Loe raamatut: «Prácticas semióticas», lehekülg 6

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Multimodalidad y resolución sincrética

El recorrido de integración, que nos hace pasar de la materia a la sustancia y de la sustancia a la forma, es un vasto proceso de resolución de las heterogeneidades, y en particular de la heterogeneidad de los modos de expresión semióticos.

En cada nivel de pertinencia, distinguimos aquello que es propiamente pertinente, y que forma un plano de inmanencia coherente, de aquello que no es pertinente, y que forma un conjunto sustancial y residual. Solo en los niveles de pertinencia superiores esos conjuntos sustanciales accederán a un estatuto «formal». Más aún, en cada nivel de pertinencia, se integran semióticas-objetos diferentes, procedentes de los niveles inferiores, pero también, como veremos más adelante, de los niveles superiores. La heterogeneidad por resolver es también una heterogeneidad modal, la de los modos semióticos. Encontramos aquí, desde otro punto de vista, la cuestión de la coexistencia sintagmática de las semióticas-objetos.

La homogeneización de cada plano de inmanencia termina, pues, a partir de una heterogeneidad multimodal, en un sincretismo. El sincretismo no está asegurado si no se pueden hacer corresponder estructuras de contenido coherentes al conjunto de las modalidades semióticas así integradas. La resolución sincrética pasa, pues, a la vez por la construcción del recorrido generativo del plano de la expresión y por la del plano del contenido.

Para poner un ejemplo tomado de la vida cotidiana, sabemos que en razón de su relación con los soportes y con los objetos que los portan, los pictogramas, incluso los meramente informativos, pueden simplemente «predicar», es decir, enunciar algo para un usuario. Si nos atenemos a la inmanencia del pictograma, todo el resto (vestimenta, usuario, etcétera) pertenece al contexto o a las instancias «presupuestas», y no accederá jamás al análisis.

Sin embargo, a la altura de las prácticas, el soporte material del pictograma corresponde a uno de los actantes del predicado, y el pictograma, a otro actante, o a un circunstante del proceso: es el caso, por ejemplo, del pictograma que está inscrito en las etiquetas de los vestidos y que es glosado por el enunciado «Lavar a 40° máximo»: el objeto del lavado es el vestido, soporte de la etiqueta y del pictograma, y el lector, por su parte, es un operador potencial. Pero para afirmar eso es preciso cambiar de nivel y pasar de un «texto-enunciado» (el pictograma) a una «práctica» (el lavado).

La «escena predicativa» de esa práctica engloba, entonces, varios roles que pertenecen a distintos modos de expresión semióticos diferentes: el pictograma expresa a la vez el predicado (lavar) y un circunstante del proceso (40°) que se aplica de hecho a un adyuvante (calor); el objeto-soporte —el vestido— corresponde al actante objeto del proceso; el usuario-observador —que no es necesariamente el usuario del vestido— cumple el rol del actante sujeto (operador). Habría que añadir además un rol de enunciación, el «prescriptor», que permanece impersonal y solamente presupuesto, pero que se manifiesta a través de la fijación de la etiqueta (objeto-soporte de la inscripción) sobre el vestido (objeto material implicado en la práctica).

La imagen pertenece a un modo semiótico planar y gráfico; el vestido, a un modo tridimensional y corporal; el usuario pertenece al modo de las prácticas cotidianas; el prescriptor, en fin, participa del modo de las normas y de las prescripciones técnicas, institucionales o comerciales: todos pertenecen, pues, a sistemas semióticos diferentes y ya constituidos, que son en cierto modo «provistos» y articulados en conjunto en la misma práctica semiótica.

La heterogeneidad de los componentes semióticos de esa práctica se resuelve y se estabiliza en una configuración única desde el momento en que se considera que el pictograma, para «hacer» algo, y hasta simplemente para «significar», debe integrarse a una «escena predicativa» en la que cada uno de los «roles» se expresan en modos semióticos diferentes: se reconstituye entonces la enunciación de un predicado, tomado a cargo por un acto de lenguaje en el que los diferentes actantes están representados por el pictograma, el soporte, el observador y la etiqueta.

