Las zonas oscuras de la democracia

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CAPÍTULO I

La democracia en los tiempos

DEMOCRACIA, ¿QUÉ DEMOCRACIA?

El artículo 1° de la Constitución Nacional, nos estipula que “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según lo establece la presente Constitución”.

Sancionada en 1853, los constituyentes tenían claramente presente que el nuestro era un país que debía seguir a las tendencias del mundo moderno, la adopción de un sistema de democracia representativa, que hiciera descansar la soberanía en el pueblo en su conjunto, y su ejercicio en los representantes que el mismo eligiera periódicamente.

Un lugar común de nuestras apreciaciones de café fue aquello que “la democracia es el sistema menos malo para vivir”, haciendo referencia a que no existe el modelo ideal de convivencia y que, comparativamente, los otros tienen más defectos que ella.

Obviamente que la apreciación, como todas aquellas que surgen del saber cotidiano de las experiencias, siempre tiene un núcleo de verdad.

La democracia en trazos gruesos define el dispositivo hasta hoy más justo para organizar la convivencia entre los seres humanos. Pero son los trazos finos los que nos suministrarán la armonía que queremos para nuestras relaciones civilizadas.

Desde que el mundo es mundo, desde los albores de la civilización, los hombres pusieron de manifiesto su instinto gregario, esa natural inclinación a juntarse con otros seres humanos, compartir un espacio común, relacionarse, ayudarse, complementarse, buscar la manera de calmar las necesidades básicas de comida, vestido, refugio, defensa.

La convivencia, sin dudas, desde sus inicios trajo aparejada problemas adicionales de relacionamiento, distribución de tareas, organización social, administración de la cosa común, normas básicas de coexistencia.

Es allí que, desde el primer momento de gregarismo de la vida, se hizo presente la necesidad de darse reglas para la interacción humana y, a su vez, determinar las formas de zanjar las diferencias en la aplicación de las mismas. Solucionar los conflictos en el marco de la organización, constituye el primer atisbo de civilización.

Cada hombre y cada mujer ya no eran uno mismo y su entorno natural, sino uno mismo y su semejante, obligados a salir de su aislamiento y a vivir en un mismo medio, a verse todos los días, a compartir alimentos, a procurarse el techo, a proveer a la defensa común. Ya no es la mera voluntad unipersonal la que se impone siempre, paulatinamente comenzamos a entregar parte de nuestro libre albedrío en beneficio del conjunto, con la conciencia que es la mejor manera para alcanzar los propios objetivos.

Sin embargo, el hombre no sólo es gregario, sino fundamentalmente social. Precisamente la condición gregaria de muchos animales tiene al hombre en la escala superior en función de sus condiciones de sociabilidad. Y esta condición, está dada por la posibilidad de la comunicación, de la palabra.

La indigencia humana no es lo único que empuja al hombre hacia los demás, sino su necesidad de comunicación, su capacidad para poner en conocimiento del “otro” aquello que considera relevante para la vida, incluso más allá de la mera conveniencia y necesidad personal. La palabra constituye el nexo entre los seres humanos. “El hombre es un ser comunicativo en el sentido estricto del término: busca poner en común incluso su misma vida a través de la amistad, entendida como reconocimiento mutuo, conocimiento de la recíproca benevolencia”1

Para Aristóteles “la razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal político es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales el tener él sólo el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, etc., y es la comunión de estas cosas lo que constituye la casa y la ciudad”2

La historia del mundo es la historia de los seres humanos en interacción, que comienza con las formas más básicas de relacionamiento y que, con el correr del tiempo, se van complejizando y requiriendo de normas más avanzadas de regulación de las conductas comunitarias.

La idea del “contrato social” es la que mayor desarrollo tuvo desde Thomas Hobbes, con su tratado “Leviatán” (1651), en adelante. Partiendo de lo que llamó el “estado de naturaleza” en el que hipotéticamente se encuentra el hombre, en el que actúa sólo preocupado por su propio placer y necesidades, sin contacto ni cooperación con otros hombres, “por artificio se crea ese gran leviatán, llamado comunidad o Estado, que no es más que un hombre artificial…y en el que la soberanía es un alma artificial”.

