Loe raamatut: «Por algo habrá sido»
Jorge Pastor Asuaje
Por algo habrá sido
El fútbol, el amor y la guerra
(El Libro del Gardy)
Sobre Por algo habrá sido
Por algo habrá sido: Esa era la frase que escuchábamos con más dolor en los tiempos de la dictadura, cuando secuestraban o mataban a nuestros compañeros. Esa era la frase en la que se refugiaban los pusilánimes y los indiferentes para justificar las atrocidades que se estaban cometiendo. Al escuchar esa frase, sobre todo en personas que uno suponía eran parte del pueblo, de ese mismo pueblo por el que creíamos estar luchando, uno sentía una terrible sensación de indignación y de impotencia.
Pero ahora, con el correr del tiempo, uno ha podido darle otra interpretación a esa frase. Para devolverla como un boomerang sobre la conciencia de quienes siempre se esforzaron por ocultar y por olvidar; pero, principalmente, para lanzarla como un proyectil hacia el futuro: Si, por algo habrá sido tanta lucha y tanto sufrimiento. Habrá sido, en la medida en que seamos capaces de recoger su espíritu y su ejemplo, para que algún día podamos construir una sociedad mejor. Una sociedad tal vez no tan perfecta como la que alguna vez pretendimos, pero si un poco más parecida a la que soñaron quienes entregaron la vida por otros. Aunque esos otros, al ver su sacrificio, hayan preferido decir, simplemente: Por algo habrá sido.
Canto a las pasiones y crónica extraordinaria -por lo sincera y minuciosa- es la historia de vida y muerte que se cuenta aquí. El narrador entero, en cuerpo y alma, es él y es muchos como él: una generación y pico de muchachos y chicas encendidos como la generosa luz de un fósforo, brillando contra la oscuridad de los años de plomo. Si Jorge Asuaje primero se tomó la primera vida -veinticinco años- de un saque, después se tomó otro tanto para contarla de un largo tirón. Vivir, sobrevivir para contarla, toda entera. Las grandes y pequeñas pasiones -el amor, el fútbol, la militancia y la guerra- mandan, los amigos vuelven de la vida y de la muerte, se asoman, las historias se cruzan, los recuerdos piden espacio y a todo se le abre la puerta sin solemnidad ni pudores. El resultado es un fresco increíblemente rico, conmovedor, a veces grotesco, un testimonio sin filtros ni estilizaciones: para el que quiera entender, acá está todo. Así de simple.
Juan Sasturain
JORGE PASTOR ASUAJE
Nació en La Plata en 1954 fue militante revolucionario, estuvo exilado, regresó y publicó, además de este, los libros El Día Que Hicimos Entre Todos y Cuentos de la Carpa Blanca. Dirigió también la película El Día Que cambió La Historia.
Índice
Cubierta
Portada
Sobre este libro
Sobre el autor
Aclaratoria a la segunda edición
El libro de Gardy
Dedicatoria
El Gardy
Prólogo
Confesiones al lector
Primera Parte El barrio La escuela No sólo de futbol vive el hombre El Nacional La música Los primeros trabajos La política Barricada de verano El setenta y dos Trelew Despedida hasta la eternidad La militancia La agrupación Ezeiza La Maestre Mercedes La Organización Muchacho Últimas imágenes del 73 La Bomba Amor compartimentado La 57 La Astudillo Imberbes La Historia Ruda Ocho hombres al amanecer Dolor Itaka La Fábrica La historia más ruda Paredón y después
Segunda Parte El Plan H El Amor La Operación Cita en Capital Amazonas El 76 Primera luna de miel Las Malvinas El Golpe Noches de amor y miedo Agitación y propaganda El principio del fin La Traición Octubre negro Tierra arrasada Maqueca La derrota y la soledad La trinchera invisible Una llamada salvadora Corina Ratas del desierto Una mancha blanca en la oscuridad Ankele y Fraymovich El Gallego Antonio El exilio interior Ciudad abierta Pedro Juan La Familia El Mundial La derrota final Ultimas confesiones al lector
Créditos
ACLARATORIA A LA SEGUNDA EDICIÓN
Muchas cosas pasaron después de la primera edición de este libro. En primer lugar la segunda desaparición de Jorge Julio López convirtió a uno de sus tantos personajes en una dolorosa celebridad. La derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y las investigaciones realizadas por las fiscalías para sustanciar los juicios sirvieron para esclarecer muchas cosas que habían quedado en el misterio en su momento. El trabajo del equipo de Investigación y Memoria de la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires sirvió para develar identidades, hechos y finales. Los cuerpos de muchos de los desaparecidos que mencionaba pudieron ser reconocidos por la labor del Equipo de Argentino de Antropología Forense. La propia lectura de esa edición por algunas personas permitió correcciones, aclaratorias y ampliaciones. Y por último la casualidad, el destino, la voluntad de dios, o vaya uno a saber que misterio también aportaron lo suyo en ese sentido. Por eso el asterisco del inicio de este texto que hallarán en esta segunda edición en cada caso en que haya sido necesario aportar algo nuevo.
