Loe raamatut: «Pensamientos y algunos recuerdos»
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García, Horacio
Pensamientos y algunos recuerdos / Horacio García. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
70 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-87-0948-2
1. Relatos Personales. I. Título.
CDD 808.883
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
A mi esposa Gloria, compañera de toda la vida
y la persona que más me alentó para comenzar a escribir.
Te quiero contar un secreto, algunas personas me han dicho poeta, pero no hago rimas, celebro quien tenga la capacidad y el gusto por hacerlas, no escribo poesía, apenas relatos o historias cortas, me gusta que las palabras cobren vida y que te sientas dentro de la historia, el desafío impuesto es que no te canses a los pocos renglones y que no resistas la necesidad de llegar hasta el fin de tu lectura; que el texto te atrape y necesites seguir. Quizás intentando que quedes con ganas de más, como estimulando el deseo y entregarte el placer de a poco, para que el momento perdure el mayor tiempo posible. Creer que por un segundo puedo entrar en tu mente, que puedo hacerte sentir o ver lo que describo, que juntos caminemos por un bosque, que los árboles nos rodeen con sus ramas y toquen nuestros rostros, el aroma inunde los sentidos, la paz nos transporte, donde escalemos una montaña y el vértigo nos llene de adrenalina y la vista se pierda en el horizonte, recorrer una playa, escuchando el grito de las gaviotas, el calor de la arena en nuestros pies, nuestros cuerpos, la algarabía de los niños jugando y el sonido hipnótico de las olas o simplemente charlemos o tomemos un café. También que me permitas un segundo ser romántico, donde podamos conocernos en un ambiente cálido, con baja luz y aromas que inviten a la confianza y enciendan los silencios, generando una intimidad y que las letras por un instante nos hagan cómplices, amigos o amantes, de acuerdo a lo que escriba. Gozar un texto y sentirlo en la mente, el cuerpo y el alma, que te provoque sentimientos y sensaciones, que active tu imaginación, que puedas sentirlo físicamente, que te provoque tristeza, alegría, ansiedad, que te emocione y rescate recuerdos, imágenes, sabores, historias personales de amores, amigos o familiares que ya no están. Escribir con el alma es hacerlo para llegar a tu alma, para construir un hilo invisible que nos ate, la palabra nos desnude, nos describa y hasta puede enamorarnos sin llegar a conocernos. Leer es volar con la mente y el corazón y escribir es acompañarte en el vuelo, remontar juntos los cielos, alimentar el espíritu, gritar con fuerza, que el viento nos acaricie y la libertad nos llene de placer. Un texto puede no ser poesía, pero sí tener la belleza del lenguaje, la cadencia y el ritmo que el relato impone. Hacerte sentir calor en el pecho, pequeños temblores y llorar o reír, sin que nadie te vea. No quiero rotular, pero es cierto, no escribo poesía, no escribo rimas, escribo palabras, pero si en determinado momento sentiste que llegué a vos, que nos conectamos, que estoy en tu mente, que compartimos sensaciones y sentimientos, puedo seguir contándote historias, relatos o vivencias y que este pequeño secreto que te conté valga la pena.
