

Mis Remolachas Bambuco

Estrofa 1

Ya el sol asoma por Monserrate

y la sabana en luz se baña

y por la cuesta cantando un indio

baja al mercado del parque España.

Estrofa 2

Lleva en su pecho mil ilusiones,

porque a vender lleva sus remolachas

y comprar quiere vestido nuevo

pa’ hacerles fieros a las muchachas.

Ya el sol declina allá a lo lejos

y en manto negro se torna el cielo

y cuesta arriba regresa el indio

cansado y triste sin traje nuevo.

Lleva en su pecho gran desconsuelo,

aunque vender pudo sus remolachas,

porque el dinero no le alcanzó

pa´ hacerles fieros a las muchachas.

(Fómeque 1956)

Mis Remolachas



Pasaba un día cualquiera muy cerca del edificio Liévano (Alcaldía de Bogotá) y la curiosidad me llevó a preguntar por la larga cola que se formaba. Un señor me contestó que se trataba de un enganche para ir a trabajar en las diferentes obras de la ciudad, próximas a iniciarse con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Bogotá. Luego me incorporé a la fila y poco rato después quedé incluido en la planilla de obreros con destino a la carretera circunvalar. Los pagos eran puntuales en las primeras semanas, pero en las siguientes no llegaban sino disculpas pidiendo paciencia, mientras el Gobierno giraba los dineros, hasta que se supo que el contratista había desaparecido, llevándose todo el dinero adeudado, así que volví a quedar sin trabajo y sin recursos.

Bien sabido es que vivir en “La Perseverancia” es vivir en el centro de la ciudad; luego bajar de la carrera quinta, donde yo me alojaba, al parque de San Martín o de Bavaria no demandaba sino un par de minutos. De pronto, en una fecha que se me escapa de la memoria, el radio a alto volumen anunciaba la gran revista militar que para ese día estaba programada con la asistencia del Presidente López y su sucesor Eduardo Santos. Por supuesto, el entusiasmo fue un contagio general, y, en el acto, me encaminé hacia la carrera séptima con la esperanza de poder transportarme al sitio anunciado; pero el trasporte era imposible y por ese “imposible” me salvé de figurar entre el sinnúmero de muertos que dejó ese aviador loco que quiso hacer una proeza, no se sabe si por coger al vuelo una bandera o por matar a las dos figuras del Gobierno y la política.

Amanecer Boyacense Bambuco

Estrofa 1

Dime, niña de alpargatas,

linda cara de lucero,

la de blusa descotada,

tú, la del rosario al cuello

con ese Cristo de plata

que bendice tus dos senos.

Estrofa 2

¿Qué andas haciendo solita

tan temprano en el potrero

sin hacer caso al rocío

que hace perlas en tu pelo?

si para ver tu hermosura

se ha despejado hasta el cielo.

Dame pues la gracia, niña,

de ser yo tu compañero

y, si a ordeñar te han mandado,

te ayudaré con esmero,

pues, mientras la vaca ordeñas,

yo cuidaré del ternero.

Dime, campesina hermosa,

que llevas rosario al cuello

con ese Cristo de plata

que bendice tus dos senos,

¿por qué no me das la gracia

de ser yo tu compañero?

Amanecer Boyacense



Nuevamente de regreso a mi terruño, otro interés no menos importante me llevaba: era el amor secreto que le profesaba a una hermosa niña a quien yo no era capaz de declararle mi pasión, porque su belleza me paralizaba todos los sentidos y opté por seguir el consejo de algunos amigos que me dijeron:

-Si no es capaz de declararle el amor a esa china, regálese para el cuartel que allá le hacen perder el miedo.-

Servicio Militar

El consejo cuajó, porque, cumpliendo mis dieciséis, llegó el oficial de reclutamiento y, al ver que mi estatura era aceptable, no reparó en la edad y así me enroló entre los conscriptos del Batallón Sucre de Chiquinquirá y a la Guardia de Honor fui a pagar mi servicio como integrante de la Banda de Guerra para hacerle honores al Presidente Santos y a Doña Lorencita.

Un año después fui desacuartelado y regresé nuevamente a mi pueblo a declarármele a mi “hermosísima Dulcinea”, con tan mala suerte que ella ya se había casado. En silencio yo la seguí amando mientras ella vivió y la seguiré amando hasta más allá de mi muerte.

No Te Culpo

He querido olvidarte como tú lo has hecho,

he querido borrarte de mi mente;

olvidar tus recuerdos es mi anhelo

y dejar para siempre de quererte.

He querido olvidarte y sólo ansío

que otra sea la imagen de mis sueños,

porque nunca cumpliste tus promesas,

pagando con desprecios mis desvelos.

Pero ahora, después de tanto empeño,

te confieso, mujer, que estoy vencido,

porque fue tu amor mi cautiverio

y seré para siempre tu cautivo.

Más no por eso a rogarte vengo

a que cumplas promesas que has fingido,

porque sé que tu amor no fue sincero

y no te culpo a ti: culpo al destino.

Cómo Olvidarte

No quisiera quererte, porque me odias,

no quisiera mirarte, por esquiva,

no quisiera seguirte, porque me huyes,

cuando ansioso estoy de que me sigas.

Pero ¿cómo olvidarte, diosa mía?

sí acá en mi pecho estás entronizada,

cómo está para siempre en los altares,

del Señor, la Madre Inmaculada.

Apiádate de mí, sutil princesa,

y alimenta mi vida con tu amor,

con la luz de tus ojos, ilumíname,

que es sólo para ti mi corazón.