EL LIBRO DEL GARDY
Este libro es un homenaje a todos mis compañeros caídos en la lucha por la liberación nacional y la revolución socialista, pero especialmente a uno, a Elbio Edgardo Caparrós, el Gardy, que decía “Si por algo quisiera que terminase esta guerra es para poder escribir un libro contando todas estas cosas”. Yo no pude escribir ese libro, no pude escribir su historia; pude escribir este, que es mi historia en esos años y también la de muchos más, entre ellos el Gardy.
El autor de este libro en parte soy yo, que lo vengo escribiendo, en la mente o en el papel, desde entonces, desde cuando el Gardy lo soñaba; pero no lo hice yo solo, una gran parte la hizo también Dina, mi compañera en la vida y en la lucha durante esos años, que, aunque no haya escrito una línea, está presente en cada página de la historia que vivimos juntos. Al menos, eso fue lo que sentí al escribirlo.
Jorge Pastor Asuaje, 27 de abril de 2004
Dedicatoria:
Dedico esta edición a el Baby, Carlos Alberto Albamonte, por las razones que explico al final del libro.
A mi padre, Jorge Olinto Asuaje Castillo, a mis hermanos, Guillermo y Alejandro, a María Andrade y a Osvaldo, “Tito”, Martínez y a todos quienes por cariño o solidaridad nunca me cerraron la puerta en los momentos más difíciles de esos tiempos.
Agradecimientos:
A la Editorial Nuestra América, en la persona de Marcelo Cafiso, por brindarme la oportunidad de esta reedición.
A todos los que me soportaron mientras escribía este libro: A mi esposa, Irma Pelozo; a mis hijos: Clara, Joaquín y Milagros; a mis amigos; a mis compañeros de trabajo de todas las oficinas por las que pasé; a Jorge Barreiro por su trabajo y su creatividad; a Marcelo Molina, Alicia Uriondo y Mario Arteca por su colaboración; a la correctora de la primera versión, que prefirió el anonimato; a Liliana Calace por su lectura y su apoyo.
Aunque agregué una dedicatoria especial y un agradecimiento especial, el resto no los he modificado porque tienen que ver más con la redacción del libro, que fue lo más trabajoso, que con la edición en si misma. Pero varias cosas han cambiado desde esa fecha:
Jorge Olinto Asuaje Castillo, mi padre, falleció el 25 de marzo de 2011 luego de una larga y, finalmente, dolorosísima agonía. Pero no sin antes haber vuelto a La Plata a revivir los que fueron para él los mejores años de su vida. Esa vez, cuando iba a subirse al avión en Ezeiza, fue la única vez que lo vi llorar de tantas veces que se despidió de nosotros desde la infancia.
María Andrade, Mary, falleció el día de la Virgen de 2008. En el cementerio unas palabras de Marcelo y unas flores fueron el homenaje de todos sus compañeros.
Irma ya no es mi esposa, pero igual le debo el agradecimiento.
Ahora tengo otro hijo: Lucas, que me aguantó en esta reedición.
El Gardy
Mientras me enseñaba a poner ladrillos y a mezclar el pastón me iba dando lecciones de filosofía, de política, de armas y hasta de cine. El Gardy daba para aprender de todo; desde la mejor forma de hacer el amor con la pareja hasta las proporciones justas para mezclar la arena y la cal, pasando por las teorías de Gramsci sobre el estado y por la historia de las luchas sindicales peronistas. Era una especie de “Libro Gordo de Petete”, de Enciclopedia Británica de la vida, un Confucio del arrabal, un lama de la pampa. En ese momento estaba en el tiempo de la paternidad. No había otra cosa en la vida que le importara más y que le diera más satisfacción que jugar con su hijo. Sebastián tenía entonces unos meses y el Gardy estaba embelesado. Terminábamos de trabajar a eso de las tres de la tarde y se iba a la casa feliz y apurado, a disfrutar ese rato eterno que duraba hasta que tenía que salir a los controles, a las reuniones, a la guerra que estaba en la calle y que en cualquier momento podía golpear a su puerta.