Esta mañana al llegar a mi oficina y ya como un ritual de todos los días, preparaba mi mate y recordé que muchos amigos de otros países, al ver mis fotos, me han preguntado qué era. Bueno, primero una explicación práctica, es una infusión, como pueden serlo el té o el café, la diferencia fundamental es que se toma con bombilla y se comparte, aclaro hoy restringido por el tema de covid-19, se utiliza un recipiente, en su interior se coloca yerba mate, una hoja molida de una planta con ese nombre, que se cultiva en el noroeste de nuestro país por su clima cálido. Existen muchas variedades de mates, en lo personal uso de madera o uno al que comúnmente se le dice Porongo, una palabra que puede sonar a risa, porque también se utiliza con doble sentido, es una calabaza seca, que se cura antes de usar, con yerba usada, o con azúcar y un carbón encendido, se los encuentra de madera, plástico, vidrio y de otros materiales, puesta la yerba y la bombilla, se le agrega agua caliente, pero con cuidado de que no se queme, algunos suelen usar azúcar, otros edulcorante, cáscara de naranja seca o yerbas aromáticas, yo lo tomo amargo, quizás de la forma más tradicional. Dicho esto, que no pasa de la preparación de una bebida, el mate es mucho más, es una cultura de muchos años, que heredamos de nuestros padres y abuelos, la ronda para tomarlo era una tradición de las familias, sin distinción de clases, desde el gaucho en los campos, sentado al fogón en madrugadas frías arriando ganado, hasta las familias de inmigrantes, que adoptaron el hábito, al bajar de los barcos, como las de alta sociedad, mi abuela conservaba uno de aquellas épocas que solían ser con pie, muy ornamentados y artísticos. Es normal verlo en las provincias y en las grandes ciudades, sin distinción de zonas o lugares. Muchos lo adoptamos de compañero, en mi caso, cuando pasaba noches de guardia en el ejército, era quien me ayudaba a estar despierto, el mate invita a la charla, porque se comparte, infaltable en rueda de amigos, en fogones, en paseos, en la playa o en la plaza. Nombrado en canciones, como usado de atractivo turístico junto al asado en excursiones a estancias. No existe horario o norma, cada quien a su manera, muchas familias se reúnen como en una ceremonia para tomarlo, su pase de mano en mano es una forma de afecto y comunicación y aclaro que no es solo argentino, en Uruguay, Paraguay y algún otro país es frecuente ver a las personas con un termo y un mate a cuestas. No quiere decir que no se tome café, té u otra bebida, muchos lo hacen, pero una gran mayoría de los habitantes tenemos esta costumbre, que dejó de ser solo una infusión, muchos lo consideramos un amigo y parte de nuestra identidad, quien me visite siempre lo encuentra en mi escritorio, el termo y el mate me identifican, quienes suelen frecuentarme usan el “paso por unos mates” como armador de charlas y generador de amistad. Quise contarlo, no solo porque me preguntaron, sino porque creo que pequeñas cosas hacen a la cultura de los pueblos, que nos atan a nuestro suelo, muchas veces he escuchado a argentinos que en el exterior lo añoran y hacen lo imposible para conseguir un paquete de yerba, es como no cortar el nexo con las raíces, no tengo duda de que pasará lo mismo en cada país con sus cosas, sus hábitos y sus costumbres. Quizás pueda parecer simple o sin sentido, pero conocer es crecer, generar intimidad y confianza y hermanarnos mucho más que lo que suelen hacer declaraciones o tratados entre países, siempre creí que los vínculos humanos son más fuertes, más cálidos y forjadores de unión.
Hoy mientras veía unas fotos del lago Frías, no pude evitar recordar la excursión que hicimos años atrás con mi mujer y un grupo de amigos, fue una experiencia más allá de lo que pueda describirse en palabras. Nos levantamos temprano en la hostería, ya nos habían explicado que era una excursión larga. Bariloche es siempre una ciudad bonita, pero es mágica en invierno, casi como extraída de un cuento de hadas, eso sí, muy fría en esa época del año, después de desayunar y calentarnos un poco cerca del hogar, que suelo buscar con placer, porque siempre ver arder los leños ha tenido un poder cautivante en mí, llegaron las camionetas de la agencia de turismo. Muy