Loe raamatut: «El tesoro de los Padres»
JOSÉ ANTONIO LOARTE
EL TESORO DE LOS PADRES
Selección de textos de los Santos Padres para el cristiano del tercer milenio
Con introducciones para cada periodo,
notas biográficas, guía para la lectura,
tablas cronológicas y un extenso
índice temático.
Segunda edición
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2020 by JOSÉ ANTONIO LOARTE
© 2020 by EDICIONES RIALP, S. A.
Colombia, 63, 8.º A - 28016 Madrid
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-5189-7
ISBN (edición digital): 978-84-321-5190-3
SUMARIO
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
UNAS PALABRAS AL LECTOR
TESTIGOS DE LOS COMIENZOS (SIGLOS I-II)
Enseñanza de los Doce Apóstoles («Didaché»)
Un sacrificio puro
San Clemente Romano
Santidad, fe y obras
Miembros de un mismo Cuerpo
San Ignacio de Antioquía
Camino del martirio
Unión con la Cabeza
Los rasgos del buen Pastor
«Epístola de Bernabé»
Los dos caminos
«Pastor de Hermas»
Piedras para construir la Iglesia
Los dos ángeles
«Secunda Clementis» (homilía anónima del s. II)
Cumplir la Voluntad de Dios
San Policarpo de Esmima
Consejos de un Pastor
El martirio de Policarpo
DEFENSORES DE LA FE (SIGLOS II-III)
San Justino
La verdadera sabiduría
Las obras del cristiano
Como los Apóstoles nos enseñaron
«Discurso a Diogneto»
La vocación cristiana
San Teófilo de Antioquía
El pecado original
Melitón de Sardes
La vieja y la nueva Pascua
«La Santa Pascua»
Los frutos de la Pasión
San Ireneo de Lyon
La fuerza de la Tradición
El Espíritu Santo, rocío de Dios
Santos en el alma y en el cuerpo
Clemente de Alejandría
El valor de las riquezas
Ejemplo de buen Pastor
Tertuliano
¡Mirad cómo se aman!
Por qué confesar los pecados
La eficacia de la oración
Felicidad del matrimonio cristiano
San Hipólito
El Verbo encarnado nos hace semejantes a Dios
La Plegaria Eucarística de San Hipólito
Orígenes
Buscar a Cristo en la Iglesia
Sacerdote y Víctima
El Magníficat de María
A la hora de rezar
San Cipriano de Cartago
Las maravillas del Bautismo
Una sola Iglesia
Frutos de la paciencia
Sin miedo a la muerte
Lactancia
Solidaridad entre los hombres
LA EDAD DE ORO DE LOS PADRES (SIGLOS IV-V)
San Atanasio
La unidad de la Santa Trinidad
La condescendencia divina
San Hilarlo
Las armas del apóstol
San Zenón de Verona
Virtudes teologales
San Efrén de Siria
Madre admirable
La Anunciación de la Virgen
Eva y María
La canción de cuna de María
San Basilio el Grande
La acción del Espíritu Santo
Configurarse con Cristo
Recogimiento interior
El deber de trabajar
San Cirilo de Jerusalén
El Espíritu Santo, fuente de agua viva
Dignidad del alma y del cuerpo
El santo crisma
San Gregorio Nacianceno
Tres luces que son una Luz
Dios y Hombre verdadero
Virtudes cristianas
Reconocer los dones de Dios
San Gregorio de Nisa
El hombre, señor de la creación
¿Qué significa ser cristiano?
San Ambrosio
El Cuerpo de Cristo
El martirio interior
La misericordia divina
Sobre la amistad
San Paciano de Barcelona
La justificación en Jesucristo
San Cromacio de Aquileya
Las bienaventuranzas
San Juan Crisóstomo
La ley natural
Lectura frecuente de la Sagrada Escritura
La pelea del cristiano
Como sal y como luz
Recomenzar
Dignidad del sacerdocio
La educación de los hijos
San Jerónimo
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo
La figura del sacerdote
San Agustín
La búsqueda de Dios
El encuentro con Dios
Elogio de la caridad
Invocación al Señor
Las virtudes morales
Cómo pedir a Dios
Cuando Cristo pasa
Lo extraordinario de lo ordinario
Vivir la pureza en todos los estados
El servicio episcopal
La fe de María
Plegaria a la Santísima Trinidad
San Cirilo de Alejandría
Cristo nos trae el Espíritu Santo
Dios te salve, María...