Prólogo
“Ante posibles distorsiones…”
“La revolución no sería un té servido a las 5 de la tarde.”
Andrés Rivera. La Revolución es un sueño eterno
“Queremos dejar testimonio/que vivimos/que somos/ que las luchas de nuestros pueblos hermanos/no nos son ajenas”, escribió el militante montonero Enrique Pereyra Rossi. “…que somos tiempo/palabras/acción /desordenada acción/lo demás es verso/en horas de alumbramientos colectivos”, insiste en su poema “Ante posibles distorsiones”. “Queremos dejar testimonio/sin levantar templos/que el día de mañana sean ruinas a visitar/ para que de esta manera nuestro testimonio/no sea distorsionado/y se siga rebelando”, desea para un futuro al que no llegó porque después de torturarlo las balas del comisario intendente Luis Patti lo asesinaron en mayo de 1983.
Ante posibles distorsiones de ese “algo” por el que fue, una historia se precipita en estas páginas. Vertiginosas, sin dar lugar a pausas, aunque Salvador-Pastor-Jorge lleve —cuenta— treinta años escribiéndola “de a poco, en la nostalgia” antes de plasmarla en papel.
Una historia, digo, porque no escribe “la” historia, sino la propia, su recorrido vital con retazos de infancia y rompecabezas familiares, azarosos afincamientos de país en país, los años plenos de construcción de opciones, de compromiso, y los tiempos del acoso y las sombras. Una historia particular y propia, a la vez con tantos puntos de contacto que muchos militantes de los ‘60 y ‘70 podríamos reconocernos y polemizar con ella.
Pero sobre todo, es una historia de apariciones.
El poder de la desaparición como metodología represiva privilegiada del proceso genocida, desarrollado por las fuerzas armadas y los grandes grupos económicos durante los años de dictadura, no se agota en el hueco perpetuo y sin fin de los 30 000, nuestros 30 000 compañeros. De alguna manera, el “por algo será”, el terror y el silencio, sólo quebrados por heroicas y dispersas resistencias entonces, más la teoría de los dos demonios, la postmodernidad, el menemismo y sus continuadores instalados luego, vidas y luchas quedaría fijado en el momento en que empezaron a desaparecer.
Los desaparecidos tomaron cuerpo cuando se hicieron siluetas en la exigencia de su aparición con vida. La política, herramienta para volcar la correlación de fuerzas a favor de las necesidades populares, de las utopías, volvió a la boca de muchos al generalizarse como vía de apropiación individual de los bienes colectivos. La potencialidad combativa de la organización gremial quedó oculta por la mutación en patronales de numerosos dirigentes sindicales. De las agrupaciones estudiantiles, barriales, revolucionarias se pretendió que solo quedara en gruesos trazos la “inviabilidad” real de sus buenas intenciones (en el mejor de los casos); o su condena como provocadora de los grandes males en la impúdica doctrina de los dos demonios. El nombre “montoneros” sonó en voz alta cuando varios de ellos cambiaron la ropa ‘Grafa’ por los trajes ‘Versace’ para sumarse a la fiesta menemista y aplaudir el indulto. Cuando dejó de ser una fuerza popular de esperanza y resistencia, el peronismo entró a las agendas de Alsogaray y Cavallo y a los programas de Neustadt y Grondona.
Como el negro de una fotografía, la voluntad de cambiar un orden injusto y explotador sólo debía servir para poner en foco su imposibilidad. Habilitar ante tantos ojos la silueta de “ lo posible” como lo único deseable. El compromiso de quienes se habían prometido vivir y morir en pos de un proyecto revolucionario se procuró que fuera apenas el contorno que lograse destacar a los cooptados por el sistema como aparente destino fatal de quienes sobrevivieron de aquella experiencia.
Con los desaparecidos se quiso desaparecer, entonces, el tiempo, la vida, la práctica social, las construcciones y las propuestas de que eran portadores. Sus contextos y sus textos.
Y esto es lo que el relato de “Salvador” contribuye a aparecer: una múltiple trama de compañeros y compañeras de distintas identidades políticas y ubicaciones de clase, con caminos más o menos largos, con sus certezas e inconsistencias, sus desarrollos críticos y sus valoraciones políticas superficiales. Compañeros capaces de “aclarar el mundo con la seguridad demoledora de una palabra” o de ideologizarlo todo al extremo de bordear la necedad.