abrigados emprendimos la partida, el recorrido por una ruta a la que llaman circuito chico ya atrapa la mirada, por la vegetación, pinos, araucarias, lengas, cipreses, arrayanes y muchos árboles de los cuales no recuerdo nombres, los años hacen mella en la memoria, el hielo acumulado por todo el largo de la vera del camino y las bellas construcciones en madera de sus casas, fábricas de cerveza artesanal, casas de té, generalmente de familias alemanas que tienen una gran colectividad allí. Después de pasar por la puerta del hotel Llao Llao, quizás el más tradicional de la ciudad, arribamos a Puerto Pañuelos, lugar de salida de los catamaranes que navegan el lago Nahuel Huapi, a cuya orilla se levantó la ciudad, lugar que muchísimos años atrás vio el Perito Moreno y que era visitado solo por los aborígenes que habitaban la zona, de por sí resulta placentera la navegación. Salir del barco tiene el costo del viento helado y el placer del contacto con la naturaleza y las aves, que permanentemente vuelan alrededor de uno, después de un rato llegamos a Puerto Blest, un lugar pequeño con una vegetación boscosa de árboles añosos y húmedos, normal por la característica del clima. Ya cerca del mediodía, producto del frío y las ansias naturales que surgen siempre en vacaciones, buscamos dónde almorzar, el lugar no tenía muchas opciones, un antiguo comedor, de pisos de madera crujiente, con ese perfume tan característico de los lugares con historia, que llevamos por los años guardados como recuerdo, con viejas salamandras, unas estufas de hierro, donde crepitaban leños ardientes que sin duda entibiaban el lugar. Pocas opciones de menú, sopas y fideos con albóndigas, que sin embargo parecían manjares de reyes para combatir el frío y una copa de vino tinto para estimularse. En el lugar nos comentaron que increíblemente a varios metros de altura había otro lago y nos dieron dos opciones, un micro bastante viejo que ascendía por un sendero de única mano o una antigua escalera, bastante corroída por el tiempo, famosa por sus 700 escalones, sin duda pese al frío primó la sed de aventura y elegimos la última, ya el cielo estaba muy gris y una pequeña llovizna persistente mojaba nuestra ropa. El ascenso no fue fácil, exigía reservas físicas y algunos del grupo no éramos precisamente deportistas, llevó su tiempo, pero rodeados del aroma del bosque pudimos llegar, no podía creer que apareciera ante nuestros ojos un lago, de agua color esmeralda, según nos dijo el guía, producto de los minerales del deshielo que bajaba de las montañas. Pero en ese momento comenzó a suceder algo, como si la naturaleza, el tiempo y el espacio se detuvieran, vimos la cara del guía transformarse y al rato decirnos que seríamos testigos privilegiados de algo que pocos tienen oportunidad de ver, el nacimiento de una nevada en la montaña. Por supuesto atentos a lo que sucedía, comenzamos a ver como un milagro que la lluvia parecía descender en cámara lenta, era alucinante, ver a lo largo del lago cómo se hacía una cortina espesa, lenta y de a poco la llovizna se convertía en nieve, pequeños copos blancos, de múltiples formas que caían sobre nuestras caras, con una sensación que no sé cómo decirles en palabras, solo recuerdo que debíamos embarcar para navegar este lago y el guía no podía sacarnos del éxtasis para irnos, no quedó otro remedio cuando la bocina del catamarán comenzó a sonar sin cesar. Así fue como embarcamos y recorrimos el lago color esmeralda, ya no me importó el frío, salimos fuera para disfrutar la nevada, las aves circundantes y la belleza sublime de la cordillera de los Andes, a cuyos pies estábamos como pequeños puntitos ante tanta majestuosidad de la creación, alturas impresionantes, cascadas que bajaban por las laderas y un paisaje que se grabó en mis retinas para siempre. La vuelta fue otro disfrute, como lo fue quitarnos la ropa mojada en su totalidad y el baño de agua caliente para revivir el cuerpo. Terminaos la noche tomando algo cerca del hogar, un rato mi mujer con la guitarra y reviviendo anécdotas de lo que habíamos vivido, que quizás nunca más vuelva a ver, no sé los demás, pero yo jamás voy a olvidar ese momento. Perdón, vi las fotos, recordé y me pareció lindo compartirlo con ustedes.