Las personas restringen voluntariamente sus libertades a condición de que todos lo hagan, según Hobbes conceden su poder a otro hombre, o a una asamblea de hombres, convirtiendo la pluralidad de voces en una sola voz. Es una sumisión al “leviatán”, que es la autoridad absoluta del Estado.

El otro gran filósofo político inglés, John Locke, desarrolla la teoría en el mismo sentido, señalando que la soberanía se cede al Estado por convención humana, no por dispensa divina. Es menos desoladora su concepción del estado de naturaleza de Hobbes, quién concibe un poder del Estado ilimitado. Locke dice que la gente acepta ceder su poder al soberano a condición de que lo use para el bien común, y se reserva el derecho de anular la cesión. El derrocamiento forzoso es un remedio legítimo.

Jean Jacques Rousseau, el teórico de la Revolución Francesa, concibe al hombre bondadoso por naturaleza y es corrompido por las convenciones sociales, “el hombre nace libre, y por todas partes va encadenado. Uno se cree el señor de los demás, y aun así sigue siendo más esclavo que ellos”.

Ya en el siglo XX, John Rawls, en su “Teoría de la Justicia”, continúa con el desarrollo del contrato social como fundamento del Estado, introduciendo el concepto del “velo de ignorancia” como situación hipotética en que se encontrarían los individuos antes de socializarse, lo que asegura la imposibilidad de sacar ventaja de unos sobre otros.

De tal manera, la evolución de los tiempos va marcando la permanente tensión entre el egoísmo natural de las conductas individuales y la aceptación de los límites que establece la relación con otros seres humanos, que tienen las mismas necesidades, objetivos parecidos y derechos similares.

La libertad como valor absoluto de la vida humana, parece tener una traducción social en aquello que “mis derechos terminan dónde comienzan los del vecino”. La libertad, de tal modo, se presenta como un compromiso entre individuos que viven juntos en una sociedad.

El gran filósofo político Isaiah Berlin, al efectuar una distinción clave entre libertad negativa y libertad positiva, respaldaba el principio del “daño” como límite. “Lo que significa la libertad –escribió el dramaturgo Tom Stoppard en 2002- es que se me permita cantar en mi baño tan alto como para no interferir con la libertad de mi vecino para cantar una melodía diferente en el suyo”3

John Locke, que ha inspirado a los Padres Fundadores de los Estado Unidos, ha dicho que garantizar la libertad es justificación última de la constitución de un Estado: “El fin de la ley no es abolir o constreñir sino preservar y aumentar la libertad”.

Cierto es que la libertad como valor individual tiene sentido en la medida que corra peligro de ser amenazada, limitada, restringida, no por los factores naturales sino por el arbitrio de otros semejantes. Es decir que su consumación o restricción resulta en tanto su práctica pretenda desenvolverse en el marco social.

Al vivir en comunidad, entregamos parte de nuestra libertad, para que sea administrada por terceros, la sociedad organizada, el Estado, nuestros representantes. Ese desprendimiento del “yo” individual para alcanzar el “yo” social, supone que la porción de libertad que entrego, que no es otra cosa que entregar parte de mi propio poder, se convierte en “poder” que nace, y que es externo al propio individuo.

Carlos Marx sostenía que la libertad como poder, no es una cosa o la cualidad de un objeto en sí que se conquista, posee o mantiene, tampoco es la cualidad o capacidad de un sujeto en sí, ya que éste sólo dispone de ella en virtud de un conjunto de condiciones o circunstancias que hacen posible su poder. Sólo existe en relación con lo que está fuera de él: circunstancias históricas, condiciones sociales, determinadas estructuras, entre otras.

El poder es una peculiar relación entre los hombres (individuos, grupos, clases sociales o naciones) en la que los términos de ella ocupan una posición desigual o asimétrica. Son, según Marx, relaciones en las que unos dominan, subordinan, y otros son dominados, subordinados. El poder de unos es el no poder de otros.

