Cuatro preguntas de razon abierta

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Cuatro preguntas de razon abierta
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José Ángel Agejas Esteban

Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, Diploma en Estudios Avanzados en Ciencias de la Información, máster en Ética Social. Profesor titular de Ética en la facultad de Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria. Director de la revista interdisciplinar de Filosofía y Humanidades, Relectiones. Es miembro del Consejo de Redacción de la revista Comunicación y Hombre, y asesor editorial de la revista Misión.

María Lacalle Noriega

Licenciada en Derecho por la Universidad Pontificia de Comillas. Obtuvo el grado de doctor en Derecho en la misma Universidad en 1995 y la licenciatura en Ciencias Religiosas en 2003. Es profesora titular de Filosofía del Derecho, directora del Centro de Estudios para la Familia y Vicerrectora de Profesorado y Ordenación Académica de la Universidad Francisco de Vitoria. Miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

Francisco Javier Rubio Hípola

Máster y doctor en Filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, máster en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria. Profesor en la UFV en los grados de Medicina, de Humanidades y de FPE y en el máster de Humanidades. Investigador en los grupos de investigación “GEI Imaginación y mundos posibles” y “GEI Esse, videre, amare: estudios sobre tradición agustiniana”. Miembro de la Sociedad Española de Filosofía Medieval (SOFIME) y miembro del consejo académico del Instituto Razón Abierta.

Francisco Javier Aranguren Echevarría

Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Ha publicado catorce libros, centrados en Antropología Filosófica y en Identidad de la universidad. Actualmente es profesor en la UFV. Fundador de Karibu Sana, proyecto educativo en Kenia para niños de la calle.

RESUMEN / TEXTO DE CONTRA

El valor añadido de la universidad respecto a otras instituciones humanas es que se dedica al estudio y la reflexión. Estas dos tareas las realiza no solo en los campos científicos, sociales o humanísticos a los que se dedican las distintas facultades, sino también cuando piensa sobre sí misma. La universidad no es una expendedora de títulos que habilitan para conseguir un empleo. Tampoco es un centro de investigación básica que, por una serie de circunstancias históricas, se ve en la necesidad de ofrecer docencia. No es ni siquiera el espacio donde reunir a jóvenes que, a la espera de entrar en el mundo laboral, se preparan para su vida adulta y entrenan sus capacidades de socialización. Es todo eso, pero también mucho más. En una sociedad tan pragmática como la nuestra, la universidad debería presentarse como una línea de defensa —tal vez la última— frente a la barbarie, como el lugar que inventó la cultura occidental —en concreto, el cristianismo— para que, al menos unos cuantos, aprendieran a pensar con rigor y a interesarse por aquellos asuntos en los que los seres humanos muestran su vocación y apertura a la excelencia.

Cumplidos sus primeros veinticinco años de historia, la Universidad Francisco de Vitoria quiere invitar precisamente a la reflexión acerca de sí misma. Se pregunta en primer lugar qué significa ser universidad. Seguidamente, las consecuencias que debería tener el hecho de que se entienda a sí misma, desde su fundación, como una universidad de inspiración católica. Por último, cómo debería afectarle el hecho de ser universidad de inspiración católica precisamente ahora, en su campus de Pozuelo (Madrid, España), en los inicios de la tercera década del siglo xxi.

Para facilitar esta reflexión, la UFV se sirve del término razón abierta, acuñado por Benedicto XVI, pues parte de la conciencia de que la razón y la fe, la capacidad humana de investigar y la imagen cristiana del hombre, no pueden ser antitéticas, sino que son capaces de influirse la una a la otra en un círculo virtuoso de mejora recíproca. En este breve libro se exponen las líneas maestras de cuatro preguntas (antropológica, ética, epistemológica y de sentido) que pueden inspirar a los profesores universitarios a realizar tanto su docencia como su investigación desde unos presupuestos de razón abierta, es decir, reconociendo los límites de cada campo particular de estudio y descubriendo la posibilidad de que todo el saber humano aspire a alcanzar una síntesis unificadora.