Te Esperé

Te esperé hasta donde pude,

pero no llegaste a tiempo;

tu lugar ya está ocupado,

ya pasó mi sufrimiento.

Mal hado te hizo pensar

en ambición tan mezquina,

pues mi horizonte es muy amplio:

tú ya volteaste la esquina.

Te llevas la bolsa llena

de monedas devaluadas,

pero a mi cofre de ensueños

no podrás robarle nada.

Porque en él guardo mi orgullo,

mi altivez y mi nobleza

que nada tienen que ver

con tu ruindad y vileza.

Vestía de Verde

Fue un día de aquellos de primavera

cuando la vi por última vez

y desde entonces sufro por ella

y me hastía el mundo sin su querer.

Un bello traje vestía aquel día

la robadora de mis amores,

un traje verde que, desde entonces,

por donde quiera llevo en visiones.

La esperanza, dicen, viste de verde

y ese verde esperanza era mi sueño,

pero la que antes era tan mía

ya ¡ni esperanzas! era otro el dueño.

Más sus recuerdos siempre los llevo

como una espina en el corazón,

porque sus besos y sus promesas

fueron la causa de su traición.

Hoy de la ingrata me compadezco

porque ella sufre, bien lo sé yo,

pues su cariño cambió a dinero

siendo tan mío su corazón.

En las postrimerías del año 1939 me trasladé a la población de Ráquira tras los encantos de una niña. El lapso de tiempo que permanecí allí fue muy corto, pero el romance sí fue intenso, apasionado y con sinceras intenciones de matrimonio, pues así lo teníamos planeado, aunque hubiera alguna resistencia por parte de la pre-suegra. Entonces, sucedió lo que sospechábamos: en forma misteriosa y sin dejar huella ninguna, la niña desapareció y solamente vine a saber seis meses después en Tunja que la niña había muerto de pena moral por los lados de Paipa, adonde la había transpuesto la mamá.

Bajo el Sauzal Bambuco

Estrofa 1

Si piensas que soy ingrato, piensas muy mal;

si piensas que te he olvidado, eso jamás;

tú misma me enseñaste la cualidad

de ser, antes que todo, noble y leal.

Si piensas que te he olvidado, piensas muy mal,

teniendo tantas cosas por recordar,

desde aquel primer beso tierno y sensual

que tímidos nos dimos bajo el sauzal.

Estrofa 2

Y después, encendidos por la pasión,

perdido el equilibrio de la razón,

¿cómo olvidar podríamos lo que pasó

sobre aquel verde prado de sombra y sol?

Y de aquel cataclismo estremecedor,

repuestos los sentidos y la razón,

tatuajes indelebles dejáronme

tus ardientes caricias, plenas de amor.

Ahora que vuelvo al paso de aquel lugar

en que aprendimos juntos el don de amar,

parece que llorara el viejo sauzal

añorando aquel beso tierno y sensual.

Y yo, como los sauces, sentimental,

tendido sobre aquel breve lecho nupcial,

impaciente y frustrado porque no estás,

inconsolable lloro mi soledad (bis).

(Bogotá, marzo 2 de 1990)

Bajo El Sauzal



Humanamente

Pasillo lento

Estrofa 1

Humanamente, mujer, te estoy queriendo

con los cinco sentidos de la vida,

pues al verme en tus ojos me deslumbras

y al percibir tu aliento me fascinas.

Estrofa 2

Tu voz a mis oídos es arrullo,

es canto celestial, es oración

y al degustar el néctar de tus labios,

en tus labios se va mi corazón.

Mas al tomar tu cuerpo entre mis manos

para estrechar tu frágil escultura,

sangre y nervios se agitan en mi cuerpo

con pasión desbordante con locura.

Más allá de lo humano también te amo,

porque estás en mi ser divinizada

y en altar de fantástica hermosura

para siempre te tengo entronizada.

Humanamente

 


Resignado con mi suerte, pero bien documentado con mi libreta de reservista del Batallón Guardia Presidencial, después de golpear en muchas puertas en procura de trabajo, al fin me incorporaron a la Policía Municipal de Tunja, pero a la mitad del año cuarenta, no pudiendo resistir el intenso frío, me retiré de ese honroso cargo para pasar a otro no menos importante: la Policía Departamental en el que tuve la oportunidad de conocer una buena parte del departamento, junto con su historia y su idiosincrasia.

Historia, Raza y Paisaje Bambuco

Estrofa 1

Nada tengo de africano,

tal vez de asiático un poco,

de europeo, “pu’ ahí” un toco

y el resto de americano.

Estrofa 2

Americano del sur,

¡eso sí que quede claro!

y, para honor boyacense,

de este suelo colombiano.

¿Quién en el mundo no sabe

que, en Colombia, es Boyacá

emporio de inteligencia,

“Taller de la libertad”?

Es Boyacá una despensa

de la espiritualidad

que surte a Colombia entera

y un poquito más allá.

Soy de espíritu emigrante

en pos de triunfo y de gloria

y a donde quiera que vaya

dejo un reguero de historia.

Llevo la frente bien alta

y mi pecho ancho y erguido:

Lo mismo labro la tierra

que hago una industria o un libro.

En el amor soy sincero

y en la amistad, consecuente

y me apasionan las hembras

y los hombres bien valientes.

Historia, raza y paisaje,

cultura, clima y riqueza:

no hay en el mundo otra tierra

que encierre tanta grandeza. (bis)

(Tunja; 1977)