La relación entre libertad y poder aparece como una ecuación matemática de suma cero. Cierto que la tensión es histórica y marca la disputa por un campo común, en el que los avances y retrocesos se configuran a costa de cada uno. John Stuart Mill (1806-1873) creía que “la lucha entre Libertad y Autoridad es el rasgo más destacable de las etapas de la historia”4.

 

La porción de libertad que no tengo es el poder que entrego, el poder entregado es poder tercerizado en relación al propio individuo. De tal modo, el poder que el ser humano individual entrega al “ser social”, se convierte en un nuevo objeto, con vida autonómica. Si bien es “mi” porción de libertad la que contribuye a formarlo, la libertad que se constituye con las porciones que cada hombre entrega, adquiere una entidad externa (la sociedad, los representantes, las elites gobernantes) que tiene su propia lógica y adquiere sus propias reglas, que terminan mandando sobre mi propia libertad.

Siendo el precio de la vida en sociedad el pago en monedas de libertad individual, el bien que adquiere el individuo es el paraguas social, que a cambio le da protección, justicia, defensa.

Pero el poder externo así formado, no resulta una abstracción ni una entidad incorpórea, muy por el contrario, se materializa en poder instrumental para imponer conductas a los individuos de una comunidad que aceptaron entregar parte de su libertad para pertenecer a la misma.

El poder social o estatal, tiene como característica fundamental su invencibilidad, es decir la cualidad de vencer a través de los instrumentos que lo factibilicen, de los cuales el uso de la fuerza que confiere la ley es elemento fundamental.

Son seres humanos los que manejan el poder común, los que a través del tiempo y los sistemas políticos tienen una legitimación variada, desde el mandato divino hasta la delegación conferida por sus pares.

La democracia es uno de los sistemas artificiosos que el propio ser humano creó para poder vivir en comunidad. Y, aún desde la época griega de su ejercicio directo por parte de los ciudadanos, hasta nuestros tiempos, la democracia siempre tuvo intermediarios, ejecutores, mandatarios, delegados, representantes, que de manera diversa se constituyeron en un grupo pequeño de personas que, en nombre del resto, titularizaron el poder, lo utilizaron en beneficio común a veces, lo malversaron en otras, pero en definitiva fueron constituyendo un grupo privilegiado que construyó sus propios intereses, distintos en muchas oportunidades a los del conjunto representado.

Así como decimos que la historia de la humanidad es la lucha permanente, la tensión constante, el combate perpetuo, entre el poder y la libertad por tomar una porción mayor del territorio común, el desborde del primero se tradujo siempre en totalitarismo y tiranía, y, salvo períodos cortos en que el poder retrocedía y ganaba la anarquía, normalmente es la libertad la que debe luchar en inferioridad de condiciones para no ser gravemente cercenada o expulsada de la organización.

Podemos afirmar que el poder es a la libertad lo que la muerte a la vida, extremos interdependientes de una misma realidad. El poder extremo es la muerte del libre albedrío humano, la libertad es la precondición para que la vida merezca ser vivida.

El individuo tiene poder sobre sí mismo, limitado por la porción de libertad que entregó como precio para vivir en sociedad, la elite gobernante tiene poder sobre el conjunto de individuos que han entregado parte de su libertad. La ley debería ser el cauce para el ejercicio del poder delegado. Cuando ésta no existe o no es observada, la pasión humana se desborda y termina por invadir la esfera de reserva de los representados.

Confucio, según la tradición, al pasar por el Monte Thai, encontró a una mujer que lloraba antes varias tumbas, aquejada de sucesivos dolores:

–Una vez, el padre de mi marido fue muerto aquí por un tigre –explicó-. Luego mi marido fue atacado y muerto por otro tigre y ahora mi hijo ha sido muerto del mismo modo.

–Entonces, ¿por qué no te alejas de este sitio?

–Porque acá no hay un gobierno opresor –respondió la doliente.