Madre de Dios
Fe en la palabra de Dios
San Pedro Crisólogo
La oración dominical
El sacrificio espiritual
Tocar a Cristo con fe
San León Magno
A imagen de Dios
La Encarnación del Señor
Nacimiento virginal de Cristo
Infancia espiritual
Un combate de santidad
ULTIMOS PADRES DE OCCIDENTE (SIGLOS V—VII)
San Vicente de Lerins
La inteligencia de la fe
La regla de la fe
San Máximo de Turín
Dar gracias a Dios en todo momento
Hacerse como niños
Salviano de Marsella
Los preceptos del Señor
San Fulgencio de Ruspe
El sacrificio de Cristo
San Cesáreo de Arles
Templos de Dios
Sobre la misericordia
San Gregorio Magno
Los santos ángeles
En la Resurrección del Señor
Los bienes de la enfermedad
San Isidoro de Sevilla
Cómo leer la palabra de Dios
Las obras de misericordia
San Ildefonso de Toledo
Honrar a María
ÚLTIMOS PADRES DE ORIENTE (SIGLOS V-VIII)
Teodoto de Ancira
Lección de Navidad
Juan Mandakuni
Cómo acercarse al Santísimo Sacramento
«Himno Akathistos»
María en el Evangelio
Santiago de Sarug
Sede de todas las gracias
San Romano el Cantor
Las bodas de Caná
Madre dolorosa
San Sofronio de Jerusalén
Ave María
San Juan Clímaco
El diálogo con Dios
San Máximo el Confesor
El consuelo de la Iglesia
San Anastasio Sinaíta
Para comulgar dignamente
San Andrés de Creta
Madre inmaculada
San Germán de Constantinopla
Madre de la gracia
San Juan Damasceno
El jardín de la Sagrada Escritura
La fuerza de la Cruz
El coro de los ángeles
Madre de la gloria
APÉNDICES
Guía para la lectura
Cronología
Autores y obras citados
Índice temático
AUTOR
UNAS PALABRAS AL LECTOR
El objetivo de estas páginas es poner al alcance de los lectores algunas de las piedras preciosas que se encuentran como engastadas en los escritos de los Santos Padres.
Estamos en unos tiempos caracterizados por el redescubrimiento de este gran tesoro de la Iglesia, al que se acude cada vez con más frecuencia para ilustrar aspectos de la doctrina y la espiritualidad cristianas. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, esa vuelta a los Padres no rebasa los límites de pequeños cenáculos, por la sencilla razón de que adentrarse en sus escritos no es tarea fácil. Está, en primer lugar, el obstáculo de la lengua (latín y griego, por no citar otras lenguas antiguas), que sólo en los últimos decenios ha empezado a resolverse, mediante la edición de algunas obras en idioma vernáculo; y, más allá de la lengua, la lógica dificultad de establecer contacto con escritores que vivieron hace más de mil años. Por eso, el acceso directo de los Padres sigue siendo un imposible para el gran público.
Este libro trata de ayudar a saltar ese abismo, pues ofrece textos elegidos con el criterio de que resulten útiles al hombre de hoy, por su temática, su análisis de la situación o las luces que aportan a los problemas de siempre. Durante años, en el curso de una lectura patrística constante, he ido reuniendo los que me parecían más interesantes desde este punto de vista.
No se trata, queda claro, de una antología. Faltan aquí, en efecto, textos que serían esenciales en una historia del dogma porque han ejercitado una enorme influencia en el pensamiento teológico de la Iglesia, pero que resultarían poco «digeribles» para el hombre y la mujer de hoy, quizá por hallarse excesivamente ligados a las circunstancias históricas concretas que les dieron origen. Por eso, más que de una antología, yo hablaría de una selección llevada a cabo con el objetivo de ofrecer al cristiano corriente, no especialista, materia de reflexión y de estímulo en su vida cristiana ordinaria.
Qué son los Padres de la Iglesia
En el uso de la Biblia y de la antigüedad cristiana, la palabra «Padre» se aplicaba en un sentido espiritual a los maestros. San Pablo dice a los Corintios: «Aunque tengáis diez mil preceptores en Cristo, no tenéis muchos padres, porque sólo yo os he engendrado en Jesucristo por medio del Evangelio»[1]. Y San Ireneo de Lyon: «Cuando alguien recibe la enseñanza de labios de otro, es llamado hijo de aquél que le instruye, y éste, a su vez, es llamado padre suyo»[2]. Como el oficio de enseñar incumbía a los obispos, el título de «Padre» fue aplicado originariamente a ellos.