Cuatro preguntas de razón abierta

Instituto Razón Abierta, UFV, junio de 2020

INSTITUTO RAZÓN ABIERTA

UFV, JUNIO DE 2020

Cuatro preguntas de razón abierta

Edición dirigida por

Javier Aranguren


Cuatro preguntas de razón abierta

Instituto Razón Abierta, UFV, junio de 2020

Colección Razón Abierta serie Estudios

Director

Leopoldo José López Prieto (Universidad Francisco de Vitoria)

Comité Científico Asesor

Daniel Sada (Universidad Francisco de Vitoria)

Federico Lombardi S. J. (Fundación Joseph Ratzinger)

Stefano Zamagni (Fundación Joseph Ratzinger)

Paolo Benanti (Pontificia Universidad Gregoriana)

Andrew Briggs (Universidad de Oxford)

Rafael Vicuña (Pontificia Universidad Católica de Chile)

Javier Prades (Universidad San Dámaso)

© 2020 Javier Aranguren de la edición

© 2020 Los autores de sus textos

© 2020 Editorial UFV

Universidad Francisco de Vitoria

Crta. Pozuelo-Majadahonda, km 1,800

28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)

editorial@ufv.es

www.editorialufv.es

Primera edición: Junio de 2020

ISBN edición impresa: 978-84-17641-90-0

ISBN edición digital: 978-84-17641-91-7

ISBN edición ebook: 978-84-18360-36-7

Depósito legal: M-15352-2020

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Impreso en España - Printed in Spain

ÍNDICE

Entre la especialización y la síntesis. Reflexiones sobre la idea de razón abierta

Daniel Sada y Javier Aranguren

1. La pregunta antropológica

Javier Aranguren

2. La pregunta epistemológica

Fco. Javier Rubio Hípola

3. La pregunta ética

José Ángel Agejas

4. La pregunta por el sentido

María Lacalle

Bibliografía

ENTRE LA ESPECIALIZACIÓN Y LA SÍNTESIS. REFLEXIONES SOBRE LA IDEA DE RAZÓN ABIERTA

Daniel Sada y Javier Aranguren

Para entender cualquier tema es bueno conocer su contexto. Si encima se trata de un asunto que viene acompañado de expresiones técnicas que pretenden acuñar conceptos muy particulares, el contexto necesariamente nos proporcionará mucha luz.

Este breve libro trata sobre el concepto de razón abierta y sobre las cuatro preguntas (antropológica, epistemológica, ética y de sentido) que hemos propuesto en la Universidad Francisco de Vitoria. Para entender el porqué de esta temática es preciso atender al contexto, la historia, el camino y el método que nos ha llevado hasta ellas.

La Universidad Francisco de Vitoria ha cumplido sus primeros 25 años. ¿Qué nos ha traído hasta aquí? En buena medida, la necesidad de cuestionarnos lo que hacemos y lo que queremos hacer, lo que somos. En estos años tan intensos nos hemos esforzado por aclarar cómo vemos nuestra misión, nuestra tarea. Si no nos planteáramos cuál es nuestro fin, sería como navegar sin rumbo: por lo menos, una pérdida de tiempo, y probablemente el mejor camino para acabar perdidos o naufragar.

 

Desde sus inicios, esta universidad se quiso preguntar qué significa ser universidad. Luego, qué significa (qué consecuencias debería tener) ser una universidad de inspiración católica, pues esta característica está en la esencia del proyecto UFV. Por último, en concreto, qué significa para esta universidad que sea católica (en lo que no tiene por qué coincidir con otros centros educativos superiores que responden a la misma inspiración). Nos parecía que Dios nos había puesto entre manos un regalo con el que podríamos influir no solo en nuestros alumnos, sino también en el desarrollo de los saberes y la cultura en la sociedad. Para ello, era necesario que nos planteáramos a fondo cómo aprovechar ese don de forma que, en ningún sentido, desvirtuara nuestra razón de ser. Y esta razón de ser, como se acaba de indicar, tiene diversas facetas que deben ir unidas: universidad, inspiración católica, nosotros aquí, en la UFV.

Si cada una de ellas fuera por su cuenta, habríamos fracasado en el intento de generar una entidad viva, con alma. Tendríamos entre las manos un artefacto en el que cada parte se uniría a las otras de forma meramente accidental, casual, cuando no cada parte viera en las otras dos obstáculos o antagonistas. Kerr, antiguo rector de la Universidad de Berkeley en la década de 1960, decía que la universidad es un conjunto de facultades y departamentos totalmente independientes unidos por un sistema de calefacción central o por los mismos problemas de aparcamiento. Para referirse a esta idea, acuñó el término multiversidad. Tal concepto refleja perfectamente la idea de «unidad accidental», el auge de la especialización y el predominio de los productos externos a la universidad para los que preocuparían más los acuerdos con empresas, la obtención de patentes o los resultados empresariales que la educación integral de los alumnos. Frente a la idea de multiversidad aparece la unidad de corazón, misión o propósito, característica de las comunidades humanas fuertemente constituidas.