–Recordad esto –pidió el maestro a sus discípulos-: la dictadura es más terrible que los tigres”.5

Así como la democracia es el sistema más acreditado para el ejercicio del gobierno, la regulación social, los límites de los mandatarios, la rendición de cuentas, el ida y vuelta permanente que debería existir en la relación representante-representados, los vaivenes que la historia ha marcado en el devenir social, han determinado que el concepto de democracia no sea unívoco.

Cuando hablamos de democracia, podemos estar hablando de muchas cosas, hasta de aquellas que significan en la práctica su fáctica abrogación. Hay muchas clases de democracia, o muchas visiones sobre la misma, o muchas formas que los seres humanos adoptaron para practicarla, o muchos argumentos que utilizaron para desvirtuarla en su propio nombre.

Por ello, cuando la manda constitucional nos impone la democracia representativa como sistema de gobierno, no parece que el texto haya sido tantas veces tironeado por la fuerza de los acontecimientos, que sus resultados sean tan disímiles en el producto, que debería ser uno sólo. Es que, a decir verdad, no siempre las normas sirven para encauzar las conductas.

El secreto parece estar encerrado en aquellas inolvidables palabras de Emanuel Kant: “Me maravillan los cielos estrellados y la ley moral en mi interior”.

“La tensión entre las limitaciones internas y externas es el campo dónde se expresa el llamado estado de derecho”, ha dicho acertadamente García Hamilton6

La cultura de un pueblo se va formando ladrillo por ladrillo, y es muy difícil que lo sofisticado, que es la organización común, sea distinto a lo más básico y elemental, que es el relacionamiento entre pares.

Por eso, cuando tratamos el mito democrático como parte de la cultura política argentina, nos estamos refiriendo a las variantes que la vigencia del sistema ha tenido en estos últimos tiempos.

De allí la afirmación del título: “democracia, ¿qué democracia?

PREGUNTAS DE LA DEMOCRACIA

Para entender a la democracia en un tiempo y en un espacio determinados, las características particulares de cada sistema histórico y sus diferencias con los otros, para tener presente su evolución en función de parámetros de análisis, es necesario utilizar una metodología que nos conduzca a responder los interrogantes en relación con cada parámetro utilizado.

Resulta muy útil recurrir, con agregados de mi cosecha, a las preguntas que Robert Dhal7 se formula para definir las características de aquello que debe definirse como “gobierno del pueblo”.

Ellas son:

1. ¿Cuál es la matriz asociacional más adecuada? Para introducir un sistema democrático de gobierno, ¿cuál es la unidad o asociación adecuada? ¿Es un país, una ciudad, un pueblo?, o también ¿es una universidad, una sociedad, un partido político? Nos estamos refiriendo con ello, a la matriz asociacional conveniente, que garantice una efectiva posibilidad de operar eficientemente el sistema. Es una cuestión de proporciones. De la unidad que definamos, dependerán las características del sistema.-

2. ¿Quiénes integran el “demos”? En ese marco, ¿quiénes de todos deberían tener el derecho a participar? Establecer el “demos” o conjunto de individuos que constituyan la unidad política, es el elemento sustancial que definirá la cualidad democrática. Dicho de otro modo, ¿quiénes deben constituir el demos? ¿quiénes de los miembros de la asociación democrática deben gozar de membresía plena? ¿Todos o una parte de ellos? ¿Los niños, los ancianos, los no propietarios, los que no saben leer y escribir, deben constituir el demos? Si excluimos a los niños, ¿debemos incluir a todos los adultos? Desde la Grecia Antigua hasta la actualidad, la membresía nunca fue universal, siempre se estableció un subconjunto, una parte de la sociedad, para otorgarle la participación plena. En tal caso, constituyendo el demos una parte del todo, ¿cuáles serían las limitaciones que no frustrarían la concepción democrática? ¿Hasta dónde el subconjunto habilitado a participar no constituiría una aristocracia o una oligarquía? ¿Desde dónde y hasta dónde, sería una verdadera democracia?