Coincidiendo con las controversias doctrinales del siglo IV, el concepto de «Padre» se amplía bastante. Sobre todo, el nombre se usa en plural —«los Padres», «los Padres antiguos», «los Santos Padres»—, y se reserva para designar a un grupo más o menos circunscrito de personajes eclesiásticos pertenecientes al pasado, cuya autoridad es decisiva en materia de doctrina. Lo verdaderamente importante no es la afirmación hecha por uno u otro aisladamente, sino la concordancia de varios en algún punto de la doctrina católica. En este sentido, el pensamiento de los obispos reunidos en el Concilio de Nicea, primero de los Concilios ecuménicos (año 325), adquiere enseguida un valor y una autoridad muy especiales: es preciso concordar con ellos para mantenerse en la comunión de la Iglesia Católica. Refiriéndose a los Padres de Nicea, San Basilio escribe: «Lo que nosotros enseñamos no es el resultado de nuestras reflexiones personales, sino lo que hemos aprendido de los Santos Padres»[3]. A partir del siglo V, el recurso a «los Padres» se convierte en argumento que zanja las controversias.
Por qué conocer a los Padres
¿Por qué es tan importante, en el momento actual, el conocimiento de los escritos de los Padres? Hace pocos años, un documento de la Santa Sede intentaba responder a esta cuestión. Se dan en esas páginas tres razones fundamentales: 1) Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición de la Iglesia. 2) Los Padres nos han transmitido un método teológico que es a la vez luminoso y seguro. 3) Los escritos de los Padres ofrecen una riqueza cultural y apostólica, que hace de ellos los grandes maestros de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre[4]. El análisis de estas afirmaciones puede servimos para ilustrar cómo los escritos de estos autores constituyen un verdadero tesoro de la Iglesia; un tesoro cuyo conocimiento y disfrute no debería quedar reservado a unos pocos, ya que es patrimonio de todos los cristianos.
La doctrina predicada por Jesucristo, Palabra de Dios dirigida a los hombres, fue consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo y entregada a la Iglesia. La Sagrada Escritura es, por eso, un Libro de la Iglesia: sólo en la Iglesia, a la luz de una Tradición que se remonta al mismo Cristo, puede ser adecuadamente entendida y transmitida a las generaciones posteriores. Las ciencias positivas de que hace uso la moderna exégesis constituyen, sin duda, un instrumento valiosísimo para profundizar en el contenido de la revelación, pero a condición de que no se utilicen fuera del sentir de la Iglesia, y menos aún, contra el sentir de la Iglesia. Cuando se cercena esta relación esencial existente entre la Biblia y la Iglesia, la Palabra de Dios queda desposeída de su virtud salvífica, transformadora de los hombres y de la sociedad, y se ve reducida a mera palabra de hombres.
Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición
Los Santos Padres nos transmiten, con sus comentarios y escritos, la doctrina viva que predicó Jesucristo, transmitida sin interrupción por los Apóstoles a sus sucesores, los obispos. Por su cercanía a aquel tiempo, el testimonio de los Padres goza de especial valor.
Habitualmente se considera que su época abarca los siete primeros siglos de la Era Cristiana. Naturalmente, cuanto más antiguo sea un Padre, más autorizado será su testimonio, siempre que su doctrina resulte concorde con lo que Jesucristo reveló a la Iglesia, y su conducta haya estado en sintonía con esas enseñanzas.
Ortodoxia de doctrina y santidad de vida constituyen, pues, notas distintivas de los Padres. Algunos —no muchos en relación al total— han sido formalmente declarados tales por la Iglesia, al ser citados con honor por algún Concilio o en otros documentos oficiales del Magisterio eclesiástico. La mayoría, sin embargo, no han recibido esa aprobación explícita; el solo hecho de su antigüedad, unida a la santidad de su vida y a la rectitud de sus escritos, basta para hacerles merecedores del título de «Padres» de la Iglesia.
Como se ve, esas dos notas resultan esenciales. Por esta razón, si falta alguna, a esos escritores no se les cuenta propiamente en el número de los Padres, aunque sean muy antiguos. Muchos de ellos, sin embargo, son tenidos en gran consideración por la Iglesia, que les reconoce incluso una especial autoridad en algún campo. Resulta obvio aclarar que nunca se trata de autores que voluntariamente se apartaron de la unidad de la fe, como es el caso de los que fueron declarados herejes por algún Concilio. Se trata más bien de personajes que, de buena fe, erraron en algún punto de doctrina no suficientemente aclarado en esos momentos; muchas veces ese error es achacable más bien a sus seguidores. En estos casos, aun sin darles el título de «Padres», la Iglesia los honra como escritores eclesiásticos cuyas enseñanzas gozan de especial valor en algunos aspectos.