Por ese mismo hecho, la escena predicativa (salida de una experiencia práctica coherente) asegura el sincretismo entre todas esas modalidades semióticas heterogéneas, de un lado, porque esa escena está estabilizada por iconización (en el plano de la expresión), y del otro, porque se le puede asociar una estructura de contenido (acto, actantes, modalidades y circunstantes).

En suma, en cada nivel, el análisis toma en consideración la heterogeneidad de los datos de los que tiene que dar cuenta, y convierte ese conjunto heterogéneo en «conjunto significante»: así, sucesivamente, el texto, la imagen, el objeto, la escena práctica, la estrategia de conjunto, son tratados como «conjuntos significantes», de los cuales podemos proponer una descripción actancial, modal, pasional, figurativa y enunciativa, cualquiera que sea el nivel de pertinencia en el que uno se ubique.

La resolución polisensorial y la sinestesia

Una de las cuestiones más difíciles de las semióticas del mundo sensible se debe a las asociaciones polisensoriales. La única figura reconocida bajo este título es el de la «sinestesia», la cual, en su acepción etimológica (lo que es «sentido conjuntamente») no añade mayor claridad al problema planteado, y en su acepción retórica (la equivalencia entre dos modos sensoriales) reduce considerablemente el alcance de ese mismo problema.

Una de esas situaciones difíciles consiste en la evocación, dentro de una semiótica-objeto cuyo modo de expresión utiliza un canal sensorial exclusivo (por ejemplo, la visión en las semióticas «visuales»), de otro modo sensorial: por ejemplo, para las semióticas «visuales», la evocación de sensaciones táctiles o sensorio-motrices. Las contorsiones metodológicas inducidas por esa dificultad son innumerables y particularmente sofisticadas: eso sucede con el memorable fenómeno «háptico» (que nos hace, desde Aristóteles, y pasando por Husserl y por Deleuze, «tocar con los ojos»); pero se dan también efectos arquitectónicos de la imagen y de la escultura, que despiertan en el espectador impresiones sensorio-motrices vinculadas con la experiencia de la pesantez y del equilibrio. ¿Cómo convocar en el análisis de la imagen, sin artificio ni contorsión, la impresión de calor, de pesantez o de desequilibrio dinámico? Una sola solución se presenta actualmente, que es demasiado reductora, la equivalencia sinestésica.

Ahora bien, el recorrido de construcción del plano de la expresión plantea tales cuestiones porque cada plano de inmanencia puede acordar la preeminencia a un modo sensorial, y al momento de la integración en los niveles superiores, varios modos sensoriales deben ser asociados. Sabemos también que la multimodalidad misma induce composiciones polisensoriales (pensemos en el espectáculo de la ópera, por ejemplo) que, independientemente de la resolución sincrética de los modos semióticos, plantean además la cuestión de las armonías y de las desarmonías sensoriales.

La resolución de la heterogeneidad polisensorial obedece a la misma regla general que la resolución sincrética: todas las manifestaciones sensoriales que participan, en el nivel «n», de un efecto de sinestesia, obtenido a partir de un conjunto «polisensorial», sufren, en el nivel «n+1», una redistribución entre los diferentes componentes predicativos, temáticos y figurativos de ese nivel superior.

Por ejemplo, en el análisis de un plato de comida, las diferentes captaciones sensoriales (visibles, táctiles, olfativas y gustativas, y hasta auditivas), formarán asociaciones polisensoriales si uno trata el «plato» como un «texto». Tratar un «plato» como texto es proceder a una suerte de «igualamiento», de «aplanamiento» («de mise à plat»), si así se puede decir, de todas las propiedades figurativas y sensoriales de ese «plato», postulando que el plano de inmanencia pertinente no comprende más que figuras organizadas en texto, y no comprende, por ejemplo, la situación concreta de degustación. Como ese «igualamiento» de las figuras hace que aparezcan equivalencias entre órdenes sensoriales, se concluirá naturalmente en una «sinestesia»: tal propiedad visual evocará entonces, por equivalencia sinestésica, tal propiedad gustativa u olfativa.