La reflexión que hicimos en la UFV se apoya, además de en nuestra experiencia, en autores tan relevantes como Newman, en las reflexiones de algunos papas (especialmente Benedicto XVI) y en textos pontificios (como la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, promulgada por san Juan Pablo II en 1990). Los libros sobre la misión de la universidad se multiplican en nuestros días, y la sensación de crisis o desaliento está muy extendida. Nos parece, por tanto, que, desde la UFV, tenemos mucho que aportar tanto por nuestra condición de universidad como por nuestra inspiración católica, y porque estemos aquí (Madrid) y ahora (siglo xxi) en nuestro campus de Pozuelo.

¿Qué caracteriza estas tres condiciones de la UFV? La inspiración católica de la universidad no se limita a que haya crucifijos en las aulas, a que tengamos una capilla o a que queramos construir pronto una más grande y de mayor valor arquitectónico y artístico. No se limita tampoco a la presencia de un departamento de pastoral, al que pueden acudir profesores, PAS y alumnos en busca de orientación o de sacramentos, y que desarrolla una magnífica labor. No lo es ni siquiera porque en nuestro currículo haya un porcentaje de asignaturas humanísticas que incluyen la Teología, tal y como ocurre en tantas universidades anglosajonas o alemanas. Son aspectos importantes que logran preciosos frutos, pero que todavía no tocan el núcleo.

¿Cuál es entonces el reto que afrontamos conscientemente desde la UFV y que creemos que identifica nuestra idea de universidad, nuestra misión hoy? La conciencia de que la razón y la fe no son contradictorias, sino que se complementan. La convicción de que la imagen cristiana del hombre y del trabajo puede influir en el enfoque científico de lo que hacemos, a la vez que las ciencias (empíricas y sociales) influirán en el modo y la hondura en que comprendamos la fe.

Una universidad será católica si usa católicamente la razón, si en sus aulas y campos de desarrollo del conocimiento se produce lo que Benedicto XVI ha enfatizado con la expresión «razón abierta». Es decir, no si realiza subterfugios por los que la razón evitaría el esfuerzo intelectual que exigen la investigación y la docencia, cambiando perezosamente esa búsqueda por el fideísmo o el dogma cuando la razón misma cuenta con las herramientas necesarias para conocer. Tampoco si mezcla sin justificación metodologías o instrumentaliza saberes para lograr ciertos fines externos a esos saberes. Eso es adoctrinar, y una universidad se dedica a la formación y al conocimiento, a la conversación culta, a la búsqueda en común.

La razón abierta invita al universitario a atreverse a ser consecuente con sus posibilidades, a reconocer los límites de su metodología o de su campo de estudio y a señalar (cuando sea necesario) que la realidad y la respuesta última sobre el ser de las cosas puede ir más allá de lo que ese campo del saber tiene la capacidad de alcanzar con sus propias herramientas. La razón abierta no renuncia a la metodología científica dominante, pero tampoco se pliega a las limitaciones en el modelo antropológico, epistemológico, ético o de sentido que, con frecuencia, se han impuesto al reducir lo real a lo que puede ser medido y contrastado. La razón científica tiene que aprender a convivir con la razón estética, con el ejercicio de la prudencia, con la experiencia que aporta la historia, con la sensibilidad social y —de un modo muy especial— con el amor a la sabiduría. Tiene que aprender a reconocer que «solo quien piensa lo más profundo ama lo más vivo» (Hölderlin).

La multiversidad de Kerr está unida por el circuito de calefacción, los problemas de aparcamiento o la entidad jurídica que paga las nóminas. La idea de universidad de la UFV aspira a algo más. En concreto, a lograr una síntesis entre la búsqueda de la unidad del saber y el impulso por la especialización. Este segundo aspecto, la especialización, ha sido la característica más habitual de la vida académica desde el nacimiento de las ciencias positivas: cada investigador, cada docente, ha ido centrando el foco de su campo de conocimiento hasta que, con llamativa frecuencia, se ha perdido la visión de la totalidad o, sencillamente, se ha renunciado a ella.