A Jorge no se lo contaron, tampoco a “Salvador”. Lo vivió y se devuelve en un día a día sin parentesco con aquellos relatos épicos que leíamos entonces. Impiadoso consigo mismo, no describe el templarse de algún acero heroico sino el proceso de su constitución como militante político revolucionario. Es la historia de las dudas, discusiones y reflexiones que lo condujeron junto a otros pibes a organizarse para asumir un compromiso elegido con la carne y la razón. Las contradicciones para asumir la violencia como “partera de la historia”. Para Salvador la primera a dilucidar, para otros la raya que decidieron no cruzar, sitúan el tema, —simplificado, bastardeado, descontextualizado por unos, idealizado por otros— en un terreno de debate donde ideología, política, ética se cruzan para problematizar estrategias revolucionarias. El miedo, la mitificación de “los clandestinos” hasta la desilusión al comprobar que los jefes no eran infalibles, y menos aún los hombres nuevos que él mismo no llegaba a ser; el trayecto que fue separando a la organización de su genuina base popular, las reformulaciones de la estructura, la proletarización, las medidas de seguridad que trababan la acción política; la potencia que imprimía el tener compañeros con quienes compartía todo; el amor de la pareja como forma de alcanzar la gloria… El día a día de los militantes concretos que formaron parte de una propuesta revolucionaria. Ellos son quienes aparecen acá. Resultado y gestores de una búsqueda, para romper el mito de la generación espontánea, de la producción mágica de hechos y acontecimientos, de la decisión de participar brotada de perversas seducciones emitidas por conducciones irresponsables. Jorge no traza una línea para idealizar a los compañeros de los ‘70 sino para acercarlos a los hombres y mujeres que hoy asumen otras y similares búsquedas.
Pienso que este libro es un acto de fe en la necesidad de la revolución. Sin obviar el acoso y los vacíos, no es la historia de la derrota, aunque la incluya, sino del amor al pueblo y de la voluntad de lucha por derrotar la injusticia, aunque muchas veces los objetivos no se alcancen.
En aquellos años escribió Francisco Paco Urondo:
“Sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido/ y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia/ Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;/ compartir este calor, esta fatalidad que quieta/ no sirve y se corrompe”.
Graciela Daleo.
“No estoy reviviendo mis recuerdos, los estoy expiando”.
Augusto Roa Bastos en Hijo de Hombre
Confesiones al lector
He llorado sobre estás páginas. Desde que empecé a escribirlas, en mi vieja máquina manual, hasta hoy, que las estoy terminando, frente a la pantalla de la computadora. Pero nunca he llorado de tristeza o de amargura; he llorado a veces de rabia, de impotencia, pero mucho más de alegría, porque al escribirlas sentía que de alguna manera estaba reviviendo a todos los ausentes, que de alguna manera me estaba reencontrando con ellos. Tal vez por eso, entro otras cosas, me haya costado tanto terminarlo. Por miedo a no tener ya la posibilidad de revivirlos en el secreto espacio de una hoja de papel, donde la memoria no tiene tiempo ni límites. Me ha llevado mucho tiempo comprender, tal vez demasiado, que es preferible animarse a compartir las imperfecciones de esa memoria, con sus huecos, sus olvidos e, incluso, con sus profundas injusticias, que encerrarlas esperando encontrar la perfección de la forma y la fidelidad absoluta a los hechos. Porque uno un día descubre, con espanto, que ha comenzado a olvidarse de aquellas cosas que suponía inolvidables; porque las había estampado durante años en el recuerdo como una fotografía guardada en un sobre sellado. Y cuando uno comienza a abrir esos sobres, ve que el tiempo ha seguido haciendo su trabajo, a pesar de las precauciones, y algunos rasgos se borronean, algunos rostros se desdibujan y algunos nombres se confunden. Me ayudó mucho a superar ese temor producido por los baches de la memoria, esa frase que escribió Gabriel García Márquez en encabezamiento de sus propias memorias: “La vida de uno no es lo que pasó, sino lo que recuerda y como lo recuerda”. Pero más me ayudó el consejo de un gran amigo, quien me sugirió una forma de ordenar tantos recuerdos dispersos. A veces para un escritor unas simples palabras de otro son como una mano tendida a un náufrago en medio del océano, porque uno vive flotando en el mundo de sus ideas pero no se decide a nadar en ningún sentido.