Pero si uno eleva el análisis a un nivel superior, el de la práctica de degustación, cada uno de los modos de lo sensible encontrará su lugar en un conjunto de operaciones enlazadas en secuencia (anunciar, prometer, verificar, validar, gustar, etcétera); tal transparencia visual anuncia una textura corruscante; tal figura opaca y compacta promete un bocado consistente y opíparo, etcétera, de suerte que mantienen entonces no solamente relaciones paradigmáticas (de equivalencia o de diferencia), sino, sobre todo, sintagmáticas y predicativas. En suma, cada tipo de manifestación sensorial es susceptible de inducir en una cadena de interacciones del «hacer-sentir», manifestaciones sensoriales de un tipo diferente. Dichas interacciones sintagmáticas no pueden ser captadas más que en el interior de la «escena práctica», y no en los límites del «plato-texto».

Esas relaciones predicativas pueden recibir todas las determinaciones modales y pasionales disponibles: las promesas pueden no ser mantenidas, los anuncios pueden ser engañosos o provocadores, las verificaciones pueden ser decepcionantes o sorprendentes, y la degustación puede ser tranquilizadora o inquietante, apacible o agitada, etcétera.

El curso de la práctica propone, por consiguiente, una forma sintagmática que hace que la concurrencia y la asociación de los modos de lo sensible «signifiquen», y que, por lo mismo, sustituya a la excesivamente desgastada «sinestesia».

Heterogeneidades enunciativas y resolución polifónica

En numerosas situaciones de análisis, especialmente en aquellas que se presentan en las «aplicaciones» de la semiótica, el semiótico tiene que ver con conjuntos heterogéneos, que comprenden series de textos, de imágenes, de objetos, pero sobre todo, cuando, al mismo tiempo, se entremezclan géneros y estructuras de enunciación aparentemente irreductibles las unas a las otras: por ejemplo, en el caso de un análisis de posicionamiento de marca, uno puede ser llevado a explotar tanto copy-strategy, storyboard y campañas de afichaje, como packgings y arquitecturas interiores de espacios comerciales o públicos. Dicho de otro modo, semióticas-objetos que dependen de medias diferentes (cf. supra).

Estaríamos tentados a decir, si esta distinción tuviese aún algún sentido, que ese problema no tiene en cuenta más que la semiótica aplicada y no concierne a la semiótica «fundamental»; sin embargo, si se mira más de cerca, la semiótica fundamental podría ignorar ese tipo de problemas si se ocupase solamente de la forma del contenido, la cual, en efecto, puede ser constante en el conjunto de esos objetos tan dispares. Pero crearía un extraño reparto de tareas considerar que corresponde únicamente a la semiótica «aplicada» resolver los problemas que nacen de la heterogeneidad del plano de la expresión.

En el caso invocado, el de un análisis del posicionamiento que recae en un «corpus» tan heterogéneo, es claro que el nivel de pertinencia requerido no es siquiera el de las prácticas, porque estas son ya en sí mismas diversas y heterogéneas, sino que es necesario tomar en consideración las estrategias, es decir, ese nivel de pertinencia en el que se «ajustan» de manera significante, pertinente y coherente las prácticas entre sí. En ese caso, como la mayor parte de los elementos del «corpus» proceden de enunciaciones específicas y distintas, el «montaje» estratégico deberá componer esa diversidad enunciativa, y acomodar, al mismo tiempo que las prácticas, las diferentes «voces» que las guían, subsumidas por la «voz» de la marca. Sabemos que en el estudio de posicionamiento, la diferencia establecida con la concurrencia presupone al menos la coherencia interna, y por consiguiente, la de las diferentes enunciaciones particulares en el seno de la enunciación general de la marca.

Podríamos evocar otro caso que es aparentemente de menor complejidad, y no obstante, más difícil de resolver: frente a un «corpus» de 15 o 20 entrevistas semi-dirigidas, recogidas de una muestra de usuarios o consumidores, el semiótico se esfuerza por reconstruir el «universo semántico» de las representaciones de esa categoría de usuarios. Para ese efecto, los psicosociólogos han inventado desde tiempo atrás el «análisis de contenido» que se contenta por lo general con cruzar un grupo de temas y una distribución de roles y de puntos de vista, sin pretender, como el semiótico, la unificación del «corpus» bajo un mismo principio de pertinencia.