Vi por televisión a un nene de 14 años, con una madurez sorprendente, hablando sobre el medioambiente y su relación con el hombre y pensaba hoy que no me gusta el mundo que hicimos, porque en cierta medida todos pertenecemos a esta generación, soy un tipo agradecido por lo que me tocó vivir, pero ojalá estos chicos puedan crear una sociedad mejor, sin tanta violencia, injusticia, donde todos puedan tener un proyecto de vida, haya menos muerte, sin violencia, en armonía con la naturaleza. Siempre me ha gustado charlar con los jóvenes, tienen la virtud de contagiarnos de su natural entusiasmo y alegría. No sé si será la edad o la experiencia acumulada, pero suele ser frecuente que me busquen para preguntarme sobre algunos temas, generalmente sobre sus carreras, política o también temas personales. Me gustan esas charlas, trato de que sean por la mañana en mi oficina, temprano y mate en mano, quizás porque disfruto aprender de ellos, siempre en una conversación todos crecen, el secreto es simple, hay que saber escuchar. Alguna vez tuve su edad, su energía y su apuro y esa sed de saber, aprender y crecer, agradezco a Dios haber tenido maestros, que me permitieron aprender dejándome equivocar, quizás la mejor manera de hacerlo. Por eso tomo esas reuniones como charlas, nunca le digo qué hacer a nadie, demasiadas lecciones de vida serían limitar la energía creativa que anida en toda persona, solo cuando hablo de mí, de un camino recorrido, trato de que puedan comprobarlo, los hechos dan sentido a las palabras, la presencia alcanza cuando uno es lo que dice, no doy consejos sobre la vida, siempre digo que no existe un manual, creo que cada uno trata de encontrar y forjar el suyo. Me gusta como comentario explicar que al elegir el mío siempre tuve presente los afectos como prioridad, los sueños y las utopías como meta, el estudio, el entusiasmo, el esfuerzo y la constancia como método, el valor de la palabra, la discreción, el respeto, el vínculo amable y la sonrisa como crecimiento personal, nunca mirar o juzgar al otro y la búsqueda en mi interior como desarrollo espiritual, en definitiva siempre tratar de ser buena persona. Creo que no es fácil, no siempre se consigue, las circunstancias nos ponen en forma permanente a prueba, pero, al menos para mí, intentarlo hasta hoy fue una linda forma de caminar por la vida. El secreto es transmitir sin imponer, enseñar con el ejemplo y no la palabra vacía, reparar el diálogo, un puente roto con la juventud hace un tiempo, comprender que sin duda hoy ellos son quienes pueden encontrar otras formas, otras costumbres, imposible analizar resultados antes de que se realicen, porque ellos tienen derecho a intentar, a equivocarse, a aprender de nuestros errores, porque son los constructores de una nueva sociedad.
Tengo una tarde tranquila y me puse a filosofar conmigo, como de costumbre escribiendo, una advertencia, vuelco a la reflexión lo que siento, digo por si alguien lee y le perturban mis palabras, o afecta a su creencia.
Dice un viejo refrán “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, será que siempre identificamos el saber con la experiencia, probablemente no pueda discutirse todo, los refranes siempre llevan mucho de verdad, pero a veces creo que se confunde la experiencia con el conocimiento y la sabiduría. No creo que sea llegar a viejo tener la verdad absoluta, creo que el conocimiento de uno mismo, el equilibrio y la armonía en nuestras vidas sin duda son maestros para llegar a la sabiduría, sin importar la edad como requisito absoluto. A lo largo de la vida tomé con pasión, quizás una característica personal, el desarrollo y crecimiento espiritual, siempre fueron un interrogante y motor de búsqueda de mis aspiraciones. Hubo un tiempo en que me dediqué a leer, y así desfilaron religiones, gurúes, chamanes, monjes, psicólogos y cuanto libro sobre el tema cayera en mis manos. A veces cuando comento, parezco un rebelde, no adecuado a lo tradicional, los dogmas, los ritos o las costumbres y, en realidad, no parezco, lo soy, sobre todo cuando la verdad se me presenta con maestros iluminados que la tienen clara, pero que después sus actos, su vida, no