3. ¿Qué instituciones necesita la democracia? La pregunta que sigue, determinados la asociación adecuada y el demos habilitado, está referida a las instituciones que necesitará el sistema para su funcionamiento. Un pueblo pequeño, un país extenso, seguramente necesitarán de instituciones que se adapten a sus características territoriales y poblacionales. Alcanzar los requerimientos éticos del sistema y la eficiencia en su funcionamiento nos conducen a averiguar cuáles serían los mecanismos y estructuras más apropiados para gobernar democráticamente una determinada asociación política.

4. ¿Cuál es la metodología para decidir? Cómo es de fácil deducción, frecuentemente las personas que integran el demos no estarán todas de acuerdo en torno a alguna cuestión. Entonces, ¿qué opiniones deberían prevalecer? ¿dependería de las circunstancias? ¿en todos los casos la opinión mayoritaria sería definitiva? ¿las minorías tendrían alguna facultad para bloquear o imponerse a la mayoría? De la forma cómo se conteste este interrogante, dependerá la consecución de una democracia consensual o una democracia mayoritaria. Allí nos estamos refiriendo al manejo de mayorías calificadas según temas y circunstancias.

5. ¿Cuál sería la mayoría adecuada? Si el principio general es la prevalencia de la mayoría, el interrogante está dirigido a determinar la propiedad de la definición de mayoría para que compatibilice con el sistema democrático. ¿Mayoría de ciudadanos, de votantes, de grupos?

6. ¿Qué condiciones favorecen y cuáles perjudican la vigencia de la democracia? Si la mayoría del demos y de quienes ejercen el liderazgo creyeran que existe un sistema mejor que la democracia, seguramente ésta no subsistiría durante mucho tiempo. Por ello, resulta muy válido preguntarse acerca de por qué persiste en muchos países a pesar de situaciones de crisis severas, y en otros ha colapsado en contextos similares. ¿Tiene ello que ver exclusivamente con situaciones objetivas, o juega también la cultura del demos? ¿Un gobierno democrático que no obtenga resultados satisfactorios para la vida ciudadana, justifica el colapso del sistema?

LA PRÁCTICA DEMOCRÁTICA EN LA HISTORIA

Desde Atenas a nuestros días

Que la democracia haya sido el primer sistema de convivencia en la historia, no parece casualidad. Surge casi como una consecuencia natural de la sociabilidad humana, una derivación lógica de la necesidad primaria de organizarse en la relación con los otros iguales.

El primer paso, reconocer al semejante, derivó en el segundo, comunicarse con el otro, hasta pasar por el ejercicio de actividades comunes, compartir espacio y necesidades y, por último, consensuar maneras y reglas de convivencia.

Tal vez tengamos que reconocer que la democracia es el único mecanismo natural de organización y gobierno. Y si ello no fuere así, por lo menos es un oxímoron, el más natural de los artificios creados por el hombre para regir su vida social. La monarquía, la aristocracia, la oligarquía fueron formas más perfeccionadas para generar el gobierno social como dominación de unos sobre otros.

Las formas prehistóricas

Como derivación de lo expuesto, existen suficientes antecedentes de que el gobierno democrático, en sentido amplio, rigió los destinos de las sociedades prehistóricas mucho antes del siglo V a.C.

Según el politólogo y profesor emérito de la Universidad de Yale, Robert Dhal8, “estudios de sociedades tribales analfabetas sugieren que muchos grupos tribales se rigieron por un gobierno democrático durante los miles de años en que los seres humanos vivieron de la caza y el acopio”.

Los derechos de propiedad no se desarrollaron mientras la vida fue nómade y la caza y la recolección fueron la actividad principal de sustento de las comunidades.

A partir de la finalización del período de caza y acopio, los seres humanos comenzaron a mutar su vida nómade por el establecimiento en comunidades asentadas en un territorio. Las condiciones que favorecían la participación popular en el gobierno fueron en disminución, y la democracia fue desapareciendo.

“Mayores desigualdades en términos de riqueza y poderío militar entre las comunidades, junto con un marcado aumento en el tamaño y la escala de la comunidad típica, alentaron la difusión de formas jerárquicas y autoritarias de organización social. Como resultado, entre los pueblos establecidos desaparecieron los gobiernos populares, para ser reemplazados por miles de años de gobiernos basados sobre la monarquía, el despotismo, la aristocracia o la oligarquía” 9

 

En el siglo V a.C. fueron reapareciendo las formas democráticas, con mecanismos de mayor elaboración.