Y esa renuncia puede experimentarse como desesperanza ante la limitación de la razón humana (naturalismo, cientificismo, constructivismo en las ciencias sociales) o como una dualidad de vida en la que el campo de la razón se convierte en antagónico o enemigo de las posibilidades que abre la fe o la vida. Parece como si se nos exigiera colgar la fe (y la imagen del hombre, la reflexión sobre el conocimiento, la dimensión ética del trabajo) en el perchero del laboratorio o de la biblioteca, como si fuera una intrusa o una extraña en el mundo del conocimiento racional.

La síntesis entre unidad y especialización pretendería aunar estos dos impulsos y plantear a toda la comunidad universitaria (principalmente a profesores, investigadores y PAS, esto es, a lo permanente en un centro de educación superior) la posibilidad de pensar y practicar las ciencias (la investigación y la docencia) desde una razón abierta. Esta permitiría que las ciencias atisbasen y aceptasen las preguntas que, por sus propios presupuestos metodológicos, no alcanzan a resolver y presentaría a investigadores, profesores y alumnos herramientas para entenderlas y darles respuesta.

Un ejemplo: un físico teórico debe ser profundamente competente en su materia de trabajo, pero no puede dejar de lado la pregunta antropológica o ética en la medida en que sus acciones pueden tener consecuencias sobre la humanidad o sobre el planeta. Aunque la física que aplique el diseñador de un TAC o un PET sea en muchos puntos similar a la que aplicaron los diseñadores de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, los primeros, con su ciencia, previenen y curan enfermedades, mientras que los segundos cometieron genocidios. Y la diferencia, aunque en cierto sentido sea extracientífica, es determinante de cara a la conciencia del investigador y al significado de su tarea científica.

Otro ejemplo: se puede trabajar en el campo de la empresa con un modelo antropológico que reduce al ser humano a la condición de productor, asalariado, consumidor o competencia. Ahora bien, ¿cabría otro modelo antropológico con espacio para la solidaridad, la sobriedad, las aficiones de calidad, etc., que también sirviera como motor a la economía? ¿Tiene sentido explicar una economía reductivamente materialista como única opción científica al mismo tiempo que en otras esferas del conocimiento se supone que el ser humano tiene una dimensión trascendente? ¿No debería ser tarea de los investigadores en empresa y en economía averiguar si la preponderancia de la avaricia estuvo intrínsecamente relacionada con la crisis económica de 2008?

Otro ejemplo más: el médico trata la enfermedad, pero también trata a los enfermos. A veces (y al final siempre), la enfermedad supera la capacidad de acción del doctor: la muerte es un acontecimiento que acaba llegando a todas las personas. ¿Puede desarrollarse un estudio de la medicina sin atender a fondo al problema de la muerte o al del sufrimiento? Parece evidente que definir la muerte como un EEG plano o el dolor como reacción refleja a los sensores del tacto o a la activación de determinadas zonas corticales sería una explicación muy limitada.

Empezamos a proponer este planteamiento en Ávila, en el I Congreso Internacional de Universidades Católicas que tuvo lugar a causa de la Jornada Mundial de la Juventud en agosto de 2011. Desde ese momento, y tras quedar reflejado nuestro planteamiento en las conclusiones de ese congreso, iniciamos un camino de búsqueda de universidades y universitarios que compartieran esa sensibilidad con nosotros, ya fueran centros católicos o no. Para fomentar ese diálogo, en colaboración con la Fundación Ratzinger, convocamos los Premios Razón Abierta con la intención de que fueran como una señal de humo, un faro que pudiera ser visto desde lejos por cualquiera embarcado en este empeño de superar la visión fragmentada del pensar, de cualquiera que mantenga encendido el interés por lograr en sus materias la síntesis entre especialización y unidad.

Y es que los esfuerzos individuales tienen poco eco. Pretendemos facilitar el encuentro, formar comunidades de personas que quieran volver a pensar su campo de saber a la luz del modelo de persona que quisiéramos que fueran nuestros alumnos: algo más que expertos sin corazón, algo más que esos «hombres rellenos de paja» de los que habló T. S. Eliot, porque les hemos formado en una serie de hábitos intelectuales, sociales, éticos y de interés ante los demás y ante las cosas, que serán como la «marca de agua» de su paso por la UFV y de que la UFV ha pasado por ellos.

De ese modo, los que formamos la UFV serviremos a la institución universitaria al mismo tiempo en que estaremos sirviendo a la evangelización del mundo de la cultura y de la educación superior, pues estas dos tareas solo podrán realizarse si van siempre de la mano: competencia y visión unitaria, misión.

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