solo no condice con lo que enseñan, sino por el contrario son absolutamente cuestionables, por conductas, perversiones, avidez económica o egolatría propia, desde un religioso hasta un intelectual. Creo que la verdad es simple, sencilla y justo por eso difícil de hallar, parece un comentario sin sentido, pero al transitar en el camino de la búsqueda fue lo que aprendí y creo realmente. Todos los libros tienen cientos de páginas, entretenidas, tediosas, interesantes o aburridas, con parábolas, ejemplos o frases, todo depende de quién lo escribió, pero en cada uno encontramos en un lugar, quizás en pocos renglones o escondida, la verdad, y esa verdad es común a cuanta religión, creencia o práctica exista. Qué quiero decir con esto, el sermón del monte de Jesús, la enseñanza oriental, los libros sagrados como la Biblia, los 7 vedas, el Corán, suelen ser indicadores del camino y a su vez marcadores de límites al ser humano, como lo fue en la Antigüedad el código de Hamurabi, los 10 mandamientos y cuanta regla se fijara para controlar el desenfreno y la pasión del hombre, dicho sea de paso, no como cuestión de género. Bueno, se preguntarán cuál fue la verdad que descubrí, muchas veces lo sencillo parece tonto y simple y lo subestimamos y creemos que arrodillados, practicando dogmas o sacrificios, responsabilizando de lo bueno y lo malo a un padre todopoderoso, terrible o sabio, como una necesidad de no hacernos cargo o por buscar un apoyo o un bastón para nuestras falencias, nos hará sentir que tenemos todas las respuestas o nuestro camino garantizado, pues no lo creo. Jesús dijo “ama a tu prójimo como a ti mismo”, y ese concepto se repite en cada escritura o libro, quizás con distintas palabras, no le hagas al otro lo que no quieras que te hagan, mira por tu hermano, etc., etc., y he ahí donde reside la verdad, yo les pondría a todas esas definiciones que se leen un igual, todas nos dicen lo mismo. “Sé buena persona”, qué fácil, dirán algunos, no, señor, es muy difícil ser buena persona, no de acuerdo a cómo me veo en mis conceptos o en lo que creo de mí, sino respecto de mis actos, cómo soy con mi familia, con mi entorno, ciudadano, vecino, padre, abuelo, mi trato con los demás, es decir, mi vida cotidiana, mi comportamiento con el medioambiente, mi forma de reaccionar ante el agravio. Esa conducta es lo que nos define, si buscamos ser buenas personas, pero todo el tiempo, ante cada circunstancia y con todos y si podemos lograrlo, nuestra presencia irradia luz, ayuda a despertar, calma y alivia a quien nos contacta, se forja una sociedad mejor y sin duda el camino a la sabiduría habrá comenzado. Después podemos optar por lo que más nos satisfaga, en mi caso la meditación y la energía, otros quizás una religión, el servicio, la solidaridad, la lectura o el contacto con la naturaleza y en esa comunión sin duda estará garantizado el crecimiento y desarrollo espiritual. No siempre estamos preparados para recibir un concepto, son más las veces que lo rechazamos, porque no está de acuerdo a nuestro pensar o sentir, creerlo trivial o poco profundo nos incomoda o quizás nos interroga, ojalá le sirva a alguien lo humilde que escribo, cada quien tiene su camino de búsqueda, si no, perdón a quien no lo entienda, no le guste, lo rechace o le cause algún malestar, no es para nada mi intención que eso suceda, solo compartir cosas de un tipo común, simple y sencillo. Como suele decirse: “Quien quiera oír, o esté preparado para oír, que oiga”.
Esta mañana, como todos los días, hablamos y tomamos mates en la cama, un hábito de toda la vida que tenemos con mi mujer y ya que yo me despierto muy temprano, suelo prepararlo y llevarlo antes de ir a mi trabajo, es un tiempo de diálogo que compartimos. En un momento de la conversación surgió el tema de mis escritos, ella siempre me ha alentado para que lo haga, conoce mi pasión por escribir y le decía que tendría que contar nuestra historia, suelo escribir sobre muchas cosas, pero no de este tema, y me respondió “hacelo”, entonces con su aliento y su permiso, ya que es algo íntimo de los dos, y si tienen la paciencia y ganas de leerme, es un poco extenso, les cuento...