La Grecia clásica y la ciudad-estado

Durante el período clásico, nos estamos refiriendo a los siglos V y IV a.C., Grecia estaba integrada por ciudades-estado independientes entre sí, cada una con su campo circundante.

Esparta rechazó la sociedad abierta y mantuvo la estructura colectivista tribal, fue contraria al individualismo, a la democracia y a la igualdad, intentó dominar y esclavizar a las ciudades vecinas. La propiedad privada no tuvo el valor que en Atenas, la libertad personal casi no existía, la comunidad, y no los individuos era la propietaria de los principales recursos económicos.

El término “político” es de origen griego y se aplicaba a todo aquello que era público. La palabra “idiota”, se utilizaba para designar a quienes no participaban en la vida pública.

Pericles formuló las bases de la democracia griega, designando los principios de igualdad ante la ley y del individualismo político como los pilares de la misma. En su célebre oración fúnebre, caracterizó a la administración ateniense como democrática porque beneficiaba a la mayoría y no a la minoría. “Nuestra ciudad abre sus puertas al mundo –dijo- y por eso no expulsamos jamás a un extranjero. Ser pobre no es vergonzoso, pero sí lo es no hacer ningún esfuerzo por salir de la pobreza”.10

Clístenes (570 a.C.-507 a.C.) fue el padre de la democracia ateniense. Fue un político que introdujo el gobierno democrático en la antigua Atenas. Creó las bases de un nuevo estado, a partir del año 508 a.C. aproximadamente. El poder, mediante la reforma de Clístenes, pasa de las familias aristocráticas al pueblo reunido en Asamblea. El enfrentamiento fue áspero, y no se resolvió con la aceptación pacífica de la democracia.

Es por todos conocido que el término “democracia” fue acuñado a mediados del siglo V a.C. en Atenas, a partir de los vocablos “demos” (pueblo) y “kratos” (gobierno), aun cuando su significación etimológica es mucho más compleja.

Carlos Galli dice que “el ideal político positivo y relativamente universal en el espacio político griego no es la democracia, sino la “parrhesía” o parresia, la franca libertad de palabra en público, y la “isonomía”, es decir, la igual sujeción de todos a la ley, a la ley escrita y a la no escrita, natural o divina”11.

El nuevo sistema de gobierno duraría aproximadamente dos siglos. Siguiendo los interrogantes que formulamos con conjunto con Robert Dhal12, para apreciar las características de la democracia ateniense diremos:

1. Respondiendo al interrogante sobre la asociación política más adecuada para el gobierno, los griegos respondieron que es la polis o ciudad-estado. Obviamente, poco o nada sabían de experiencias anteriores, en rigor ni siquiera las hubo del modo griego.

2. ¿Quiénes deberían constituir el demos en la ciudad-estado de la Grecia antigua? Para Dhal13, la respuesta dada fue semejante a la que posteriormente le darían muchos países democráticos en los siglos XlX y XX. Si bien en Atenas la ciudadanía era hereditaria (nacidos de ciudadanos atenienses), el demos se limitaba a los ciudadanos varones a partir de los 18 años (hasta el año 403 a.C., en que la edad mínima fue elevada a 20 años). Según algunos autores, a mediados del siglo IV a.C. había unos 100.000 ciudadanos, 10.000 residentes extranjeros o metecos, y unos 150.000 esclavos. Unos 30.000 ciudadanos eran mayores de 18 años, por lo que el demos comprendía aproximadamente de un 10 a un 15% de la población total.