El análisis semiótico de tales «corpus» se proyecta transversalmente sobre el conjunto de enunciados, de estructuras narrativas, distribuye roles actanciales, extrae sistemas de valores, y procede con cada una de las entrevistas como procedemos cuando actualizamos la significación de un pictograma o de una indicación señalética: cada contribución particular proporciona constituyentes para un conjunto significante de nivel superior, cuyo estatuto no siempre está claramente precisado.

La expresión generalmente adoptada a este respecto, «universo de representación de una clase de usuarios», dice sin embargo, explícitamente, que cada entrevista nos da acceso a un conjunto englobante de nivel superior, unificado por una misma práctica (es decir, por el uso común del conjunto de los usuarios en cuestión, y que permite constituirlos en «clase de usuarios»). Ese conjunto de nivel superior es, pues, en ese caso, una «escena práctica» homogénea. Dicho nivel superior puede incluso ser a veces una «forma de vida», cuando la clase de usuarios es suficientemente amplia, por ejemplo si coincide con un «socio-estilo». Se ve bien entonces cómo se define ese conjunto de nivel superior: es una construcción del análisis (una «semiótica construida»), que, reduciendo la heterogeneidad de las enunciaciones y de los textos propuestos, extrae los constituyentes y la sintaxis de una práctica significante.

Eso, sin embargo, no resuelve la heterogeneidad de las enunciaciones: ¿cómo tantos actantes de enunciación diferentes pueden comunicar en una misma «representación compartida»? Una de dos: o bien esa representación compartida no es más que una construcción social, un simulacro eventualmente inscrito en los cuerpos, como el habitus, o bien es una configuración semiótica, práctica, estratégica o forma de vida. En el primer caso, no tiene nada que decir; en el segundo caso, la semiótica debe estatuir sobre la enunciación de tal «representación compartida».

La semiótica textual ha encontrado ya esta cuestión, y aparentemente la ha resuelto con la noción de «polifonía»: la multitud postulada de las «voces» que se expresan en un texto es distribuida en una jerarquía de planos de enunciación. Pero esa solución es también reductora porque escamotea toda la complejidad de los «diálogos» potenciales entre enunciaciones reduciéndolos a equivalencias y a relaciones entre niveles. Para restituir toda la complejidad de esas voces múltiples, por cacofónica que sea, es necesario suponer un espacio de enunciación impersonal y colectivo, en cuyo seno salen a luz estrategias de ajuste, de conflicto y de colusión, y dan forma, en el nivel superior, a una «representación compartida».

De hecho, lo sabemos por experiencia, en el universo semiótico de una clase de usuarios, la modelización extrae posiciones y sistemas de valores, una «cartografía» donde cada enunciación particular puede ser asignada a una posición tipo, y el conjunto de posiciones tipos forman un sistema modelizable. Cualquiera que sea el modelo utilizado, estructura elemental o secuencia narrativa canónica, entre otros, cada discurso particular explota uno de los términos [de la estructura elemental], una de las etapas [de la secuencia narrativa], más que las otras. La modelización transforma en cierto modo la cacofonía en distribución de roles interactivos, y las posiciones interdefinidas son ocupadas por actantes que las defienden contra las otras posiciones posibles. Y por consiguiente, la multiplicidad de «voces», observable en el nivel «n», no es reducida en el nivel «n+1», sino redistribuida en el interior de un juego de roles, de una estructura actancial, modal y axiológica, que se sitúa, por lo menos, en el nivel de las estrategias.

La multiplicidad de las «voces enunciativas» sufre, pues, la misma suerte que la polisensorialidad y que la multimodalidad: la heterogeneidad es resuelta (y no reducida) por redistribución en el interior de un plano de inmanencia que reconfigura la diversidad en distribución coherente.

En suma, la jerarquización de los niveles de pertinencia permite oponer dos modos de análisis:

1/ La «aplanación» [«mise à plat»] descriptiva en el nivel «n»:

Las estructuras formales y su entorno sustancial están situadas en el mismo nivel, unas conservadas como pertinentes y las otras declaradas «no pertinentes», o, en el caso de las teorías y de los métodos de frontera «porosa», se invocan en el análisis a título de «contexto», de «instancias presupuestas» o de «experiencia subyacente».