Hace muchísimos años vi pasar a una chica por la puerta de casa y me llamó la atención, pero quedó solo en eso, con el correr de los días su pasar se hizo frecuente y en una oportunidad me acerqué a ella para hablarle, un momento tenso de dos chicos, ella 15 y yo 16, intentando sacar temas para provocar una conversación, cosa que no se producía, pero no me di por vencido. Ella estudiaba corte y confección y tomaba clases de piano, rigurosamente la esperaba y ya me conocía de memoria su ensayo de “Para Elisa”, debajo de la ventana del profesor de música, hasta que de a poco fuimos acercándonos y terminó en un beso y un noviazgo. Quizás suene raro hablar de esa palabra, pero en esa época era normal, como también que me presentara a sus padres, los que impusieron vernos solamente los jueves, por la tarde y en su hogar, eso sí, con su hermano menor de pañales en el medio de los dos y que alguna vez se orinó en mis pantalones. Mis suegros, un poco por razones de crianza, por carácter o costumbres, mucho no me querían a su lado, de todas formas nos ingeniábamos de mil maneras para vernos. Ella ya cantaba y había ganado un festival, lo recuerdo porque compré mi primer traje, un príncipe de Gales gris para asistir, que me hacía ver mucho mayor. Celoso, caprichoso y de acuerdo a la edad que tenía, sentía que eso la alejaba de mí, lo que me llevó a discusiones con su padre, de resultas, no quisieron verme más, prohibieron nuestra relación, cosa que a esa altura y con mi personalidad era casi imposible. Pues bien, tomaron la resolución de que ella se fuera a vivir a otra provincia, Corrientes, a más de mil kilómetros, en la casa de sus tíos, fue un período difícil, muchos meses, por supuesto no había los medios de comunicación de hoy y nuestro único contacto eran las cartas, siempre nos reímos cuando lo recordamos, porque tomamos el compromiso de escribirnos todos los días, el cartero se hizo amigo de tanto venir a casa y la tía de mi mujer terminó siendo cómplice de los dos. Con el paso del tiempo buscamos esas cartas que eran cientos y que esperábamos ansiosos a diario. Un día, casi no recuerdo por qué, decidieron que volviera, cuando llegó y quiso ir a verme discutió con sus padres que la echaron de su casa y así con una pequeña valija llegó a mi puerta, todavía recuerdo su carita triste y también el apoyo de mis padres, que tuvieron que declarar en una comisaría para hacerse cargo de ella, teníamos ya yo 17 y ella 16 y tomé la decisión de casarme, por supuesto no podía, ella era menor. Después de recorrer varios lugares logré hablar con un juez, que me sometió a interrogatorios, me pidió certificados y constancias de que yo trabajaba y fue así como me dio la autorización. Cuando llegó el día parecíamos de comunión, yo de esmoquin y ella con su traje de novia, voy a poner la foto para que la vean, una fiesta sencilla en el garaje de casa y todos los comentarios que escuchábamos de que éramos dos niños y una aventura de escaso tiempo. Pues hoy, después de 43 años de casados, cinco hijos y seis hermosos nietos en la tierra y otros que nos ven desde el cielo, creo que puedo afirmar con mucha seguridad que se equivocaron. No fue una vida fácil, hubo períodos de necesidad económica, enfermedad de los chicos y las circunstancias que de una u otra forma suceden. Con el tiempo llegó el perdón a mis suegros, que terminaron queriéndome como a un hijo. Es cierto que quemé una etapa de mi vida, salir de noche, farra y picardías de soltero, pero la vida me premió con no ser rutinaria jamás, darme una enorme experiencia y poder disfrutar de cosas como haber sido abuelo a los 38 años, ver casarse a mis hijos y jugar con mis nietos. En definitiva, no cambiaría en mi vida ni un segundo de lo hecho, nuestras peleas, que las hubo y las habrá muchas, siempre fueron por temas triviales, hoy somos amigos y compañeros, compartimos la pasión por una vida espiritual, donde tenemos largas y profundas discusiones y aprendimos a respetar el mundo de cada uno, ella la música, el canto y yo mis aventuras políticas, mi hobby de navegar por las redes, hacer amigos de todos los países y, sin duda, seguiremos juntos por siempre. Perdón por lo extenso, pero no es fácil contar una vida en tan pocas líneas y más o menos así fue nuestra historia, espero no haberlos aburrido.