3. ¿Cuáles fueron las instituciones políticas que los atenienses necesitaron para gobernar?

a. La Asamblea (Ecclesia) era el corazón del gobierno. Podían participar todos los integrantes del demos, y las decisiones se obtenían por mayoría de los presentes mediante el voto a mano alzada. Se reunía con frecuencia semanal (40 veces por año), en la Pnyx (una colina al oeste de la Acrópolis).

b. El Consejo de los Quinientos establecía los asuntos que trataba la Asamblea. Estaba compuesto por representantes elegidos por sorteo en cada una de las 139 entidades territoriales menores, conocidas como demos, creadas por Clístenes en el 507. La cantidad de representantes de cada deme era aproximadamente proporcional a su población. El uso de representantes en el Consejo (aunque elegidos por sorteo en lugar de por elección) prefiguró la elección de representantes en los sistemas democráticos posteriores.

c. Tribunales Populares (Dikasterión). Fue descripto como el órgano del Estado más importante junto con la Asamblea, con poder ilimitado para controlar a la Asamblea, al Consejo, a los magistrados y a los líderes políticos. Los tribunales populares estaban compuestos por jurados elegidos por sorteo de una reserva de ciudadanos mayores de 30 años de edad; la reserva en sí era elegida anualmente y también por sorteo. Esta institución es otro ejemplo del grado en que se esperaba que los ciudadanos comunes de Atenas participaran en la vida política de la ciudad.

Platón, en La República, postuló una sociedad igualitaria vigilada por una casta especial denominada los “guardianes”, en la que la riqueza estaba reñida con la virtud. En Las Leyes aceptó la propiedad privada pero sosteniendo que lo colectivo estaba por encima del individuo, y que es el Estado quién debe impedir los extremos de riqueza y de pobreza.

Aristóteles, en la Política, refutó la utopía platónica de un mundo sin propiedad, considerando a ésta como positiva, en tanto la propiedad comunitaria como inconveniente, pues nadie cuida los objetos que no le pertenecen totalmente. El Estado no debe cumplir el papel de vigilar a los individuos en su riqueza.

En el año 411 a.C., explotando el desasosiego generado por la desastrosa y aparentemente interminable guerra de Atenas contra Esparta (la Guerra del Peloponeso), un grupo conocido como los Cuatrocientos tomó el control de Atenas e instauró una oligarquía. A menos de un año, los Cuatrocientos fueron derrocados y la democracia fue plenamente restaurada. Noventa años más tarde, en el 321, Atenas fue dominada por su vecino del norte, Macedonia, más poderoso, quien introdujo los requisitos de propiedad que excluyeron, de hecho, a muchos atenienses comunes del demos. En el 146 a.C., lo que quedaba de la democracia ateniense fue extinguido por los conquistadores romanos.

La Republica Romana

Roma fue inicialmente una monarquía, para luego devenir, de manera contemporánea con Atenas, en una república en la que rigieron similares principios a los de la Grecia antigua.

Siguiendo siempre a Dhal, diremos que, de manera contemporánea a la instalación del gobierno popular en Grecia, en Roma aparecía un sistema similar, que los romanos dieron en llamar República, que significa cosa o asunto público (res, cosa; publicus, público), de tal modo era una cosa que pertenecía al pueblo romano, el populus romanus.

1. En cuanto al tamaño de la asociación política, Si bien en sus orígenes Roma fue una ciudad-estado, por las conquistas y la anexión fue rápidamente extendiendo sus fronteras, abarcando toda la zona mediterránea y gran parte de Europa occidental. Sin embargo, las particularidades

2. de su gobierno no abandonaron las características del de una ciudad-estado.

3. ¿Quiénes constituían el demos romano? Aunque la ciudadanía romana era conferida por nacimiento, también era otorgada mediante la naturalización y la manumisión de los esclavos. A medida que la República Romana se fue expandiendo, fue confiriendo la ciudadanía en diversos grados a muchos de quienes habitaban sus expandidos límites. Pero debido a que las asambleas romanas siguieron reuniéndose en el Foro, la mayor parte de los ciudadanos que no habitaban dentro o cerca de la ciudad no podían participar, y por ende, quedaban de hecho excluidos del demos. A pesar de su reputación de ser prácticos y creativos, y no obstante los numerosos cambios en la estructura del gobierno romano a lo largo de los siglos, los romanos jamás solucionaron este problema. La solución -elegir representantes para una legislatura romana- parece obvia dos mil años más tarde.