Los Padres nos transmiten un método teológico luminoso y seguro
Aunque a veces, desde el punto de vista técnico, los instrumentos de que disponían los Padres para el estudio científico de la Palabra de Dios eran menos precisos que los que ofrece la moderna exégesis bíblica, no hay que olvidar lo que poníamos de relieve al principio: que los Libros Sagrados no son unos libros cualquiera, sino Palabra de Dios entregada a la Iglesia, y sólo en la Iglesia y desde la Iglesia puede desentrañarse su más hondo contenido. En este nivel profundo, los Padres se constituyen en intérpretes privilegiados de la Sagrada Escritura: a la luz de la Tradición, de la que son exponentes de primer plano, y apoyados en una vida santa, captan con especial facilidad el sentido espiritual de la Escritura, es decir, lo que el Espíritu Santo —más allá de los hechos históricos relatados y de lo que se deduzca científicamente de unos concretos géneros literarios— ha querido comunicar a los hombres por medio de la Iglesia.
Por otra parte, a los Santos Padres debemos en gran parte la profundización científica en la doctrina revelada, que es la tarea propia de la teología. No sólo porque ellos mismos constituyen una «fuente» de la ciencia teológica, sino también porque muchos Padres fueron grandes teólogos, personas que utilizaron egregiamente las fuerzas de la razón para la comprensión científica de la fe, con plena docilidad al Espíritu Santo. En algunos campos, sus aportaciones a la ciencia teológica han sido definitivas. Y todo esto, sin perder nunca de vista el sentido del misterio, del que tan hambriento se muestra el hombre de hoy, gracias precisamente a su sintonía con el espíritu de la Sagrada Escritura y a su experiencia personal de lo divino.
Los Padres son portadores de una gran riqueza cultural, espiritual y apostólica
En los escritos de los Padres se encuentra una gran riqueza cultural, espiritual y apostólica. Predicaban o escribían con la mirada puesta en las necesidades de los fieles, que en gran medida son las mismas ayer que hoy; por eso se nos muestran como maestros de vida espiritual y apostólica. Constituyen además, especialmente en estos momentos, un ejemplo luminoso de la fuerza del mensaje cristiano, que ha de «inculturarse» en todo tiempo y lugar, sin perder por ello su mordiente y su originalidad. Resulta impresionante comprobar, en efecto, cómo los Santos Padres supieron fecundar con el mensaje evangélico la cultura clásica (griega y latina), cómo en algunos casos fueron creadores de culturas (en Armenia, en Etiopía, en Siria, por ejemplo), cómo sentaron las bases para la gran floración de la época medieval, pues prepararon la plena inserción de los pueblos germánicos, pertenecientes a una tradición cultural completamente diversa, en la raíz del Evangelio.
«Si quisiéramos resumir las razones que inducen a estudiar las obras de los Padres, podríamos decir que ellos fueron, después de los Apóstoles, como dijo justamente San Agustín, los sembradores, los regadores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, que pudo crecer gracias a su acción vigilante e incansable. Para que la Iglesia continúe creciendo es indispensable conocer a fondo su doctrina y su obra, que se distingue por ser al mismo tiempo pastoral y teológica, catequética y cultural, espiritual y social en un modo excelente y, se puede decir, única con respecto a cuanto ha sucedido en otras épocas de la historia. Es justamente esta unidad orgánica de los varios aspectos de la vida y misión de la Iglesia lo que hace a los Padres tan actuales y fecundos incluso para nosotros»[5].
Es el deseo que me ha movido a recoger esta selección de textos y ponerlos al alcance de un público amplio. Si sirven para que los cristianos de comienzos del tercer milenio se familiaricen un poco con estos hermanos nuestros en la fe, a quienes debemos en gran parte que la antorcha de la doctrina cristiana haya seguido encendida por siglos y siglos, me daré por muy satisfecho.
[1] 1 Cor 4, 15.
[2] Contra los herejes 4, 41, 2.
[3] Epístola 140, 2.
[4] Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA ENSEÑANZA CATÓLICA, Instrucción sobre los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, 30-XI-1989.
[5] CONGREGACIÓN PARA LA ENSEÑANZA CATÓLICA, Instrucción sobre los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, 30-XI-1989. n. 47.