No es fácil aceptar que uno no es dios; lleva años, a mí me llevó casi treinta. Al principio yo quería escribir todas las historias, ponerme en la piel de cada uno de mis compañeros y hasta en la de mis enemigos; quería reproducir los hechos reales dándoles la forma literaria más perfecta y escribir también todas las historias que me imaginaba. Eso me producía una inmovilidad terrible, no sabía por dónde empezar ni como seguir. A veces acudía a mí un recuerdo y le daba una forma incompleta, insatisfactoria; así se fueron apilando un montón de retazos, hasta que me decidí a encarar la paciente y ardua tarea de terminarlos y unirlos. Asumiendo el costo de la imperfección, hasta de la mediocridad; porque a veces es casi imposible evitar los lugares comunes, las repeticiones. Pero comprendiendo que siempre será mejor una pieza terminada, por modesta que sea, que el más brillante de los proyectos.
Y es que, cuando este libro era solo un proyecto, yo sentía que tenía que conmover al mundo: escribir una obra que fuese la sumatoria de la denuncia política con la excelencia literaria. Porque yo tenía que conseguir que todos comprendieran la grandeza de nuestra lucha y sintieran el dolor de nuestras pérdidas. Que todo el mundo pudiera ponerse en los huesos y el alma de cada preso, de cada torturado, de cada fusilado, de cada perseguido. Tenía la pedantería de creer que mis pobres páginas bastarían para remover las conciencias y cambiar el curso de la historia.
Pero además, no me conformaba solo con eso, pretendía también alcanzar las cúspides de la literatura universal con ese libro, con este libro: convertirme en un best-seller, transformarme en un “boom”, ponerme en las puertas del premio Cervantes y encaminarme raudamente hacia el Nobel de literatura. Por eso también me costaba tanto terminar, porque tenía miedo de comprobar que no lograría ninguna de esas cosas. Miedo de aceptar que uno no es más que esto: lo que ha escrito y ha vivido. Que no puede escribir mucho mejor de como escribe ni puede vivir más de lo que ha vivido.
Hasta que llega el momento en el que uno termina de aceptar que uno al menos es eso, y que eso después de todo no es tan poca cosa; pero corre el riesgo de no llegar a ser ni siquiera eso, si no se propone seriamente concretar y terminar. Si uno no quiere ser, eternamente, “un hombre que está escribiendo un libro sobre sus vivencias en la década del ‘70”, como lo fui durante estos últimos veinticinco años.
Cuando estábamos en Venezuela, leí “El jardín de al lado”, de José Donoso, una novela que cuenta la historia de un escritor chileno que había estado seis días preso después del golpe contra Allende y hacía varios años que estaba escribiendo un libro sobre esos seis días y todavía no lo había podido terminar. Dina fue la que descubrió que Donoso en realidad se había puesto en el lugar de la mujer del escritor, ella era quien escribía “El jardín de al lado”, porque el tipo seguía tratando de escribir su libro sobre esos seis días. Y yo me burlaba de ese escritor ficticio, lo despreciaba: “más de seis años para escribir sobre esos seis días, que al pedo debe estar ese tipo”. Lo mismo me pasó al volver a la Argentina, cuando me mostraron el guión de unos exilados que se habían ido a Venezuela en el ‘73, contaban su historia allá y se llamaba “Diez años no es nada”, también me pareció una exageración. Y yo tardé casi treinta en concretar esta idea.
Por eso, en este preciso momento tengo la sensación de estar abriendo la puerta de una cárcel; de estarme liberando de una condena que yo mismo me impuse: la de contar mi historia y la de mis compañeros, la de intentar revivirlos y revivirme en estas páginas. Leyéndolo, comprenderán que esto no es un libro, que esta es la vida de un hombre; mi vida, eso es lo que tienen en sus manos, ni más ni menos, para bien o para mal.
Todavía falta abrir una puerta, aún resta subir el empinado escalón de la edición, pero aun así siento que ahora comienza una vida nueva para mí. Ya no tendré el refugio de estas páginas, ya no seré más “el hombre que está escribiendo un libro”. Ni volveré a escribir más sobre mis compañeros ubicándolos en aquel pasado (aunque ocasionalmente pueda volver sobre alguna historia no contada, sobre algún olvido); porque de ahora en más pienso darles otra vida. Los convertiré en personajes de mis próximas novelas, como lo hice con el “Sátiro”, quien fue “Mi amigo Miguel”, en un libro anterior mío. Y en la piel de esos personajes pienso hacerlos recorrer el mundo y vivir decenas de vidas; resucitando en los lugares más inverosímiles y en las circunstancias más extrañas. Para vengarse de sus verdugos una y otra vez, con la victoriosa espada de la inmortalidad.