2/ La «puesta en relieve» analítica en el nivel «n+1»:

Las estructuras formales del nivel «n» encuentran un lugar y un rol en el interior de estructuras englobantes que asignan así un rol y un lugar a lo que era considerado, en el nivel «n» como sustancial, material o contextual.

Esa distribución (aplanación / en relieve) [à plat / en relief], aunque metafórica, expresa, sin embargo, el hecho de que en cada paso al nivel superior, se añade una dimensión al plano de la expresión, y de que el añadido de esa dimensión suplementaria consagra la discontinuidad del análisis de un nivel a otro:

(i) por ejemplo, del signo al texto-enunciado, se añade la dimensión «tabular» y la toma en consideración de la superficie (o del volumen) de inscripción, y/o la dimensión temporal de la expresión: esa superficie, ese volumen, o esa sustancia temporal de inscripción son dotadas de reglas sintácticas por la disposición de las figuras (una suerte de «malla» virtual);

(ii) o también, del texto-enunciado al objeto (especialmente al objeto-soporte), se añade la dimensión del espesor (por tanto del volumen) y de la complejidad morfológica del objeto mismo (envoltura / estructura material); esa nueva dimensión (el «espesor» y la complejidad de los materiales) implica principalmente, desde un punto de vista semiótico, propiedades de resistencia al uso y al tiempo, y más generalmente, la «corporeidad» de las figuras semióticas;

(iii) a continuación, del texto-enunciado y del objeto a la práctica, se añade la dimensión de las propiedades deícticas (espacio tridimensional y temporalidad referidos a un cuerpo centro de referencia) propios de una escena, así como otras propiedades temporales (el «aspecto» y el «ritmo» de la práctica, principalmente), etcétera. En ese caso, estructuras espaciales y temporales independientes del texto y del objeto acogen, localizan y modalizan las interacciones de los que participan en la práctica: se puede hablar entonces con todo derecho de la dimensión «topo-cronológica» de la escena predicativa;

(iv) esa progresiva autonomización de las propiedades espacio-temporales con relación a las figuras pertinentes (actores, objetos, etcétera) desemboca en las estrategias, en el sentido en que, en ese caso, los regímenes temporales y los dispositivos espaciales igualmente «abstractos», así como las formas de complejidad irreductibles (encabalgamientos e intersecciones) determinan los tipos de acomodación entre prácticas;

(v) en fin, para desembocar en el nivel de las formas de vida, hay que acceder primero a la dimensión estilístico-axiológica de las semióticas-objetos, una dimensión en cierto modo teleológica, que desborda los objetivos de las prácticas y de las estrategias para inscribir los valores en una instancia irreductible a todas las precedentes: el Otro, ya sea que participe de una alteridad estética, o de aquella de la cual la ética nos hace responsables (cf. infra).

De esa manera, el recorrido de integración de los diferentes niveles de pertinencia toma el aire de un «recorrido generativo de la expresión», en el que, partiendo de una situación de amalgama, que constituye un «fondo» sustancial del que únicamente se destacan «figurassignos» elementales, vemos cómo se van formando progresivamente nuevas dimensiones pertinentes que, al acumularse, definen niveles autónomos que exigen análisis específicos:

(i) la dimensión tabular-plástica de los textos;

(ii) la dimensión corporal de los objetos;

(iii) la dimensión topo-deíctica de las escenas;

(iv) los regímenes de acomodación espacio-temporales y aspectuales de las estrategias; y

(v) la alteridad ética o estética (globalmente: teleológica) de las formas de vida.

Gracias a la acumulación de esas dimensiones, podemos hablar de «recorrido generativo de la expresión» en el mismo sentido en que hablamos del recorrido generativo de los contenidos de significación, caracterizado por la «progresiva coagulación del sentido». Y es también esa acumulación progresiva la que garantiza a la vez la hétero-morfía entre los niveles, y la que hace del análisis un proceso discontinuo.